CAPITULO IV
—Niña, has vuelto— dijo suspirando el cuidador del refugio.
—Gina—
—¿Perdón?— preguntó confundido.
—Mi nombre es Gina, ¿ya despertó?—
—Aún no, ve a verlo, veré si consigo ropa acorde a tu nuevo tamaño, niña extraña, o me estaré volviendo loco—
Se alejó susurrando y meciendo su canosa cabellera a los lados, me caía muy bien, sobre todo por evitar las preguntas y comentarios molestos, a lo mío, qué raro suena, mío, ya Gina, deja de pensar y mueve tus perezosos pies de una vez.
Me acerqué hasta su cama y sus ojos permanecían cerrados pero su ceño fruncido me preocupaba, no quería verlo sufrir ni siquiera por la más mínima pesadilla, ya bastante con el futuro que le esperaba al despertar de su letargo de años.
—No lo frunzas, te volverás un viejo gruñón—
Sonreí al oír mi voz, había olvidado que el maldito hechizo volvió a transformar mi cuerpo, era muy raro verlo allí, cómo reaccionaría al verme al despertar, me habrá olvidado realmente, debería, el hechizo lo hice correctamente, además ni marcas han quedado luego de alimentarme, pero para estar seguros.
—Buenos días pequeña— lo oí decir con voz ronca.
—No que mie— susurré meciéndome en la cama.
—Te tengo, no te asustes—
Por poco y caía de la pequeña cama en la que estaba recostado, sus manos fuertes y seguras consiguieron mantenerme sobre él. Claro, quien no lo haría, soy una niña, al verlo de cerca su sonrisa era aún más resplandeciente que el mismo sol, ay por favor, hasta melosa me he vuelto, separarme, separar.
—Perdón, sólo quería ver si estaba bien—
—Lo estaré cuando sepa como llegué hasta aquí, hasta donde recuerdo estaba yendo por la carretera camino a casa—
—Qué alivio que funcionó— suspiré más tranquila.
—¿Funcionó?— preguntó confundido.
—¿Lo dije en voz alta?—
—Sí—
—Y— volvió a decir.
—¿Y qué?— pregunté desentendida.
—¿Qué fue lo que funcionó?— volvió a preguntar curioso.
—Que funcionó el haberte traído hasta aquí, estabas en tu coche en la carretera, parecía que hubieras derrapado o algo y pues te vimos con el señor que trabaja aquí y pues te trajimos antes que te congelaras en medio de la nada— "lo siento por la mentira".
Intenté sonar lo más creíble posible pero, con la cara de niña que tenía como podía ser eso posible, maldito hechizo, maldita luna, mald.
—Y ese señor es el mismo que está detrás de ti viéndome con cara de confusión—
—Gina, veo que tu amigo ya despertó, te dejo aquí la ropa, te espero fuera, necesito hablarte—
—¡Si señor!—
¡Genial! creo que eso si funcionó, enhorabuena me presenté por mi nombre con el señor, demonios, ¿cómo se llama?
—Él sabe tu nombre y ¿Tú solo le dices señor?—
—Es mayor que yo, debo respetarlo o ¿no?—
Su cara de confusión es de lo más adorable que, ay por favor, concéntrate Gina, me di un par de golpes en la frente olvidando por completo la mirada inquisitiva de Sean sobre mí.
—Sigo aquí— dijo sonriendo entre dientes.
—¿Qué?—
—¿No diferencias cuando piensas en voz alta?—
La sangre subió a mi rostro y juraría que del sonrojo hasta saldría humo de mis orejas. ¿Lo volví a hacer?
Su risa se oyó en todo la habitación y fue lo más reconfortante que oí desde que huí de los dominios de mi padre, buscándolo y ahora que lo hallé ¿Qué haré???
—Tu inocencia es muy graciosa, ¿Cuántos años tienes?— preguntó
—A una dama nunca se le pregunta la edad— dije con aires de grandeza
—Ni te imaginas cuántos años tengo en realidad— terminé susurrando— voy a cambiarme y a hablar con el dueño, veré que consigo para que desayunes.
—Doscientos quince— dijo dejándome paralizada.
—¿Qué?—
—Doscientos quince años, tu edad, dijiste que no la imaginaría, pues, no te imagino con doscientos quince años— Si tan solo supieras.
Mi expresión debió haberle asombrado pues, no emitió ningún sonido siquiera luego de haber dicho eso.
—Mira que serás, dile eso a otra mujer y te matará, agradece que a mis doce.—
—Ya la dijiste, gracias— Sonrió hasta con los ojos
—Quédate allí, no te m...—
—Oye, dijiste que respetabas a tus mayores y ¿me das órdenes? y ¿si debo ir al sanitario? o limp—
—No necesito detalles—
Pude oír a lo lejos su risa pues salí corriendo de allí con la sangre en el rostro, demonios Gina, contrólate dije golpeando mis mejillas.
