Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 58.2 - Las verdades que escondemos: Catherine Wilson

Si hay un capítulo para darle amor a nuestra narradora, es este

Leed con calma y recordad; todo tiene un sentido y es necesario

Ahora, vamos a ello...

58.2 | Las verdades que escondemos: Catherine Wilson

Olivia Audevard

Sábado, 7 de agosto

—¿Se lo has dicho? —pregunto asombrada mientras desayuno con Ramírez en la cafetería del hotel. Presiono el vaso de zumo con el corazón en un puño—. Me prometiste que no lo harías.

Mis manos tiemblan y las junto para intentar contenerlo.

Él se lo ha contado a mi madre.

Ella sabe dónde estoy.

—No estás bien, Olivia —justifica.

—Esa no es excusa.

—Han pasado dos días, ¿esperas que no me preocupe?

—¿Y la llamas a ella?

Ya no por cómo están mis pensamientos y emociones hacia ella, sino porque quisiera que fuera él quien midiera las cosas, no que recurriera a mi madre como si me gritara a la cara "ella es tu familia, no yo".

Ramírez aparta el vaso de mi costado antes de que lo golpee por accidente y suaviza su expresión como si encontrara tranquilizador que siga llevando su cazadora puesta. Me hace sentir protegida, me ayuda a esconderme en mi mente como si ese pudiera ser un lugar seguro. Me separa de la realidad y él lo sabe.

—Sé que habéis tenido vuestras riñas, pero es tu madre —intenta más suave.

Es mi madre y no puedo quitarme de la cabeza la idea de que ella estuvo allí aquella noche.

Presiono mi frente hasta querer clavar las uñas en mi piel y llevarme los pensamientos con ello. Estoy temblando sin importar lo cálida que sea esta mañana de agosto. El hielo recorre mis venas con bruscos empujones que me paralizan.

—Me prometiste no hacerlo —insisto.

Me dijo que estaría él para mí, que lo entendía.

O eso fue lo que quise creer.

La sensación de decepción me hace levantarme. Dejo todo en la mesa y salgo del hotel. No soy tonta, sé que mi madre ya estará de camino. Así es como es ella. Sobre todo porque, si el más mínimo detalle en mis recuerdos es cierto, ella no va a querer que lo sepa. Llegará y, con su numerito de madre protectora, me sacará de aquí, como haga falta.

Fuera del hotel, apoyo las manos contra una baja valla cerca de la puerta y me inclino hacia delante ahogando las ganas de vomitar. Quisiera tanto que Ramírez no hubiera recurrido a ella. ¿No me dijo que se pidió la baja para no dejarme sola si hacía falta? ¿Para quedarse cerca si decidía separarme del programa? Pero, de nuevo, recurre a ella como si no hubiera espacio para él en mi vida.

Le quiero casi como a un padre.

Por eso duele.

Cierro los ojos y le veo de nuevo, a él, a ese hombre que pinta mis pesadillas de pie detrás de mis párpados. Justo como le he visto durante cada una de las dos noches que he pasado en este hotel. Sé que no está ahí, pero le veo. Veo su figura a los pies de mi cama hasta que presiono las manos contra mis ojos para hacerla desaparecer. La que veo en cada esquina, atenta, en silencio. Persiguiéndome por el rabillo del ojo.

—¿Desde cuándo te vas con una rabieta como si tuvieras cinco años? —pregunta Ramírez al salir. Apoya las manos en la misma valla y evito mirarle porque el malestar me podría—. Te estoy hablando —insiste con más dureza—. Olivia, ya tienes una edad. No te comportes como una niña porque no lo eres.

Sus palabras me hacen abrir los ojos y ahí está, escondido en el rabillo de mi ojo.

El cazador, ese asesino, es el canto de una sirena que me atrae hacia el mar para ahogarme. No puedo quitármelo de la cabeza y, desde que volví de mi casa, ha ido a peor. Está ahí, como una idea que ha extendido sus garras en mi mente y que no va a dejarme ir. Las ideas son peligrosas, y esta no es diferente.

Se va a hacer conmigo.

Me impulso hacia atrás.

—Sí, ya tengo una edad.

