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40. Esta es por Kyrene (FIN)


Todo sucedió en milésimas de segundo: Deathmask empujó abruptamente a Enzo y elevó su cosmos, en un intento de enviar a Kyrene fuera de allí, pero su compatriota le atacó, arrojándole contra el suelo y evitando que consumara su acción.

- ¡Inversión de la energía vital! -exclamó, elevando la palma hacia él como había hecho antes con la chica.

- ¡Marasmo de desesperación! -gritó el otro sujeto, al tiempo que de su cuerpo comenzaban a emanar ondas que intentaban envolver las extremidades de Deathmask.

- ¡Ja! ¿Esas son vuestras técnicas más poderosas? -con la mano derecha levantada, gritó- ¡Ondas infernales!

Los haces de luz que surgían de los caballeros impedían percibir cada acción con claridad, así que Keelan y Kyrene se quedaron en silencio, intentando asimilar lo que acababa de ocurrir ante sus ojos: Deathmask había desaparecido por completo y los cuerpos de los otros dos estaban tirados en el suelo, como muertos.

- Dios mío, es un poder inconmensurable... -murmuró Keelan, en shock.

Kyrene tampoco comprendía dónde había ido Deathmask ni en qué consistían los ataques que había lanzado cada uno de los hombres, pero no tenía la más mínima intención de quedarse a solas con Keelan estando desarmada, así que aprovechó su distracción para, forzando los brazos al máximo, alcanzar la navaja que él había dejado descuidada, confiado en las ataduras que la inmovilizaban. Con sigilo y reprimiendo un sollozo de dolor por haber abusado de la articulación, volvió a su posición anterior, buscando la manera de cortar la cuerda sin perder un dedo en el proceso, mientras él se acercaba a los renegados para tomarles el pulso.

- Parecen... muertos -se volvió hacia ella, que se enderezó con rapidez, como si no se hubiese movido en ningún momento-. ¿Qué haces, zorra? -se aproximó con cautela, desconfiado.

- ¿Qué dices, viejo de mierda?

- Digo que no se te ocurra volver a contestarme en ese tono...

- ¡Mataste a Martha y a Bull, cabrón! ¿Crees que no me lo cobraré? -gritó, sin dejar de manipular la navaja a su espalda.

- Oh, ¿vas a vengar a tu mamaíta y tu chucho? ¡Qué miedo me das! -se mofó él, sacando una pistola del bolsillo interior de su americana.

Mierda. Era evidente que Keelan no saldría de su zona segura sin tomar precauciones. Necesitaba desatarse y mantener la calma hasta que él cometiese un error que le diese una oportunidad de tomarse la revancha y escapar. Frotó la navaja contra la soga como si fuese una sierra, sonriendo en su interior al sentir cómo las ligaduras se aflojaban poco a poco. Solo había que entretenerle unos segundos más...

- Estás perdido, Deathmask ha liquidado a tus esbirros en un instante y el siguiente eres tú...

- ¿En serio crees que volverá por ti? ¡Pero si ha desaparecido después de cargarse a mis aliados! Sé realista: estás sola y acabada -se aproximó, amenazándola con el cañón del arma-. Porque no le importas a nadie, puta. Podría matarte ahora mismo y nadie vendría a ayudarte... De hecho, quizá lo haga...


Yomotsu, tan lúgubre y angustioso como siempre, continuaba recibiendo las almas de los recién finados, que se encaminaban lentamente hacia el pozo para despedirse por siempre de su andadura mortal; aquel erial había sido durante muchos años el lugar preferido de Deathmask, el único donde se sentía tranquilo y libre de sus recuerdos, pero ahora sería el escenario de una batalla contra su propio pasado.

- ¿Yomotsu, en serio? ¿Piensas matarnos? -sonrió Enzo al aparecer junto a la colina, haciendo crujir los nudillos.

- Por supuesto.

- No creo que estés en disposición de enfrentarte a dos de nosotros, "Máscara" -intervino el tercer hombre.

