6. "La muerte roja"
Criado en el Santuario desde muy joven y habiendo conocido pocos entornos más que aquel hasta que tuvo edad para emprender misiones fuera de la región, Deathmask encontraba reconfortante el espíritu medieval que, todavía en aquellos días, impregnaba la pequeña villa de Rodorio. Sus habitantes, protegidos por el Santuario y fieles devotos de Atenea, eran una rareza en el mundo moderno y se mantenían, por su propia voluntad y gracias al aislamiento geográfico de la zona, ajenos a la vorágine de tecnología e individualismo que abrumaba al caballero siempre que tenía que viajar.
Lo cierto era que, en muchos aspectos, Rodorio parecía haberse quedado atrapado en algún punto de siglos anteriores, sin wifi ni teléfonos móviles, sin telecomunicaciones o buenas carreteras, y precisamente por eso era un lugar seguro para los caballeros de Atenea y el Patriarca, que, a cambio de la colaboración económica de los ciudadanos para su manutención, ejercían las funciones de policía, juez y árbitro de litigios en una suerte de sistema casi feudal, con el beneplácito del gobierno griego, que no se inmiscuía en los asuntos de la pequeña aldea salvo casos de fuerza mayor.
https://youtu.be/EJ6beKeIFdY
El caballero de Cáncer paseaba aquella mañana por el mercado del pueblo, adonde había llegado en busca de un puesto en concreto: el de películas de segunda mano. No era una afición de la que hablase demasiado, pero durante sus misiones por Europa había conseguido un modesto televisor y un reproductor de VHS y, cuando no pasaba la noche montando guardia o cabreando a alguien, solía encerrarse en su templo a ver cintas clásicas, sobre todo de sus compatriotas Fellini y Visconti, acompañado en ocasiones por algunos de sus compañeros de armas. El problema era que el tipo que le conseguía las películas pasaba poco por la aldea, dado que el cine no era un espectáculo apreciado por los rodorienses, y eso obligaba a Deathmask a bajar cada vez que había mercado para intentar localizarle.
Aquel día había tenido suerte, pensó mientras caminaba entre los tenderetes que ocupaban ambos lados de la avenida principal del pueblo hasta convertirla en una estrecha callejuela, así que ya podía volverse a casa. Se disponía a emprender el camino hacia el Santuario, con el par de películas adquiridas en la mano, cuando distinguió entre los paseantes la silueta de la camarera... Tenía que ser ella, ese trasero enfundado en vaqueros desgastados era absolutamente inconfundible.
Kyrene, con el cabello suelto y una sencilla camiseta de rayas rojas y negras, escuchaba la charla del frutero, que le iba pesando y envolviendo los encargos a la vez que la ponía al día de las últimas novedades acaecidas en el pueblo. Sonreía y acariciaba la cabeza del pastor alemán que la acompañaba, un animal de pelaje negro y aspecto tranquilo que meneaba el rabo con cada mimo que recibía. Aquella chica lucía mejor al aire libre que bajo la amarillenta luz de la taberna, se dijo Deathmask a sí mismo, mientras se le acercaba por detrás para saludarla a su peculiar manera, cuchicheando por encima de su hombro:
- ¿Qué pócima vas a preparar con esos ingredientes, bruja?
Ella le miró, con cierta sorpresa reflejada en la cara, y se la devolvió:
- Vaya, ¿han vuelto a dejarse abierto el manicomio? -ambos se echaron a reír sin aspereza.
- Deja que te ayude con las bolsas, anda -se ofreció él, tras coger un par de fresas con el beneplácito del tendero, que guardó rápidamente las monedas que Kyrene le ofrecía.
- No hace falta -respondió ella, cargando una en cada mano, calle abajo-, puedo sola.
- Sé que puedes, pero es mi manera de desagraviarte por ser un capullo contigo cada noche. Te acompaño.
- También podrías intentar no ser un capullo cada noche... -tras un breve forcejeo, accedió a cambiarle los bultos por las películas y les echó un somero vistazo- Oh, ¿"Il Gattopardo"? No sabía que te gustase el cine...
- Soy un hombre de cultura, gatita -explicó él, caminando junto a ella, con la boca llena de fresas-, un caballero renacentista.
- Caballero de día y capullo de noche, una mezcla interesante... Bueno, yo he terminado lo que venía a hacer, ¿me devuelves las bolsas? Quiero llegar pronto a casa.
- Al contrario, te las llevo hasta allí. ¿Dónde es?
- Bastará con que las dejes en la taberna -respondió ella.
- Ah, entonces vives en el ático de Giorgos... A lo mejor podrías invitarme a ver juntos una película alguna tarde... -comentó él de pasada mientras dejaban atrás el mercado.
- ¿Antes o después de que te de tu zurra diaria, sin la cual no puedes vivir?
- ...o quizá preferirías directamente pegarte un buen revolcón conmigo... -le guiñó el ojo.
- ¿"Bueno" y "contigo" en la misma frase? Imposible, pero gracias por el paseo y por las proposiciones absurdas. Ahí está la taberna. Pásate esta noche y te invito a una.
- ¿Eso es una cita, gatita?
- Es un cese temporal de las hostilidades. Ya te lo dije, estoy aburrida de arrearte.
Aquella noche de sábado, Deathmask bajó, sin compañía, a la taberna para reclamar lo que Kyrene le había prometido. Franqueó la puerta y se acercó a la barra, tras la cual ella preparaba las órdenes que sus camareros le traían.
