Capítulo 9
Siena se encontraba en el camión camino al oeste, a la Zona Neutral. El vehículo, dotado de calefacción y movido por baterías, era inmenso para soportar a sus ocupantes, las baterías de repuesto y la carga de la comida que debían llevar al regresar a la ciudad. Llevaban un total de dos camiones donde iban los diez cazadores. Al contrario que los camiones usados por el grupo de técnicos de Davra que iban sobre grandes esquís, sus camiones iban sobre ruedas de oruga para soportar mayor peso y poder moverse, no solo sobre nieve, sino también sobre barro y tierra.
El trayecto duraba alrededor de veinticinco horas, haciendo alguna parada para descansar, hasta llegar a la Tundra y zona de cultivo donde tenían viñedos, frutales, arrozales y demás cultivos de los que se abastecían tanto los labriegos como la ciudad. Allí vivían varias familias repartidas de norte a sur, desde el Mar del Norte hasta el comienzo de la Zona No Habitable, ocupándose del mantenimiento y recolección de los alimentos y sus animales de granja.
Al llegar, los labriegos les darían un listado de lo que tenían en el almacén ya recolectado y aquellos alimentos que iban a recolectar en breve para que ellos fuesen llevándose lo necesario sin dejarles a ellos sin sustento. Harían paradas de un día en cada una de las granjas e irían cargando todo en los camiones y adentrándose en la Zona Neutral para cazar. Si todo salía bien, en una semana emprenderían el regreso a casa con los camiones cargados de frutas, verduras, hortalizas y caza.
Siempre le costaba un tiempo acostumbrarse a la claridad de la Tundra, así como a las temperaturas más altas. Sin embargo, nunca llegaba a acostumbrarse a la potente luz solar de la Zona Neutral y al calor que hacía allí. Apenas tenían unos kilómetros para cazar, antes de entrar en la zona que pertenecía al Reino de Sol, pero no quería pensar en lo mal que lo pasaría si llegase hasta la zona donde comenzaba el desierto. El sofocante calor al que no estaba acostumbrada y la intensa luz que no le permitiría ni abrir los ojos, dejándola ciega. No sabía cómo haría para visitar esa zona sin morir en el intento. Su afán aventurero le hacía querer ir, aunque era consciente de que la única manera de llegar allí era con la ayuda de los propios habitantes del Sol. Quizá le podía pedir a Loira que le permitiese ir en misión diplomática unos días para conocerlo. Dudaba que le diese permiso, pero podía intentarlo.
De momento, tenía una semana de trabajo por delante. Empezaron por una pequeña granja al norte, junto a una extensa playa. Las familias que allí vivían eran muy agradables y, al igual que todos, se mostraban contentos de ver más gente ya que pasaban la mayor parte del tiempo con la única compañía del resto de familias labriegas. Solían viajar de una granja a otra para ayudarse en los momentos de más ajetreo durante la recolección, pero el resto del tiempo solo veían las partidas de cazadores que llegaban para recoger el alimento. Sí era cierto que a los niños se los llevaban a la ciudad a vivir, para educarles y para que aprendiesen alguna profesión. Tres meses al año, normalmente coincidiendo con los periodos de recogida de los cultivos más intensos, se les dejaba regresar a casa con sus familias. Hasta que llegaban a la mayoría de edad, en ese momento debían escoger si querían volver a la Tundra o quedarse en la ciudad, así como encontrar pareja y unirse. Había muchos que decidían volver y establecerse allí aprovechando el mejor clima y haciendo el relevo a los padres, ya mayores, que regresaban a la ciudad para colaborar con los niños y ser cuidados por los demás en la vejez. Otros jóvenes, por el contrario, preferían quedarse en la ciudad y disfrutar de los beneficios que esta ofrecía.
Cuando ella se encontraba en palacio durante las largas semanas de ventisca, sin poder salir al exterior, encerrada entre los muros de la ciudad, siempre se imaginaba viviendo en la Tundra, disfrutando de la buena temperatura, sin ventiscas y pudiendo adentrarse en el Trópico para investigarlo. Le parecía una vida idílica hasta que llegaba para recoger las cosechas y cazar. En ese momento sufría en sus carnes el calor y la luz y entonces recordaba con cariño su ciudad, el frío y la noche.
