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Capítulo 31 - La ruptura de una persona

31 | La ruptura de una persona

Olivia Wilson

Miércoles, 8 de julio

Paso las manos sobre mis piernas, con mi cabeza en otro lugar.

Hoy ha sido una de esas noches, una de las noches en las que las pesadillas se abren camino con sus largos dedos y afiladas garras. Una en la que la oscuridad se desliza bajo mi puerta y se cierne sobre mi cuerpo, agitando mi respiración y envolviéndome en imágenes que no quisiera que tuvieran cabida entre mis pensamientos. Imágenes que se vuelven tan reales al cerrar los ojos que me dejan pensando: "Se acabó, hoy es el día en el que todo termina".

Siempre he tenido dos sueños recurrentes que me alcanzan los días en los que, emocional o físicamente, estoy drenada. Algunas veces, es en fechas puntuales, otras, porque ha habido un detonante durante el día que me ha tirado dentro de un mal recuerdo. Generalmente, mis pesadillas son con la última noche en Tennessee, hoy, sin embargo, ha sido el segundo y el que más odio, ese donde la noche en la que mi padre murió me atrapa de nuevo.

Además, siempre ha habido algo en los sueños que empeora mis miedos. Se siente como si me sacaran del presente y me metieran de vuelta en aquellos días, sabiendo lo que pasará. Me envuelve, me atrapa, me engaña, y yo me encuentro sobrepasada por emociones mientras me quedo sin aire para respirar, sin fuerzas para moverme. Si tuviera voz en ellos, sé que gritaría: "No quiero, no de nuevo".

Aun así tengo que revivirlo, una y otra vez.

He entrenado durante años, he aprendido defensa personal y he perdido la cuenta de todos los meses que invertí en kickboxing, pero, en mis sueños, lo olvido. Ese es el problema con los traumas, que no los recuerdas, sino que los revives. Si me veo allí, siento lo que aquella noche solo que más intensificado por horribles certezas.

Ahí no importa lo preparada que esté, me paralizo. Así que, en mis sueños, solo existo, consumida por el terror de la noche que me toque revivir.

Hoy ha sido una macabra interpretación del cinco de agosto de dos mil once.

Apenas recuerdo esa noche, la real, pero siempre tengo versiones distorsionadas en mi cabeza. Hay veces en las que creo que dormí toda la noche, que mi madre me encontró en la cama y que me sacó en brazos de allí, veces en las que pienso que los gritos que oigo al soñar con ello no pudieron ser reales. Otras recuerdo el pasillo de casa con esa alfombra que siempre me hacía tropezar mientras las luces de los agentes de policía, con sus ropas oscuras, me cegaban. Noto incluso el peso del peluche en mi mano y pienso: "Estaba despierta", estaba fuera de mi cama.

Lo peor es no poder saberlo con exactitud, no poder saber qué pasó con suficiente claridad como para formar una imagen clara y es que en su día sé que me esforcé en esconderlo con tanto ímpetu que ahora las llaves para su cerradura están perdidas.

En mis sueños, me despierto en mi cama, o en el pasillo, o empieza conmigo tumbada bajo el escritorio de mi padre como solía hacer para que mi madre no me viera al entrar. Ella odiaba que yo pasara tiempo en ese despacho porque decía que no era lugar para una niña pequeña. Mi padre llevaba casos duros y ella tenía miedo que alguna imagen llegara a mí, porque yo era muy curiosa, pero mi padre siempre se aseguraba de tenerlas fuera de mi vista.

Quiero pensar que le gustaba que pasara tiempo con él.

Paso las manos sobre mis pantalones porque siempre me han dicho que una forma de volver a la realidad es el tacto. Me dijeron que me centrara en mis sentidos, en mi cuerpo, y que fuera tirando de la realidad hasta poder devolverla a mi interior. Eso ha ayudado con muchos trances en los que los detonantes me dejan, pero no es fácil. Me concentro la suavidad del satén de mis pantalones, noto los cosidos y fruncidos, pero, en mi cabeza, sigo allí.

En el fondo, creo que siempre he estado atrapada en aquella noche.

Hay una parte cálida en ese sueño, Esa es la razón por la que tardo tanto en despejarme después, porque sé que perderé también eso. Me aferro a la imagen que he visto de mi padre en ese pesadilla, en su forma de sonreírme desde el sillón mientras yo dibujaba tumbada bajo su escritorio. El sueño era tan vívido que he notado la presión de su pie contra el suelo al acomodarse, he oído cómo las páginas se doblaban cuando él las pasaba y el crujir de la madera de una chimenea encendida. He sentido el grosor de la cera contra mis dedos al dibujar y la forma en la que las gotas golpeteaban el cristal.

Atrapo esa mitad y la segunda parte tira de mí como si fuera ese extraño que me ha ofrecido un caramelo antes de mostrar sus verdaderas intenciones. Duele, pero vale la pena por los segundos buenos que recupero.

Siempre se rompe de la misma forma, con mi versión adulta golpeando la puerta con fuerza y entrando al despacho con el pelo empapado, una cazadora tan roja como la sangre que se derramó esa noche y el pulso acelerado.

"Se ha escapado —suelo oírme advertir presa del pánico todas las veces—. Viene hacia aquí. Hay que llamar a la policía"

Pero mi padre nunca me escucha, solo me mira.

Pestañeo y yo vuelvo a ser la niña pequeña a la que mamá saca del despacho de mi padre porque él está "trabajando". Escucho la risa estruendosa de mi padre cuando ella me aleja, su "Ella estaba ayudándome" que me hizo creer para no sentirme mal por interrumpirle. Me sacan de ahí y la habitación pierde su color y su calor. Lo único que puedo hacer es ver la puerta cerrarse y a mi padre más lejos de mi alcance cada vez. Todo lo que queda conmigo cuando la puerta se cierra es el azul que se levanta sobre cada mueble bajo la oscuridad.

Todas las veces que sueño con él, intento advertirle y, todas, termino como la niña que fui en su día, con las manos sobre mis oídos intentando protegerme de palabras que no recuerdo. De gritos que no sé si fueron reales. Mi versión adulta desaparece y estoy sola, encogida en un rincón.

Siempre sola, siempre sabiendo cómo van a terminar las cosas.

La verdad es que odio no saber si algo de eso fue cierto. No llevo bien no poder centrar lo que pasó realmente esa noche, pero odio todavía más la angustia que me genera intentar recordarlo. La angustia me hace sentir que la llave que tiré lejos de niña para mantener el recuerdo lejos de todos, incluso de mí, es lo único que me mantiene cuerda.

Tomo aire, sintiendo cómo mis pulmones se llenan y aferrándome a ello porque sé que es hora de hacer un esfuerzo mayor y volver al presente. No puedo quedarme allí para siempre.

Tardo largos minutos hasta que me levanto y, cuando lo hago, sé que llevo más tiempo en este rincón de lo que pretendía. Me he despertado, tan vacía como si todas mis emociones se hubieran quedado en ese sueño, y, sin mirar el móvil o abrir las cortinas, me he ido contra la pared más alejada de la puerta.

Me he perdido a mí misma, eso si es que he podido volver en algún momento.

Ahora, cuando con pasos lentos y cansados llego a mi móvil, trago saliva al ver que es media tarde. Respiro, intentando marcar que han pasado años entre esa noche y el presente en mi propia cabeza, pero de alguna forma no termina de encajar.

El dolor con el que nunca he podido lidiar me encierra todas las veces, en su día lo hizo durante meses, a día de hoy todavía me encierra en mi cabeza cuando lo revivo -o imagino cómo pudo haber sido-, porque apenas siento el tacto de la pantalla o comprendo mis movimientos hasta que he marcado el número de mi madre.

Presiono una mano contra mi corazón queriendo resguardarme en su latido para tener algo con lo que guiarme hacia el mundo real. Creo que mis emociones me han dejado, que se han alejado tanto que no me permiten ni siquiera sentir los objetos que tengo en mis manos, pero, en cuanto oigo el "¿Olivia? ¿Ha pasado algo?" de mi madre, vuelven de golpe.

Sale la angustia, sale el malestar, sale una necesidad tan profunda de sentir el abrazo de mis padres que me crea un dolor físico no poder tenerlo. Un dolor tan profundo que parece deslizarse desde el pasado y atravesar mi cuerpo hasta el día de hoy.

—No, solo necesito hablar —consigo decir.

—Claro, cariño.

Me golpean unas intensas ganas de llorar que cortan mis palabras porque me cuesta mantenerlo dentro al intentar explicarme. Lo intento, una y otra vez hasta que la angustia se agrupa y presiona contra mi garganta con un apagado sollozo.

