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Capítulo 39 - Fiebre

39 | Fiebre

Asher Bremen

Martes, 14 de julio

—¿No piensas dirigirme la palabra? —Sammuel está esperando en el pasillo cuando salgo de clases. Tira la mochila a mis pies cuando paso para hacerme tropezar y soy yo quien la recoge para devolvérsela con un insulto sobre mis labios—. Te ves como la mierda.

—Me siento como la mierda.

—¿La alergia de nuevo?

Ojalá fuera solo eso.

Ayer no pasé por clases y, hoy, he llegado tan tarde que Sammuel ya había dado por hecho que no iba a aparecer y ha cambiado de lugar para tener a alguien con quien hablar porque tiende a ser sociable.

Todo eso por la maldita fiebre.

El lunes pasé una madrugada tan desagradable que me duché tres veces por el dichoso sudor y me metí tantos ibuprofeno que debo haberme reventado el hígado más que después de una noche completa bebiendo.

No sé cuántas horas terminé durmiendo anoche, pero hoy me he despertado suficientemente bien como para ducharme y venir a clases, aunque eso no quita el continuo malestar que todavía sigue en mi cuerpo y que se mezcla con un profundo cansancio.

Ni siquiera sé a qué se debe la fiebre, solo que ha hecho que llame a mi madre de forma voluntaria durante la noche del lunes. No tiendo a enfermar, quitando los catarros o síntomas de la alergia, he estado bastante libre de cualquier otra cosa y eso me tiene desentrenado para saber cuándo debo hacer algo.

Así que llamé a mi madre para preguntar cuándo se supone que tienes que ir al médico por fiebre y ella prácticamente se rió en mi cara llamándome dramático. "No te estás muriendo, cariño, solo tienes un poco de fiebre", rió.

"No se tiene fiebre si no estás mal y no sé qué está mal", me quejé.

"Eso será algún frío o por dormir mal. De pequeño tenías muchas veces fiebre y el médico dijo que podía venir por tu falta de sueño. Aunque eso era cuando dormías dos horas por noche. No habrás vuelto a eso, ¿no?"

No le respondí, pero mis horarios aquí tampoco son demasiado equilibrados.

—Joder, estás enfermo, ¿no? —pregunta Sammuel al presionar el botón del ascensor. Maldice entre dientes—. Haberme avisado, ¿sabes lo insoportable que eres cuando enfermas?

Le doy una desagradable mirada que solo respalda su punto. Sí, lo sé. ¿Cómo no saberlo cuando mi madre me lo repetía cada vez que, estando en casa, me encontraba mal? Incluso en el internado, tendía a encerrarme para no hablar con nadie porque todo lo que quería era que la gente me dejara en paz.

—¿Te has tomado algo? —pregunta.

Lo único que yo veo es el piso que presiona dentro del ascensor y echo la cabeza hacia atrás hasta dar contra la esquina. Madeline, vamos a comer con Madeline. No tengo paciencia para esto hoy.

Así que, cuando Sammuel sale del ascensor, pulso el botón de la planta baja y le dedico un: "Prefiero la alergia a lidiar con ella hoy". Sammuel pone la mano en el sensor del ascensor antes de que las puertas tengan tiempo de cerrarse.

—Sal de ahí —dice.

—Vete a la mierda.

—Asher, eres odioso enfermo, pero es hora de que pongas algo de tu parte en todo esto. —¿Me está vacilando?

—Estuve hablando con ella el sábado, no tiene malas intenciones.

—Me importan una mierda sus putas intenciones.

Tan alto como lo digo, los alumnos del programa de inglés que han empezado a salir y estaban llegando a los ascensores para irse, nos dan una mirada que hace que Sammuel suelte un suspiro. Hace otro gesto para que salga del ascensor.

—¿Podrías colaborar por una vez y hablar con ella? No es tan difícil —se queja.

—Te juro que como me hagas ir a hablar con...

—Veo que habéis hecho las paces. —Olivia interrumpe antes de que la rabia pise mi frase y para a despedirse de un chico castaño antes de que él se suba a un ascensor cercano. Trae una carpeta contra su pecho y una mirada amigable que no se cree ni ella. Una tras la que esconde sus intenciones y, por el instante donde sus ojos llegan a los míos, diría que esas intenciones son que ese "hacer las paces" no se rompa tras un día. Señala hacia el ascensor—. ¿Bajáis?

"Sí" respondo a tiempo que Sammuel dice que no.

—Estamos esperando a alguien —explica Sammuel.

—Estás esperando a alguien, yo me largo —corrijo.

—Maldita sea, Asher, puedes...

—¿Por qué no os encontráis abajo? —interrumpe Olivia una segunda vez. Más suave y hacia Sammuel, añade—: Quería hablar con él de algo, pero os podéis ver después si te parece bien.

Sammuel la mira a ella, probablemente preguntándose si solo está ayudándome a escaquearme o si está siendo sincera. La ventaja con Olivia es que puede aparentar sinceridad al bañarla en inocencia y Sammuel se lo cree. Se despide con un "Te veo abajo" hacia mí y se pierde en el interior de este piso.

Olivia sube al ascensor y el alivio que siento cuando se cierran las puertas es inmediato.

—Joder ya pensaba que no iba a poder librarme de eso —murmuro.

Al no tener respuesta, miro hacia delante para dar con que Olivia está dándome la espalda, esperando a que las puertas se abran de nuevo y probablemente deseosa de alejarse y desaparecer. Esquivándome como lleva haciendo desde el viernes.

Frunzo el ceño al apartarme de la pared.

Al principio pensaba que su silencio al cruzarnos por los pasillos y el sentarse alejada en la cocina si coincidíamos era por su manía de no querer que nadie en el piso lo supiera, que venía de que estaba dándole vueltas a la idea de que Ansel se hubiera enterado. El viernes por la tarde, ella se llevó a Ansel a la Torre Eiffel para pasar el rato allí y tener tiempo de sonsacarle si realmente no me había identificado (como decía que había pasado).

Al volver, ella me paró en el pasillo y, en apenas diez segundos, me dijo que Ansel no se había dado cuenta, dejó una moneda como las que le di pero con la imagen de la Torre Eiffel en ella, y se metió en su habitación.

Después de eso siguió en las mismas e, incluso el domingo, ni siquiera se pasó. Aunque tampoco me importó demasiado, me distraje con el Battlefield hasta empezar a sentir la maldita fiebre que lleva conmigo desde entonces.

Puedo entender lo del piso, pero, ¿aquí?

Lo que alcanzo primero, es la correa de su bolso.

—Deja mis cosas en paz —dice de vuelta sin llegar a mirar. Tiro de la correa del bolso para que se acerque y, a desgana, termina volviéndose hacia mí—. ¿Qué quieres ahora?

—Joder, rubia, ¿por qué tan molesta?

—No estoy molesta, estoy cansada.

Me estiro para pasar la mano por los botones del ascensor y marcar los últimos seis pisos que faltan hasta la planta baja haciendo que vayamos a parar en cada uno de ellos. Al verlo, los hombros de Olivia caen y se apoya también contra la pared del ascensor, contra la más cercana a los botones para pulsar el botón de cerrar las puertas cada vez que se abran.

—¿Hay alguna razón para que estés más insoportable de lo normal esta mañana? —pregunta dando por primera vez al botón en la primera planta en la que se abren las puertas. Aun así, tardan unos segundos en cerrarse de vuelta.

—Quizás. —Suelto su bolso y meto las manos en mis bolsillos—. ¿Hay alguna razón para que me hayas estado evitando estos días?

—No te he estado evitando.

—Vale, deja eso de una vez. —La aparto de los botones para hacer que me mire porque ahí es cuando entender lo que pasa por su cabeza se vuelve más fácil. Las luces del ascensor hacen que mis párpados ardan y el malestar sigue quemándome porque esta mañana me sentía mejor y he olvidado tomarme algo para evitar justamente esto—. Sé que me has estado evitando.

—No he estado haciendo eso.

Nota algo que le hace acercarse.

Confundida, levanta una mano. Me echo hacia atrás en cuanto veo sus intenciones, pero ella se queja diciéndome que pare quieto y pasa la mano bajo mi pelo para llegar a mi frente. Al apartarla, presiona el pulgar bajo mis ojos y se estira intentando encontrar algo. De nuevo, la echo a un lado, pero ella es persistente.

—Para quieto —insiste. Quito su mano y ahoga una queja—. Asher, para. Maldita sea, ¿por qué tienes que portarte como un crío con estas cosas?

Le dejo, pero ella tiende a olvidar que, incluso estando enfermo, hay distancias que acortar puede volver las cosas incómodas, al menos para uno de nosotros. Lo olvida y se fija en mis ojos, tan cerca que puedo sentir su respiración cerca de mis labios, luego, como si nada, se aparta.

—Estás enfermo —entiende—, y probablemente con fiebre.

—No jodas, Sherlock.

Las puertas vuelven a abrirse junto a su mirada ofendida y recuerdo que ella no está tan acostumbrada como Sammuel a esa clase de comentarios. Sin ganas de explicarme o de pedir disculpas, me apoyo contra la pared de nuevo, sintiendo un escalofrío recorrer mi columna junto al contacto.

—Deberías volver al piso —avisa pulsando el botón de cerrar las puertas.

—Eso es lo que intentaba cuando Sammuel se ha metido de por medio.

—No era lo que parecía. —Presiona el botón incluso cuando las puertas no han vuelto a abrirse y encuentro su incomodidad ante sus propias palabras. Debe de notar mi mirada porque me la devuelve y, entendiendo que no voy a dejar el comentario pasar, añade—: Todo lo que parecía era que estabais discutiendo. —Baja al tono al seguir—. Perdón por haberme metido, pero os he oído y... No lo sé, supongo que sé cómo puedes llegar a ser y te vi el otro día cuando me hablabas de la discusión que tuvísteis, no quería que terminara en lo mismo.

Si no me sintiera tan mal, me reiría.

—Ya, olvidaba que la culpa de estas cosas es siempre mía.

—No quería decir eso, sabes que no quería decir eso —señala.

Lo ha hecho, ¿cree que no entiendo lo que implica "sé cómo puedes llegar a ser"? Sin saber bien por qué, eso, viniendo de ella, se siente como una puñalada. Esta vez le da al botón de mantener las puertas abiertas para tener más tiempo para hablar antes de que el ascensor siga bajando.

—Lo que intento decir es que tiendes a ser directo y hay personas que pueden malinterpretar eso. Acabáis de tener una discusión, estabas dolido por eso, solo quería evitarte una segunda. —Al darse cuenta de sus palabras, mira el piso en el que estamos y hay alivio al encontrar que estamos llegando al fin a la planta baja—. No debí haberme metido, no volveré a hacerlo.

Antes de que salga, tiro de su brazo para mantenerla en el ascensor.

Dejo que las puertas se cierren de nuevo y, sin más pisos marcados, el ascensor se queda aquí parado. Encuentro su incomodidad, esa mirada esquiva como si sus propias palabras y lo que ha hecho estuviera tan fuera de lugar que se avergonzara de ello.

No tengo ganas de decirle que no ha estado fuera de lugar, no tengo ganas de decirle que le agradezco el gesto, pero aparto el pelo de su rostro y tiro de su barbilla para que me mire encontrando esos ojos claros tan huracanados que destacan sobre sus rasgos suaves. La suya es la cara de la inocencia, pero una que parece esconder haber visto los mayores estragos de la vida tras sus ojos.

Es un conjunto relajante y real.

—Si quieres evitarme tener que ir a comer con Madeline, hazlo cuantas veces quieras, no pienso quejarme por eso —termino por decir. Deslizo el pulgar sobre su mejilla y ahogo las ganas de besar su frente. Dejo la mano caer entendiendo el gesto como las secuelas de un estado febril—. Dile a Sammuel, cuando baje, que me he tenido que ir.

—¿Vas a escabullirte? —pregunta cuando me ve salir.

Por el malestar, necesito más de un intento en sacar mi tarjeta de identificación del curso y pasarla sobre el lector. Olivia está ya al otro lado para cuando paso, acompasando mis pasos hacia la salida.

—Voy a dormir.

—Tienes mala cara, pero no tanta —habla.

Dejo de andar en cuanto cruzo la puerta hacia el exterior y ahí el malestar empeora por el calor de pleno julio. Me acerco al muro de piedra para tener un punto donde descansar la cabeza y decidir si quitarme la chaqueta porque siento el sudor, o si dejarla puesta porque también noto frío.

Al ver que me siento, Olivia se pone justo delante, escondiendo el sol tras ella y tirando de mi mochila al verme rebuscar para sacar mis gafas de sol. Apartándolas cuando intento agarrarlas, me las pone ella.

—¿Por qué estabas discutiendo con tu amigo esta vez? —pregunta.

—Por lo mismo que la otra vez, porque estaba siendo un imbécil.

—Tendrás que concretar un poco más. —Siento sus dedos deslizarse desde mis gafas hacia mi mejilla e ignoro la incomodidad que cualquier toque sobre mi piel me provoca ahora mismo para no quejarme—. Ser un imbécil sirve para describir demasiadas cosas, como a ti todo el tiempo.

—Deja de meterte conmigo, ¿no ves que estoy enfermo?

Rompe a reír y no sé si es por las décimas que sé que están volviendo, pero hay algo en ese sonido que me hace preguntarme si es la primera vez que oigo una carcajada suya que se sienta real. No es tan dulce como las otras veces, pero trae una sonrisa que llega a sus ojos.

—Debí haber sabido por cómo te comportaste con el pintalabios que serías un quejica estando enfermo —sonríe—. Aunque eres ligeramente más agradable. —Para unos segundos y tiro de su muñeca para acercarla. Su pulsera dorada roza mis dedos de forma fría—. ¿Entonces? ¿Qué ha pasado esta vez?

—Es complicado. —Miro hacia la puerta sabiendo que ellos saldrán en cualquier momento y la realización me golpea con repulsión—. A Madeline la conociste en el cementerio, ¿no? —Olivia asiente, pero su disgusto hacia el nombre no me pasa desapercibido—. Es una amiga de la familia, mi madre y la suya eran las "mejores amigas" cuando se mudaron al barrio y ella creció con mi hermano y conmigo. Así que, después de que se mudara a Nueva York, mi madre le contó a la suya que yo iba a venir aquí y no se le ocurrió mejor idea que pensar "París suena bien y como conozco a alguien que va, iré también".

—Eso no suena mal —dice.

—No salvo que no la soporto y mi madre me tiene cruzado hasta el punto de ser capaz de cancelar todo y obligarme a volver a casa si Madeline le cuenta lo poco amigable que suelo ser ser con ella. —Olivia mueve la mano que estoy sujetando para apartarla y presionarla una segunda vez contra mi frente—. ¿Qué haces ahora?

—Asegurarme de algo.

Le dejo hacerlo a desgana.

—Estás siendo demasiado hablador —explica hacia el gesto. Casi río al pensar que ella cree que es por la fiebre, pero luego me hago la misma pregunta. Solo sé que estoy incómodo, con todo, y que quiero meterme en mi cama, apagar las luces, y quedarme ahí hasta mañana.

Ducharme primero también estaría bien.

—En resumen, no quieres pasar tiempo con ella porque te cae mal y tu madre quiere que seas amable con ella pero, repito, te cae mal. ¿Es así? —pregunta.

—Muy resumido.

—¿Ha hecho algo de peso para caerte mal?

—Existir.

Levanta mis gafas de sol y mi queja sale al instante con un: "Para, me molesta el sol", que hace que las baje de vuelta. Oigo su suspiro y encuentro extrañamente agradable su forma de hundir su mano en mi pelo. Estoy cansado, y me siento peor a cada minuto que pasa. Incluso siento que entre el malestar y el cansancio me estoy quedando dormido aquí mismo.

—¿Algo más que eso? —pregunta con suavidad.

—Es complicado.

Jayden, esa es la explicación complicada.

Madeline y su obsesión con mi hermano es una de las bases de todo esto. De ahí viene sus ganas de meter la mano en mi familia y, en los años que han pasado desde que nos conoce, su confianza para hacerlo. Es todo. Es esa admiración ciega hacia Jayden que hace que solo vea correcto lo que él hace, son sus largas charlas con mi madre donde sé que critica mi comportamiento y me hace sentir más lejos de mi propia familia todavía. Es su constante criticismo hacia cada paso que doy.

Es no poder alejarme de eso.

Es sentir que sigo perdiendo más cada vez.

—Está bien —acepta sin pedir más explicación. Lo que me hace sentir que esa explicación larga y enrevesada que me haría tener que tirar hacia delante y atrás en el tiempo y mezclar toda una vida para que la entienda, ha sido dicha aunque no sea cierto.

Es un peso fuera y, el agotamiento, me hace tirar de su mano para poder apoyarme contra ella. Desliza su mano por mi cabeza y siento la incómoda camiseta azul que trae puesta contra mi mejilla. El tacto es incómodo, al igual que lo es cualquier cosa que me toque ahora mismo, en realidad, pero eso no ahoga la queja.

—Deberías quemar esta camiseta —murmuro.

—Y tú deberías tomarte algo antes de que la fiebre vaya a más porque pareces en las últimas. Estás hablando tanto que vas a terminar dándome tu número de la seguridad social de aquí a dos minutos.

—Muy gracioso —murmuro a desgana—. Joder, me siento como si estuviera muriéndome.

—Un poco dramático, ¿no crees?

Suspiro, eso me han dicho.

El malestar me puede, y me doy cuenta de que no me importaría quedarme dormido aquí mismo.

—Si estás molesto con Madeline, ¿por qué estabas discutiendo con Sammuel? —Pese a ser una pregunta que me hace querer quejarme, la tranquilidad que me transmite (y probablemente la maldita fiebre) me hace responder igualmente.

—El sábado habló con ella y quiere que hagamos las paces.

—Eso no suena mal.

—No, solo está poniendo a toda mi familia en mi contra y ahora añadiendo a Sammuel a su bando, no está mal —ironizo con molestia.

Ni siquiera creo por completo que eso sea lo que pienso del tema, apenas asimilo las palabras que yo mismo pronuncio, pero ya están dichas y no tengo ganas ni fuerzas de retirarlas. Al oírlo, Olivia hunde la mano en mi pelo una vez más y, en silencio, el roce se vuelve un bálsamo para mis propios pensamientos. Pero es en el mismo silencio que me aparto al sentir la apagada lucidez recordarme la realidad.

Me pongo en pie y arrastro la mochila desde el asa.

—Me voy a casa, si salen, diles que se vayan a la mierda de mi parte —me despido.

—Asher —llama todavía cerca. Esta vez, agarra mi mochila para evitar que me vaya y hay preocupación en sus ojos claros. No, no quiero ver eso—. ¿Tan malo sería hablar con ellos? Antes de que te quejes, solo escúchame. Me dijiste que Sammuel era un viejo amigo, no va a darte la espalda porque alguien le diga dos tonterías. Si te ha soportado más de un mes, esa amistad ya es indestructible. —Me da una media sonrisa mientras busca, como en el ascensor, las señales del malestar en mi rostro—. No digo que hables con ella, sino con él. Si ella está intentando poner a gente en tu contra, no se lo pongas fácil.

Veo la puerta principal abrirse de reojo, ha pasado un par de veces desde que estamos aquí, pero ahora veo a personas conocidas y la molestia vuelve para enredarse con el malestar. Incluso Sammuel se sorprende de ver que todavía estoy aquí y les doy la espalda para que me dejen en paz unos minutos más.

—Te han visto, no finjas que no sabes que están ahí —avisa Olivia.

—No finjo nada. ¿Ya has comido?

—No.

—Entonces...

—No me has dejado terminar —interrumpe soltando mi mochila para dejarme solo con ese peso—. No, Asher, no vas a meterme en vuestros planes, así que ni lo intentes. Puedes ir con ellos o volver al piso, pero, hagas lo que hagas, en algún momento tendrás que lidiar con ellos y, a más lo alargues, más se te va a amontonar.

—Eres odiosa.

No se lo toma a mal, solo cuelga el bolso de vuelta sobre su hombro y cierra la mano sobre la correa al mirarme. Sabe que voy a quedarme, pero me niego a decirle que lo que ha dicho tiene sentido y que, con mis pensamientos tan desordenados, no podía encontrar ese camino si no lo hubiera señalado.

Pero lo agradezco, y no sé cómo demostrar eso.

Con las pocas ganas que tengo de meterme en otra de tantas pausas para comer con Madeline, sobre todo ahora que parece querer hablar conmigo y que Sammuel lo respalda, alcanzo la mano de Olivia y tiro hacia mí.

Tan sorprendida como yo (aunque no vaya a admitirlo), recibe el abrazo extrañada.

—¿Me estás dando un abrazo? —No puede evitar preguntar.

—Estoy enfermo, déjame en paz —es mi respuesta.

De nuevo, ríe, y cierro los ojos por un instante al apoyarme contra ella. El agotamiento me envuelve y sé que no estoy con fuerzas para pasar la tarde en el curso, pero, ese almuerzo, lo voy a tener aunque probablemente termine durando solo los cinco minutos que tarde Madeline en sacarme de quicio.

Olivia sube los brazos a mi cuello para devolverme el gesto en condiciones, o para esconder sus palabras del grupo de mis amigos que espera a unos pies por detrás de nosotros.

—Tenles paciencia, y compórtate —pide.

Al apartarse, presiona la mano contra mi mejilla por un instante.

No dice más.

Mira detrás de mí para darle un gesto con la mano a modo de despedida a Sammuel y echa a andar hacia la estación que hay en el centro de la explanada. Me pregunto si irá directa al piso, y si me ignorará una vez llegue.

Al mirar hacia Sammuel, el desagrado vuelve, pero meto las manos en los bolsillos y me acerco para decirle: "Echa a andar, que tengo hambre".

Ahí vamos de nuevo.

──────༺༻ ──────

Darle fiebre a Asher ha curado mi bloqueo para este capítulo

Y... nos ha dado un Asher soft ¿gRITAMOS?

Un abrazo (como el de Asher y Olivia <3) y nos leemos el próximo sábado, mis amores

— Lana🐾

Pd-No puedo creer estar publicando antes de medianoche, ni yo me reconozco.










ashliv son hermosos.

si alguien me busca estaré fangirleando sobre ellos en redes durante la próxima semana (como siempre lol) 😌

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