Capítulo 3 - Mañanas en París
3 | Mañanas en París
Olivia Audevard
Cierro las manos contra mis mantas, con la mirada en la puerta porque ni siquiera con la llave echada soy capaz de sentirme segura. Mi corazón lleva acelerado horas y la culpa me carcome al seguir sentada en mi cama en vez de haber ido a la presentación del curso al que estoy apuntada.
He venido a París por ese programa preuniversitario, pero, en vez de estar buscando las oficinas en La Défense, sigo en el séptimo distrito, preparada y sin ganas de levantarme e ir.
Mi madre tenía razón en algo y es en que las mudanzas no son sencillas para mí. Nunca he sabido lidiar con los primeros días y ya no porque no lo haya intentado, sino porque una parte de mí salta en mi contra en cuanto cambio de casa. Tiendo a estar más alerta, alterada hasta el punto de esconderme las primeras noches en el rincón más pequeño y protegido que pueda encontrar y, aun así, a no poder cerrar los ojos. No acostumbro a dormir demasiado esos días. Suelo hacer más ejercicio para intentar cansarme, pero tampoco funciona. Eso me afecta por completo. Afecta a mi irritabilidad -me hace saltar más fácilmente- y, algunas veces, como ahora, me impide comportarme como debería.
Me ha pasado desde siempre y nadie ha sabido darme una razón. A los ocho años una psicóloga infantil intentó hacerlo. Según ella yo uno las mudanzas con el estrés que me generó la noche anterior a la primera. ¿A quién no le crea estrés que su padre haya muerto asesinado?
Tiene sentido, pero yo no termino de aceptarlo. De ser así el tiempo debería haberlo curado. El terror absoluto que siento tras mudarme, a mi edad, no es algo que sea provocado únicamente por "una situación de estrés cuando tenía siete años". No consigo creer que sea así, pero, si hay algo más, no soy capaz de verlo. Ni yo ni los psicólogos infantiles que en su día me trataron.
Hago girar la tarjeta de transporte a la que ya le he pegado mi foto. Mis dedos presionan la imagen cada vez que la muevo. No quiero verla, no quiero verme.
Mamá solía decirme que de niña no pudieron ayudarme porque yo no quería ser ayudada. Mutismo selectivo, le llamaron. Dijeron que sufrí un trauma tan severo que me encerré en mí misma. Protegí todo, incluso mis palabras. Ojalá hubiera hablado más. Quizás entonces no me sentiría tan perdida como lo hago a día de hoy. Puede que así ya no permaneciera despierta sentada en mi cama hasta altas horas de la madrugada. Quizás así no tendría que revisar que la puerta esté cerrada cada pocos minutos y mi corazón no me rogaría meterme bajo la cama incluso cuando no hay espacio para esconderse ahí.
Sí, los primeros días tras una mudanza sacan la peor parte de mí.
Muevo la tarjeta de transporte, la Navigo. Hago tiempo hasta mandar un correo a los organizadores para decirles que no me encontraba bien esta mañana y que no he podido ir a la presentación a sabiendas de que mañana tendré que ir directamente al inicio de las clases. Luego me pongo un cárdigan fino sobre mi vestido blanco y salgo de mi habitación.
Al contrario que hace unas horas, ahora el piso está lleno de vida. La luz ilumina el pasillo, algunas de las puertas están abiertas, y las conversaciones fluyen en francés por la cocina. Las palabras llegan a deslizarse hacia alguna de las habitaciones y se intercalan con suaves risas y distintos tonos.
No reconozco a nadie más que a Ansel.
Ansel está sentado junto a la isla de la cocina, con un codo sobre el mármol y riendo de algo que un chico pelinegro acaba de decir. Pronto tanto Ansel como la chica castaña a su lado empiezan a soltar un "Uh" como pulla hacia el pelinegro mientras él cocina. El pelinegro les dice algo que hace que Ansel murmure hacia la chica para luego reír los dos.
Por el tono en mi cabeza suena a unas amigables burlas hacia el pelinegro.
De un momento a otro, Ansel me ve y me hace una seña.
—La nueva —dice. Pese a que su inglés es impoluto, le añade un exagerado acento francés que la chica a su lado copia al oírlo. El pelinegro entrecierra los ojos hacia ellos y Ansel me señala mirándole a él. De nuevo, con ese exagerado e innecesario acento que pone, más que nada, por diversión, repite—: La nueva.
La chica dice algo similar, un extraño: "La nova"
El pelinegro rueda los ojos hacia Ansel y juraría que está pensando si golpearle con la espátula es algo que valga la pena. Sus dedos se colocan mejor sobre la espátula y, al final, sus hombros caen para volver a lo suyo. Es un chico esbelto, alto y delgado que no tarda en buscar un plato para servir lo que sea que esté preparando.
—Olivia —llama Ansel de forma más normal—. Ven, siéntate. —Él se desliza una silla hacia su derecha para dejarme un hueco libre entre él y la chica como si quisiera dejarme en medio para darme desde un primer momento la sensación de ser incluída. Hace una seña hacia la chica—. Ella es Yvonne. —La chica me da una sonrisa y la trenza deshecha cae sobre su hombro al inclinarse para mirar a su lado cuando me siento—. No sabe mucho inglés, así que va a ser difícil que habléis, pero mientras no llegues de madrugada haciendo mucho ruido o fumes en su presencia, todo va a ir bien.
El pelinegro que estaba cocinando ríe.
—Recuérdalo —dice. Llego a mirarle como si eso fuera a volver más fácil entender a través de ese marcado acento—. Si llegas tarde, nada de ruido. Ella se enfada si hay mucho ruido al dormir —trata de explicar.
—Sí, el vecino de enfrente vino una vez por los gritos —añade Ansel.
—No hacer ruido por la noche, apuntado —digo.
La chica, Yvonne, dice algo en francés y Ansel se inclina un poco para poder mirarla al darle una respuesta. Veo a Yvonne rodar los ojos, señalarse y levantar los pulgarles como si dijera: "No les hagas caso, soy buena".
—Dice que te cortará la cabeza si haces ruido pasadas las tres —traduce Ansel.
—Le ha dicho a Ansel que no meta cosas malas de ella en la conversación —intenta el pelinegro. Le veo dejar un plato sobre la mesa, una tortilla francesa doblada en forma de fino rollo que desprende calor—. Soy Anthony, pero prefiero solo "Tony".
—Encantada, yo soy Olivia.
Hago un amago de darle la mano al presentarme que corto de forma disimulada estirándome un poco. Incómodo. Yvonne dice algo hacia Tony y las palabras de él son más bajas que antes. Yvonne hace una mueca y apoya una mano sobre la de él como si quisiera darle apoyo. Acompaña eso con palabras suaves.
—Eh, ¿tienes planes para hoy? —me pregunta Ansel. Dejo la conversación de Tony e Yvonne a un lado para mirar hacia Ansel. Niego y él añade algo más—. Voy a ir a sacar unas fotos con una amiga a Trocadero, ¿te apetece venir? —No estoy segura de por qué, pero dudo al escucharlo y Ansel se apresura a hablar como si tuviera que suavizar las palabras—.Te lo dije, todos aquí sabemos lo que es ser nuevo y no vas a quedarte encerrada sola dos días.
—Ayer salí.
No sé por qué, pero eso es lo que digo. Me arrepiento al instante.
Ansel me da una sonrisa.
—Te gustará Trocadero. ¿Te apuntas? —insiste.
—Me gustaría.
—Hecho.
Ansel da un pequeño golpe en la mesa al ponerse en pie y dice algo en francés a sus amigos. A nuestros compañeros de piso. Luego me dice a mí algo también en francés antes de caer en la cuenta de que conmigo tiene que cambiar el idioma y fruncir el ceño como si acabara de entender que ha hecho una tontería.
—Ve a por lo que necesites, voy a por mi cámara y estoy —me dice.
Antes de ir a mi habitación, Yvonne se despide de mí con un gesto de la mano y Tony intenta advertirme diciendo "Cuando no quieras sacar más fotos dile, si no él está horas. Muchas".
Ese consejo lo guardo por si acaso y pocos minutos después Ansel y yo estamos en la calle. Él mira su móvil de forma contínua y en un momento dado me hace correr para llegar al autobús al que quiere subir.
—¿Has dicho autobús? ¿No vamos en tren?
—¡El autobús nos ahorra cinco minutos! Pero va a pasar ya, ¡corre! —insiste.
¿Cinco minutos? ¿Me hace correr por calles y esquivar a personas por ganar sólo cinco minutos? Aun así termino sonriendo. Divertida ante la situación y orgullosa cuando conseguimos alcanzar el autobús antes de que cierre las puertas. Ayer hice una parada antes de ir a por comida en la estación para recargar la tarjeta y ahora imito a Ansel al subir. La paso por el lector y veo a Ansel dejarse caer en un asiento con la respiración algo agitada. No parece acostumbrado a tener que correr.
Me mira con pesadez.
—Venga, ¿no vas siquiera a parecer algo cansada? —pregunta—. ¿Un suspiro al menos?
—Solo hemos estado corriendo cinco minutos.
La sonrisa de Ansel pasa a esconder una apagada risa. Se hunde un poco más en el asiento y coloca la bolsa con su cámara mejor sobre las piernas. Desliza una mano sobre sus rizos castaños para apartarse el pelo de la frente.
—Ya, cinco minutos son mucho cuando todo lo que haces es correr para no perder el tren al ir a clase —dice.
—Será eso.
—¿Te estás burlando? —pregunta.
—¿Qué? ¡No!
Su sonrisa vuelve.
—Lo sé, estaba bromeando —dice.
De nuevo, se estira un poco más y usa el tiempo en el que estamos en el autobús para limpiar la lente de su cámara y asegurarse de tener todo en la bolsa, bien guardado antes de llegar.
El autobús nos deja en una amplia plaza y Ansel me agarra de la muñeca al bajar diciendo que no quiere que me pierda. Al principio llego a abrir la boca para decirle que eso no es posible, pero luego veo dónde estamos. A pocos pasos de la parada del autobús está una plaza de baldosas que los pies de turistas no paran de pisar. Hay unas pequeñas escaleras y tantos vendedores mezclándose con turistas que mis sentidos se sienten algo sobrepasados por un momento. Luego lo veo.
La torre.
—¿Eso es...?
—La famosa Torre Eiffel —interrumpe Ansel. Tira del agarre de mi muñeca con una mano y sostiene la bolsa de su cámara cerca con la otra mientras nos mete entre todas las personas que se están sacando fotos en esta plaza. La cantidad de personas crece cuanto más avanzamos—. Vamos a ir a los jardines, desde ahí podremos sacar mejores fotos. No mejores, pero al menos puedes sacar algo sin que salgan cientos de turistas de fondo. Si quieres una buena foto en esta plaza tienes que estar al amanecer —explica.
Bajamos unas pequeñas escaleras y encuentro el final de la plaza. Hay un muro contra el que las personas se apoyan y por el que se asoman para tomar más fotos. La torre está detrás de ellos. Antes de poder apreciarla bien, Ansel me hace girar hacia la izquierda a través de unas escaleras más largas.
Y más escaleras.
Bajamos hasta lo que él ha llamado jardines y nos quedamos en pie en el centro. Hay dos esculturas blancas cerca y dos más antes de llegar a la fuente. Si levantas la mirada, la torre está tan cerca que es arrollador.
No me la imaginaba tan grande. Puedo ver desde dónde nacen las gruesas patas de hierro que sostienen la escultura. Tan cerca. Lo único que dificulta verlo en todo momento son los chorros de agua que, en forma de cascada o chorro, se levantan sobre la fuente central de estos jardines.
Ansel tira de mí una vez más.
Nos lleva a uno de los dos pilares blancos sobre los que esperan pequeñas esculturas y saca el móvil. Hace una llamada en francés y le veo moverse en busca de alguien. Al final, la encuentra. Es una chica de brillante pelo negro con largas piernas y un ajustado vestido.
Ansel va directo a ella y la saluda con dos besos en las mejillas. Luego él tira de la mano de ella y parece decirle algo agradable sobre su ropa porque ella sonríe y mueve un poco los tacones. La confianza que se tienen se nota a la legua. Se nota incluso antes de que él la traiga entre risas y con una mano sobre su espalda.
—Olivia, esta es Colette —presenta.
A ella le dice algo en francés y, la chica, con una perfecta manicura, extiende la mano hacia mí. Sé que no soy baja, aun así ella me hace sentir que lo soy. Es alta, con largas piernas y cuerpo delgado. Su ojos son claros, la piel impoluta, y la sonrisa parece tan perfecta que me cuesta verla como una persona real y no alguien recién salida de una revista.
—Encantada —me dice con el acento suavizado y dándome la mano sin estar segura tampoco de cómo saludar.
Ese problema lo entiendo, lo suelo tener aquí. Cada país es un mundo y siempre es algo incómodo saber cómo acercarse a las personas. Para no incomodar las cosas, comparto ese gesto y, al soltar, muestro mi actitud más amigable.
—¿También te gusta fotos? —pregunta con suavidad. Se nota que no termina de dominar el inglés, pero Ansel la premia con palabras en francés al oírle intentarlo. Sé que son buenas porque ella sonríe al oírlo, orgullosa, y pasa de nuevo a inglés—. ¿También?
—Tomar fotos —le corrige Ansel.
—Tomar fotos —repite ella. Le mira confundida—. ¿Tomar...se?
—Eso es —responde él.
—¿También te gusta tomarse fotos? —me pregunta ella una vez más.
Casi.
—Claro —miento.
Le dice algo en francés a Ansel y él vuelve a acomodar la bolsa en la que trae la cámara. Tras unas palabras, Colette me hace una seña para ir andando con ella y Ansel no tarda en traducirme lo que acaban de decir.
—Vamos a ir a sacar unas fotos al muro. —Señala la fuente y un escalofrío me recorre. ¿Quiere que vayamos al muro que hay junto a ella? ¿Se da cuenta de que los chorros están encendidos y que eso no va a ser exactamente posible?—. Oh y Colette está en un intensivo de inglés así que le encanta practicarlo, no te va a dejar en paz en un buen rato.
—¡Te he oír yo! —grita ella de vuelta.
—Oído —corrige él. Añade algo en francés, palabras que suenan casi dulces y llego a preguntarme si ha habido algo entre ellos en algún punto.
—¡Te oído! —corrige ella.
Ansel ríe y niega.
Busca una zona que le guste y prepara la cámara. Le veo sacar un par de fotos a la zona vacía, ajustar y volver a hacerlo para ir comprobando. Colette, mientras, piensa durante un rato cada frase que va a decirme y, aunque tiene que repetir alguna, intento darle respuestas fáciles que pueda ir asimilando. Como Ansel me ha advertido, ella parece realmente interesada en que le hablen en inglés y, cada poco, me pregunta una palabra en vez de decirla como si quisiera que la corrigiera. No llego a hacerlo. Yo solo hablo un idioma, cualquiera que sea capaz de relacionarse en un segundo idioma tiene todo mi respeto, no tiene que hacerlo perfecto y no consigo ponerme en una posición donde tenga que corregirla.
Cuando Ansel está conforme, le pide a Colette que se acerque y le pasa la cámara.
Le dice en francés más cosas a ella, le explica cómo colocar la cámara, desde dónde sacar la foto y tarda lo suyo. Al apartarse, ella me mira.
—Es muy... —Hace un gesto como si quisiera decir "diva".
—Me gusta una buena foto —responde él subiéndose al muro blanco frente a la fuente. Colette saca algunas fotos con las que Ansel no se queda conforme. Revisa, vuelve a su sitio y lo hace una segunda vez. Entonces Colette empieza a jugar con la cámara y, al de unos segundos, Ansel le dice—: Vite, chérie, prends ma photo [Venga, cariño, sácame la foto]
—Un peu de patience [Un poco de paciencia] —responde ella.
Ansel espera en su sitio y, al final, obtiene la foto que quiere. Una vez conforme le dice a Colette algo que interpreto por un "elige dónde quieres la foto" y ella cambia la cara por una amplia sonrisa. Ansel, en algún punto, ha dicho "où" y eso lo reconozco. Es "dónde". Colette levanta un brazo y dobla un poco las rodillas, emocionada cuando dice algo similar a "Le carrousel".
Ansel niega, luego me mira.
—Colette quiere sacarse unas fotos en el carrusel que hay allí. —Señala una zona apartada cerca de la carretera—. ¿Quieres tú alguna foto aquí antes de ir?
—No hace falta.
—¿Seguro? Soy buen fotógrafo. —Mueve un poco la cámara.
A mi madre le gustaría que le mandase alguna foto.
No me gusta la idea de que él tenga una foto mía en su cámara, que cualquiera guarde fotos mías a decir verdad, así que saco mi móvil y se lo paso.
—¿Me sacas una con mi móvil? —pido.
—La calidad de esta cámara...
—Prefiero mi móvil.
Ansel mira el móvil y termina por darle la cámara a Colette quien, mientras Ansel se sitúa, se intenta sacar alguna selfie con esa cámara. Ansel la ve y parece a punto de decirle algo, pero finalmente muestra una media sonrisa, casi embobado, y luego vuelve a mi móvil. Se agacha y, esa "una foto" que le he pedido se convierte en él diciendo que el ángulo no es bueno, que me mueva un poco, que levante un poco la barbilla, que me incline ligeramente...
Tony tenía razón al advertirme.
Ansel no me deja tranquila hasta que bajo del muro y le quito el móvil. De ser por él todavía seguiría en busca de la foto perfecta. Al ir a mi galería, veo un sin fin de fotos que rompen con todo lo que había ahí. No acostumbro a sacarme fotos por la misma razón por la que no me gusta mirarme demasiado tiempo al espejo, o mirarme en general. Me cuesta reconocerme. Así que selecciono una al azar y se la envío a mi madre. Luego borro todo.
Ansel pasa un buen rato sacando fotos a Colette mientras ella se balancea por un carrusel vacío. Al contrario que yo, ella se ve encantada con las indicaciones y, si digo la verdad, ellos dos se mueven a un mismo compás.
Es curioso verlo. Cómo dan la sensación de olvidarse del resto. Ansel realmente disfruta sacando fotos y Colette no se queja ante su perfeccionismo. Es más, en algún momento él se acerca sólo para mover un poco el rostro de ella y puedo jurar que, al otro lado de la cámara, él se ve conforme pero también algo encandilado.
Al terminar con el carrousel, Colette se sienta con la cámara para empezar a revisar las fotos y Ansel viene a mi lado.
—¿Cómoda? —pregunta.
—¿Uhm? —lanzo de vuelta.
—Estás algo apartada —explica y mete las manos en los bolsillos de sus pantalones—. Sé que a veces puedo perder un poco la noción del tiempo con las fotos. Créeme, me lo dicen mucho. Pero lo que sea dime.
¿Cree que me estoy separando de ellos por incomodidad?
—Estoy cómoda —le aclaro.
—¿Estás segura?
—Por supuesto, si no te lo diría. —Sobre todo ahora que mis emociones se desbocan tan rápido por culpa del cansancio—. Lo que tengo es algo de hambre. He visto un puesto de crepes cerca, creo que voy a ir y volver en un momento.
—Crêpe? —repite Colette levantando la cabeza—. Elle a dit "crêpe"? [¿Crepe? ¿Ella ha dicho "crepe"?]
Ansel vuelve la mirada hacia mí.
—Acabas de liarla, ella ama los crepes —me dice.
Colette está a nuestro lado al momento, preguntando lo mismo hasta que Ansel le da la respuesta en francés y ella se vuelve hacia mí con los ojos brillantes. Me pregunto, siendo completamente honesta, si ella "ama los crepes" como Ansel dice porque, la verdad, es que no sé cómo podría mantener un cuerpo así si consume mucho de esa clase de comida.
—¿Nosotros crepes? —me pregunta.
—¿Vamos a ir a por crepes? —corrige Ansel—. Estás tan hambrienta que te estás comiendo todas las palabras.
—Crêpes? —repite ella.
—Sí, crêpes. —cede él.
Al final terminamos yendo los tres a por los crepes.
Colette pasa el tramo hasta el puesto revisando fotos y Ansel parece algo cansado mientras vamos hacia allí.
—¿Todo bien? —pregunto—. Si te ha molestado lo de parar las fotos por...
—No, no te preocupes —corta—, sólo pensaba.
—¿En algo que quieres compartir?
Me mira.
—No, la verdad es que no.
—Está bien. —Cierro el fino cárdigan sobre mi vestido al sentir los golpes de aire por andar tan cerca de la carretera. Cada vez que un coche pasa a mi lado, un golpe de aire me golpea junto a un cargado olor—. No te lo he dicho antes, pero gracias por invitarme a venir. ¿Sabes que todavía no había visto la torre?
—Tampoco te perdías mucho.
—¿Bromeas?
—No. Ver la torre durante el día no vale mucho la pena. Deberías verla durante la noche. Ahí es bonito, solo que las fotos son más difíciles —dice.
—Te gusta mucho sacar fotos.
—Y a mis seguidores verlas —comenta.
Aunque no estoy muy metida en tema redes sociales distingo ese tono y termino por preguntar.
—¿Eres uno de esos que suben fotos para ganar seguidores y que les regalen cosas?
—No es exactamente eso —responde con el ceño algo fruncido—, pero podrías decir que sí. —Luego, con esa sonrisa orgullosa que sacaba al comprobar que una foto era buena, añade—: Llegué a ciento cincuenta mil seguidores en Instagram el mes pasado.
—Guau, eso es...
—No es mucho si comparas, pero está bastante bien.
¿Que no es mucho? Para mí un número grande hubiera sido algo como mil, pero, ¿ciento cincuenta mil?
Como si entendiera lo que me pasa por la cabeza, le dice algo a Colette y ella mira sobre su hombro para responderle. Luego Ansel me señala a mí y ella entiende lo que él quiere decir. Yo no. Colette levanta un dedo y no entiendo nada de lo que dice. Luego le saca la lengua a Ansel y se vuelve hacia sus fotos.
—¿Qué ha sido eso? —le pregunto.
—Le he pedido que te diga cuántos seguidores tiene ella.
—¿Uno?
—Añade millón detrás de eso.
—¿Tiene un millón de seguidores? —pregunto atónita.
—Prácticamente. Le queda muy poco para llegar.
Miro hacia Colette, a su espalda más bien.
Ahora no sólo tiene más sentido el tema de las fotos sino lo arreglada que ha venido. Al verla podía notarlo, esa presencia que tiene, pero en ningún momento he pensado que llegara a algo así.
—Todo gracias a que yo soy su fotógrafo —bromea Ansel dándome un suave codazo.
—Ya, no creo que sea solo por eso —no puedo evitar decir de vuelta.
Ansel ríe.
—Venga, hoy invito yo a crepes. Tómalo como un "Tengo el mejor compañero de piso que podría pedir" —dice.
—No hace falta que me invites a nada.
—Insisto.
—Vas a hacer que me sienta en deuda contigo si lo haces —admito.
—Entonces guárdame una, podrás devolvérmela saliendo de fiesta con nosotros alguna vez. —Antes de que diga nada, añade—: No quiero que suene raro. Me gusta ser sociable, es todo.
—Oh, creeme, eso lo he notado.
Me lanza un guiño y se vuelve hacia Colette para quitarle la cámara de las manos y guardarla antes de llegar al puesto donde venden los crepes. Al pequeño puesto con bastante fila que espera junto a la carretera y al borde de los Jardines del Trocadero.
Me he saltado la presentación del curso, pero no puedo decir estar arrepentida.
Quizás no sólo mi madre tenía razón y también yo la tuviera al decir que necesitaba esto. Llevo tanto tiempo sintiendo esas cadenas en mi cuerpo que nunca he tenido cualquier cosa similar a la libertad. Aquí podría tenerla.
Puede no ser lo más seguro, puedo estar cometiendo un gran error, pero, si es así, quiero cometerlo.
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Olivia saltándose el primer día de clases en cuanto vive sola es un estilo de vida JAJAJAJ
Sobre las mudanzas... Ya empezamos con no poder dormir, NO PODÍA FALTAR
Esto ha sido rápido.
Pasemos a lo bueno: hemos conocido ya a 4 compañeros de piso (Ansel, Asher, Tony e Yvonne) y 3/4 parecen agradables!! ¿No es bueno? ¿Sí? ¿No?
#VuestroCompañeroDePisoFavoritoEs...
El mío es Asher.
Nah, en realidad es Tony (sabe cocinar bien, eso es un gran punto a su favor)
Y YA TIENEN SUS PROPIOS DRAMAS *Cofff* Tony medio off e Yvonne animándole *COOFFF* Ansel que el ha dado un pequeño bajón del que no quería hablar.
¿Será que tiene un crush no correspondido?
pd-Ansel invita a crepes, si no le habéis puesto como compañero de piso favorito arriba ALTA TRAICIÓN
(Y esto lo dice quien ha elegido a otro en vez de a Ansel)
Ahora sí, gracias por el apoyo y nos leemos el sábado con más París, más LPDA y más tiempo de compañeros de piso (con un agridulce rubio tal vez??)♥
Un abrazo enorme,
— Lana🐾
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