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Capítulo 7

Siena entró en el palacio aun sonriendo después de tomar una cerveza con Arno. Estaba claro que le había juzgado mal y que no era el hombre altanero y soso que pensaba que era. No había querido alargar demasiado el encuentro ya que, a pesar de que se sentía algo más cómoda con él, tenía cierto temor a que él volviese a ser como antes. Puede que la próxima vez que se viesen, todo volviese al punto anterior a la pelea. Puede que el cambio viniese dado por el sentimiento de culpa. Esperaba que no fuese así ya que esta nueva actitud haría más fácil relacionarse con él y trabajar a su lado. Se avecinaba el fin de la tormenta, esperaba que no durase más de un par de noches como mucho, y cuando debiesen salir de nuevo al hielo, era mejor llevarse bien y poder confiar al cien por cien en el equipo y en la persona que lo dirigía. Había que recordar que había puesto a Arno como su segundo para que dirigiese el otro equipo de caza y verle como un hombre empático, dinámico, agradable e inteligente animaba mucho a confiar en él. En su momento fue una maniobra para quitárselo de su grupo, sabiendo que en el segundo grupo de caza había gente muy capaz y experimentada. Ahora empezaba a verle como alguien capaz de dirigir un grupo y no solo como uno más a quien dirigir.

Caminó por el palacio rápidamente en dirección a su objetivo anterior: la biblioteca. No tardó en llegar y perderse entre las estanterías, pasando la mano por el lomo de los tomos y libros. No estaba segura de qué podía leer. La vez anterior se llevó un libro sobre la caza de los zorros esperando poder capturar algunos ejemplares vivos. Actualmente la población estaba bastante mermada por un grupo de cazadores que, sin saber que estaban teniendo problemas por una plaga, habían cazado más especímenes de los debidos. La idea era capturarlos y soltarlos en una zona vallada de la Tundra para alimentarlos, facilitar la reproducción y soltar a los nuevos especímenes de nuevo al mundo salvaje del Trópico. Sin embargo, aún no había tenido ocasión de poner en práctica todo aquello que leyó. También era cierto que se centraba en cómo cazarlos y no en cómo atraparlos vivos, pero había un par de trampas que los dejarían atrapados para solo capturarlos sin dañarlos. Aunque, para cuando pudiese dedicarse a ello, ya se habrían repuesto por sí mismos y sin ayuda humana.

No había que olvidar que era cazadora y debía cazar para alimentar a la población, pero el primer paso para ello era tener algo que cazar. Era muy importante estar atentos al precario equilibrio del ecosistema del Trópico y alrededores. Así que, al igual que cazaban, también ayudaban a su mantenimiento y conservación.

Estaba observando unos libros pensativa cuando escuchó unos pasos que se acercaban y vio una figura que aparecía en su hilera de estanterías.

— Siena, me alegra verte por aquí de nuevo —saludó Urai con una amplia sonrisa.

— Urai, no te he visto al entrar. Espero que no te importe que esté deambulando por la biblioteca sin tu consejo —contestó ella devolviéndole la sonrisa.

— Sabes que lo único que te prohíbo es que duermas aquí. Y lo hago porque sé que, si no, acampabas aquí y no te movías —bromeó él sabiendo que había algo de cierto en sus palabras.

Urai era el responsable de la biblioteca desde hacía varios años. Se le consideraba uno de los hombres más inteligentes de la ciudad ya que pasaba su tiempo leyendo y clasificando libros. Si buscabas información sobre cualquier tema, él sabía a qué libros remitirte o qué información necesitabas. Sabía mucho sobre la historia de la ciudad, del reino, de la gente que vivía y había vivido, llevaba el censo de nacimientos y decesos y un largo etcétera. Fue él quien le dio el libro sobre los zorros. Un libro corto con las páginas amarillentas y algo ajado, escrito hacía varias décadas por un antiguo cazador.

