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Capítulo 20 - Montmartre PII

20 | Montmartre P2

Olivia Audevard:

Viernes, 19 de junio

Al llegar a la cima, Asher sigue negándose a entrar en la Basílica del Sagrado Corazón. Solo con pisar el último escalón, encuentro la mirada que le da, esa incomodidad cruzando sus facciones y deslizándose en su rostro a través de las gafas de sol. No sé qué le gusta menos, si la basílica, o toda la gente que se amontona a su alrededor como él ha advertido hace un rato, pero hay algo muy notorio en su actitud.

Me quedo junto a una barandilla y le doy la espalda a la basílica para poder apreciar las vistas como tantos otros turistas. Sin embargo, con lo que me encuentro es con lo mismo que suelo ver desde mi asiento junto a la ventana en clase: gris. La ciudad, que empequeñece en la lejanía, parece estar cubierta de una capa grisácea que ensucia los tonos tierra de los edificios. La belleza de su arquitectura se deshace y, lo que destaca, son algunos monumentos que sobresalen entre los tonos oscuros de otros edificios. Las calles se vuelven un borrón, líneas sin sentido que se mezclan y oscurecen la zona.

Es curioso que esa belleza que me deja sin aire cada mañana cuando salgo a correr, que me deslumbra y cautiva, desde aquí me deje tan... apagada.

—Si quieres entrar hazlo ahora, suele formarse mucha fila.

Tiro de un candado que han atado contra esta barandilla. No es el único, cuanto más se aleja la barandilla de las escaleras más candados hay atados a ella. Me recuerda a las fotos del "puente de los candados". Fotos porque, cuando fui a él para buscarlos, di con que los habían quitado. El candado apenas pesa contra la palma de mi mano. Es mediano y, sobre él, han escrito dos iniciales; "B&A".

—Rubia.

—Te he oído.

Dejo el candado ir y vuelvo la mirada hacia la basílica. Frente a ella hay una verja alta en la que algunas personas se apoyan mientras esperan. Veo la fila de la que Asher habla y mi corazón salta un poco al ver a un hombre revisando bolsos y mochilas junto a la apertura de la verja. Sé que mi pistola eléctrica siempre pasa desapercibida por su forma, pero eso no quita que los nervios golpeen todas las veces.

Miro a Asher.

—¿Al final vas a entrar? —pregunto.

—Ni de coña.

—¿Y qué vas a hacer? ¿Esperar aquí entre toda esta gente? —Estamos al borde, junto a las escaleras, porque a solo dos pasos de nosotros la multitud es grande. Veo a las personas moverse casi a empujones para conseguir un buen ángulo para tomar sus fotos—. Porque no parecía hacerte mucha gracia este ambiente, tú mismo lo has dicho.

—Hay unas escaleras ahí. —Mira hacia el borde izquierdo de la basílica. Todo lo que yo veo allí es a más personas y un pequeño puesto que parece vender, ¿castañas?—. Te doy hasta que pierda un veinte por ciento de batería, luego me largo porque necesito el resto para después.

—¿Y cómo se supone que voy a saber yo cuánta...?

—Veinte por ciento —repite. Gira y hace un gesto con la mano al darme la espalda, una despedida más similar a un "Arréglatelas y déjame tranquilo" que a un "Luego nos vemos".

De acuerdo.

Vuelvo la mirada hacia la verja y me pongo en la fila para entrar. Siendo sincera, no me fío para nada del tiempo que me ha "dado" Asher. Más bien creo que, si quiere irse, lo hará ahora mismo. Si quiere quedarse, esperará. Dudo que haya un límite de tiempo que pueda hacerle cambiar de opinión porque actúa como le viene en gana. O se ha ido directamente a la estación después de separarnos, o estará en esas escaleras cuando salga sin importar el tiempo que pase. Por eso no me muevo con prisa una vez paso el pequeño control de seguridad.

Quiero ver esto.

Subo las claras escaleras hasta las dobles puertas de madera y, ahí, noto cómo el silencio se va apoderando del lugar a medida que me sumerjo en su interior. Hay voces, pero son murmullos apagados que se sobreponen a una voz más lejana y dura cuyas palabras no alcanzo a entender. Ando detrás de una familia que se mueve por los bordes de la basílica y me estiro sobre la punta de mis pies para intentar comprobar si realmente hay una misa en este momento. Creí que este lugar era decorativo, que no le daban uso y, sin embargo, al otro lado de la tira roja que han puesto para marcar el camino, hay grandes bancos de madera con personas sentadas y un cura a lo lejos.

Avanzo por el borde, siguiendo a la familia y mirando más hacia arriba que hacia los adornos de la pared.

No estoy segura de haber creído en algo en algún punto de mi vida. Mi relación con la religión es complicada, tanto que la idea de pisar una iglesia siempre me ha echado hacia atrás. No encuentro la justicia que quisiera en sus promesas ni calor en sus palabras, solo el frío de mi vida escalando por mi cuerpo cada mañana. Por eso no recuerdo la última vez que entré en una o si llegué a hacerlo, y, ver esto, es algo intimidante.

Veo ángeles esculpidos contra muros, estirándose como si fueran a ser capaces de tocar el ovalado techo. Encuentro la vidriera del fondo cautivadora y, los adornos dorados sobre la pintura central, me roban el aliento. Eso es lo que más miro mientras avanzo, eso y una réplica a pequeña escala de la basílica tras un expositor.

—Así que aquí estaba —murmuro al ver una máquina como la de las catacumbas contra una de las paredes. Está un poco escondida, pero no lo suficiente como para no verla. Eso me hace tener una idea más general de cómo encontrarlas y, de camino a la salida, pienso si querré -o no- seguir con eso.

Una vez es divertido, pero Asher y yo no somos amigos y no es del todo cómodo tener salidas repetidas solo con él. Hay algo que no termina de encajar entre nosotros, una tensión que se genera al pasar tiempo juntos y que roza la incomodidad entre cortas conversaciones. No sé si es por su carácter o por el mío, pero está ahí y hará que esta sea, probablemente, la primera y última vez que hagamos algo así.

El sol me golpea con fuerza al salir y me reprendo una vez más por haberme olvidado de meter las gafas de sol en mi bolso antes de venir. Es tal la luz que casi tropiezo en las escaleras porque no había visto bien al grupo de chicas que se han sentado ahí para sacarse una foto.

Necesito mis gafas de sol.

Las esquivo por poco, encuentro la salida en la verja y tengo que atravesar a toda la multitud que hemos visto antes para poder llegar a la zona que había marcado Asher antes de separarnos.

El olor del pequeño puesto de comida junto a la verja es dulce, fuerte, pero con un regusto que llama lo suficiente mi atención como para darle una mirada mientras me acerco.

¿Tengo hambre o solo me gusta cómo huele?

—Dos minutos más y te dejaba aquí —oigo.

Asher espera sentado en unas escaleras que bajan por el costado izquierdo de la basílica. Tiene el móvil en una mano, girándolo entre sus dedos con aburrimiento. Ahí, a la sombra, ha aprovechado para colgar las gafas de sol de nuevo del cuello de su camiseta y yo las miro con envidia.

Se pone en pie y pasa una mano por su nuca como si tratara de aliviar la incomodidad que esa postura le ha provocado.

—¿Has disfrutado de tu Taj Mahal? —pregunta al acercarse. Antes de poder contestar, golpea la mano con la que tapo el sol con sus gafas—. Póntelas antes de que nos hagas perder más tiempo. Las personas van a empezar a pararte pensando que quieres que te choquen los cinco si sigues así.

Cierro la boca antes de quejarme porque entiendo que ese comentario es su justificación para ser amable.

Acaba de ser amable.

Sin una pelea, me deja agarrar sus gafas de sol. Sin amenazas, sin esa vacilación de antes.

—Gracias —digo en un suspiro con una abrumadora sinceridad. Me estaba costando  demasiado soportar lo despejado que está el cielo y lo fuerte que golpea el sol. Ponérmelas es darle un descanso a mis ojos.

Por su reacción, cualquiera diría que acabo de decirle que va a tener que meterse en la Basílica del Sagrado Corazón y pasar ahí las siguientes dos horas. Por una vez desde que he empezado a ver esa desgana y gestos en él, diría que, esta vez, está siendo sincero. Hay algo en el "Gracias" que no le hace vacilarme, sino meter las manos en los bolsillos y cambiar de tema al instante. Le incomoda, realmente le incomoda.

No puedo creer haber encontrado algo que realmente le afecte para mal, y mucho menos que eso sea darle las gracias cuando es merecido.

¿Qué tiene de malo que le den las gracias?

Supongo que, cada uno, tenemos nuestras cosas, pero esa reacción me genera curiosidad, una que, aunque no dejo que afecte a mis palabras, sigue ahí mientras le sigo hacia una calle llena de tiendas de cuadros y de souvenirs.

Ese tramo está lleno de una silenciosa tensión que rompe con lo "agradable" que había sido la tarde. Paramos en distintas tiendas. Le veo mirar las falsas matrículas de coches de una mientras yo miro los cuadros impresos en otra. Él pasa de largo más de una vez, a su aire y manteniendo distancia. Yo, mientras tanto, miro cómo algunos artistas se sientan cerca de paredes y llaman a turistas para ofrecer dibujarles. Encuentro caricaturas y cuadros rápidos cerca de ellos, tal y como encuentro un sin fin de souvenirs dentro de las tiendas. Los souvenirs no solo reflejan París de forma general, sino que lo unen con todo tipo de cosas relacionadas con Montmartre que se puedan imaginar.

Incluso hay cajitas de música frente a una de las tiendas, expuestas en el exterior en filas con nombres bastante reconocibles. Me agacho para verlas bien y paso los dedos por las placas que reconozco. Está la de Titanic, una de Feliz Cumpleaños, Printemps de Vivaldi, e incluso Hey Jude. ¿Cuántas veces he oído a Ramírez tararear Hey Jude de los Beatles mientras cocina cuando se queda con nosotras?

El recuerdo me hace sonreír y busco en su melodía mantenerlo.  Cocinar con Ramírez es uno de los mejores recuerdos que tengo y se mezcla con otros que, aunque no sé si son reales o si son una invención, guardo con cariño, como las noches en las que mi padre se sentaba al borde de mi cama con dos chocolates calientes. Si él trabajaba hasta tarde y no podía verme a lo largo del día, hacía eso, me daba las buenas noches con un chocolate caliente y me preguntaba qué tal había ido mi día. Me arropaba y dejaba un beso en mi cabeza para recordarme cuánto me quería.

No sé si ese recuerdo, el de mi padre en mi habitación con su mirada cansada y sus gafas en la mano, es real o si solo lo creé a partir de lo que mi madre me contó durante los primeros dos años, pero ese es mi lugar feliz. Como cocinar con Ramírez. Como ver Gossip Girl con mi madre algunas noches.

Debo de estar más tiempo del que creía aquí porque Asher vuelve y se apoya contra el expositor de cajitas de música.

—La Place du Tertre*está solo a veinte pasos hacia allí, ¿te queda mucho? —pregunta.

—Casi estoy.

No me suena la de La Mer, así que voy directa a probarla. Hago lo mismo con la de su derecha; Lettre à Elise, cuando Asher, aburrido, da una mirada rápida a las cajitas para elegir una al azar y girar la manivela.

Ramirez dice que las corazonadas son racionales, que son reacciones a algo que nuestros sentidos han captado pero que nuestro cerebro no ha tenido tiempo de analizar. Nunca he llegado a creerlo del todo, pero sí tiene cierto sentido para mí. El punto es que, sea racional o no, yo alcanzo la mano de Asher antes de que pueda sacar la melodía de la cajita de música que ha elegido.

El corazón salta contra mi pecho con dureza y, la calidez que siento ante la cercanía de esa cajita, se mezcla con amargura.

—Esa no —pido.

No sé por qué, solo sé que, desde que he leído su nombre, una sensación extraña se ha posado sobre mi estómago. Por eso he ido probando las demás, sin estar segura de si era porque la estaba guardando para el final o porque había un ritmo que quería quitarme de la cabeza con el resto de melodías.

—¿Por alguna razón en especial? —pregunta Asher y, con su típico tono plano, no comprendo sus intenciones.

Suelto su mano al ponerme en pie e ignoro la pregunta porque es una respuesta que no tengo. ¿Es por alguna razón en especial? Sí. ¿Sé cuál? No. Solo sé que, en esa placa, hay algo que me devuelve emociones mezcladas. Como un sabor amargo sobre mis labios dentro de una dulce calidez.

Froto las manos contra mi fino cardigan.

—¿En qué dirección has dicho que estaba la plaza esa? —pregunto.

—En la contr... —Le interrumpe su móvil. No duda, lo saca del bolsillo y da un paso atrás para poder girarse al responder. Aun así oigo lo que dice y la dureza con la que pronuncia las palabras hacia su amigo—. Más te vale estar muriéndote, Sammuel.

Vuelvo la mirada hacia las cajitas de la fila más alta.

"Imagine" pone en una, y saco su melodía para acallar el ritmo que se está formando en mi cabeza. Está ahí, agitándose como el eco de una melodía que está llamando a la puerta de mis recuerdos.

—¿De camino adónde? —está preguntando Asher, su voz se mezcla con las del resto de personas.

Cierro las manos para intentar calmar mis emociones.

—No. Habíamos quedado a y... —Asher calla por un momento—. Ya, llegaré algo tarde.

Hago sonar "Hey Jude" en busca de mi lugar seguro. Reproduzco su melodía más rápido de lo que debería para acallar el resto, pero mis pensamientos están demasiado altos, tanto que puedo jurar alcanzar una voz aguda con las yemas de mis dedos. Esa voz roza la realidad junto al sonido del fuego chispeando.

"Padam, Padam", pone en la placa, y sé que he oído esa canción antes.

Muchas veces.

Y mi cuerpo se llena de angustia de solo recordar su nombre.

Asher golpea con suavidad el expositor de cajitas de música en busca de atención y, todavía al teléfono, señala una dirección. Tomo eso por un "Vámonos" y sigo el camino mientras él habla, ahora en francés, con Sammuel.

—Es esa. —Creo que me lo dice a mí, tan bajo que apenas saco la frase en claro antes de volver a cambiar a francés y dejarme fuera una vez más.

La plaza.

El frío invade mi cuerpo, como si todo el calor que estaba sintiendo se hubiera quedado atado a ese expositor, una chimenea de la que me he alejado y que ahora me deja con el recuerdo helado de una historia que sigue escondida en mi memoria. Froto las mangas de mi cardigan para quitarme esa sensación y trato de centrarme en las obras que hay expuestas en la plaza. Veo cuadros de todo tipo y hechos con distintos materiales junto a sus autores que, sonrientes, están complacidos de responder a las preguntas de cualquier persona que se acerque a apreciar, o comprar, sus obras. Hay también esculturas de todo tipo y preciosas figuras de cristal junto a las que me quedo un rato. La plaza, llena de gente, está rodeada por cafeterías cuyas mesas ocupan toda la acera hasta el punto de no permitir que nadie más pueda andar por ellas y, todas esas personas, tienen sus sillas mirando hacia la plaza, hacia los artistas, hacia sus obras.

—Vale, fin de la visita, rubia. Es tarde y tengo otros planes. —Las palabras de Asher llegan a mi lado antes que él. Aun así, se da un momento para mirar los coloridos cuadros que han llamado mi atención—. Venga, hay que irse.

Puede que porque emocionalmente siento que me han drenado de un golpe, pero no pongo pegas.

El camino de vuelta es silencioso. Bajamos de nuevo por las escaleras de la colina porque, aunque esta vez veo el funicular, hay demasiada fila y Asher no tiene paciencia. Hago, de nuevo, el recorrido por las escaleras de Abbesses solo que, esta vez, sin prestarle tanta atención como antes a las paredes.

Al menos bajar es más fácil que subir, o lo sería si Asher no estuviera metiéndome prisa diciendo que nuestro metro está a punto de llegar y haciéndome correr escaleras abajo. Lo único que alcanzo a decirle en todo ese camino es:

—¡Como me tuerza un tobillo porque me metes prisa te toca llevarme!

No me da una respuesta.

Llegamos tan justos al metro que las puertas por poco atrapan mi pelo al cerrarse.

—No vuelvo a hacer eso —digo.

Asher se agarra a la barra metálica del centro del metro y hago lo mismo antes de caer. El vagón se siente más iluminado en cuanto me quito y le devuelvo sus gafas de sol y, por comprobar algo, repito el "gracias".

—No me las des —dice él mirando los cristales con cautela. Siento cierta rabia cuando pasa la tela de su camiseta por uno de ellos para comprobar que lo que ve no es un rayón que yo le he haya. Conforme, vuelve a colgarlas del cuello de su camiseta—. Te lo dije, no doy algo a cambio de nada, así que el día que coincidamos en horario de clases, me invitas a comer en La Défense.

—¿Por haberme dejado las gafas de sol tengo que invitarte a comer?

Su mirada roza la sorpresa, como si le costara procesar que, para mí, eso no suene lógico. Ha sido un pequeño favor, no entiendo por qué tiene que cobrarlo todo.

—Por eso y por haber sido un buen guía. De nada por eso, por cierto —añade.

—Un guía que no me ha dado ni un solo dato y cuya idea de tour es sentarse durante una hora a descansar y comer —puntúo.

—¿Has visto o no has visto Montmartre? —Vuelve la mirada hacia la línea de metro que hay dibujada sobre la puerta y luego hacia la salida—. Tu parada es Assemblée Nationale.

Espera, ¿qué?

—¿Pero qué tienes con dejarme tirada en todas partes?

—Se llama "hacer planes", deberías probarlo.

—Yo hago planes —marco, lo que me hace ganar una mirada llena de incredulidad—. Asher, que tú te pases el día fuera y que la gente esté en el piso cuando vuelves no quiere decir que no salgan.

Se lo dije, estoy segura de que ya hemos tenido esta conversación.

—Define "salir" —pide y, solo por su tono y la mirada que me da, no lo hago. Estoy segura de que, diga lo que diga, él está esperando para agarrar esas palabras y tergiversarlas. En lugar de darle una respuesta, miro hacia la parada en la que estamos; Gare Saint-Lazare. Me aparto para que el cúmulo de personas que entran y salen aquí no me moleste demasiado.

Asher cambia de sitio con una mujer que se había agarrado a la barra en Saint-Lazare en la siguiente parada para acercarse a hablar.

—Por mucho que te guste mi compañía, esta es tu parada, rubia.

Veo las puertas abrirse al mirar sobre mi hombro, dándome el tiempo justo para volverme una última vez hacia Asher.

—No eres mi persona favorita, pero hoy ha sido... tolerable.

—Tolerable —repite—. Anda, lárgate antes de hacerme pisar tu orgullo.

Su insinuación hacia que no ha sido agradable estar conmigo pierde fuerza junto a sus palabras porque, esa dureza que pone a sus pullas, no está ahí esta vez. Incluso él debe notarlo porque aparta la mirada como si eso fuera a compensar la frialdad que ha faltado en su frase.

Orgulloso.

No le diré que me he tomado eso como un halago, pero mis palabras esconden una sonrisa cuando, antes de irme, digo:

—Oh, cállate.

──────༺༻ ──────

El "Me ha gustado estar contigo" algo escondido en las últimas frases √

Asher siendo amable y pidiendo algo a cambio al darse cuenta √

Asher modo: "No, Sammuel, no me llames aunque me haya olvidado de que habíamos quedado."

COFF, Asher no quería que le molestaran estando con Olivia o solo está en su modo de ser [No mentiré, yo voto por los segundo]

París suena bonito -pero a corta distancia-, Olivia estaba modo hater con verlo desde lejos JAJAJJA pero la amamos así :')

Y, esa cajita de música...

Ay, mi niña, prepárate.

Ay, mis amores, preparaos también.

: )

Ahora sí, un abrazo y nos leemos el próximo sábado ❤️

— Lana🐾

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