Capítulo 11 - Tennessee
11 | Tennessee
Martes, 9 de junio
Olivia Audevard
La mente es todo un mundo, sobre todo en lo que concierte a los días que más se odia recordar. Extrañamente, mi madre no entiende eso. Es curioso porque uno de los peores momentos de mi vida lo viví con ella, aunque supongo que no lo vivimos de la misma manera. Ella no estuvo exactamente conmigo durante la noche. Noche. Como si hubiera durado tanto.
Empujo más cerca el bol con mi desayuno favorito: Yogur con muesli y trozos de fruta fresca. Mis dedos se aferran al bol y a la isla de la cocina de este piso de estudiantes. Intento que su tacto sea mi ancla porque mi mayor problema días como hoy es entender la diferencia entre el presente y el pasado.
Es complicado, hasta un nivel que no sería capaz ni de empezar a explicar. Por eso me gustaría que mi madre lo entendiera porque, entonces, tendría a alguien que comprendiese lo que es que recuerdos intrusivos golpeen tu mente. Emociones, imágenes y sonidos de eventos pasados me arrastran a un oscuro vacío en cuanto un detonante estalla demasiado cerca. En mi vida, esquivo todo lo que sé que puede provocarlo. No suelo subirme a un coche durante la noche si está lloviendo y tampoco tengo pensado jugar al escondite en un piso en toda mi vida. Conozco ciertos detonantes, pero, otros, son imposibles de esquivar. Lo único que puedo hacer en mi vida es intentar estructurarla esquivando lugares, momentos e incluso sonidos, pero nunca desaparece del todo. Los flashbacks son imprevisibles, puedo estar sola en mi habitación y que algo tan simple como la iluminación me lleve de vuelta. A veces es a la casa en Pensilvania, al terror tan puro que me tuvo metida bajo mi cama convencida de que iba a morir ese día. Otras, como hoy, me devuelve a Tennessee, a esa fría madrugada cuando un grupo de tres se metieron en nuestra casa y todo se salió de control demasiado rápido.
Lo peor es que ninguno de ellos fue atrapado. Lo que quiere decir que nunca supimos quién les enviaba, si solo había sido una coincidencia o si un rostro que hacía años reinaba en nuestras pesadillas tenía relación con ellos.
El flashback de hoy ha sido brusco. Estaba cerrando la ventana de mi habitación para irme a dormir, algo simple y cotidiano, cuando llegó. Golpeó. Yo solo quería irme a dormir, pero el cristal reflejó la habitación. La luz de la habitación se avivó en la ventana, junto a mi reflejo y, de fondo, el deje de la oscuridad de la noche se mezcló con la suciedad exterior del cristal. Los puntos parecían gotas de agua y la mezcla fue el detonante.
Lo sentí primero. Las emociones de aquella madrugada pegaron mis pies al suelo y ascendieron, como figuras con manos que escalan sobre mi cuerpo en busca de llevarme con ellas. Su peso me hundió, me paralizó, y me hizo volver. Pestañeé y estaba allí de nuevo.
Mi cuerpo reaccionó exactamente como lo hizo aquel día. Podía sentir el miedo como si de nuevo estuviera de pie sobre la gruesa alfombra del salón, viendo una pelea en la entrada. Podía oír los golpes de la puerta, ver la luz azulada del exterior balancearse sobre los cuerpos y escuchar a la perfección el crujir de la pequeña mesilla que en aquella época teníamos en la entrada al romperse bajo el cuerpo de Porter, uno de los dos agentes que estaban cuidando de nosotras.
Asignaron a dos agentes como "guardaespaldas" después de que mi madre volviera del mercado alterada diciendo que creyó haber visto a alguien siguiéndola. Una frase no era suficiente para recolocarnos, pero sí para volverse más precavidos. Dos agentes, uno en nuestra casa y otro en la casa del final de la calle, haciendo turnos con cámaras y de forma presencial, acompañándonos a todos los lugares que fuera necesario haciéndose pasar por mis tíos.
