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Capítulo 54.1

Urai esperaba, nervioso, mirando el corredor y pendiente de que se abriera la puerta. Llevaba casi una semana intentando ver a Siena, pero nadie se lo permitía. Loira había venido en varias ocasiones a hablar con él tras aquella primera ocasión, intentando obtener más información o respuestas para las afirmaciones que hacía Uriel en los interrogatorios. Era consciente que le estaba mintiendo al preso, le quería hacer creer que Siena le había traicionado y seguramente lo había conseguido ya. Esa situación dejaba a su mujer desamparada y sin defensa posible. Si hubiese ido contra los del Sol nada más ser capturada quizá podría haber ablandado a la Reina y que no la expulsasen, sin embargo, ahora, el exilio era la mejor de las opciones. En un juicio, una traición así podría penarse con la muerte si así lo decidía quien juzgaba.

Vio cómo la puerta que observaba se abría y salía su objetivo. No tenía muchas más opciones, tendría que recurrir a lo que él consideraba una bajeza para intentar ver a Siena. Se acercó corriendo y sujetó del brazo a Elster para que parase y poder hablar con ella mientras el pasillo estuviese desierto.

— Elster, ¿sabes lo de Siena? ―preguntó susurrando.

— ¿Qué está retenida en el agujero por meter a Uriel en palacio? ―contestando con otra pregunta― Por supuesto que estoy enterada, aunque se está intentando esconder por orden de Loira. Solo unos pocos lo sabemos, para el resto, Siena está ocupada contigo y su aprendizaje como diplomática. Tampoco nadie sabe que el príncipe del Sol está aquí.

— Sí, lo sé ―dijo acercándose más a ella para bajar aún más la voz.

— Quiero verla, Elster. Es mi mujer, está retenida y no he conseguido verla aún.

— Se le acusa de cosas serias, Urai. No son tonterías. ¿Le has preguntado a Tiberio si puede mirar para otro lado unos minutos para que la veas?

— Sí, pero se ha negado. Necito tu ayuda, por favor ―suplicó Urai nervioso.

— No puedo ayudarte con esto, no puedo ir contra las órdenes de Loira y de mi propio hijo ―se disculpó, negando con la cabeza y girándose para continuar su camino apenada―. Te aseguro que a mí también me duele ver en esta situación a mis sobrinas.

— No quería recurrir a esto, Elster, pero sé lo tuyo con Trevor ―dijo sin levantar demasiado la voz, solo lo justo para asegurarse que ella le oyera. Y así debió ser puesto que se paró en seco y se volvió mirándole con cara aparentemente impasible―. No quiero contarlo y por eso no he usado esta baza hasta que no me ha quedado más remedio.

— No tienes pruebas de tus afirmaciones ―contestó altiva, claramente a la defensiva.

— No las necesito. Basta con decírselo a Loira como algo que descubrió Siena en el Sol. Seguro que los hijos de Trevor saben de vuestro romance por lo que me juego el cuello a que si Loira le expone a Uriel tu relación como algo que tiene confirmado, el otro no negará lo que, teóricamente, la Reina ya sabe con certeza. Eso te buscará un lío mayor que el de mi mujer ―le amenazó ya sin pudor. Las noches pasaban y no conseguía verla, se quedaba sin tiempo y sin opciones.

— Jamás esperé esto de ti, Urai. Esta extorsión es impropia de ti ―dijo incrédula.

— Estoy desesperado y espero que eso te deje claro que, si no me ayudas, iré con todo para adelante. Delataré a quien sea necesario. Ayúdame con esto y yo me llevaré tu secreto a la tumba ―prometió Urai con fervor.

— Esto me va a causar un problema serio con mi hijo y, quizá, con la propia Reina, pero no me dejas más opción ―contestó resignada―. Ven conmigo.

Siguió a Elster hasta la misma puerta del agujero. Parecía muy segura de sí misma cuando se encontró frente al guardia y le ordenó abrir para permitirle entrar. El guarda dudó hasta que ella le aseguró que jamás le llevaría si no tuviese el consentimiento de Tiberio. Una gran mentira que soltó sin pestañear si quiera, pero que funcionó.

— Tienes diez minutos, ni uno más ―le advirtió Elster mirando también al guardia para que fuese consciente del tiempo del que disponía la presa con su visita.

— Gracias ―contestó sonriendo y entrando al agujero en cuanto el guardia abrió la puerta. Nunca había entrado en el agujero así que pasó con cautela, buscando a Siena con la mirada hasta que la vio sentada en la única silla que había. Parecía estar esperando estoicamente un nuevo interrogatorio hasta que le vio. En ese momento su seriedad se tornó en una amplia sonrisa y se lanzó a sus brazos sin dudarlo― ¿Qué tal estás? ¿Tienes hambre o frío?

— No, estoy bien ―contestó ella tras abrazarle y besarle eufórica―. Me dejan subir cada dos noches a darme una ducha a una habitación de la planta baja de palacio. Me traen ropa de abrigo y comida caliente. Estoy bien, en serio. Pensé que no vendrías a verme, que me repudiarías al saber lo que hice.

— No estoy de acuerdo con lo que hiciste, pero eres mi mujer y no te voy a dejar tirada ante tu primera metedura de pata. Cierto que es una metedura muy gorda, eso sí, aunque estoy buscando la manera de sacarte de aquí. Por ahora ya he conseguido verte, por fin.

— Si, Tiberio me dijo que solo él estaba autorizado a verme.

— La Reina ha prohibido que nadie venga. Solo Tiberio puede. He tenido que amenazar a tu tía con revelar su romance con Trevor para que se salte las normas y me facilitase las cosas.

— Pobre Elster... Aunque me supongo que mi traición debe haber causado un gran revuelo en la ciudad ―contestó nerviosa.

— No. Nos ha prohibido contarlo a los pocos que lo sabemos. Para todo el mundo estás disfrutando de tu nueva vida de casada conmigo y ocupada con tus nuevas obligaciones como diplomática. No sé cuánto tiempo podrá mantener esta farsa antes de que alguien empiece a sospechar y comiencen las especulaciones. Hasta ahora te tiene a ti aquí abajo y a Uriel en una de las habitaciones del tercer piso. Tampoco le deja salir y nadie sabe que está en la ciudad ―explicó suspirando.

— ¿Sabes algo sobre lo que ha dicho Uriel? ―indagó con gesto preocupado.

— No sé mucho. Loira viene de vez en cuando y me hace preguntas sobre lo que me contaste. Aunque la información que le he dado hasta ahora es muy limitada.

— Espera... ¿Le has contado parte de lo que te conté? ―preguntó falta de aliento― ¿Cómo has hecho eso, Urai? Aunque le hayas contado poco ya me has dejado como una mentirosa y Loira va a usar toda esa información para hacerle creer a Uriel que yo le traicioné. Que todo esto fue una trampa.

— Yo también había llegado a esa conclusión por sus preguntas constantes. ¿Cómo has llegado tú a la misma conclusión? ―estaba preocupado por lo que ella le decía. Cuando le había contado parte de la verdad a la Reina, lo había hecho para ayudar a Siena, no para que se usase para manipular a Uriel contra su mujer.

— Por lo que Loira le dijo cuando nos detuvieron. Me agradeció ante él mis actos para ayudar a cogerle. Si ha usado la información sobre el Sol que, específicamente, me pidieron que no contase, está claro que la única opción viable para él es que soy una traidora y que esto ha sido una encerrona. Ya no tengo vía de escape para esta situación ―dijo al borde del llanto Siena, mientras se ponía en cuclillas metiendo la cara entre sus manos.

— Lo siento ―exclamó agachándose frente a ella―. Pensé que te ayudaba contándoselo, haciéndole ver que buscabas un beneficio para nosotros participando en sus aventuras. Que pudiésemos tener parte de ese botín y, de paso, quizá obtener ayuda en nuestras investigaciones. Pero tienes razón, es posible que solo haya entendido que le ocultaste información para beneficiarles y que, además, la esté utilizando para manipularle en tu contra.

— No entiendes el alcance de todo esto, Urai. A mí me van a exiliar y contaba con mi amistad con el Sol para no quedarme sola el resto de mi vida en mitad del bosque ―dijo intentando no llorar, pero sus ojos húmedos la delataban.

— Te sacaré de aquí. Déjame pensar ―pidió él. Quizá con tiempo pudiese encontrar una salida, una forma de ayudarle.

— No merece la pena. Ya no hay nada que se pueda hacer. La ley aquí es clara y sin ellos... Solo me espera el mismo final que a Azumara ―contestó sin poder evitar que las lágrimas corriesen por sus mejillas.

— ¡Voy! ―gritó Urai al golpe del guarda en la puerta que le indicaba que habían terminado los diez minutos que tenía. Levantó a Siena del suelo y la abrazó con fuerza antes de irse― Te juro que arreglaré esta situación, que haré todo lo humanamente posible.

— Gracias ―contestó ella con un hilillo de voz y sonrisa triste mientras el guardia cerraba la puerta tras él al salir.

Tenía que buscar soluciones. Estaba claro que había metido la pata al contarle parte de la verdad que Siena le había expuesto pidiéndole silencio. Tenía que hablar con Loira para rebajar la situación. Eran pocos los que sabían lo ocurrido. Si jugaba bien sus cartas, Loira podía restituir a su hermana en todos sus puestos y devolverle su vida sin que nadie se enterase de lo ocurrido. Podía jugar esa baza aún. Y necesitaba aliados para ello, aunque no tenía muchas opciones para lograrlo.