Cae la primera lágrima, y se abre la veda.

—Le echo de menos —dejo ir entre lágrimas.

Sentir de vuelta tantas emociones que siempre hago lo imposible por bloquear es demasiado para poder con ello.

—¿A quién, cariño?

Quiero quejarme y gritarle que diez años no son suficientes para dejar de echar de menos a alguien, pero sé que, para ella, el recuerdo de mi padre siempre ha estado enterrado. Es su forma de lidiar con el dolor. Yo, en cambio, lo desentierro todo el tiempo porque no me parece justa la forma en la que le arrebataron de nuestro lado. La forma en la que segaron su vida, su esencia, su persona.

Pero no puedo ponerlo en palabras y las lágrimas se convierten en sollozos.

—Olivia —llama con suavidad—, ¿qué ha pasado? —Emocionalmente, ese sueño me ha hecho pedazos con sentimientos que bloqueo hasta que me pisan, y no tengo fuerzas para pararlo. No podría aunque quisiera—. Sabía que esto era mala idea, vuelves a casa. Voy a llamar y mañana mismo estás aquí.

Quiero decirle que no, pero no consigo parar de llorar. Ya no es solo por el recuerdo, sino por lo que me ha hecho sentir. El llanto viene de lo que aquella noche y los meses que le siguieron no pude soltar porque no era capaz de asimilar. Son las consecuencias del bloqueo que provoqué, la angustia que en su día encerré en mi pecho porque no podía lidiar con ello. Viene del silencio que le siguió, del desgarro tan profundo que creó.

Ni siquiera pude reaccionar en días, me escondí en mí misma y eso es lo que también he ido olvidando porque sé que, si pienso en ello, me haré la pregunta más obvia: ¿Qué viví que fue tan duro que no encontré forma de asimilarlo? ¿Qué fue tan horrible que me provocó una reacción tan fuerte durante tantos meses? Una que me persigue años después y me sigue haciendo mirar a otro lado por mi propio bien.

Muchas veces pienso que se debe a que estuve presente, a que estaba bajo su mesa como tantas noches cuando El Cazador llegó. Algo así pudo ser tan fuerte como para que me cerrara tanto con el tema, pero eso se desliza sobre mis pensamientos con tal facilidad que dudo que sea la razón real, o la completa.

Porque dudo haber salido con vida de haberlo presenciado.

Mi corazón se acelera con incomodidad al pensar que quizás eso fue justo lo que ocurrió, pero que mi padre intentó darme tiempo. Ese pesado pensamiento me echa fuera de mi cabeza y cierra la puerta de vuelta.

Hay algo en esa noche que me destrozó como persona.

Y temo el día en el que vuelva a mi memoria sé que no es algo con lo que pueda lidiar. Lo escondí tan profundo por una razón. Una en la que me aterra pensar.

—Olivia, escúchame, hay agentes allí que saben todo, puedo llamarles ahora mismo y estarán en tu piso en menos de cinco minutos.

Poco a poco, voy consiguiendo recuperar la calma.

Me aferro a la realidad, al teléfono bajo mi mano, a la voz de mi madre al otro lado de la línea y a la manta contra mis pies. Me aferro al presente mientras vuelvo a meter todo en una caja y a tirar la llave lejos.

—No lo hagas —pido.

Paso una mano por mi pelo, incapaz de mirar su color al recordar tan clara mi propia imagen en la puerta, mis palabras intentando advertir a mi padre en sueños y a él ignorándolas. Sé que no pasó, sé que nadie le avisó, pero no puedo evitar desear que alguien lo hubiera hecho. No puedo evitar desear poder volver atrás y sacarle de allí, porque él no se merecía nada de lo que le pasó.

Respiro con lentitud, recuperando la compostura junto a la calma.

No puedo perderme así, no debo.

—Estoy bien, ya ha pasado —añado, y casi me lo creo.

—No, no estás bien. Estás pasándolo mal y estás lejos de casa. ¿No entiendes la impotencia que siento?

—Ya estoy bien —insisto.

—No lo estás.

—No es... Es solo... —Me ahogo con mis palabras porque hablar de eso siempre es doloroso y el miedo a que mi madre eche el tema atrás con solo mencionarlo no ayuda—. ¿No lo entiendes? Sigo soñando con la noche en la que papá murió, sigo pensando en lo que pasó. Si no estoy bien es porque sigo echándole de menos.

Silencio.

Como siempre, silencio.

Entonces, tan bajo que apenas puedo escucharlo, dice:

—También le echo de menos, cariño.

Se lo he oído decir, pero solo una o dos veces desde que todo empezó. En contadas ocasiones y siempre desentendiéndose después como si los recuerdos fueran demasiado para poder sostenerlos. Esta vez, deja el aire ir y, al otro lado de la línea, puedo jurar que está sentándose, su voz suavizada.

—Olivia, tu padre... —Para, teniendo tantas dificultades como yo para sacar el tema. Lo que me reconforta porque es como si dijera: "Sí, sigue doliendo, no eres solo tú y lo que sientes es normal"—. Tu padre fue un hombre extraordinario y lo que pasó fue... Lo que... —Toma aire, necesitando un momento porque, como para mí, hay heridas que los años no son capaces de sanar, sobre todo si todo lo que haces es cubrirlas—. No se merecía lo que le pasó.

—Lo sé.

—No se merecía nada de eso —repite, su voz cortada y mostrando una emoción que nunca antes me ha permitido ver—. Y siento mucho que no haya podido verte crecer, y siento mucho que tengas que haber pasado por todo esto, pero no puedes... No podemos... Cariño, tienes que dejarlo ir.

—¿Dejarlo ir?

—Escucha...

—No —interrumpo con dureza—. No puedo dejarlo ir. ¡Es mi padre! ¡Era mi padre! —corrijo.

—Él ya no está, y te estás haciendo daño.

—¿Y porque duela tengo que dejarlo ir? Mamá, que duela es lo único que me hace saber que le quería, que duela es lo único que me hace sentir viva muchos días así que no te atrevas a decir que lo deje ir. Tú no hablas de él. ¿Sabes lo que es que nadie me cuente nada? ¿Lo que es tener que robar una foto de su ficha policial porque no tengo nada más suyo? ¿Sabes lo que es ser la única persona que parece que le recuerda?

—¿Crees que no pienso en él? Pienso en tu padre todos los días.

—Pero no hablas de él conmigo.

—Porque eso no te haría ningún bien.

—¿Y olvidarle sí lo hará? —pregunto con rabia.

—No, no olvidarle, vivir con ello. —No ayuda porque no entiendo la diferencia—. ¿No recuerdas todo lo que tardaste en relacionarte con otras personas después de lo que pasó, después de lo que vivimos? ¿No recuerdas que te escondías en cada rincón que encontrabas y que lo hacías tan bien que la mayoría de las veces tardábamos horas y teníamos que desmontar cada mueble para encontrarte? No comías, no hablabas, ni siquiera me dejabas acercarme a ti. Nadie podía tocarte, no mirabas a los ojos a ninguna persona, y gritabas todas las noches. Te oía gritar y, todas las noches, tenía que esperar fuera de tu puerta a que te calmaras porque no me dejabas entrar. Cuando tu padre murió, perdí a mi marido, pero casi te pierdo a ti también después de eso. Claro que intenté alejarte todo lo que he podido de eso. ¿No lo entiendes? No puedo perderte también a ti.

Incluso en el peor de mis bajones, incluso con mis pensamientos nublados, veo su forma de desviar el tema. Lo descentra y me da algo que pueda afectarme emocionalmente, el problema es que estoy tan deshecha que no voy a caer por eso porque no hay más daño que puedan hacerme. No hay emociones libres que manipular.

—Lo que me hace daño es que te niegues a hablarme de él.

—Tu vida no puede girar en torno a él.

—¿A no? Porque que yo sepa mi vida lleva girando a su alrededor desde que esa es la razón por la que quieren matarme. ¿O eso también tengo que "dejarlo ir"? —pregunto con fuerza por culpa de la impotencia. El dolor cae en unas palabras a las que jamás he podido enfrentarme hasta que las pronuncio en voz alta—. Quiero saber de él y quiero recordarle porque tú no lo haces y tengo miedo de que no quede nadie para hacerlo si yo también le olvido.

Sé que papá tenía un hermano, pero nunca tuvieron una buena relación y cada uno siguió su camino desde muy jóvenes. Hermanastro, más bien. Mis abuelos paternos fallecieron entre uno y tres años después de la muerte de mi padre y sé que, para sus amigos y conocidos, es cuestión de tiempo que empiecen a olvidarle. Entonces, si su vida se selló tras una habitación y su recuerdo ha sido escondido y enterrado, ¿quién le recordará si mi madre no quiere hacerlo y si yo no lo hago?

Si todo lo que nos queda al morir son los recuerdos que hemos grabado en otros, ¿quién guardará el suyo si no lo hago yo? Porque eso puedo hacerlo, porque eso compensa saber que mi forma de vivir hará que nadie pueda guardar el mío.

Esa es la piedra pesada que nunca he querido mover, el oscuro agujero al que nunca he querido mirar. Mi miedo a morir no viene del dolor, sé desde hace años que estoy lista. Si tiene que pasar, no lo enfrentaré con miedo porque he tenido años para mentalizarme, años para notar cómo esa vela que contenía mis esperanzas iba apagándose, hundiéndose con mis emociones.

Estoy lista para morir, pero no estoy preparada para enfrentar que mi existencia no habrá tocado suficiente a ninguna persona como para que mi recuerdo se mantenga en pie cuando yo desaparezca. Ese es mi mayor miedo. No morir, sino la repercusión de no haber vivido.

Al otro lado de la línea, el silencio sigue durante varios segundos. La respiración de mi madre ayuda a regular la mía y voy dejando que todo lo malo se aleje de mí. Con cada exhalación, se aparta un poco más hasta llegar al rincón más alejado de la habitación.

Sin tener palabras para eso, mi madre dice:

—Me llevé las fotos del mueble de la entrada cuando te saqué de allí. No fui capaz de dejarlas atrás cuando me lo pidieron —cuenta—. Son solo dos, pero sale él y supongo que podría enviártelas.

Casi diez años en decirme eso.

Diez mientras he suplicado por lo mínimo.

Me muerdo la lengua porque no quiero perder lo poco que me ofrece.

—Hazlo.

Cualquier cosa es mejor que nada y ese pequeño gesto, ese "dos fotos" significa demasiado para mí. Dos fotos son dos expresiones más que podré imaginar adornando su rostro, dos momentos más de su vida plasmados y listos para que los tome entre mis manos. Dos partes de su vida que llegarán a la mía.

—Las escanearé y te las mandaré por correo. No puedo pedirte que las borres después, pero ten cuidado con ellas y no se las enseñes a nadie. Sé que parece excesivo, pero ya sabes que si hacemos cualquier cosa que ponga en riesgo...

—Lo sé. Cualquier cosa que ponga en riesgo nuestra identidad podría hacer que nos sacaran del programa —corto.

Nuestra identidad, residencia y cualquier cosa que comprometa nuestra "vida" está sellada y escondida entre las personas metidas en el caso. Sacarlo de ahí sin la aprobación del Fiscal General tendría un severo castigo. Multa o cárcel para terceros de desvelar cualquier dato que lo pusiera en riesgo y, para nosotras, lo más probable sería que nos echaran del programa sin más miramientos. Siempre he conocido las consecuencias, pero eso no quita que haya sentido rencor hacia a mi madre por no haber permitido que nos lleváramos más recuerdos de nuestra vida aun cuando que salieran a la luz rompería con las condiciones que tan estrictamente nos impusieron.

Cuando vuelve a hablar, no oigo a la mujer cuyo nombre e identidad tan bien se asientan en cuanto le dan una nueva,  sino a mi madre. Oigo a la Josie Wilson, a la madre que me regañaba por correr por las escaleras de nuestro chalet y que fingía no ver cómo me llevaba dulces del armario más alto de la cocina a mi habitación. Oigo el tono suave con el que ella me leía cuentos antes de dormir de niña, y eso me hace recordar por qué también siento su pérdida junto a la de mi padre.

Ambas pagamos las consecuencias de lo que ocurrió, a las dos nos ha cambiado, y la versión que conocí de niña también murió aquella noche junto a una parte de mí.

—Que no hable de él no quiere decir que le haya olvidado —dice con suavidad—. No es fácil, cariño. Nada de esto es fácil. Pero él se ha ido y tú eres todo lo que me queda. Si tengo que dejarlo ir para centrarme en que tú estés bien, voy a hacerlo.

"No hablar de ello no hará que yo esté bien, no funciona así", quiero decir, pero estoy cansada y drenada emocionalmente. Es la conversación más real que hemos tenido en años y no sé si estoy siendo capaz de lidiar con ello porque siento partes de la conversación deslizarse fuera de mi memoria mientras tiene lugar.

Quizás, si lo paro ahora, nunca volverá a pasar, pero me siento ida.

—Buenas noches, mamá.

Cuelgo sin saber bien lo que estoy haciendo y dejo caer el móvil en la cama. Mi cabeza da vueltas cuando me siento sobre el colchón. Paso las manos por mi pelo, sin voz, sin lágrimas, sin entender lo que acaba de pasar o si realmente ha sucedido.

Solo sé que veré más fotos.

Y sé que le he quitado la tapa a la botella que guardaba mi único miedo y que, ahora, encuentro claridad en la forma en la que las osamentas de las Catacumbas de París a las que Asher me llevó me cautivaron con un sabor agridulce.

Porque, allí, sentí pena.

Porque, allí, sentí comprensión.       

Sentí pena por la forma en la que los restos se mezclaban entre sí, pena por el sin fin de calaveras que formaban figuras y adornaban el lugar con rostros olvidados. Con historias sin contar. Personas a quienes ya no podrían llorarles porque estaban esparcidos y sus nombres habían sido borrados. Vi huesos, mezclados, descolocados, y me golpeó un momento de silencio donde mi cabeza no quiso unirlo con lo que sentía porque no quería verlo, pero ahora lo veo, tan claro que puedo tirar de ello hacia mí con facilidad; Vi mi futuro en ellos.

Allí me sentí comprendida porque esa pena era la que sentía hacia mi propio futuro y hacia el de mi padre. Entendí la forma en la que mi nombre desaparecería entre falsas identidades que nunca formarían una historia completa, mi caso se cerraría y quedaría entre archivos que, un día, nadie más volvería a abrir.

He vivido para ser olvidada, esa era parte de nuestras reglas porque, a más pasaba desapercibida, más difícil era que preguntaran. Así que nunca conté lo suficiente como para meterme en la vida de otros, nunca influí lo suficiente. Ellos ni siquiera se preguntarán qué fue de mí, solo me dejarán ir, como lo hará cualquier agente que ya ha estado en mi caso cuando pasen al siguiente.

Ver aquellas osamentas se sintió extraño.

Dolió porque encontré triste la forma en la que su vida había sido alejada de ellos, sus nombres borrados y sus historias desaparecidas con el paso de los años. Dolió porque ese será el final que yo tendré.

Esa es la razón por la que no puedo ni quiero dejar el recuerdo de mi padre ir, por lo que me aferro a él con tanta fuerza. Lo hago como si eso fuera a salvar a mi propio recuerdo de desaparecer cuando llegue mi hora, pero no lo hará, y yo ya no encontraré consuelo en una nueva identidad porque me habré quedado sin espacio para correr.

Cuando muera, me olvidarán. Muchos ya me han olvidado.

Mi mayor miedo es que, cuando me vaya, no dejaré nada.

Será como si nunca hubiera existido, como si nunca hubiera vivido.

Aunque, para ser justos, Olivia Wilson murió en Virginia, y yo no he vuelto a saber quién soy desde entonces.

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Lo del nombre del narrador ha sido voluntario, Wilson es el verdadero apellido de Olivia y este capítulo es el único en el que no finge en ningún momento y donde habla libremente sobre sus miedos y su verdad. Así que es una forma de decir: "Esta es ella, sin máscaras"

Ahora, sobre el capítulo, Olivia ha estado modo:

Traducción: "A la mierda la el estar consciente"

Cada vez piensa más en la noche en la que murió su padre, ¿qué creéis?

1. Recordará todo y no podrá lidiar con ello

2. No llegará a recordarlo por el bien de su salud mental

3. Morirá antes de unir cabos.

4. LANA QUE PONE EN EL TRES

Sobre su padre dejando que ella fuera a su despacho a pintar:

Sobre su madre hablando AL FIN del tema con Olivia:

◌ Me dio penita lo que la madre contó de Olivia de niña, ella lo tiene bastante olvidado porque era pequeña, pero también tiene razón en decir que casi pierde a su hija también. ¿Os imagináis lo duro que tuvo que haber sido eso para ambas?

◌ LE MANDARÁ DOS FOTOS </3 🥺

(ya era hora)

Sobre el final, recordad que cada quién tiene su forma de ver la vida y su realidad, para Olivia es esta. No es alegre, pero nada en su vida lo ha sido.

Un abrazo y nos leemos el sábado [Con Asher y Olivia pasando un rato juntos que ya tocaba]

— Lana🐾

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