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Capítulo 56 - Lo que dejamos atrás

56 | Lo que dejamos atrás

Olivia Audevard

Miércoles, 4 de agosto

Dejar París es más rápido de lo que me gustaría.

En lo que parece un pestañeo, es la hora de bajar mis cosas al Uber que Ansel ha pedido e ir al aeropuerto. Casi se siente como si las últimas horas hubieran sido borradas del tiempo. El viaje de vuelta en tren, el abrazo de Ansel en la estación como si no me hubiera visto en meses, el pícnic de despedida con Tony e Yvonne en el Campo de Marte, el paseo con Ansel hasta su punto favorito de la ciudad (Puente de Bir-Hakeim), la cena en el Barrio Latino y esa visita a Duplex que hemos hecho más corta porque no había tiempo.

—¿Estás ya? —oigo.

Ansel está abrochándose un abrigo cuando sale de su habitación. Apenas ha parado a echarse una corta siesta de quince minutos antes de cambiarse de ropa y llamar a un Uber. Su mirada cae en mi maleta de mano y se acerca para agarrarla. En contra de lo que creía que haría, le dejo tomarla, y se siente como si le estuviera dando todo rastro que queda de mi vida con eso.

—El Uber está abajo, hay que irse —avisa.

—Quiero asegurarme de no haber olvidado nada antes, ¿te importaría ir bajando la maleta?

—Puedo ayudarte a buscar, así acabamos antes.

—Prefiero hacerlo sola.

Porque no es eso lo que voy a hacer y, tras unos segundos, Ansel relaja sus hombros como si entendiera y asiente. Quizás lo haga, entenderlo. Fue él quien me dijo, cuando llegué, que todos ellos sabían lo que era dejar su casa, me pregunto si también sienten pena cuando deben volver a ella.

Me pregunto si eso es lo que siento, el apego a un lugar más hogareño en mi memoria que las casas en las que he vivido a lo largo de mi vida. Con una comodidad más grande que la que me proporciona mi madre. Aquí no siento que me esté ahogando de forma constante. Aquí no trato de esquivar las largas conversaciones con ella porque pesan demasiado.

No necesito encerrarme en la habitación en busca de aislarme porque me gusta pasar el rato en la cocina y verles pasar. Ver cocinar a Tony, las charlas con Ansel cada vez que nos cruzamos y las noches de películas a las que pocas veces llegué a unirme pero cuyo sonido se sentía tan envolvente.

Voy a echar de menos esta ciudad.

Voy a echarles de menos lo que ellos han hecho de esta ciudad.

—Te espero abajo, pero intenta no tardar más de diez minutos, los conductores pueden ser algo ariscos si llegas muy tarde —pide—. Tanto que le harían competencia incluso a Asher cuando hay demasiada gente en el piso.

—Eso es mucho decir.

—Exacto.

Agarra mejor la maleta de mano y miro el gesto con pena. Es la hora, pero eso no quiere decir que yo esté lista. He tenido semanas aquí. Meses. Pero, al llegar la hora de irme, siento que el tiempo se ha escapado entre mis dedos como si no hubiera sido más que una ilusión. El agua de un río que corre y que no puedes hacer parar o sostener con tus manos por mucho que lo intentes.

El corazón se me encoge ante todo lo que me ha quedado por hacer y por ver. No, un verano no es tiempo suficiente para conocer esta ciudad, dudo que un año entero pudiera serlo. Aunque no puedo decir que no lo haya intentado.

He salido cada día. He andado, he visto, he indagado. He buscado la esencia de la ciudad que enamoró a mi padre, y he terminado encontrado una que me ha llamado a mí. Una que se esconde entre las luces de la ciudad cuando cae la noche, que se desliza con su música en las animadas noches por el Barrio Latino y prima con su silencio entrada la mañana. Un ambiente agitado donde todos corren con una dirección fija y no paran a ver los cuidados detalles que adornan cada rincón.

Una ciudad con prisas, una ciudad de luces y belleza.

—Te espero abajo —termina Ansel con suavidad.

La ciudad no es lo que más echaré en falta, es lo que se ha convertido gracias a ellos, gracias a Ansel en gran parte. Ahora, le veo llevarse mi maleta y salir del piso dejando la puerta, por una vez, cerrada detrás de él.

La imagen cierra mi garganta.

Presiono con tanta fuerza mis anillos que el pulgar se desliza sobre uno de ellos hasta perder su agarre. Luego paso la mano por mi pelo y me muevo. No tengo otra opción. Es la hora de volver a casa.

Existe una realidad que mi cuerpo recuerda pero mi mente no y, esa atadura, va a estar siempre ahí hasta que desenrede sus nudos. Es la hora.

La hora de recordar.

La hora de saber por qué la idea de hacerlo me ha aterrado toda mi vida.

Vuelvo a la habitación número 1 una última vez. He sacado lo poco que dejé y, ahora, guardo los escasos detalles que he dejado de forma predeterminada sobre el escritorio. Reviso que las gafas de mi padre estén en su funda y doblo la foto arrugada que arranqué de su ficha para meterla junto a la funda en el bolsillo interno de mi bolso. Luego dejo las llaves de la habitación sobre el escritorio y agarro otro par.

Las llaves de la habitación de Asher.

Claro que eso no es lo único que me llevo y, cerrando la puerta de mi habitación sin llave por primera vez, entro en la de él. La llave se siente fría entre mis dedos, una falta de calor que roza la oscuridad de su habitación cuando cruzo la puerta. Doy la luz y apoyo la espalda contra su puerta con un cansancio físico rozando el emocional.

Me quedo ahí unos segundos, casi esperando encontrar a Asher sentado en su escritorio mientras se molesta por los trabajos grupales en los que siempre termina colaborando, o tirado en la cama viendo alguna película, de pie mientras habla con su hermana por teléfono, o en la alfombra, con su espalda contra la cama, los cascos puesto, y una partida de la PlayStation entre sus manos.

Casi puedo imaginarle al mirar. Esa forma de apartarse uno de los cascos al devolverme la mirada y la tirantez en la curvatura de sus labios que esconde contra la pantalla todas las veces. Su silenciosa invitación para que pase.

Mi mirada recorre su ordenada habitación, la escasa decoración que roza sus muebles, el armario cerrado y la ausencia de la bolsa de deporte que suele tener frente al armario y que ahora está en Nantes con él. Luego voy hacia las velas, hacia la mesilla cercana al que ha sido "mi lado" durante las últimas semanas. Agarro una de ellas, la más pequeña, y la giro entre mis manos.

Pensé en comprarle una.

He visto algunas similares en Hema, una circular que rompería con la forma de las que tiene pero que mantendría ese color. Una que acompañaría su colección y formaría parte de su recuerdo sobre esta ciudad. Pensé en hacerlo, pero luego me di cuenta de que no quería crear esa clase de apego. Asher sabe que le echaré de menos, y eso es más de lo que me gustaría haberle dado.

Tiene parte de mi vida en sus manos, le he contado más de lo que le he contado a nadie. Quizás no la historia completa, pero sí detalles y mis emociones al respecto. Una parte de mí va a quedarse aquí cuando me vaya, en la ciudad, en el piso, con él.

Siempre dejas una parte de ti atrás cuando te vas. Puedes intentar borrar tu rastro todo cuanto quieras, puedes llevarte todo lo que tengas, pero eso no borrará del todo tu existencia. Aunque sea en forma de odio como los mensajes que viejos conocidos me devuelven, o de forma dolorosa como siento con mi padre, algo se queda ahí.

Dejas una parte de ti en cada lugar que pisas.

En cada persona con quien interactúas.

Mayor o menor, una parte de ti se queda con ellos y, eso, nunca vuelve contigo.

Una parte de ti se queda atrás.

