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1901-1997

¿Canon? ¿Me recuerdan qué es eso? El canon se lo comió Fawkes a partir de este punto.

No me metí en la trama de las películas, sólo formé una línea paralela. Que el desastre de AFYDE sea resuelto por sus guionistas; de otro modo, harían falta como treinta capítulos sólo para encontrarle sentido.

1901

Desde que se instaló allí, comenzaron a llegar las cartas. Pliegues de pergamino sin una sola arruga ni un rastro de tinta, a excepción de la palabra en la esquina inferior. Wulfric. Cada vez que los ojos de Albus se posaban ahí, aparecía el verdadero contenido, oculto bajo complejos encantamientos que mantendrían el secreto sólo para ellos.

"Entre la espesura de bayas y las islas de juncos, como a través de un mundo que sólo fuera cielo, oh, firmamento invertido, la barca de nuestro amor se deslizaba. Brillantes como el día eran tus ojos, radiante fluía la corriente y era radiante el vasto y eterno cielo.

Cuando murió la gloria en el dorado crepúsculo, resplandeciente ascendió la luna, y llenos de flores al hogar regresamos. Radiantes fueron tus ojos esa noche, habíamos vivido, oh, amor mío, habíamos amado.

Ahora el hielo envuelve nuestro río, con su blancura cubre la nieve nuestra isla, y junto a la lumbre invernal Joan y Darby dormitan y sueñan. Sin embargo, en el sueño, fluye el río y la barca del amor aún se desliza.

Escucha el sonido del remo al cortar sus aguas. Y en las tardes de invierno cuando la fantasía sueña en el crepitar de la chimenea, en sus oídos de viejos enamorados el río de su amor canta en los juncos.

Oh, amor mío, amemos el pasado pues algún día fuimos felices, y algún día nos amamos.

¿No es cierto?

Felicidades por el puesto, profesor Dumbie"

Albus apretó los labios, ignoró el pinchazo en su pecho, y empujó la carta al fondo del cajón bajo su escritorio.

La siguiente llegó un par de días después.

"Mis sedas y mi fino atuendo,

mis sonrisas y mi aspecto lánguido

el amor se lleva,

y el lúgubre y flaco desaliento

me trae tejos para adornar mi tumba:

tal es el fin que hallan los verdaderos enamorados.

Su rostro es bello como el cielo

al abrirse los briosos capullos.

Ah, ¿por qué le fue dado

un corazón que es helado invierno?

Su pecho es la venerada tumba del amor de todos,

a la que acuden los peregrinos de la pasión.

Traedme pala y hacha:

traed mi mortaja.

Cuando haya cavado mi fosa

dejad que azoten los vientos y las tempestades;

en la tierra yaceré, frío como la arcilla.

¡El verdadero amor pasa!

¡Y Albus no se digna a dar una respuesta!"

Albus meneó la cabeza y envió la carta al cajón, junto a la otra.

Pero no se detuvieron.

"Bebe por mí sólo con tus ojos,

y yo brindaré con los míos;

o deja un beso en la copa

y no pediré vino.

Sed que del alma es toda la alegría,

exige que el licor sea divino,

y ni el néctar más puro de los dioses

hoy lo cambiaría, Albus, por tu vino.

Tarde envié la rosada guirnalda,

no sólo para honrarte

sino para darle la esperanza

de que nunca se habrá de marchitar.

Más sobre ella apenas respiraste

y la enviaste de nuevo hacia mí;

desde entonces crece y huele, lo juro,

no a sí misma, sino a ti.

Sé perfectamente que las otras cartas están guardadas, Wulfric."

"Todas las cosas feas y rotas, todas las cosas gastadas y viejas,

el llanto de un niño junto al camino, el crujido de una carreta cargada,

los pasos duros del arador sobre el moho invernal,

dañan tu imagen que hace brotar una rosa en el fondo de mi corazón.

El mal de las cosas informes es un mal demasiado grande para ser dicho;

anhelo crearlas de nuevo y sentarme lejos en una colina verde,

con la tierra y el cielo y el agua, vueltos a hacer, como un cofre de oro

para tu imagen en mis sueños, que hace brotar una rosa en el fondo de mi corazón."

A veces, Albus suspiraba y la dureza en su rostro disminuía. Otras veces, alguien entraba a su oficina y lo encontraba viendo fijamente un pergamino, que acariciaba en los bordes con los dedos. Era una escena lamentable.

Las cartas llegaban de forma regular, mezcladas en su correo, sin destinatario ni remitente alguno, en sobres oscuros. Con el paso de los días, Albus se percató de que algunas letras en los poemas eran más gruesas, o que la pluma ejerció más presión en ellas.

Y entendió.

"En el clima salvaje de otoño, cuando la lluvia flotaba sobre el mar,

y las ramas sollozaban juntas, la Muerte vino y me susurró:

"He venido a llevarme esas gotas rojas que sangran de tu corazón;

así como la tormenta quiebra la rosa, tu amor será quebrado por mí"

murmuró la Muerte cerca de aquí.

En el clima salvaje de otoño una espada de horror se deslizó de su vaina;

mientras las ramas sollozaban juntas, he luchado con la Muerte,

y la vencí con la fe, la vencí por el convencimiento

de que el aire de verano es dulce con la fragancia de la rosa.

Entonces me incorporé, desafiante, mientras la lluvia estaba en su éxtasis,

y dije queda y sin lágrimas: "Cuando mi fosa hayas construido,

estas gotas rojas de mi corazón serán tuyas;

pero así como la rosa quiere siempre ser flor,

mi amor seguirá siendo amor aún en la tumba"

Nuestro amor no nos pertenece, al fin y al cabo, Albus."

Mónaco. Albus unió las letras con más tinta un par de veces, obteniendo el mismo resultado. Mónaco. Mónaco, Mónaco, Mónaco.

Ese idiota. Tantas precauciones, hacer aparecer la carta, colarla entre las demás, que sólo él pudiese leerla.

Todo era para decirle dónde estaba.

Cuando eso suceda, vuelve a mí y te recibiré como mi compañero.

Albus continuó guardando las cartas y estas siguieron llegando entre su correo.

"El pecado era mío; yo no lo entendía,

ahora en su cueva yace la melodía,

a salvo donde en vano agita la marea

los inquietos y escasos remolinos.

en el hueco marchito de esta tierra

el verano ha cavado tan profundo su tumba,

que apenas los sauces plomizos pueden desear

un dorado capullo en manos del invierno.

¿Pero quién es aquel que viene por la costa?

(No, amor, mira hacia allí y maravíllate)

¿Quién es este que llega con prendas teñidas del sur?

Es tu nuevo Señor, y él habrá de besar

las encadenadas rosas de tus labios;

yo te adoraré en mi llanto, como lo hice antes."

"¡Yo no te amo!

¡No! ¡No te amo!

Sin embargo, soy tristeza cuando estás ausente;

y hasta envidio que sobre ti yazga el cielo ardiente;

cuyas tranquilas estrellas pueden alegrarse al verte.

¡Yo no te amo! Y no sé por qué,

pero todo lo que haces me parece bien,

y a menudo en mi soledad observo

que aquellos a quienes amo no son como tú.

¡Yo no te amo! Sin embargo, cuando te vas

odio el sonido (aunque los que hablen me sean queridos)

que quiebra el prolongado eco de tu voz,

flotando en círculos sobre mis oídos.

¡Yo no te amo! Sin embargo, tu mirada cautivante,

con su profundo, brillante y expresivo azul,

se planta entre la medianoche y yo,

más intensa que cualquiera que haya conocido.

¡Yo sé que no te amo! Y que otros rasgarán

la confianza de mi corazón sincero,

apenas percibo sus figuras en el futuro,

pues mis ojos están vueltos hacia atrás."

Durante un par de años, funcionó de ese modo. Albus guardaba cartas con poemas y mensajes ocultos, mientras la edición de El Profeta sobre su escritorio le advertía de lo que estaba haciendo.

¿Cómo comparar a aquel que escribía en esos pergaminos hechizados, con el que estaba reuniendo una horda de magos para acabar con el orden de su mundo?

Eran la misma persona, por supuesto. Por eso, Albus volvía a suspirar al recibir una carta, negaba, y la guardaba, sin darle respuesta.

Y así continuaron, hasta una noche de 1903, en que tenía una pila de ensayos de características de los hombres lobos que debían ser corregidos, y un sobre oscuro a un lado. Acostumbrado a esto, se tomó un momento para abrirlo primero.

