Capítulo extra - Los recuerdos que nos atan
Nota: No es el final.
Es un pre-final para entender qué fue de ellos antes de leer el 61
Aviso: Hoy elegí la violencia.
༺༻
Extra | Los recuerdos que nos atan
Olivia Wilson
23 de noviembre
Reviso mis mensajes con el corazón encogido, no porque me preocupe ver algo para lo que no estoy preparada, sino porque todavía no termino de asimilar cómo funciona no alejarse de las personas. Encuentro nombres de conocidos a los que agendé mientras viajaba por el país, grupos de personas que conocí en hostales o incluso dentro de los parques nacionales que he estado visitando. Tardé semanas en confiar suficiente como para unirme a un grupo pequeño que viajaba en mi misma dirección aunque solo fuera por unas horas, pero lo intenté.
Lo he intentado.
Aun así las amistades siguen sin ser mi fuerte y me encuentro mirando los mensajes que me envían contándome qué estado están visitando sin saber bien qué se debe responder. No, eso lo sé, lo que no sé es qué quiero responder yo. Por desgracia no me conozco lo suficiente como para poder entender dónde queda mi personalidad entre tantas respuestas y conductas aprendidas.
Estoy aprendiendo, y está siendo difícil.
A mi alrededor veo a tantas personas con bolsas que me cuesta apartarme de su camino. Las calles están a rebosar hoy. Algunos de ellos llevan regalos, otros decoración. Me pregunto si, como yo, algunas de las personas que hay por aquí han venido a Nueva York solo para pasar la navidad, para ver si es como en las películas. El cine siempre ha pintado con buenos ojos Nueva York en estas fechas y mi madre nunca me hubiera dejado venir por muchas razones, así que he decidido hacerlo ahora.
Presiono mi bufanda al pensar en mi madre. Han pasado meses, pero, en lo que al tema de mi familia respecta, sigo siendo demasiado cobarde como para preguntar. Esa es la razón por la que ni siquiera he llamado a Ramírez con mi nuevo móvil. Siento que, si tiene una forma de contactarme, un día me dirá algo y, ¿yo? Yo no estoy preparada.
Sigo deconstruyéndome, aprendiendo.
Hay algo en lo que no pensé cuando empecé este proceso y es que las personas tienden a aprender a controlar sus emociones desde pequeños. Crecen con tiempo para entenderlo, asimilar cada emoción y saber qué hacer con ello. Yo las bloqueé.
Durante estos meses, a más esfuerzo he hecho en socializar y dejar entrar a las personas, más dolor he sentido como respuestas. Mis emociones siguen deslizándose a través de la antigua apatía para imponer sus pasos sobre mí. Me consumen. Pensar en mi madre, a día de hoy, es más doloroso de lo que era meses atrás. Me derriba con una fuerza que todavía me hace ahogarme muchas noches.
—¡Mira por dónde vas! —grita una mujer cerca. Frente a ella un chico con el que ha chocado le hace un corte de mangas que enciende las mejillas de la mujer—. ¡Cretino!
—¡Amargada! —grita el chico de vuelta.
Navidad en Nueva York no está siendo como en las películas.
Aparto la mirada del intercambio. Apenas he pasado dos días aquí y todo me está sobrepasando. Estoy perdida. Siempre lo he estado, supongo, pero esto se siente diferente y yo necesito algo bueno. Necesito algo que me haga sentir viva de nuevo porque nada me llena lo suficiente.
Todo lo que puedo sentir es una brizna de color durante el día y, por las noches, un profundo vacío que me ha hecho llorar más veces de las que me gustaría admitir. Porque me siento sola, más de lo que creía posible.
Tanto que he agarrado mi móvil muchas madrugadas para marcar el número de Ramírez antes de cambiar de idea. He abierto Skype muchas otras rogando tener el mensaje de una persona amiga. Al final todo lo que podía hacer era conformarme.
Me conformaba con las dos fotos que tengo de mi padre y que me envié desde la tablet antes de dejarla atrás. Me conformaba con el recuerdo de un chico con el que, una vez, pude hablar de todo.
Asher.
Me he aferrado a su recuerdo en mis peores noches y he hablado en alto como si todavía pudiera escucharme porque necesitaba sentir que no estaba completamente sola.
Me ayudaba hacerlo porque, en su recuerdo, todavía podía encontrar a alguien que estaba dispuesto a escuchar porque le importaba. A alguien que podía entender. Alguien que podría conocerme incluso si ni yo misma me reconocía.
Los sonidos y el movimiento de la calle es tal que he buscado mi nueva forma de resguardarme sin darme cuenta. En vez de dejar que todo me sobrepase hasta terminar encerrándome en un rincón de mi mente, ahora busco distracciones. Tengo el móvil entre mis manos antes de darme cuenta y, escrito en el buscador, está su nombre. Lo he escrito mientras pensaba como un reflejo de mi subconsciente.
¿Sería tan malo buscarle?
Me siento dolida porque su forma de desentenderse se sintió como una traición. Me apuñaló metafóricamente y yo sigo, como una tonta esperanzada, revisando Skype incluso a día de hoy. Porque me importa, incluso si yo a él no le importé lo suficiente como para querer mantenerme en su vida.
Su silencio me duele todavía. Asher no se dio cuenta de que, sin saberlo, se había vuelto más importante para mí de lo que yo misma tuve oportunidad de entender. Le di todo, incluso lo que no debía. Más de lo que sabía que podía en todos los sentidos y, su respuesta, fue silencio.
Su ausencia ha sido inexplicablemente dolorosa. Giraba sobre mi cuerpo al intentar dormir mientras mi mente parecía dibujarle cerca, burlándose de mí hasta hundirme en impotencia. No conocía esa clase de dolor, y solo puedo estar agradecida por cómo el tiempo lo ha ido suavizando.
Aun así... Duele. Sigue doliendo.
Puede que sea el cansancio, que Nueva York me está resultando agobiante y sobrecogedora, o que me lo he planteado tantas veces que estaba a un paso de terminar haciéndolo, pero hoy es el día. Entro a una de las cuentas que me creé en Facebook y busco el perfil de Asher Bremen.
No es difícil encontrarle, pero entrar a su perfil requiere más fuerza de la que esperaba, tanta que paro junto a un edificio para mirarlo con calma. Me digo que esto está bien, que solo estoy asegurándome de que alguien que me importa está bien. Es lo que hago a veces con Ansel. Miro su perfil de Instagram, sus historias, y sonrío ante sus ocurrencias como si todavía estuviera allí.
Le echo de menos.
Echo de menos cómo me sentía en esa ciudad y cómo era todo con ellos. Lo feliz que me llegué a sentir incluso sin saber que era eso lo que estaba sintiendo.
Abro la galería de Asher y busco entre sus fotos hasta llegar a agosto. Lo primero que encuentro es una foto con su hermana pequeña. La adora tanto que es la única persona con la que no puede esconder el brillo en su mirada que arremolina sus emociones en vez de esconderlas tras capas de indiferencia. Dibujo, con mis dedos, esa sonrisa genuina que había olvidado cómo se veía. Se le ve realmente feliz aquí. Con su hermana, en su casa.
Sonrío sin poder evitarlo.
Volvió a su casa, con su familia, incluso si era el único lugar al que no quería ir. Supongo que, al final, los dos hemos terminado haciendo lo que más miedo nos daba. Me siento orgullosa de él por eso y me gustaría poder decírselo aunque Asher solo fuera a descartarlo como algo sin importancia. Dudo que incluso le importe mi opinión, pero eso no mata el orgullo que siento.
Sus fotos le llevan de vuelta a Europa durante septiembre. Le veo rodeado de amigos en distintos países y, sobre todo, en distintos bares. Encuentro consumiciones en sus manos, restaurantes, y a Sammuel en muchas de las fotos. Lo que, conociéndoles, es remarcable. Ellos discuten más de lo que hablan, pero ahí están, juntos en fotos con días e incluso semanas de diferencia.
De fiesta, viajando, con amigos... Ha estado ocupado.
El comentario adopta un sentido diferente en mi cabeza al notar las marcas que adornan, con poco disimulo, su rostro y cuello en algunas de las fotos que ha subido. Carmín. Me muerdo el labio al verlo y noto, por primera vez, que Asher tiene el brazo alrededor de la cintura de alguna de las chicas que salen en las fotos con él.
Me pregunto si las marcas de besos son de alguna de ellas. Me pregunto si son cosas de un día o si hay alguien que estuvo con él durante todo el viaje.
Al notar el rumbo de mis pensamientos, aparto el móvil.
Asher está bien, a lo suyo y con todo lo que le interesa, eso es suficiente. Es lo que yo quería saber. Las cosas están bien para él y yo he sabido desde el primer día que no debía aferrarme a un recuerdo, pero lo hice. Lo hice porque hubo un momento en el que necesité un salvavidas y él se convirtió en uno.
Miro su perfil como un recordatorio de lo que siempre sospeché; No debo seguir esperando un mensaje que no tiene la intención de enviar. Y él está muy lejos en su propia vida como para interesarle que yo le mande uno.
Me importó, no lo niego, y quiero pensar que yo le importé a él, pero eso ha terminado. Terminó en las escaleras de esa estación de tren. Ahora, Asher está lejos de mi alcance, su vida recorriendo un camino para el que nunca me hizo cabida alguna. Tiene su vida, no estoy en ella.
Y eso está bien.
En el fondo siento que todo terminó antes de que siquiera pudiera empezar.
Debo aceptarlo, debí haberlo hecho hace tiempo.
Salgo de sus fotos, pero hay algo en su perfil que me tiene recorriéndolo durante unos instantes. Es ahí cuando lo veo, puesto hace unas semanas como un detalle llamativo dice:
"En una relación con Grace Harries."
Oh.
—Maldito árbol.
Un chico que no puede ser mucho mayor que yo se cruza en mi camino para evitar que el árbol que trae consigo caiga por completo contra la acera. Un árbol recién comprado listo para ser decorado. El chico se echa el gorro de lana hacia atrás dejando ver mejor unos ojos claros detrás de un pelo oscuro.
—Lo siento, me quitaré de tu camino en cuanto pase el grupo que está viniendo detrás.
Abro la boca para decirle que no es problema sabiendo que mis pies me llevarán lejos en cuanto lo haga, pero el perfil de Asher sigue brillando en mi móvil como si fuera alguna clase de señal. Quizás lo sea. Puede que fuera esto lo que necesitaba para dejar de aferrarme al único detalle de la vida que tuve que no he podido dejar ir.
París fue un punto de inflexión importante en mi vida, pero terminó.
Ansel está aprendiendo bailes que no suelen terminar demasiado bien y que sube a sus redes cuando se aburre, Asher está centrándose y se ha metido en una relación seria... Ellos están bien y yo estoy tan lejos de sus vidas que no tiene sentido volver a ellas.
Es hora.
—¿No hace algo de frío como para arrastrar un árbol por las calles? —pregunto.
—¿Frío? Es imposible no entrar en calor cuando tienes que cargar con esto por cinco manzanas. —Su mirada cae en un grupo pequeño con camisetas del mismo tono de amarillo que pasa por el centro de la acera. Me da una corta mirada por primera vez desde que ha parado—. No eres de por aquí, ¿no?
Durante meses, de una forma u otra, me he sentido atada al recuerdo de lo que tuve con Asher como si todavía hubiera alguna clase de unión que le mantuviera en mis pensamientos. Una que guardaba mi lealtad como suya por decirlo de alguna forma. Eso me quitó el interés en conocer a otros con esa clase de intenciones.
Pero, hoy, he buscado su perfil.
Como si el destino me guiara, hoy, he mirado.
Así que miro de nuevo, esta vez al chico que tengo frente a mí.
—¿Qué me ha delatado? —pregunto.
—Tu ropa. No es lo que llevaría una neoyorkina con este frío.
Déjale ir...
—¿Y qué es lo que llevaría una neoyorquina?
—Algo más grueso que poder quitarse fácilmente al entrar a un restaurante sin tener que deshacerse de veinte capas. —Acomoda el agarre en el árbol listo para seguir con su camino—. Si eres turista deberías probar las pizzas que hay girando la esquina, Craigh prepara las mejores de la ciudad. Y ten cuidado con los carteristas. Esto está infestado.
