Capítulo 40 - Calidez
Con calma, todo está entre líneas aquí. Love u (y a Ashliv)
40 | Calidez
Olivia Audevard
Martes, 14 de julio
Remitente: [email protected]
Para: [email protected]
Asunto: Re: Trámites Universidad.
Recibido.
Lo reenviaré el 30.
C.R.
He leído el correo que me ha mandado Ramírez tantas veces que puedo oír su voz en mi repitiendo cada palabra incluso cuando no lo tengo delante. Eso era lo que se repetía en mi cabeza durante mis clases y que me ha revuelto el estómago por razones que van más allá que esas simples palabras.
Mi madre tiende a ser más ciega hacia los desgarros emocionales que sufro. Incluso intentando ir de frente con eso, ella tiende a restarle importancia y poner esa frase que dice algo similar a que los problemas existen porque nosotros les damos importancia. No se ha dado cuenta de que, más que ayudarme, eso solo me ha hecho sentir vergüenza por no poder superar ciertas cosas y, en consecuencia, cerrarme más.
Ella no entiende, pero Ramírez suele hacerlo. Él ve mis señales y las toma entre sus manos. Entiendo que su "Lo reenviaré el 30" es un aviso de que mi carta de motivación y lo restante no caerá en el proceso de admisión de la universidad de Alaska durante unas semanas más. Él quiere darme margen para retractarme porque sabe que estoy dudando, pero yo hubiera deseado que viera que mandárselo era una señal de que no estoy bien.
Me da vergüenza decirlo porque, sobre todo cuando tengo un bajón, tiendo a recordar que él siempre va y viene de nuestras vidas y a pensar que, el cariño que creo que me tiene, no es más que una ilusión mía. Así que, cerca de medianoche del sábado y sin haber salido de mi habitación durante todo el día ni siquiera para comer, rellené y le envié todo sintiendo que estaba cayendo y, hasta un punto, esperando a que Ramírez tomara mi mano antes de dar contra el fondo.
No lo ha hecho, y no debería decepcionarme porque sé que no he sido clara, pero lo hace.
Dejo el móvil bloqueado sobre la pequeña mesa del salón y subo mis pies descalzos al sofá. Los tacones que me he puesto para salir a cenar hoy están mal puestos contra mi bolso y mi corazón más acelerado de lo que me gustaría. Apoyo la espalda contra el respaldo, hundiéndome contra el mueble con una mano rozando mis labios mientras me pierdo, decaída, en los mismos pensamientos que me han atormentado los últimos días.
Ansel no lo sabe, pero hablar con él no me hizo ningún bien. No por no poder ayudarle, no por la frustración que me generó saber que ese desamor es algo que yo no sentiría porque hay puentes que ya han quemado para mí, sino por la forma en la que ese hilo tiró de mí hacia lo que pasará al terminar el verano.
Quise resguardarme en mi luz al final del túnel, en mi apartamento, en una pareja estable y, aunque esa parte es la más pura fantasía, en una familia más grande. Me refugié ahí y caí. Mis pensamientos volaron y me envolvieron como la canción de una sirena que te atrae hacia tu propia perdición. Me envolvió, cubrió, y me enseñó el vacío del que a duras penas salgo durante varias semanas cada cierto tiempo.
El sábado no tomé la decisión de seguir en el programa por miedo a separarme de mi madre, lo hizo porque, en el fondo, siempre he sabido que esa esperanza que me da la estabilidad de otra vida no es más que un sueño. Uno hecho de cristal y construido sin cimientos que se hará añicos en cuanto quiera traerlo a la realidad.
Ansel me mostró el desamor y volví a preguntarme: ¿De qué me servirá tener una relación si no me sentiré feliz cuando él vuelva a casa? ¿De qué me servirá si no sentiré nada si le pierdo? Porque, donde hay indiferencia, no hay amor, y, sin amor, no habrá una base sólida que me haga sumergirme en las posibilidades de una vida plena.
Asentarme no me sanará, asentarme no me devolverá las emociones. Asentarme solo será repetir la misma historia en un nuevo lugar. Puede que me ayude a estabilizar mis problemas respecto a mi propia imagen, pero, ¿y lo demás? Tendré otro nombre, estaré sola y crearé una vida para que no sea tan vacía, para fingir que todo está bien. ¿No es eso lo que hace mi madre? Sin sentir nada, sin poder confiar en nadie porque nada estable puede salir de las mentiras. Solo me convertiré en lo que mi madre es ahora; Una figura de cristal tan vacía de emociones que todo lo que ves son transparencias. Una vida delicada de mentiras cuidadosamente colocadas para sobrevivir.
Me iré, y no cambiará nada salvo que, cuando lo haga, estaré sola.
La idea de un apartamento viene con la esperanza de que alejarme de todo solucionará mis problemas, que me dará la posibilidad de conocerme y de formar una vida, pero sé, en el fondo siempre he sabido, que asentarme no solucionará nada. No mientras tenga que seguir mintiendo, no mientras tenga que seguir huyendo, y, si lo intento y fallo, ya no me quedará nada. No habrá esperanza a la que aferrarme para levantarme cada mañana, no habrá luz al final del camino por lo que seguir.
No saldría de esa.
El sábado lo vi tan claro que las emociones que habían empezado a zarandearse a mi alrededor se hicieron demasiado dolorosas. Todavía lo son y me recuerdan a la razón por la que dejé que se fueran en primer lugar. A veces, no puedes con todo, a veces, tienes que entumecerlas para poder seguir porque, si no, terminarán contigo.
Eso es lo que intenté hacer el fin de semana, y eso es lo que hago ahora cuando me doy cuenta de que me estoy ahogando y que nadie va a darme una mano. Sé lo destructiva que puedo ser cuando llego a este punto y tiro de las emociones lejos antes de llegar a él. Entumezco las emociones tirando por tierra todos mis avances, presonándolo dentro de una caja que apenas había empezado a abrir. Las escondo para que saber el punto real en el que están las cosas no sea tan doloroso, para poder seguir resguardándome en esa falsa promesa de futuro esperanzador que me ha mantenido con vida.
Alejo todo, más cada vez, hasta quedarme sin aliento. Hasta sentir cómo me estoy perdiendo a mí misma. Lo hago desaparecer todo porque, a veces, la única salvación es dejarse caer y abrazar por la oscuridad. A veces, soltar la cuerda que te sostiene es menos doloroso que aferrarte a ella solo para ver cómo desgarra tu piel y llegar a un mismo final. Así que arraso con todo para sobrevivir porque, algunas veces, eso es lo único que puedes hacer; sobrevivir.
Incluso si te pierdes por el camino.
—Eh.
Perdida en mi propia angustia, no me he dado cuenta de que Asher se ha acercado (o que ha salido de la ducha porque ni siquiera he oído el agua dejar de correr) hasta que no habla. Con ropa más cómoda, me ofrece una botella de tequila.
—No tengo todo el día —insiste al notar mi mirada en la botella.
Quizás porque realmente necesito un trago o porque una parte de mí piensa que es mala idea que él beba tras haberse tomado pastillas para la fiebre, acepto la botella. Asher se deja caer en el sofá mientras quito la tapa e, incluso si nunca me ha gustado el tequila, doy un largo trago para ahogar las emociones que no he tenido tiempo de aislar por completo antes de que él apareciera.
Siento mi dolor, mi miedo, la soledad y ese sentimiento de estar perdida que siempre me acompaña Es un vacío emocional que llega a provocarme un dolor físico que intento cubrir con el ardor del tequila deslizándose por mi garganta y quemando en mi estómago. El regusto que queda en mis labios es intenso cuando le devuelvo la botella a Asher.
—Veo que estás mejor —digo sin fuerzas.
—El alcohol hace milagros —dice de vuelta antes de beber también él. Bajo la cabeza al encontrar curioso que siempre terminamos bebiendo y Asher debe de recordar lo mismo porque sus labios trazan una media sonrisa disimulada contra la boca de la botella—. Agradécele a Ansel por el tequila, es su regalo por haberle sacado de la mierda el otro día.
Un regalo del que dudo que Ansel sepa algo. Quizás, si me encontrara bien, sacaría el tema, pero, por ahora, lo único que hago es recuperar la botella y, antes de beber de nuevo, decir:
—Me aseguraré de agradecérselo cuando le vea.
Lo que será pronto porque hemos quedado para cenar con Tony y unos amigos suyos en un italiano del Barrio Latino. Íbamos a vernos en la estación del RER C más cercana a Notre-Dame en veinte minutos, pero Ansel todavía sigue en una oficina de correos de La Défense porque todavía no le han atendido y nos ha escrito para cambiar la hora. De no ser porque Tony también está ocupado por el centro de la ciudad con los amigos que vendrán con nosotros después, le habría dicho de ir yendo y esperar allí a Ansel.
Necesito tomar el aire.
—No creo que sea el mejor día para que bebas —aviso.
Para estar más cómoda, apoyo el codo sobre el respaldo del sofá y alcanzo a ver a Asher darme una de esas miradas que expresan cuánto le ha disgustado uno de mis comentarios. Apoyo la barbilla sobre mi mano para mirarle.
Es cierto que tiene mejor aspecto que antes, y ya no solo por la ducha, sino porque esas horas encerrado, espero que durmiendo, parece que le han venido bien. Sus ojos no tienen el cansancio que le acompañaba este mediodía y, aunque aún le veo moverse un poco ante algunos de los roces de su ropa, su postura y movimientos son más propios de él. Pese al avance, dudo que ponerse a beber sea la mejor forma de celebrar que le ha bajado la fiebre.
—Si ha habido un buen día para beber en mi vida, es este —justifica sin humor.
Aun así, no le devuelvo la botella.
En su lugar, la cierro y la dejo entre nosotros.
Con esa manía que tiene de ocupar todo el espacio que puede en los sofás, ha dejado un brazo sobre el respaldo, uno que ha estirado hasta casi tocar mi brazo y, ahora, distraído, presiona el pulgar contra mi piel.
Su mirada baja hacia el body negro que llevo puesto. Es de los más recatados que tengo, uno más apropiado para llevar también a una cena y fácil de adaptar para ir de bares después. Todavía sin devolverme la mirada, pregunta:
—¿Vas a salir?
—A cenar y tomar algo.
—¿De bares? —Esta vez, su mano cae sobre el punto en mi cintura que estaba mirando. Toca las zonas más transparentes del encaje y pasa los dedos por los dibujos poco marcados de las pequeñas rosas de la prenda.
Me devuelve la mirada y no hay rastro de ese desdén con el que tiende a hablar de mis camisetas últimamente, solo hay atención, una más suave y falta de filo que de costumbre. Su mano deja el tejido y cae sobre mi muslo al tener un "Quizás un rato" como respuesta.
—¿Sabes cómo llegar? —pregunta.
—Sé usar Google Maps.
Al mirarme, parece confundido.
Escondidos bajo el pelo húmedo, sus ojos brillan de forma clara con un rastro de agotamiento que no sabría decir si es físico o emocional. Casi diría, de no ser una locura, que esa pregunta no está hecha para burlarse de mí, sino por una baja preocupación real que se desenvuelve sobre sus rasgos marcados provocando una mezcla tranquila y cautivadora.
Algo que no puedo evitar querer congelar y guardar entre mis recuerdos.
—Te he oído llegar esta tarde —empiezo con lentitud—. No estabas tan mal como para tardar tan poco en volver cuando me he ido.
Baja la mirada a la botella, la agarra, y se levanta sin dar explicación alguna. Lo he sabido desde que le he visto llegar, pero no he querido preguntar.
Ahora me estiro lo suficiente como para agarrar su mano antes de que pueda irse.
Su reacción marca las ganas que tiene de que le deje en paz e irse, y es justo la razón por la que no lo hago, porque veo de dónde viene y, aunque pueda estar equivocándome, me preocupa haber acertado. Sé lo que es caer, sé lo que es gritar por ayuda y que nadie te escuche, lo que es aislarse para poder poner de nuevo tus defensas porque nadie ve lo que pasa.
Yo he hecho eso, y encuentro, muchas veces, mi reflejo en él. En sus respuestas afiladas, en sus intentos de mantenerse al margen, en su facilidad para alejar a todos cuando, realmente, no es tan descorazonado como puede parecer. He tardado en conocerle, y ahora el reflejo que veo es más claro, por eso, no dejo que se vaya.
—He tenido un día de mierda, no me hagas discutir también contigo —dice sin ganas.
—¿Me ves con ganas de discutir?
Cuando tiro de él sin hacer demasiada fuerza, se sienta de vuelta.
Su mirada es cauta, más alerta que de costumbre cuando, conforme con que se haya sentado, le suelto para volver a apoyar mi costado contra el respaldo del sofá. Le miro, buscando, intentando entender, intentando hacerlo bien y, al final, solo hago lo que me gustaría que otros hubieran hecho por mí.
—Siento que haya ido mal —es lo que digo.
Realmente lo hago.
Asher sabe a lo que me refiero. Solo hay una cosa que haya podido desestabilizarle; su salida con sus amigos.
Su cuerpo se relaja, pero la razón es cualquiera menos tranquilidad.
—Eso solo podía terminar de una forma, rubia —dice, y jamás pensé que me terminaría gustando oírle ese apodo que tanto me incomoda.
Muestra una aburrida sonrisa ladeada para quitarle importancia, pero, si Asher puede notar los detalles que me delatan a mí, yo puedo hacer lo mismo con él. No va a decírmelo abiertamente, pero, lo que ha pasado, le ha hecho daño.
Tampoco voy a pedirle que lo diga.
Él no lo ha necesitado preguntar para acercarse con una botella y hacerme compañía. Nos comprendemos, de una forma en la que no esperé que fuera posible, lo hacemos.
Por eso, hago lo único que se me ocurre para ayudarle a relajarse y a quitar ese peso de sus hombros. Estiro la mano sobre el sofá a la espera de que él se queje y me resguardo en su silencio cuando mira con atención mis dedos acercarse a las puntas empapadas de su pelo. Al principio, solía quejarse, entredientes o con palabras poco agradables en francés. Algunas noches, giraba directamente la cabeza para que no le tocara, pero ha dejado de hacerlo y, en el fondo, sé que no le desagradaba tanto como me hizo creer.
Lo noté desde el primer momento, le relajaba, solo que, como tanto, no ha querido admitirlo.
Ahora mis dedos tocan las puntas de su pelo y las gotas se deslizan sobre mi piel antes de desaparecer contra su camiseta blanca y unirse a esa humedad sobre sus hombros.
—Deberías ponerte algo más abrigado, estabas con fiebre hace solo unas horas —aconsejo en voz baja—. Que ahora estés mejor no quiere decir que no puedas empeorar durante la noche si no tienes cuidado.
No responde, pero tampoco se queja.
Porque me gusta hacerlo, empiezo a apartar el pelo de su frente. Suele hacerlo él, tiene la manía de pasar una mano por su pelo para que no le moleste, pero, cuando está cansado, decaído, o recién despierto, suele ser un gesto que olvida. Así que, ahora, me tomo la libertad de abrir camino hacia sus ojos. Asher me deja hacerlo en silencio y puedo sentir el cosquilleo de sus dedos contra mi espalda mientras busco ese intenso azul que tan cautivador me pareció desde el primer día.
—¿Vas a volver a decirme que odias lo que llevo puesto? —pregunto al notar su toque.
Sin seguir esforzándose en disimularlo, estira los dedos sobre el encaje y el calor atraviesa la tela hasta tocar mi piel.
—No, esta vez me gusta.
Dejo la mano caer.
—Lo que te gusta es todo lo que sea lencería, ¿no? —pregunto al entenderlo. El body rojo, este, y nada más realmente. Casi rompo a reír al notarlo—. Eres algo descarado, ¿te lo han dicho ya?
—Una o dos veces.
—Dudo que hayan sido tan pocas.
Muestra una media sonrisa, menos áspera esta vez.
—De acuerdo —dice. Baja la mano que tenía en mi espalda hasta mi pierna y da un notorio tirón para que la apoye sobre la suya y quede más cerca—, entonces hagamos que sean tres.
Eso solo trae la certeza que sé que ambos tenemos; que estamos mejor en distancias cortas. Incluso cuando no le dábamos muchas vueltas, estaba ahí, haciendo las distancias incómodas hasta el punto de cortar conversaciones. Tardé mucho en entenderlo, pero, a más me deja entrar en su vida, más entiendo la razón de esos detalles.
Está en el instinto que habló Ramírez.
"Tu cerebro está siempre analizando, solo que,a veces, llega a conclusiones antes de que tú puedas verlas —suele decir—. Es racional". Con Asher creo que se trató de eso. Incluso antes de saber lo que veía, había un dolor conocido en él, unos gestos que yo he tenido, unas reacciones que también yo mido.
Me acomodo más cerca y siento la calidez levantarse entre ambos con un toque hogareño. Inconscientemente, los primeros días aquí, le miré y mi cerebro vio antes que yo algo que me hizo sentir comprendida. Eso, mezclado con la agitación que me devolvía, me hacía querer pasar tiempo cerca. Todavía lo hace. No se trata de algo romántico, sino de una comprensión para la que todavía no había confianza suficiente como para que fuera cómodo pero que ambos veíamos sin entender.
Como dos almas buscándose cuando sus vidas todavía no han sido hiladas.
—Realmente siento mucho que haya ido mal —repito.
Rozo con mis dedos su cuello en busca del punto en el que hace unas semanas dejé un color más oscuro. Apenas hay rastro si no sabes lo que estás buscando, pero soy capaz de encontrar un rastro de esa rojez antes de volver a sus ojos.
Sé lo que es estar ahogándose y necesitar una mano amiga. Sé lo profundo que caes si no la tienes y lo difícil que es para otros verlo porque, una angustia tan fuerte, rara vez tira en algo visible, al contrario, te hace esconderte. Te hace guardarlo hasta que te destroza por dentro y vas de error en error.
"Lo entiendo —quiero decir—. No miro a través de ti, te veo a ti, y lo entiendo".
Por su mirada, sé que las palabras han calado más hondo que antes.
Presiona mi cintura.
"Lo sé", transmite su silencio.
Sin embargo, lo que dice es:
—Me has estado esquivando.
—No te he estado esquivando.
—Esquivando, evitando, llámalo como quieras —dice.
Me recuesto más contra el respaldo del sofá y Asher lo toma como invitación para usar el brazo que tiene sobre el respaldo y acercarme más a él. Es curioso, siempre pensé que la única forma de llenar esa profunda falta de cariño y soledad que el tiempo me ha dejado era en burbujas creadas en camas ajenas, pero, ahora, siento el manto suave calmando ese dolor sin necesidad de más.
Me quedo en este momento. No por Asher, sino por la sensación de tranquilidad que me transmite. Aquí, ahora, me siento como si alguien me hubiera devuelto a la cálida vida en Virginia. A un momento en el que todavía no vivía mirando sobre mi hombro o pegando la espalda a rincones porque no me sentía segura en ningún lugar.
—No te he estado esquivando, solo pensaba —admito.
Agarra uno de mis mechones y sus ojos se deslizan por su color como hacen sus dedos. Con palabras bajas casi rozando mi piel, pregunta:
—¿En algo que me incumba?
—No.
Enreda el mechón entre sus dedos y deja que caiga en mi espalda.
Como yo la primera vez que nos sentamos aquí, no parecen importarle demasiado sus palabras, pero las usa de guía mientras su voz se convierte en un relajante sonido de fondo al que su toque roba toda importancia.
Sus dedos rozan mi hombro al dejar el mechón y siento su respiración más profunda y superficial, casi como cuando finge dormir solo que, ahora, presiona contra mi piel cuando se inclina suavemente hasta que sus labios rozan mi mejilla de forma superficial.
—¿En algo importante? —pregunta.
—Por desgracia —respondo.
Mentiría de decir que no pierdo incluso la noción de mis palabras cuando, a un ritmo pausado, sus labios bajan hasta encontrar un punto en mi cuello en el que, aunque lento, termina por presionar un húmedo beso. No puedo contener el suspiro y Asher cierra la mano sobre mi cintura a la par que sus labios se ciernen sobre mi piel.
—¿Tiene que ver con París? —No le respondo a eso, no es algo de lo que quiera hablar ni de lo que crea que ahora pueda explicar sin perder el hilo. Lo que hago es terminar con los últimos detalles que nos mantienen más separados al apoyarme por completo contra él—. Porque de ser así tendríamos que arreglarlo, las últimas semanas serían aburridas si me estás evitando las veinticuatro horas, rubia.
Tendríamos.
Esa palabra resquebraja la calidez y me hace apartarme un poco. Al menos hasta que encuentro su mirada y me digo que solo hace lo que yo; mirar por su propio beneficio. A él no le beneficia que yo no esté de humor y lo sabe.
Lo repito hasta que casi llego a creérmelo.
Me inclino hacia él de nuevo y, sentada casi por completo sobre sus piernas, mi pelo roza su rostro. El color rubio de mi pelo roza su mejilla y acuna sus facciones alejándolas de las luces blanquecinas del salón. Es ahí cuando encuentro el brillo de su mirada de vuelta, pero oscurecido. Con esa mirada habiendo abierto un hueco a emociones que pocas veces me deja ver, encuentro una mezcla contradictoria de paz y agitación. Eso se une a unas facciones duras que se suaviza cuando su mirada lo hace y, con su pelo húmedo terminando de perfilar su rostro, encuentro su atractivo desgarrador.
—No tiene relación con París, pero hay algo que sí la tiene y de lo que tenemos que hablar —ofrezco. No quiero moverme porque no quiero dejar de mirarle, no quiero perder lo que me transmite incluso cuando muestra una de sus sonrisas ladeadas que, pese al humor apagado y reto que muestra, tira de la comisura de sus labios con esos pliegues que delatan su buen humor. Sea lo que sea que ha pensado, lo ha malinterpretado, y no hace falta que sienta su mano sobre mi body como si se preguntara dónde está el cierre para saberlo—. Me debes un tour. Encontré la moneda de la Torre Eiffel, ¿recuerdas?
La encontré al ir a hablar con Ansel para asegurarme de que él realmente no había identificado a Asher en Mix. No creía del todo que lo hubiera pasado por alto estando en persona en la discoteca, pero lo hizo. La moneda se la lancé a Asher al volver, justo antes de encerrarme en mi habitación y pensar en lo que después me hundió de forma tan rápida.
—Cuatro —dice.
Frunzo el ceño.
—¿Cuatro qué?
Debería haberlo visto venir por su expresión, pero no lo identifico antes de que se las apañe para que me siente por completo sobre sus piernas y quedarse con el respaldo del sofá solo para él. Aunque, por sentada, me refiero a con las piernas dobladas, prácticamente arrodillada sobre él, porque Asher tiende a hacerse con todo el espacio y solo me queda adaptarme a su postura para encontrar la mía, cosa que parece agradarle.
—Las veces en las que vas a llamarme descarado.
Tira de mi cintura para que, de nuevo, me apoye sobre él en vez de mantener el peso sobre mis propias piernas. Aparta un mechón de mi rostro, manteniendo la mano en mi pelo al acercarme a sus labios. Envuelta por su cercanía, soy yo quien alcanza sus labios primero.
Cierra la mano que mantenía en mi cintura sobre mi espalda como si todavía hubiera distancia que poder acortar y sus labios profundizan el beso con dureza.
Me cuesta darme cuenta de que no tardo en meter las manos bajo su camiseta en un intento de quitársela, o de que él parece más que dispuesto a hacer con este body lo que lleva diciendo querer hacer con mi ropa durante los últimos días; destrozarlo, pero sé que está pasando.
Como también sé que el "necesito esto" se mueve hacia un "quiero esto" que sigue haciendo añicos mis esquemas.
En París, siento que le estoy quitando la estructura a mi vida, tumbando las reglas que en su momento sentí lógicas, como lo fue no tener nada con un compañero de piso. Lo peor, es que eso me hace empezar a sentir algo.
Me engaña y, aquí, hundida en la calidez y comprensión que siento con Asher, me siento casi como si perteneciera a algún lugar.
O como si pudiera llegar a hacerlo.
Asher quien suaviza el beso. Marca un ritmo que poder cortar para, apartando el pelo de mi rostro una vez más, hablar.
—Trocadero —dice sin parar a explicarme que seguía dándole vueltas a lo último que yo le he dicho—. Este viernes noche; Trocadero.
Trocadero, la plaza junto a la Torre Eiffel.
Sí, suena bien.
Conozco esa zona y dudo que Asher pueda liarla como lo hizo con los cementerios. Aunque, conociéndole, no canto victoria demasiado rápido. Aun así, eso se gana mi sonrisa complacida y, de forma menos perceptible, me sonríe de vuelta antes de tirar de mi barbilla hacia él para besarme de nuevo.
Cuando roza mis labios, lo hace con un "Eres preciosa" sobre los suyos de forma tan baja que podría confundirse por un suspiro. Sin poder contener mis propios pensamientos (o demonios), esa frase hace más daño del que me gustaría.
Debe notar el ligero cambio porque, cuando me acerca de vuelta lo hace con más suavidad, como si estuviera dudando sobre cuál ha sido el problema y tratara de dar los pasos poco a poco para asegurarse de que no vuelva a pasar.
No es hasta que Ansel me llama que vuelvo a apartarme y, antes de irme, Asher recoge mi bolso del suelo para ofrecérmelo. Antes de soltarlo, pregunta:
—¿Duermes en mi habitación esta noche?
La primera vez que un chico me dijo "Eres preciosa", dañó tanto mi concepto de "cariño" hasta un punto del que no he sido capaz de volver. Por suerte, con Asher nunca se ha tratado de cariño y, por una vez, me gusta que no tenga cabida por la que preocuparme.
—Deja la puerta sin pestillo —acepto.
Suelta el bolso y salgo del piso para ir a cenar y tomar algo con Tony, Ansel, y unos amigos suyos.
No, con Asher nunca se ha tratado de cariño.
Con él siempre se ha tratado de calidez y comprensión.
Y, de alguna forma, eso significa más.
──────༺༻ ──────
No sé ni qué comentar.
Han pasado muchas cosas.
Tanto que no me cabe ni aquí.
Solo espero que lo hayáis notado.
#línea para comentar lo que has entendido
#línea para decir qué crees que te has dejado
Os daré unas pistas, pero, primero:
#Olivia siempre dice que no entiende lo que es el cariño
y realmente no lo hace.
#Asher siempre dice que solo sexo
pero ha invitado a Olivia a dormir con él
Oh y, ¡Ya sabemos por qué se sentían tan cómodos con el otro desde el principio!
#Comenta aquí si te habías dado cuenta de que era porque; siempre dicen que nadie les entiende, pero encontraron a una persona en la que veían el mismo tipo de dolor y que hacía que se sintieran más cómodos y cercanos al otro.
#Comenta aquí si no tenías idea hasta hoy
#Línea para hablar de que la reina se nos va a Alaska
# : (
# PODEMOS HABLAR UN MOMENTO DE QUE SIEMPRE HA SIDO COMPRENSIÓN CON ELLOS, TIPO, creo que es lo único de lo que se ha hablado de tema emocional en cuanto a ellos y LES QUIERO MUCHO PERDÓN, ME VOY QUE SON LAS 2AM Y VOY A TERMINAR LLORANDO PORQUE LES AMO MUCHO
Un abrazo y nos leemos el próximo sábado (o domingo), mis amores ♥
— Lana🐾
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