No se podía considerar a Urai un hombre guapo. A sus veinticinco años aún no se había unido a ninguna mujer ni se sabía de ninguna mujer que le interesase. Para él su vida era la biblioteca y los libros y manuscritos que allí había. Se le daba muy bien dar la información necesaria y a veces también innecesaria, aunque curiosa. Recordaba que unos cinco años antes había ido por primera vez a la biblioteca. Hasta ese momento su vida había sido su padre y los entrenamientos y no había considerado necesario dedicarse a leer o a obtener más información sobre nada más que no fuesen sus ejercicios. Sin embargo, su padre le dijo que el bibliotecario pasaría una hora contando historias a los niños y le recomendó ir. Bueno, quizá no fue una recomendación por el tono que usó su padre, pero fue obedientemente. Recordaba a Urai, tan alto y delgado, con ese pelo largo y rubio que entonces llevaba recogido en varias trenzas. Le había parecido algo femenino su aspecto, pero su voz... su voz fue todo un descubrimiento. Tenía una voz grave y suave, que sabía modular para contar sus historias y encandilar tanto a niños como adultos y te metía en la historia hasta el punto de que no te dabas cuenta de que las horas pasaban y no te habías movido del sitio. En aquella ocasión les habló sobre una lejana ciudad, envuelta también en la noche y el hielo, donde hablaban un lenguaje muy diferente y a la vez parecido al suyo que existió varios cientos de años antes. Una ciudad igual que la suya, amiga de la suya, que tras una gran ventisca quedó sepultada. Las casas cedieron bajo el peso de la nieve y el hambre y el frío acabó con todos. Para cuando sus antepasados llegaron de visita, la ciudad ya llevaba varios años en ruinas y sin supervivientes. Le pareció una historia tan triste que le dieron ganas de llorar. Nunca supo si la historia había sido cierta o un simple cuento. Podría habérselo preguntado a Urai, pero prefería quedarse con la duda. Pensó que, aunque no hubiese sido cierta, no dejaba de ser una buena enseñanza que ayudaba a los más jóvenes a valorar lo que tenían y a trabajar para hacer la ciudad lo más segura posible.

Tras esa primera historia fue cada vez que Urai anunciaba que iba a contar una nueva y según fueron pasando los meses, empezó a perder ese sentimiento de recelo que le provocaba su altura y su voz grave. Comenzó a preguntarle dudas sobre sus historias que él contestaba y, poco a poco, empezó a recomendarle libros sobre las historias que les contaba y posteriormente sobre el día a día que ella tenía. Libros sobre defensa personal donde leyó y aprendió sobre diferentes disciplinas que después practicaba con su padre y Neis, así como libros sobre vida salvaje que luego ella debía cazar. Siempre tenía para ella buenos consejos, multitud de anécdotas e innumerables recomendaciones que Siena, en su juventud, no siempre escuchaba, aunque lo intentaba.

— Vaya, vaya, vaya —dijo Urai mientras se agachaba para mirarle la cara—. Había oído que te habían dado un buen golpe, pero no sabía que tenías ese moretón.

— Un hombre tan inteligente como tú debió suponer que, después de semejante puñetazo, iba a tener la cara hecha un desastre —contestó ella mordaz.

— Cierto. Y así lo supuse. Es solo que verlo es impresionante —contestó él irguiéndose de nuevo—. De todas formas, en mi infinita sabiduría, puedo recomendarte varios libros sobre plantas que podrán ayudarte a bajar la inflamación más rápido y a disminuir el dolor.

— Tranquilo, el médico me ha dado pastillas suficientes como para calmar el dolor de toda la ciudad —dijo ella moviendo la cabeza aun asombrada por ese hecho.

— Entonces está claro que no vienes buscando mis amplios y útiles conocimientos —bromeó él—. ¿Qué haces por aquí entonces, Siena?

— Buscaba algo para leer mientras el médico no me deje volver a entrenar. Recomiéndame algo, Urai —pidió ella alzando un brazo intentando abarcar toda la biblioteca—. Aquí hay demasiado donde escoger.

— ¿Y no prefieres pasar el tiempo con amigos? —preguntó él inclinando la cabeza hacia un lado— No todo en esta vida es entrenar, leer y las cacerías.

— Lo sé. Hoy he estado tomando algo con Arno —Siena vio la cara de sorpresa que ponía Urai. Sabía de sobra la desconfianza que Arno le había despertado siempre, así que era lógico que se sorprendiera. Más, si se añadía el hecho de que ella estaba en esa situación debido a que él le había ganado la pelea, dejándola inconsciente y magullada. Podía entender su incomprensión perfectamente—. No pongas esa cara de sorpresa, Urai. Ya sé lo que estás pensando. Mil veces te he dicho que no le soportaba y encima me gana dejándome la cara de esta manera, pero hoy le he visto diferente. No sé si el haberme ganado le ha hecho estar más seguro de sí mismo porque sí le veo más risueño y comunicativo. Para mi sorpresa, tengo que admitir que he pasado un rato agradable.

— Me sorprende, sí. Tú no sueles acercarte a Arno lo suficiente como para ver un posible cambio. ¿Por qué motivo te has acercado ahora a él? —preguntó Urai con una mirada que a Siena le pareció de preocupación.

— No buscaba el acercamiento —contestó ella encogiéndose de hombros—. Me estaba esperando esta mañana para hablar conmigo y no pude esquivarle. Ahí fue cuando me di cuenta de que estaba diferente. Bromeaba conmigo, ¿sabes? Y no iba como siempre: temeroso o compungido o, incluso, altivo. No.

Siena seguía viendo cierta mirada de recelo en Urai que no lograba identificar. No veía si se preocupaba por el cambio de actitud en Arno o por el hecho de que ella hubiese estado amigable con él por primera vez desde que se conocieron. También le estaba viendo muy pensativo y solo le había visto así cuando se concentraba en un libro que estaba leyendo o algo que estaba investigando. Empezó a preocuparse ella también.

— ¿Ocurre algo que deba saber, Urai? —preguntó ella acercándose a él y buscando su mirada— Te veo receloso con Arno y me da la sensación de que hay un porqué que no me estás contando.

— No pasa nada, Siena —contestó de pronto con una sonrisa y un cambio de actitud—. Si el cambio del chico es positivo y a ti te hace más sencillo estar con él y trabajar más a gusto, pues me alegro mucho. Y espero que ese cambio sea permanente. Ahora dime, ¿qué es lo que estás buscando en la biblioteca? ¿Buscas más información para capturar zorros?

— Lo cierto es que sí. Ya me terminé el otro libro, pero no quiero cazarlos, sino atraparlos vivos, así que necesito más información sobre capturar animales —Siena se daba cuenta del cambio tan repentino de actitud de Urai y de que le estaba cambiando de tema a posta, pero decidió que le seguiría el juego. Ya averiguaría más adelante qué le pasaba; si es que había algún motivo real.

— Hay un libro en la sección de ciencia que explica cómo hacer dardos tranquilizantes. Puedes modificar un poco un rifle para que, en lugar de balas, dispare dardos —Urai comenzó a andar y le hizo un gesto para que le siguiera hacia otra hilera de estanterías. Cogió un libro que no parecía especialmente grande—. En este libro encontrarás cómo hacer dardos tranquilizantes y las medidas que tienes que poner de cada elemento según el peso de la presa. Ten en cuenta que si te equivocas con las cantidades puedes matarlo o que no le haga suficiente efecto y perder la presa —Cuando vio que Siena asentía y cogía el libro, siguió caminando y fue hacia otra estantería en la otra punta de la biblioteca. Ahí cogió otro libro mucho más grande y pesado que el anterior—. En este libro encontrarás diversas modificaciones que puedes hacerle al rifle y a otras armas de fuego. Aquí te viene toda la información para convertir tu rifle de balas en un rifle para dardos.

— Muchas gracias, Urai —dijo ella cogiendo el segundo libro e hizo un gesto de asombro—. Aquí tengo trabajo para bastante tiempo, pero gracias. Me pondré con ello. Dudo mucho que pueda tener las modificaciones hechas para cuando se vaya la tormenta. Aunque para después de la próxima creo que podré tenerlo todo listo y capturar algunos.

— Es bastante complicado el tema del rifle. Y más aún el tema de los dardos sedantes. Tómate tu tiempo para hacer ambas cosas bien. Estúdiate bien los libros y hazlo todo con calma —le dijo Urai devolviendo la sonrisa de Siena.

Se despidió de él y salió de la biblioteca con los libros entre los brazos, sujetos contra el pecho. Caminó despacio hacia su habitación recordando de nuevo cómo Urai se había quedado pensativo y había estado esquivando su mirada. No le gustaba el hecho de que él no hubiese sido capaz de mantener el contacto visual cuando ella le había preguntado si había algo que debía saber. Siempre había sido muy directo con ella. Desde que habían comenzado su amistad cinco años atrás habían hablado claro entre ellos sobre todo tipo de temas. Le consideraba su mejor amigo, quizá incluso era al único al que podía darle tal calificativo.

El principal problema venía de que le conocía lo suficiente como para ver que, aunque lo hubiese negado, sabía algo que no quería compartir con ella y que, obviamente, dicha información la implicaba. También le conocía lo suficiente como para saber que, si no quería contarle nada, solo conseguiría que se enfadase si insistía y afirmase con más vehemencia que no tenía información.

Con gesto de desagrado tomó la decisión de dejarlo correr. No le volvería a preguntar, de momento. Aunque sí permanecería atenta a sus gestos cuando hablase con él. El problema venía del cambio de actitud de Arno, pero no sabía si era por el chico, que Urai suponía que escondía algo con sus acciones, o por la reacción de ella al haberle permitido que la invitase a tomar algo y le había concedido el beneficio de la duda. Analizó las distintas opciones, sin embargo, no vio motivo. Urai nunca había mostrado ningún sentimiento por ella en todos esos años. Únicamente había mostrado preocupación como amigo. Descartó de inmediato que sus palabras fuesen debidas a los celos.

Llegó a su habitación aún pensativa. Estaría atenta a sus reacciones en el futuro para ver si de esta manera averiguaba dónde estaba su temor o el problema. Puede que no se lo quisiera decir y que ella no fuese a insistirle, sin embargo, eso no impedía que ella pusiera todos sus sentidos en el tema y lo averiguase por su cuenta.

