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Epílogo*. Digno de todos sus dones

Ahora sí, este epílogo es el final de la historia. A ti, que has llegado hasta aquí acompañándome a lo largo de casi tres meses, gracias. Gracias de corazón. Disfruta del azúcar y elige el final que más te satisfaga. Prometo volver pronto con más amor, drama, humor y, por supuesto, lemon.

- ¡El desayuno está listo! ¡Espabila, dormilona! -la voz de Deathmask se oía con nitidez desde el cuarto de baño, donde Kyrene llevaba veinte minutos encerrada.

La chica suspiró, incrédula, meneando la cabeza. No podía ser, simplemente no podía ser, pensaba, leyendo una y otra vez el prospecto. Tenía que haber hecho algo mal. Aquello era imposible. Pero el resultado parecía bastante claro... Y, además, estaban aquellas náuseas tan desagradables, la sensibilidad en los pechos... Y, por supuesto, las tres semanas de retraso.

Se sentó sobre la tapa del inodoro, sosteniendo entre los dedos la varita de plástico en la cual dos rayas rosadas indicaban el resultado positivo de la prueba, y sonrió. Tampoco es que fuese una idea tan nefasta... Un bebé... ¡Un bebé de Deathmask! Una criatura regordeta correteando por el suelo de la casa, jugando con Bulla y Rengo, sus perros, y volviéndolos locos a todos... Sería maravilloso... Pero él siempre le había dicho que no le importaban los niños, que no los necesitaba ni los quería para nada en su vida, ¿cómo iba a contarle de repente que ella, que no podía tener hijos según los médicos, estaba embarazada? ¡Era el clásico giro de guion de cualquier telenovela barata!

Nada tenía sentido. Sin duda, era un error.

- ¡Gatita! ¿Estás bien? ¡Llevas un buen rato ahí dentro! -Deathmask golpeó la puerta con los nudillos, sobresaltándola.

- ¡Sí, sí, perfectamente! ¡Ya salgo! -respondió, mientras escondía la prueba en el cajón del lavabo a toda prisa y giraba la manilla para salir del baño.

- ¿Qué te ocurre, gatita? Llevas unos días más rara de lo habitual -bromeó él, cuando por fin pudo verla.

- Nada importante...

- Sabes lo pesado que puedo ponerme. Cuéntamelo -exigió, bloqueando el umbral con su cuerpo para impedirle la huida.

Kyrene respiró hondo y abrió el cajón. Él tenía razón: insistiría e insistiría hasta obtener una respuesta, así que aquel era un momento tan bueno como cualquier otro para soltarle la bomba.

- Yo... No sé cómo ha podido pasar... Se supone que yo no... No puedo... -intentó explicarse, aturullada, tendiéndole la prueba de embarazo.

- ¿Qué es este palo? -Deathmask arqueó una ceja y cogió la varita- ¡Ah, espera! ¿Has hecho pis aquí? ¡Eso se avisa! ¡Qué asco!

Ella se echó a reír. Deathmask continuaba teniendo el poder de provocarle una sonrisa incluso en los momentos más extraños.

- Death, intento decirte que estoy embarazada... -explicó, sonrojada, fijando los ojos en los suyos.

- ¡Ah, bueno! ¿Y para eso tanto misterio? ¡Pensaba que te ocurría algo grave! -el caballero parecía aliviado.

- ¿En serio no te extraña? ¡Death, se supone que yo no puedo tener hijos!

- A la vista está que eso no es correcto, gatita -comentó él al tiempo que se acercaba para abrazarla-. Me preguntaba cuándo me lo contarías...

- ¿Cómo que...? ¡Pero si acabo de enterarme...!

- ¿En serio? Pues debes de llevar del orden de un mes... -dejó caer él, besándole el pelo.

Kyrene se apartó para mirarle a la cara:

- ¿Perdona? ¿Tú ya lo sabías?

Él se echó a reír, pasándose la mano por la nuca, y le rozó la frente con los labios.

- ¿Llevamos años juntos y aún no te has convencido de que no se me escapa nada?

Ella resopló para apartarse un mechón de cabello de la frente, un tanto molesta, y él se acuclilló, acariciándole el vientre con ambas manos:

- Claro que lo sabía, gatita. Hace semanas que comencé a sentir esta presencia pequeñita dentro de ti, un cosmos incipiente, como un remolino diminuto y luminoso que va creciendo poco a poco en tu interior -apoyó la cabeza sobre el ombligo de la chica y lo besó.

- ¿Y por qué... por qué no me dijiste nada?

- Al principio dudé... Siempre me habías dicho que tú no podías tener bebés... Y cuando estuve seguro, no quería asustarte, pensé que era mejor que lo descubrieses por ti misma para que no pensaras que se me había ido la cabeza del todo...

- ¿Y qué vamos a hacer? -los dedos de Kyrene comenzaron a jugar distraídamente con el cabello de Deathmask, que seguía repartiendo delicados besos sobre su piel.

- Esa decisión es más tuya que mía, pero ya que me preguntas, opino que deberíamos ir eligiendo nombres, y no digas "Angelo", porque no soy tan cabrón.

- Death, pero ¿tú quieres a este bebé? -el tono dubitativo de la pregunta sorprendió al joven, que se incorporó y la rodeó por la cintura.

- ¿Qué pregunta es esa, nena? ¡Estoy que doy saltos de alegría solo de pensar que voy a tener un hijo contigo!

- Pero tú siempre decías que los niños no...

- ¡Yo digo muchas tonterías! Eso solo era para que te sintieses bien. Claro que no necesito niños en mi vida, tú eres todo lo que quiero. Pero, si llegan, ¡bienvenidos sean! ¿Se te ocurre una felicidad mayor?

Kyrene apoyó la cabeza en su pecho y aspiró su reconfortante aroma. La verdad era que no, no se le ocurría nada mejor que convertirse en madre junto al hombre que amaba.

- ¿Y si no somos buenos padres, Death?

- ¿Cómo? ¿Vas a decirme que una ladrona, falsificadora y experta en arma blanca y un traidor deshonrado, psicópata y alcohólico no serían buenos padres?

- ¡Death! ¡Vale ya! ¡Hablo en serio!

- Gatita... no te preocupes. Usaremos el pasado para no repetirlo. Vamos a quererle muchísimo y a hacerlo lo mejor posible. Y cuando nos agobiemos, tendremos once canguros a nuestra disposición para despejarnos un rato e irnos a un concierto. Nuestro bebé no estará solo, como lo estuvimos nosotros.

Las manos de Deathmask la apretaron contra su cuerpo, ayudándola a disipar los miedos y las dudas. Los dos habían recorrido un largo camino hasta llegar a encontrarse, luchando contra sus propios demonios y errores, pero la vida les había dado la oportunidad de recomenzar juntos y ahora les hacía el regalo de un hijo en común. Sonrió, con los ojos todavía cerrados.

- Nacerá en verano, bajo el signo de Cáncer, como tú...

- Vaya, un niño de luna...

- Mi casa llena de lunáticos -sonrió ella-, ¿qué va a ser de mí?

Él la tomó en brazos como si fuese una pluma y la besó.

- No tienes idea de lo feliz que soy ahora mismo, Kyrene.

- Yo... yo también lo soy, Angelo...


A pesar de que la primavera acababa de comenzar en el hemisferio norte, aquella región de Noruega continuaba sepultada bajo los eternos hielos y azotada por inclementes tormentas de nieve que sorprendieron a Kyrene, envuelta en una bufanda que casi le cubría los ojos, desde el momento en que se materializaron a las afueras de la capital de Asgard.

La idea de usar los poderes de Deathmask para viajar aterrorizaba a la joven, dado su estado, pero él había insistido en que, a aquellas alturas del embarazo, el teletransporte resultaba bastante más seguro que el avión y, como era habitual, se había salido con la suya.

Deathmask, con la voluminosa mochila a la espalda, le ofreció la mano para ayudarla a recorrer el camino helado, sin soltarla hasta que estuvieron en la hermosa plaza que él recordaba cálida y llena de tenderetes y comerciantes ofreciendo a voces sus mercancías y que ahora se encontraba vacía, presidida por una estatua del dios Odín a la que el frío había hecho crecer unos curiosos carámbanos en las orejas que sacaron a Kyrene la primera carcajada desde su llegada.

La casa que buscaban no estaba lejos de allí. Deathmask confiaba en encontrarles, pero después de los años transcurridos, no las tenía todas consigo. Con algo de aprensión, llamó a la puerta y esperó durante unos segundos, apretando con fuerza los nudillos de Kyrene para infundirse seguridad hasta que la escuchó proferir un "huy" de dolor.

La puerta se abrió y una chiquilla de cabello castaño les miró con el ceño fruncido. No parecía reconocer a Deathmask, hasta que un chico algo mayor se acercó resueltamente al dintel, colocándose delante de ella con aire protector.

- ¡No queremos comprar nada! ¡Me da igual lo que vendáis!

Deathmask se echó a reír con ganas.

- ¿No me recuerdas, pequeño?

