Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 60 - Sin cuerpo no hay delito

60 | Sin cuerpo no hay delito

Olivia Audevard

Sábado, 7 de agosto

La lona parece deshacerse entre mis dedos antes de golpear el suelo. Juraría seguir sintiendo su tacto, ese rastro de polvo que ha endurecido y afilado su toque. También juraría que no he dejado de agarrarla en ningún momento, pero debe haberme fallado la fuerza porque ahora cubre mi calzado.

Al bajar la mirada a mis pies, quiero vomitar.

El color blanco, oscurecido por la suciedad y humedad, esconde mis zapatillas y roza mis tobillos. Alcanza mi piel de una forma descuidada que me tendrá limpiándome una y otra vez en la ducha en cuanto salga de aquí. El malestar se levanta desde mis pies hasta alcanzar cada una de mis extremidades y hace una pausa en mis pulmones cuando su frío agarre presiona con fuerza.

Por una vez el miedo que siento no viene por mi seguridad.

Ramírez pasa frente a mí. Me obliga a dar un paso atrás y se agacha junto al cuerpo. Saca un bolígrafo de su propia cazadora y empuja con la punta el abrigo del cadáver como si buscara algún bolsillo interno del que sacar su identidad, pero, en cuanto se fija en el color de su ropa, se echa hacia atrás con los hombros rectos.

Lo sabe, igual que yo.

Todos estos años he sentido que eran estas paredes las que guardaban la esencia de mi padre, que mi infancia había sido protegida y envuelta junto a su recuerdo en un lugar al que terminaría volviendo si esperaba el tiempo suficiente. Aun así, mis pesadillas nunca han pintado con bellos colores esta casa. La oscuridad se aferraba a ella con veneno, esperando tras las puertas cuando soñaba con tardes dibujando bajo la mesa del despacho de mi padre. La luz de su recuerdo cubría la habitación, pero siempre podía sentir los horrores meciéndose contra mi cuerpo como el mar intentando arrastrándose hacia su profundidad si apartaba la mirada de él.

Supongo que, en el fondo, siempre lo supe. Tu mente puede dañarse, pero tu cuerpo no olvida. Tu cuerpo lleva la cuenta de cada trauma, de cada herida física y emocional. El mío lo hizo. Se extendió sobre mis manías, mis pesadillas y mis inquietudes. Pintó su color sobre cada detalle que me hacía ser yo misma en forma de advertencias hacia las que nunca miré.

Tenía demasiado miedo de lo que habría al otro lado.

Quizás, de haber escuchado lo suficiente a mi subconsciente, hubiera entendido años atrás que la de mi padre no fue la única vida que quedó encerrada entre estas paredes. Mi padre y su asesino se quedaron aquí como dos partes de una historia inacabada, reviviendo su eterno tormento tras unas puertas que nadie ha vuelto a abrir en años. La sola idea me resulta una tortura.

—¿Sabías esto? —pregunta Ramírez a mi madre.

—¿Me creerías de decirte que no?

Ramírez envuelve el bolígrafo en un trozo de papel antes de devolverlo a su bolsillo.

Tiene más fuerza que yo porque, mientras que él mira hacia mi madre como si intentara darle algo de tiempo para corregir sus palabras, yo solo soy capaz de mirarle a él. Al menos hasta que mis ojos deciden trazar el cuerpo a sus pies. La ropa que ese hombre una vez llevo ahora está raída. Ha perdido gran parte de la forma y se adhiere con un toque que visualmente podría describirse como duro contra lo que queda al otro lado.

La forma de ese rostro ha desaparecido con el tiempo y me pregunto cómo es que no he vomitado todavía. Cómo es que puedo sentir tanto alivio mientras mi corazón martillea con tanta fuerza que amenaza con salir de mi pecho.

—Lo ocultaste.

Ramírez se pone en pie marcando con más intensidad sus palabras

Siento la pesada mirada de mi madre sobre mí. Sus ojos claros han estado presionando mi perfil como si estuviera rogando que le diera atención de vuelta y, cuando comento el error de dársela, la respiración se traba en mi garganta recordándome que la seguridad que intento mostrarle es solo fingida.

Incapaz de sostenerme la mirada, sus ojos bajan hasta el intenso rozo de la cazadora que he encontrado al llegar. Me pregunto si le recordará a la sangre que se derramó ese día. Me pregunto si la razón por la que no me sostiene la mirada es porque se siente culpable. Espero que lo haga.

—De todas las cosas que pudiste haber hecho, decidiste ocultarlo. No sé qué clase de venganza personal quisiste cobrarte dejando que se pudriera aquí, Catherine, y, la verdad, es que tampoco quiero saberlo, pero no puedo pasar esto por alto.

Noto la tensión en sus hombros tan marcada que casi esconde el sutil toque de inseguridad en su voz. Ramírez no quiere hacer esto. Le he visto moverse por nuestra vida desde hace diez años. Ha forjado una fuerte amistad con mi madre que terminaba en conversaciones nocturnas con un café en sus manos después de que yo me fuera a dormir y llamadas telefónicas. Sus sentimientos hacia ella nunca fueron demasiado sutiles, no para mí, pero, cuando le dejan entre la espada y la pared, él disimula mejor.

Los nervios presionan cada una de mis extremidades.

Cuando Ramírez se mueve para esconder a mi madre de mi campo de visión, yo no puedo evitar usar ese instante de lucidez para apartarme. No me acerco demasiado, pero las dudas presionan mis pensamientos obligándome a mirar hacia ese cuerpo. Intento encontrar respuestas en las marcas bajo sus manos, preguntándome si es de ahí de donde vienen muchas de mis manías porque, ¿qué son las manías sino reacciones a detonantes que podemos no haber terminado de entender?

Hay líneas en la madera, trazos bajo sus manos que se mezclan con el color oscuro de la sangre seca. Marcas de alguien que ha arañado el suelo bajo sus dedos. Cierro los míos como respuesta anhelando el frío toque de unos anillos que ya no decoran mis dedos. ¿Cuántas veces he apoyado la mano sobre la de Ansel cuando él tamborileaba los dedos sobre la mesa de la cocina mientras revisaba sus redes sociales? Muchas. Demasiadas. Ese es un sonido inocente que siempre ha arañado mi interior como uñas contra una pizarra.

