Capítulo 21 - Hogar
21 | Hogar
Olivia Audevard:
Sábado, 20 de junio
Voy a terminar necesitando otros pantalones de satén cómodos como siga con la manía de deshacer sus bordados, pero mis dedos tiran de los hilos una y otra vez, casi de manera inconsciente, mientras espero a que, al otro lado de la videollamada, Ramirez vuelva.
Tengo el pie sobre el borde de la silla para poder apoyar los brazos en la rodilla y, así, tirar de la flor bordada en el pantalón una y otra vez.
Ramírez ha salido de plano con un "Ahora vuelvo" después de repasar los informes de esta semana con él (porque le gusta asegurarse personalmente de todo) y aún no ha vuelto. Él no está exactamente en el caso, pero eso no impide que sea quien más se implica. Sigue ahí porque nadie le echó cuando pudieron y, ahora, mantiene ese caso como uno secundario que lleva junto a los suyos más por nosotras que por ser una obligación.
Levanto la mirada cuando se sienta de vuelta. La chaqueta de cuero marrón que tanto le gusta se desliza fuera del respaldo y, antes de poder avisarle, me quedo mirando la taza que trae consigo. La deja sobre la mesa de madera, con el humo subiendo en ligeras espirales. Estoy convencida de que es café, pero ese ese café solo, sin apenas azúcar, que siempre me ha sorprendido que él pueda soportar.
"Cuando tienes que mantenerte despierto, es mejor no andarse con tonterías", suele decir. Cuya traducción es: "No pienso echar nada que me suavice el café". Muchas veces, si estoy cerca cuando le veo tomarlo, me quedo mirándole en busca de cualquier expresión que delate lo poco que le gusta, pero nunca llega nada.
Aunque no es eso lo que me ha robado las palabras, sino la taza.
—Todavía la tienes —digo sin apenas voz.
Ramírez, sin entender, tira del asa de la taza para girarla y ver, sobre el blanco que predomina, unas estrellas rojas dibujadas con pinceles que yo misma hice. Se la regalé cuando tenía ocho años y, ver que se la tiene consigo todavía, me llena el corazón de una rasposa dulzura.
—¿Esto? —pregunta Ramirez y, al reconocerla, su sonrisa se llena de tanto cariño que no puedo evitar bajar la cabeza para evitar verlo. Cariño. Me tiene cariño—. Es el único regalo que me has hecho en todos estos años, claro que la he guardado. —No entiende lo que eso significa para mí, estoy segura—. Ahora cuéntame lo que no has puesto en los informes.
Tomo aire, irguiéndome un poco antes de dejarlo ir.
Él sabe que omito ciertas cosas, cosas que no son importantes pero que él siempre quiere repasar por si acaso y que a mí me gusta que lo haga porque me hace sentir segura. En él confío, para todo.
Así que lo hago, se lo cuento todo, incluso el más mínimo detalle.
Al terminar con eso, mi pregunta es obvia.
—¿Cómo está mi madre?
Ramírez se echa hacia atrás en su silla antes de responder.
—Te echa de menos.
—¿Pero cómo está? —insisto.
—Está bien, con ganas de que vuelvas, pero bien. —Antes de que yo pueda preguntar lo mismo por tercera vez, añade—: No ha habido ningún incidente, Olivia, todo está en calma.
Dejo el aire ir.
—Bien, eso está bien.
Porque no sé qué haría si, un día, esa respuesta cambiara. Supongo que haría las maletas y volvería en el primer avión que saliera hacia Minnesota. Sin pensarlo, sin importarme dejar esto atrás. Todavía me incomoda un poco la idea de haberme alejado tanto. Hay momentos en los que me siento bien, casi feliz con la libertad que esta ciudad me da, pero, otras veces, cuando paro a pensar demasiado tiempo, empequeñezco.
—Ella se preocupa mucho por ti —dice.
—Ella se preocupa de más —corrijo—. Sabes cómo es, ella siempre...
Muevo la mano como único final, pero es suficiente para que él lo entienda. Ambos sabemos lo sobreprotectora que puede llegar a ser mi madre y todo lo que eso puede llegar a agobiarme a mí. Ramirez me mira con comprensión. Eso es lo bueno de él, que entiende, que siempre entiende.
Tiro del hilo, un poco más fuerte esta vez.
—Hace unos días ella me dijo algo sobre volver a trasladarnos —empiezo, ralentizando las palabras por pura incomodidad antes de levantar la mirada de vuelta a la pantalla—. ¿Es cierto?
—Están pensando en ello, pero no hay fecha todavía.
Eso se siente como una bofetada.
—¿De nuevo? —pregunto torpemente.
—No te preocupes, podrás terminar el curso allí primero.
No es eso lo que me preocupa, pero no consigo ponerlo en palabras. No quiero hacerlo, no de nuevo. Había esperado que, si no recibía el mensaje, no sería real, por eso omití preguntar de nuevo hasta tener las fuerzas suficientes y, aunque creía tenerlas, ahora todo cae. Me muerdo el labio, impotente.
Antes de poder conseguir la fuerza para preguntar: "¿Y si no quiero seguir con eso?", Ramírez habla y es como una segunda bofetada.
—Tu madre me ha dicho que has elegido estudiar psicología.
—¿Qué?
—La carrera, me dijo que ibas a inscribirte en la universidad en agosto.
Es cierto que mi madre me envió los papeles después de que me contara lo de esa pequeña universidad cerca de nuestra próxima casa temporal, pero pensé que, si lo ignoraba el tiempo suficiente, no pasaría.
Sin embargo, como todo lo que no me gusta de mi vida y trato de fingir que no está ahí; llega. Siempre llega.
Trago saliva.
—No lo he decidido todavía —respondo.
—¿No? Ella parece muy convencida de que sí.
Me sonríe un poco como gesto amistoso, pero eso solo revuelve mi estómago. ¿Por qué, si es lo que quiero, me cuesta tanto decirle que mi decisión está muy lejos de lo que ella quiere para mí? ¿Por qué me siento tan culpable de solo pensar en dejarla por mucho que sepa que eso ayudaría a mi salud mental? Porque, esto, me está destrozando, ella me está destrozando aunque no sea lo que pretende.
No puedo más.
Pero no puedo dejarla, no cuando soy todo lo que tiene, no cuando dejarla implicaría no poder volver a verla en mucho tiempo y no saber si está bien o si volveré a saber de ella.
—Olivia —llama Ramírez.
Pero mis pensamientos, e impotencia, están demasiado altos.
No puedo con esto ahora.
Levanto la mirada hacia él una vez más.
—Tengo que colgar, es tarde aquí.
—Olivia, ¿está todo...?
—Es tarde, voy a dormir, buenas noches.
Cuelgo antes de que pueda responderme y bajo la pantalla de mi ordenador. El corazón se me acelera con rabia e impotencia. Siento que estoy quedándome sin tiempo para tomar una decisión, pero no consigo tenerla clara. Sé que, si quisiera, podría irme por mi cuenta al terminar aquí, que podría dejar esta protección que nos dan, esta burbuja. Podría cambiar de vida una última vez, pero por muy idílico que me parezca, me asusta. Me asusta más de lo que me gustaría admitir.
Como estar aquí, hay momentos en los que quisiera estar así por siempre y otros en los que solo quiero estar en casa y abrazar a mi madre por ese miedo a estar perdiendo los que podrían ser los últimos días con ella porque, en nuestra situación, eso podría pasar. Con lo que estamos viviendo cualquier día podrían decirme que todo se acabó, que algo ha fallado y que la he perdido.
Es un quiero y no quiero hacia una vida que me permita tener un hogar y estabilidad mental. Lo peor es que no lo tengo lo suficientemente claro como para siquiera intentar hablar de ello porque, si lo hago, entonces tendré que decidir.
Y yo no estoy lista para enfrentarme a sus consecuencias.
Bajo los pies de la silla y la certeza me golpea cuando me muevo.
Un hogar. Todo lo que quiero es sentir que tengo un hogar porque, esos apartamentos y casas a las que nos lanzan nunca se han sentido como uno.
El único hogar que conocí fue nuestra casa a las afueras de Virginia. Recuerdo, de forma casi distorsionada, sus paredes y suelos. Sus largos pasillos y los escalones de piedra al pasar la entrada. Puedo sentir el calor de la chimenea del despacho de mi padre e imaginar su sonrisa mientras yo pintaba en el suelo porque me gustaba estar a su alrededor mientras él trabajaba. Recuerdo, también, tonos grises en la cocina y una encimera de mármol sobre la que solía sentarme mientras mis padres cocinaban.
También recuerdo mi habitación, de tonos fríos pero tan cálida. Esas mantas gruesas y abrigadas llenas de dibujos y la colección de muñecos que yo metía entre mis mantas cada noche porque no quería dejar a ninguno solo.
Aquel era mi hogar.
Con el crujir de la madera, el calor, y mis dibujos a los pies del escritorio de mi padre.
Cierro la mano sobre la puerta de mi habitación antes de salir. Mi casa. Los recuerdos de ella mezclan las sensaciones más plácidas y las más dolorosas. Es como sentir el abrazo de una familia que te ama y, al mismo tiempo, tener un miedo atroz que te quema por dentro y te obliga a gritar.
Porque hay calidez y hay angustia en su recuerdo.
Abro la puerta, queriendo andar como hago bastantes noches, necesitando moverme en plena madrugada en busca de aclarar mi cabeza y pienso en ello, en aquel hogar, en busca de atrapar la poca calidez que queda en su recuerdo.
Sola en la oscuridad, ando con cuidado de no hacer mucho ruido para no molestar al resto aunque, siendo sincera, ni siquiera sé si hay más personas en el piso ahora mismo.
A Yvonne la he visto salir sobre las diez con un vestido de lentejuelas negras. A Chloe y Tony llevo horas sin verles, de Ansel no tengo dudas de que ha salido el sábado y, a Asher, bueno, a él tampoco le he visto desde esta mañana pero supongo que estará fuera.
Aun así, tengo cuidado de no hacer ruido.
Dejo un vaso de agua fría sobre la isla de la cocina y me siento ahí, con un fular abierto sobre mi pijama porque lo tenía más a mano que el kimono y un cansancio mental que me hace querer llorar y gritar al mismo tiempo.
Apoyo los codos sobre la mesa y, cuando presiono las manos contra mis ojos diciéndome que es una tontería, que el no ser capaz de decirle a mi madre que quiero alejarme, que no puedo más, es una tontería, siento el ardor. No debería llorar por esto, es una estupidez, pero esa estupidez ha metido una mano en mi interior y se mezcla con tantas cosas que lo revuelve todo.
Cuando quiero darme cuenta, estoy llorando.
Es una tontería, entonces, ¿por qué no puedo contener las lágrimas? Mi razonamiento es que es porque estoy cansada. Son más de las dos de la mañana y dormir nunca ha estado de mi parte. Además, deben de faltar solo unas horas para que esté de nuevo en esos días del mes y eso siempre me tiene más sensible. Tiene que ser eso porque esto es una tontería.
Es una tontería, pero quiero tanto sentir que tengo un hogar y no tener que perder a mi madre para conseguirlo...
Quiero tanto poder sentir que pertenezco a algún lugar, poder dormir tranquila sintiéndome protegida entre las mantas, poder salir a la calle sin tener que mirar a todas las personas con las que me cruzo y poder dar mi nombre real. Quiero tanto que mi madre me abrace con cariño y no sea solo porque piensa que puede perderme en cualquier momento, o poder decirle a Ramírez que es una figura paterna para mí y que le quiero como tal sin tener miedo a que eso implique encariñarme de más y después perderle.
Quiero poder tener a alguien en mi vida con quien no tener que mentir y que no sea tan táctico como Ramírez o tan sobreprotectora como mi madre. Quiero normalidad. Quiero una vida. Quiero amigos. Quiero una familia estable.
Quiero un hogar.
Solo quiero un lugar que se sienta como mi hogar. Nada más.
Solo un hogar.
Sin querer golpeo el vaso con mi brazo y cae al suelo, haciéndose mil pedazos cerca de mis pies. Todo lo rápido que puedo, aparto las lágrimas y voy en busca de un trapo para recoger los pedazos.
Apenas lo he alcanzado cuando una de las puertas de las habitaciones de este pasillo se abre.
—Perdón por el ruido —consigo decir, tensando la mandíbula en busca de estabilidad en mis palabras—. Ahora lo limpio.
Giro, sin ver más que una figura en pie en el pasillo, y me agacho para recoger. Recoger cristales, puedo hacer eso. Incluso cuando termino, vuelvo para asegurarme de que todo el agua se haya ido del suelo y froto un trapo seco contra la madera una y otra vez.
—Creo que ya está todo —dice Ansel. Cuando miro, se ha acercado hasta el costado de la isla de la cocina, ha apoyado una mano encima del mueble y tiene el ceño fruncido.
Vuelvo la mirada al suelo.
—No está todo.
Necesito algo que hacer, necesito...
Paro en seco.
Odio las noches porque me dejan más sensible, como me deja hablar con mi madre o con Ramírez, como me deja la idea de mudarme, como me deja recordar que podría perder a mi madre en cualquier momento y como me deja todo lo que ha envuelto mis últimas horas.
No se supone que yo esté mal. En casa, salvo excepciones puntuales, nunca he llorado. He aprendido a controlarme porque siempre he sentido que debo de ser fuerte por mi madre, pero, hoy... No lo sé, hoy simplemente no estoy bien.
No quiero nada de esto.
Ansel se agacha cerca y, cuando apoya una mano sobre mi espalda, no puedo contener las lágrimas por más tiempo. No estoy bien. Hoy no.
—Es solo un vaso, no te preocupes —dice con suavidad—. ¿Quieres que te dé otro?
Río y lloro con eso.
Debe de ser lo que él pretendía porque luego pasa la mano por mi espalda como si intentara calmarme después de haber probado bromeando. Cuando me siento en el frío suelo de la cocina, él lo hace también.
—¿Morriña? —pregunta.
—Sí.
Ansel pasa un brazo sobre mis hombros y, aunque nunca he entendido bien el contacto físico entre cercanos o sus límites, de forma natural me apoyo en él.
—Es normal —dice—, sobre todo si es la primera vez que te mudas sola. Puede ser muy duro.
Paso las manos por mis mejillas, rogando que las lágrimas paren, pero, una vez han empezado y, por mucho que piense en ello de forma racional y me diga que he pasado por peores momentos, no consigo pararlo. Lo contengo tanto siempre que, cuando sale, lo hace de golpe. Todo lo que contuve sale de golpe, las emociones me sobrepasan y ganan.
—Es normal —repite—, no te preocupes.
Ansel se queda cerca por largos minutos como ese amigo que nunca he tenido y yo pierdo la cuenta del número de veces que me he secado las lágrimas intentando que paren.
—¿Mejor? —pregunta cuando me ve más estable.
Sin fiarme mucho de mis palabras, asiento y, al mirarle, mi primer instinto es cambiar de tema.
—¿No habías salido? —pregunto.
—Al final me ha dado algo de pereza —sonríe un poco—. ¿Te gustan los videojuegos?
—¿Qué?
—Los videojuegos —repite sin entender que mi pregunta era más bien un "¿A qué viene eso?"—. Estaba echando una partida con unos conocidos, es divertido, ¿por qué no te unes?
—No tengo lo que sea que se necesite para...
—Tengo tres mandos y una Play en mi habitación, no necesitas más. —Se pone en pie y extiende una mano hacia mí como invitación—. Te animará.
Aunque dudo, tomo su mano y, con algo de impulso, me ayuda a ponerme en pie de nuevo. Su propuesta suena mejor que quedarme sola con mis pensamientos.
Sostiene mi mano unos segundos más, mientras su mirada se llena de compasión y yo me pregunto cómo de mal debo de verme para eso. Cuando me suelta, duda, pero me ofrece un abrazo.
Uno que no sabía cuánto necesitaba hasta ahora.
Necesitaba un abrazo más que respirar y, por eso, me cuesta soltarle.
—Se vuelve más fácil —me promete—. Te lo dije, aquí todos sabemos lo que es irse lejos. Sé que no nos conoces desde hace mucho, pero entre nosotros nos apoyamos así que dinos con lo que sea.
Se aparta, sus palabras sintiéndose más sinceras que la primera vez que las pronunció. O puede que sean igual de sinceras solo que, al contrario que mi primer día aquí, hoy sí le conozco lo suficiente como para saber que no es algo que diga por simple compromiso. Ansel es bueno. Es una buena persona, y eso me sorprende más de lo que debería.
—Espero que seas buena con los juegos de guerra, necesito a una buena persona en mi equipo porque yo soy un desastre —ofrece como broma y, esa sonrisa con la que intenta animarme, casi lo consigue.
Unas partidas a videojuegos, sí, suena bien.
Esas partidas me hacen olvidarlo todo durante las dos horas que se alargan.
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Ansel otro paso más cerca de convertirse en el primer amigo que Olivia está permitiéndose tener me hace querer llorar de emoción por nuestra niña. Se merece todo lo bueno 🥺
ANSEL Y OLIVIA JUGANDO A VIDEOJUEGOS JUNTOS PORQUE ÉL QUERÍA ANIMARLA OMG MI NIÑO.
¿Y sabéis quién más juega mucho a videojuegos y que probablemente juegue normalmente con Ansel?
.
.
Si habéis dicho Asher, habéis acertado.
Pregunta: ¿Qué decidiríais de ser Olivia?
#OP1: Irse sola -porque su madre quiere seguir con esa protección- sabiendo que no puede estar mucho en contacto con su madre y quizás ni verla porque su madre seguirá viviendo como ella lo hacía. PERO poder hacer una vida "larga" y con riesgos.
#OP2: Quedarse con su madre y estar las dos protegidas. PERO seguir perdiéndose a sí misma porque hemos visto todo lo que cambiar de identidad le ha hecho.
CONTADME 👀
√ Ramirez guardando la taza que Olivia le regaló... Confesad, ¿creéis que la quiere casi como a una hija como le pasa a ella viéndole a él como a una figura paterna? ¿O no?
√ Olivia de niña dibujando en el despacho de su padre mientras él trabajaba, ternurita ❤️
√ La casa donde pasó todo estando en Virginia...
¿No os es familiar ese estado?
Uhm.
Me pregunto quién lo habrá mencionado antes...
Qué cosas : )
Ahora sí, un abrazo y nos leemos el próximo sábado ❤️
— Lana🐾
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