Tras guardar en el camión la carga de frutas se dirigió hacia la playa. Aún hoy le sorprendía ver tanta agua líquida, acostumbrada a no ver más que hielo y nieve. Había agua hasta donde alcanzaba la vista y era sobrecogedor. En otras ocasiones este era el último punto de la ruta, cuando las cosechas aún no estaban listas y los camiones no iban a volver llenos, para aprovechar y pescar en esa zona. Siempre era más sencillo coger un barco allí y tirar las redes que pescar en el hielo o sacar el rompehielos para cazar alguna ballena. Tenía su encanto también y con una ballena y la pesca de esas ocasiones, conseguían muchísimos más suministros. Pero sí, debía reconocer que aquí era todo más sencillo.
Caminó descalza sobre la arena disfrutando del sonido del mar y la extraña sensación de calidez que daban los escasos rayos de sol que bañaban la playa. Los demás estaban cenando ya, pero ella no tenía hambre. Ese sitio siempre le traía a la mente pensamientos desconcertantes sobre la vida que podría haber llevado de no ser quien era. Habría sido feliz viviendo allí, lejos de las responsabilidades que su cargo le ponía sobre los hombros. Tener que encargarse de alimentar a toda la población era un trabajo sin fin.
— ¿Qué te ocurre, Siena? —preguntó Arno a sus espaldas—. Pareces melancólica y no es propio de ti.
— No es melancolía en sí —contestó ella sonriendo—. Me gusta mucho mi vida tal cual es, sin embargo, a veces pienso en cómo podría haber sido mi vida de no ser quien soy. Si no hubiese nacido como hija y hermana de reinas.
— Sinceramente, Siena, te conozco desde hace muchos años —contestó Arno sentándose a su lado— y creo que habrías terminado siendo quién eres ahora. La familia puede influir en quiénes somos, pero no en nuestro espíritu y el tuyo es aventurero. De todos los trabajos que podrías hacer, este es el que te permite viajar, moverte y conocer sitios. No te veo viviendo aquí, quieta, ocupándote solo de las cosechas. Ten en cuenta que nosotros venimos unos días, recogemos todo y nos vamos. Ellos no pueden irse, las cosechas necesitan atención diaria y mucho trabajo, por lo que no suelen moverse. Todo trabajo, toda vida, tiene su parte bonita y atrayente, aunque no debemos olvidar que también tiene su lado negativo, sus pesares e inconvenientes.
— Me sorprende ese tipo de comentarios viniendo de ti —dijo ella sonriendo.
— ¿Estoy errado? —contestó él sonriéndole.
— No, tienes mucha razón. Es solo que me sorprende en ti un razonamiento tan profundo —contestó Siena riendo.
— Ya veo. Lo que me quieres decir entonces es que me considerabas tonto —dijo Arno llevándose los dedos a la sien mientras negaba con la cabeza.
— No te consideraba tonto —replicó Siena seriamente—. Sin embargo, hemos tenido pocas ocasiones en las que nos hemos parado a hablar, por lo que siempre te he considerado introvertido.
— Sigo entendiendo que me considerabas tonto porque, como no habíamos hablado nunca, tenías esa idea preconcebida sobre mí.
— En serio que no pensaba eso sobre ti —se disculpó ella de nuevo hasta que se atrevió a mirarle y, en lugar de verle ofendido o malhumorado, se encontró un Arno sonriente que la miraba burlón— ¡Te estás burlando de mí! —gritó tirándole un puñado de arena.
— Jamás me burlaría de ti. ¿Cómo podría si no me llega la inteligencia para tanto? —contestó riéndose de ella y sacudiéndose la arena que le había tirado.
— Definitivamente, eres tonto —sentenció ella mientras veía como él se ponía en pie.
— Bueno, en ese caso me alegra que por fin admitas tus verdaderos pensamientos sobre mí. Supongo que, teniendo en cuenta lo que pensabas antes, el que me haya burlado de ti no ha hecho que cambie tu opinión. Sigo siendo tonto — contestó Arno mientras seguía riéndose, alejándose de ella camino a la granja.
Siena observó cómo él se alejaba y se le escapó, de nuevo, una sonrisa. Debía reconocer que nunca había pensado especialmente bien de Arno. Le había parecido un chico insulso, centrado en el deporte y en ser el mejor, pero nunca le había visto como alguien lo suficientemente inteligente como para tener una conversación profunda sobre ningún tema. Bueno quizá sí debía reconocer, aunque fuese ante sí misma, que sí había pensado que era algo cortito. Que era tonto. Pero no lo iba a reconocer ante él. No sería correcto, aunque fuese sincero.
Sentada en la arena aún, valoró de nuevo el cambio que había sufrido Arno. Volvía a bromear con ella otra vez y demostraba inteligencia en temas ajenos a la caza. La sorprendía de nuevo. Estaba empezando a divertirse con él, a cambiar la opinión que tenía sobre él e, incluso, le empezaba a caer bien. Era totalmente cierto que le había prejuzgado y erróneamente.
***
Vestul se dirigió a la cocina tras el servicio de cenas. Había estado esperando prudentemente hasta que había visto que todo el mundo se dirigía a sus habitaciones para dormir y que el personal se marchaba a sus casas para visitar la cocina. Sabía que Reika, la cocinera principal, era la última que se marchaba ya que solía quedarse un rato más para asegurarse que todo estaba correcto.
Se podría decir que Reika era una amiga especial que él tenía en palacio. Era una mujer oronda, propensa al sobrepeso y a la que le gustaba en exceso probar lo que cocinaba. No le agradaba, la verdad, pero era una mujer que estaba en constante conversación con todos los miembros que entraban y salían de palacio, así como fuera de este. Su facilidad para entablar conversación con todos hacía que estuviese al tanto de lo que pasaba en las vidas de todo aquel que vivía en la ciudad, y la convertía en una gran fuente de información para él.
Sin embargo, no era una mujer que tuviese tendencia al chismorreo por lo que, aunque la gente le contaba todo, ella no solía divulgar la información. Pero se le daba bien escuchar. La mujer había rechazado a su marido cuando este, tras varios años de matrimonio y tres hijos, había comunicado que sentía atracción por los de su mismo sexo. Al parecer, era algo que ella sabía desde el comienzo, pero la obligación de tener descendencia había devenido en un matrimonio por conveniencia. Tras haber tenido varios hijos y cumplido con el deber, ella le había rechazado para que pudiese ir con quién realmente quería. A Vestul le sorprendía como, en la actualidad, ambos eran grandes amigos y cuidaban de sus hijos sin que ninguno sintiese rencor, ni hacia su anterior pareja ni hacia una sociedad que les había obligado a ambos a unirse cuando ninguno iba a ser feliz junto al otro.
Era cierto que él mismo se había unido a una mujer por imposiciones sociales y reproductivas, pero su matrimonio había sido totalmente real hasta la noche en que su mujer murió en el parto de su segundo hijo. Para él había sido duro perderla a ella y al bebé ya que el anterior hijo que habían tenido no había superado el año de edad. Las pérdidas habían hecho de él un hombre bastante huraño, lo reconocía. Tras eso, se había negado a unirse a ninguna otra mujer y los demás lo habían comprendido.
La vida no había sido justa con él, pero tampoco lo era con los demás. Se había centrado en que todos cumplieran con su deber para el buen funcionamiento de una sociedad que podía ser tan frágil como la vida de su mujer y sus hijos.
Sin embargo, la situación de la cocinera le beneficiaba. A pesar de que no sentía atracción por ella, sabía que, después de un breve escarceo con él, era propensa a contarle alguna cosa.
Por eso Reika era tan importante para él. Ella le dejaba caer ciertos datos que eran relevantes para el buen hacer de la ciudad. Para que todo fuese bien encaminado y cada persona cumpliese con sus obligaciones y su cometido. Entró en la cocina y la encontró revisando una lista que supo que sería de los alimentos necesarios para el menú de la noche siguiente; era lo habitual. Se acercó a ella desde atrás y la rodeó con sus finos brazos mientras la saludaba al oído.
— Buenas noches, preciosa —dijo con voz melosa—. Pensé que hoy no te dejarían sola nunca.
— Buenas noches, Vestul. Yo pensaba que hoy no te vería por aquí —contestó ella con una risita grave, pero sin apartar la mirada de la lista que revisaba.
— Sabes que, cuando puedo, me escapo a verte.
— Hoy no puedo entretenerme contigo. Voy tarde —dijo Reika con cierto tono impaciente mientras le apartaba ligeramente.
— Como quieras —río él mientras levantaba las manos en son de paz, dando a entender que había quedado claro que debía alejarse— ¿Ha sido una mala noche?
— No es que haya sido mala —contestó ella volviéndose hacia él apoyando la cadera en la encimera—. La Reina no está de buen humor y eso exige que seamos concienzudos y más detallistas de lo habitual.
— ¿Qué le ocurre ahora? ¿Es que Urai la tiene desatendida? —probó él. Reika había sido quien le había contado sobre la aventura de Loira con Urai. Era lo bueno de subirle la bandeja del desayuno a la Reina. Que puedes encontrarte a alguien saliendo de su cuarto y unas sábanas muy revueltas en alguna que otra ocasión. No hacía falta ser muy listo para intuir lo que ocurría. Y su querida cocinera lo había dejado caer una noche, dándole la idea de que la Reina se uniría finalmente al bibliotecario.
— Hace varias noches que esos dos no se ven. Incluso, diría yo que ni se hablan —respondió levantando una ceja.
— No puede ser —dijo él frunciendo el entrecejo—. Llevan un año viéndose a escondidas. Creía que anunciarían su unión en cualquier momento. No esperaba una ruptura. ¿Crees que puede ser una simple riña?
— Podría ser —Reika se encogió de hombros—. Pero, seamos sinceros, son demasiado diferentes. Te dije en su momento que esa relación me sorprendía, que yo jamás habría dado nada por ellos. Mucho han durado desde mi punto de vista.
— La Reina debe unirse ya a alguien. No puede seguir eludiendo sus responsabilidades.
— No creo que las eluda. Creo que es una mujer exigente —la defendió la cocinera—. Y Urai es demasiado débil para ella. Buen chico, sin duda, aunque falto de carácter.
— Ella no necesita un hombre con carácter, Reika —adujo Vestul frunciendo aún más el ceño—. Es una mujer acostumbrada a gobernar, a mandar. Ha sido criada para ello. No estaría cómoda con un hombre poco dócil.
— No eres más que un simple hombre, Vestul. No puedes pretender entender a las mujeres. Solo puedes intentarlo. Pero te aseguro que estás errado —concluyó Reika recogiendo sus cosas y saliendo de la cocina murmurando una despedida.
Odiaba ese aspecto de las mujeres. Esa superioridad que les confería su sexo. Tendían a infravalorar a los hombres, como si no valiesen nada, ni estuviesen capacitados para pensar y razonar. Odiaba ser una persona de segunda. No se acostumbraría nunca a ello. Entendía que ellas mandaban, entendía que ellas podían tener hijos, entendía que eran más importantes para la supervivencia que los hombres. Pero no era necesario que, en algunos casos, se dejasen llevar por esa superioridad genética y social y les desprestigiasen hasta puntos vejatorios. Gruñó por lo bajo y se pasó la mano por la cabeza notando su incipiente calvicie. Su antaño abundante cabello rubio ahora empezaba a brillar por su ausencia. Este mundo gobernado por mujeres le traía de cabeza y le estaban dejando calvo con sus idiosincrasias.
De igual modo, tenía información nueva y relevante. Loira ya no se veía con Urai. Debía reconocer que se le había hecho extraña esa relación cuando lo supo, jamás pensó que la Reina se fijaría en una persona como Urai. Aunque supuso que, pasando tanto tiempo juntos en la biblioteca, sí podría haber surgido cierta atracción motivada por un interés más intelectual que físico. Para él, el joven era perfecto por sus amplios conocimientos y su acceso a la información que le daban un estatus ventajoso frente al resto de jóvenes. Cierto era que no era un chico al que se pudiese catalogar como atractivo, pero viendo el acercamiento entre ellos, supuso que no era un factor relevante para Loira.
Él, como buen hombre centrado en el futuro de su civilización, había sentido que esa relación era un fracaso para él y desbarataba todos los planes que la anterior Reina y él habían hecho con respecto a la joven Loira. Habían tenido unos planes muy ambiciosos que podrían haber cambiado el curso de la historia de su pequeña y frágil población. Pero la niña se había encaprichado del bibliotecario y ya no estaba la Reina Adda para dirigir a su hija. Había fallecido antes de poder concretar y dejar bien atado el futuro de su hija, que había subido al trono demasiado joven, escasa de experiencia y sin ser consciente del que podría haber sido su futuro.
Sin embargo, a pesar de la desagradable actitud de Reika, esta le había dado una información más valiosa de lo que ella podría intuir. Esa ruptura dejaba a la Reina de nuevo sola, sin amante ni posible unión a corto plazo. Eso le daba tiempo a él para retomar los antiguos planes que había tenido con Adda y reconducir a la joven Reina de vuelta a ellos.
Vestul sonrió mientras salía de la cocina, pensativo. Tenía mucho que organizar y algunos hilos que mover, pero, desde luego, eran buenas noticias. Loira debía unirse pronto, era su obligación, y él intentaría y conseguiría que fuese una unión que les beneficiase a todos. Había perdido toda esperanza, pero la había recobrado de un plumazo.
Esa cría cumpliría con los designios de su madre y él se encargaría de ello. Feliz lo haría. Por el bien de todos, pero, sobre todo, porque sabía que ella odiaría cumplir con su deber, así como odiaría cada noche del resto de su vida. Se lo tenía merecido. Aquí todos debían cumplir con su obligación, les gustase o no. Y ella tendría que hacer el primer y más importante sacrificio.
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