Ahora entiendo la razón.

Y sé lo que significa; que él estaba todavía vivo cuando ella le dejó aquí

—Olivia.

Ramírez busca mi atención. Hay preocupación en su mirada cuando lo hace. Asiento hacia él como única respuesta. "Sé cuáles son las prioridades —intento transmitirle—, y no voy a romperme hasta que esto no termine". Aun así, él espera largos segundos tras esa confirmación para volverse hacia mi madre una vez más.

Su tono es notoriamente más suave cuando vuelve a hablar. No, suave no, sino bajo, como si estuviera intentando mantener su tono controlado cuando todo lo que quiere hacer es gritar.

—Estuviste años con tu marido. Me niego a creer que no tenías idea alguna sobre la clase de personas que hay ahí fuera. No hablo de gente como él. —Señala hacia el cuerpo sin llegar a mirarlo—, hablo de las consecuencias que traen. De lo que algunos son capaces de hacer por venganza, de cómo otros pueden obsesionarse con asesinos y anhelar su aprobación. Si querían haceros daño era para llegar a él porque erais su venganza sin terminar, porque creían que, en su retorcida cabeza erais importantes. Tenías que saber que eso pasaría.

—¿Es eso cierto? —pregunto.

Porque siempre tuve mis dudas sobre lo que pasó en Tennessee, pero yo era demasiado joven como para que me contaran la verdad. Quizás era más fácil no pensar en ello, sobre todo con lo que vi, con la culpa que me hizo sentir y todas las pesadillas que me ha creado. Aun así, debí haberlo sabido. Un hombre que disfruta matando terminaría su venganza haciendo honor a su apodo, no mandando a terceros.

Le buscaban a él.

Nosotras solo éramos un medio para encontrarle. Un cebo para hacer justicia por las familias que destrozó o un medio para ganarse su aprecio dándole lo que todavía no había podido conseguir por su cuenta. Fura por la razón que fuese, se desencadenó por el silencio de mi madre.

Siento unas fuertes ganas de vomitar al entenderlo.

—Sabía qué clase de personas hay unidas a este tipo de casos. —Cuando ella lo admite lo siento como una profunda puñalada. Su mirada vuelve a mí y me siento avergonzada por cómo doy un paso hacia la izquierda para que la figura de Ramírez esconda, a unos pasos de distancia, la mía—. También sabía que el tiempo haría que se fueran olvidando y que todo sería más seguro. —Levanta el tono para llegar a mí cuando añade—: Quería darte una vida normal en Tennessee, estabilidad. No pensé que podría pasar algo así después de tantos años.

—No, claramente no pensaste en eso.

Cierro los ojos al sentir una segunda puñalada, por culpa esta vez. La incomodidad araña bajo mi piel acusándome de esa bofetada verbal no merecida. Es ahí cuando al fin puedo distinguir cómo me siento; dolida.

No comparto el enfado que Ramírez intenta mantener a raya incluso con las consecuencias que eso ha tenido, no siento rabia hacia cómo todo eso desencadenó el peligro del que podríamos habernos salvado de otra forma. Me siento dolida por cómo eso me afectó a mí.

Porque todo esto desató un auténtico infierno en mi cabeza, y mi propia madre nunca se esforzó en salvarme de él.

—¿Sabes cuál es el problema de vivir como lo hemos hecho desde que eres pequeña? —pregunto—. El problema es que, si no tienes cuidado, te quita las ganas de vivir. Así que te aferras a algo, a lo que sea, y terminas buscando un final que pueda mantener tu cordura. Me dejaste crecer pensando que, si esperaba el tiempo suficiente, podríamos volver aquí. Esta era la vida normal que yo esperaba. —Mi esperanza para sobrevivir—. Todo lo demás era temporal para mí porque pensaba que terminaríamos aquí. —Insisto presionando los pies contra el suelo—. Eso no era vida, y tú lo sabías.

Me vio crecer. Me vio esconderme en rincones pequeños intentando sentirme segura. Me vio sufrir. Me encontró llorando muchas noches mientras ella cruzaba el pasillo solo para evitar preguntar porque no iba a ser ella quien me consolara. Me vio temblar en la mesa de la cocina porque ella había usado un nombre que no era el mío y eso estaba consumiéndome a pasos agigantados.

Me vio perderme a mí misma, ahogarme. Ella tenía la oportunidad de aliviar gran parte de esos miedos con el solo toque de su mano. Podría haberme explicado en qué punto estábamos. Habría peligro todavía, pero ella lo ha dicho, el tiempo suaviza a quienes se obsesionan con un asesino. Eso me hubiera traído paz. Poder estructurar aquella noche me habría permitido no verla como el enemigo. Podría haber sido diferente. Podría haber sido más fácil.

Pero a ella nunca le importó. Ella dejó que nuestras vidas se convirtieran en un infierno tan agitado como el que creó en mi cabeza y, aunque vio su repercusión en mí, nunca abrió la boca. Eso no puedo perdonárselo.

—Ningún juez te habría condenado por esto. No con alguien como él. No en esta situación. —Las palabras de Ramírez no son una sorpresa para nadie. Si no lo son para mí ahora, dudo que lo fueran para ella en su día. Mi madre sabía dónde se estaba metiendo, lo hizo por propia voluntad—. Habría terminado rápido si no hubieras escondido el cuerpo, pero lo hiciste. Mentiste a la policía, al FBI, en declaraciones juradas, en el programa de protección... ¿Te das cuenta del lío en el que te has metido? ¿De lo que va a pasar ahora?

Mis manos tiemblan y presiono la cazadora en busca de tener algo que hacer con mis dedos. En busca de seguridad. El polvo se adhiere a mis dedos junto a un olor menos amargo que el que me ha golpeado desde que he subido al desván. Esa noche cae en mi memoria completa pero distorsionada al mismo tiempo.

Supongo que eso es lo que tiene vivir algo traumático cuando eres demasiado pequeña como para entenderlo; pintas tu propia historia sobre lo que viste para intentar protegerte. Creas una historia tan bien hilada que ni siquiera tú misma puedes encontrar cómo deshilachar para ver la verdad que hay detrás. Su rastro roza tu subconsciente, tus sueños, tus manías, pero el terror de tu infancia te impide ver más allá.