"El mar gris y la extensa tierra negra;

y la dorada media luna flotando bajo,

y las tímidas y asustadas olas que saltan

dormidas en ardientes círculos;

mientras gano la costa en la ansiosa proa,

que sólo apaga su vigor en la arena fangosa.

Entonces surge una milla de perfumadas playas;

tres campos a la cruz de una granja aparecen;

un golpe en el cristal; un rasguño agudo y rápido,

las chispas azules de una lámpara que se enciende,

y una voz, aún más silenciosa, con sus alegrías y miedos,

que los dos corazones que se agitan en la noche.

¿Cómo se llama la pieza, Wulfric?

Dilo en voz alta para mí."

Albus no lo consideró, sólo soltó las palabras. Conocía ese poema.

—Encuentro nocturno.

Lo percibió. No fue tan diferente de un hechizo puesto en su oficina, una barrera que caía sobre él. De pronto, el aire era espeso, su mente algodonada.

—De Browning. Siempre te gustó que te recitase a Browning, menos que Wilde y Yeats, pero definitivamente más que Blake.

El pergamino se resbaló entre sus dedos y él giró la cabeza, despacio. Todo su cuerpo se había tensado.

Gellert caminó desde la ventana detrás de su escritorio, con soltura, despreocupado. Su figura atravesó la mesa, pero ocupó el asiento frente al de Albus, como si en verdad estuviese presente allí y fuese corpóreo de algún modo.

Lucía ligeramente traslúcido, pero seguía siendo él. Lo habría reconocido en cualquier sitio.

—Te cortaste el cabello —musitó, sin apartar los ojos de su cabeza. No más mechones rubios cayendo sobre sus hombros, sólo algunos enroscados detrás de sus orejas.

Gellert apoyó el codo fantasmal en el reposabrazos del asiento y jugó con su cabello un momento.

—Una persona especialmente idiota me jaló el cabello a mitad de un duelo, ¿puedes creerlo?

La situación era surrealista. El profesor de Defensa contra las Artes Oscuras de Hogwarts, en su oficina, hablando con un mago oscuro en rápido ascenso, con varios crímenes comprobados. ¡Y hablaban sobre su cabello, por amor a Merlín!

—Supongo que te desquitaste.

—Por supuesto —La sonrisa de Gellert se torcía de nuevo.

Albus se obligó a apartar la mirada y se fijó en su edición de El Profeta. Frunció el ceño.

—¿Qué estás haciendo estos días, Gellert?

—Siguiendo nuestros planes —Gellert agitó una mano en el aire—, un poco de caos por aquí, algo más de desorden por allá. Hay mucha gente que está de acuerdo con nosotros, ¿sabes?

Nosotros, repitió dentro de su cabeza. Albus bufó.

—¿Mataste a alguien?

—Unos dos, tres daños colaterales…—Gellert fingió considerarlo.

—El periódico dice que hubo más de veinte bajas en el último ataque de tus amigos, Gellert.

—Entonces tal vez fueron veinte —admitió, lentamente, mirándolo de reojo.

Albus se puso de pie deprisa, con tal brusquedad que su silla se habría echado hacia atrás, si todavía estuviese en el "plano físico" y no dentro de algún extraño mundo onírico creado por Gellert.

—No tengo conversaciones con asesinos.

Gellert se reclinó en el respaldar de su asiento, cruzado de brazos. Aunque se limitó a regresarle la mirada por unos segundos, Albus notó ese destello malicioso en sus ojos. Ese comentario de "qué irónico" jamás pronunciado.

—No los conocías.

—¿Crees que eso justifica haberlos matado? —espetó Albus, entre dientes.

—No fue por mi varita que murieron, algunas maldiciones desviadas, un par de seguidores muy locos…los daños colaterales existen, Brian. No todo puede ser culpa mía. Si crees que puedo matar a veinte magos adultos, al mismo tiempo que dirijo un grupo de seguidores dentro de un edificio gubernamental mágico, y evito que me maldigan, quizás tu estima hacia mí es más alta de lo que pensaba…

—Las maldiciones lanzadas por tus seguidores —gruñó Albus, recargándose en su escritorio, como si aún pudiese hacerlo—, los seguidores locos de tus ideas y planes. ¿Cómo puedes quitarte la responsabilidad por lo que pase?

—Yo no los he obligado a nada —Al mostrarle las palmas vacías, Gellert casi lucía como la imagen misma de la inocencia. Sólo que sus ojos estaban muy oscuros—, no he utilizado ni un solo Imperio, querido Albus. Dile a las personas que pueden parar de obedecer las reglas que consideran absurdas, y verás cómo ellas hacen el resto por su cuenta; es la naturaleza humana.

Albus apretó la mandíbula un momento.

—¿Qué edad tenían? ¿La tuya? ¿La de Aberforth? ¿La de Ariana? —La voz se le quebró al decir el nombre de su hermana—. ¿Sabes si alguno de los magos que tu grupo mató tenía hijos? ¿Sabes si hiciste que alguien fuese huérfano, igual que tú y yo?

—Se les dio la opción de rendirse —replicó Gellert, con calma—, entregarme sus varitas y escuchar. No irrumpí sobre un dragón y empecé a destruir cuánto veía, Albus.

Albus apuntó el periódico.

—¡Dicen que…!

—¡¿A quién le vas a creer?! —Gellert estalló, poniéndose de pie también—. ¿A unos redactores que no conoces, o a mí? ¿Tengo que recordarte que esos periodistas en los que tanto confías son los que dijeron que tu padre era un criminal irremediable, y que tu hermana estaba loca?

—¡No hables de ellos!

—¡Voy a hablar de lo que me dé la gana! —El mundo onírico que los rodeaba se estremeció, pero Gellert se llevó una mano al rostro, cubrió su ojo que debería ser azul y estaba demasiado oscuro, y exhaló—. Si te digo tres personas, es porque yo sólo ataqué a tres. Si te digo que les di la opción de rendirse, es porque lo hice. Aunque te sorprenda ahora, soy sólo una persona, no la gran mancha de maldad en el mundo que algunos ancianos magos intentan vender.

Albus se sintió un poco culpable, viéndolo así, cubriéndose a medias el rostro, con la mirada en el suelo y la barrera que los rodeaba regresando a su lugar. A mayor distancia, mayor era la cantidad de magia que necesitaría para hacer algo así. Era demasiado esfuerzo sólo para ir a discutir con él.

—Matar personas no estaba en nuestros planes —recordó, en voz más baja—. Detén esto ahora, Gellert.

Gellert chasqueó la lengua.

—¡No puedes pedirme eso! Ellos no escuchan, lo estoy haciendo por su bien, para que sean libres y no tengan que esconderse, y aun así, se atreven a pelear con nosotros-

—¡Puedes buscar otra solución! —insistió Albus—. Desmáyalos y haz lo que debas hacer, átalos por un tiempo, enciérralos si presentan mucha resistencia. ¿Sabes qué les pasa a los magos que asesinan? Tu alma podría-

Gellert resopló, apartó la mano de su rostro cuando su ojo azul volvió a la normalidad, y se echó el cabello para atrás. Lucía como si no hubiese estado a punto de entrar en una discusión segundos atrás.

—Si mi alma se rompe —Le enseñó una sonrisa siniestra—, tú sólo tendrías que recolectar los pedazos por mí.

—No es gracioso —Albus le frunció el ceño—, no quiero verte así. Hay ciertos tipos de magia oscura que consumen el cuerpo, Gellert, y si tú decides usarlos-

—Suenas como un verdadero profesor de Defensa contra las Artes Oscuras, Albus —opinó Gellert, de mala gana.

—¡No te estoy diciendo que pares de usar magia! Entiendo tu forma de pensar, Gellert, tu magia eres tú y viceversa, está bien. Lo único…—Inhaló profundo y dejó caer los hombros—. Lo único que digo es que debes tener cuidado. Y preferiría que no me hagas querer a un asesino, porque no sé si puedo soportar unas emociones tan contradictorias sin que duela.

La expresión de leve irritación de Gellert cambió cuando escuchó el término dolor en su respuesta. Desvió la mirada y se masajeó el lado de la cabeza en que estaba su ojo azul.

—Los encerraré, ¿de acuerdo? Necesito reunir más seguidores y asesinar no le da una buena imagen a nadie- ya deja de mirarme así, Albus —bufó—. No habrías llegado al punto de sentirte mal por mí, si hubieses venido conmigo cuando te lo pedí.

—¿Cuál habría sido la diferencia?

Gellert le contestó con los ojos puestos en los suyos, directo y honesto.

—Estando de mi lado, si tú decías "no", era "no", y ellos vivirían. Me estás pidiendo que los encierre, y eso haré. ¿Todavía preguntas por la diferencia?

Albus había olvidado lo fácil que podía avergonzarse bajo esa mirada intensa y fija.

—Lo hago por tu bien, Gellert.

—Yo lo hago porque lo dices tú —respondió él, desdeñoso—. Si vinieses ahora, definitivamente podrías contenerme si pierdo la cabeza.

Irse con él. De nuevo esa propuesta.

Dejar su puesto en Hogwarts. Dejar su vida. ¿Qué pensarían de Albus Dumbledore, que escribía artículos de magia para revistas locales, y les enseñaba a niños de once años cómo ejecutar un protego, si escapaba una noche y se encontraba con Gellert Grindelwald?

—¿Ya no te gustan nuestros planes? —inquirió Gellert, tras un rato de silencio.

Eliminar el Estatuto Internacional del Secreto. Ser libres.

Y no más Ariana. Ninguna niña sería Ariana nunca más.

Todavía lo deseaba tanto. Puede que incluso más que antes.

—No me gustan los métodos que estás usando —aclaró Albus, despacio.

Gellert pareció irritado, pero se cruzó de brazos y no discutió con él. Albus al fin suspiró.

—¿Cuánto tiempo puedes mantener este hechizo para que nos veamos?

—Si nadie entra a mi cuarto a molestar —masculló Gellert, sin verlo—, algunas horas.

—¿No te cansa demasiado?

—¿Qué importa? —Gellert rodó los ojos—. Ni siquiera era seguro que fueses a decir el código en voz alta para enlazar nuestras mentes.

Albus pensó en el "mago oscuro y rebelde en ascenso" Gellert Grindelwald encerrándose en su cuarto, gritando que no fuesen a molestarlo, y esperando que él dijese dos palabras. Esperando, esperando, sin ninguna certeza de que fuese a hacerlo.

Y una emoción cálida barrió su cuerpo, haciéndolo sentir idiota, porque debería continuar peleándose con él hasta que entrase en razón del todo.

—Tengo caramelos de limón en mi escritorio —mencionó, vacilante—, lástima que no los puedas comer.

Una leve luz se encendió en los ojos de Gellert al oírlo.

—Bueno, yo conseguí unas grageas en Mónaco que…

Gellert se marchó cuando el mundo onírico vaciló a causa de su cansancio mágico. Albus prometió darle una respuesta a su siguiente carta, mientras se comportase.

Y ambos lo cumplieron.

Durante un período de diez años, Gellert acumuló seguidores y los incidentes se mantuvieron al mínimo. Las cartas de Narciso se colaban en su oficina de forma regular, y Wulfric siempre respondía. Las visiones oníricas se convirtieron en largas conversaciones en la habitación de Albus, mientras él comía caramelos de limón, y Gellert presumía sin parar de la Varita de Saúco en su mano, de su última pista del paradero de la piedra de la resurrección, de un gran mago que se unió a su causa.

En esos momentos, Albus no se sentía muy diferente de ese adolescente idealista y enamorado del verano de 1899.

Lamentablemente, tampoco actuó distinto.

Un día, una edición de El Profeta llegó a sus manos con la noticia de una masacre en masa llevada a cabo por los seguidores de Grindelwald. "Por el bien común" declaraban.

Cuando se encontraron en la visión mágica, Albus apuntó el periódico en su escritorio.

—No hablo con asesinos —espetó, con voz fría.

Ya no era un niño que pudiese ser engañado con promesas y falsas palabras.

Las discusiones comenzaron a partir de ese momento.

—Me salí un poco de control…

—¿Un poco, Gellert? Salirte un poco de control sería un crucio a alguien que te haya lanzado una maldición, ¡más de cien personas! ¡Son unos asesinos! ¿Qué es lo que estás haciendo?

—¡Intento liberar a los magos, Albus!

—¿Matándolos? ¡No te quedarán magos a los que liberar una vez que hayas terminado!

Ambos, exhaustos, separados por una gran distancia y todavía inmaduros, estallaban cuando se enfrentaban, y el corazón de Albus se rompía un poco más.

Siempre acababan del mismo modo.

—Dijiste que sólo los encerrarías en Nurmengard, si se oponían…

—¡Eso es lo que suelo hacer! Si tanto quieres controlar lo que hago, ven conmigo de una vez.

—¡No voy a ir contigo a ninguna parte, mientras te comportes de esta manera, Gellert! —Albus ponía fin a la discusión de esa forma. Y Gellert se desvanecía, rojo de ira, con ojos oscuros, y en el límite de su inexistente paciencia.

Poco después de una discusión que le sacó un par de lágrimas y puso a Gellert en un estado de aturdimiento absoluto, llegó otra carta encriptada.

"Desearía hablar con el espíritu

de algún antiguo amante,

muerto antes de que el dios del amor naciera;

imposible creer que quien más amara entonces

se rebajara a amar a quien lo despreciaba.

Pero desde aquella época, el dios

ha inventado un destino, y esa doble naturaleza,

la costumbre, lo permite:

que yo deba amar a quien no me ama.

Es evidente que quienes lo hicieron dios

no tenían esa intención,

ni él en su juventud la habrá practicado.

Cuando una llama similar inflamaba dos corazones,

su oficio era reunir, piadosamente, dos razones.

La correspondencia era su único dominio;

ya no es amor

cuando no amo a quien me ama.

Pero todos los dioses modernos

buscan extender sus vastas pretensiones

compararse con Júpiter.

Furias, licencias, epístolas, elogios,

aquel es el séquito del dios del amor.

Oh, si esta tiranía nos despertara

y priváramos a este niño de su divinidad,

ya no podría amar a quien no me ama.

Rebelde y ateo, ¿por qué susurro,

como si ya sufriera los castigos del amor?

Él podría condenarme a no amar,

o ensayar un castigo peor;

que él a su vez me amara,

sería del todo insoportable

porque la falsedad es peor que el odio,

y falsedad sería si el que yo amo me amara"

América. Gellert había abandonado Europa.

Temiendo lo que pudiese suceder con él, o con sus seguidores, después del estado en que lo encontró la última vez, Albus buscó papel y tinta, y comenzó a escribir un par de cartas y mover conexiones.

No se atrevía a seguirlo a otro continente, pero seguro encontraría a alguien que pudiese hacerlo en su lugar.

1927

Albus estaba sentado en la orilla de su cama, en el dormitorio de profesores de Hogwarts. El recipiente del Pacto de Sangre descansaba en su mano derecha. La izquierda sostenía una carta.

Dijo en voz alta el nombre del poema de esa noche y aguardó a que el mundo a su alrededor oscilase, convertido en una visión de ensueño.

La magia oscura ya había causado estragos en Gellert. Su postura, su rostro, su cabello, sus ojos. A Albus le preocupaba enormemente que sus ojos se oscureciesen con tanta facilidad las últimas veces que pudo verlo de cerca.

Luego de varios años de idas y venidas, argumentos y estallidos, ambos permanecieron sentados, en silencio, durante un rato. Gellert tenía los brazos cruzados. Albus apretaba el recipiente del Pacto en su mano, lo soltaba, lo volvía a apretar.

—Detente ahora —pidió, con un hilo de voz.

Gellert sólo observaba el recipiente en su mano.

—¿Lo destruirás? Sabes lo que pasará si lo haces.

El último duelo que tuvieron fue en el verano de 1899, una práctica. Ningún hechizo letal. Eran chicos jugando con magia y poniéndose a prueba.

Albus sostuvo el recipiente entre ambas manos.

—Ven conmigo, Albus —Lo sorprendió que Gellert se inclinase hacia adelante y no esperase una respuesta verbal.

—A estas alturas, no pararías incluso si voy contigo, ¿no es cierto?

Un ligero rastro de crueldad pasó por sus ojos, el azul seguía oscuro, pero al menos no negro. Gellert le enseñó una media sonrisa.

—Estoy tan cerca.

—Y has hecho tanto daño —recordó Albus, intentando permanecer como el razonable entre los dos.

—No a ti.

—¿Esperas que porque no me has lanzado una maldición, ignore que tienes un ejército de inferís, Gellert? —Albus se puso de pie y empezó a pasear dentro del sueño, desesperado por moverse, por actuar, por lo que fuese, ya que parecía imposible que él parase de contemplarlo con una sonrisa—. ¡Un obscurial, Gellert! Ni siquiera tú puedes controlar su poder, no me mientas, no insinúes que tienes un modo, porque eso no se puede. Nigromantes, cadáveres, los que te siguen están dementes. ¿Al menos recuerdas el número de veces que has matado? ¿Recordarías sus caras, o sus apellidos, o sus voces, o algo, o tu cerebro ya está tan consumido que sólo finges estar cuerdo?