Deathmask se giró al escuchar su antiguo apelativo de labios de aquel individuo, sorprendido de que lo conociese.

- ¿Y puedo saber quién eres tú?

- Hace muchos años que no coincidíamos... Quizá verme la cara te refresque la memoria -dijo, a la vez que se deshacía del casco para mostrarle su rostro.

No podía ser. El paso del tiempo había convertido a aquel chiquillo en un adulto de gesto amargo, pero las facciones seguían siendo similares: por mucho que le costase creerlo, ese hombre era Salvatore, el niño que había desertado del entrenamiento en Sicilia veinte años antes.

- ¿Qué haces aquí?

- Digamos que la vida de un desertor no es fácil; me reencontré con Enzo después de que te marchases a Grecia y me enseñó cómo seguir desarrollando mis facultades. Luego ganamos algo de dinero colaborando con ciertos colectivos y decidimos vengarnos de ti en cuanto se presentase la ocasión.

- Salvatore me ha ayudado a llamar tu atención y la del Santuario, preparando unas preciosas torturas para los objetivos de esas bandas...

- Ya veo: o sea, que sois dos fracasados resentidos que me culpan a mí de no haber tenido las pelotas necesarias para conseguir esto -señaló el rutilante peto que le cubría el torso- y habéis cometido el error de tocar a Kyrene. ¡Ahora lo pagaréis! ¡Tortura del averno!

Salvatore, que había comenzado a acercarse al caballero con rapidez, quedó paralizado de repente al recibir de lleno su ataque: de la tierra sobre la que se hallaba, brotó un haz de frías llamas azuladas que se enroscó en sus piernas, impidiéndole el avance y subiendo hasta alcanzar su pecho.

- ¿Qué...? ¿Qué me has hecho, condenado?

Deathmask se echó a reír:

- ¿Sorprendido? Es el fuego infernal: frío al tacto, pero te abrasa por dentro, poco a poco. Cuanto más te resistas, más violentamente te devorará... ¡Perecerás a menos que te rindas!

- ¡No pienso hacer tal cosa!

- En ese caso, no me dejas más opción.

A un gesto suyo, las llamas se intensificaron, lamiendo los brazos y el cuello de su oponente, que comenzó a proferir unos alaridos tan horribles que habrían podido helar la sangre a cualquiera menos habituado a tratar con la muerte. Deathmask, imperturbable, se volvió hacia Enzo, que los observaba sin bajar la guardia:

- Ahora tú, ¡lánzame tu mejor ataque!

El renegado no necesitó que se lo repitiese: se precipitó contra él, dispuesto a asestarle una patada, pero la mano del de Cáncer le bloqueó, haciéndole caer.

- ¡Malnacido! - gritó, asiéndole por el cuello y elevándose con él hasta que los pies de ambos perdieron el contacto el suelo - ¡Vendiste a la mujer que amo y vas a pagar por ello!

- ¡Torbellino de muerte! -Enzo usó ambas manos para enviar su onda a bocajarro a Deathmask, que se vio obligado a soltarle y aterrizar para esquivarla.

- ¿Crees que tus ataques pueden dañarme estando en mi terreno? ¡Imbécil! -vociferó, impulsándose de nuevo hacia él con el golpe preparado.

El combate se convirtió en una lucha cuerpo a cuerpo entre ambos adversarios, que se lanzaban patadas y puñetazos cargados con toda la fuerza de sus cosmos, a tal velocidad que nadie que no hubiese recibido entrenamiento a su nivel podría distinguir sus movimientos. Progresivamente, la contienda fue desplazándose hacia el pozo de Yomotsu, por el cual las almas se dejaban caer para afrontar su fin, haciendo que los contrincantes se detuviesen durante un instante.

- "Máscara", me va a encantar arrojarte por este abismo y que mueras sabiendo que tu chica sufre en manos de Keelan... -se burló Enzo, en un intento de desconcentrar a su oponente provocando su ira.

- ¡Si piensas que vas a vencerme, es que ese casco te aprieta demasiado, amigo!

