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XIII

—Debes entender mi posición —dijo el alguacil mayor Dresko—. Tu trabajo era eliminar a cualquier espectro que allí habitara. No causar la muerte de dos personas...

—¿Inocentes? —lo cortó Sebastien.

Dresko gruñó para sus adentros.

—No puedo agradecerte, aun si tus acciones llevaban razón. Dos personas murieron por tu culpa, inocentes o no.

—Si no fuera por mí, alguacil, ¿los habrían detenido?

Dresko no dijo nada. Dejó su insignia de alguacil sobre la repisa de la chimenea. Exhaló hondo mientras se desabrochaba el cuello de la camisa.

—Como alguacil mayor, no puedo solo dejarlo pasar —dijo, y se sentó junto a Sebastien—. Como hombre, por otro lado...

El alguacil le ofreció la damajuana a Sebastien. Esta vez, la aceptó. Bebieron en silencio durante largos minutos.

—Puede que en privado te lo agradezca, Peregrino, pero la gente no lo hará. No creerán la versión que me has contado —dijo Dresko después—. Dirán que eres un criminal, dirán que mataste en vez de exorcizar. Y aquellos que escuchen, lo creerán.

—¿Y qué es lo que usted cree? —dijo Sebastien tras casi vaciar la damajuana de un trago.

—Yo... creo que comienzo a entender de dónde viene tu reputación. Aun así, hay algo que no entiendo. Si las desapariciones eran obra de... de Orlem, ¿qué hay del espectro? ¿Había espectro alguno para empezar? ¿El fantasma del viejo Lendazar, como decían algunos?

—Y si le dijera, alguacil, que los espíritus son solo reflejos de lo que nosotros somos… Si le dijera que para encontrar la raíz de todos los males no hace falta más que mirarse en el espejo… ¿Qué pensaría?

—Pensaría que tanto trajín te ha desacomodado la cabeza.

Sebastien sonrió con pesadumbre.

—Y por eso es que no se lo he dicho.

Sebastien se levantó, se colocó la maleta al hombro. Caminó junto a Dresko hasta la salida, sin decir palabra.

Abrió la puerta. Afuera empezaba ya a clarear. Mia lo esperaba sentada en las escaleras.

—¿Peregrino? —dijo Dresko—. ¿Es cierto? ¿Todo lo que dicen de ti?

—Si le dijera que no, ¿me creería?

—Después de lo sucedido… No. Probablemente no. Que la Madre en lo Alto te acompañe, Peregrino. Creo que no necesito decir que ya no eres bienvenido aquí.

—No tiene de qué preocuparse, alguacil. No tengo intenciones de volver. —Imágenes acudieron a la mente de Sebastien. Se obligó a no pensarlas—. Nunca. Adiós.

Se marchó con el amanecer.

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