4. Hechos para colisionar
Era evidente; Deathmask y Kyrene estaban hechos para colisionar entre sí, o al menos esa era la conclusión que extraía Afrodita cada vez que les veía interaccionar: daba igual lo bien que comenzase la noche, porque, en algún momento, Deathmask comenzaría a soltar una impertinencia tras otra hasta que ella, desesperada, sacase a pasear la escoba. El de Cáncer se divertía provocando a la camarera, que había probado varias estrategias, sin ningún tipo de éxito: aquel tipo irritante tenía que salirse con la suya y de nada servía ignorarle, contestarle ni apalearle.
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El resto de clientes de la taberna parecía tenerlo claro también y, a espaldas de Kyrene, que lo había prohibido expresamente, en las últimas semanas se habían organizado diferentes tipos de apuestas: estaban los cautos, que jugaban a adivinar a qué hora Deathmask conseguiría ponerla de los nervios; los aventureros, cuya preocupación era el número de golpes que él encajaría antes de huir entre carcajadas; los temerarios, que se harían ricos si algún día él le arrebataba el arma y la zurraba a su vez, y los dementes, que apostaban a que el caballero la besaría en mitad del local hasta dejarla semiinconsciente.
En la práctica, los dos primeros grupos de jugadores eran los que, cada noche, gritaban como orates al quedar confirmados o revocados sus pronósticos, ante la resignación de Kyrene, que veía con estupor cómo su local se convertía en una especie de asilo para chalados que se transmutaban en hooligans poseídos e iban haciendo circular una gorra mugrienta llena de billetes.
Aquella noche, estaba esforzándose en pasar de Deathmask, que había decidido atacarla con bolitas de papel mientras ella ordenaba la barra. Sin embargo, el italiano, realmente concienzudo en su tarea, lanzaba los proyectiles con la precisión y velocidad de un misil, consiguiendo mermarle la paciencia hasta niveles críticos.
- ¡Joder, Death, déjame vivir! -pidió, cortando rodajas de limón- Llevas horas encima de mí...
- Me encantaría que tú te pusieras encima, gatita...
Logró engancharle tres pelotas seguidas en la melena y celebró el combo con los brazos en alto como un jugador de fútbol al tiempo que ella se le acercaba, especialmente favorecida con unos pantalones encerados y top de rejilla, todo en color negro, como era usual. Apoyada en la barra, susurró en tono angelical:
- Por favor, Deathmask de Cáncer, caballero de oro de Atenea, guardián de la cuarta casa, ¿podrías dejar de ser un plasta insufrible, solo por esta noche?
- La verdad es que no me apetece lo más mínimo, pero si me lo pides así de sumisa, me cuesta negártelo...
- ¿Te sentarás aquí, tranquilo, a jugar en silencio? -le rozó la punta de la nariz con el dedo a la vez que posaba en él sus hermosos ojos verdes.
- Depende... ¿Qué harás tú por mí?
- Fingiré que no me doy cuenta de cómo me estás mirando las tetas y te dejaré disfrutar del paisaje -respondió ella, con naturalidad, inclinándose más sobre el mostrador.
La sonrisa lobuna de Deathmask mostraba que le importaba más bien poco quedar en evidencia.
- Tienes pinta de ser de las que gritan... -murmuró con voz grave y los labios casi pegados al oído de la chica.
- Tienes pinta de dar gatillazo -replicó ella, imitando su tono seductor.
- Deja que te demuestre mis habilidades, gatita. Te garantizo que pedirás bises.
- Prefiero meterme palillos bajo las uñas -se giró para volver a sus tareas, pero él la hizo detenerse al tomarla de la mano-. ¿Qué haces...? ¡Suéltame! No sé qué intentas, pero no lo vas a conseguir...
- Noto que te gusto... No puedes ocultarlo ni luchar contra ello.
- Ah, ¿sí? ¿Y en qué lo notas?