Me siento al borde de la cama de Asher. Solo espero que, la parte que haya dejado con él, tenga el peso que he querido darle. Uno superficial que roza la fuerte coraza que ha terminado fundiéndose con su personalidad. Es muy independiente y tan seguro de sí mismo que no necesita más, pero eso puede hacerle tanto daño a la larga...

Estiro la mano hacia la bolsa de plástico que hay sobre su cama. La ha dejado al borde, como si hubiera esperado que llamara mi atención dejándola donde suelo dormir. Es una bolsa tan fina que se transparenta el color rojizo del interior y, cerca, hay un trozo de papel que desdoblo

Una de sus notas.

Todo lo que dice es: "Turista".

Subrayado y marcado como si fuera ese apodo que pinta con humor, cansancio y cierto asco sobre sus labios. Incluso sin estar aquí, la pulla la deja conmigo y no puedo evitar sonreír antes de dejarla sobre la mesilla.

Dejo la bolsa sobre mis piernas, meto la mano y saco una prenda de un rojo tan intenso que resulta incluso incómodo mirar. no dudo que, en otro tipo de prenda, ese color podría adornar bien mi piel, es algo que Asher suele recordarme, pero, en esta gruesa sudadera, la belleza de ese color se pierde.

Estoy segura que era lo que Asher buscaba. Un regalo completamente agradable no sería propio de él. Algo que corroboro cuando la estiro y veo las letras bordadas en ella.

"I ♥ paris", dice.

Debajo, un curvado "Oh, là là"

Miro hacia atrás porque olvido, por un momento, que él no estará ahí tumbado, con una sonrisa divertida sobre sus labios que esconderá de forma torpe porque no querrá apartar la mirada y perderse mi expresión. Me vuelvo con una sonrisa cansada, con un humor apagado que se desliza sobre mi lengua antes de dar con el vacío en la cama.

Siento desilusión ante su ausencia.

Vuelvo hacia la sudadera y la presiono entre mis dedos.

—Eres imposible —murmuro.

Y adoro que sea así.

Presiono la tela con más fuerza al entender cada una de las pequeñas referencias que ha escondido en esta prenda. El color rojo del body que llevé la primera noche que pasamos juntos, la talla, más suya que mía, como si fuera algo prestado, y su manía de quejarse de que yo quiera ver las zonas turísticas. Es una pulla que envuelve los recuerdos de nuestro tiempo aquí.

Algo nuestro.

Algo que me hace sentir bien por muy fea que la sudadera sea, y, por desgracia, algo que no podrá saber cuánto me ha gustado porque no voy a llevármela. ¿Cómo hacerlo cuando sé en lo que se convertirá? Los recuerdos son dolorosos, sobre todo esos a los que no tienes posibilidad de volver y, yo, no estoy bien como para sobrevivir a lo que me viene encima y a la impotencia con la que este recuerdo me golpearía.

Sé cuánto dolerá porque sé cuánto me duele ya. Solo intento sobrevivir y, para eso, a veces tienes que dejar cosas atrás. Personas. Vivencias. Recuerdos. Para mí no se trata de dejar solo una parte de mí cuando me voy, se trata de dejar la persona a la que fui porque no voy a poder volver a recuperarla. En unas semanas, Olivia Audevard ya no existirá.

Ella ha vivido aquí y morirá aquí.

Como su recuerdo.

Así que dejo la sudadera dentro de su bolsa y la coloco en la mesilla para que Asher sepa que, al menos, la he visto. Encima de su cama, dejo el libro infantil que me regaló junto con la noche que pasó leyéndomelo escondiendo su recuerdo entre las páginas. Después son las monedas. La de las Catacumbas y la del Sagrado Corazón.

Trazo las calaveras sobre la de las catacumbas.

¿Cómo puede haber cambiado todo tanto desde entonces?