—¿Sabías que él seguía vivo? —pregunto con un tono más seguro del que esperaba. Ramírez es el primero en volverse al escucharme y encuentro una preocupación tan intensa en su mirada que se mece entre olas de auténtico enfado, pero no hacia mí. Mi madre, en cambio, parece no tener palabras aunque intente abrir la boca para dejarlas ir—. Lo estuvo todo el tiempo que yo estuve en el desván, quizás más.

Por su mirada, dudo que ella lo supiera.

Es curioso, tampoco yo lo he sabido hasta ver las marcas bajo sus dedos. Esos arañazos en la madera que han explicado tanto de aquella noche. De golpe vuelvo allí, a aquella comisaría en la que me preguntaron de niña. Vuelvo a la silla en la que había doblado mis piernas como lo hice tras las cajas de este desván horas atrás. Me había escondido del despiadado asesino que vi en el despacho de mi padre y, minutos después, había visto cómo mi madre le dejaba casi a mis pies.

Cuando eres demasiado pequeña como para entender lo que implica morir, lo eres para entender cuándo alguien herido ya no puede hacerte daño. Así que yo me quedé en el desván, sola y completamente aterrorizada mientras todo lo que podía hacer era esperar.

No recordaba eso, todavía me cuesta deshacer los hilos entre la realidad y la imaginación de una niña o los toques que una adolescente que sabe más sobre el límite de la crueldad humana puede colorear sobre ellos, pero es lo que más sentido tiene. Me quedé aquí hasta que llegó la policía, incluso más, y, durante todo ese tiempo, la presencia de ese asesino me tenía paralizada porque temía que el mínimo sonido le fuera a hacer encontrarme.

Dañarme.

Viéndolo en retrospectiva, es un milagro que me permitiera encontrar resguardo en los brazos de mi madre aquella noche, es un auténtico milagro que encontrara la fuerza para salir de mi escondite y correr hacia la salida del desván, pero lo hice.

La noche en la que vi morir a mi padre de forma violenta, también vi a su asesino perder su vida de forma lenta y agónica a escasos pasos de mí. Mientras, yo ni siquiera sabía que él no podría hacerme daño aunque, con alguien como él, dudo que hubiera estado segura incluso si él no tenía fuerzas. En una misma noche perdí mi hogar, a mi padre y la seguridad que alguna vez podría llegar a sentir.

Quizás nunca podré estar del todo segura de lo que pensé al verla en esa comisaría. Puede que tuviera miedo de ella por cómo interpreté las cosas o puede que solo buscara que ella se quedara conmigo pensando que sería posible si no se daba cuenta de lo que yo sabía. Aun así, tengo algo claro. Estaba aterrada y no tenía nada. Salvo a ella. Mirándome al otro lado del cristal de aquella comisaría.

Lo único que me quedaba.

No podía perderla a ella también.

Por eso debí esconder lo que interpreté, para que no la alejaran de mí. Luego escondí lo que vi de mí misma para poder quedarme con ella. Hice lo que hacen los niños cuando algo les asusta tanto que no saben sobrellevarlo; creé mi propia realidad. Tejí nuevos hilos sobre un antiguo patrón para que nadie pudiera romperlo y, todo lo que quedó, fue el eco de un recuerdo sin procesar. Todo lo que quedó fue el miedo de una niña que lo había perdido todo y estaba intentando sobrevivir.

—Siempre te escondías en tu habitación. No llegué a pensar que habrías podido subir aquí. De haberlo sabido... —A mi madre le fallan las palabras—. Dejarte aquí fue lo más duro que hice esa noche, pero nunca lo habría hecho de no saber que estabas bien y segura.

—Bien y segura —repito con humor. Me muerdo la lengua, pero las palabras salen igualmente—. Solo estaba en en shock por acabar de ver cómo mataban a mi padre y con miedo de que el asesino con el que me dejaste me oyera respirar porque nadie me ayudaría a tiempo, pero sí, estaba "bien y segura".

—No lo sabía —insiste ella.

—Ni te importó averiguarlo.

De ese pequeño ataque no pienso sentirme culpable. Ella eligió una venganza sobre su hija. Quiso que ese asesino se pudriera aquí, lentamente para nunca ser encontrado. Cuando lo hizo dudo que pensara en mí por un solo momento. Vio sus opciones y eligió. No puedo culparla por ello, pero no puedo evitar sentir rabia hacia dónde me dejó eso. No me llevó con ella, ni siquiera me buscó.

No le importé suficiente.

—Puede que Olivia esté demasiado dolida como para darse cuenta, pero ella es lo que más te ha importado durante todos estos años y eso no puedes fingirlo —interviene Ramírez—. No tiene sentido que la dejaras aquí. Tampoco que la pusieras en peligro por regocijarte pensando que nunca nadie encontraría el cuerpo. Así que te lo preguntaré una vez más: ¿Por qué lo escondiste?

Ante su silencio, Ramírez insiste.

—Te estoy dando la oportunidad de explicarte por todos estos años de amistad, Catherine, pero no pienses ni por un solo momento que no reportaré esto en cuanto salgamos de aquí. Puedes elegir entre contarme lo que pasó y dejar que intente intervenir por ti, o forzarme a conseguir la información con una investigación que los dos sabemos que no va a hacer ningún bien a nadie. Van a querer respuestas.

La sola idea de que esto llegue más lejos me tiene apoyándome en la pared para recuperar el equilibrio. Esto no va a terminar bien, no para ella, no después de tantos años de silencio. Siento un leve mareo ante la ironía de que sea justo no habérmelo contado lo que me ha traído aquí en busca de respuestas y, al final, en estas consecuencias para ella.

—Nadie mirará más allá de una confesión firmada.

"Lo hice. Le maté, escondí su cuerpo y dejé aquí a mi hija mientras salía para tener la excusa de que no estaba aquí cuando pasó", esconde su frase. Respirar se vuelve doloroso para mí. Me da igual que le matara, me da igual que lo escondiera, pero que no me lo dijera y que me dejara...