Edad suficiente como para tener derecho a buscar el control de mi propia vida antes de que me consuma. Una edad para poder levantar la voz ante actos que no considero justos, incluso si vienen de él. ¿Desde cuándo enfadarme por algo que me ha dolido es tener una rabieta?

¿Cómo soportaba Asher esa sensación?

Yo quiero vomitar.

Miro hacia el aparcamiento. ¿Cuánto tardará mi madre en aparecer? Porque dudo que Ramírez no le haya dado margen. Entre las dos, siempre la elegirá a ella. Se lo dije a mi madre cuando intentaba hacerle ver que ella sí podría tener una relación. Quise que ella fuera feliz, siempre lo he querido, pero ahora todo ella me atormenta tanto como la imagen de ese hombre en el desván.

Porque les veo uno al lado de otro.

Es el canto de la sirena que no me va a dejar ir por muy lejos que vaya, no hasta ahogarme. Seguirá ahí hasta que lo encuentre en lo más profundo y le arrebate su voz. Uno a uno, me deshago de cada uno de mis anillos. Lo que me ha protegido de la realidad ahora cae, inútil, en un sucio suelo de grava.

Esa idea, tan violenta que reside en mis recuerdos, va a amenazar con ahogarme de por vida. Va a tener su mano en mi cuello cortándome el aire en olas como las que ya he conocido. He empezado esto, he abierto el dique, ahora es hora de que me hunda bajo él.

Así que, junto al último anillo, dejo caer mi última barrera.

Me quedo sin defensas emocionales.

—Voy a volver a casa. Como tú has dicho, tengo edad suficiente como para actuar de cierta forma.

Para tomar ciertas decisiones.

Ramirez cambia el peso de su cuerpo de un pie a otro.

—Hay un autobús que me puede llevar a la ciudad, no tienes que llevarme tú. —Prefiero que no lo haga, a decir verdad—. No voy a estar aquí cuando ella llegue al aparcamiento, y no voy a cambiar de idea al respecto.

Nunca, en toda mi vida, Ramírez me ha agarrado como hace ahora. Miento, lo hizo en el aeropuerto, y es esa misma frustración la que me devuelve ahora. Me mira como si fuera una desconocida. Una persona a la que una vez conoció pero que ahora se ha distorsionado ante sus ojos. Me pregunto si eso es lo que me he convertido para él.

Luego afloja el agarre y noto la pena.

—No te he dejado nunca sola y no voy a empezar ahora —dice—. Si vas, es conmigo.

—Le dirás dónde estamos —entiendo.

—Ella lo sabrá igualmente.

—¿Cuánto tardará en llegar?

Mira hacia la carretera y se me cae el alma a los pies.

Necesito tiempo, algo, lo que sea. No puede terminar ahora.

—Media hora hasta aquí, quizás menos.

Media hora de ventaja, eso es lo que tengo.

Suficiente.

No digo nada al ir hacia su coche, pero, lo que sí hago, es quitarme su cazadora en cuanto recuerdo tenerla puesta. Me da seguridad, es un escudo, y ya me he deshecho del resto porque sé que, aunque la otra visita ayudó a esclarecer algo mis pensamientos, contuve la mayor parte. Los escondí, apreté contra mi pecho y atesoré. Me escudé.

No puedo seguir haciéndolo.

Así que tiro su cazadora hacia los asientos de atrás y noto su atenta mirada en el gesto. "Sé que voy a ahogarme, y estoy yendo directa", pero no tengo que decirlo para que él lo entienda. Por poca gracia que parezca hacerle, arranca igualmente.

Al llegar al chalet presiono mis dedos por costumbre y espero frente al césped tratando de absorber lo que veo. Hay algo peculiar en cómo sus muros se levantan. Algo que no sabría describir y que no noté la última vez. Me llama, me asfixia, y me hace sentir que la casa no está tan vacía como debería.

Cuando miro, siento que esa casa, aunque sin vida, ha atrapado esa rabia de aquella noche, la oscuridad del hombre que entró, y pintado con ello su interior. Esa mezcla de oscuridad y miedo es lo que ahora se desliza entre sus muebles, como una respiración silenciosa que te llama hacia tu perdición.

Hacia una que noto más fuerte pasadas las ventanas del segundo piso.

En el desván.

—¿Sonará la alarma en cuanto entremos? —pregunto.

—No es un favor que pueda pedir dos veces.

—¿Cuánto tiempo tengo entonces?

—Diez minutos, quince con suerte.

—Deberías irte, la casa sigue a nombre de mi madre, pero...

—Ese nombre ya no es el vuestro —me recuerda—, no te salvará de ser arrestada.

"Ese nombre ya no es vuestro", pero, ¿y si quiero que vuelva a serlo?

¿Y si quiero volver a ser ella?

Vuelvo la mirada hacia el chalet y echo a andar hacia la puerta de atrás. Busco la puerta hacia el pequeño salón que encontré y, como hizo Ramírez el otro día, uso sus mismas herramientas para forzarla. Me lo enseñó él. La puerta cede con un brusco sonido y la madera cruje bajo mi pie cuando doy el primer paso.

Un paso y, el olor, tan pesado, vuelve a llenar pulmones.

Doy otro paso y encuentro de nuevo las pinturas tiradas cerca de la pared del fondo. Hay tonos de azules de pinturas pequeñas que han rodado hacia el mueble más cercano como si intentaran esconderse. Luego vuelvo hacia ese detalle en el que no pensé demasiado la última vez, uno que he empezado a pensar que fue parte de la realidad que se coló en una de mis pesadillas más comunes.

Una cazadora roja colgada cerca de la chimenea.

Es real y, con tanto para asimilar, no me acerqué la última vez.

Con el tiempo jugando en mi contra, paro a agarrarla. Le quito el polvo de mala manera y me la echo por encima representando mi figura en esas pesadillas. Siempre pensé que el rojo era por el color de la sangre de mi padre que cubrió en mis manos por la culpa de no haberlo evitado, pero era más que eso. Era una prenda real que vi aquella noche en esta misma habitación.

Cuando paso por el centro de la sala y me vuelvo por un instante hacia el espejo al ir hacia la puerta, ni siquiera me reconozco. Veo a una chica que me es familiar, pero ella está muy lejos de ser yo.

Bajo la cabeza y cruzo hacia el pasillo.

—Olivia —llama Ramírez, apenas dejo de andar por un segundo—, un solo indicio de un ataque de pánico y te saco a rastras si hace falta. Un indicio de que te estás disociando y nos vamos. ¿Queda claro?

Una cazadora roja colgada junto a la chimenea.

Una que cae sobre mi cuerpo como si me hubiera esperado todos estos años.

Le doy a Ramírez una baja y tensa sonrisa antes de recorrer un camino que ha empezado a serme familiar. Es más fácil hoy, como si la casa me hubiera abierto las puertas a sus secretos y ahora pudiera recorrerla sin tener que pensarlo dos veces. Es una parte de mí, y me abraza cuando subo sus escaleras hacia las habitaciones. Con su pesado olor y sus crujidos, la sensación tan afilada de los males que esconden sus muros me mueve hacia delante.

Paro a dos escalones del final, me arrodillo y presiono la mano contra el último escalón. Cierro los ojos. Esa parte sí la recordé, cuando vine. Aquí fue donde me caí. Me golpeé la rodilla, aunque no recuerdo haber sentido ese dolor por más de un instante. Lo que sí recuerdo es el fuerte golpe de mi corazón cuando, alarmada, miré hacia atrás.

Luego me impulsé y seguí por el pasillo..

Toco la pared con una mano mientras lo rocorro. Roza las puertas que esa noche estuvieron abiertas y que alumbraban con un tenue azul el pasillo. Cierro los ojos a ratos, tratando de recordar los detalles, los instantes, pero solo me recuerdo corriendo y asustada. Con las mejillas calientes, sin poder respirar, y sin saber dónde meterme o si podría siquiera intentarlo.

Esta vez, cuando llego al armario, no solo presiono el punto de la madera donde la fuerza hace que se mueve como si estuviera mal colocada. Ahora tiro hacia atrás hasta que cede y encuentro la apertura en el costado interior izquierdo del armario. Destapo el disimulado pasadizo hacia el desván que mi padre estaba adaptando para mí. Para nosotros.

Tras años cerrado y menos ventilado que el resto de la casa, hay un olor más pesado deslizándose fuera de esa entrada. Mi mente echa a correr adonde yo ya no puedo seguirla.

El trozo de madera cae a mis pies.

Aquí fue donde me escondí, aquí fue donde mis recuerdos se escondieron de mí.

Mi canto de sirena.

Me asomo un poco y el olor es peor, pero, cuando oigo pasos en las escaleras, mi cerebro no quiere conectarlo con Ramírez o con que es seguro. Lo oigo, sé que es Ramírez, pero no lo asimilo y tiemblo antes de meterme dentro con un fuerte impulso. Entro y me agacho junto a la puerta como si buscara... Lo cerré. Recuerdo que lo cerré, y acabo de intentar hacer lo mismo como si estuviera otra vez allí.

—Es Ramírez —me recuerdo.

Entonces, ¿por qué mi cuerpo no deja ir la tensión?

Peor, ¿por qué siento que acabo de entrar en la boca de un lobo que está respirando contra mi nuca? Mi respiración se acelera y paraliza por momentos. No puedo moverme. Agachada dando la espalda a un pasillo que apenas he mirado al adentrarme, me quedo helada. Aun así puedo ver las paredes tan claras como si estuviera mirando hacia ellas todavía. Es un estrecho pasillo con maderas que iban a formar los cimientos de unas paredes. Solo que, ahora, esa base ha sido envuelta por telas de araña y apenas separan una pared de piedra.

Estaba oscuro aquella noche y yo me guié por la pared.

Pared de piedra fría y pasillo estrecho.

Como las catacumbas de París.

Esto fue lo que reviví allí.

—¿Pero qué?

La voz de Ramírez es reconfortante a la vez que perturbadora. Se asoma, mira detrás de mí y contengo el aliento, pero entonces él alumbra torpemente el interior y yo miro. Un error. Me tenso tanto, con tanto terror a moverme, que me duele todo el cuerpo. Los hombros, el rostro, las piernas...

No puedo respirar, ¿por qué no puedo respirar?

Si la oscuridad y monstruosidad de esa noche parecía haber pintado las paredes con sus perturbadoras sensaciones, esta habitación es la madre de ello. Cierro los dedos contra mis pantalones queriendo sentir las uñas contra mi piel para "despertar", pero ni siquiera consigo ese alivio.

"Está ahí arriba —oigo en mi cabeza—. Esperando."

Es ahí, en un punto de completo terror, en el que se aclaran mis recuerdos mal estructurados de la otra noche. Encuentro el recorrido desde el despacho de mi padre hasta aquí tan claro que puedo apreciar incluso las finas zapatillas de andar por casa que llevaba bajo un vestido azul para dormir. Me veo subiendo, y veo las cajas que hay arriba.

Siento cada golpe de mis pies contra el suelo como si fueran nuevos. Siento el frío en mis mejillas por las lágrimas del pasado. El dolor en mi rodilla por el golpe y el grito corto que dejé ir en el pasillo. Tenía tanto miedo...

Tenía tanto...

—Olivia. —Ramírez ilumina de mala manera las escaleras a medio hacer a pocos pasos de mí y cruza entre la pared de piedra y trozos de madera para ponerse frente a mí. Estaba sola, estaba tan sola.

Tan asustada.

Era solo una niña.

—Lo cerré —recuerdo como si intentara justificarme.

¿De qué? Eso no lo sé.

—Olivia —llama una segunda vez buscando mi rostro—. Aquí estamos solo tú y yo. Tienes diecisiete años, no es esa noche, y estoy contigo. Repítelo.

—Cerré —insisto. Cerré y esperé ahí a mi padre, encogida contra la puerta y atenta al mínimo sonido. Que lo hubo. Le miro con impotencia. Eché a correr hacia arriba, entre las cajas, y oí otras voces, y oí más pasos, y sentí tanto miedo. No quiero recordar eso. Por favor, no quiero recordar eso—. Intenté esconderme.

Ramírez me envuelve entre sus brazos.

No sé cuándo he empezado a llorar.

Las lágrimas ni siquiera se sienten mías.

—Estoy contigo y no pienso dejarte —sella con el abrazo. Apoya una mano contra mi cabeza. Más bajo, añade—: Por muy vívida que puedas sentirlo, no es esa noche. No estás allí, estás aquí, y necesito que lo repitas hasta que lo asimiles. ¿Puedes hacer eso por mí?

No.

Pero él me aparta, presiona una mano contra mi mejilla para llevarse las lágrimas y lo dice de nuevo. Marca las palabras hasta que consigo empezar a ponerlas sobre mis labios y, luego, me obliga a seguir. Las repito hasta que mis manos dejan de temblar, hasta que el aire vuelve a mis pulmones, hasta que puedo sentir la piel bajo mis dedos. Lo repito hasta que mis recuerdos no son tan vívidos y mis emociones se desligan a las de la niña que fui.

Vuelvo.

—Fue aquí —consigo decir una vez vuelvo en mí. Paso una mano por mi mejilla y miro detrás de él, hacia las escaleras—. Me escondí aquí, por eso nadie me encontró.

Porque nadie sabía de la existencia de este lugar. No ellos, al menos.

—Nadie avisó sobre un hueco en la pared.

—No es un hueco en la pared, es un desván.

Eso le confunde todavía más, como si no saberlo no tuviera lógica. Sea lo que sea que les contó mi madre, no fue de la existencia de este punto de la casa y temo que la respuesta sea esa figura suya en el desván y la certeza, aunque ilógica, de que él estaba con ella.

Todavía tensa, busco el primer escalón.

—Como sea, nos vamos.

—No, ahora no.

—Has vuelto allí, Olivia, y ya te he dicho las condiciones.

Claro que he vuelto a ese día, ¡eso era lo que buscaba! Volver, recordar, entender. Sea cual sea el precio.

—Por favor —ruego—, necesito quitármelo de la cabeza.

La súplica que siento se traslada a mis ojos y lo sé porque no es la primera vez en la que él me da esta mirada, como si me odiara por cómo le miro, como si me odiara por no evitar ceder ante uno de mi "caprichos" si es que se le puede considerar uno.

Aprieta el móvil en su mano y agarra mi mano para ponerla sobre su brazo.

—Vas detrás de mí —avisa.

Suficiente.

Ramirez mira el primer escalón con desconfianza, solo es una tabla de madera que los años han podido humedecer y destrozar. Pisa con dureza antes de poner todo su peso en ella y se balancea ligeramente antes de pasar a la siguiente. Con cuidado, voy detrás. No hay muchos, solo cinco escalones antes de llegar a una zona plana llena de cajas de cartón de distintos tamaños.

El olor es tan pesado aquí que tengo que bajar la cabeza por un momento.

—Ya lo has visto —presiona Ramírez para irnos.

Pero mis pasos me alejan de las escaleras, me llevan hacia la derecha en busca de seguridad y me pregunto si es ahí... Sí. No sé dónde exactamente, pero sé que yo me escondí entre estas cajas. Con la cabeza entre mis piernas y las rodillas encogidas. Con tanto miedo que me cubrí la boca para que no se me oyera ni respirar, menos aún llorar.

Rozo una de las cajas con mis dedos y, a lo lejos, veo una mesa de plástico de los que hace años debieron ser unos bonitos tonos de morado y rosa. Una mesa para niños, para dibujar o jugar. Era aquí, el lugar secreto que mi padre estaba arreglando para mí.

Era aquí. Era un lugar real.

Tan bonito, tan seguro, tan aterrador.

Aflojo las manos esperando que lo que Ramírez no quiere (otro de mis episodios) me abrace para darme una idea clara de lo que pasó. Solo que eso no ocurre, y me frustra que no lo haga porque estoy tensa, rehuyendo hacia el rincón, y no sé por qué.

Bajé cuando mi madre me llamó desesperada, ¿habría hecho eso si mi miedo fuera de ella? No tiene sentido, pero, de nuevo, ¿por qué me callé si no después al verla a ella en comisaría? ¿Por qué no he podido volver a dejarla entrar a mi vida después de aquello?

No tiene ningún sentido.

Presiono una mano contra mi rostro y ahí llega, como si hubiera cortado el tiempo, su voz.

—¡¿Olivia?!

Miro a Ramírez.

¿Ha pasado ya media hora? Mi cabeza se siente más pesada al encontrar el eco de la voz de mi madre en la casa. Oigo sus pasos resonar entre estas paredes como si estuviera a poca distancia y, su tono, tan desgarrador, atraviesa mi corazón.

—¡Olivia!

La oí desde aquí aquella noche.

Y salí por mi cuenta, lentamente, apretando mi peluche porque había algo que me asustaba.

Mi mirada va hacia Ramírez, todavía cerca de las escaleras.

Había alguien más aquí, sé que lo había y, aun así..

Mi corazón salta un latido y busco mis anillos sin éxito.

—No de nuevo —pide Ramírez al notar que me estoy perdiendo una segunda vez.

Pero él no tiene tiempo de hacer nada. Mi madre sube las escaleras haciendo tanto ruido que me mantiene aquí. Ella conocía este lugar, y se mueve sin problema entre los recovecos hasta verme. Noto su alivio, tan puro, y quiero creerla.

Quiero que ella no estuviera aquí.

Quizás fue otro recuerdo, el de ella viniendo cuando mi padre seguía vivo, puede que la idea venga de ahí, que lo haya mezclado, pero mis emociones no quieren creerlo. Aun así, cuando corre hacia mí hasta envolverme entre sus brazos, quiero tanto confiar en ella que estiro mis brazos hasta su espalda.

—Mi pequeña, no sabes el susto que me has dado. —Noto el latir de su corazón tan acelerado cerca del mío que sé que está siendo sincera, pero sigue angustiándome, ella me angustia. Mi madre agarra mi rostro, me aparta el pelo y besa mi mejilla con alivio—. No vuelvas a hacerme esto, pensaba que me moría.

Luego se vuelve hacia Ramírez con una postura más autoritaria de la que he visto en años. Veo el reflejo de la mujer regia que fue. Seria y formal, cuando ahora es más fácil para ella dejarse llevar y hablar como si todo fuera una melodía que quiere seguir. Pero, por aquel entonces, ella no era así.

Vuelve a ser esa mujer como yo vuelvo a ser aquella niña.

—No vuelvas a acercarte a mi hija —dice entre dientes.

—Tu hija es una adulta que toma sus propias decisiones.

—Sí, decisiones sobre la universidad, decisiones sobre dónde estudiar o qué cenar, ¡no esto! —Mi madre toma mi mano—. Que conozcas nuestra historia no te da ningún derecho a traerla aquí sin mi consentimiento. ¡No te da ningún derecho a meterte en estos temas!

Mi madre aprieta mi mano.

¿Por qué no sé qué siento ahora mismo?

Algo me está cegando, arrastrando, tan fuerte...

Mi madre tira de mi mano hacia las escaleras.

—No tenías ningún derecho a traerla aquí —insiste ella al llegar a las escaleras. Él baja primero, no le queda otra opción y, ella, me hace bajar a mí detrás—. Después de esto no quiero ni una sola llamada tuya. Vas a salir de nuestra vida, para siempre.

Debería molestarme, pero no es eso lo que está en mi cabeza.

Es otra cosa.

Otro detalle, pero estoy tan sobrecargada...

"Fíate de tu instinto", suele decirme Ramírez, y mi instinto me dice que algo no encaja.

Suelto la mano de mi madre y me voy hacia la pared.

La miro mientras, algo perdida en mis pensamientos, presiono la mano que ella ha estado agarrando. Mi mano derecha. Ahí viene. La ola. La comprensión. Miro hacia Ramírez, luego hacia ella, y mi paso es hacia las escaleras.

Eso me da lo último que necesito.

Doy un paso atrás.

—Te has puesto a mi derecha —dejo ir. No lo entiende, pero mi corazón se acelera al momento—. Nunca te pones a mi derecha, siempre a mi izquierda. Siempre. —Ella es diestra y siempre toma mi mano izquierda, desde que era pequeña. Alguien no cambia sus manías tan fácil, sobre todo esas en las que no piensas—. Estás cabreada con Ramírez y no quieres que me hable, pero me has hecho bajar a mí primero aunque eso me dejara más cerca de él.

—¿Ves lo que le estás haciendo? —regaña hacia Ramírez—. ¡Tú y tu forma de jugar con su cabeza!

—Mamá —llamo con mi voz insegura—. Estás intentando sacarnos de aquí lo antes posible.

Aunque lo haya disimulado bien, se ha alarmado cuando me he acercado al primer escalón. Los gestos delatan a las personas, incluso a mí, y con ella lo han hecho. Hay solo una zona del desván de la que me he alejado nada más he entrado, una junto a la que ella ha pasado como si quisiera mantenerme al margen, una para la que necesitaba ir a mi derecha.