Aunque ahora estoy en la cocina, sigo sintiéndolo, las secuelas de haberlo revivido. Mi cuerpo todavía está agitado. La última noche que pasé en Tennessee fue una pesadilla de principio a fin. Recuerdo estar sobre la alfombra y oír la mesilla de la entrada romperse, ver el cuerpo de Porter caer con dureza pese a que el golpe se acalló por el crujir de la madera. Aun así, el quejido de dolor salió de sus labios y luego los disparos. Dos. Rápidos y certeros contra el intruso que estaba peleando con él. Tan rápidos que tardé en reconocer cuántos fueron.
También recuerdo a otro agente, el que sacó a mi madre de casa al inicio porque tuvo la oportunidad. Le recuerdo tirar de mi brazo y presionar mi espalda contra una pared, su mano sobre mi boca en una silenciosa advertencia. La casa estaba oscura, pero la madera crujía, todo el tiempo. El sonido me provoca angustia incluso a día de hoy.
Es horrible decirlo, y lo sé, pero desearía que no hubieran sacado tan rápido a mi madre, desearía que ella hubiera estado allí conmigo. Con miedo de cruzar la puerta principal porque estar abierta no era una buena señal, aterrada en cuanto los dos agentes no estaban a la vista. Perdida. Asustada.
Porque, a día de hoy, ella no entiende que los traumas no se suavizan con el paso del tiempo, no todos, al menos. Algunos no son simples recuerdos, no se quedan en el pasado. Esos vuelven. Como una profunda huella cubierta de arena a la que un golpe de viento redescubre, los traumas hacen lo mismo. El tiempo les echa capas de arena, pero, un golpe de viento lo suficientemente fuerte, un detonante, y se ven tan claros como cuando se formaron. Para mí no hay pasado y presente con ellos, el tiempo se corrompe a su alrededor. Esa clase de traumas no vuelven, ellos te llevan de vuelta. Te arrastran como el abrazo de un viejo amigo que no es capaz de dejarte ir.
Ahora, sentada en la cocina ya entrada la noche, sigo sintiendo el rastro frío del sudor previo, noto el peso en mis hombros que me hace querer romper a llorar y cada una de las emociones que me carcomieron aquella noche. No, no es un recuerdo, lo que me ha pasado en mi habitación hace apenas unos minutos ha sido que lo he revivido. En contra de mi voluntad, he vuelto a aquella noche en todos los sentidos y, por unos minutos, sentí que nunca me había ido. Aquella interminable noche en mi cabeza, realmente lo fue porque, a día de hoy, su duración continúa. Mi cuerpo lo sabe y reacciona como si nunca hubiera puesto distancia con aquella ciudad, como si nunca se hubiera convertido en parte del pasado.
—Estás en París —me recuerdo.
Necesito oírlo para intentar empezar a comprender.
La puerta del piso se abre y yo levanto la cabeza bruscamente, mi mano cerrándose con tanta fuerza sobre el bol que siento el dolor en mis dedos. Mi corazón, agitado de antes, presiona con dureza contra mis costillas. Entonces le veo, a Asher, y, aunque lo intente, apenas puedo relajarme un poco. Son las secuelas, esas son difíciles de alejar.
Reconozco a Asher porque he visto esa sudadera antes, la azul marina con el dibujo de un águila. La lleva remangada y tiene una bolsa de papel con tanto peso en la mano que el material está ovalado en la parte inferior. Me ve y frunce un poco el ceño al darse cuenta de que estoy sentada en plena oscuridad, cerca de las doce de la noche, y con la banqueta pegada a un rincón entre las encimeras.
—Veo que las catacumbas te han dejado con mono de oscuridad —comenta—. ¿Disfrutaste del final de tu visita?
Deja la bolsa con un golpe seco contra la isla de la cocina y, aun habiéndolo visto venir, me sobresalto. Mi cuerpo entero está listo para echar a correr o atacar, la adrenalina me invade, el terror también, claro que voy a reaccionar a cualquier sonido alto.
Tontamente, pregunto:
—¿Qué?
Creo que nota que algo falla. Me mira en silencio unos instantes, su mano envuelta en el asa de la bolsa cuando, bruscamente, la aprieta en busca de ruido antes de soltar. No aparta la mirada, como si midiera mi reacción, como si entendiera. No, no lo hace. No podría hacerlo.
Finalmente, suelta el asa, rodea la isla de la cocina, y arrastra un poco una de las sillas para que quede frente a la mía. A cierta distancia, pero frente a mí al fin y al cabo. Se sienta ahí, en silencio, hasta decidir qué hacer con sus palabras.
—¿Cómo de malo? —pregunta. Al contrario que otras veces y pese a haber cierta dureza en su voz, hay algo más, una mirada más suavizada que le delata.
—¿De qué hablas?
Se inclina un poco hacia delante, sosteniéndome la mirada en todo momento y casi creo poder ver algo similar a la compasión en sus ojos azules. Me digo que lo estoy imaginando, la oscuridad tiene un don para jugar con la imaginación de las personas al fin y al cabo.
—Lo que pasó, ¿cómo de malo? —intenta.
El peso en mis hombros crece como respuesta, casi como si las manos de Porter, uno de los dos agentes que aquella noche estaban de guardia, todavía presionaran ahí. Hago presión con mi propia mano como si eso pudiera borrar la de él. Todavía está ahí, junto al recuerdo. Murió, frente a mí, sobre mí. Yo tenía quince años cuando vi cómo un hombre con quien días atrás había estado hablando sobre lo que podría comprar a su hijo por su cumpleaños, perdía la vida frente a mis ojos. Porque esa expresión es la más adecuada para lo que vi.
En algún momento de la noche, cuando yo estaba junto a las escaleras y él se había quitado de encima al intruso que le atacó junto a la puerta, se acercó a mí. Yo estaba... ida. Todo era demasiado y él apoyó las manos sobre mis hombros, presionó, y me habló. No recuerdo lo que dijo, pero sí que, cuando mi mirada volvió a él, era demasiado tarde.
Fue de repente.
Él me estaba hablando y, de la nada, lo oí, el disparo. El sonido, por lo que recuerdo, fue estridente, aunque quizás eso fue lo que pensé después porque era la única forma de explicar por qué, cuando miré, ya era tarde. Un disparo no es tan limpio como muestran en las películas, no hay un agujero del tamaño de una uña con un único hilo de sangre. Lo que yo vi fue oscuridad. Le dispararon, desde atrás, y por poco me llevan a mí con él porque la bala le atravesó y se perdió a mi derecha. Porter murió frente a mí y, la única forma en la que pude explicarlo fue con la palabra oscuridad. Porque eso vi. Sus rasgos, redondeados y dulces, se perdieron bajo el grosor de la sangre mezclada con partes más gruesas que nunca he querido pararme a pensar lo que eran. Su mejilla terminaba abierta, la piel estirada hacia el exterior en tonos oscurecidos. Cuando le miré, el horror de su rostro deformado por un disparo cuya salida era casi del tamaño de la palma de mi mano, me devolvió la mirada.
A menos de dos palmos de distancia.
Y sus dedos, eso fue lo peor. Se quedó inmóvil, sus dedos quemando mi piel, presionando en busca de aferrarse durante su último aliento. Recuerdo el movimiento de sus dedos. Fue algo suave, casi como un impulso, haciéndome creer que todavía estaba vivo aun cuando su rostro, redondeado y pálido, se había llenado de oscuridad. Me dio sus últimos instantes de vida -o algo similar-, mientras su cerebro se apagaba y cedía. Las milésimas de segundo y ese agarre, ese movimiento de sus dedos como si estuviera confuso, tratando de entender, como si todavía pudiera ser ayudado. Eso fue lo peor. Quizás lo imaginé, o quizás estuvo realmente ahí, pero ver la vida en el ojo que quedaba desaparecer bajo terror e incomprensión es algo inexplicable. Te destroza por completo. Todavía siento el frío envolverme al recordar ese golpe contra mi cuerpo, las salpicaduras de partes de un cuerpo de quien una vez sonrió a mi lado sobre mi piel. De un padre. De un protector.
El agente Porter murió sobre mí aquel día, tan cerca que lo viví con él. Tan cerca que me llevó consigo. Porque eso es algo que nunca me dejará ir.
—Rubia —llama Asher.
No sé cuándo, pero se ha inclinado más y ahora me impulso hacia atrás. Asher lo nota y hace lo mismo. Dejo la mano caer. París, estoy en París. "Cómo de malo", ha preguntado Asher. "Como el infierno", quisiera poder responder, pero, en su lugar, lo que respondo es:
—No sé de qué hablas.
—No hace falta ser un genio para reconocer las señales cuando ya las has visto —dice con una suavidad impropia de él—. Tengo una hermana pequeña, pasó por mucho. Ella solía quedarse despierta por las noches, no era capaz de dar la espalda a espacios abiertos y saltaba con ruidos fuertes. —Pasa una mano por su pelo, su mirada cansada, casi con dolor ante el recuerdo—. Así que dime, ¿cómo de malo?
Encuentro esas palabras y casi quiero aceptarlas, preguntar. La pregunta se desliza sobre mis labios con oscura dulzura. Hay algo extraño en compartir ese tipo de anécdotas, aquellas historias que no son benignas y que no pueden difuminarse en el pasado. Compartir la oscuridad con personas que también la tienen es reconfortante. Puedes hablarlo. Quieres hablarlo. Y hay algo adictivo en hablar de ello. Como la sensación de euforia al correr que te devuelve cierta necesidad de seguir con el tiempo pese a estar presionando tus propios límites, hablar de temas dolorosos influye de la misma manera. Duele, pero ese dolor tiene cierto dulzor. Desahogarte con gente que haya vivido cosas similares, oír sus historias, contar las tuyas y recordar, es, en una forma casi poética, un modo de volver a sentirte con vida. Si no tienes cuidado, recordar, ese dolor, se convierte en una adicción.
Aun así, la tentación muere ante la precaución.
—Te estás equivocando, solo tenía hambre y las sillas no tienen respaldo. Así que —Apoyo la mano sobre la encimera para explicar que estoy en el rincón para usar el mueble como respaldo— ahora sí tengo uno.
No se lo cree, lo sé, y odio que no lo haga porque bastante difícil es para mí intentar entender lo que hay en su cabeza como para que ahora él sea capaz de ver mis cartas con tal facilidad. Ramírez me recomendaría no volver a dirigirle la palabra y cruzar caminos lo mínimo de saberlo, estoy convencida. Eso sería lo más prudente con las personas como él. Pero yo estoy cansada y, extrañamente, sus conversaciones son una de las pocas cosas reales que he llegado a conocer. Esa sinceridad, por muy brusca que sea, por muy falta de filtro con la que salga, es real. Quizás, por eso, no me voy todavía.
Neige, el gato de Ansel, se adentra en la cocina. Se mueve con lentitud, quizás porque tiene sobrepeso, y pasa junto a mis pies descalzos, rozándolos con su pelaje en cuanto me estiro un poco.
—Hola, precioso —digo con algo más de energía.
Neige me mira y, en cuanto ve que le presto atención, se encorva y bufa como si acabara de golpearle. Asher ve al animal y reacciona levantándose de un salto.
—Oh, putain! —se queja.
Segundos después trae una manta del sofá y la lanza sobre el gato.
—¡¿Pero qué haces?! —pregunto en un grito.
—Lo que Ansel debió haber hecho en su día, sacar a este asqueroso animal del piso.
Tira de los bordes de la manta, encerrando al gato en su interior como si fuera una bolsa. La aleja de su cuerpo, pero aun así puedo ver el movimiento y las zarpas atravesar la manta junto a angustiosos quejidos por parte del gato. La sudadera de Asher se levanta un poco cuando intenta acomodar al animal para llevarlo hasta la puerta y la acerca demasiado a su cuerpo.
—Para, le haces daño.
—¿Daño? —Una de las zarpas del gato le alcanza. Asher maldice cuando la bolsa improvisada tiene una tela tan fina que el gato puede alcanzarle a él. Veo las zarpas contra la camiseta de Asher en la zona donde la sudadera se ha levantado y cómo él no consigue apartarlo a tiempo. Asher maldice, en francés, hasta que la garra se aparta de su cuerpo y tira la manta lejos. El gato cae al suelo con un golpe, maúlla -o gruñe-, se revuelve, y sale de entre las mantas para echar a correr por el pasillo. Le veo arañar la puerta del baño hasta poder empujarla lo suficiente como para poder meterse ahí—. Ahora sí que voy a matar a Ansel.
Asher se levanta un poco la camiseta para poder ver la zona donde el gato ha dejado su marca. Miro porque, definitivamente, sí, ese gato le ha devuelto las malas maneras en las que Asher le ha agarrado.
—¿A Ansel? —pregunto sorprendida.
Me mira, su camiseta todavía algo levantada y la zona enrojeciéndose.
—Él trajo a esa asquerosa bola aquí —explica con rabia.
—Bueno, yo no he visto a Ansel meter a ese pobre animal en un saco, agitarlo, y luego culpar a otro cuando el gato merecidamente le ha arañado. —Me acerco un poco, distraída y, sin tener del todo una percepción de lo que es correcto y lo que no en muchos sentidos porque más que aprenderlo, imito, acorto la distancia para ver mejor lo que el gato le ha hecho. Levanto un poco más la tela para asegurarme, rozando sus dedos—. Pobre gato. Apenas son dos rasguños, personalmente pienso que debería haberte hecho algo peor.
No miento, tiene ciertas marcas, líneas rosadas de arañazos superficiales. Algunos han empezado a sangrar, otros amenazan con hacerlo, pero, en general, son roces superficiales que más que molestar no van a hacer mucho daño.
Doy un paso atrás, mi mano cae y levanto la mirada.
—¿"Pobre gato"? —repite, entre sorprendido y ofendido—. ¿Bromeas?
—No te hagas el ofendido ahora, Asher, te lo mereces. No puedes tratar así a un animal.
—Ese animal... —pero su queja muere entredientes.
Se calla y su mandíbula se marca más cuando traga saliva para contener las palabras. Mentiría de decir que no me quejaría si hace eso más a menudo. Tengo cierta debilidad por algunas cosas y, la forma en la que su mandíbula se marca cuando se tensa o sus brazos bajo las mangas remangadas de la sudadera, son dos de ellas.
—Ese animal ha huido despavorido al baño porque le has lanzado una manta por encima y has hecho un saco con él —termino la frase por él.
Veo la forma en la que mantiene una mano contra la tela de su camiseta como si los arañazos le molestaran y, aunque reprendiéndome a mí misma, saco una servilleta de papel que mezclo con agua fría y un poco de jabón. No es la primera herida que limpio, aunque quizás sí la más suave. Me giro hacia él y acorto la distancia.
—Déjame ver —pido con cierto cansancio.
Lo veo, en la oscuridad, esa media sonrisa burlona sobre sus labios que me advierte de un comentario fuera de lugar deslizándose sobre su lengua. Lo veo venir, pero debe de notar que estoy reaccionando con exasperación antes de tiempo y eso debe ser suficiente para hacerle sentir realizado porque opta por colaborar y callar.
Con suavidad, paso el trozo de papel húmedo por los arañazos, solo quiero quitar un poco la sangre que ha ido saliendo, así que lo hago con cuidado. Al no estar muy segura de algunas marcas por su color, rozo con mi dedo para saber si la rojez no se va porque es parte de la marca o porque el papel no ayuda. Una de las veces, siento a Asher tensarse.
La experiencia me hace demasiado fácil desconectar al limpiar una herida, así que no le doy importancia. Termino por presionar el trozo de papel contra la parte izquierda de su abdomen unos segundos para cortar la sangre que pueda volver a salir y ahí levanto la mirada. Sin darme cuenta, he terminado tan cerca que estoy segura de que estoy irrumpiendo en su espacio personal.
Me mira, por una vez sin una queja o comentario malintencionado sobre sus labios.
—Puedes sujetar tú el papel —digo—. Solo tienes que hacer presión unos segundos para asegurarte de que no sangre más. Es superficial así que dudo que necesite otra cosa.
Impaciente por naturaleza, tomo su mano y la llevo al trozo de papel para cambiarla por la mía. En cuanto lo hago, doy un paso atrás, froto las manos contra mis pantalones de pijama y veo a tiempo cómo él levanta el papel para mirar.
Pongo mi mano sobre la suya con rapidez, haciendo presión una vez más.
—¿Qué no has entendido de "hacer presión unos segundos"? —pregunto algo ofendida porque, una parte de mí, se siente inconforme cuando alguien no confía en mí en cualquier sentido y, desobedecer indicaciones de temas que conozco, es una forma de mostrar esa desconfianza.
Asher casi ríe por el comentario. De nuevo, apenas me mira por encima, su cabeza algo gacha de forma que puedo distinguir incluso los más diminutos detalles en el color de sus ojos. Aunque parecen más oscuros, distingo dos capas de azul, la principal, oscura, y una algo más clara que envuelve la parte exterior como si zigzaguease a su alrededor.
Me humedezco los labios al sentir la tirantez y recuerdo, con mi cabeza más clara, lo obvio.
—Solo para que conste, no me caes bien —puntúo.
Asher enarca una ceja, tentando a su suerte cuando dice:
—No me hablarías si realmente te cayera mal. Tú sola te delatas, rubia.
—Es Olivia —corrijo—, deja de llamarme "rubia", es molesto.
—¿Por qué, rubia?
Su mano libre roza mi pelo y eso devuelve un escalofrío a mi cuerpo. No me gusta que marque el color de mi pelo porque no es el mío, es solo otra parte de una vida que he adoptado y de la que solo quiero alejarme. Explicarle eso no es posible y, en cuanto digo que no quiero que me llame de esa forma, Asher parece adoptarlo como un reto.
Hago más presión sobre su mano en busca de devolverle cierto dolor pero sé que va a ser en vano, esos roces apenas le duelen. Las comisuras de sus labios tiran un poco hacia arriba al darse cuenta de que intentar hacer más presión me ha dejado todavía más cerca. El espacio personal nunca lo he terminado de entender, la distancia normal para que alguien se sienta cómodo, pero Asher tampoco parece darle importancia porque no hay rastro de incomodidad ante nuestra cercanía.
—No fue gracioso dejarme tirada en las catacumbas —digo.
—Depende cómo lo mires.
—No hay otra forma de mirarlo, no fue gracioso.
No lo fue. Para nada.
Me aparto, esa herida está más que limpia y dudo que vuelva a sangrar. Ato mejor mi kimono y agradezco que una conversación me haya sacado de las repercusiones de mi flashback previo. Al menos, eso se lo doy.
—Me voy a dormir, intenta no matar a Neige mientras tanto —me despido.
Apenas he recogido el bol de la encimera, para llevármelo conmigo, cuando Asher cierra la mano sobre mi brazo y, acercándose tanto como antes, habla.
—Escucha, Olivia. —Oírle decir mi nombre se siente extraño, demasiado privado—. Sé reconocer las señales, las he visto antes y sé hasta dónde puede llegar todo. —Para, dándome tiempo para entender que se refiere a la forma en la que me ha encontrado y al comentario sobre reconocer las "señales"—. Creo que lo que quiero decir es que sé qué temas no son un juego. Independientemente de lo que pienses de mí, no soy un capullo.
¿Está ofreciéndose para escuchar? Eso me hace vacilar, pero mis ideas son claras. No voy a delatarme, eso está fuera de mis manos. Aquí, soy Olivia Audevard, la hija de una madre cariñosa de Minnesota que vino para disfrutar de unas "vacaciones". Aquí no hay sitio para Olivia Wilson y los demonios de su vida.
—Te lo he dicho, no sé de qué estás hablando —recuerdo.
Su mirada pierde un poco de vida y casi puedo notar una apagada sonrisa, no cediendo, no compadeciéndose, sino viendo con cierta decepción mi respuesta.
—Como sea, solo quería recordártelo —termina.
Me suelta y la tentación de hablar con él es grande, pero esa compasión que ahora muestra se tapa de forma continua con sarcasmo y dureza. No, no le termino de creer cuando insinúa que sabrá escuchar, o guardar algo tan personal.
Aun así, le miro por unos segundos más, sin querer del todo irme.
—Si quieres hacerme creer que no eres un completo capullo, podrías empezar por pedirme disculpas por dejarme sola en las catacumbas después de haberme invitado tú a ir allí —digo.
—Ya, creo que paso.
Ahí está, la diversión dura de los últimos encuentros.
Con eso, pongo bien la silla que antes he arrastrado contra las encimeras y, bol en mano, vuelvo a mi habitación. Para lo único que paro es para mirar sobre mi hombro antes de meterme en mi cuarto, ver que Asher está distraído con la bolsa de papel que ha traído y decir:
—Buenas noches.
Espero porque él mira y, algo sorprendido, responde.
—Buenas noches, rubia.
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Well
Poco a poco vamos a conociendo más de Olivia, dadla tiempo, pero, por ahora sabemos una cosa: tiene tres momentos malos en su vida y ya conocemos lo de su padre, Tennessee y nos habló de algo sobre esconderse sobre la cama una vez... Nuestra niña 💔
Tennessee... No sé ni por dónde empezar, sinceramente no quiero hacer mucho hincapié en eso, solo decir que: Ella es fuerte, pero las secuelas no son fáciles.
#ProntoLeVaAPasarFactura (¿Sí o no?)
#Flashbacks: lo de las catacumbas fue algo similar, no puede contenerlos y me rompe el corazón, ¿os imagináis lo que tiene que ser vivir con recuerdos intensivos que literalmente te hacen vivir los momentos más traumáticos de vuestra vida? Si alguien está sufriéndolo, le mando todo mi amor y fuerza ❤️
Ahora, Neige.
EL GATO
ANSEL, MALDITA SEA, DEVUELVE YA EL GATO LOCO.
#AnselSescuestrador
¿Cuántos días van ya? lol
Todo es tan: *Absolutamente todos los del piso*: ANSEL NO HAS DEVUELTO EL GATO
Ansel:
Traducción: ¿Y qué?
Asher ya en modo cacería con el gato tipo: Te veo y a la calle
#MerecidoElArañazo
#TeamAsher,OdioAlGato
Oh y, cómo no: MOMENTO ASHER/OLIVIA. ¿HOLA?
Así me he quedado, ¿alguien más?
Ahora podemos decir que coinciden en que ninguno sabe lo que es el espacio personal #MiGustar
Y, cómo no, Asher no queriendo pedir disculpas aunque sabe que se pasó #TípicoAsher
Oh y, ¿qué me decís del momento?:
Olivia: No me llames rubia : (
Asher: Ok, rubia.
UN BREMEN TENÍA QUE SER
¿Creéis que ahora sí recuerde su nombre? ¿O se le olvidará de nuevo?
Olivia limpiando la herida y regañándole mientras tanto ha sido tan duidnejwf. (Mientras Asher deseándose burlarse de fondo alta ternura)
Oh y, última cosa: Los traumas de la hermana pequeña de Asher, Lily. ¿Dolió un poco? Pronto se sabrá más del tema, dejad que Asher nos lo cuente, pero, ha sido tierno que lo viera y dijera: Esto no es una broma, es serio y no voy a ser un capullo al respecto.
#QuizásNoEsTanCapullo
#NiÉlSeCreeEso
Ahora sí, ¡feliz semana! Un abrazo y nos leemos el sábado con el capítulo 12 ❤️
— Lana🐾
Pd-Hace poco he estado leyendo un libro muy interesante sobre traumas, se llama "El cuerpo lleva la cuenta" y está escrito por Bessel van der Kolk, un psiquiatra que lleva toda su vida estudiando el trauma. Se centra mucho en el TEPT (T. Estrés postraumártico), pero, si queréis saber más de cómo eventos traumáticos nos afectan, ese libro lo recomiendo mucho. A mí me ha ayudado mucho a entender cómo repercutiría en Olivia ♥
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