- En el modo en que te alejas de mí, como si tuvieses miedo de tus propias reacciones -le acarició los dedos con el pulgar y ella no pudo evitar fijar los ojos en sus labios húmedos, listos para besarla.
- Cállate, Deadpool -improvisó, tirando para soltarse.
- ¿Deadpool? ¡No me parezco a él en nada...!
- Sí te pareces: él tiene cáncer y tú eres un cáncer. ¡Y sois igual de feos! -le espetó, al tiempo que se liberaba de su agarre.
- ¿Feo, yo? ¡Soy irresistible! ¡Vendrás suplicando!
- Death, márchate, solo quedas tú y es hora de cerrar.
- Un ratito más... -su voz sonaba adormilada.
- Que te marches ya, estoy cansada.
Deathmask sonrió, apoyó la cabeza sobre los brazos y comenzó a roncar sonoramente, ignorando a la chica por completo.
- ¡Death! ¡Espabílate! ¡Quiero irme a la cama! -gritó, aporreando la barra junto a él.
- ¿Y qué te lo impide? -él entreabrió los ojos y bostezó sin molestarse en cubrirse la boca.
- ¡Me lo impides tú, vete a casa ya!
- Eres una pesada, gatita. Adelántate y ve desnudándote... yo iré enseguida a meterte lo tuyo.
- En serio, ¿te ha funcionado esta estrategia alguna vez?
- No lo sé; por lo general, con una sonrisa suelen caer rendidas...
Kyrene suspiró y terminó de ordenar las sillas, dándole la espalda. Aguantar a aquel hombre debía de ser su castigo por haber cometido algún horrible crimen en vidas anteriores. La enésima pelota de papel aterrizó en lo alto de su cabeza, colmando su aguante.
- ¡Joder! ¿Otra vez con las bolitas? ¡Para ya, o....!
- ¿O qué? ¿Me pegarás con esto? -Deathmask estiró el brazo y enarboló la escoba con aire triunfal, orgulloso de sí mismo.
Kyrene se volvió hacia él y puso los ojos en blanco:
- ¡Dios, eres insoportable!
- ¿Qué vas a hacer ahora que estás desarmada, bruja? ¿Eh? -se ufanó, haciendo girar la escoba como si fuese un ninja.
- ¡No, Death, la pregunta es qué vas a hacer tú! -respondió ella, hastiada de la situación y dando media vuelta en dirección al almacén- Ahí te quedas, me voy a la cama.
- ¡Eh! ¡Gatita! ¿No vamos a pelear hoy?
- Paso.
Deathmask corrió hasta interponerse entre ella y la salida:
- Oye, oye... ¿Es que ya no quieres jugar conmigo?
- Para ti todo es un juego. Déjame pasar, estoy harta de esto. ¡Llevamos semanas así!
- Pensé que nos divertíamos juntos... -replicó él, extrañado.
Kyrene le apoyó la palma en el pecho para pedirle paso. Deathmask se sobresaltó ligeramente ante el cálido contacto de aquella mano menuda, pero no podía ignorar la expresión de agotamiento de su rostro.
- Quédate, si quieres, y sírvete la última. No te olvides de atrancar la puerta exterior cuando te vayas.
Él se apartó lo justo para permitirle salir, confuso, y ella desapareció en el almacén, corriendo la pesada cortina tras de sí.
Gracias por llegar hasta el final de esta entrega; por favor, si te ha gustado no olvides dejarme una estrellita y tantos comentarios como quieras; los leo todos (salvo que Wattpad decida no notificármelos) y siempre respondo. Me encanta conocer tu opinión acerca de mi historia.
Parece que Deathmask tiene claro lo que quiere que suceda a continuación, pero ¿está dispuesta Kyrene a dejar que haga algo más que mirarla mientras sirve copas? ¿O será parte de una estrategia del cangrejo para dejar de recibir escobazos cada noche y que le perdone la deuda? En el próximo capítulo, titulado "¿A quién llamas tramposo?", veremos qué ocurre cuando Deathmask siente que podrían estar pisándole el terreno.
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