Recuerdo su forma de dejarme tirada y desentenderse cuando, ahora, me acompaña hasta el piso si ha entrado la noche aunque tenga que ir hasta donde sea que yo esté en primer lugar.  Recuerdo su mirada cuando se dio cuenta de que me había fijado en su consejo hacia Sammuel pidiendo que no se metiera en líos. No le hizo ninguna gracia que supiera que se preocupa por otros. Sin embargo, es algo que a día de hoy me dice claramente y sin tapujos.

Me muerdo el labio al escuchar el eco de su carcajada en aquellas escaleras en mis recuerdos. Era tan natural y tan impropia de la imagen que mostraba que me distrajo. Tal vez esa forma de caer a sus pies fue un aviso porque, si la situación hubiera sido otra, si mi vida hubiera sido otra, quizás habría podido permitirme enamorarme de él.

Sé que hubiera querido hacerlo.

Intentarlo.

Pero esa no es mi vida.

Ni siquiera sé cuál es mi vida a día de hoy. Todavía la estoy buscando, todavía me estoy buscando a mí. Mientras lo hago, no puedo sentir que nada de esto me pertenezca. Ni el libro, ni las notas que fue dejando bajo mi puerta y que guardé hasta esconder ahora entre las páginas del cuento infantil, ni la sudadera, ni las monedas.

Eso no me pertenece.

Tal y como no me pertenece esta vida.

Así que se lo devuelvo. Todo.

—Gracias.

Asher nunca podrá escucharlo, pero la palabra sale desde lo más profundo de mi corazón. Eso es lo que sí me llevo de todo esto; agradecimiento. Por su actitud, su comprensión, sus palabras, su atención, y sus pullas tan molestas como intensas.

Yo tengo que irme, y, con suerte, tendré una última vida que poder hacer crecer después de esto. Una definitiva. Una que haga que todo esto pare. Una tan solitaria como agradable. Pero no será esta. No será de Olivia Audevard.

Miro una última vez el interior de su habitación, guardando cada detalle antes de salir de ahí y echar la llave sellando estos meses tras ella. Lo último que hago es dejar su llave en el estante de la cocina que le pertenece, escondida tras la botella de Ron que me hizo darle y que no parece haber tocado desde entonces.

Y cierro, no solo el estante.

Y lo dejo ir.

Le dejo ir.

Cuando salgo del piso, lo hago sin mirar atrás.

(...)

No sé si es porque Ansel conoce bien el aeropuerto de Charles de Gaulle o porque está mejor señalizado de lo que esperaba, pero no tardamos en encontrar el control de seguridad. Al verlo, se me cae el alma a los pies al saber que eso es todo de lo que me separa de borrar todo rastro de esta versión de mí.

—Hiciste el check-in online, ¿no? —pregunta

—Lo hice en el tren mientras volvía de Nantes.

—Bien. —Apoya las manos sobre mis brazos y la maleta queda a mi costado cuando me empuja hacia él para envolverme en un abrazo—. Envíame un mensaje con tu dirección. Vuelo a Canadá todas las navidades, me gustaría hacerte una visita si tengo tiempo. —En lugar de responder, le abrazo con más fuerza. No quiero mentir más, y me siento tan culpable de no darle explicaciones que la idea de su incomprensión cuando deje de responderle me tiene escondiéndome—. Vuelve siempre que quieras, sabes que eres bienvenida aquí.

Al apartarme, siento un nudo en la garganta.

Agarro mi maleta para asegurarme de que sigue conmigo, pero hacia donde miro es hacia él. Su pelo, con ondulaciones, está hecho un desastre, justo como termina cada vez que sale de fiesta. Tiene marcas de pintalabios mal borradas sobre la comisura de sus labios por esa chica con la que se ha ido unos minutos antes de recordar que era mi último día en la ciudad y volver alarmado. Su mirada, tan suave, está bastante acompañada por ese toque de alcohol que sigue intentando disimular antes de que la resaca se abra camino en él.

Es curioso el punto tan alto en el que estaba solo a unas horas y lo bien que se mantiene ahora en comparación.

—Eres la persona más agradable a la que he conocido en muchos años, Ansel. —admito—. Gracias por tu ayuda y por enseñarme cómo moverme por la ciudad. No sé qué habría hecho sin ti, sobre todo cuando llegué.

—¿Así que admites que soy el mejor compañero de piso?

—Solo cuando no estás molestando a los vecinos o subiéndote al sofá gritando porque hay mucha gente en el piso y no te hacen caso cuando dices que es hora de irse hacia la discoteca. —Cosa que ha hecho hoy hasta el punto de crear un pesado silencio en el piso y recibir golpes en el suelo desde el piso de abajo como respuesta ante tanto ruido—. Gracias por lo de hoy, me lo he pasado muy bien.

—Sí, la zona VIP de Duplex ha estado bien.

Lo decía más bien por el pícnic que organizó con el resto, pero también acepto lo de la discoteca. Ansel se las apañó para tirar de contactos y reservar una mesa en la zona VIP a última hora, con un par de botellas y algunos de sus amigos.

Incluído Jacob.

Y su novia.

El recuerdo me tiene apartándome el pelo con cierta inquietud.

Anoche no pude evitar prestarles especial atención a Jacob y a la chica a la que conoció la noche en la que yo decidí no salir. La noche en la que empezó mi acuerdo con Asher. Les miré porque me carcomía la idea de que, incluso después de que Jacob me dijera tantas veces que no quería nada formal y se me insinuara cuando nos cruzamos en Mix hace solo un par de semanas, se había metido en una relación.

Cuando Ansel me avisó antes de que llegaran al piso para beber, me sorprendió.

Luego me hizo sentir mal.

No porque sintiera algo por Jacob, sino porque un recuerdo amargo se cernió sobre mí como la voz de ese pensamiento envenenado que no puede dejarme tranquila. Lo que sentí fue rechazo, pero no ese rechazo que he sentido otras veces cuando el chico que llama mi atención no está interesado, sino uno más profundo. Anoche entendí que, con quien Jacob no quería una relación formal, era conmigo.

Me habló, se me insinuó después y dejó claro que solo quería algo de una noche conmigo excusándolo como norma general, pero mintió. Eso trajo de vuelta un conocido: "Nadie en su sano juicio te querría para una relación larga".

Incluso ellos ven que no valgo la pena para eso.

No puedo culparles, pero eso no evita que me haga sentir como una mierda.

Ansel presiona el pulgar contra mi frente y empuja ligeramente.

—¿En qué piensas que frunces tanto el ceño? —pregunta.

—En la fiesta.

—¿En la fiesta o en tu caballero de brillante armadura? —pregunta con un toque de humor.

—Jacob está con alguien —le recuerdo—, no puedo creer que sigas refiriéndote a él así después de eso.

—¿Y quién ha dicho que estoy hablando de Jacob?

—¿Marcus el alemán? —pregunto.

Porque, o es eso, o es otro de sus amigos con quien está intentando juntarme de nuevo por haber cometido el "error" de admitir ante él que me parece atractivo. No tiene nada de malo que algunos de sus amigos me atraigan, pero, contárselo, es como incendiar una mecha que termina con un Ansel borracho haciendo de casamentero.

—Más bien hablo de Asher.

De golpe y sin explicaciones.

Frunzo el ceño hacia él.

—¿Qué? —pregunto.

—Olivia, me llamó desde tu móvil cuando tú ni siquiera estabas en la ciudad. ¿Crees que no me di cuenta de que os habíais ido juntos a algún lado? Quiero decir, no me di cuenta hasta casi un día después, consecuencias de la resaca, pero, vamos, ¡eran las dos de la mañana!

—Te llamó desde mi móvil porque alguien tenía que obligarte a colaborar y sabía que no responderías si veías su número. Eres muy testarudo cuando bebes.

Ansel debe de encontrarle sentido a eso porque parece a punto de dejarlo ir, al menos un instante antes de devolverme la mirada con más fuerza en su teoría. Lo sabe. Claro que lo sabe. ¿Cómo no darse cuenta después de lo de la otra noche?

—Tuvimos algo —admito—. Nada formal.

—Lo sabía —su sonrisa crece.

—No, no lo sabías.

—Quiero decir, lo sospechaba. —Después de lo de la llamada, no lo dudo, pero me sorprende cuando añade—: Lo llevo sospechando desde la noche de películas de la semana pasada, pero Tony me dijo que eran imaginaciones mías.

Omito contarle que Yvonne y Tony tienen una pequeña apuesta desde que se enteraron para ver cuánto tardaba Ansel en darse cuenta. A Tony le convenía que Ansel no se enterara porque apostó que no llegaría a darse cuenta por su cuenta con nosotros aquí.

—Desde la noche de películas—repito con humor.

No pasó nada esa noche.

Me encontré con Asher en la cocina mientras preparaba unas palomitas, nos apoyamos en el punto ciego y tiré de su camiseta hacia mí avisándole de que no iría con él a su habitación pronto porque iba a quedarme viendo Transformers con los del piso. Asher echó la cabeza hacia atrás exasperado y luego rozó mis labios con su pulgar antes de acercarse él.

"No pienso unirme a vuestros proyectos de convivencia", dejó cerca de mis labios.

"No te he pedido que lo hagas, pero, si quieres hacer algo con nosotros por una vez, eres bienvenido."

Volví con las palomitas y, unos minutos después, Asher se unió también. Se sentó en uno de los sillones individuales con notoria molestia hacia su propia decisión durante lo que duró la película. Así que no, no creo que Ansel, que estuvo sentando a mi lado todo el tiempo, pudo haber sacado algo de ahí.

—Se levantó para ir a la cocina y se llevó tu vaso para rellenarlo sin preguntar.

—¿Y qué si lo hizo? Yo os traje refrescos y palomitas a todos y no por eso...

—Ahora todo tiene sentido —interrumpe todavía inmerso en su propio descubrimiento—.Sus mensajes cada vez que salíamos a fiestas, su dichoso regaño del otro día porque me molesté contigo y que siempre os encontrara hablando cuando apenas habla con...

—¿Qué acabas de decir?

—Que siempre estáis hablando por el piso —repite.

—Antes de eso, ¿cómo que te "regañó por molestarte"?

—Oh, eso. —Pasa una mano por su nuca—. No se tomó demasiado bien que discutiéramos.

—¿Se metió? —pregunto.

—Si decirme que me estaba comportando como un crío, que me "dejase de mierdas" y te pidiera disculpas por "comportarme como un cretino" es meterse, sí, lo hizo.

Se metió, claro que se metió. Incluso cuando dijo que no lo haría. Incluso cuando él odia que otros se metan en su vida, lo hizo. Aunque, ¿no es eso también lo que yo he hecho con él al hablar con Sammuel y Madeline en un intento de allanarle el camino?

Claro que yo tiendo a explicar, no a ser tan brusca.

Pero ese es el método de Asher. Es directo y no filtra ni suaviza nada. Sus intenciones son buenas tras su afilada lengua, pero eso no quiere decir que sea fácil de ver. Lo esconde demasiado bien y, aunque no sea necesario, quiero excusarle. Quiero mostrar esa parte de Asher, por la razón que ya le dije a él; es alguien que vale la pena.

—Por si sirve de algo, fue a casa de tu amigo aquella noche porque sabía que habías bebido de más e iba a ir a recogerte para asegurarse de que volvías bien. No te tomes lo de la otra noche como algo personal, no lo era, solo que no tiende a suavizar las cosas antes de decirlas.

—Que lo sepa no quiere decir que vaya a acostumbrarme a eso. No me malinterpretes, me cae bien a veces, pero, el resto del tiempo...

—El resto del tiempo es un cretino insoportable —termino por él.

Porque lo es.