Eso me supera.

—Sí si hay dudas razonables —marca Ramírez.

—No lo harías, sabes lo que pasará si lo haces —dice mi madre.

—Lo haré si tengo razones para no creerte —insiste él.

—Sabes lo que pasa cuando agitas un caso como lo fue aquel.

La voz de mi madre vacila y noto, por primera vez junto a ese temblor de inseguridad, lo obvio. Ella no ha mirado ni una sola vez hacia el cuerpo desde que he apartado la lona. ¿No debería sentir orgullo si lo que quería era que nadie le encontrara durante años? ¿Regocijo hacia su pequeña victoria?

Porque esto está mal, su reacción está mal.

Ramírez se ha dado cuenta antes que yo.

—He visto a mi marido trabajar en casos durante años. Sé cómo son los medios. Sé lo retorcidas que son las personas y cómo indagan en los casos con malas intenciones. Tú también lo sabes. No dejarán a Olivia fuera de esto y entiendes las consecuencias de algo así. ¿Le harías eso a ella?

—Él no estaría haciendo nada —respondo ante su vacilación—. Si has convertido mi vida en esto, al menos quiero saber por qué. Si lo que te preocupa es que alguien pueda ver esto y sentir rencor hacia mí de alguna forma, ¿no es eso lo que lleva pasando diez años? No cambiaría nada.

—Lo cambiaría todo, empeoraría —insiste ella—. No sabes el eco que puede hacer esto. No podrás volver a vivir tranquila en años, no en este país. Te robarán la vida. ¿No te das cuenta?

—Entonces evítanos a los tres que eso pase y explícame por qué no has mirado el cuerpo ni una sola vez —termino.

Porque no puede, porque su reacción no encaja.

Mis manos tiemblan delatando la inseguridad que mi tono tan bien esconde. En el fondo, siento una vocecita que me acuna con una ligera esperanza. "No hagas que te odie —ruega hacia mi madre—. Eres todo lo que tengo, no me hagas perderte". Quiero una excusa, quiero una explicación que me devuelva el corazón al pecho.

—Ya le robaste su vida una vez, Catherine —dice Ramírez ante el tenso silencio. Con un tono controlado, pregunta—: ¿Estás dispuesta a hacerlo una segunda?

No sé si Ramírez sería capaz de llevar esto hasta el final, pero yo tengo claro que quiero que lo haga. Necesito saber. Incluso si no es lo que quiero escuchar. Necesito una explicación. Eso es todo lo que siempre he querido. Todo lo que pensaba tener pero que, al final, nunca había sido mío.

El silencio se abre entre nosotros de forma pesada. Crece y se extiende como si presionara junto a la humedad del desván. Tan intenso que parece tangible. Ella sostiene la mirada de Ramírez por largos segundos y, luego, cae sobre mí. Cautelosa, impasible. Se desliza sobre mi pelo y tiene problemas para sostenerla una segunda vez. Sus ojos caen sobre la cazadora con culpa.

—¿Conoces la razón por la que se entregó? —es su pregunta.

Ramírez quizás lo haga, pero es un espacio en blanco para mí. Leí algo en la ficha que robé de aquella comisaría años atrás. La noche en la que recuperé una foto de mi padre. Orgullo. Narcisismo. Todo eran palabras hacia una personalidad que no era capaz de dejar su "obra" sin firmar. Al menos, así lo interpreté en el poco tiempo que tuve para ojear. Teniendo en cuenta que nunca he sido capaz de escribir nada relacionado con ese caso en Internet en toda mi vida, es todo lo que tengo.

—Salió un imitador, ensució su nombre, él salió para corregirlo —responde Ramírez.

—Salió un imitador, ensució su nombre, pero él no se entregó por eso —corrige mi madre—. Hubo un trato verbal aquella tarde. El agente que le arrestó le hizo una propuesta. Podría asesinar al imitador a cambio de que se entregara.

—Leí su ficha muchas veces, le habría matado antes de aceptar.

—Si leíste su ficha sabrás que por muchos rasgos que comparta con un psicópata, él no era uno. Hay algo que mi marido siempre decía; que las personas que se obsesionan pueden ser más peligrosas que los propios asesinos porque no saben cómo o cuándo parar. Su imitador era uno de esos. La gente que se obsesiona de forma tan insana no para. Le imitaba para darle "regalos", para devolverle a ese juego, porque le admiraba. La gente así no para y él terminó descubriendo su identidad.

Hay casi humor en esas palabras. Un imitador consiguió lo que el FBI no había podido.

—La tarde en la que él se entregó se supo que había sido tras matar a su imitador y todos dijeron que era por orgullo, por su ego, pero no fue por eso. Él salió tras tantos años porque el imitador había ido a por lo único que le importaba; su hija.

—No. Las personas como él no son capaces de querer a nadie —dice Ramírez.

—Compartir rasgos con un psicópata y ser uno no es lo mismo, lo sabes —marca ella de vuelta—. Aceptó el trato porque hacer daño a quien casi hiere a su hija era más importante para él que su propia libertad y sabía que no le dejarían salir con vida si lo intentaba por su cuenta. No cuando el agente entró donde el imitador la retenía.

—No hay constancia de nada de lo que dices.

—¿Crees que el FBI se hubiera tomado bien el método de ese agente? Se cubrió la espalda. Te lo he dicho, los medios se comen viva a la gente que tiene la mala suerte de involucrarse en todo esto. El agente quería mantener su puesto y la "medalla" por encerrar a ese asesino en serie tras tantos años. Ese... —Su mirada cae y esquiva el cadáver—, quería que su hija estuviera protegida de todo cuando pasara. Así que ninguno habló.

—Pero tú conoces la historia —repite incrédulo.

—Mi marido la conocía. Tuvo muchos meses para indagar en el caso entre el arresto y la sentencia.

—¿Intentas que empaticemos con él? —pregunto—. Me da igual por qué lo hiciera. Me importa lo que hizo. Aquí. ¿Es que ahora le defiendes?

—Queríais una respuesta, es lo que os estoy dando.

—No, estás contando una historia que no tiene relación con...

