LA PUERTA DEL ALMA
(Esta historia es totalmente ficticia.
Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.
Me he permitido la licencia de tomar prestados personajes creados por Sir Thomas Mallory)
Cabalgaban juntos, ya estaba hecho, no había marcha atrás... el barco no tardaría en partir... sabía que ella había permanecido en la ventana, sin llorar, largo tiempo observando como él se alejaba, su reina, Ginebra.
Merlín se lo había advertido... "ten cuidado, Lancelot..."y Morgana, clavando sus despiadados ojos sobre él, también - es mejor dejarse matar en una de esas guerras absurdas-. Siempre le hablaba a medias. Aquella mujer sabía algo, en realidad lo sabía todo; tuvo la certeza la primera vez que, por error, entró en su cuarto cuando en la noche buscaba los aposentos de la reina, y ella lo vio, clavó los ojos verdes en los suyos y, como quien está a millones de años de distancia, le dijo :cuidado, caballero... ¿hacia dónde te dirigen tus pasos?. Aquello no era una pregunta, ¡¡maldita mujer!! ¿porqué lo inquietaba tanto?.
Su reina en cambio era un pequeño ángel cándido y rubio que lo buscaba a tientas, casi sin querer, tan distinta... las dos ocupaban un lugar privilegiado en el corazón de Arturo, el rey. Decían las malas lenguas que Morgana y Arturo eran amantes, ¿sería verdad?. Mirándola a ella no le parecía tan absurdo, aquel ser extraño y distante ejercía un extraño influjo sobre todos los que la rodeaban pero él sabía que su rey amaba profundamente a la reina así que tenía dudas al respecto de aquel chismorreo. El había conocido bien a Morgana en su juventud, antes que ella huyera de Camelot hacía años. Se fue siendo una joven frágil y volvió con el corazón duro y frío como un diamante que nadie podía tocar.
Ella pasaba mucho tiempo conversando con Merlín, ¿Cómo haría para atraer la atención del sabio anciano?. Se notaba que la veneraba y aquellas eran de las pocas ocasiones en que se veía a Morgana sonreír.
Todo transcurría con normalidad aunque algo se removía en el interior del castillo. La reina comenzó a mostrarse más silenciosa de lo habitual y los rumores crecían debido a su melancolía o a las miradas demasiado expresivas de Lancelot que admiraba su belleza serena, la imagen de Lady Morgana lo sacaba de su hipnotismo por la reina de tanto en tanto.
Una vez más se le ocurrió: ¿Por qué no visitar a la reina en la noche, como otras veces?; no tenía tiempo ni de sentirse culpable pensando en su rey. Nadie se enteraría. Al pasar frente a la habitación de Morgana sintió un impulso irrefrenable de entrar. Dormía. Lancelot la miró; en la penumbra no parecía tan fiera, más bien todo lo contrario, era evidente que el sueño transfiguraba milagrosamente su expresión, normalmente dura. Oyó como se quejaba en sueños. Lancelot se fijó en la carta que había en el suelo, a un costado de la cama y se agachó para recogerla. El aroma de su cabello llegó hasta él: ¿jazmín? ¿azahar?, sintió como su pulso se aceleraba. Aquella carta hablaba de despedidas , de alguien que no volvería y que tenía el corazón de ella prisionero -¿por aquello huyó de Camelot?-, era obvio que, por el color del papel, había pasado tiempo desde aquello y que ella aún lloraba al leerla. Estaba húmeda de lágrimas y sintió que se le encogía el corazón.
Al levantar la vista se vio reflejado en los ojos verdes que lo miraban aterrorizados, ¿Qué hacéis vos aquí, habéis olvidado el camino hasta el dormitorio de la reina? – la voz sonó glacial-. Volvía a ser la de siempre, aunque él no la miraba con los mismos ojos, no, ahora conocía su secreto. Se acercó y ella retrocedió como un animal acorralado, estaba realmente asustada -¿también os gusta asustar a mujeres indefensas?- Lancelot rió entre dientes, a él nunca le pareció indefensa –milady, comenzó a decir. Ella saltó hacia atrás con un puñal en la mano –no oséis dar un paso más o vuestra sangre correrá...- él siguió avanzando -¿de quién os estáis defendiendo señora?, (de él no desde luego, no tenía intención de dañarla o de recibir una puñalada) –no arméis alboroto, vais a despertar a todo el castillo, y, por favor, cubríos. .¿Os sentís bien?-
Morgana vio la carta que él sostenía en la mano, enrojeció de cólera e intentó golpearlo -¡¡Salid de aquí, maldito!!-
El se la entregó –Sra. comprendo vuestro dolor-
-no- replicó ella furiosa -vos no entendéis-
Lo miró algo más tranquila con cierta tristeza, él admiró el brillo verde de sus ojos, tenía todo el cabello revuelto –Sra. La pérdida del amor es algo doloroso-
-Os repito que no sabéis nada, caballero-
-¿Os han abandonado?-
-Ya que insistís, os confieso que esta carta es mía yo la escribí, a mí nadie me abandona-
-Ahora marchaos la reina os espera- sonó fría de nuevo, él comenzó a andar hacia la puerta
-Lancelot...- ella posó una mano sobre su espalda
-¿Señora?-
-...Permitidme un consejo, si queréis seguir con la cabeza sobre los hombros...- la miró con interés ¿acaso lo estaba amenazando? , no había tono de amenaza en su voz sino todo lo contrario, sonaba cálida, igual de cálida que su sonrisa, sintió el pulso en las sienes cuando la vio moverse en la penumbra acercándose a él lentamente, se acercó a su oído y él sintió el roce del camisón que los separaba y el aliento de ella dejándolo sin aliento a él cuando susurró en su oído:
-... jamás me deis la espalda caballero, sobre todo si llevo un puñal escondido- sintió como su aroma lo mareaba
-¡¡ Maldita bruja!!- se dijo cuando la oyó reírse de él, la risa tintineaba en el dormitorio.
La besó, fue un impulso, no quiso evitarlo, ella tembló como una hoja, después lo abofeteó
-¿A qué diablos jugáis milady?
-No busquéis en mi lo que anheláis de otra- le miró con desprecio y él sintió como si le estuviera acuchillando, por ventura que aquella mujer era un desafío, con una belleza sobrenatural y un espíritu salvaje lo veía en su mirada, -Adiós sire-.
El salió del dormitorio y se encaminó al de la reina, con la cabeza hecha un torbellino, la puerta estaba cerrada..., abrió despacio, vio a la reina, desnuda y blanca tan diferente de Morgana... se detuvo en seco, su Sra. No estaba sola, uno de los caballeros del rey la acompañaba, estaba sentado en el tocador de espaldas a él y dispuesto a marcharse por la puerta interior del dormitorio, de pronto oyó estruendo al fondo del pasillo, la guardia venía en camino.
Morgana apareció tras él, mientras Lancelot no atinaba a entender que estaba pasando ni pudo ver la cara del caballero que estaba en el dormitorio de su Sra., se moría de dolor y de rabia... su reina... su Ginebra y comenzó a desenvainar la espada.
Morgana lo detuvo susurrando, ¿Estáis loco, acaso queréis morir?, lo miró temerosa vio que le daba igual morir o seguir con vida, él seguía avanzando.
-Ah no!!- exclamó ella- así no!!, tiró de él hacia su dormitorio, con una fuerza inusitada.
-Shhh- puso un dedo sobre sus labios para que no hablara, era increíble el genio de aquella mujer, Lancelot se abrazó a ella llorando amargamente, ella guardó silencio largo rato; le instó para que se sentara sobre el lecho y le ofreció una copa que el miró sin tomar.
-No seáis tonto si hubiera querido mataros lo hubiese hecho hace un momento-
Lancelot bebió, ella siguió hablando –lamento que hayáis visto así la realidad, os entretuve aquí todo lo que pude, de haber llegado antes al dormitorio de la reina probablemente os hubieran matado-
-¿Quién es él- preguntó frío Lancelot
-No importa- respondió ella – lo único que importa es quien sois vos, el más brillante y leal de los caballeros del rey-
-Voy a matarlo-
-Mañana mismo os vais para siempre de Camelot caballero- la miró sorprendido
-¡¡No!!- ella lo agarró de la barbilla –No entendéis lo que pasa? Os han estado utilizando, y ahora querían asesinaros, todo el reino cree que ese hombre sois vos-
-Morgana... ¿hace cuanto tiempo lo sabéis?, ella rió irónicamente mientras observaba el movimiento en el patio de armas desde la ventana.