Empecé a viajar para conocerme, para conocer. Lo hice para estructurar una vida o intentarlo, pero, en el fondo, siento que todo lo que he hecho es correr. Miro hacia mi móvil. Una vida. Solo quería una vida, y es hora de dar un paso en otra dirección que no sea andar sin rumbo hasta acallar mis propios pensamientos.
Bloqueo y guardo el móvil en el bolsillo.
—¿Y qué más le recomendarías a una turista perdida en Nueva York? —pregunto.
—Cambiar el abrigo —dice. Vamos, dame algo, mi tono no era tan sutil como para que no te dieras cuenta, tampoco mi forma de mirarte. No puedo haber perdido tanta experiencia. El chico pasa una mano sobre su gorro una vez más—. Quizás podrías buscarte un guía.
—¿Te estás ofreciendo?
—¿Querrías que lo hiciera?
Me humedezco los labios y ladeo ligeramente la cabeza.
—Has hablado de una pizzería y a mí no me gusta comer sola, podrías acompañarme —digo.
—Tengo que dejar esto en casa. —Marca hacia el árbol—. Aunque, si estás aquí cuando vuelva, quizás podríamos arreglar eso. No quisiera que tuvieras que comer sola.
—Eso me gustaría —sonrío—. Soy Olivia, por cierto.
—Killian.
Killian. Me gusta su nombre.
༺༻
1 de enero
—Olivia, Olivia, Oliv...
—Un momento.
La familia de Killian hace tanto ruido que apenas puedo oír algo, pero sus sobrinos son aún más ruidosos mientras danzan a mi alrededor. Si tan solo pudiera terminar de sacar el dichoso bizcocho del horno sin quemarme para poder ir al salón todo sería más fácil, los padres de los niños se harían cargo de ellos. El problema es que los sobrinos de Killian no me dejan tranquila y esto está siendo caótico. No es que no hubiera soñado alguna vez con tener una familia grande, pero ver la reunión en su piso está siendo más de lo que podía soportar.
Tiene cinco hermanas, la mayoría casadas y con hijos, eso sin contar con sus dos tías y sus abuelos paternos. Todos aquí para pasar la Nochevieja y el Año Nuevo juntos.
¿No quería unas navidades en Nueva York?
Pues aquí tengo mis navidades en Nueva York.
Y muchos arrepentimientos envueltos en forma de gritos y ajetreo.
—¡Olivia, Olivia! —siguen llamando los sobrinos de Killian.
Ellos me rodean mientras levantan las manos hacia el recipiente como si no pudieran entender que está caliente. Se meten en mi camino, haciéndome casi tropezar antes de conseguir llegar a la encimera. ¿Y yo soñaba con tener niños?
Porque creo que estoy a un tirón de cambiar de idea.
Consigo dejar el recipiente en la encimera sin quemarme o que me hagan tirarlo y paso una mano por mi pelo para apartarlo de mi cara. A mi lado, uno de los sobrinos más tranquilos de Killian (y de los más pequeños) tira de mi camiseta en busca de atención. Hace un puchero en cuanto le miro y, sin hablar, estira ambas manos hacia mí para que le levante en mis brazos.
Probablemente quiere tener altura para poder alcanzar el bizcocho, pero los niños son mi debilidad. Su inocencia me roza como un recordatorio de la única época realmente feliz de mi vida y me pierde. Por eso siempre tuve miedo de imaginarme con hijos, porque sabía que la idea sería demasiado dulce como para poder permitírmelo.
Quiero una familia porque siento que la mía no era real, quiero buscar felicidad en esa inocencia de un niño y hacer las cosas bien. Quiero tener a alguien a quien amar con todo mi corazón para ver cómo se siente. Quiero darle lo que yo no tuve.
Estiro las manos hacia el sobrino de Killian. ¿Cómo negarme cuando me mira así? Pero, antes de poder alcanzarle, Killian se mete en la cocina y pone orden al revuelo. Se agacha, les dice a sus sobrinos que les dará una bolsa de patatas si no se lo dicen a sus madres, y consigue que salgan de la cocina en cuanto él les da una de las bolsas que guarda en su cajón de "comida trampa".