—¿Es que no lo entiendes? —interrumpe mi madre a Ramírez—. Sus asesinatos eran cuidadosos, nunca por venganza. ¿No te das cuenta de que no hay forma de que alguien como él se hubiera escapado solo para sacrificar su libertad para asesinar a quien no pudo librarle de las perpetuas?

Mi corazón golpea con dureza.

La incomprensión cae a mi lado.

—¿De qué hablas? —pregunto.

Él vino a por mi padre, eso es lo que siempre nos han dicho, eso es lo que todo el mundo sabe. Esa es la verdad. Eso es lo que vi. Junto mis manos presionando mis nudillos al no poder dar con esos anillos que ansío tanto en este momento. Separo ligeramente los pies en busca de un mejor equilibrio.

—No vino aquí buscando venganza, vino para llevarse a su hija.

¿Qué?

Me paralizo por completo mientras mis pensamientos intentan tirar de esa frase para asimilarla y dejar que caiga sobre pensamientos racionales, pero todo lo que doy es con un espacio en blanco. Acaban de apartar todo lo que sabía, y mi cuerpo se bloquea como respuesta.

No, eso no tiene sentido.

—Su hija no estaba ni entre nuestros datos. La escondieron bien por su propia seguridad. Ni siquiera tu marido podría haber sabido dónde y eso él debía saberlo. No vendría aquí a por respuestas.

—No a por respuestas, a por ella —corrige mi madre.

Recuerdo la orden de esconderme salir de los labios de mi padre, esa pelea que apenas puedo poner en imágenes claras dentro del despacho. Me hizo esconderme, pero es a por él a por quien iba. Eso era venganza. Levanto la mirada para marcarlo, pero me encuentro paralizada cuando ambos están mirando hacia mí.

—¿Qué? —pregunto tontamente.

Porque me niego a dejar que los pensamientos irracionales me invadan. Mi antigua habitación está llena de juguetes, de peluches que no pueden haber aparecido en un periodo de solo meses. Tengo recuerdos bailando con mis pies sobre los de mi padre al ritmo de canciones francesas. Cómo él me arropaba y me leía para dormir. Incluso si no estoy en mi mejor momento, sé que no voy a caer en pensamientos ilógicos.

Ramírez se acerca y su mano se cierra sobre el cuello de su cazadora. Frunce el ceño hacia la prenda y tardo tanto en entender dónde se posiciona que me doy cuenta de lo lejos que mi estabilidad se está yendo. No estoy bien. Han sido días largos y agotadores. Lo sé porque, de no haberlo sido, me habría dado cuenta antes de que nunca, en toda mi vida, he visto a mi madre con una cazadora.

Esto no era de ella.

Menos aún de mi padre.

Levanto la mirada hacia Ramírez en busca de confirmación y él parece confundido cuando me la devuelve. Ladea ligeramente la cabeza antes de apartarse. Pasa la mano sobre su boca como hace cada vez que intenta ganar tiempo para entender algo y sus pasos vacilan al volverse hacia mi madre. Todo lo que yo hago, es tirar de la tela de esa cazadora.

A la que mi madre ha mirado varias veces hoy.

¿Cómo no me he dado cuenta de que ella miraba no porque no pudiera sostenerme la mirada sino porque le recordaba a otra persona? ¿Cómo no he visto yo que había algo ilógico en encontrar la misma cazadora que salía en los sueños donde advertía a mi padre en esa sala cuando hemos llegado?

¡La he recogido! Me la he puesto. Había algo ahí y yo lo sabía, ¿cómo no he podido verlo cuando estaba tan claro ante mis narices? ¿Cuando incluso el espejo me ha devuelto un aviso al no poder reconocerme pero notar puntos familiares?

Toda mi vida he soñado con esa chica, intentando advertir a mi padre, con esta cazadora. Siempre ha estado ahí. Me devolvía mi rostro en mis sueños porque, ¿cómo pensar que no era más que el reflejo de mi propia impotencia? Siempre presente, siempre conmigo, y nunca me di cuenta de que, la otra persona que a veces sentía que estuvo aquí aquella noche, era ella.

La veía a ella incluso si no era capaz de recordarla.

No fue un agente quien vino a avisarle, fue esa chica.

¿Cómo es que no pude verlo?

—Es ella a quien proteges —entiende Ramírez.

—La primera vez que vino fue una semana antes de la primera vista. Ella se sentía culpable por no haberse dado cuenta antes y quería hablar con mi marido porque necesitaba asegurarse de que, pasara lo que pasara, su padre no saldría de prisión. Luego siguió volviendo y nos dimos cuenta de que solo era una chica asustada. Ella odiaba lo que su padre hizo, pero seguía siendo su padre. Estaba asustada de que tuviera opción a salir en libertad pero también de que le dieran la pena capital. Ella quería ir a verle y no volver a verle nunca más al mismo tiempo. Así que le dejamos venir más veces. Le ayudaba a estar tranquila.

No recuerdo haberla visto antes de esa noche, pero, de nuevo, mis recuerdos nunca han sido muy certeros hasta un tiempo después. Me pregunto si la vi, si hablé con ella, si jugué con ella...

—Estuvo yendo y viniendo durante meses. Mi marido siempre insistía en que ella era bienvenida, siempre la vio con buenos ojos. Solía decir que le recordaba a Olivia. Siempre decía que ella no tenía culpa de la familia que le había tocado y, cuando yo tenía dudas, decía: "Si fuera Olivia, ¿no querrías que alguien la ayudara?" Así que cuidamos de ella. —Mi madre roza la cazadora con la mirada antes de devolvérsela a Ramírez—. Cuando fue el día de la sentencia, ella tenía miedo de ir, pero sabíamos que quería hacerlo para pasar página así que yo la acompañé. Me senté a su lado, tomé su mano, y esperamos. En cuanto dijeron que no habría opción a revisión, ni condicional, pero tampoco pena capital, fue como verla respirar por primera vez. Incluso si se había cambiado el pelo y estábamos en última fila, él la vio allí mientras se iba. Conmigo. Lo supo al instante.

—¿Qué pasó exactamente esa noche, Catherine? —pregunta Ramírez con lentitud.

—Pensamos que no podría salir, pero sabes lo que pasó en el traslado. —Incluso yo lo sé. Mató a los guardias y se escapó. No dieron con él a tiempo—. Ella lo oyó primero y me llamó en pánico. Le dije que fuera a nuestra casa, que mi marido le ayudaría. Pensé que podríamos comprarle un billete de avión lejos, darle dinero y ayudar a que se escondiera. Yo estaba en casa de unas amigas y fui directa allí, pero, cuando llegué, la puerta estaba abierta.

Se me encoge el corazón.

—Cuando llegué todo estaba en silencio y me temí lo peor. Pensé: "Se la ha llevado", y un hombre como él no para ante nada para conseguir lo que quiere. Entonces llegué al despacho y lo vi. Toda esa sangre. —Incluso diez años después, su voz tiembla al ser la primera vez que lo pone en palabras—. Vi a mi marido primero y yo solo... Pensé que les había perdido a los dos. Pensé que fui yo quien le dijo a esa chica que le podríamos ayudar y que le había fallado. Pensé que fui yo quien le acompañó al juicio y que todo eso era mi culpa. Luego me di cuenta del segundo cuerpo y de... ella.

Mis anillos, ¿por qué no están en mis dedos?

Necesito algo, lo que sea, porque las imágenes que ella describe están invadiendo mis pensamientos de forma intrusiva y no parecen por la labor de irse. Quiero vomitar. Quiero gritar.

—¿Ella le mató? —pregunta Ramírez.

—Tuvo que hacerlo. Ella estaba en shock cuando llegué, con sangre en sus manos y encogida en un rincón. No paraba de llorar y solo me pedía disculpas. Me pedía perdón por no haber podido hacer nada antes de que su padre matara a mi marido. Pero, ¿sabes qué dijo después?

Toma aire, dejándolo ir con lentitud antes de que la frase rasgue su garganta.

—"No podía dejar que le hiciera daño a Olivia" —recita—. Esa chica, que todavía tenía sentimientos encontrados y que no soportaba la idea de que le dieran la pena de muerte a su padre, le mató, por la espalda, para salvar a mi niña. No fue defensa personal, no fue necesidad, fue un acto humano que iba a arruinarle la vida.

—No le habrían condenado —dice Ramírez.

—Quizás sí. Al fin y al cabo él se entregó para protegerla y no opuso resistencia cuando ella le atacó, por la espalda, con él completamente desarmado. No tardarían en darse cuenta de que él nunca presentó un peligro para su hija. Incluso si conseguía salir sin cargos de esa, nadie iba a dejar ir esa noticia. Si no le condenaban en un juicio lo harían los medios. Todas esas familias que habían perdido a alguien, todos quienes odiaban a ese asesino la odiarían a ella por ser su hija. Quienes estaban obsesionados con él la odiarían por haberle matado. Era mayor de edad, no iban a tener reparos en poner su cara por todas partes. Esa chica iba a perder su vida, de nuevo, solo por ser la hija de quien era.

—No debiste haberlo escondido.

—Puede que no, pero, en el momento, tomé la decisión que mi marido habría querido. Cuidé de ella como quisiera que alguien hubiera hecho con Olivia. Le escondí porque nadie puede buscar al asesino si no hay cuerpo. Le di algo de dinero y una oportunidad. —Hace una ligera pausa antes de añadir—. Soy madre, y protegí a una chica asustada. No voy a arrepentirme de eso.

—Podías haberla protegido de mil formas, Catherine.

—Tuve que actuar antes de poder entender lo que pasaba. Ella estaría lejos, yo podría llevarme a Olivia durante unos años e íbamos a estar bien. Hice lo que creí correcto en el momento.

Dejo de escuchar.

Ellos discuten sobre lo mismo, una y otra vez. Sus voces crecen y se convierten en un sin sentido para mí. Es importante para Ramírez. Él está frustrado por cómo va a terminar esto después de que ella se lo callara durante tanto tiempo. Sabe que nadie va a ver con buenos ojos todo esto. Si hubo una vez en la que mi madre podría haber salido bien, se terminó cuando mantuvo el silencio al salir de esta casa.

Me pregunto si la razón por la que me desentiendo es porque todo me ha sobrepasado, o puede que sea porque necesito tiempo para asimilarlo. Sea como sea, rehuyo de ellos y tiro de la cazadora para quitármela. Al parecer, la historia de mi padre y de su asesino no es el único baile peligroso que tuvo lugar aquella noche. Hay otra historia enlazada que me tiene dejando caer la cazadora cerca del cuerpo.

Todo este tiempo, todo este sufrimiento...

Paso las manos por mi rostro.

Cuando Ramírez avise de esto, confiese mi madre la verdad o no (cosa que dudo que haga por cómo lo ha guardado hasta hoy) todo este infierno empezará de nuevo. Removerán las aguas, las agitarán, y yo caeré en la misma espiral que me dejó aquí cuando apenas tengo fuerzas para sostenerme. Sola esta vez.

No saldré de esa, no con lo quemada que estoy.

Solo quería encontrar algo de estabilidad. Quería venir aquí para poder pasar página, pero, lo que he hecho, ha sido abrir las puertas a otro infierno.

Casi río por pura impotencia al darme cuenta. El universo me odia.

He debido de pasar más tiempo del que esperaba mirando cómo la cazadora roza el brazo del cadáver de ese asesino porque, cuando miro sobre mi hombro ante el silencio, mi madre y Ramírez están mirando hacia mí. Ella con pena, él con preocupación. Quizá piensen que estoy a punto de perder la cabeza, quizás es lo que ha ocurrido.

Me vuelvo por completo hacia ellos.

—No puedo con esto —admito, conozco mis límites.

Siento que he vivido en una mentira, con un dolor innecesario que podría haber sanado tiempo atrás de haberlo sabido. Me siento dolida, engañada y perdida. Todo lo que podría haberse evitado... La forma en la que podría haberme salvado antes de terminar aquí... No puedo con eso.

No es justo.

—No soy Ramírez, no tengo un código moral o ético sobre lo que deberías haber hecho —le digo a mi madre—. Buena o mala tomaste una decisión que consideraste correcta en ese momento, punto. No me molesta lo que hiciste, ni siquiera que lo que pasó en Tennessee pudiera haberse evitado. Quisiste alejarla a ella de todo esto y para ti eso valía la pena. No te culpo por eso y no te culpo de las consecuencias.

Soy la primera en sorprenderse de dónde me levanto pero sé que no estoy mintiendo. No soy perfecta, no pretendo serlo. Los años han hecho que mis límites morales sean más flexibles y que la línea en la que me muevo sea gris. Para bien o para mal, esta vida me ha moldeado.

—Pero incluso si puedo ignorar todo eso, incluso si podría quererte pese a esa decisión, no puedo perdonarte lo que hiciste en mi cabeza. Sabías cómo me afectó tanto cambio de identidad. Me viste llorar, me viste suplicar que me llamaras con apodos porque oír otro nombre jugaba con mi cabeza. Te conté que no era capaz de mirarme al espejo muchas veces, me veías encerrarme porque no era capaz de sentirme segura, y sé que tienes una ligera idea de que mis relaciones nunca han sido las mejores. Me viste escaparme de casa porque no podía más. Me viste frustrada por no poder tener amistades. Me viste romperme, por completo, y nunca, ni una sola vez, intentaste ayudarme.

Me vio perderme hasta que no quedó nada en mí que reconocer.

Ni que valiera la pena salvar.

—Si tan solo me lo hubieras contado me hubiera podido sentir más segura. Habría entendido que hay algo de peligro pero que no es tan malo. Habría entendido que no íbamos a volver aquí y que podía asentarme en otro lugar sin miedo a tener que desaparecer si no lo quería. Habría sido más fácil —intento que entienda—. Pero me dejaste sin saberlo pese a cuánto daño me estaba haciendo. ¿Te das cuenta de cómo todo eso me destrozó?

No siento rencor hacia ella por muchas cosas, pero no puedo perdonar que no hiciera nada cuando yo me envenené desde dentro hasta el punto de perderlo todo; mis emociones, mis esperanzas, mis ganas de vivir. Peleé cada día por conseguir lo más mínimo. Me aferré a tontas esperanzas y ansié tanto el mínimo cariño que busqué consuelo en todo lo que podía ser similar antes de entender que eso terminaría dificultándome poder querer a alguien por completo alguna vez.

Me destrozó, me vio destrozada, y nunca, en toda mi vida, intentó darme algo de paz.

—Ni siquiera te habría pedido una vida normal, tampoco seguridad, solo algo para poder dejar de vivir en la misma página porque era una tortura que nunca terminaba.

Siento un intenso dolor contra mi pecho.

Le doy la razón al decir que el tiempo suaviza las ideas de venganza para muchos. La gente se cansa, incluso quienes se obsesionan, y eso me habría traído un poco de paz. Confianza. Quizás incluso me hubiera salvado antes de que fuera demasiado tarde. Ahora, aquí en pie tan vacía que no puedo ni sentir dolor ante la idea de que ella salga de mi vida, sé que estoy demasiado lejos de estar bien.

Porque sé qué pasará en cuanto Ramírez haga esa llamada, y no encuentro nada que haga que eso me importe. Me pregunto si eso es lo que sienten quienes han sobrepasado su límite; nada. Sé que debería importarme, dolerme, pero quizás es algo que mi mente sabe que no podría soportar y ha decidido llevárselo. Quizás ese ligero mareo me abraza de tal forma que, de forma inconsciente, sigo marcando esto como un sueño que no te puede dañar.

Sea por lo que sea, tengo una cosa clara y es que no voy a pasar por algo así de nuevo. No puedo. Mentalmente tengo mucho detrás como para que mis fuerzas lo soporten. Lo que tenga que pasar con ella, no lo hará conmigo a su lado.

—Puede que un día me arrepienta de esto, pero no puedo quedarme a ver cómo termina. No puedo quedarme para terminar sintiéndome culpable por haber desatado esto al venir porque no podía vivir sin una respuesta. No puedo quedarme a tu alrededor —añado hacia Ramírez—, sabiendo que darás ese aviso. No puedo quedarme a ver cómo mi madre es juzgada y, definitivamente, no puedo quedarme a la espera de que todo se intensifique como ella ha dicho que lo hará en cuanto salga la conmoción por todo esto. No sé si es algo egoísta o racional, pero no puedo quedarme si quiero salir emocionalmente de esta.

No termino de sentir mi cuerpo cuando doy un par de pasos hacia la mujer que me crió. Mis sentimientos están encontrados y me pregunto si es la base de lo que aquella chica de su historia sintió en su día. Sabes que uno de tus padres te ha hecho un daño irreparable, pero sigue siendo familia y no puedes desearle lo peor.

Sostengo la mirada a mi madre como si intentara grabar su rostro en mis recuerdos porque sé que no volveré a verla en mucho tiempo. Recorro sus facciones afiladas, su pelo oscuro que cae sobre sus hombros de forma desorganizada. Encuentro las ligeras arrugas que presionan, sobre todo, su frente, y una mirada poco transparente.

—No te deseo nada malo. Eres mi madre y sé que te sigo queriendo. —Me pregunto si ella se habrá dado cuenta de que saber algo y sentirlo son dos cosas diferentes, de que esa es otra consecuencia más de todo esto—, pero no puedo perdonarte el daño emocional que me has hecho. Tampoco puedo quedarme aquí y pasar por todo esto, no estoy bien como para aguantar eso.

No soy tan fuerte.

Sobre todo después de todo lo que ha pasado en los últimos días.

—¿Qué harás? —pregunta.

—Quiero mi identidad de vuelta. —Aunque me iré de aquí antes de que todo salga a la luz, quiero poder llevarme lo que vine a buscar. Si quiero tener una vida, necesito asegurarme de recuperar y aceptar la que una vez me dieron. Saldré del radar para que no me terminen de unir con todo, pero nadie va a robarme por más tiempo mi identidad—. He vivido escondida toda mi vida, es hora de que empiece a ver lo que hay ahí fuera.

Me iré todo lo lejos que pueda y viajaré sin rumbo un tiempo. Necesito tiempo para asimilar esto, más tiempo todavía para aceptarlo y todavía más para permitirme tener una vida donde no vaya a ser obligada a desaparecer. No pienso hacer eso de nuevo. Se acabó, y lo he sabido desde hace tiempo.