—Si pensaba que eras rara, con esto confirmas tu locura niña.— habló el dueño.
—Perdón, realmente.— susurré con la cabeza baja.
—Duncan, mi nombre es Duncan.— dijo sosteniendo mi barbilla.
—Duncan, pues, Duncan, perdón, lo siento, es una historia muy larga de explicar y contar, la verdad es que.—
—El hechicero, debes esperar por la siguiente luna para que salga de su escondite. —
—Y como demo. — comencé a decir sorprendida
—No todo lo que ves es lo que parece, ¿no eres tú un claro ejemplo de eso?— dijo con una sonrisa.
—O sea que tú eres.— uno de los perros de Marcus.
—Estoy de tu lado, Marcus me ha logrado cansar con sus idioteces y no pienso seguir soportando más de su reinado—
—Conoces a mi padre—
—Lo conozco, te reconocí al momento que atravesaste el umbral, eres tan valiente como tu madre. —
—Conociste a mi madre. —
—Serví a tu madre cuando Atis estuvo encarcelado por enfrentar a Marcus. —
—Enfrentar a Marcus—
—Y aquí vas de nuevo narrando historias que nada tienen que hacer en esta era Duncan. —
—Pues le serviría para que Gina comprendiera más a fondo el motivo de esta lucha, Atis—
—Ya estuvo bien, o me dicen o se—
—Lo siento, Gina, gracias por ayudarme pero ya debo irme, mi trabajo... mi casa, debo volver—
No supimos cuánto ha oído o en qué momento llegó hasta nosotros o mejor aún, si Sean recordaría algo de lo que pasó al oír nuevamente mi nombre.
—No puedes, estás débil, prometo acompañarte luego—
—En qué puede ayudar una niña de doce años y dos viejos—
—Viejos tus—
—Duncan—
—Atis, somos viejos pero nos debe respeto el insolente, será quien es pero—
—¡Duncan!—
—¿Qué soy quién?—
—Ya creo que es momento que vayamos a tu casa...—
Lo tomé como pude de su brazo y lo jalé fuera del alojamiento, ya Atis arreglaría sus diferencias con Duncan, pero qué diablos ocurrió allí dentro, será que.
—Cuidado G...—
—Mi nar...—
—Eso logras cuando vas en las nubes y no ves tu camino niña—
—Que no soy una niña—
—Diciéndolo así lo afirmas aún más, déjame ver—
Mis ojos estaban prácticamente nublados por el dolor que sentía y allí estaba, su respiración tan cerca de la mía y su aroma me hacían estremecer, pero no podía darme el lujo de demostrarle lo que sentía, su mano suavemente trataba de ver si el daño que me había hecho por descuidada era grave o no.
—No es muy grave que digamos, si llegamos pronto a casa no quedará ningún hematoma en tu bella naricita—
—Que no me trates como u—
—Na niña, lo sé, pero te ves tan adorable así pequeñita, ven, sube a mi espalda.— dijo completando mi frase.
—¿No se puede contra ti acaso?— suspiré aceptando.
—No, tú no puedes contra mí— afirmó sosteniendo mis piernas.
Aquella afirmación sonó tan, ¿sentimental? demonios Gina, no puedes permitir que esto pase en tu mente y sentimientos, recuerda el propósito de todo, vamos, concéntrate.
—A ver o quieres que te cargue como una princesa acaso, por tu peso y tamaño no sería problema alguno y cuanto antes nos vayamos más rápido curaremos esa herida—
Su cercanía era mala muy mala, la disfrutaba pero ver sus ojos negros frente a los míos a casi nada de poder tocar su mejilla y decirle.
—Gina— susurró frente a mí.
—Sí—
—¿Qué haces?—
Y lo volví a hacer, no supe en que momento rodeé su cuello con mis brazos y acariciaba la naciente barbilla en su mejilla.
—Lo siento.— di un salto e intenté separarme.
Una risa sonora salió de sus labios y acomodó lentamente uno de mis cabellos tras mi oreja.
—Que no era yo la que iba a cuidar de ti—
—Pues tómalo como un día libre, deja que el Caballero Sean salve a la pequ... salve a la princesa hoy— dijo solemnemente con una reverencia.
Me recargué en su espalda luego que terminara de limpiar la sangre que tenía a causa del golpe, su calor, el aroma de su cabello, al estar tan cerca de su cuerpo juraría que sentía sus latidos pausados casi como una dulce melodía que acompañaba sus pasos, si tan sólo supiera la verdad y que realmente el sí era Sean, el último caballero.
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