—Olivia, vámonos.

—¿Qué escondes? —pregunto recuperando seguridad.

—Olivia —marca con autoridad.

Ramírez apoya una mano en mi hombro como apoyo.

Él confía en mi instinto, y debe de estar dándose cuenta también de que algo falla.

—Voy a tener que pedirte que te apartes de ahí —dice hacia mi madre.

—¿Pero de qué estás hablando? —estalla ella.

—Esto me hace tan poca gracia como a ti, Catherine, pero tu hija tiene razón. Estás escondiendo algo y... —Ella intenta interrumpirle sin éxito—. Nunca hablaste de un desván. Ocultar esa información...

—Era solo un lugar en obras —justifica.

—No, no lo era —respondo yo.

Era mi lugar, era donde me escondí, y era donde pasó algo doloroso.

Porque una presencia asfixiante se levanta como esa incómoda sensación que me hiela la sangre desde que he entrado. Me tiene cerrando mis dedos con impotencia. Me quedé aquí, me dejaron con él. Eso trae de vuelta una imagen nueva, una que tiene todavía menos sentido.

—¡Olivia! —llama.

Paso por su lado para subir y es Ramírez quien le corta el camino.

—Lo siento, Catherine —se disculpa.

No, él no quiere hacer esto, pero no está ciego.

Mi respiración se traba cuando rozo la zona que no quería pisar. Hacia la que no quería mirar. Encuentro telas, lonas, plásticos grandes, sacos de lo que debe de ser cemento y más madera. El material que mi padre estaba usando para estructurar esto.

—No va a entenderlo —oigo decir a mi madre—, por favor, si confías algo en mí... —pero la voz de mi madre muere al darse cuenta de que es tarde para evitarlo. Entonces, más suave, intenta—. Cariño, lo intenté. Nunca quise...

Cerca de unas lonas de plástico, veo un brillo azul.

Una zapatilla pequeña azul que reconozco como mía.

Me agacho y trazo su forma con mis dedos. Miro sobre mi hombro. Las cajas, yo corrí hasta las cajas, pero luego me moví, hasta aquí, y volví a las cajas. Ahí es cuando abracé mis rodillas y lloré contra ellas, apretando mi vestido con incomprensión y mi corazón dañándome con cada latido.

Estuve aquí, de pie en este punto.

En ese que se siente como el más pesado de la casa, el más doloros, el más asfixiante. Encuentro el fondo de ese canto que me ha arrastrado hacia aquí y mis dedos rozan una de las lonas más bajas. No sé qué espero, ¿sangre? ¿Un rastro de tela que fue destrozada?

Nunca he rezado, pero ahora lo hago mentalmente para que lo que encuentre no sea algo que delate ese miedo que nunca me atreví a decir en voz alta. Siempre supe lo sádico que ese hombre puede llegar a ser, leí en una ficha hace años su forma de "actuar". Me pasé toda la noche vomitando después de eso.

Yo era una niña.

Sé que no estoy lista para lo que haya ahí.

pero he llegado hasta aquí.

Tiro de la lona.

El agrio olor presiona mi nariz cuando doy un paso atrás. La zapatilla, que en su día quedó aquí, olvidada y abandonada, cae de mi mano junto a la tela. Pierdo la fuerza.

Ahí, entre las bolsas y otras telas, tan claro como la lona que sostengo, hay un cadáver.

──────༺༻ ──────

#Línea para poner WTF

#Línea para hipótesis de qué está pasando

#línea para culpar a alguien de todo (que no sea lana)

#línea para celebrar que el próximo narra Asher NUESTRO REY!!

El capítulo 59 es "Dos versiones (parte 2)", os recomiendo releer el capítulo 42 (la primera parte) antes del siguiente para refrescar la memoria ♥

Oye y, veamos lo positivo; al menos el cadáver no era el de Olivia.

¿No os habéis quedado más tranquils ahora?

#sí

#lanaESTOYPEORQUÉESESTO

Ahora bien, buenas noches, y hasta pronto <3

— Lana🐾

PD- Sé que os habrá confundido un poco, pero dadme margen, todo tiene su sentido

Incluso el intenso adelanto que subí a instagram la semana pasada... jejeje

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro