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CAPITULO II

—Estamos dejando el año atrás nuevamente, la nieve cubre el suelo de nuestro país y el clima frío solo hace que en los hogares se avive más la llama del amor y la paz, desde aquí...

—¿Aun creen que con estas estupideces harán que algunos como yo cambiemos nuestro parecer acerca de las festividades? ¡Por favor! —dijo Sean apagando molesto el radio del coche.

—Dicen eso cuando hay miles de niños muriendo de frío y ham... ¡Demonios!

La frenada fue tan fuerte que hizo derrapar el coche sobre la congelada calzada haciendo que choque contra el borde de la autopista. Sean quedó petrificado sosteniendo el volante con fuerza.

—Demonios, lo maté, sea lo que haya sido lo maté— repetía sudando dentro del coche.

Con la respiración tan agitada y sus pupilas dilatadas hasta casi oscurecer por completo sus ojos grises trataba de calmar el temblor en sus manos.

—¡Demonios! ¿Qué haré? pero de dónde diablos salió esa cosa —continuó desabrochándose el cinturón de seguridad para abandonar el coche.

La oscuridad parecía haberse cerrado aún más de un momento a otro y el frío también se había acentuado más y más. La calzada resbaladiza hizo que cayera golpeando su cabeza quedando casi inconsciente cerca de su coche.

—Menudo gol... ¿Qué? —dijo haciéndose hacia atrás temiéndome.

—¿Estás bien? —pregunté viéndolo raro.

—Tú, tú, estás...

Repetía señalando mis senos.

—¿Quieres tocarlos? —pregunté muriendo de la curiosidad y al instante sus mejillas enrojecieron.

—¡¿Qué?! No, no, no... —dijo dudando al último intento.

—¡Definitivamente no! —gritó antes de intentar ponerse en pie.

Pero tal fue la torpeza de su movimiento que volvió a resbalar y caer aún más cerca, tanto que su nariz rozó uno de ellos.

—¡Voy a morir! —gritó cubriéndose el rostro y sentándose frente mío.

—¡Eres muy divertido! —dije viendo cómo exageraba lo sucedido.

—¿Qué es divertido? ¿Qué demonios se supone hace una niña como tú en un lugar como este? —se quitó rápidamente la chaqueta colocándola con torpeza sobre mi cuerpo.

—¡Ya cúbrete, te enfermarás! —dijo tartamudeando.

Luego de colocarme rápidamente la chaqueta que me había dado, a decir verdad sí tenía mucho frío, pero no tenía la más mínima idea de cómo llegué hasta aquí, ni cómo pude esquivar tan fácilmente el coche de este hombre.

—¿Ya te la colocaste? —preguntó gracioso mientras apartaba un par de dedos de sus ojos para cerciorarse de que lo haya hecho.

—¡Sí señor! Ya estoy vestida —dije solemne.

—Necesito saber que no estoy soñando, a ver, dime, ¿Qué fecha es hoy?

—Hoy es veinte de Diciembre señor.

—¿Año?

—Dos mil veintidós señor.

—¿Tu nombre?

—No lo sé señor.

—¿Tu edad?

—Tampoco señor, sólo sé que lo último que me habían contado es que soy de mayor edad de lo que se ve a simple vista.

—¿Tus padres?

—No los tengo señor.

Sus ojos parecían nublarse cada vez más con cada gesto mío, a decir verdad, no sé mucho de mí misma, hasta hace unos días estuve encerrada en un lugar que parecía el infierno mismo, donde el abuso y el ultraje eran moneda diaria para mí. Creí que había muerto, al menos debería de estarlo con las heridas que me hice pero no.

—Oye, ¿te pregunté algo?

—Perdón, lo siento, no estaba prestando atención.

—Y fue así que te choqué, si vas por la vida sin prestar atención de lo que haces difícilmente puedas llegar a un buen destino niña —se acercó y acarició mi cabeza dulcemente.

—Pregunté si dónde vivías, así puedo acercarte, por suerte y mi coche no se ha hecho mucho daño ¿vamos?

Su semblante cambió a uno más apacible y amable, pensándolo bien...

—¿Qué esperas? sujétate de mi mano o caerás, estás descalza.

Aquellos ojos grises me perdieron, su blanca tez y cabellos negros azabaches contrastaban tanto que era perfecto. Tan llamativo para mí, que a pesar de mi apariencia de niña ya cargaba con muchos más años de los que él realmente veía con sus ojos humanos.

—¡Cuidado! —dijo tomándome rápidamente en sus brazos.

Era fuerte, muy fuerte, alto y un tanto arrogante, cuando abrí los ojos y lo tuve cerca pude ver sus rasgos definidos, su mandíbula cuadrada y sus pómulos dando un aire de superioridad, pero sus ojos, eran pacíficos y no sé por qué, pero aquella luna reflejada en ellos era hipnotizante de verdad.

—¿Estás bien? Debes aprender a oír más a tus mayores, sólo queremos cuidarte, casi llevas la nariz contra el asfalto —dijo acomodando mi cabello tras la oreja al tiempo que controlaba que no hubiera ningún daño en mi cuerpo.

—Estoy bien, sólo mareada y dé...

—¿Débil? ¿Hace cuánto no comes? Hace cuánto andas, oye ¿qué? —detuve su discurso al besar su frente sorpresivamente.

No pude evitarlo, aquella línea rojo carmesí cayendo por su frente fue mucho para alguien tan hambriento como yo, sangre, es dulce, cálida, aún con el frío que nos rodea sigue siendo cálida, debo detenerme, no debo sucumbir ante el deseo yo no, pero por qué, si él es un alimento más, por qué no puedo continuar.

—¿Cómo te llamas? —dijo sosteniendo mi mejilla muy cariñosamente.

—Como usted quiera llamarme, así me llamaré señor —dije limpiando la sangre de su mejilla.

—Karen, ¿Te parece? —dijo sentándome en el asiento de su coche

Lo veía embelesada abrochando el cinturón mientras me acomodaba la chaqueta para que no quedara al descubierto mi pequeño cuerpo desnudo.

—Karen será —susurré mientras caía en un sueño profundo causado por el cansancio de deambular en busca de alimento durante tanto tiempo.

Luego de que aquellas personas me creyeran muerta y me dejaran abandonada en aquel bosque, tuve que deambular en busca de un lugar donde recuperarme, los animales me alimentaban con su sangre, pero no era suficiente, debía hacerlo de un humano, pero, por qué el primero en aparecer es él, mi cuerpo arde, tengo frío, Gabriel, te necesito.

—¡Gabriel!

—Karen, tranquila, estoy aquí, tranquila, ven aquí.

—Qué, dónde, quién eres tú, ¿Por qué me llamas Karen?

—Mi nombre es Sean, te apareciste de la nada y te atropellé antes en el camino y te pusiste muy débil y te traje a mi casa, estás en la habitación de mi hermana, no te preocupes.

—Hambre —sus arterias, su sangre, su aroma, no puedo.

—¿Qué haces? aquí te preparé un poco de comida, ven ¿qué? —dijo al ver que pretendía irme.

—Debo irme, no puedo quedarme —debía hacerlo, su sangre

—¡Espera! —su mano, su cálida mano sosteniendo la mía.

—Suéltame, te haré daño, te arrepentirás —dije tratando de sonar lo más furiosa y temible posible.

—¿Qué? ¿De qué hablas? Si eres una niña —preguntó confundido.

—Créeme, soy más de lo que ves y de lo que piensas, no debes —dije negando mientras intentaba soltarme de su agarre.

—No puedo dejarte ir, no quiero, yo, quiero saber quién eres.

Fui en contra de mi verdadero ser y lo abracé, ni siquiera me explico por qué lo hice, sólo sé que necesitaba hacerlo, quería sentirlo al menos una vez más antes de irme. Mi cuerpo ardía, sentía como lentamente iba dominando mi verdadero yo al títere de niña que lo mantenía oculto.

—Quiero cuidarte, quédate conmigo —repetía mientras me tenía en sus brazos.

Aquel calor de su cuerpo y ese nuevo sentimiento fueron despertando nuevamente a mi verdadero yo, no pude detenerlo, no pude contenerlo y allí en sus brazos con su mirada fija en mí sin dar crédito de lo que pasaba me convertí en la mujer que realmente soy.

—¿Qué? ¿Karen? Pero —dijo confundido

—Qué acaso no te dije que era más de lo que tus ojos veían.

—Pero —sus labios los silencié sin más preámbulos.

Un beso tan apasionado como si lo estuviera deseando y esperando por siglos, creí que se separaría, me temería, pero no, se quedó a mi lado, me sostuvo en sus brazos y me siguió en el beso, besándome tan apasionadamente como yo lo hacía, su lengua buscando la mía y jugando con fuego al tocarlo con mis manos, no podía detenerme, no quería detenerme.

—¿Qué es esto Karen? ¿Quién eres realmente?

—Mi nombre es Gina y si no me dejas ir será una pesadilla para ti.

Tomó mi rostro en sus manos y lo miraba buscando una explicación lógica a todo lo ocurrido.

—No lo hallarás —dije

—¿Qué?

—Una respuesta lógica a lo que acaba de suceder, no lo hallarás, cierra tus ojos y déjate llevar —dije lamiendo con deseo y desesperación su cuello.

—¿Gina?

Un gemido de placer y aquella dulce sangre corriendo por mi garganta era lo que necesitaba para sobrevivir, no lo quería dañar, pero si no lo hacía moriría.

—Gina, basta, duele, detente —rogaba.

—Mírame —le dije.

—¿Por qué lloras?

—Porque me olvidarás —dije besándolo suavemente y borrando su memoria de ese día.

Acaricié su frente y acomodé sus cabellos, besé rápidamente sus labios y dejé a aquel humano que me hizo estremecer en solo segundos de estar con él. Y huí. Una vez más. Tuve que huir para no verlo morir.

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