Quiero vivir.

Quiero aprender a vivir.

—Si haces eso necesitarás dinero —devuelve, pero no como si estuviera diciéndome que es mala idea, sino como si quisiera explicarse antes de, más bajo, añadir—: Si recuperas tu identidad podrás tener nuestros fondos. Úsalos.

No soy tan orgullosa como para rechazar eso.

Así que asiento, una vez, y luego doy una mirada hacia las escaleras. Ella sigue teniendo una mano contra la barandilla que nunca terminó de establecerse y miro con pena cómo este desván se quedó en una construcción inacabada. Mi padre estaba creando un lugar para mí, para nosotros, y guardo con cariño esa idea. Le importé, muchísimo, y él me protegió como hizo con aquella chica la noche en la que le mataron.

Quizás nunca termine de saber todo sobre él, pero recuerdo pequeños detalles, y sé, hoy más que nunca, que fue un buen hombre. Quiero recuperar su apellido como recordatorio constante de eso. Quiero mantenerle conmigo vaya adonde vaya.

—Olivia —llama Ramírez con notoria duda—, si hubiera otra forma...

—No puedes encontrar un cadáver de un asesino en serie y no avisar, lo entiendo, pero eso no quiere decir que no sea difícil aceptarlo. —Paso las manos sobre mis vaqueros como si pudiera limpiar la suciedad que siento sobre mi persona—. Estaré bien. Me has enseñado bien, no tienes que preocuparte por mí.

—Nunca voy a dejar de preocuparme por ti —responde.

Parece querer decir algo más, pero nunca sale de sus labios. Él siempre ha estado ahí para mí. Aunque fuera por medio de mensajes y llamadas, pero lo ha estado. Supervisando. Cuidándome. Lo agradezco, pero, por mucho que quiera seguir con eso, la sola idea de estar cerca de cualquiera de ellos amenaza con terminar con mi estabilidad.

Quisiera ser tan fuerte, pero no lo soy.

No cuando me han roto de tantas formas.

Así que no me quedo. Bajo las escaleras y me deslizo por la puerta escondida del desván. Mi corazón se acelera a más pasos doy lejos de esta casa. Como si la vida empezara a volver a mí a más dejo atrás todo lo que este lugar implica. Sus paredes, antes pintadas con angustia y pesadillas, ahora pierden la fuerza detrás de mí. Se convierte en una casa más del vecindario en cuanto conozco por completo su historia. Mis pesadillas se aclaran y suavizan.

Seguirán ahí, estoy segura, pero ahora tienen un nuevo sentido.

Ahora puedo pasar página y lo sé porque, salir a la calle, se siente como respirar por primera vez. Mi cuerpo tiembla como si la adrenalina hubiera corrido por mis venas todo este tiempo y ahora estuviera deslizándose fuera robándome, por fin, la fuerza. Lo tomo, una nueva sensación que me acompaña mientras me alejo.

Puede que un día me arrepienta de irme antes de que todo termine, pero no será hoy. No será pronto. Un día querré saber qué pasará después. Quizás lo busque en Internet, puede que llame a Ramírez porque memoricé su móvil años atrás. Cuando lo haga, estaré lista para una respuesta.

Hoy, solo quiero sobrevivir.

Mantengo todo a raya hasta poder tener un lugar donde dejarlo ir y, aunque sé que lo primero que haré por la mañana será empezar el papeleo para salir del programa y recuperar mi apellido, hoy solo busco un único lugar; El cementerio de la ciudad.

Siempre he odiado los cementerios, y aún lo hago, pero, cuando tras más de una hora doy con la tumba de mi padre, se convierte en el único lugar donde querría estar. Caigo de rodillas frente a él. Su nombre se clava como dagas en mi pecho y, por primera vez en lo que va de día, rompo a llorar.

Lloro porque le echo de menos, lloro porque estoy asustada, lloro porque me siento una cobarde, lloro porque él nunca pudo volver a mi lado, lloro porque él siempre ha intentado proteger a otros. Lloro porque estoy sola, y lloro porque nunca he querido tanto poder sentirle a mi lado como lo hago ahora.

Mañana empezaré los trámites y daré los primeros pasos hacia una vida en la que tener la oportunidad de encontrarme, pero, hoy, me quedo aquí. Llorando, asimilando, sintiéndome como esa niña que nunca tuvo oportunidad de despedirse de él y que siempre ha querido a su padre.

Hoy vuelvo a la primera página de una historia que no terminé de cerrar y dejo que me envuelva. Después de tantos años, tengo una respuesta. Después de tantos años siento que, por primera vez, puedo empezar a vivir.

Por una vez, tengo una esperanza real de poder volver a encontrarme.

──────༺༻ ──────

El próximo será el capítulo final

Son muchas cosas, necesitamos tiempo para asimilarlo.

Leedlo cuantas veces necesitéis ❤️

En mi defensa diré que avisé sobre no confiar en Olivia. Ella era una niña y no terminó de entender lo que pasaba. Conocíamos "su verdad", no "la verdad". Supongo que nos mintió tanto como se mintió a ella misma con algunos detalles... Eso sin contar con que lleva enseñándonos la verdad desde la mitad de la novela con tema su reflejo, el sueño sobre esa chica, encontrar la cazadora en la casa, Tennessee, pero nunca le prestó atención 😑

A todo esto no pude resistirme a spoilearlo ayer por Twitter pero dudo que alguien me creyera

Pd— Gracias a Martulandeira por ser mi lectora beta de este capítulo ♥

Antes de irme solo una cosa más:

Estábamos tristes porque Olivia desapareció de la vida de Asher, Ansel, etc., pero ahora va a desaparecer incluso de la vida de Ramírez y su madre. Ella está llevando el "desaparecer" al extremo pero WE SUPPORT U, cuídate 🥺❤️

No si aún teníamos esperanzas de que Asher la encontrara gracias a su padre o Ramírez y acabamos de hacer un 📉📉📉  

¿Veis? Por esto no se me puede dejar escribir

Os mando un abrazo y me voy a comer algo,

Love u

— Lana🐾

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro