Capítulo 19 - Montmartre
No llegamos a cumplir el último reto por un 10% así que no pudo ser, pero os traigo hoy el bello capítulo que sé que disfrutaréis <3
HABEMUS CITA
19 | Montmartre
Olivia Audevard:
Viernes, 19 de junio
Asher deja una nota frente a mi puerta por la mañana.
Ha debido de hacerlo mientras yo salía a correr porque no recuerdo haberla visto en el suelo al salir. Estoy sacando mi botella de agua con azúcar de la nevera cuando la encuentro, doblada como yo solía doblar los papeles para poner mi nombre sobre el pupitre las primeras semanas de clases porque algunos profesores pedían que lo hiciéramos. En esta, en vez de mi nombre, pone "Rubia".
Miro hacia su puerta antes de recogerla. No se oye nada y, la luz, está apagada. De haberla puesto mientras yo estaba fuera, ha debido de volverse a dormir después de eso. ¿Por qué no me sorprende que lo haya hecho mientras yo no estaba? Las conversaciones directas no son su fuerte.
Desdoblo el papel mientras me encierro en mi habitación.
"5:30 pm en Carrousel de Saint-Pierre.
RER A hasta Auber. M12 en Saint-Lazare hasta Abbesses.
Sal por las ESCALERAS."
Un claro "Nos vemos allí".
La doblo en tres partes y la meto en mi cuaderno de francés, de vuelta al cajón de mi escritorio hasta quién sabe cuándo. Voy lenta con francés, casi toda persona con la que me he cruzado y con quien he necesitado hablar entendía inglés, un fuerte de lo turística que es esta ciudad, pero lo que quiere decir que esa presión de aprender rápido francés no existe para mí. Estudio, pero poco.
Compruebo que las indicaciones que Asher me ha dado sean correctas mientras bebo agua y descanso. Sus indicaciones no me traen buenos recuerdos, la última vez me las dio fue antes de dejarme completamente tirada así que, si ahora Google Maps me dijera que esas líneas de metro me dejarían a kilómetros de distancia de Montmartre, no me sorprendería. Sin embargo, todo parece estar en orden y eso me sorprende incluso más.
Un rato después, con el pelo algo húmedo por haberme duchado y todo listo para irme, miro la puerta de la habitación de Asher, tan cerrada como él. Estoy convencida de que está despierto, parece costarle dormir tanto como a mí, lo veo en esas noches que se desliza fuera de su habitación. Hay noches en las que, estando en mi habitación, oigo sus pasos por el pasillo, como si necesitara dar vueltas antes de volver a encerrarse. No se lo he dicho, no le he preguntado, pero lo oigo, es lo que pasa cuando tiene a otra persona con problemas para conciliar el sueño en el piso.
Muchas veces llego a pensar en salir y hablar, pero, al mismo tiempo, algo me echa hacia atrás. Su carácter es confuso para mí y, lo que en un primer momento me hizo descartarle como conocido porque no era viable, ahora me atrae como afilados pinchos. Porque eso es lo que veo en su forma de tratar a las personas, en cómo incluso en el piso tiene respuestas cortantes que, gracias al cielo, el resto se toma como bromas aunque no terminen de serlo. Esa veracidad, esa falta de necesidad de llevarse bien con la gente, me hace no tener que intentar ser amable y eso es tan refrescante, es como agua en un desierto, es poder decir lo que quiera sin miedo a que me miren mal porque él lo va a hacer igualmente. Es liberador. Sin embargo, ese no tener que quedar bien con él es lo que me está tirando más cerca, buscando pasar más tiempo a su alrededor incluso si sé que estoy caminando una fina cuerda de la que me va a tirar en cualquier momento.
Lo admito, quisiera llevarme bien con Asher para mantenerme sobre esa cuerda porque, cuando me frustra -lo que es la mayoría del tiempo-, algo se agita en mi interior. No es nada positivo, pero es algo, es una calidez diferente a la constante nada que había empezado a drenarme tanto que dolía.
No quiero nada bueno a mi alrededor, siempre rompo todo lo que toco y darme algo bueno sería ver un accidente a cámara lenta, pero lo real puede doler, y eso implica que puede transmitirme algo. A estas alturas, solo quiero sentir algo. Por eso, esos pinchos que envuelven sus respuestas y comentarios, se ven tan tentadores para mí.
Miro su puerta una vez más antes de ir a La Défense para asistir a mis clases de hoy.
(...)
Como hablamos, me salto la clase de francés de la tarde y sigo sus indicaciones al pie de la letra. Se grabaron en mi memoria nada más verlas como lo hacen muchas otras cosas, lo que, todavía, es agotador.
Bajo en la estación de Abbesses, y sigo a la multitud hacia unas escaleras que ascienden en forma de caracol pero con una mayor anchura que la que tenían las escaleras de las catacumbas. Con una mayor anchura y colores que no se quedan en ese gris de los escalones y manchado blanco de las paredes.
No sé si Asher subrayó la palabra "escaleras" como burla o como aviso, pero, sea como sea, hay algo muy diferente en estas escaleras. La pared de la izquierda, en la zona más amplia de los escalones, está pintada desde el suelo hasta el techo con coloridos paisajes que me van acompañando a medida que subo. Las figuras y paisajes se amoldan a los constantes giros de las escaleras y parecen respetar el efecto de la distancia. Aunque en tonos demasiado alegres y con toques demasiado superficiales como parecer reales, casi diría que lo son.
Veo París al subir, como si estuviera justo ahí, a mi izquierda, separado de mí por esa fina barandilla negra que cubre parte del dibujo. Veo a una orquesta con trajes rojos bajar a medida que yo subo, uno tras otro, como si tocaran una alegre canción de camino a la estación. Veo altas flores rojas y, cerca de la salida, veo azul. La pared adopta un intenso azul, el de un cielo nocturno oscuro y despejado donde brillan grandes estrellas y se balancean blancos caballos alados que dan la sensación de seguirnos en busca de una salida. Su cielo pronto cambia por el cielo real del exterior.
Estaba tan absorta por esa pared que no he parado, acelerando en busca de los colores que sustiturían la obra que estaba viendo. No me he dado cuenta de cuántas escaleras había, algo que ahora me pasa factura.
Le pienso hablar a mi madre de esas escaleras cuando la llame esta noche.
Por ahora, me doy unos segundos para recuperar el aliento y me sitúo para ir en busca del Carrousel de Saint-Pierre. Claro que, antes de eso, tomo un pequeño desvío porque, según Google, hay algo llamado "El muro de los Te Quiero" a un minuto de esta estación y, aunque voy algo tarde, me desvío para verlo.
Es fácil encontrarlo.
Es grande, de un intenso azul y pegado a la pared de un edificio. Cuenta, también, con tonos rojizos en figuras de diferentes tamaños y formas esparcidas entre las palabras. En blanco, está escrito "Te quiero" en, según lo que leí, unos trescientos idiomas y dialectos diferentes. Creí, al verlo en Internet, que me generaría algo, pero lo veo aquí, con tantas personas fotografiándolo y mirándolo con atención, que solo noto lo poco que encaja conmigo.
Lo tuve una vez, ese amor, y, como todo lo bueno que termina en mis manos, lo hice añicos. Ahora rozo uno de tantos "Te quiero" escritos en blanco en un idioma que desconozco y me aparto.
"Te quiero", pienso. Aunque ya no esté, todavía quiero a mi padre, lo sé porque su recuerdo duele. También a mi madre, aunque a veces temo pararme a pensar en si realmente siento algo o si solo sé que debo sentirlo. Ramirez me importa, quiero creer que lo suficiente como para dolerme si le pasase algo, pero, ese sentimiento, como en otros, ha perdido mucho significado para mí con el paso del tiempo.
Cuando entraron en casa, en Tennessee, cuando yo había roto con Michael, todavía creía mantener algo. Tenía quince y, aunque empezaba a costarme menos distanciarme de las personas al hacer las maletas e irme, todavía dolía un poco. Tenía miedo constante de perder a mis seres queridos, que lo mantengo, pero ahora es más una costumbre. Y me siento mal por ello, y temo ser mala persona por eso, por no poder sentir como antes, tanto que no me atrevo a decirlo en voz alta.
¿Qué pensaría Ramírez de mí si le dijera que, a veces, no siento nada por mi madre, que no sé si me preocupa realmente o si solo sé que debe preocuparme? Porque mis emociones, que se habían ido apagando poco a poco, terminaron en Tennessee. Cuando un hombre con el que conviví, que me habló de su hijo, murió frente a mí, algo pasó en mi cabeza, algo malo.
Me paralicé.
No grité, no corrí, no podía pensar. Lo vi y me quedé ahí, en blanco, y, desde entonces, no he podido recuperarlo. El miedo de esa noche, tan intenso, llegó a un punto donde se desbordó y tocó algo que no sabía ni que podía tocarse. Mudarme era duro, pero, eso, eso me pasó una factura tan fuerte que mis emociones se escondieron con miedo a salir porque yo no estaba lista para enfrentarlo, y, aunque crea que lo he superado, dudo que eso sea real porque, de serlo, entonces estoy realmente jodida. Si lo he superado y sigo con las emociones tan borrosas que apenas me rozan, temo estar demasiado lejos de estar bien.
No puedo estar bien y no ser capaz de sentir cariño o amor salvo por medio de recuerdos. ¿En qué clase de persona me convertiría eso?
Dejo el aire ir, junto a esos pensamientos, y salgo de aquí en busca del Carrousel de Saint-Pierre. No pienso seguir pensando en eso, no quiero. Así que echo a andar.
Está cerca, no parece estar abierto al público y Asher ha aprovechado eso porque se ha subido para sentarse en las escaleras que separan el primer piso del carrusel del segundo. Tiene una bolsa sobre el escalón más cercano a sus pies y unas gafas de sol puestas pese a que el sol no puede alcanzarle ahí metido.
Se levanta al verme, recoge la bolsa, y mete el móvil en el bolsillo de sus vaqueros rotos algo anchos. Baja del carrusel de un salto, distraído por el sol.
—Llegas tarde —dice.
No contesto porque hay un "cortocircuito" en mis pensamientos mientras intento centrarme con qué parte de la personalidad quiero mostrar con él. Todo tan mecánico, todo tan gris. Todo tan apagado y falto de vida como me siento todo el tiempo, pero nadie lo ve. Miro las fotos y me veo, me veo tan gris como me siento, pero nadie más lo hace y me está consumiendo.
—Tienes esa mirada de nuevo.
Olivia Audevard, me recuerdo, y levanto la mirada.
—Perdona, ¿qué decías? —pregunto.
—Esa mirada —marca—, la de la cocina de hace unos días. —Ante mi confusión, sigue—. Estabas pensando en el mismo mal recuerdo.
Lo recuerdo.
—No, no lo hacía.
—Así que aceptas que sí había algo.
—No he dicho eso.
—Tampoco lo has negado —puntúa.
Oh, maldita sea.
—La Basílica del Sagrado Corazón. Quiero ver la Basílica del Sagrado Corazón. —Cambio de tema de forma notoria y torpe. Claro que Asher lo nota, pero ni siquiera se para a pensar en ello. Acomoda la bolsa en su mano y echa a andar.
—La basilique du Sacré-Cœur—traduce—. Tienes que recuperar la hora de clase de francés del curso, ¿recuerdas?
¿Está intentando ser amable conmigo?
La sorpresa es tal que se traga mis palabras y tardo en recordar cómo lo ha pronunciado. Sí, está tratando de ser amable conmigo. ¿Qué fue lo que me contó? ¿Que su hermana había pasado por algo malo que le marcó y por eso reconocía las señales? Sea lo que sea debe de ser un tema delicado si le hace dar palabras amables. Algo que prefiero evitar ahora mismo. Que sospeche es una cosa, pero, como empiece a tirar del hilo, temo cómo pueda terminar todo.
Recuerdo cómo lo ha dicho y trato de moldear mejor la conversación esta vez.
—Basilique du Sacré-Cœur —repito—. Es eso, ¿no?
La llevo viendo desde que he llegado al carrusel, está en la cima de una colina con largas escaleras blancas que te llevan hacia ella. Largas escaleras. De nuevo.
Asher asiente.
—¿Sabes? Tendrás que contarme algo de su historia si quieres parecer un guía. —Quiero que hable porque, para bien o para mal, es una distracción. No importa en la dirección en la que lo lleve siempre que no sea en la de esos detalles en los que, por desgracia, él sí sabe fijarse.
—No es esa clase de tour, ¿recuerdas? —pregunta en lugar de responder—. Nada de hacer lo que tu yo turista haría, de eso se trata.
—Lo dices porque no conoces datos sobre la basílica, ¿no?
No hace falta que levante las gafas de sol para poder notar esa pesadez en su mirada, esas ganas de rodar los ojos por la desesperación que alguna de mis respuestas le causan. —Empieza a subir escaleras, rubia.
Las veo, tan cerca que no puedo esquivarlas por más tiempo, y pongo el pie en el primer escalón. Funicular. Sé que he leído en algún lugar algo sobre un funicular, pero aquí no he visto nada. Así que me callo y voy escaleras arriba, viendo a Asher subir con una agilidad que me sorprende teniendo en cuenta que todo lo que le he visto hacer es salir hasta tarde y beber. Sin embargo, el aguante lo tiene, no sé cómo, pero lo tiene, y eso hace que no tenga problemas para ir por delante hasta cerca de la mitad de las escaleras, donde se sube al pequeño muro que hay a ambos lados y salta al césped de la colina.
Me doy cuenta, solo después de pisar el césped, que las personas no paraban ahí para sacar fotos. Tonta de mí he visto figuras por el césped y he pensado que estaban haciendo un pequeño descanso en la subida o tomando fotografías, pero es otra cosa y no me doy cuenta hasta que no veo a Asher sentado en la colina, con la bolsa abierta a su lado.
—Espera, ¿tu idea de tour es hacer un picnic? —Me siento cerca, sorprendida al notar lo obvio—. Tú has decidido venir aquí para poder sentarte y no tener nada que hacer.
No puedo creerlo cuando lo veo, pero Asher desliza un sacacorchos pequeño fuera del bolsillo de sus pantalones. Sí, definitivamente ha pensado adónde veníamos y cuál era el plan antes de salir del piso, lo que ahora vuelve más fácil que pueda quitarle el corcho a la botella de vino que había en la bolsa.
—Vin —dice, dejando la botella abierta en el césped con cuidado de que no se caiga, la apoya contra mi bolso para eso y lanza algo más fuera de la bolsa, un envoltorio de plástico—. fromage et saucisson. —Todo en lonchas y recién comprando—. Un clásico menú de aperó francés que será nuestro goûter de hoy.
Creo que a veces él olvida que yo no sé francés.
—No te voy a mentir, no he entendido nada de lo que has dicho.
Eso le hace mostrar una media sonrisa, apagada pero con una cálida suavidad en vez de constantes retos y burlas.
—Algo típico de aquí, quédate con eso —termina.
—De acuerdo. —Me muevo un poco en busca de vasos para el vino, pero, al ver que no hay nada y dudar, Asher me da un simple: "No eres escrupulosa" a modo de: "Sé que no tienes problemas para beber de la misma botella" y, teniendo en cuenta que no es la primera vez, no dudo antes de aceptarlo.
Sabiendo que él es igual, bebo.
—¿Sabes? Voy a necesitar algo con más graduación si tenemos que pasar juntos toda la tarde. —Encojo las piernas al decirlo. Antes de responder, Asher se reclina un poco para estar más cómodo.
—Ya hemos pasado por eso, rubia, no te parezco mala compañía.
Miro hacia la cima de la colina, a la basílica que, desde aquí, no puede quedar a más de dos minutos a pie. Se yergue tan magnífica como en las fotografías, con el sol golpeando sus bóvedas. Incluso el muro, alto y que se eleva desde el final de estas primeras escaleras, se ve bonito a su lado, adorándolo como una pincelada que completa su figura.
—Pero eso no quiere decir que me parezcas alguien agradable.
Saco el queso para abrir el paquete.
Mi mirada vuelve a la colina. Levanto una mano para esconder mis ojos del sol y verlo más claro. Por un instante, se vuelve irreal. Miro la botella de vino y pienso: Estoy en una colina, con una botella de vino, sin demasiada gente alrededor, y viendo uno de los monumentos de más renombre de París tan cerca que podría llegar en apenas dos minutos. Sí, parece irreal.
Y es... bonito.
Es extrañamente relajante para estar en una ciudad que tan ajetreada ha demostrado ser. En comparación, esto es pacífico. Las fotos que vi de esa zona eran grisáceas, con las calles algo sucias y tanta gente que apenas se podía ver bien la base de la basílica. Las personas se arremolinaban a su alrededor, haciendo una presión que se trasladaba hasta las imágenes. Aquí, en cambio, es como si pudiera quedarme con esa belleza y cercanía, y mezclarla con plena naturaleza en un cálido día.
—¿No te recuerda un poco al Taj Mahal? —pregunto.
Asher me quita la botella de la mano segundos después de haber lanzado la pregunta.
—Yo sí que voy a necesitar algo con más grados para aguantarte a ti estas horas —dice antes de beber, pero no hay intención de ofenderme en sus palabras, es más, la botella llega a cubrir una casi sonrisa que amenaza con rozar sus labios, pero yo la veo. Ladeada y escondida, antes de beber.
—Tiene un aire —puntúo. Para mí, al menos, lo hace. Asher, en cambio, me mira como lo hizo cuando le llamé "fosa bonita" a las catacumbas, como si yo fuera una niña que no termina de entender los conceptos más simples y, aunque le frustrara, se compadeciera por ello. Ante su silencio, pongo mejor la mano para conseguir ver de nuevo la basílica sin los peores golpes del sol—. Todavía quiero entrar ahí, ¿iremos después?
—A Montmartre también se le conoce como el barrio de los pintores —cuenta, haciéndome mirarle porque no entiendo qué tiene que ver eso con lo que acaba de preguntar. Veo, con envidia, cómo cuelga las gafas de sol del cuello de su camiseta negra de manga corta porque, con cómo está recostado, el sol golpea su espalda y no su cara. No las necesita—. Has visto la estación, puedes ver la basilique du Sacré-Coeur desde aquí en pleno goûter, y luego subiremos a la Place du Tertre, esa es la esencia de aquí, ¿de verdad prefieres meterte en la basilique como una sardina enlatada?
—Ya que he venido hasta aquí y voy a terminar de subir eso —Señalo las largas escaleras—, sí, quiero a entrar.
Lleva la mirada a la cima de la colina, planteándoselo, pero ver la basílica le quita las ganas porque, al mirarme de vuelta, su decisión es clara.
—No pienso entrar ahí. Si quieres verla, tendrás que ir sola.
Troceo un poco del queso entre mis dedos para probarlo. ¿Qué dijo mi madre que sabía muy bien de aquí? ¿Fue el queso o era otra cosa? No lo recuerdo bien.
—¿Estás diciendo que podré ver el interior de la Basílica del Sagrado Corazón tranquila y sin que te quejes diciendo que es una pérdida de tiempo estar ahí? Es fantástico. —Paro—. Quiero decir, qué pena que no vayas.
Nota la pulla y le da un trago largo al vino como si dijera: "Lo necesito para soportar todo lo que tengo que aguantar contigo".
—¿Ni veinte minutos y ya estás metiéndote con tu guía? —El sol puede molestarme, pero verle sin las gafas de sol y con esa diversión tan apagada que apenas te deja ver parte de una sonrisa ladeada, es demasiado agradable como para no intentar mirar de todas formas.
—¿Por qué? ¿Vas a dejarme tirada de nuevo si lo hago?
—Peut-être [Quizás]—responde.
—Sé lo que significa eso. —Todavía incómoda por el sol, doy otra mirada al poco uso que da a sus gafas de sol y me trago el orgullo—. ¿Me dejas tus gafas? El sol me está molestando mucho ahora mismo.
Asher ríe, secamente y con un claro: "Ni de coña" al que un segundo después le pone voz.
—No las estás usando —intento.
—Ya, pero eso de dejártelas no va a pasar —sentencia.
Como sea.
Pasa un rato, en silencio mientras comemos y la botella pasa de uno a otro, hasta que cambio de postura para esquivar el sol, casi le doy la espalda por completo y sigo sin ser capaz de mirar bien a la basílica por culpa del sol, pero así se siente un poco mejor. El día es tan despejado que ni siquiera hay nubes a la vista para darme un descanso y, mis gafas de sol, están olvidadas en casa porque las saqué ayer del bolso para ir a dar un paseo y me olvidé de meterlas de nuevo.
Algo presiona mi costado. Al mirar, encuentro las lentes oscuras de sus gafas golpear contra mi brazo. Miro hacia atrás para ver a Asher algo estirado para pasármelas. Antes de poder agarrarlas, las aparta de mi alcance, pensándoselo mejor. Tensa un poco la mandíbula pero me las ofrece una segunda vez. No las suelta cuando yo las agarro.
—Más te vale cuidarlas, no me haría ninguna gracia que terminen rotas. —Sigue sin soltarlas—. Es en serio, Olivia.
—Lo veo, has usado mi nombre y todo.
Con eso, las suelta y yo las giro entre mis manos. Son de marca algo que, aunque no me esperaba, me explica mejor por qué le molesta tanto prestarlas. A mí también me molestaría gastarme mucho dinero en algo y que alguien lo rompiera aunque fuera por accidente. Las giro y me las pongo, el sol se vuelve más suave de inmediato y mis hombros caen. Mucho mejor.
Me vuelvo hacia él y se incorpora por completo.
Ahora, sin gafas, es más fácil leerle y, sus ojos, vuelven a quedar a la vista. Mentiría si dijera que no me parecen bonitos como haría de decir que quiero tener sus gafas solo porque el sol me molesta. Sí, es incómodo, pero, mientras yo las tenga, él no podrá ponérselas y no me cuesta admitir que prefiero verle sin ellas.
—Gracias por prestármelas para el resto de la visita —digo.
—No te las he prestado para toda la tarde, no te hagas ilusiones.
No respondo, pero esa es mi idea. Va a ser difícil que se las devuelva con el sol golpeando tan fuerte y habiéndome olvidado las mías, además, él parece llevar el sol mejor que yo.
—Además —añado—, me quedan mejor que a ti.
—Vale, se acabó. —Con un rápido movimiento, me las quita y mi queja muere contra mis labios por su rapidez. Las cuelga del cuello de su camiseta de nuevo—. Venga, vamos a ver tu basílica antes de que le empieces a llamar copia de una pirámide egipcia.
—Lo del Taj Mahal tiene sentido, búscalo en Google, tiene un aire —me defiendo ante su burla—. ¿De verdad no vas a dejarme más tus gafas de sol?
Asher hace una mueca al agacharse para meter todo lo que queda -que es la mayoría-, de nuevo en la bolsa.
—Te lo he dicho: no te hagas ilusiones, rubia.
Esa frase se siente pesada, como si tuviera tanto significado que presionara entre nosotros, abriéndose paso con dureza. Se siente como si un golpe frío hubiera atravesado la calidez de esta tarde, pero, la certeza de mi respuesta, aunque no pronunciada, es clara.
No, no soy de hacerme ilusiones.
—Ayúdame a levantarme al menos —pido, estirando una mano hacia él.
Como era de esperar, no lo hace.
—Vamos, el Taj Mahal te espera —se burla.
Presiono las manos contra mis rodillas con algo de molestia antes de levantarme. ¡Tiene un aire! ¿Cómo no puede verlo?
—Como decía, necesito algo con más graduación para poder pasar más tiempo contigo —digo.
Esta vez, en contra de todo pronóstico, escucho su risa mientras se aleja.
──────༺༻ ──────
Well, ¿puedo ser la primera en decir que me gustan juntos?
Porque: me gustan juntos ❤️
Me mata porque Olivia ha dicho algo que no es tan descabellado y Asher se ha burlado de eso como ha podido y más.
Olivia: ¿No se parece a...?
Asher: Que es un sitio que nada que ver dice.
Oliva: No he...
Asher: Que se parece a una pirámide egipcia dice.
Olivia:...
Asher: Que parece un restaurante dice ahora.
#EncontrandoRazonesParaPicarla, ¿No os recuerda a alguien?
J *coooofff* ay *cooooooofff*....
Y, perdonando que os diga, pero voy a hacer mi lista con cosas sobre las que fangirlear aquí porque, ante todo, les shippeo SO:
#1. Asher diciendo que no le prestaría las gafas de sol y dándoselas poco después ¿FINGIMOS QUE ES PORQUE NO QUIERE QUE LE DÉ LA ESPALDA PORQUE QUIERE QUE SIGAN HABLANDO?
¿O NO?
#2. Olivia diciendo que sentía que nunca nadie veía lo que había detrás y Asher al momento diciendo: "¿Estás mal de nuevo?" MI CORAZÓN
¿Creéis que él podría llegar a entender?
O y, por favor, el momento:
Olivia: Tus gafas mejor me sienta mejor que a ti.
Asher modo ofendido máximo: QUE ME LAS DES YA NO TE LAS DEJO MÁS
COMO UN NIÑO CHIKITO JAJAJAJAA
# línea para dejar vuestro momento favorito entre ellos
#Línea para un momento de paz antes de que suelte bombas.
YENDO A LO "MALO". Volvemos a Tennessee, mis amores, eso le tocó fuerte, sabíamos que le costaba crear lazos, pero no a este punto. Vamos fuerte, ¿os imagináis lo mal que debe de sentirse por no poder querer a las personas como debe? ¿Por no ser capaz de estar segura de si quiere a su madre?
#OliviaGetWellSoon
#FporElShipp
Oh y cuando dijo que todo lo bueno que tenía lo rompía </3
y CUANDO DIJO QUE NO QUERÍA NADA BUENO SOLO ALGO REAL PORQUE ESO DOLERÍA Y ASÍ SENTIRÍA ALGO OMG MI NIÑA ME DA MUCHA PENITA
Ahora sí, un abrazo y nos leemos el próximo sábado ❤️
— Lana🐾
PD-ASHER RIENDO, REPITO, ASHER RIENDO NO ES UN SIMULACRO
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