Enzo no contestó. Con una mueca burlona, le lanzó un ataque al hombro, que Deathmask esquivó agachándose para desequilibrarle y aferrándolo por la cintura con las dos manos, pero el otro imitó su postura, dando lugar a un forcejeo que los llevó al borde mismo del siniestro agujero. El pie izquierdo del caballero provocó la caída de algunas piedras al resbalar sobre el perímetro del pozo y su oponente rio en voz queda, juzgándose ya el vencedor inapelable.

- ¡Asúmelo, "Máscara"! ¡No puedes ayudarla! ¡Es mejor que te mueras de una vez...!

- Definitivamente... ¡ese casco... te queda pequeño! ¡Agarre tenaza!

Deathmask soltó a Enzo por sorpresa y concentró todo su cosmos en el brazo derecho, rodeándole el cuello con tal fuerza que un par de vértebras crujieron.

- Ah, amigo... Este ruido es música para mis oídos... -le susurró mientras se dejaba caer de espaldas al suelo y le incrustaba la rodilla en el vientre para volcarle con una voltereta.

- ¡Mierda! ¿Esto es todo lo que tienes?

Con la celeridad adquirida a base de años de práctica, el caballero se incorporó, sonriendo al descubrir la escasa distancia que separaba el cuerpo de su contrincante del pozo.

- No, no es todo... Esta es por Kyrene... -le propinó una feroz patada en el costado que le resquebrajó el peto- Esta también es por Kyrene... ¡Y esta, y esta otra...! -los golpes se sucedían en un endiablado crescendo de velocidad y energía que impedía al otro contratacar, dejando su armadura cada vez más maltrecha- ¡Y esta es por mí... por dedicarte a joderme cuando éramos niños!

El puntapié final fue tan contundente que Enzo rodó y habría caído directo al agujero si no hubiese tenido la suerte de asirse al borde en el último momento. Otra breve cascada de piedrecillas se desplomó pared abajo mientras pugnaba por elevarse de nuevo.

- No lo intentes, Enzo. No voy a dejar que salgas.

- ¡Vamos, "Máscara", ayúdame a subir y terminemos con esto como caballeros! -aún conservaba en su voz la soberbia que lo había caracterizado siempre, pensó Deathmask.

- No. Esto ya ha terminado: has perdido. No puedes más; caerás por ti mismo, sin necesidad de que yo te aseste otro golpe.

Lleno de frialdad, dio media vuelta para regresar al bosque, oyendo cómo Enzo gritaba al precipitarse por el pozo y pasando por encima del alma consumida de Salvatore, sobre cuya armadura danzaba aún un puñado de llamas azuladas. Cerró los ojos, un tanto desconcertado por la marcha de los que un día habían sido sus compañeros, y apoyó la frente en las manos, negando con la cabeza. Todo aquello resultaba demasiado perturbador, demasiado...

El sonido resonó en sus oídos y le sacó de su fugaz introspección justo en el momento en que iniciaba el proceso de vuelta. Inconfundible, seco, atronador: un disparo.

https://youtu.be/aMasRegEUjc

Deathmask se materializó en el claro y observó, sin querer creerlo, la imagen que tenía ante sí: el vientre de Kyrene, abatida en el suelo, sangraba a borbotones, y Keelan empuñaba el arma, aún humeante, con una sonrisa de satisfacción en el rostro. A juzgar por la navaja que la chica sostenía en su palma temblorosa, debía de haberse producido un exiguo forcejeo entre ambos en el cual ella había salido perdedora. El caballero sintió cómo su cosmos comenzaba a hervir a su alrededor con una fuerza arrolladora prácticamente imposible de apaciguar, que solo había experimentado en una ocasión. Con voz gutural, se dirigió al hombre, intentando reprimir su deseo de asesinarle en aquel mismo instante del modo más cruel posible:

- Acabas de firmar tu sentencia de muerte, Keelan.

- ¡Espera, Deathmask...! -aterrorizado por la mueca sádica que se dibujaba en la cara del joven, dejó caer la pistola y comenzó a retroceder, suplicando por su vida con los brazos en alto- No sabía que ella te importase tanto... No era más que una zorra... Hay muchas como ella... ¡Te conseguiré una mejor! ¡Todas las que quieras!

- No entiendes nada... -su voz pasó de un grave susurro a un grito ensordecedor- ¡Viejo estúpido! ¡Me has arrebatado lo único que me separaba de la locura absoluta!

Le sostuvo la cara con ambas manos, mirándole con un siniestro brillo rojizo en los ojos y escupiendo cada palabra con desesperación:

- Yo la amo, Keelan... Y un hombre enamorado es peligroso...

Sonrió una vez más con aquella expresión demente y, de un giro preciso, le rompió el cuello, dejando caer su cuerpo inerte con desprecio.

- Saluda a la muerte de mi parte, maldito.

Aquella alimaña no merecía que le dedicase ni un segundo más de su tiempo; las normas de la misión ya no tenían validez para él; las bajas civiles le eran indiferentes. Si alguna vez había estado cerca de redimirse, ahora tenía claro que no lo lograría ni quería intentarlo: no, ahora que Kyrene jadeaba moribunda en el claro del bosque.

Enseguida se acercó a la chica y la tomó entre los brazos para apoyarla en el tronco de un árbol. Ella respiró débilmente, con una mano sobre la herida y los labios apretados en una mueca de dolor.

- ¡Kyrene...! Vas a ponerte bien. Te llevaré al médico del Santuario... -arrodillado junto a ella, se quitó la capa con rapidez y la usó para intentar contener la hemorragia, presionándola contra aquel cuerpo que, de repente, le parecía aún más liviano que de costumbre.

Ella hizo un gesto negativo con la cabeza, consciente del poco tiempo que le quedaba:

- No, Angelo... esta vez no... me muero... Pero prométeme que te buscarás... otra chica... Dicen que a la tercera va la vencida -bromeó, con una tenue sonrisa.

- ¡Deja de decir tonterías! ¡No quiero otra! Te quiero a ti, gatita.

Kyrene tosió, escupiendo sangre de un tono rojo oscuro, y tomó la palma del caballero para situarla sobre su propio corazón.

- Esto... esto no significa nada -murmuró, en referencia a su latido, con un hilo de voz que se diluía cada vez más-: aunque se detenga, seguiré enamorada de ti, siempre... dondequiera que esté. Tú eres el amor de mi vida...

- No, gatita... te necesito... -le limpió la boca con el extremo de la capa, consciente del amargo e ineludible desenlace que se acercaba segundo a segundo, dado que la herida era necesariamente mortal.

- ¿Quieres que le diga algo a Helena... de tu parte? Suponiendo... que termine en un buen sitio como ella...

- Dale las gracias, ella lo entenderá. Cuídala. Y esperadme.

- ¿Ya estás... planeando un trío en el más allá? -intentó reír, pero volvió a expulsar una bocanada de sangre que se derramó sobre la capa y las manos de ambos.

Deathmask apretó más la tela contra el vientre de Kyrene, notando cómo la vida se le escapaba con cada respiración sin que él pudiese hacer nada por evitarlo. No podía creer que fuese a perder de nuevo a la mujer que amaba. Negó con la cabeza y, dejando que las lágrimas resbalasen por su rostro y que su alma se embebiese una vez más de aquella mezcla, por desgracia familiar, de dolor y cólera que le había acompañado durante gran parte de su existencia, extendió la mano para acomodarle un mechón de cabello y le acarició la cara.

- Te quiero, Kyrene. No te vayas, por favor. No estoy preparado para vivir sin ti.

- Yo también te quiero, Angelo...

Kyrene sonrió y le miró con una expresión serena en sus grandes ojos del color de la hierba. Todo gesto de angustia o agonía había desaparecido de su rostro: daba la sensación de que acababa de desprenderse de una pesada carga. Susurró algo que él no alcanzó a entender y, lentamente, cerró los párpados, como vencida por el sueño.

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