Asher es alguien a quien difícilmente le presentarías a tus amigos porque sabes que va a crear roces en el grupo por puro aburrimiento. Su carácter es afilado. Su falta de interés es notoria, sobre todo falta de interés en caer bien a otros. Se ve en su postura, en su mirada, en su forma de ignorar a cualquiera si simplemente no le apetece socializar (lo que es la mayoría del tiempo), en su falta de filtro, en lo directo que es, en lo poco que le importa actuar así.

Y, sin embargo, ha terminado gustándome hasta eso.

Porque te habla con sinceridad.

Porque confío en su juicio.

Miro hacia el control de seguridad, luego de vuelta hacia Ansel. Esta no es una conversación que quiera tener, así que me desentiendo, y solo tengo una forma de hacerlo. Tomo ese impulso y hago lo que tanto me está costando.

—Será mejor que vaya yendo —digo.

—Sí. —Mira hacia la maleta y la mueve escasos centímetros para que yo la agarre con más comodidad. Me da una mirada cansada que empieza a delatar una ligera molestia hacia la luz cuando mueve el rostro para esquivarla—. Escríbeme al aterrizar y vuelve cuando quieras. Siempre tendrás un hueco en mi habitación.

—¿Dormiré con los animales que hayas secuestrado esa semana?

Ansel rompe en una sonrisa y presiona mi brazo a modo de despedida.

—Cuídate —pide.

Su mano cae.

—También tú.

Se me rompe la voz de forma tan superficial que me pregunto si lo habrá notado. Quiero llorar. Mucho. Por eso, no lo alargo más. Tomo sus palabras, giro sobre mis pies y arrastro la maleta conmigo hasta el control de seguridad. Enseño el billete para que comprueben que tengo un vuelo en las próximas horas y sigo a la gente.

No miro atrás ni una sola vez.

No sé si estoy lista para ver a Ansel ahí esperando hasta que yo desaparezca, o no verle si es que ya se ha ido. Así que no lo compruebo. Me muevo entre desconocidos, paso el control, busco mi puerta y sigo moviéndome. Me alejo.

Cruzo ciudades, países y continentes en unas horas.

Pongo tanta distancia que se siente surreal la forma en la que todo sigue tan cercano en mi cabeza. Incluso cuando aterrizo en Virginia, ellos siguen cerca para mí. Quizás, después de todo, no solo he dejado una parte de mí allí esta vez, sino que una parte de esa ciudad también se ha quedado conmigo. Aferrándose a mis entrañas con tal precisión que no consigo dejarlo ir.

Se aferra a mí cuando arrastro la maleta por un aeropuerto grande en busca de la salida. Sé a qué dirección debo ir. Sé dónde queda la estación de autobuses donde compraré un billete que me dejará cerca de mi antigua ciudad.

Mi corazón se acelera.

Estoy tan cerca.

Aprieto la maleta al ver las puertas de cristal abriéndose en la distancia. Allí está la salida. Solo me falta encontrar un taxi y estaré de camino a casa. Un paso cada vez. Un poco más. Solo un poco...

Paro en seco al oír mi nombre.

Paro porque reconozco esa voz y sé que, por desgracia, escuchar mi nombre no ha sido una coincidencia. Va dirigido a mí tal y sé lo que eso significa.

Me paralizo con la mano en la maleta y me vuelvo a tiempo de recibir un fuerte agarre en mi brazo. Siento el roce de su cazadora marrón contra mi piel y, sobre todo, su mirada cuando, de forma controlada, añade:

—Tú vienes conmigo.

──────༺༻ ──────

Bueno, no ha sido tan malo, ¿eh? ¿Alguien quiere una taza de té?

Admito que lo que más me ha dolido ha sido que Olivia no se llevara la sudadera, quiero decir, ¿os imagináis cuánto le dolerá a Asher haber dejado algo para ella y sentir que a Olivia no le ha importado? Probablemente sea el primer regalo que ha hecho con ilusión a alguien que no sea su hermana y... ufff...

mi cora 💔

Nos leemos este domingo o el siguiente (estoy con trabajos finales del cuatrimestre)

Un abrazo,

— Lana🐾

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