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Capítulo 24 - Recuerdos y traumas

24 | Recuerdos y traumas

Olivia Audevard

Miércoles, 1 de julio

Mentiría de decir que sé bien cómo actuar después de lo del viernes.

Estoy acostumbrada a tener mi espacio, una gran separación entre la realidad y esas burbujas que creo. Si estoy en una relación, tiro de tiempo para mí igualmente, tiro de un sitio al que desaparecer y donde pensar, un sitio donde no tener que fingir que soy una chica enamorada -porque esa es la forma más fácil de mantener las relaciones que empiezo-. Si, en cambio, es algo puntual, es todavía más fácil porque nunca doy un apellido con el que puedan encontrarme de nuevo, no doy mi número y, mucho menos, una dirección. Cuando me voy, lo hago sin tener que volver.

Lo que hizo que no supiera cómo comportarme después del sábado porque mis planes habían sido hechos añicos. Asher, al contrario que el resto, tiene mi dirección -obviamente-, y, aunque pase él más tiempo fuera que aquí, vivimos en los mismos metros cuadrados.

Por suerte, no he tenido que pensar mucho en ello.

Ya no solo porque no hemos coincidido mucho estos días, sino porque todo lo que ha habido entre ambos desde entonces ha sido silencio. Lo que es más desconcertante de lo que había esperado, siendo sincera.

Hoy despierto más temprano que de costumbre. Esas pesadillas que me dejan temblando, más blanca que el papel y con un terror tan intenso que me hace vomitar al despertar, han vuelto. Después de noches sin soñar, algo tan común para mí que he aprendido a agradecerlo porque, pese a borrar los sueños agradables, también hace de barrera entre la mayoría de pesadillas y yo, esta noche ha pasado.

Siempre vienen sin aviso y son tan simples que muchas noches me pregunto cómo es que son ellas las que pueden romper las barreras de protección que mi propia cabeza pone entre mis sueños y yo. Sigue sorprendiéndome que, esas pesadillas que me dejan tan mal, que me despiertan con un terror que me ahoga y desgarra, no tengan sangre en ellas.

Nunca he sido capaz de hablar esos sueños, pero, alguna vez, si Ramirez se pasaba por casa el mismo día, mamá le contaba que yo había pasado mala noche y mal día, porque, muchas veces, ni siquiera consigo hablar durante horas después de eso. En casa solía quedarme en el sofá, con una manta sobre mis hombros y la mirada en la puerta, incapaz de moverme, incapaz de hablar, y sin ganas de interactuar.

Es curioso porque pocas personas dirían, al describirlo, que son pesadillas. La gente espera que una pesadilla sea algo intenso, un momento traumático donde hay armas, ataques, sangre o muertes. No es así para mí, y no hablo de ello porque dudo que alguien pueda entender que, todas las veces que tengo pesadillas, estoy solo yo.

Pensaba que las pesadillas que más me destrozarían estarían llenas de sangre. Pensé que me enseñarían el rostro destrozado del guardaespaldas que dio la vida por protegerme, de ese cuya imagen se repite en mi cabeza muchas noches antes de dormir y que todas esas veces me hace llorar por la culpa que siento, sin embargo, no me golpea eso. Tampoco el momento en el que él entró en mi habitación, en silencio y haciéndome una seña para irnos porque había intrusos en casa. No veo a mi guardaespaldas tirando de mi mano mientras íbamos con cuidado escaleras abajo con la certeza de estar en medio de algo malo.

Es el instante previo.

Mis peores pesadillas crean un bucle entre que me desperté y hasta que se abrió la puerta.

Eso es lo que es complicado de explicar a las personas, que lo duro no es el momento en el que ves tu vida colgando de un hilo, no, ahí tienes una certeza, ahí estás en movimiento. Tus pensamientos se aceleran, la esperanza o desesperación te golpea, y la adrenalina te guía. Eso es fácil. Lo difícil es el momento previo de incertidumbre, es despertar con el corazón acelerado porque has oído algo y estar sola en la oscuridad sin saber qué ocurrirá después. Es ese instante en el que todavía no puedes reaccionar, ni pensar, y todo lo que pasa por tu cabeza es: "Va a pasar" y no quieres afrontarlo. Es el segundo donde todo lo que quieres es llorar, patear y gritar porque no quieres lo que te viene encima pero sabes que está ahí, al otro lado de la puerta y a punto de entrar.

Con eso sueño siempre, con el segundo previo. Sueño con despertarme en la cama como lo hice en Tennessee, en lo que sentí, en ese pánico, en las ganas de llorar, en la impotencia, en el no querer que ocurra y en esa negación que te acompaña con la incertidumbre de cómo terminará. Cuando todavía la adrenalina no te ha golpeado y tu cuerpo se siente tan pesado que parecen haberlo congelado en su lugar.

Hay instantes que fueron reales y otros que nunca ocurrieron dentro esas pesadillas. Me veo en mi cama, con luz azulada bajo la puerta y lluvia contra la ventana. O escondida en un mueble como hacía cuando tenía ocho o nueve años y vivía con tanto miedo que no era capaz de estar mucho tiempo en lugares abiertos.

Hoy he soñado con las catacumbas, con sus pasillos, largos y estrechos, hundidos en una oscuridad que apenas iluminaban las luces amarillentas de la pared. He soñado con unas paredes tan estrechas que podía tocarlas sin necesidad de estirar los brazos, con un suelo plano lleno de barras sobre las que pasar y que amenazaban con hacerme caer. He soñado con una oscuridad que inundaba el pasillo, tan largo que nunca llegaba a un final, en ambas direcciones.

Y con el latir de mi corazón.

Lo peor son los sentimientos, esos incontrolables sentimientos angustiosos que caen sobre mí con cada pesadilla, mezclando lo que sentí en distintos momentos de mi vida y haciéndolo tan vivo que juraría que estoy muriéndome de puro terror. Hoy estaba como en esa cinta interminable, andando todo lo rápido que podía hacia una zona sin iluminar donde no sabía con lo que me encontraría y sin dejar de mirar sobre mi hombro. No veía nada, pero lo sentía, mi corazón saltaba y mi mente gritaba que tenía poco tiempo, que tenía que correr, que tenía que huir.

Y lo intentaba, lo intentaba aunque el pasillo no terminara, aunque se estrechara y las luces parpadearan. Lo intentaba aunque tropezaba con cada barra y lo hacía sin apenas poder moverme. Mis músculos dolían, como si nunca hubiera corrido más de un minuto en toda mi vida. Mis pulmones ardían, llenos de angustia y lágrimas en una persecución que no terminaba de entender. Porque estaba atrapada ahí, en el segundo previo al golpe, en ese instante donde todavía no sé lo que ocurre ni tengo claro qué hacer. Atrapada al borde del pánico y sin saber cómo iba a terminar pero gritando en mi interior que no quería descubrirlo, rogando que no ocurriera.

Pero viéndolo venir.

Atrapada sin poder defenderme porque todavía no había nadie de quien hacerlo.

Sola.

Asustada.

Al despertar eso me barre por completo. Todas las veces. Suelo despertar acelerada por pesadillas que no recuerdo, pero de estas no suelo recuperarme rápido, de las que recuerdo no puedo salvarme al abrir los ojos. Y nunca lo cuento porque no creo que nadie sea capaz de entenderlo. Porque es difícil comprender que el auténtico terror, al menos para mí, nunca viene de lo que veo, sino de las reacciones de mi cuerpo ante ello, una reacción que se queda guardada en tu memoria y que, a medida que más se repite, más rompe algo dentro de ti. Más altera las respuestas que no puedes controlar. No, el auténtico terror no viene de imágenes, se trata de recuerdos que han roto algo dentro de ti y que ya no controlas, viene de olores que te golpearon cuando creías que ibas a morir, viene del frío de la piedra que tocaste cuando huías con el corazón acelerado, viene del dolor en un punto de tu cuerpo porque una vez te golpearon con tal fuerza que pensaste que no saldrías de esa.