-Desde el principio, las paredes hablan...- se estremeció y prosiguió – una vez, él se coló en mi dormitorio, sonrió con amargura y... desde entonces...- le mostró el puñal que guardaba bajo la almohada, Lancelot vio que estaba a punto de romper a llorar algo terrible pasó en aquel dormitorio.
-¿queríais matarlo?-
- no- ella gimió –no podría... pero pensé que si él volvía a entrar aquí..., me mataría yo- Lancelot la abrazó, sintió todo el dolor de aquella mujer atravesándole los poros, la sangre de nuevo, hirvió en su cabeza.
-Juro por Dios que lo mataré Señora!!, dadme su nombre- ella lo miró triste y posó una mano en su cara –"ya no hay tiempo para eso, caballero"
¿creéis que el rey sabe algo?, ella negó con la cabeza...-No, un hombre enamorado sólo ve lo que quiere ver, yo no pude contarle nada, tendría que explicarle porque ese hombre entró aquí, el dolor lo mataría, Arturo ama profundamente a la reina, y yo lo adoro, es mi hermano no puedo causarle tal dolor " hablaba del rey pero por su forma de mirarlo Lancelot supo que también le hablaba a él.
¿y vos Sra., todavía amáis a ese hombre de la carta?, ella asintió -más que a mi propia vida, lo amaré siempre, esté donde esté, ahora descansad señor-.
Sintió como se desvanecía, obviamente había algo más que vino en aquella copa. Soñó que Morgana besaba su frente y su boca, entre sueños le llegaban su calor y su olor, su voz le susurraba -Os comprendo Sr., también sé lo que es amar sin esperanza y sin remedio-
Amanecía mientras cabalgaban hacia el puerto, ella silenciosa y taciturna, él despertando de un sueño incómodo ¿Cómo había estado tan ciego? Se maldijo a sí mismo.
Desmontaron al llegar al puerto.
-Sra.- comenzó a decir Lancelot- sois la mujer más leal que conozco-
-Sí- le respondió ausente- y vos el hombre más necio que se ha cruzado en mi camino- le entregó la bolsa que llevaba cruzada al pecho – aquí hay oro, y víveres, os deseo suerte y que el cielo os proteja-
él la miró- venid conmigo-
ella negó con la cabeza – no es tiempo aún, es necesario que todos crean que vos estabais lejos anoche-
admiró sus ojos verdes, tristes y la sonrisa perdida -¿volveremos a vernos?-Lancelot esperaba una respuesta.
-¿¡quien sabe!?, tal vez en otro tiempo... o en otro lugar, volvía a surgir la hechicera que llevaba dentro, el barco zarpa, debéis marchaos-
Un último abrazo, para no olvidar...
Desde la popa la vio agitar la mano, siguió allí inmóvil hasta que la niebla la envolvió..., él podría recordarla, pero ¿Por cuánto tiempo?. Sintió que el alma se le escapaba hasta ella viendo como su imagen se alejaba.
Estuvo durmiendo largas horas, no quería recordar...
Llevaba un largo trecho de camino, ya anochecía, comenzó a sentir hambre..., recordó a Merlín cuando charlaban durante horas... y bebían de más, lo iba a echar en falta, el anciano le hablaba muy a menudo de una puerta que conectaba a las personas con otro tiempo, la puerta del alma la llamaba Merlín, una puerta dorada con forma triangular que era el símbolo de Dios, algunos sabios la representaban con un ojo en su interior –que historias-recordó Lancelot y también que eran pocos y afortunados los que la habían visto, seguramente Merlín deliraba debido a lo avanzado de su edad y al licor.
Se dispuso a cenar algo, la noche sería larga, sacó de la bolsa pan y fruta, y entonces la vio..., una luz dorada comenzó a iluminar la noche y el alma del viajero, con la mano en el interior de la bolsa, Lancelot miraba atónito el triángulo que estaba suspendido sobre él –Dios santo!!- exclamó, la luz desapareció tan súbitamente como había llegado en el momento que su mano, aún en el interior de la bolsa, topó con un sobre, sintió la brisa de la noche, parado en medio de la cubierta del barco que lo llevaba tan lejos de Camelot, lo abrió sin mirarlo y sacó la carta de su interior, volvió la brisa que parecía hablarle dulcemente, besando su boca y su frente... reconoció la letra, Lancelot, supo que no necesitaba leer aquella carta, para saberse el hombre más amado de su tiempo o de cualquier otro.
"Al Sr. del castillo, mi sire"
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro