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Capítulo 23 - Secretos compartidos

23 | Secretos compartidos

Viernes, 26 de junio

Son pasadas las tres cuando bajo del autobús. He elegido mal los tacones y la falta de plataforma me ha destrozado los pies durante el tiempo que he estado fuera, claro que no había contado con el tener que seguir a Ansel de un lado a otro porque él ebrio es un visto y no visto.

Hemos empezado en el Barrio Latino y hemos terminado en un bar en la otra punta de la ciudad porque un amigo le había escrito diciendo que había chupitos gratis durante lo que quedaba de hora. Yvonne ha sido más lista que yo y se ha quedado con su grupo de amigas en el bar en el que estábamos al principio, sentada cómodamente en una de las mesas mientras que Ansel y yo alternábamos entre autobuses nocturnos y carreras para llegar antes de que dieran las tres.

Poco después de llegar allí y de que él me presentase a tantos amigos suyos que apenas puedo recordar más de dos nombres, dijeron de ir a otro bar con mejor música y vi el final de mi noche. Por mucho que al llegar allí viera unos hoyuelos inocentes en el rostro de uno de los amigos de Ansel que me hizo pensar: "Ya tengo plan para esta noche", ir detrás de ellos de nuevo no era algo que me veía capaz de seguir haciendo por más tiempo.

Lo gracioso ha sido que no sé cómo les ha liado Ansel, pero han hecho conmigo el recorrido en autobuses nocturnos hasta la estación más cercana al piso antes de ir en busca de los suyos. Ahora tengo a un grupo de once desconocidos (y Ansel) acompañándome hasta mi calle.

Tomo el brazo de Ansel.

—Compórtate y no bebas demasiado cuando me vaya —pido en bajo.

Detrás de nosotros, oigo las voces de sus amigos mientras unos cantan y otros ríen. Miro sobre mi hombro para dar con que se han parado cerca de un coche blanco celebrando alguna cosa que acaba de pasar y que nosotros no hemos visto por ir por delante.

—Siempre me comporto —dice Ansel.

Me giro hacia él al llegar a la puerta azul del edificio.

Saco las manos de los bolsillos y, sin saber bien por qué, le doy un abrazo.

—No molestes al señor Chevalier al volver, nada de gatos y... —Mi mirada llega a su grupo de amigos de nuevo—. haz que tu amigo de los hoyuelos salga con nosotros la próxima vez.

Al apartarme, su sonrisa avisa de la idea que acaba de ocurrírsele y le veo girar para llamar a su amigo y hacerle venir. Antes de que pueda hacerlo, pongo una mano contra su boca para callarle.

—Otro día —insisto.

Espero a asegurarme de que no va a gritar antes de dejar la mano caer.

Ese chico, el de pelo castaño claro y hoyuelos que volvían inocente su sonrisa, me ha llamado la atención. Suficiente como para haber pensado en empezar un tira y afloja, pero no tanto como para irme con él sin haber tanteado antes para asegurarme de que es de fiar. Me gusta medir las acciones de los chicos que me interesan para comprobar si tienen un carácter "seguro" antes de irme con ellos.

Le busco entre el grupo y, al encontrar sus ojos, le doy una sonrisa.

La próxima vez.

—Pásalo bien —termino.

En cuanto meto la llave en la cerradura de la puerta del edificio, oigo a Ansel gritar: "¡Eh, Jacob!" y me meto en el portal antes de que Ansel me enrede con su amigo porque sé que está yendo directo a contárselo.

Tony tenía tanta razón.

Sin embargo, es incluso gracioso esta vez, y, sin duda, algo que facilitará las cosas la próxima vez que vea a ese tal Jacob. Por ahora, subo las escaleras y me quito los tacones en cuanto piso el felpudo.

Mis pies arden en cuanto piso en llano, fuertes pinchazos golpean la planta de mis pies y necesito un momento antes de abrir la puerta para que paren. Suelo plano después de tacones es un infierno. Quizás esta vez no he tenido que recorrer medio París subterráneo, pero sí he tenido que correr por medio París con Ansel.

Apoyo la espalda contra la puerta al entrar.

Las luces están apagadas, pero la televisión está encendida y sus colores se reflejan en la madera de la entrada. Son tonos fríos que vuelven mi mirada, cansada, hacia el televisor.

Sé que Tony está en Londres visitando a su novia, que Chloe -según Ansel- está en Bali, y dudo que Yvonne haya vuelto todavía así que solo me queda Asher. Él mira sobre el respaldo del sofá en cuanto oye el ruido de la llave cuando cierro.

—Pensé que habías salido —digo al verle.

Le vi salir a las ocho, con una de esas bolsas de plástico que sonaban por el cristal de las botellas que llevaba consigo y ropa algo abrigada porque su intención debía ser quedarse en la calle hasta muy tarde.

—Me he aburrido —justifica, su mirada en el body blanco que llevo antes de volver a mis ojos—. ¿No estabas con el resto?

Hay una botella de vodka a medio terminar en la mesa pequeña del salón, junto a su portátil, y me acerco con la intención de darle un trago antes de irme a dormir.

—Estaba —puntúo al dejar mis tacones sobre la alfombra.

Tiene un vaso de plástico cerca de la botella, con hielo y un tono más amarillento. Al no escuchar quejas por su parte, agarro el vaso y doblo la pierna al sentarme en el sofá para poder quedar girada hacia él. Al mirar el vaso para tratar de saber con qué ha mezclado el vodka, encuentro un grabado.

—Así que robando vasos de "Le Nouvel Institut" —comento, la partida de "Yo nunca" tan clara en mis recuerdos que estoy al borde de bromear preguntando si le arrestaron por robar vasos en bares. Pero, cuando termino de beber, se inclina hacia delante para tirar del borde del vaso y hablar antes de beber él.

—¿Y el resto? —pregunta.

—No querían volver todavía.

—Y te han dejado sola —puntúa.

—No exactamente.

Para suavizar el cansancio, apoyo el codo sobre el respaldo del sofá y presiono la mano contra mi cabeza.

—No deberías estar de acuerdo con que te dejen tirada, Olivia.

Que use mi nombre se siente extraño.

—Cuidado o podría empezar a pensar que te preocupas. —Su mirada me obliga a quitarle importancia al comentario, ese "Déjate de tonterías" que me hace quitarle el vaso para poder tolerarle. No mentí cuando fuimos a Montmartre, hay veces en las que necesito ayuda para hablar con él. Tiene una gran facilidad para alterarme—. Además, no me han dejado tirada. Ansel me ha acompañado literalmente hasta la puerta del portal. —Miro lo que queda en el vaso con una apagada certeza—. Puede ser algo caótico, pero se preocupa.

Asher se estira para alcanzar la botella de vodka.

"Como sea" creo entenderle decir.

Tiro de mi labio ante la incomodidad que me provoca que alguien pueda preocuparse por mí. Ansel me cae bien y ese es el problema, que yo tengo un largo expediente con hacer daño a toda persona que se acerca demasiado. Sé que no se lo merecen, pero no puedo evitarlo y no quisiera que Ansel fuera uno de ellos.

Vuelvo la mirada a la televisión en busca de otro tema.

—¿Estás viendo un partido de hockey? —pregunto.

Asher, que le ha quitado el volumen nada más me he acercado, ahora busca el mando de nuevo probablemente con la idea de apagarlo por completo. No sé si es un partido, pero tiene el portátil conectado al televisor y es de ahí desde donde lo ha puesto. Presiona el mando y pasan a verse anuncios.

¿Qué tiene de malo estar viendo hockey?

Lo que le sigue es silencio y eso me hace entender que le he interrumpido cuando todo lo que él quería era estar solo. Eso no tiene nada de malo y yo llevo días con un cansancio emocional que nada puede quitarme así que, aunque sé que dormir nunca me sirve de nada para recuperar las fuerzas, tampoco va a venirme mal.

Dejo el vaso al borde de la mesita frente al sofá y lo empujo un poco para asegurarme de que no se caiga. Hay algo en imaginar a Asher llevándose los vasos que me hace gracia.

—Te dejo con el hockey. —Aunque ya lo ha quitado—, buenas noches, Asher.

—Rubia —llama al momento, su voz apagada por un agotamiento que alcanza sus movimientos cuando se estira para recoger el vaso. Le echa un poco más de vodka antes de ofrecérmelo—. ¿Qué es una copa más?

Esa pregunta es su forma de decir: "Quédate".

Mentiría de decir que no estaba deseándolo.

Aun así, espero unos segundos antes de aceptar el vaso. Espero a que él lo mueva una vez más para hacer énfasis y encontrando, entre tanta oscuridad, un toque más humano en su mirada del que he visto hasta hoy. No más alegre, no más lleno de vida, más apagado y roto, como los sentimientos que a mí me hacen sentir más real porque son los que me recuerdan que todavía puedo sentir de forma intensa. Aunque sea arrepentimiento y pena.

Doblo la pierna al sentarme, más cerca de antes, y aprovecho para golpear mi vaso con su botella a modo de mal brindis. Su reacción es la que esperaba: Aparta la mirada para no dejarme ver que ese "Ya estoy arrepintiéndome de esto" que expresa no es tan intenso como pretende.

Escondo mi propia sonrisa contra el vaso al notarlo, ya voy conociéndole.

—Se nos está haciendo costumbre beber cada vez que nos juntamos —digo.

Asher mueve la botella para ver cuánto le queda.

—¿Cómo si no iba a soportarte? —responde antes de beber.

—¿Cómo si no iba a soportarte yo a ti? —devuelvo.

Miro el vaso antes de volver a beber y el logo está tan claro que sé que no puede habérselo llevado hace mucho. Paso el pulgar por las letras, con el pensamiento de antes de vuelta en mi cabeza y, encontrando su mirada al levantar la mía, no contengo las palabras.

—Así que robando vasos en locales. —Apoyo la cabeza sobre mi mano para acomodar mi postura—. ¿Es ahora cuando me dices que es por eso por lo que bebiste en el "Yo nunca" cuando dijeron lo de haber sido arrestado?

Nota que me estoy burlando y, con esa persistente mirada de que está dándose por vencido conmigo, estira el brazo sobre el respaldo del sofá. En cuanto termino de beber, tira del borde de mi vaso hasta poder llevárselo con él.

—También bebiste —me recuerda—. ¿Por qué te arrestaron?

Sin saber bien por qué, respondo.

—Porque me escapé de casa y no quise volver.

Lo que es bastante cierto.

A los catorce tuve una crisis de identidad tan fuerte que me ahogó. No estaba en mi mejor momento, acabábamos de mudarnos, no conseguía adaptarme, mi madre no era capaz de hacer el esfuerzo de consolarme como yo necesitaba y sentía que llevaba días gritando sin que nadie me escuchara. Todavía no había conseguido crear mis propios refugios, mis vías de escape, y lo único que se me ocurrió para sentirme bien fue intentar volver al único momento de mi vida donde todo estaba bien.

Así que metí una simple muda y el poco dinero que tenía guardado en una mochila y salí de noche sin la intención de volver. Tomé un autobús en dirección a Virginia sin dinero suficiente para llegar hasta allí, mantuve cerca esas pocas monedas con las que no podría ni comprarme un bocadillo y di ese último manotazo al agua en busca de un salvavidas porque me estaba ahogando.

—¿Te cansaste de que te hicieran poner y recoger la mesa para comer?

Lo dice con humor, pero hay algo ahí, en su mirada, que te deja ver que no es la pregunta que querría hacer. Casi como si entendiera que esos temas tienen algo serio detrás que no se atreve a poner en palabras dentro de su pregunta. Así que lo cubre y expone esperando que yo haga algo con ello.

Me recuesto más en el sofá, acercándome con el gesto y pensando en tirar de la botella de vodka que él ha cerrado y dejado entre ambos. Sé que no necesito impulso para hablar, sé que quiero hacerlo, pero sigue quemando un poco, como cada una de las heridas que el tiempo me ha ido abriendo.

Las personas tienen sus límites y pueden hacer locuras si les presionas demasiado. Quiero hablar, quiero poder contar esa historia que solo Ramírez aunque sea sin todos los detalles. Porque quiero contarlo, solo necesitaba un momento adecuado.

A veces eso es todo lo que necesitas, un momento adecuado, para que todo caiga en su lugar. Este es ese momento, con alguien en quien extrañamente confío porque dudo que con lo reservado que es hable de terceras personas. Porque no le interesa lo suficiente como para preguntar después.

—No soportaba mi vida en esa casa —confieso, extrañamente calmada ante ese golpe de sinceridad—. Tenía catorce, no tenía a nadie a quien acudir y me escapé. Llegué al borde del estado antes de que me encontraran. —Llevo la mirada a su brazo, algo flexionado en el sofá, al sentir el toque de sus dedos en mi pelo—. Alguien llamó a la policía porque había una chica joven haciendo autoestop frente a un motel a las afueras de una ciudad de la que no recuerdo ni el nombre. Cuando la policía vino no quise darles mi nombre o el de cualquier familiar y me arrestaron en un intento de obligarme a colaborar.

Recuerdo que me enfadé, que sentí que al meterme en ese coche estaban llevándome directa al matadero porque, en esa época, no veía una salida. Todo estaba demasiado oscuro y no era capaz de sobrellevarlo. Preferí estar sola en la calle con tal de mantener una identidad porque la situación estaba matándome demasiado rápido.

A día de hoy, me abofetearía por irme como lo hice.

Porque puede no ser la más fácil de ver, pero las cosas mejoran. Quizás no han mejorado del todo, pero he aprendido a encontrar cómo aguantar mis peores momentos y tengo esa luz al final del túnel con forma del pequeño apartamento que tan claro está en mi cabeza. Agradezco que me encontraran a tiempo porque temo hasta dónde podría haber estado dispuesta a llegar cuando creía que no tenía nada, que no era nada.

—¿Por qué te arrestaron a ti? —pregunto.

Su mirada sostiene la mía, con el zigzagueo de ese azul más oscuro perdiéndose junto a la pupila. El color de sus ojos, de cerca, gana más, aunque nada se compara a la forma en la que la oscuridad amolda su brillo para darle un toque más intenso que te quema por dentro.

Entre mi pelo, sus dedos llegan a rozar mi nuca por cortos instantes y, con cada toque, devuelve un cálido cosquilleo a mi columna.

—La historia corta es por agresión.

La palabra se siente pesada entre nosotros. Aunque sé que dijo que se peleó con los de seguridad en Duplex y que por eso le prohibieron el acceso, supongo que en ningún momento pensé que podría haber llegado a mayores. Su indiferencia es demasiado alta como para imaginarle perdiendo los papeles con alguien de esa forma, al menos, esa fue mi impresión.

—¿Y la larga? —pregunto.

—La larga es que con quince años la jodí.

Ante su silencio, termino lo que queda en el vaso y lo dejo a mis pies. Al sentarme de vuelta siento ese calor que se mueve entre nuestros cuerpos, escondido en una cercanía donde el espacio personal no tiene definición clara.

Puede que sea porque yo he sido sincera con él o porque la calidez provoca un falso sentimiento de privacidad y confianza, pero extiende la explicación.

—Mi prima murió unos meses antes y supongo que estaba cabreado con el mundo. Presioné hasta que alguien reaccionó y se nos fue de las manos. —Pasa una mano por su boca en busca de borrar la incomodidad—. Por suerte no hubo denuncia y mi padre pudo evitar que ensuciara mi historial. 

—Tu padre —repito—. ¿Es juez o algo así?

—Policía —corrige—, pero vivimos en una ciudad pequeña y tiene un buen puesto.  —Más bajo y más para él que para mí, añade—: Él siempre se limpia mis destrozos y los de mi hermano.

¿Por qué, si suena como una muestra de cariño, parece dolerle tanto decirlo?

Al notarlo y sin poder contener mis acciones, apoyo una mano sobre su brazo. Sus ojos van directos al punto donde mis dedos presionan su piel.

—Es bonito que alguien se preocupe —admito—. Un amigo de la familia, el que vino a buscarme a comisaría, también suele ir detrás para arreglar mis desastres.

Eso sí que no sé por qué se lo estoy contando. Ramírez, aunque me lo niego incluso a mí misma, tiene un espacio más grande en mi corazón que mi madre a día de hoy. Ella es mi familia y todo lo que quiero es que esté bien, pero Ramírez es la única persona en mi vida que mira por mí.

Fue él quien, no sé si porque saltó algo cuando me tomaron las huellas, porque él tenía amigos en la comisaría a la que me llevaron o porque estaba preparado por si yo corría de vuelta a Virginia, vino a buscarme. Fue Ramírez quien me abrazó con fuerza al reconocerme, quien se aseguró de que no tuviera heridas y quien condujo de vuelta tres horas conmigo.

No me riñó, no marcó la estupidez que había cometido, solo me dio la mano cuando me oyó llorar en el coche y la sostuvo todo el tiempo que le fue posible. Estuvo ahí, justificándome ante mi madre cuando llegamos por la mañana diciendo que se le olvidó avisarla de que iba a llevarme a desayunar.

Mintió por mí, ante mi madre, ante otros agentes.

Ramírez es la única persona a la que le permito saber todo de mí porque siempre ha demostrado estar a la altura. Porque es el único que se ha preocupado por mí, el único que realmente se ha preocupado cuando ni siquiera mi madre podía permitirse hacerlo. No la culpo, la entiendo, pero espero que ella también me entienda a mí en esto.

La quiero, pero Ramirez es quien me ha mantenido con vida en todos los sentidos.

Perdida en mis pensamientos, he empezado a crear líneas invisibles sobre el brazo de Asher. Dibujo trazos que se llenan de color en mi cabeza y que ahora se unen bajo su puel con cada movimiento de mis dedos.

No se lo he dicho, pero siempre me fijo si le veo remangado por el piso. Más de una vez, cuando está por la cocina, tiene la manía de apoyar las manos en la isla de la cocina mientras habla, haciendo algo de presión y remangado. No me averguenza decir que, esas veces, suele tener mi atención aunque sea solo mientras cruzo el tramo que hay de mi habitación a la puerta o al revés.

Puedo haber bebido, pero sigo en todos mis sentidos y mi mente está lo suficientemente clara como para poder distinguir que, en mayor o menor medida, estoy haciendo lo que tantas otras veces: Tantear, probar límites y cruzarlos.

—Este sería un buen momento para uno de tus comentarios —digo, demasiado bajo como para que mi voz suene segura—. Me vendría bien recordar lo poco que te soporto.

Ese es el problema con Asher que, cuando no presiona donde no debe por el disfrute que le causa molestar a otros, su atractivo queda expuesto, fuera de la contaminación de su hosquedad.

Llevo semanas con un peso en aumento sobre mis hombros, con un agotamiento que dormir no cura y que tiene mis emociones a flor de piel. No pueden darme calidez y luego esperar que no ruegue por mantenerla.

—Ya hemos hablado de eso, Liv, sabes que te caigo bien.

La oscuridad acuna su rostro y afila sus rasgos, pero la sinceridad del momento los suaviza. Esa mirada expresiva, que tanto le gusta esconder bajo capuchas y gafas de sol, delata emociones tan claras que es como leer un libro abierto por primera vez.

—Te tolero —corrijo.

Y ahora mismo quiero hacer mucho más que tolerarle.

Quisiera poder decir que no noto su atractivo, que no tiene unos ojos preciosos y que la dureza de sus facciones no atrapa mi mirada. Quisiera poder decir que mi imaginación no tiró de largo cuando su voz y gestos se suavizaron al leerme en francés hace bastantes noches, pero lo hizo. Me pregunté, ignorando por completo sus palabras, cómo se sentiría besarle.

¿Sería suave como suelen ser durante algunas noches sus palabras? ¿Suave y calmado como lo fue voz cuando me leía en francés? ¿Hosco como sus respuestas? ¿O sería brusco como su forma de moverse?

No soy una persona que no vaya de frente y, con ese agotamiento mental consumiéndome y la calidez de su mano en mi espalda, con la oscuridad ofreciendo su privacidad y las emociones humanizándole, aparto un poco mis propias reglas. "No voy a hacer nada", me digo cuando apoyo la mano en el cuello de su camiseta, cuando deslizo mis dedos por su cuello esperando saber cuál será su reacción.

—Me gusta tu mandíbula —admito, usando mi propio comentario como excusa para tocarla.

No sabe el tiempo que llevo pensando en hacer eso.

Mis pensamientos se vuelven más visuales y cierro la mano que tengo cerca de su brazo tratando de acallarlos. Mientras, mi cuerpo se relaja junto al suyo y mis dedos se deslizan sobre el surco en su mejilla hasta terminar dibujando su mandíbula con mis dedos. Recuerdo las marcas cerca de sus labios que dejaban las sonrisas reales de sus fotos de Facebook y casi le pido que sonría para notar su forma.

Sé lo que estoy haciendo, la parte más interna de mi mente lo sabe.

Claro que lo sé.

Tengo que morderme la lengua para convencerme de apartar la mano. No quiero perder el calor, una parte de mí está rogando por ese falso cariño que me haría gritar hasta quedarme sin voz mientras otra intenta recordarme que me autoimpuse la regla de no hacer tonterías con ningún compañero de piso porque eso haría las cosas complicadas.

Miento, mucho, lo que quiere decir que tener a alguien que se acerque de más entre estas paredes no es una buena idea. Pero eso no quiere decir que no tenga ganas de seguir probando hasta saber si Asher me seguiría o si se echaría atrás. Aunque, a no ser que mis conclusiones me fallen, diría que no soy la única que está jugando su partida.

No lo he sido en ningún momento.

Y no debería hacerlo, pero, igualmente, paso una pierna sobre la suya para estar más cerca.

—¿En qué piensas? —pregunto, de nuevo, sin hacerme ningún favor.

Por mi parte, es un quiero y no puedo donde yo misma estoy saboteando sin necesidad de falsas justificaciones a la parte más racional de mi toma de decisiones por algo del momento. A veces, saber lo que quiero es bueno, otras, me traiciona.

Asher se acerca, dando un vuelco a mi estómago cuando su mano roza mi mejilla para apartarme el pelo de la cara. Su cercanía es arrolladora. Sus facciones y su calor se mezclan con la necesidad que empieza a carcomerme y ese tirón de atracción me mueve cerca.

—En muchas cosas —dice en bajo.

Sus dedos apartan mi pelo y el roce sobre mi cuello me deja en jaque.

Alcanzo su mano antes de que caiga porque no quiero que lo haga.

No, definitivamente no me estoy haciendo ningún favor a mí misma. No estoy colaborando lo más mínimo con mantenerme alejada de mis compañeros de piso y, la peor parte, es que ni siquiera estoy esforzándome en ello.

—¿Algo que me interese saber? —insisto.

Mi quiero y no puedo se mezcla con incertidumbre.

¿Está jugando conmigo? ¿Me está siguiendo la corriente?

Y, lo más importante, ¿hasta dónde está dispuesto a llegar?

La distancia que no pone físicamente roza su mirada y mi corazón da un vuelvo con la repentina frialdad del ambiente. Es curioso lo fácil que es saltar de un extremo a otro, y es curiosa la decepción que me pellizca ante ello.

Peut-être —responde.

Esa palabra la entiendo.

No termino de distinguir sus intenciones y eso empieza a frustrarme.

Debería estar feliz porque yo no tendría que estar haciendo esto en primer lugar, pero, de nuevo, no estoy poniendo de mi parte por solucionarlo. Cada vez que pienso en hacerlo, doy un paso más cerca. Toco su piel, me acerco a su cuerpo o tanteo de cualquier forma que se me ocurre.

Peut-être —repito, conteniendo la respiración al sentir su mano sobre mi pierna.

La expresión casi le roza, pero no termina de agarrar las cartas que le doy. No las toma aunque mi mano baje por su cuello y toque su hombro justo bajo la camiseta, no lo hace aunque él tenga su mano en mi espalda, haciendo presión suficiente como para dejarme entender que no me quiere lejos.

Creo que nunca antes había alargado tanto algo, no de esta forma al menos. Me frustra y lo disfruto por igual. Es justamente eso, esa espera, esa incertidumbre, lo que empieza a agitar cada vez con más fuerza la necesidad que su calor provoca en mi cuerpo. Mis manos ruegan por su piel y cualquier roce me genera un calor que pide más.

Ahora ese "Quiero y no puedo" se transforma en un "Quiero y no quiero aún" porque estoy empezando a encontrar un angustioso disfrute en la necesidad que me generan los momentos previos. Esos pensamientos de antes se intensifican y hacen caer cualquier clase de certeza que tuviera sobre no tener ningún rollo de una noche con compañeros de piso. Porque quiero. Demasiado.

Solo una vez.

Con su respiración contra mis labios y el control escapándose de mis dedos, le doy el detonante.

—¿Vas a besarme o no? —reprocho.

Sé que quiere darme una de sus respuestas, pero no llega a alcanzarlas.

Lo único que sus labios alcanzan, son los míos.

El aire se escapa de mis pulmones y, por su puesto, le devuelvo el beso.

Me hundo en ese beso con una agitación que me estaba costando guardarme dentro. Ese "todavía no" de antes, esa espera, nos consume como respuesta de forma inmediata porque no hay un ritmo ni cercanía suficiente que pueda calmar la ardiente sensación que pasa entre nosotros. Se agita con fuerza como si se tratara de la rabia que tanto salta entre nuestras conversaciones.

Su beso es duro e intenso, esa era la respuesta a mi pregunta de antes.

La espera previa solo consigue que ahora todo vaya más rápido para saciar el agujero que ha creado. Sin tener problemas para dejar claras mis intenciones en cuanto tengo algo seguro, digo:

—Quiero una noche. Contigo. Solo una noche.

Tengo el pulso acelerado y mis manos tiemblan sobre su cuerpo al impedirles buscar más, porque yo busco más. Pero uno de esos "más" de una noche, uno de los que te consumen hasta dejarte en cenizas y que desaparecen al terminar.

Encuentro ese deseo en su mirada mezclarse con frustración.

—Los demás del piso...

—No están. Tony está en Londres y Chloe en Bali —Al menos según Ansel, pero me importaría poco ahora mismo que no sea así, tampoco voy a mentir.

Quiero tener una razón más grande que un simple beso para arrepentirme por la mañana. Quiero esa calidez, quiero esas caricias, quiero esa sensación de falso cariño que apaga mis pensamientos y quiero que sea con él porque necesito quitarme esas ganas que me provoca con cada tira y afloja.

—Solo una noche —insisto.

No sé si estoy intentando convencerle o si estoy asegurándome de dejar claro hasta dónde llegan mis intenciones. No soy tonta, él tampoco busca más que eso. Noto la tensión, está presente desde un primer momento, escondida tras pullas y tras esos intentos de pasar tiempo juntos por muy poco que encajemos, pero, lejos de eso, no hay nada. Por eso estoy tan decidida.

Presiona la mano contra mi mejilla, sus ojos iluminados incluso en la oscuridad. Sea lo que sea que va a decir, se lo guarda, pasa el pulgar por mi mejilla y, sintiendo su corazón contra mi mano, lo acepta.

—Una —repite.

No necesita decírmelo dos veces.

El corazón salta en mi pecho con emoción y tardamos menos de un minuto en ir a su habitación. Aunque cerramos con llave y aun sabiendo que tenemos tiempo antes de que el resto vuelva, nada se vuelve más tranquilo entre nosotros.

Nos perdemos en una intensidad que se escapa de nuestras manos y, aunque sé que todo desaparecerá por la mañana, en lo que dura la noche toda mi atención y pensamientos son suyos en todos los sentidos.

Solo somos dos personas que quieren pasar una noche juntos, nada más. Dos personas que ceden ante una atracción que sentían y que deciden que esas ganas que había entre ambos, escondidas tras comentarios que ardían con rabia, se deshagan entre las mantas durante la noche.

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Bueno, pues...

Hasta el sábado ♥

— Lana🐾

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