La mayoría de personas creen que el miedo viene de los monstruos de las películas, del cuchillo que brilla lleno de sangre, que viene de la pistola que te apunta. Sí, eso preocupa, pero ahí ves tus opciones, tan claras como el agua: Lo enfrentas, huyes o te rindes. Vives o mueres. Actúas. Es físico. Todo ahí es físico. Sin embargo, lo que la mente hace cuando te quedas sola, cuando todavía no lo ves, cuando no tienes una dirección ni distracción, eso es el auténtico terror. Tu mente provocando reacciones químicas en tu cuerpo sin que le des permiso, la incertidumbre, las garras de tus pensamientos clavándose con veneno dentro de ti.

No es el brillo del cuchillo ni los monstruos.

Es el saber que están al otro lado de la puerta y no estar lista para abrirla.

Es el segundo previo.

Para mí, siempre ha sido el segundo previo.

Por eso, hoy, me he despertado tan mal que he ido directa al baño a vomitar. He vomitado hasta que el miedo ha salido de mi cuerpo, dejándome temblando y abatida. Lo he intentado echar todo ahí, debilitando mi cuerpo tanto como mi mente en busca de un equilibrio mientras ese veneno de mis propios pensamientos se deslizaba fuera entre pesadillas y recuerdos.

Recuerdos que creía haber olvidado hasta que mis peores noches los traen de vuelta como los objetos que la marea deja en las playas. Ensuciándolas. Desde lo más profundo de su oscuridad.

Me enjuago por tercera vez y me limpio la cara antes de salir del baño. Son pasadas las cuatro de la mañana y mis rodillas amenazan con fallar un par de veces de camino a la cocina. Después de tantos años peleando contra mi propia cabeza, intento hacer lo posible por poner de mi parte para que no me tire abajo. Por eso, si las pesadillas son tan intensas que me hacen vomitar todo y me quitan las fuerzas, intento comer algo limpio después. Mezclo las fresas que me quedan con un yogur natural y me siento en la isla de la cocina mientras el frío de la noche hiela mi sudor.

No quiero ir a clases hoy.

Sé que me he saltado tantas veces las clases que dudo que me den el certificado al terminar, pero no me gusta ir. Se supone que están preparándonos para ser emprendedores, nos enseñan lo básico del diseño gráfico y el uso de las herramientas para ello. Nos enseñan cómo hacer un buen discurso, la psicología aplicada a consumidores, la estructura de un plan a cinco años... No me interesa. No es por lo que vine aquí. Vine aquí para respirar y, aunque sé que eso es tirar ahorros que se han mantenido sellados desde poco después de la muerte de mi padre, no puedo sentirme mal por hacerlo.

Mientras como, los recuerdos siguen cerca, apareciendo uno tras otro de forma intrusiva para llevarme adonde no quiero ir. Llevándome a casa.

Me llevan al momento en el que mamá me sacó en brazos, con las luces de los coches de policía iluminando la noche y las linternas moviéndose hacia la casa mientras nosotras salíamos. Me dejó oyendo las voces por la casa y el exterior, con su mano en mi cabeza para intentar que no mirara. Pero yo miraba la puerta, grande y abierta, y miraba hacia abajo, hacia el peluche gris en mi mano que se escapó de mis dedos y golpeó el camino de piedra hacia nuestro chalet.

Cayó boca arriba, balanceándose un poco antes de quedarse ahí, olvidado como las fotos que nunca paramos a recoger, como los muebles a quien nadie paró a echarles una manta por encima y los objetos que nunca recogimos. Se quedó ahí para que la lluvia, el viento y el paso del tiempo lo destrozasen junto a los recuerdos de una casa cuya felicidad murió ese cinco de agosto de 2010.

Levanto la cabeza de mi bol cuando oigo las llaves en la puerta principal.

Mi corazón da un vuelco y la respiración se traba en mi garganta. No por miedo porque, en mi vida, nunca alguien entró con llave y educadamente para hacer algún mal, sino por una sensación de tensión que me envuelve.

Tony enciende la luz en cuanto entra, con cuidado de no hacer mucho ruido con la maleta pequeña que arrastra y una bolsa grande colgando de su hombro. Al entrar, levanta la cabeza y se quita la capucha empapada de su abrigo fino.

Deja sus cosas en la alfombra del salón antes de acercarse.

—Hola —Aunque cansada emocionalmente, le doy una sonrisa agradable y hago una seña para que se siente a mi lado si quiere. En lugar de eso, va a su estante en la nevera. Meto otra cucharada de yogur con fresas en mi boca antes de mirarle—. ¿Qué tal la "escapada de fin de semana"?

Supuestamente iba a volver el domingo, pero Ansel me dijo el lunes -cuando le pregunté algo preocupada de que hubiera pasado algo- que Tony había decidido alargar un poco su estancia.

"Era de esperar —añadió Ansel—. Las relaciones a distancia son lo que tienen."

—Bien, supongo. —Mueve las cosas por su estante, buscando algo que no termina de encontrar y maldice en francés. Se fue hace casi una semana, no dejó mucho en la nevera y, al entender que quiere algo de comer, señalo mi estante.

—Hay macarrones que preparé ayer en un táper en la segunda balda, son todo tuyos si los quieres. Aunque tendrás que echarles algo, son solo macarrones blancos sin sal, aceite o nada.

Tony me mira, su ceño fruncido como si lo que he dicho no tuviera sentido para él. Revuelvo el yogur y me encojo de hombros.

—No todos sabemos cocinar —justifico.

Ni sé cocinar ni tengo ganas de gastar dinero en ingredientes que apenas voy a usar. Así que voy a lo básico. Macarrones, arroz, algo de carne, y fruta para mis desayunos favoritos. Ese es un capricho que sí me gusta permitirme.

Incroyable [Increíble]—murmura al sacar el táper.

Pas vrai? [¿Verdad?] —intento, imitando frases hechas que he aprendido de ellos por tanto escuchar y preguntar. Me he saltado muchas clases de francés, pero estar en el piso lo compensa.

Me gusta sentarme cerca cuando Tony cocina, me recuerda a Ramírez y ver a alguien cocinar siempre me ha transmitido paz. Por eso me quedo cerca y, aunque Tony prepara su comida más rápido, no me pregunta si quiero ayudar, y no me da una sonrisa que dice: "Todo está bien", sí que tiene paciencia para responder a todas mis preguntas. Suelo preguntarle por el nombre de todo lo que usa y por algunas frases que se me van ocurriendo.

Ansel, que no deja de usar expresión tras expresión en francés, también acostumbra a buscarme con la mirada y explicarme lo que significa poco después de decirlo. Poco a poco, voy asimilando las palabras y frases. Quizás no lleve bien la gramática, no sepa conjugar más que en presente y no sea capaz de poner una frase en orden, pero quiero pensar que podría hacerme entender entre algo de vocabulario y señas medianamente bien.

Al oírme, Tony me da una sonrisa orgullosa.

Tu as fait des progrès [Has mejorado]—dice.

—Eso ya no lo he entendido.

En bajo, ríe.

—¿Qué tal por aquí estos días? ¿Hay una nueva denuncia para Ansel o nos hemos salvado? —Creo que es porque siempre suelo verle preparar platos con más de dos ingredientes, pero me sorprende que Tony saque salsa de tomate, se la eche a los macarrones y se quede feliz con eso antes de meterlo al microondas.

Sonrío un poco al notar algo cuando forma frases más largas.

—Se te ha pegado un poco el acento británico.

—Es lo que tiene volver a Londres.

Deja el tenedor directamente sobre la isla de la cocina y yo me levanto para poner una servilleta debajo. Él no ha visto a Ansel subirse a la mesa, emocionado antes de salir de fiesta esta semana. Aunque hagamos turnos para limpiar la cocina, me sigue repugnando un poco la idea de dejar los cubiertos ahí directamente.

—¿Volver? —pregunto.

Tony para el microondas antes de que suene y se sienta a mi lado para comer.

—Estudié allí dos años de instituto y uno de universidad —explica—. Mi padre se mudó a Londres tras divorciarse y estuve viviendo con él un tiempo antes de volver a Francia. Aunque a veces me cuesta un poco el inglés, no voy a mentir.

—Así que eres medio británico.

Sabía, al venir, que era un piso de estudiantes con un ambiente internacional, pero admito empezar a sentirme nula en idiomas y en la vida desde que empecé a conocerles. Con Kamún apenas coincidí, pero sé que vino desde Asia a estudiar, con tres idiomas dominados y sin tener problema de moverse entre continentes. Ansel me dijo que era de la zona francesa de Canadá, Asher tiene doble nacionalidad y ahora Tony parece que también.

Y yo apenas he salido de las ciudades en las que me encierran con cada traslado.

—Solo francés —corrige—. Soy de Boulogne-sur-Mer, no sé si te sonará... —Me mira a la espera de una respuesta y, con mirarle, sabe que no. Apenas sé situar París en el mapa de Francia—. Deberías buscarlo, tenemos el acuario más grande de Europa; "Nausicaá" o "Nausicaá Centre National de la Mer". —Se limpia los labios con la servilleta y se levanta para ir a por un vaso de agua—. No sabes el hambre que tenía.

—No me gustan mucho los acuarios —admito.

—Ese te gustaría, es increíble —Vuelve a sentarse—. Por cierto, ¿qué haces despierta a las cuatro y media de la mañana?

Empujo un poco el bol para marcarlo.

—Tenía hambre. ¿Por qué has vuelto tú de madrugada?

Si mi cambio de tema es brusco, no dice nada para marcarlo.

—Era más barato —responde, lo que, aunque sabía que era obvio, necesitaba preguntar para conseguir salir de su pregunta. Mastica y traga con rapidez mientras hablamos, con un hambre notorio—. ¿Qué tal las cosas por aquí?

—Aburridas.

—¿No fuisteis a ver el mercado de comida cerca de la Torre Eiffel?

—¿El qué?

Frunce el ceño.

—El mercado de comida. Traen comida de muchas partes del mundo y lo ponen cerca de la torre, era este fin de semana. Bueno, el pasado —explica.

—No tenía ni idea de eso.

—Una pena, fui el año pasado y estuvo bastante bien. —Se limpia de nuevo al terminar de comer y se apresura a limpiar su plato como debemos hacer para que no haya quejas entre nosotros—. Me voy a dormir que llevo despierto demasiadas horas, deberías hacer lo mismo, ¿no tenías clases en verano?

—Las tengo, aunque no sé si iré mañana.

Deja el plato secando junto al vaso y se gira hacia mí.

—Ansel está siendo una mala influencia por lo que veo —bromea.

Ansel sí que ha organizado planes entre semana que me han hecho saltarme alguna clase porque prefería ir al centro comercial de Châtelet que a clase, pero no diría que es una mala influencia, no cuando esas salidas me hacen sentir bien.

Incluso si me perdí en el centro comercial en cuanto Ansel desapareció para ir al Starbucks. Su "un momento" terminó en cuarenta minutos tratando de encontrarnos y luego riendo en un jardín que hay cerca.

—Buenas noches, Tony —el cansancio es notorio en mi voz, la sonrisa forzada.

—Bonne nuit.

—Bonne nuit —repito.

Tony recoge su maleta y la bolsa del salón antes de desaparecer por el pasillo más lejano. Al contrario que él, yo necesito más tiempo para comer y, con una urgente necesidad de descansar mi cabeza, saco el móvil y vuelvo a revisar la universidad de Alaska en la que mi madre quiere que me inscriba. Miro el campus, la zona en la que está, y lo que necesito para matricularme.

Le dije que lo haría y, puede que sea porque durante las noches soy más vulnerable, justo como después de cada pesadilla, pero empiezo a redactar mi carta de presentación.

Psicología, como si estudiarlo fuera a ayudarme con mis propios problemas.

Como si yo fuera capaz de enfrentarlos.

Como si pudiera o quisiera recordar cómo las gafas de mi padre llegaron a mí o por qué había sangre en el tono grisáceo del peluche donde yo lo sujeté hasta que cayó. Como si fuera capaz de saber por qué las mudanzas me provocan tanto pánico y por qué, esas puertas que se cerraron en nuestro chalet de Virginian, me llaman con tanta fuerza como si guardasen el más doloroso de los secretos dentro.

Uno que conozco.

Uno que no quiero recordar.

Uno que todavía se desliza entre mis pesadillas algunas noches como si intentara que las piezas de su puzzle lo rehicieran. Tan fuerte como la lluvia que oí aquella noche y que no estaba cuando salimos. Tan intenso como la necesidad por un espacio pequeño en el que resguardarme. Tan letal que mató mis palabras durante meses.

No quiero pensar en ello, pero, una parte de mí, sabe que no me quedé en mi cama esa noche. Una parte de mí sabe que no estuve dormida cuando la policía entró junto a mi madre, cuando los gritos de ella rogando encontrarme llegaron a mis oídos.

Las puertas, grandes y duras, mantienen dentro de ese chalet el recuerdo de mi padre, escondido entre rincones, moviéndose con la risa que una vez adornó esas paredes. La verdad de esa noche se desliza por los pasillos, sobre el polvo de los muebles de una casa que no ha vuelto a abrir sus puertas. Encerrado allí como lo encerré en mi memoria.

Porque lo sé, sé que yo estuve presente esa noche.

Y sé que hay una razón por la que no soy capaz de recordarlo.

──────༺༻ ──────

ESTABA SIENDO MUCHA FELICIDAD TENÍA QUE ARRUINARLA PERDÓN

#MinutoParaAsimilarLasÚltimas2Frases

Es decir, ya lo sospechábamos por lo que nos contó, pero nunca lo ha dicho tan claro: )

#Olivia.Estuvo.Allí.Cuando.Pasó

Let that sink.

Normal que no pueda recordarlo, debió haber sido demasiado traumático. 

#WeLoveYouOlivia

Esto es como eso de lo que ha hablado Olivia al principio, el saber que todo lo malo está al otro lado de la puerta y no querer abrirla. Supongo que estamos en el "instante previo" de la novela

¿Qué decir?

Tony y su relación a distancia con Maia. ¿Tiernos o no?

Tan majo él que se fue unos días a Londres, te hacen hasta pensar que las relaciones a distancia podría funcionar...

LO QUE ME RECUERDA QUE YA ES JULIO PARA ELLOS, MIS AMORES

Olivia ya ha estado un mes en París y le queda otro y medio aprox -si todo va: ) bien: )-

JEJEJEJEJEJEJEJEJE

Y sobre Olivia, ¿qué decir?

Qué curioso que lo pasara mal en los pasillos de las catacumbas y que haya soñado con eso, ¿no?

Qué : )

Curioso : )

Y, ¿ese peluche que tenía algo de sangre? ¿#Imaginación o #Realidad? Recordemos que ella era muy pequeña y que los recuerdos no son tan claros...

Un abrazo y nos leemos el próximo sábado...

Muy probablemente con Asher  ♥

— Lana🐾

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