***

Las noches habían ido pasando encerrado en aquella habitación sin poder salir. Se sentía como un león enjaulado. Necesitaba salir, ejercitarse, ver el Sol y volver a sus quehaceres diarios. No podía negar que estar allí tenía su parte buena, pero seguía echando de menos su tierra y su libertad. Debía reconocer que la Reina se estaba esforzando por hacerle la estancia muy agradable pues, a pesar de que dijo que no se volvería a repetir, seguía yendo todas las noches a verle y pasaba un rato con él en la cama. Siempre llegaba con mala cara, como alguien resignado a hacer su trabajo, y despotricando contra la necesidad de saber más y de sonsacarle lo que ya le había contado. Meras excusas para justificar su estancia con él, estaba claro.

Uriel miró para la ventana de nuevo mientras acariciaba el hombro de Loira, pensativo. No quedaba ya mucho para que se fuese la tormenta. Solían durar dos semanas aproximadamente y ya casi se habían cumplido. Y no estaba más cerca que el primer día que le capturaron de convencerla de que se casara con él. No se lo había propuesto de forma oficial, pero veía sus reticencias en sus comentarios y en sus modos con él.

— Te noto abstraído, ¿estás bien? ―preguntó la muchacha de cuerpo perfecto que se estiraba a su lado como si fuese una ninfa. Aún le sorprendía lo suave que era su blanca piel y lo fría que estaba siempre bajo su tacto.

— Estoy bien, tranquila. Solo pensaba que ya no debe quedar mucho para que termine la tormenta y, con ella, estos momentos contigo ―dijo mirando aún por la ventana y sin atreverse a dirigirle la mirada.

— Te irás si yo permito que así sea. Soy la Reina del lugar y de mi decisión depende tu vida o tu libertad ―contestó riendo, claramente bromeando. O eso esperaba él.

— Bueno, si te sientes tan tentada como para mantenerme más tiempo cautivo, ¿quién soy yo para interponerme en los planes de la Reina de la Noche? ―bromeó con ella mientras se inclinaba levemente para morderle el hombro.

— Te dejaré ir, tranquilo. Volverás con tu gente. Ya he saciado mi curiosidad ―contestó riendo dándole un doble sentido a sus palabras ya que no quedaba claro de si se refería a su curiosidad por sus vecinos y sus planes o a su curiosidad en un ámbito más íntimo―. Además, tú aún debes ganarte la corona. Puede que nunca llegues a ser Rey si te dedicas a perder el tiempo en otros temas.

— No creo que esto sea perder el tiempo. No contigo, al menos. Pero sí, me ganaré la corona. No todos tenemos la suerte de convertirnos en Rey según muere el anterior, como tú ―dijo intentando darle en su orgullo, aunque no creía que ese dardo fuese a dar en el blanco ya que su egocentrismo y amor propio hacían que no se cuestionase su derecho sobre la corona de la Noche.

— Quizá algún día seas Rey, entonces sabrás lo que se siente cuando coges la corona de oro y te la colocas sobre la cabeza mientras todo el mundo te mira, creyendo en ti y en que sabrás hacer tu papel mejor que la reina anterior ―respondió con fervor en la voz.

— No he estado en ninguna coronación vuestra. He venido para funerales y la boda de Siena. Eso es todo. ¿Cómo es tu corona y cómo fue tu coronación? ―preguntó curioso.

— Cuando mi madre murió pasé a ser automáticamente la Reina. Me encargué del funeral y organicé una coronación rápida, solo para la gente de la Noche. Además, había una gran tormenta fuera, por eso no se os invitó, pero creí que les vendría bien olvidarse del dolor de la perdida de mi madre y tener algo por lo que festejar ―explicó ella, justificando así el no haberles invitado―. Preparamos un gran banquete para la ocasión y les reuní a todos en el Salón de la Reina. Hice sacar y abrillantar la corona, con sumo cuidado puesto que es muy frágil. Por eso no se usa nunca, es fácil que se rompa. Cogerla en mis manos fue una sensación extraña, era más pesada de lo que me imaginaba ―explicaba con la vista en ninguna parte, aunque con las manos colocadas como si tuviese la corona entre ellas―. Me imagino que conoces a los Antiguos y sus etapas. La corona está basada en la corona de laurel de los césares romanos, pero hecha en oro. Está perfectamente tallada, tan fino que se pueden ver los detalles de los tallos y las hojas como si fuese una rama de laurel de verdad, aunque en dorado. Es realmente preciosa. Recuerdo que tenía miedo de romperla, pero no dejé que se me notase. La cogí con firmeza y me la coloqué mirándolos a ellos, al pueblo. Fue una noche de festejos y bailes.

— Tuvo que ser digno de verse ―contestó riendo al ver cómo ella sonreía contándole todo.

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