Con la decisión tomada se sintió más relajada. Cogió el libro sobre sedantes y se sentó en un cómodo y antiguo sillón orejero cerca del fuego de la chimenea. El calor la agobiaba un poco, pero el sonido del crepitar del fuego la relajaba tanto que merecía la pena pasar calor. Encendió una luz cerca, junto al sofá, y abrió el libro, dispuesta a meterse de lleno en el tema. Ahora mismo no podía hacer nada sobre el otro tema, el tiempo le daría las respuestas oportunas, por lo que liberó su mente de esos pensamientos y se centró en los diferentes tipos de sedantes que podía fabricar y cómo hacerlos.

***

Urai se quedó sentado en una de las mesas cuando Siena se marchó, pensativo. No podía contarle nada sobre los planes de su hermana de unirla a Arno. Habían mantenido su idilio fuera de ojos ajenos por lo que nadie sabía de la estrecha relación que había mantenido durante el último año con la Reina. Contarle a Siena lo que sabía habría implicado explicarle también el tipo de relación que había tenido con Loira. Y, puesto que no había llegado a buen término y ya se había terminado, prefería que siguiese siendo un secreto. Tampoco podía contárselo ahora, un año después, porque ella podría pensar que no había tenido la suficiente confianza con ella como para contarle algo tan relevante. En su momento, no le informó porque lo consideró algo pasajero; después, no lo hizo porque sus sentimientos iban en aumento y Loira no quiso formalizar la relación y, por último, en los últimos meses en que la había conocido mejor, se había dado cuenta de que no era la persona que quería a su lado. Su decepción con Loira había sido grande y le habría gustado tener a alguien con quien hablarlo, pero sabía que Siena no tenía a su hermana en alta estima y seguramente le habría dicho que el daño se lo había buscado él solito.

Tiempo atrás, él veía a Loira como una chica extraordinaria, preciosa e inteligente. Aparte de la posición que ocupaba, tenía un aplomo que le llamaba la atención y no pudo evitar sentir por ella más de lo debido. Pasaron mucho tiempo juntos aquellas noches ya que ella, para formarse como futura reina, pasaba las horas en la biblioteca estudiando. La noche que terminaron en su habitación juntos fue uno de las más felices de su vida. Jamás pensó que ella le mirase nunca en ese sentido. Pero ahí estaba, en su cama. Y luego pasó otra vez y otra y otra más, hasta que se dio cuenta de que tenían una aventura. Le propuso formalizar la relación, pero ella se negó y le dejó claro que no cambiaría de opinión. Le gustaba para jugar de vez en cuando y hablar con él sobre temas de la ciudad, historia, mejoras, tecnología y demás, aunque no para unirse a él. Para eso le veía poca cosa.

La última vez que había hablado con ella fue cuando le contó los planes que tenía para Siena, pocas horas antes. Cierto era que sentía mucho por Loira, pero Siena era una de sus mejores amigas y no podía permitir que le hiciese daño. Sabía cuánto apreciaba Siena su libertad y conocía los planes que tenía para sí misma y, aunque sabía que el día de unirse a un hombre llegaría, esperaba que no fuese antes de cumplir algunos sueños y objetivos pendientes. Para Urai, Siena era aún muy joven como para unirse a alguien. Podía tener varios años por delante sin pensar en uniones o hijos; sobre todo, si Loira cumplía su papel y tenía descendencia. Sin embargo, después de aquella conversación que habían mantenido, sabía que no tenía ninguna intención de cumplir con sus funciones de momento. Quería que fuese su hermana quien cargase con todo el peso mientras ella disfrutaba de su papel como reina, pero sin parte de las responsabilidades que tal puesto acarreaba.

Toda esta situación le dejaba en una posición muy incómoda. Por una parte, no podía contarle a Siena lo que sabía, puesto que eso sacaría a la luz su relación con Loira, y, por otra parte, necesitaba ponerla sobre aviso en cuanto a los planes que tenía su hermana para que estuviese preparada. Que, si decidía unirse con Arno, no fuese por imposición de nadie, sino por decisión propia. De momento, parecía que Loira había tomado una vía más diplomática de lo que él esperaba. Estaba claro que en la conversación que había mantenido con el chico le había dado algunos consejos o guías para acercarse a Siena y eso le había dado una confianza que parecía estar funcionando bastante bien, por ahora.

Sabía que Siena se había percatado de su reacción cuando le contó lo de Arno y buscaría el motivo. Por el momento, Arno no había hecho nada malo y, si ese comportamiento no hacía mal a Siena e incluso la enamoraba, pues estaría todo bien. No veía motivo para inmiscuirse aún.

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