- Gatita, buenas noches.
- Hola, capullo -sonrió ella.
- Hidrátame, anda.
La chica mezcló diferentes bebidas en una copa alta cuyo borde decoró con una jugosa fresa y se la ofreció.
- ¿Y esta novedad? Parece más bien algo que pediría Dita... -especuló él, mirando el color rojo del líquido resultante.
- Pruébalo.
No sin cierta reticencia, Deathmask dio un trago, saboreando la peculiar combinación que Kyrene había confeccionado para él.
- ¡Joder! ¡Esto lleva ron y vodka como para tumbar a un caballo...! -bromeó- ¿Está envenenado, gatita? ¿Quieres matarme?
- Era mi primera idea, pero tú has sido amable conmigo hoy y he pensado que yo también podría intentarlo.
- Oye, pues sabe bien...
- Me alegra que te guste, se me ocurrió esta mañana al verte comer fresas... Lo llamo "la muerte roja" -explicó ella, de brazos cruzados sobre el mostrador, haciendo inconscientemente que sus pechos destacasen en la pobre iluminación del local.
- Ah, o sea, que ahora soy tu inspiración... ¿Qué lleva?
- Una bruja no revela los ingredientes de sus pociones, pero aparte de lo que has mencionado, lleva zumo de fresa y de frambuesa...
- ¿Y para qué sirve esto? -inquirió él, señalando la fruta que coronaba el borde de la copa.
Kyrene se encogió de hombros y se la llevó a los labios con una mueca pícara.
- ¡Ladrona, esa fresa me pertenece! -susurró Deathmask, aproximándose con intención de arrebatársela de un mordisco, pero ella, más rápida, cerró la boca y se marchó a preparar comandas, riendo entre dientes- Esto no quedará así... -masculló, apurando el trago con una sonrisa perversa.
- Gatita, ¿por qué siempre vas armada?
La pregunta, formulada por Deathmask en tono casual en el momento en que ella se alejaba para atender a otro cliente después de haberle servido a él su segunda "muerte roja", la había dejado petrificada durante una fracción de segundo, lapso más que suficiente para que él advirtiese que había tocado un tema delicado.
- ¿Gatita...?
La chica ignoró al caballero y preparó las bebidas del resto de personas sentadas junto a la barra antes de acercarse de nuevo, mirando a su alrededor como si tuviese miedo de que pudieran escucharles en medio del barullo.
- No sé de qué me estás hablando -su piel, clara de por sí, parecía de repente aún más blanca bajo la luz mortecina de las lámparas.
- Que los caballeros de Atenea luchemos sin armas no me impide reconocer un cuchillo cuando lo veo -insistió él, en voz baja. Señaló con la cabeza las caderas de Kyrene-. Llevas uno en cada pierna, camuflados en falsas costuras, y el colgante que usas algunas noches es un pequeño puño para defensa.
Kyrene sonrió, en un intento de disimular su turbación.
- Solo es... para sentirme segura. Vivo sola y, como habrás notado, trabajo rodeada de borrachos idiotas que pueden llegar a ponerse muy pesados...
- Ninguno de estos se atrevería ni a toserte y Rodorio es el pueblo más seguro de toda Grecia. ¿Qué ocultas? -ladeó la cabeza, con una ceja levantada, y mordió la fresa de su bebida, lamiéndose el jugo de los labios a continuación con la calma propia de quien estuviese preguntando qué hora era.
- ¡No oculto nada! ¿Por qué dices eso? Simplemente, quiero tener opciones si un día alguien se pasa de la raya...
- Gatita, llevamos semanas discutiendo a golpes y puedo afirmar que tu técnica de lucha no es la de alguien que solo quiere "sentirse segura" -entrecomilló sus palabras con los dedos para enfatizarlas.
- Me crie en un barrio peligroso -Kyrene desvió la cara. Sus puños, apoyados en la barra, estaban tan apretados que sus nudillos habían palidecido.
- ¿Un barrio peligroso? ¡Eso no cuela conmigo! ¿Eres una espía? ¿Una cazarrecompensas retirada? No, eres demasiado joven para retirarte... Hum... ¿Programa de protección de testigos? -presionó Deathmask, intrigado.
- ¿Y qué más te da? Por lo que a ti respecta, soy una camarera en "el pueblo más seguro de toda Grecia"... -replicó ella, imitando el gesto de él antes de dar media vuelta en dirección al almacén para zanjar de una vez la incómoda conversación.
Deathmask la observó alejarse, mientras degustaba la media fresa restante. No estaba siendo sincera con él, pero aquella actitud, lejos de molestarle, espoleaba aún más su curiosidad: al fin y al cabo, Rodorio no era el primer lugar que una chica normal de veintipocos años escogería para vivir, a menos que tuviese razones muy poderosas para hacerlo. Y él estaba dispuesto a averiguarlas.
"Las lectoras que dejan comentarios y estrellas se vuelven mucho más bellas".
Hoy ando poética. Gracias por seguir esta historia, de verdad valoro que me acompañéis capítulo a capítulo. El próximo se titula "Es mi gatita y me adora". Os dejo un pequeño spoiler para que os hagáis una idea de lo que vendrá:
"Con un suspiro, sujetó la cara de Deathmask y se aproximó despacio, hasta que sus labios hicieron contacto..."
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