—Estás cruzando la línea —advirtió Gellert, lentamente, entrecerrando los ojos.

—¿Cuál línea? —Albus se detuvo frente a él—. ¡La línea, si es que alguna vez hubo una, la cruzaste tú hace mucho tiempo! ¡La cruzaste cuando le lanzaste una maldición a Aberforth! ¡La cruzaste cuando murió Ariana!

Su voz se quebraba al subir de volumen. Gellert se puso de pie. Tenían casi la misma estatura, y su aura le hacía olvidar que estaba sólo ante una imagen en su mente, un producto de la magia, y que el verdadero estaba en algún refugio.

—¿Vas a culparme de eso? —Gellert avanzó un paso y él retrocedió la misma distancia—. Pobre Albus, pobre desdichado y solitario Albus. Su padre es un criminal, su madre muere a manos de su hermana, su hermana muere a manos de un amigo loco que luego se convierte en un terrible mago oscuro. Y Albus sólo sufre, y sufre, y sufre, se lamenta, y es el señor "jamás he hecho algo malo en toda mi vida", ¿no es verdad? "Envío a uno de mis ex estudiantes a enfrentarse a alguien claramente superior en fuerza, habilidad y conocimientos, pero soy tan bueno, tan querido por la comunidad mágica, ¿cómo alguien va a dudar de mis decisiones morales?".

Albus apretó la mandíbula.

—Habla el que quería matar a Newt.

—¿Qué tiene de especial ese Newt Scamander? —Gellert resopló. Sus ojos estaban muy, muy oscuros—. ¿La obediencia ciega? ¿La admiración que siente hacia ti? ¡Me has cambiado por un chiquillo, y esperas que no te diga nada al respecto! —Se rio—. Tonto Albus, Albus, Albus, mi querido Albus…¿qué haces rodeado de estas personas que ni siquiera saben cómo eres?

Mientras más se acercaba, más pánico sentía Albus. No porque lo fuese a lastimar, no porque sonase enojado.

Era lo que decía.

Él no quería escuchar eso.

—El Albus egoísta, el Albus caprichoso y terco. El Albus que se deslumbra ante la magia oscura y sabe cómo levantar un inferí, el Albus que no necesitaba varita y le lanzó un Avada a su propio hermano-

—¡Sólo quería asustarlo!

—¿Por qué lo escondes tanto? —gruñó Gellert—. ¡Usaste un Avada! ¡Te sentiste secretamente aliviado por no tener que cuidar de Ariana! ¡Enviaste a un chiquillo a buscarme, a hacer tu trabajo, sólo para no acercarte a mí y quitarme el recipiente con tus propias manos! ¿Por qué, Albus, por qué? ¡Temes encontrarte conmigo! Lo que te da miedo, lo que realmente te asusta y no te deja dormir por las noches, es el hecho de que yo te recuerdo a ese Albus, al Albus que tú niegas y que esas estúpidas personas no conocen, ¡al que podría haber sido un Señor de la Muerte! ¡Al que anhela serlo! Ese Albus cansado del mundo que guarda mis cartas en lugar de quemarlas, y que ha querido venir conmigo todo este tiempo…

—¡Cállate!

—¡Porque sabes que nadie más te entiende! —Gellert cubrió el sonido de la voz de Albus al alzar la suya—. ¿Crees que Aberforth aceptará que el Avada fue para asustarlo? ¿Crees que tu querido Elphias no te vería con horror si supiese que deseabas no tener la responsabilidad de tus hermanos? ¿Crees que ese chiquillo que tanto cuidas te miraría con el mismo respeto si supiese que tú apoyas mi causa, que prefieres que los magos se muestren, que…?

—Basta, Gellert.

—¡No me voy a detener! —El mundo onírico osciló en torno a ellos. Albus ya estaba pegado a la pared del cuarto y temía atravesarla si seguía huyendo con ese cuerpo espectral—. Y tú deberías dejar de hacerlo; para de contenerte, para de torturarte de este modo, y vuelve a mí. Aún recuerdas lo que se siente la magia libre. Lo recuerdas todos los días. No eres muy diferente de un pájaro que se escapó un día de su jaula, y desde que regresó, fantasea con volver a estar en el cielo abierto, con sentir el viento contra el cuerpo, sabiendo que su jaula se quedó pequeña, y que la odia. Odias esto, Albus. No me odias a mí, ni lo que hago, ¡te odias a ti mismo por desear venir conmigo, estar a mi lado, y pensar al mismo tiempo que no puede ser lo correcto!

Gellert tenía la respiración agitada luego de la acusación. Los ojos de Albus estaban fijos en el suelo.

Lo sabía. Si hubiese ido por el recipiente, no habría sido capaz de quitárselo. De volver.

Se hubiese quedado con él.

Quería quedarse con él.

¿Qué clase de persona horrible era?

—Conmigo no hay jaulas de oro, ni mentiras —Gellert habló más bajo, casi sin aliento—. Harás lo que quieras. Haremos lo que quieras. La Varita de Saúco te está esperando, era nuestro acuerdo, ¿no? Ven y destruye, daña, o arregla. Deja de fingir. Te sentaré en un trono cuando los magos sean libres y habrá una corona sobre tu cabeza, y eso, en el fondo, es lo que más deseas.

Albus comenzó a negar con la cabeza, de forma errática. Las palabras no le salían, no podía encontrar su voz, y lo más preocupante: su voluntad estaba vacilando.

Lo que le prometía era ese sueño hermoso que tuvo en su adolescencia. Desenfrenado, lleno de magia. Libre. Era todo lo que quería.

Gellert representaba todo eso que anhelaba.

Pero también el desastre que acarreaba.

—Eres muy bueno para convencer —musitó, tras un rato de silencio. Al parpadear, las lágrimas al fin comenzaron a caer, y la expresión enfurecida de Gellert se contrajo—, lo sé, y aun así, yo siempre termino escuchándote.

—Esta será la última vez que te lo pida —Gellert continuó, despacio. Una luz iluminaba sus ojos—. Ven conmigo.

El "sí" estaba atorado en su garganta. Un "está bien, pero tienes que parar de…", un "iré, así que empieza a controlarte y no dejes que…".

Albus extendió una mano en su dirección, y lamentó no poder tocar su rostro, ya que era la "última vez". Esa idea le arrancó un sollozo. Gellert no tardó en entender por qué y apartarse, aunque en verdad no sería capaz de tocarlo.

—Está bien —La sonrisa que le mostró era tan encantadora como frenética. Enloquecida. Magia oscura parecía brotar de él incluso a través de la visión; en sus ojos, en su piel, su aura—, es inútil, Albus. Saltarás al abismo en cuanto yo lo haga. Por mucho que lo niegues, por mucho que lo escondas, no me vas a dejar caer solo.

Albus tragó en seco y no le contestó. Eso pareció acabar con su falsa actitud despreocupada.

—¡Estás tomando la decisión equivocada de nuevo y buscando tu propia infelicidad, Albus!

Albus aferró el recipiente del Pacto en su mano e intentó cubrirse los oídos lo mejor que pudo.

El mundo onírico se tambaleaba y la furia de Gellert crecía.

—Si no vuelves a mí, ¡quemaré este mundo hasta sus cimientos! ¡Arrasaré con todo, y te haré responsable por no venir a detenerme!

Albus apretó los párpados, y esperó.

Cuando se atrevió a abrir los ojos, estaba sentado en su cama, con el recipiente en mano.

No hubo más cartas de Narciso después de eso. En verdad fue la última vez.

0—

Durante los siguientes años, Albus lidió con tres graves problemas prácticamente en secreto. Primero, romper el recipiente, lo que no era tan sencillo como tirarlo al suelo y pisotearlo, o usar magia en el. Requirió de investigación, arduo trabajo, prueba y error, antes de acceder a su contenido, y luego invertir más tiempo en desecharlo de forma apropiada, para que los vestigios del Pacto no influyesen en ellos.

Conforme el tiempo pasaba, más muertes se unían al conteo, más cadáveres ocupaban las filas de Grindelwald, y peor era su estado. Pero tenía razón en una cosa.

Albus caería al abismo justo después de él.

Viendo que no era posible razonar con Gellert mientras estuviese consumido por el poder, la locura y la magia oscura, se dio a sí mismo la tarea de frenarlo. Acudió a Nicolás Flamel, e incluso a Bathilda Bagshot. Habló con cada gran mago que conocía, leyó cada artículo existente, y utilizó sus viejos manuscritos sobre los canales de la magia.

Entonces, una tarde, lo tuvo listo. El "regalo" de Gellert a Ariana llegó con varias décadas de demora, y lo recibiría otra persona.

Sin embargo, todavía estaba el último problema.

No se sentía capaz de pelear con Gellert. Podía compararse en fuerza, en habilidad, pero no se imaginaba lanzándole una maldición. Hiriéndolo. En cuanto Gellert comenzase a atraparlo con palabras, o él viese sangre en su ropa, entraría en pánico y pararía.

Así que, pensando en esto, el tiempo se alargó y se alargó, hasta ese fatídico día de 1945, en que uno de los profesores que trabajaba con Albus irrumpió en su oficina, con un periódico en mano y el rostro pálido.

Cincuenta y tres muertos. Casi cien heridos.

Dos escuadrones de Aurores de seis magos cada uno. El mayor tenía veintidós años.

Albus les dio clases a diez de ellos, desde primer a séptimo año.

Nadie se atrevió a acercarse a su oficina por el resto del día. Albus se sentó tras su escritorio, con los caramelos de limón al frente, y se quedó así, taciturno, recordando las caras de un grupo de niños de diecisiete años, felices, avisándole que entrarían a la Academia de Aurores. Que serían los mejores, los más fuertes, y acabarían con los magos oscuros para traer la paz.

Y por primera vez en muchos años, dejó que su magia fuese libre e hiciese lo que quisiera. La oficina estaba irreconocible cuando terminó.

En una esquina, tirada al suelo desde un cajón que salió volando, la vieja pieza de plata oscilaba su péndulo con rapidez. Lo había hecho durante tanto tiempo, que Albus se rindió y la escondió para no sentirse culpable, pero en ese momento, la sostuvo, la levantó, y la observó con atención.

Escuchó su voz como si todavía estuviese atrapado en ese sueño de verano.

Y si por alguna razón no puedes tocarlo, pero piensas fuertemente en llamarme, comenzará a moverse solo y más rápido.

Lo contempló durante un rato, en el más absoluto silencio. Luego comenzó a ordenar su oficina, sin varita.

En otra parte de Europa, Gellert se detenía a mitad de una explicación a sus seguidores, con los ojos puestos en una pieza de plata que siempre tenía cerca.

Se estaba moviendo por primera vez en más de treinta años.

0—

La historia nunca ha sido precisa, ni los reporteros del mundo mágico los más fiables. Sí, había una gran cantidad de personas observando a la distancia. Sí, claro que quedaron asombradas.

Pero la versión de Albus sobre su "duelo" era mucho más simple.

Se pusieron uno frente al otro, se inclinaron, mantuvieron las varitas en sus manos, y se miraron a los ojos un instante. Albus hizo un gesto imperceptible hacia su "público".

A pesar de que los primeros hechizos de sus varitas parecían ser ataques, la magia libre de los dos se ocupó de crear una separación entre ambos y el resto del mundo. Entonces sólo quedaban ellos, atrapados en su "duelo". Los demás debían ver una increíble representación de un duelo entre un falso Albus y un falso Gellert.

Albus apuntó con la varita al Gellert real. Él le sonrió, guardó la Varita de Saúco, y puso las manos tras su cabeza.

—Siempre me gustaste mucho cuando estabas enojado —mencionó, divertido. Él le frunció el ceño.

—Es suficiente, Gellert.

—Si quisieras hacerme daño realmente, Albus, no estarían viendo ellos un duelo falso-

Su mano tembló, así que sostuvo la varita con más fuerza.

—Nunca he querido hacerte daño —aclaró Albus, entre dientes—, pero sí detenerte, y eso haré.

Gellert ladeó la cabeza y siguió sonriendo. A pesar de que tenía los ojos puestos en Albus, que uno todavía lucía azul, y que lo reconocía, él no estaba seguro de qué tanto de su actitud era "Gellert" y qué tanto "Grindelwald, Señor de la Muerte".

—¡Expelliarmus!

Y así comenzó. Más que un duelo, se probaban. Gellert esquivaba echándose hacia un lado, le causaba pinchazos en las extremidades con movimientos de las manos, y cuando lograba enojarlo, daba un pisotón que partía la tierra debajo de Albus, haciéndolo trastabillar, caer o quedar atorado.

Albus utilizaba sólo expelliarmusprotego, y en una ocasión en que se lastimó la pierna e irritó, lo sacó despedido con un desmayo que Gellert no previó.

Al levantarse, varios metros más allá, lo escuchó soltar una risa sin aliento.

—¡Por fin un hechizo decente para un duelo! Profesor Dumbledore, ya estaba dudando de sus facultades…

—¡Deja de jugar y entrégate, Gellert!

—Uhm, sí, yo creo que eso no pasará, mi amor…

En serio agradecía haber puesto la ilusión para su público, porque aquello era francamente ridículo. A medida que transcurría el tiempo y los hechizos eran cambiados por unos más complejos, el lugar se llenaba de plantas que sostenían los tobillos de Gellert, cadáveres que querían atrapar a Albus para quitarle la varita, hojas que empujaban, escombros que formaban barreras.

Se perseguían, huían del otro, esquivaban. Ni un rayo verde salió disparado ese día. Albus casi no podía diferenciar ese "duelo" de una pelea en clase con un estudiante de segundo año.

En algún punto, ya más cansados, sucios y con heridas menores, Gellert barrió el aire con una mano y desde el suelo brotó un fuego azul que se elevó dos metros.

Albus reconoció ese hechizo. Newt le habló de el, y además, Gellert lo había usado en otras ocasiones desde entonces.

Ahí, él también guardó la varita.

Caminó hacia la pared de fuego y la atravesó. Gellert, de pie en el interior de la barrera, lució sorprendido.

—No puedes- no deberías haber- ¡se supone que…que…!

Albus extendió una mano hacia él y lo sintió ponerse rígido bajo el contacto. Como sospechaba, su piel estaba helada. Una consecuencia más de la magia oscura consumiéndolo. Extrañaría a ese Gellert cálido en el que acurrucarse.

Sosteniendo su mejilla, por un instante, lo vio. En Nurmengard, tirado en el suelo, congelándose con una ropa arruinada, la mirada hacia arriba. Un mago le lanzaba un Avada.

Gellert tenía los ojos un poco desenfocados cuando regresaron en sí.

—Vine por ti —declaró Albus, soltándolo. Le tendió una mano—, ahora dame mi varita.

Estaba tan aturdido que no evitó que Albus se la quitase con un expelliarmus. La Varita de Saúco era ligera y estaba cubierta de nudosidades. Aprendería a usarla.

—Aún puedo usar magia sin varita —advirtió Gellert, pero su voz era baja, temblorosa, y sonaba más como un pequeño niño que quería hacerse pasar por un adulto fuerte.

—Entonces úsala —Lo retó Albus, cansado de tanta persecución—, a ver, dáñame. Lánzame un crucio. ¡Lánzame un Avada, si te atreves, Gellert Grindelwald! ¡Adelante! ¡Inténtalo y veamos qué pasa! "Vivir y morir, bajo tu cuidado", ¿recuerdas eso? Sigue así y te aseguro que no será por mi varita que vas a morir, Gellert.

Gellert apretó las manos en puños. Luego saltó sobre él, sosteniéndolo del cuello de la túnica, en vez de golpearlo.

—¡No se supone que entraras, Albus! Si abandonas a alguien, ¡debes hacerlo bien! ¡No puedes pasar una barrera de lealtad, si siempre te negaste a venir conmigo! ¡Me dejaste! ¡No tienes ningún derecho a cruzar mi barrera…!

Albus le dio un manotazo a una de sus manos.

—¡Te soy más leal que la mayoría de tus seguidores, idiota! —espetó, ceñudo—. ¿Ellos dónde están? Huyendo, encarcelados, o suplicando piedad, ¡delatan tu ubicación y planes apenas los atrapan! ¡Yo soy el único que está aquí, intentando que no vayas a tu propia cárcel!

Las manos de Gellert temblaban cuando Albus llamó los brazaletes en su bolsillo con un gesto y se los colocó. Gellert observó sus muñecas, atónito.

—No.

—Sí —respondió Albus, firme.

—No puedes bloquear mi magia, Albus, no te dejaré-

—No será toda tu magia, sólo lo suficiente para estar seguro de que no harás un desastre —Sujetó sus muñecas y se aseguró de que los brazaletes no fuesen a soltarse—. Saltaste al abismo, yo salté detrás de ti. Me estoy arriesgando con esto, Gellert, pero no puedo confiar en que me dejarás salvarte sin protestar.

—¡Bloquear mi magia no puede ser considerado "salvarme"!

—¡Ya viste tu futuro en esa celda! —gritó Albus, al borde de la histeria—. Solo, muerto de hambre, enfermo y asesinado por tu preciada magia oscura, ¿es eso lo que quieres para ti? ¡Porque yo no! ¡Eso no ha sido nunca lo que quise para ti!

Los ojos de Gellert aún estaban desenfocados, su respiración se hacía más errática, y no paraba de mirar los brazaletes y luego a Albus, los brazaletes, Albus, y de nuevo.

—Me llamaste —susurró Albus, cediendo ante esa imagen lastimera, confundida y cubierta de heridas menores de Gellert—, aunque no te diste cuenta. Me has estado llamando durante años, en alguna parte dentro de tu cabeza, para esto —Movió sus manos, atrayendo su atención de nuevo a los brazaletes—. Ahora, déjame salvarte.

—Me liberaré.

—No, no lo harás.

—Me liberaré —repitió Gellert, tenso—, y te mataré, Albus.

—No puedes hacerlo.

—¡¿Qué te hace estar tan seguro?!

Albus atrapó sus brazos cuando se sacudió otra vez.

—¡Si pudieses matarme, ya lo habrías hecho!

—¡Mataré a los que te rodean entonces! —replicó Gellert, arañando los brazaletes, en vano—. ¡Haré una masacre, reconstruiré mi imperio, y Hogwarts será mi castillo!

A pesar de que las amenazas seguían saliendo de su boca y sus manos se movían como si fuese a utilizar magia sin varita, su mirada evitaba a Albus, y su iris azul pasaba por distintas tonalidades, desde el pálido a un color cercano al negro, a una velocidad alarmante. Quiso zafarse de su agarre y Albus lo sostuvo más fuerte.

—¡Me dejaste! ¡Me dejaste, sal de mi círculo! ¡No puedes estar dentro de mi círculo!

En el fondo, estaba agradecido de no haber seguido el camino de la magia oscura, si su mente podía acabar así.

—¡Te estoy salvando!

—¡No quiero que tú vengas a salvarme!

—¡Mala suerte, ya lo hice!

Por otro lado, era bueno que ningún historiador hubiese documentado la hora que perdieron discutiendo por la rabieta de un Gellert con su magia sellada, ocultos tras las ilusiones del falso duelo.

0—

—¿Cuánto tiempo crees que aguantes sin comer, antes de darte cuenta de que te estás comportando como un niño?

—…demente está quien afirma, haber estado una hora enamorado, mas no es que el amor así se desvanezca, sino que, de hecho, en menos tiempo os puede devorar.

Gellert permanecía sentado en el suelo, con las piernas cruzadas, las manos en las rodillas, los brazaletes en las muñecas y la espalda recta. Ignorar a Albus, aunque este se pusiese frente a él, era parte de su "protesta poética". A falta de magia, Gellert intentaba fastidiarlo recitando a Donne. Sabía que nunca le gustó Donne.

—¿Quién osará creerme si juro haber sufrido un año de esta plaga? ¿Quién no se reiría de mí, si yo dijera que vi arder todo un día la pólvora de un frasco?

Albus suspiró. Su paciencia parecía haberse extendido a nuevos horizontes desde sus primeros años como profesor; escucharlo recitar un autor que no le agradaba no era malo. No poder escucharlo jamás habría sido mil veces peor, en comparación.

Tras dos días casi sin dormir y negándose a comer, Gellert mantenía una buena apariencia a base de su propia magia, y la oscuridad en él remitía, al menos lo suficiente para que su iris azul permaneciese en un solo tono.

—¿Qué tengo que hacer para que comas? —indagó Albus, poniéndose de cuclillas frente a él.

—Libérame.

Albus negó. Él apretó los labios un momento y continuó:

—¡Ay, qué insignificante el corazón si llega a caer en manos del amor! Cualquier pesar deja otro sitio a otros pesares, y para sí reclama sólo una parte. Vienen hasta nosotros, pero a nosotros el amor nos arrastra, y sin masticar, nos absorbe. Por él, como por el infame hierro, tropas enteras caen…

—Pediré a los elfos cualquier cosa que quieras —siguió Albus, en tono suave—, tienes que comer algo.

—Comeré cuando tenga mi magia de regreso.

—Cuando tengas tu magia de regreso, huirás o te delatarás —replicó Albus, negando—. ¡Están capturando a los pocos seguidores que todavía tenías dando vueltas por Europa! ¿Crees que los Aurores tienen más piedad que ustedes? ¿Necesitas que te muestre las noticias de sus masacres en el periódico? Parece más una venganza, una cacería de brujas, que justicia, ¡me sorprendería si hubiese un solo mago oscuro que sobreviviese!

Gellert estrechó los ojos y siguió recitando, en tono contenido. Albus caminó hacia su escritorio, tomó la edición de El Profeta, y la arrojó a sus pies.

—Vinda Rosier fue capturada.

Las palabras de Gellert quedaron en el aire. Por un instante, no movió la boca, y su rostro se puso más pálido. Luego olvidó la "protesta" para sujetar el periódico y leer el artículo, con la expresión de alguien que espera que una noticia no sea cierta.

Albus sintió un leve dolor en su pecho al verlo así y volvió a agacharse.

—Esperan que delate la ubicación de los demás y no paran de decirle que tú estás en tu propia prisión, pero ella no ha hablado, Gellert. Ni una palabra. Los Aurores están autorizados a usar maldiciones en su interrogatorio, y con agentes de la MACUSA exigiendo justicia, ellos…ellos podrían condenarla a…

El periódico se resbaló de las manos de Gellert.

—Hablaré con los Aurores —indicó Albus, ganándose su atención de nuevo—, puedo mover influencias, puedo- sé que ha sido la persona que has considerado más leal a ti todo este tiempo, Gellert. No puedo sacarla y traerla, pero definitivamente evitaré que la maten. Incluso podría…ya que hay un doble tuyo en prisión, podría adjuntarte algunos cargos de ella, y así, su castigo no sería tan…

—¿A cambio de qué? —preguntó Gellert, con desgana.

—Comerás, y de ser posible, dormirás y pararás de recitarme a Donne —Albus se permitió una sonrisa, aunque desanimada, real—, pero con que comas algo me basta.

Gellert se pasó las manos por el cabello y su postura perdió elegancia al encorvarse.

—Debiste matarme, Albus.

—¿Cómo podría matar a un Señor de la Muerte?

Gellert gesticuló hacia él de un modo que, sin los brazaletes, habría sido igual que arrojarle un hechizo sin varita. Bufó al no poder hacerlo.

—Odio esto —masculló, poniéndose de pie para ir por la comida sobre la mesa.

—¿Quedarte atrapado en mi cuarto es peor que la prisión, Gellert?

Él no le contestó.

0—

Para ese momento, Albus tenía cierta preocupación nueva llamada Tom Riddle, y su deseo de ocupar el puesto de profesor de Defensa contra las Artes Oscuras. Ya que Gellert tampoco tenía mucho que hacer mientras estuviese atrapado allí, con su magia limitada, solían hablar del tema cada vez que se angustiaba.

—Por supuesto que es un mago oscuro y ambicioso —decía Gellert, como si hablase del clima. Sólo lo había observado en dos ocasiones al escaparse por unos pasadizos del castillo y de regreso a su "prisión" en el cuarto, pero había tenido una visión sobre él, y aseguraba que no era nada bueno—, ¿pero quién mejor para enseñar a los chicos a defenderse de maldiciones?

—Si se hiciese profesor, tendría demasiada influencia sobre los chicos, Gellert.

—Naturalmente, como todos los profesores.

—Armaría un ejército peor que el tuyo.

—Me gustaría ver eso.

—¡Gellert!

Gellert dejó caer la cabeza sobre el reposabrazos del asiento y chasqueó la lengua.

—Estoy aburrido, Albus —aclaró, quejumbroso—, un mago oscuro surgiendo en esta escuela sería algo nuevo, al menos.

—Eres imposible de corregir, ¿verdad?

Él sólo se rio, mientras Albus se cambiaba para su siguiente clase y sacudía la cabeza, resignado.

—Un año más.

Gellert se acomodó sobre el sofá al escucharlo, dejando el libro que revisaba sobre su regazo. Albus exhaló.

—Si te comportas un año más, liberaré algunas restricciones de tus brazaletes —prometió, acercándose a él—, pero tendrás que ser muy, muy cuidadoso, Gellert, nos estamos poniendo en riesgo los dos, y no puedes-

Gellert lo interrumpió al rodearle la cadera con los brazos y jalarlo hacia el mueble. Albus olvidó lo que iba a decir, aunque estaba seguro de que era importante.

0—

Así, un año más tarde, Albus arregló los brazaletes para que pudiese usar magia en menor medida. Hechizos de levitación, un par de escudos, accio. Nada que un estudiante no fuese capaz de realizar.

Era conocido en el resto del mundo mágico que "Gellert Grindelwald" estaba atrapado en su propia prisión, sus seguidores ya no vagaban por ahí. Sin embargo, existían rumores sobre un nuevo grupo, Albus tenía un mal presentimiento sobre el futuro que los esperaba, él estaba ocupado con las clases de Transformaciones, y el último profesor de Defensa contra las Artes Oscuras fue un desastre.

Entonces, sólo entonces, cometió una imprudencia digna del espíritu Gryffindor.

—El profesor Dippet me pidió una recomendación para alguien que ocupe el puesto —Le mencionó a Gellert.

Su acuerdo era enseñar. Y nada más. Los brazaletes le permitirían la libertad suficiente para mostrar los hechizos en clase, nunca unos que estuviesen fuera del temario, y regresaría a sus restricciones usuales después de que sus horas en el aula hubiesen acabado.

Gellert tenía talento natural para atraer la atención de las personas, así que no fue difícil que al director le encantase la "clase de prueba" que les dio a ambos, antes de contratarlo. Después de todo, conocía el temario bastante bien.

Los primeros días fueron los más preocupantes para Albus. Tenía la impresión de que cualquier otro que viese esa situación, se burlaría de cómo se opuso a dejar que Tom diese clases allí, pero sí permitió entrar a la escuela a un mago oscuro de renombre, bajo el efecto de ilusiones y pociones. Fawkes permanecía en una percha en la parte de atrás del aula de Gellert (en ese entonces, conocido como profesor Wagner), pero nunca le dio ningún aviso.

Albus se acercaba al salón a diferentes horas, sin anunciarse, y se paraba bajo el umbral de la puerta o en una de las esquinas. El "profesor" era el ejemplo perfecto de un maestro tranquilo, agradable y encantador, contestando preguntas de los estudiantes y explayándose con lo que debía ser explicado de forma más meticulosa; lenguaje sencillo, tono suave, no les ocultaba las partes más oscuras de la magia, pero en definitiva, no los instaba a unirse a ninguna causa malvada.

Albus estaba feliz y orgulloso, así que después de un tiempo, liberó un poco más los brazaletes. Gellert lo observaba sin sorpresa alguna.

—De este modo —explicó, nervioso de pronto—, podrías incluso Aparecerte fuera de Hogwarts.

Aguardó. Gellert se masajeó las muñecas y acomodó los brazaletes, con calma; lo había escuchado narrarles a sus estudiantes una historia fantástica sobre por qué jamás se los quitaba, algo acerca de una maldición puesta en él en su nacimiento, y mucho melodrama que hacía suspirar a las chicas de séptimo.

—Está bien.

Albus titubeó un momento más.

—¿Hay algún lugar al que quieras ir?

—No realmente —Gellert se encogió de hombros—. Me gusta saber que puedo irme si quiero —Extendió un brazo hacia él y recogió un mechón de cabello de Albus detrás de su oreja—, pero en verdad no tengo ganas de hacerlo, Wulfric.

0—

A los estudiantes y al resto del personal de Hogwarts les parecía que ambos profesores eran grandes amigos. Los veían pasear por los jardines, conversando, pasar tiempo en la biblioteca buscando libros, e incluso colándose en la clase del otro. Por supuesto que el conocimiento de que Fawkes pertenecía a Albus, y aun así, seguía a Gellert gran parte del tiempo, causaba algunos murmullos en los pasillos, unas historias muy alocadas y otras un poco más cercanas a la realidad, pero nadie se atrevía a cuestionarlo frente a ambos.

Su rutina diaria era tranquila y sin interrupciones. Aunque a Gellert todavía le gustaba exaltarse por detalles sin importancia.

¡¿Por qué le propusiste al director que utilizase el libro de ese Scamander como lectura obligatoria en Hogwarts?!

¡Albus, tu pollo de fuego casi quema mis apuntes otra vez!

Voy a levantar un inferí sólo para que esos jodidos chicos dejen de lanzar Quaffles en el pasillo, ¡hoy casi me golpearon cuando iba al salón…!

¡No, no voy a ir a saludar a ese chiquillo tuyo de Scamander! ¡No quiero! ¡Me niego!

¡No voy a cuidar al pollo de fuego, Wulfric!

Aun así, oírlo quejándose durante horas era mejor que la idea de que estuviese congelándose en prisión. Puede que también hubiese ayudado al nivel de paciencia de Albus.

0—

Cuando el puesto de Adivinación quedó vacante, Gellert decidió cambiar de rama.

—¡Usaré una de esas túnicas de colores y fingiré haber perdido la razón!

Su talento para el drama era bien utilizado en los estudiantes, a los que les contaba historias increíbles de una vida diferente a la suya, y para los que siempre tenía una respuesta. Un día, cuando Albus sólo pasaba por su salón, escuchó un atisbo de esto.

—¿Cómo conoció al profesor Dumbledore, señor?

—A mitad de la guerra —contestaba el "profesor" con seriedad, mientras tenía sus ojos fijos en una bola de cristal en su mano—, Albus fue severamente herido por una bruja seguidora del mago loco que quería acabar con el Estatuto del Secreto. Le salvé la vida con mi magia, lo arrastré conmigo durante tres días y tres noches, y al volver a mi casa, lo resguardé y lo curé, y…

Albus utilizó un hechizo de murmullos que hacía que Gellert pudiese oírlo como si hablase junto a él, y nadie más entendiese lo que decía.

—Por supuesto que fue así, Gelly Belly.

Gellert carraspeó, controló su rubor, y siguió con su historia.

Albus se convirtió en director. Incluso más que McGonagall, era él su mano derecha. Ya que tenía tantos compromisos con la comunidad mágica, un día dejó Hogwarts prácticamente a cargo de él. Cuando regresó, los estudiantes seguían vivos, el castillo en pie, no había un solo inferí, y Gellert se comía sus caramelos de limón mientras leía. Ahí decidió que era de fiar.

Afuera del castillo, el mundo se preparaba para enfrentar una nueva amenaza, pero allí dentro, había días agradables, y Albus sentía que había hecho lo mejor posible.

1980

—Primero, pones el libro de Scamander como lectura obligatoria —Gellert nunca se olvidaba de ese tema cuando iba a reclamar algo relacionado al colegio—, y ahora, ¡me quieres cambiar por esa bruja fraudulenta y sin talento para la adivinación!

Albus exhaló.

—Ella es la que dictó la Profecía, Narciso —Albus procuraba no usar su nombre fuera del cuarto y sus barreras de seguridad. Allí, incluso con el acuerdo de confidencialidad de los retratos de los directores, eso podía acabar en desastre—, es más seguro tenerla en Hogwarts que permitir que caiga en manos de un Mortífago.

Gellert resopló.

—No pienso irme de Hogwarts —aclaró, entre dientes. Permaneció cruzado de brazos y ceñudo.

—No te he pedido que lo hagas, ¿o sí?

Su postura vaciló un poco.

—¿No me vas a enviar lejos?

—No —Albus negó.

Así de simple, se relajó.

—Pero antes de contratar a Trelawney, estuve hablando un poco con mi amigo Nicolás Flamel y…

La alquimia distraería a Gellert, sin duda. No se arrepintió ni siquiera cuando su dormitorio se llenó de viales y pergaminos, y Gellert podía hablar durante una hora entera de lo que fuese que esos dos intentaban conseguir.

En el fondo, comenzaba a entender cómo debía ser la vida de Perenelle Flamel.

1981

También tenían sus discusiones al respecto.

—Yo no dejaría al chico con unos muggles, Wulfric.

—Será lo mejor —argumentó Albus, tranquilo—, estará bajo la protección de la magia de su madre mientras se quede con su tía. Y mientras más lejos del mundo mágico esté, más seguro crecerá.

—Excepto por el hecho de que la mujer está resentida desde que le negaron su ingreso a Hogwarts por no tener magia, y ahora tiene a un bebé salvador del mundo mágico que nadie le preguntó si quería cuidar —replicó Gellert, arqueando las cejas con una pregunta silenciosa de "¿en verdad piensas que esta ha sido tu mejor idea?".

—No le hará nada, es su sobrino. Se encariñará con el niño.

Gellert continuó hablando con escepticismo.

1992

—Yo te dije "Albus, no contrates al tipo del turbante, es escalofriante", ¿pero qué me dijiste tú? "Yo sé lo que hago" —Fingió un tono más agudo del real de Albus y resopló—. Le dije a Flamel que no pusiera la maldita piedra que puede otorgar la vida eterna en un colegio, ¿y qué me respondió? "Albus la cuidará", ¡eres Albus Dumbledore, no una caja de Gringotts! Si yo tuviese una piedra filosofal, prefería que sea custodiada por un dragón. ¿No te parece una cuestión de lógica?

Albus se limitaba a comer las grageas que Harry le dejó tomar entre sus regalos. Al notarlo, Gellert apuntó la caja de dulces.

—¡Y no me hagas hablar sobre ese chico Potter! Si el mundo mágico va a depender de él, ¡mejor nos empezamos a despedir de nuestras vidas! En su primer año aquí, se metió con Fluffy, ya molestó a Snape, y prácticamente mató a Flamel. ¡Ahora tengo un montón de correo suyo, con todas sus investigaciones sin terminar que piensa legarme, y no tengo tanto tiempo como quisiera para hacerle preguntas al mejor alquimista del mundo!

1993

—¿Qué fue lo que te dije sobre Gilderoy Lockhart?

Albus continuó desenvolviendo su caramelo de limón y recitó, en tono manso:

—"Un completo cretino, inútil, miedoso y un fraude. Ningún mago que haya pasado una noche con los vampiros y enfrentado una Banshee es incapaz de evitar un hechizo zancadilla".

—¿Y qué fue lo que me dijiste tú? —indagó Gellert, con la expresión de alguien que sabe que tiene razón.

—"Yo soy el director, así que la decisión recae en mí".

—¿Y qué aprendimos de esto, Albus?

Albus degustó su caramelo de limón con calma.

—Me vas a ayudar a elegir profesor de Defensa para el próximo año.

—¿Y? —insistió Gellert.

—Voy a dejar que examines el castillo y busques por los pasajes para estar seguros de que no hay otra Cámara de los Secretos ni un monstruo.

—¿Y?

—Y me equivoqué, y tú no —Albus meneó la cabeza. Ni todos los años cambiaban el rostro satisfecho de Gellert al escuchar esas palabras.

—Deberías escucharme más seguido.

1994

—…me parece que tienes cierta debilidad hacia los magos locos y prófugos de la justicia con un corazón no tan malvado como dicen los periódicos. Pero me sentía más especial cuando yo era el único con esa descripción al que ayudabas.

—Yo no hice nada —Albus le tendió un caramelo de limón—, todo fue obra de la señorita Granger y el señor Potter.

—Y Lupin —recordó Gellert, de mala gana—. Lástima que tenga que marcharse ahora que su secreto fue revelado. Es decir, tuvieron a un profesor con una cabeza de Voldemort en la nuca, ¿qué importa un hombre lobo? Lupin es tan caballeroso que casi me hace sentir que estamos de vuelta en 1899.

—Puso en peligro a los estudiantes.

—Eso les forja el carácter —Gellert lo desestimó con un gesto—. Además, ¿no fuiste tú el que los mandó a viajar en el tiempo, solos, sabiendo que descubrirían todo?

—La verdad siempre es mejor que un engaño, Narciso.

Gellert resopló.

—Oh, sí, qué poético. ¿Cuánto practicaste esa frase? —Se rio—. Ya que hablamos de "verdades", ¿qué tienes pensado hacer con el chico Malfoy?

Albus arrugó el entrecejo y se acomodó los lentes de media luna. Tomó otro caramelo.

—¿Qué sucede con el señor Malfoy?

—Cada vez que me animo a dar una vuelta por los terrenos, lo encuentro a punto de saltar sobre tu querido héroe —Gellert arqueó las cejas—, no finjas que no te has dado cuenta. Reconozco esa mirada a kilómetros de distancia.

—Bueno, su enemistad ha sido…

—Enemistad —Gellert volvió a bufar—. A veces me sorprende que tú y yo tengamos "algo", Albus.

Le pasó un caramelo de limón a un Albus que analizaba sus palabras con cuidado y siguió riéndose de él.

1995

—No dejes que un chico tan joven participe en el Torneo, Albus. No dejes que tu héroe entre al laberinto, Albus. Es obvio que algo malo está pasando, Albus. ¡Van a matar al chico, Albus! —Gellert chasqueó la lengua—. ¿Y qué hiciste? Dejaste que participara, lo metiste al laberinto, algo malo pasó, y ahora hay que aguantar a la bruja de Skeeter que quiere entrevistarte cada día de por medio. Y no tomaré pociones multijugos e iré a una entrevista con ella de nuevo por ti —advirtió, antes de que se le ocurriese—. Lidia tú con eso, director.

—Y sabemos que Voldemort está de vuelta —agregó Albus, sin inmutarse por su berrinche del día.

—Cualquiera podría decirte que Voldemort regresó, desde que el chico vio su cabeza en la nuca del escalofriante profesor que tú contrataste…

—Moody fue tu idea —recordó Albus.

—No puedes esperar que predijera que lo atraparían en una caja y usarían para crear poción multijugos —Gellert resopló—, mis visiones son escasas estos días. No hay mucho que ver que me incumba en todo esto. Además, el punto aquí es que tienes una entrevista con esa bruja que es peor que la peste…

1996

—¿Ya le puedo lanzar un crucio?

—¿Qué dijimos sobre esto antes, Narciso?

Gellert fingió considerarlo.

—No le lances crucios a otros miembros del personal.

—¿Así que debes, o no, lanzar un crucio?

—¡Pero esa cara de sapo ya no es miembro del personal! —replicó Gellert, irritado—. Y se lo merece, lo sabes perfectamente. Mientras tú no estabas, esa mujer loca intentó…

1997

Gellert caminaba de un lado a otro del cuarto del director de Hogwarts.

—¡¿Por qué tuviste que hacer eso?! ¡¿Por qué tuviste que usarlo?! Tú, necio, egoísta, cretino, ¡te lo advertí, pero tú sólo te oyes a ti mismo! Tantos años sin visiones, y tienes que- tienes que ir y hacer realidad esta, tienes que- ¡tenías que envenenarte, por supuesto! ¿Qué otro final era posible para el gran Albus Dumbledore, que no incluyese el sacrificio máximo de su propio cuerpo, en pro de…de…?

Gellert apretó las manos en puños y alzó la mirada al techo. Exhaló.

—Hay que detenerlo, Gellert…

Él bajó la cabeza deprisa y le dirigió una mirada desagradable que era una respuesta en sí misma. Sin embargo, tras un instante, su expresión vaciló, y sus ojos se desenfocaron.

Albus esperó, viéndolo llevarse una mano al pecho y poner la otra frente a su cara, como si intentase cubrirse de una maldición. Gellert parpadeó y volvió en sí, cubierto de sudor frío.

—Es él —musitó—. Es él el que me visita en la celda, buscando la Varita.

Ambos observaron la Varita de Saúco en el escritorio y se dieron cuenta de lo que tenían que hacer.

En orden de aparición, los poemas de Gellert:

Air of Diabelli's, Robert Louis Stevenson.

True love doth pass away, William Blake.

Drink to me only with thine eyes, Ben Jonson.

The lover tells of the rose in his heart, W.B. Yeats.

Love and Death, Rosa Mulholland.

The new remorse, Oscar Wilde.

I do not love thee, Caroline Norton.

Meeting at Night, Robert Browning.

Love's Deity, John Donne.

The broken heart, John Donne.

Por favor, historia que comienza en la época del romanticismo, eventos del siglo XX, ¡no podían esperar que no incluyese un montón de poesía! Fue como lo mejorcito de ese tiempo.

No me metí con la trama de AFYDE porque la considero un caos sin sentido cronológico. Un día, quizás, me anime a reestructurarla a mi manera, pero lo más probable es que necesite un longfic para sentir que lo hago bien. Por ahora, esto, que ya sabemos más o menos qué pasa.

¡Subiré el epílogo ya mismo! No soy tan cruel. Ni creo poder hacerlo mañana, es malvado hasta para mí tenerlos sufriendo por más tiempo ¿?

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