12. Kyrene, la matona
Nota de la autora: este capítulo contiene violencia explícita y bastante lenguaje malsonante. Es necesario para el desarrollo de la historia, pero si te resulta incómodo, simplemente sáltatelo y espera a la siguiente entrega. La decisión es tuya.
Aún faltaban veinte minutos para la hora de apertura al público de la taberna, comprobó Kyrene en el reloj de pared, abrochándose los vaqueros. Acababa de anochecer, las primeras estrellas comenzaban a brillar tímidamente por encima de las casas de Rodorio y estaba terminando de ponerse la camiseta, cuando escuchó el ruido de unos nudillos golpeando la puerta principal y, dando por hecho que sería Ioannis, el camarero que solía llegar más temprano, fue a abrir.
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Sin embargo, no le hizo falta preguntar nada para comprender el tremendo error que había cometido bajando desarmada, porque aquella mole humana de casi dos metros, que el ancho del dintel apenas conseguía enmarcar, sonrió de manera espeluznante mientras cerraba la puerta de un golpe y se abalanzaba sobre ella, con tal velocidad que le costó esquivarle.
- ¡Pequeña cucaracha, estabas bien escondida! -bramó entre carcajadas, con una voz semejante a un trueno que la hizo temblar.
¿Qué coño era aquello? ¿De dónde salía ese tipo, después de tanto tiempo? Con el corazón latiendo a un ritmo insano, Kyrene retrocedió, tratando de calibrar sus posibilidades: aquel mastodonte pesaba el doble que ella y le sacaba dos cabezas; sin sus cuchillos, solo podía encomendarse a su agilidad. Su única opción de supervivencia pasaba por mantenerse tan alejada de él como le fuese posible hasta herirle y después retirarse: ataque y huida. Se protegió con los brazos levantados frente al cuerpo en una postura defensiva, a la vez que él avanzaba de nuevo.
- No te hagas la difícil, sabes que tengo que entregarte con vida -dijo el gigante, siguiendo el círculo que ella trazaba con sus movimientos.
Kyrene oteó la barra con el rabillo del ojo, desplazándose con cautela. Si conseguía acercarse lo suficiente, podría usarla como parapeto, pero antes de que pudiese poner en práctica su idea, el hombre captó sus intenciones y la agarró por el cuello con la mano derecha, apretando sin piedad. ¡Mierda! Como no espabilase, estaba bien jodida... Tan rápido como pudo, dio un paso atrás y le sujetó la muñeca con su derecha, girándola fuertemente a la vez que con el antebrazo izquierdo le presionaba el codo en sentido contrario a la articulación, para hacerle caer al suelo. El cuerpo del gigante golpeó con un ruido sordo la gastada madera mientras ella le rotaba el brazo en un ángulo antinatural y le atizaba varias patadas en la mandíbula.
- ¡Puta! -el hombre ya no se reía.
Extendió un brazo para atraparla, pero la chica se escabulló y saltó la barra, escondiéndose detrás. Desesperada, rebuscó a toda prisa en un cajón hasta encontrar un cuchillo cualquiera, a la vez que él cruzaba el salón en décimas de segundo y se asomaba tras la encimera.
- ¡Sal de ahí! - la obligó a enderezarse, agarrándola por el pelo con una mano y por la cinturilla del vaquero con la otra, y la lanzó contra las mesas.
Kyrene golpeó una de ellas con la espalda, aterrizó en el suelo sobre su costado izquierdo y se quedó sin resuello a causa del impacto. Menuda bestia parda habían enviado esta vez, pensó, pero al menos ahora tenía algo con lo que defenderse y la vieja directriz de entregarla viva seguía en vigor, lo cual era una ventaja... Se incorporó tan rápido como su deficiente respiración le permitía, blandiendo el cuchillo, y le increpó:
- ¡Maldito orangután! ¡No vuelvas a tocarme!
El hombre la miró con condescendencia y se echó a reír de nuevo, masajeándose el hombro:
- ¿Pero tú te has visto, enana? ¡Te voy a llevar viva, pero sin dientes! ¡Ven aquí!
Se acercó a zancadas. Kyrene apoyó la mano en el suelo para impulsarse con más fuerza y corrió hacia él, agazapada, consiguiendo driblarle y girarse con el ángulo justo para hundirle el cuchillo de lado a lado en la cara posterior de la rodilla. Aunque falló en su objetivo de alcanzar la arteria poplítea, la pierna comenzó a sangrar profusamente y el tipo profirió un alarido horrísono, trastabillando. Ella, fiel a su estrategia de poner distancia y observar, se alejó, contenta con el resultado de su ataque.
- ¿Serás zorra? ¡Yo te mato!
Las fuerzas estaban algo menos desequilibradas ahora que le había herido, pero el peligro estaba lejos de haber pasado para Kyrene. Con la cara congestionada de cólera, el hombre se precipitó contra ella y le asestó una bofetada que le hizo tambalearse. Desorientada, se llevó la mano al oído, que emitía un desagradable zumbido, y él aprovechó para encajarle un puñetazo en el estómago que la dobló sobre sí misma.
- Ahora te tengo donde quería, pedazo de guarra... -masculló con rabia, preparando el siguiente golpe.
No había tiempo, pensó Kyrene, todavía encogida, debía atacar como pudiese: no tenía a tiro ningún órgano vital, pero el muslo parecía un sitio tan bueno como cualquiera. Extendió el brazo y hundió el arma repetidamente en el cuádriceps del agresor, retorciéndolo con saña cada vez, mientras los puñetazos que él le descargaba en la espalda y la cabeza le provocaban un dolor tan intenso que creyó que la columna se le partiría. Consiguió zafarse, arrastrándose, tras la cuarta cuchillada y le dejó apoyado en la barra, jadeante.
- ¡Márchate! ¡No me obligues a matarte! ¡Sabes muy bien que lo haré! - se apoyó en una mesa para levantarse.
El tipo se volvió y avanzó cojeando hacia ella, que mantenía el cuchillo en alto, dispuesta a atacar de nuevo. En un movimiento inesperado para ella, le arrojó una silla, que le acertó de lleno en la cabeza y la hizo caer, provocando que el arma resbalase de su mano y se deslizase por el suelo hasta quedar fuera de su alcance. Aterrorizada al verse desarmada y al límite de sus fuerzas, Kyrene cometió su segundo error: darle la espalda para tratar de refugiarse en el almacén. Él la agarró del pelo una vez más, frenándola en seco, y la sujetó por el torso con un brazo, presionando con fuerza para hacerla consciente de su propia derrota y limitando la cantidad de aire que entraba en sus pulmones.
- Pequeña puta, tengo que entregarte viva y entera, pero primero me divertiré un poco contigo; me lo he ganado -declaró, manoseándola y restregándose contra ella mientras, con la mano libre, se desabrochaba el cinturón.
Kyrene cerró los ojos, intentando aguantar el intenso ramalazo de asco que la recorría al sentir sus fosas nasales invadidas por el repulsivo olor a sudor y tabaco rancio de aquel individuo. No. No, no, no. Aquello, simplemente, no iba a pasar. Usó sus últimas energías para asirle el brazo con ambas manos y, con la mecánica agilidad de quien ha ejecutado el mismo movimiento un millar de veces, se encogió elevando los hombros, empujó la cadera del atacante con la suya y metió el pie entre los de él para desequilibrarle. No tendría más oportunidades; no podía fallar, así que utilizó en su favor las lesiones que le había provocado en las piernas para, tirándole del brazo con toda su rabia, volcarlo sobre su propia espalda y arrojarlo contra el suelo, al tiempo que de su garganta salía un grito estremecedor.
Una vez más, aquella mole hizo temblar la sala entera al caer. Kyrene aprovechó su desconcierto para recuperar el cuchillo y, llevada por la ira, le lanzó dos cortes cruzados a la entrepierna.
- ¡Cabronazo! ¿Pretendías violarme? ¡Ya no podrás hacérselo a ninguna mujer!
El hombre aulló de dolor y se encogió en posición fetal para protegerse, con las manos ensangrentadas, mientras ella, completamente fuera de control, le pateaba los testículos una y otra vez, con lágrimas de cólera mojándole las mejillas.
- ¡Maldita zorra! ¡Acabaré contigo!
Se giró en un torpe intento de levantarse, a duras penas, y ella le asestó sendos tajos en las corvas. Ahora sí, acertó en ambas arterias, que se abrieron en una llamativa hemorragia.
- ¡Esto no quedará así! – juró el matón, renqueando en dirección a la salida- ¡Sabes que volveremos a buscarte!
- ¡Vete antes de que te corte la polla, malnacido!
Abandonó la taberna como pudo, escoltado por los ladridos de Bull, a quien alteraba el olor de la sangre del tipo mezclada con la de su compañera, pero Kyrene no le siguió: le costaba respirar, comenzaba a sentir náuseas y todavía no sabía si tendría que arrepentirse de haber perdonado la vida a aquel despojo repugnante. Entre jadeos y con pulso trémulo, rodeó la barra y consiguió llegar al fregadero justo a tiempo para vomitar violentamente; después, sacó un puñado de analgésicos del sencillo botiquín que guardaba en una estantería y se los metió en la boca sin más.
Se dejó caer en una silla, temblando aún por la adrenalina y el miedo; con el corazón desbocado, tragó saliva y respiró hondo para calmarse. La noche quedó, una vez más, dominada por el silencio. ¿Cómo coño la habían encontrado? Se creía a salvo en Rodorio, al pie del santuario de Atenea, y, sin embargo, acababa de comprobar que no era así. Suspiró y trató de acomodar sobre la mesa su brazo derecho: ahora se daba cuenta de que le dolía como si un animal salvaje estuviese mordiéndolo. Sin duda, se había lesionado al lanzar a aquel indeseable por encima de ella. Lo examinó despacio, comprobando que no hubiese huesos rotos ni heridas abiertas; no parecía grave, pero necesitaría la colaboración de alguien para colocárselo. Con la mirada perdida, dedicó unos minutos a reponerse del susto, sujetando todavía el cuchillo húmedo en la mano.
Fuera, Bull volvió a ladrar. Kyrene fijó los ojos en la puerta. No podía ser aquel tipo de nuevo, le había dejado destrozado, entonces... ¿traería refuerzos? Estaba demasiado cansada para continuar peleando y no podría hacer frente a otro mastodonte, pero no les pondría las cosas fáciles: ella misma se cortaría el cuello si no le dejaban otra opción. Cualquier cosa, salvo volver viva... sin embargo, de repente, los ladridos cesaron. Mierda. ¿Tendrían huevos de hacer daño a un animal? Apretó el arma con fuerza y se preparó para enfrentarse al intruso, pero antes de que consiguiese levantarse, la puerta se abrió con un chirrido y en el dintel apareció una figura familiar.
Ahora sabemos que Kyrene, definitivamente, oculta algo. ¿Quién la busca? ¿Qué quieren de ella? ¿Por qué la necesitan con vida? En la siguiente entrega sabremos un poco más acerca de su pasado.
De momento, os dejo un pequeño extracto para ir abriendo boca (algunas me habéis comentado que os gusta eso de avanzar algo de lo que vendrá):
"Qué bien lo haces... -se mordió el labio y suspiró, entregada a la sensual experiencia.
- Yo lo hago todo bien, gatita."
Gracias por seguir esta historia. Si te apetece dejar un voto en forma de estrella o tus comentarios, me darás una alegría. Ya sabes que siempre los respondo y disfruto mucho del ambiente que estamos creando entre todos con vuestras aportaciones.
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