- ¡Yo no soy pequeño...! ¡Espera...! Tú eres... ¿el hombre de la bolsa que olía a...?

- Eh... Sí... Prefiero que me llamen Deathmask, pero sí, soy yo...

- Pero no hueles a...

- ¡Vale, niño, venga! -le cortó, algo avergonzado al oír la risita disimulada de Kyrene-, ¿podemos pasar? Hemos viajado desde Grecia solo para visitaros...

Todavía con cierta reticencia, el muchacho se hizo a un lado para franquearle la entrada y explicó brevemente a sus hermanos quién era el recién llegado, mientras la pareja se deshacía de sus gruesos abrigos y gorros. Uno de ellos depositó unas tazas en la sencilla mesa y la jovencita que les había abierto la puerta en primer lugar se sentó con el menor junto a ella, sonriéndoles. En una mezcla de noruego rudimentario e inglés, Deathmask comenzó a exponer el motivo de su visita al tiempo que uno de ellos les ofrecía té y unas humildes pero aromáticas galletas.

- Me alegra ver que me recordáis. Yo tampoco os he olvidado, chicos. De hecho, pienso en vosotros y en vuestra hermana cada día.

- Helena... -musitó el más joven, con semblante triste.

- Yo... Ella fue muy importante para mí, como también lo fuisteis vosotros -intentando mantenerse distante, abrió su mochila y extrajo de ella algunos libros y bolsas con golosinas que repartió entre ellos a modo de distracción, sonriendo al ver cómo sus rostros se iluminaban-. Vuestra hermana me enseñó la importancia de cuidar a la gente que se quiere y... bueno... gracias a ella dejé de ser un súper capullo y...

Kyrene, que seguía la conversación a duras penas, se desabotonó el cárdigan de lana y se agachó junto a la chimenea, intentando devolver una temperatura normal a sus dedos enrojecidos. La chiquilla, que había estado observándola, se acercó a ella, con los ojos muy abiertos, y apoyó las palmas en su vientre redondeado.

- ¿Vas a tener un bebé?

Deathmask y los chicos se volvieron hacia ellas. Kyrene tenía sus manos sobre las de la niña, que continuaba palpándole la barriga, y las dos se miraban a los ojos.

- Sí, voy a tener un bebé.

- ¿El padre del bebé es Deathmask?

- Lo es, cielo.

- Entonces, ¿estáis casados? -la pregunta del segundo de los hermanos ruborizó al caballero, que negó vigorosamente.

- ¿Casados? ¡No, no, qué va...! Nosotros...

Kyrene se echó a reír y, en ese momento, la niña gritó de gozo:

- ¡Tu bebé! ¡Se mueve!

Los cuatro jóvenes se arremolinaron alrededor de la griega, que se sentó en el suelo para permitir que todos notasen las pataditas. Deathmask contempló la escena, conmovido por la inocente felicidad de los cuatro hermanos.

- ¡Está moviéndose mucho!

- ¿Será que quiere salir ya?

- ¡No seas burro! ¡Aún tiene que crecerle más la tripa!

- Como os decía, gracias a vuestra hermana conocí a Kyrene y quería mostrarle algo más de Helena, de cómo era su vida...

- Pero ¿cuándo va a nacer?

- ¿Os quedaréis unos días, entonces?

- Sí, pediremos una habitación en la posada.

- ¿Hasta que nazca?

- No, tenemos que volver a Grecia...

- ¡Estupendo! ¡Nosotros os enseñaremos todo!

- ¿Habéis traído más regalos?

La muchachita apoyó la mejilla en la barriga de Kyrene y le rodeó la cintura con los brazos; ella le acarició la cabeza, disfrutando de aquel instante de súbita ternura.

- Oigo su corazón... ¿es un niño o una niña?

- No lo sé; preferimos que sea una sorpresa hasta que le veamos...

- Yo me llamo Anja. ¿Cómo se llama tu bebé?

- Si es niño, aún no lo hemos decidido. Si es niña, se llamará Helena.

La pequeña Anja levantó los ojos húmedos hacia ella, con una sonrisa llena de mudo agradecimiento. Deathmask se acercó al grupo, sin decir nada, y tomó la mano de Kyrene, besándole el dorso mientras el agradable calor del fuego templaba su cuerpo y su alma, sorprendido de la forma tan sencilla en que las cosas fluían. Por primera vez, se daba cuenta de que merecía cada uno de los dones con los que había sido bendecido y sabía, sin ningún tipo de duda, que era el indicado para realizar la tarea para la cual le habían designado. Sentía que era digno de luchar por los demás, de ser amado por ellos y de portar la armadura que le había elegido.

Su redención se había completado.

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