El alivio que llega con el silencio cuando ellos se van es inmediato.
Apoyo las manos en la encimera y cierro los ojos para disfrutar de ese instante de tranquilidad. Puedo sentir las manos de Killian rodearme con su suave calor.
—Si no fueran tan pequeños, me sentiría celoso por cómo te acaparan —murmura. Aparta mi pelo para dejar un beso en mi mejilla que me tiene encogiéndome bajo su agarre. Luego su atención cae en el bizcocho de chocolate que no sé cómo he terminado preparando—. Pensaba que mi tía bromeaba cuando decía que te había convencido para cocinar con ella.
—Tu tía puede ser muy convincente.
Sus labios rozan mi mejilla mientras estira la mano hacia el contenedor que acabo de sacar del horno. No está ciego, puede darse cuenta de que está ardiendo sin tener que decírselo pero, como sus sobrinos, eso no parece pararle. Suspiro al verle arrancar un trozo de la parte superior.
Se está quemando, pero le puede el querer probarlo.
No puedo creer estar haciendo esto, pero tiro de su mano hacia mí para, como si fuera un niño, quitarle el trozo de bizcocho caliente de los dedos y soplar para enfriarlo. Es curioso, pero son estos detalles tan tontos los que me tienen empezando a recuperar mis ganas de querer. Porque lo noto, los resquicios de lo que es querer a alguien se levantan sobre mi cuerpo con las ganas de cuidar de él. Como la tranquilidad que me devuelve su cercanía o la forma en la que cierro los ojos cada vez que me abraza porque se siente bien.
Completamente bien.
—Cocinas bien —murmura al probarlo y estira la mano para ir a por un segundo trozo—. Recuérdame que te pida que cocines para mí alguna vez más, te daré lo que quieras a cambio.
Me vuelvo entre su agarre solo para romper a reír porque se ha quemado, su expresión le delata.
—Realmente eres peor que tus sobrinos. Ellos al menos soplarían para enfriarlo, tú no tienes paciencia. —Paso el pulgar sobre la comisura de sus labios negando con incredulidad. Es extraño. Es esto, tan normal, tan insignificante, lo que hace que de mis labios se escape un puro—: Te quiero.
Me paralizo al oírlo dicho de mis labios.
¿Le quiero? ¿Lo hago? No lo creo, pero sé que lo que siento es un inicio. Sé que tiene que significar algo y, de alguna forma, esas dos palabras son mi forma de decirle que me está dando la comodidad suficiente como para permitirme sentir algo. Por poco que sea. No hay traducción para algo así, así que lo interpreto.
Killian besa mi frente.
—Te quiero —repite con suavidad.
Siento alivio al oírlo, pero no la felicidad que esperaba.
Vendrá, en algún momento eso llegará, solo tengo que darme tiempo.
—Tengo algo para ti —añade.
—¿Uhm?
Sus labios rozan mi pómulo, la comisura de mis labios y, al final, forman una sonrisa cuando se echa hacia atrás pidiéndome un momento. Sale de la cocina tan bruscamente que su tía suspira al verlo. Ella niega y se acerca para ver cómo va el bizcocho. Es callada e intimidante, demasiado como para atreverme a hablar cuando me preocupa tanto causar una buena impresión.
Killian me presentó a una de sus hermanas, la que vive más cerca y más cercana en edad a él, como su pareja cuando apenas llevábamos una semana juntos. Me ha abierto las puertas a su vida, a su familia, sin dudarlo. Él me importa, y yo quiero ser buena para él.
Quiero caerle bien a su familia, es importante.
Su tía arruga la nariz hacia el bizcocho y sale sin decirme nada.
Mis hombros caen. ¡Ella lo ha preparado conmigo! ¿Cómo puede parecerle mal cómo ha quedado cuando ha estado aquí, prácticamente obligándome a perder el tiempo cocinando porque no me atrevía a decirle que no? Me acerco al bizcocho para olerlo y todo lo que noto es un agradable olor.
No puedo evitarlo, la tía de Killian empieza a caerme mal.
—Aquí está.
Me echo hacia atrás al oír a Killian volver y él empuja la puerta para cerrarla un poco antes de acercarse. Apoya una mano en mi cintura y me enseña la cajita que trae en su mano. Un regalo.
—No te he comprado nada —disculpo con lentitud.
Le compré algo por navidad, un lego grande que se quedó mirando en un expositor en una de nuestras citas, pero, ¿Año Nuevo? ¿Las parejas se regalan algo en esas fechas? Porque me siento perdida con eso.
Todavía estoy aprendiendo cómo funcionan las relaciones reales.
—Ábrelo —pide.
Ante su atenta mirada, lo hago.
Le quito el lazo a la caja y cae sobre la encimera antes de que le quite la tapa a la pequeña caja verde. Al ver lo que hay dentro casi rompo a reír. Saco lo que hay, moviéndolo entre mis dedos con cierto humor.
—Una llave, ¿para qué necesito una llave? —pregunto.
—Para abrir puertas.
—¿Y qué abre esta?
—Si quieres, tu nuevo piso —responde.
La sorpresa hace que la llave se deslice entre mis dedos. Killian tiene mejores reflejos que yo porque la agarra antes de que golpee el suelo. La deja en la encimera y me quita la caja de las manos previendo un final similar si no lo hace.
—Llevamos un mes juntos, ¿y me estás pidiendo que me mude contigo? —pregunto.
Intento asimilarlo. Sé que he pasado muchas tardes con él y que un par de noches por semana las he pasado en su piso, pero eso no es... No puede... No entiendo bien las relaciones, él sabe eso. Le dije, bromeando uno de los primeros días, que tendría que tenerme paciencia porque las relaciones no eran mi fuerte, y él dijo que lo haría. Incluso habiéndole quitado importancia al decírselo, lo ha hecho, me ha tenido paciencia, pero, ¿esto? Incluso yo sé que es ir demasiado rápido.
Es demasiado pronto y eso me agobia.
Estoy intentándolo, pero es mucho.
Es demasiado.
—Es rápido, lo sé —dice al notar mi inquietud. Algo preocupado, presiona mi hombro para pedir mi atención—, pero sé que tienes la habitación del hotel alquilada hasta el tres de enero y no quería que tuvieras que pagar más después de eso cuando puedes quedarte aquí.
Alcanza mis manos al notar que estoy presionándolas juntas por una vieja costumbre que él nunca ha llegado a conocer. Lo que sí hace es estirar los dedos entre los míos para aliviar la presión.
—Solo si quieres —añade.
¿Quiero?
Porque no sé si lo que quiero es mudarme con Killian, pero sé que quiero quedarme un tiempo más. Ver cómo van las cosas con él. He viajado, he abierto los brazos a nuevas vivencias y estoy aprendiendo a dejar entrar a personas. Él se siente bien, correcto.
La clase de chico que cualquier madre querría para su hija.
Por eso acepto.
Killian me da un corto beso antes de apretar mi mano y decirme de volver al salón con el resto de su familia. Se le ve completamente feliz y yo no puedo evitar preguntarme por qué, si sus brazos son un lugar tan cálido, si su sonrisa puede llegar a pedir la mía y si todo con él se siente tan bien, no logro más que rozar una felicidad que no llega a completarme.
Tiempo, necesito tiempo.
Aprender, quizás.
Luego lo conseguiré, con él. Con la vida con la que una vez solo pude soñar y que ahora Killian está poniendo en mis manos sin saberlo. Esa idea me hace mirarle cuando llegamos al salón, cuando él pasa un brazo sobre mis hombros mientras habla con una de sus hermanas. Le miro, cautivada entre mis preguntas, y, entre ellas, una crece de más.
¿Es esto el amor? ¿Es el inicio de algo que podré sentir por completo?
Porque quiero sentirlo todo, no solo una sombra.
Acomodada bajo su agarre, me uno a la conversación y lo intento. Solo tengo que darle tiempo, solo tengo que permitirme confiar más. Puedo hacerlo, sé que puedo hacerlo porque una parte de mí sabe que hay algo más.
Que puede haberlo.
──────༺༻ ──────
Bueno
Pues ha quedado buen día
Ahora sí, nos leeremos con el final en la próxima actualización
Love u (aunque no lo parezca),
— Lana🐾
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro