Capítulo 51.2
Uriel estaba agradecido de que fuese una noche con luna. Él no contaba con ojos que veían en la oscuridad por lo que agradecía la escasa luz que le permitía ver lo suficiente como para no tropezar en su camino. Habían escondido el todoterreno a cierta distancia, tras una loma de nieve, donde había dejado al conductor para que no se separase del vehículo y le esperase para regresar. Las órdenes que le habían dado eran claras: si no volvía en cuatro horas debía marcharse de vuelta e informar a su padre que había sido descubierto. Según Siena, no tardarían tanto en entrar por la muralla, atravesar la ciudad, entrar en el palacio, llegar a la biblioteca, sacar las fotos y regresar. De hecho, iban con cierto margen de tiempo.
Desde la lejanía observó con unos prismáticos y vio pasar un vigilante por encima de dónde estaba la puerta según Azumara. Había llegado pronto por lo que aprovechó para calcular cuánto tiempo tardaba en pasar el siguiente vigilante por ese punto. Tenía una media hora aproximadamente para acercarse sin ser visto por nadie, eso le facilitaba las cosas puesto que había pensado ir a través del acantilado la mayor parte del tiempo.
En cuanto vio cómo se marchaba el vigilante salió corriendo sin dejar de mirar el suelo. No había llevado linterna para que no se le viese desde lejos por lo que cualquier despiste podría suponer caerse y hacerse daño, por no hablar de la pérdida de tiempo que no podía permitirse. Sabía que la visión de los de la Noche era estupenda por lo que tenía que evitar que la próxima ronda del vigía le pillase al descubierto. Pensó que podría lograr llegar hasta su objetivo sin ser visto, sin embargo, se dio cuenta de que se quedaba sin tiempo y aún le quedaba un buen tramo para llegar.
Se dirigió al acantilado a su izquierda y clavó un piquete en el hielo, ató una cuerda y se descolgó agarrándose fuertemente. Esperó unos minutos comenzando a tiritar de frío. Hasta entonces había estado corriendo y apenas había sido consciente de las bajas temperaturas, pero en ese momento, parado, sintiendo solo su respiración, se dio cuenta de que debía de haber sudado mientras corría y ahora se estaba comenzando a helar. Barajó la posibilidad de avanzar por el acantilado, como había previsto al comienzo, pero lo descartó al recordar que había dejado casi todo el material de escalada en el todoterreno. Solo se había llevado lo básico para asegurarse un escondite puntual ahí colgado. Se asomó y pudo ver a lo lejos cómo la figura del vigilante seguía su camino y ya le daba la espalda, siguiendo su paseo rutinario.
Trepó de nuevo a lo alto del acantilado, recogió la cuerda y el espolón y, guardándolo todo de nuevo, comenzó a correr. Esperaba que Siena estuviese a tiempo en la puerta, porque, si no, podría suponer problemas. Siguió corriendo, agradeciendo que eso le hacía entrar un poco en calor, aunque le resultaba muy difícil correr con tanta capa de ropa encima. Parecía mentira el tiempo que llevaba corriendo y lo lejos que le parecía siempre la muralla.
Sin embargo, consiguió llegar hasta situarse con la espalda pegada al inmenso muro y fue bordeándolo en la dirección indicada. Ahora le costaba mucho más ver, puesto que la muralla hacía sombra y debía ir tanteando con las manos y los pies para evitar caerse sin sacar la linterna. Creyó haber llegado al sitio indicado, pero solo veía la montaña de nieve que había bajo sus pies como queriendo trepar por la muralla. Caminar era complicado por la acumulación de nieve en polvo sobre la que caminaba y no sabía si debía seguir.
— ¡Siena! ―susurró queriendo gritar.
— Aquí abajo ―indicó una voz en tono tan bajo que dudó de haberlo escuchado.
Se agachó y descubrió una abertura en la nieve por la que esperaba caber tumbado. Reptó ágilmente hasta pasar por el pequeño hueco excavado y se dejó caer por la montaña de nieve al otro lado, terminando a los pies de Siena y haciéndola caer. Se levantó, la ayudó a levantarse y se limpiaron los restos de nieve de la ropa. Se giró para ver que había excavado en la parte alta del hueco de la puerta, esperando encontrar más rápidamente la cumbre de la montaña de nieve exterior. Era una chica lista, sin duda. No había buscado despejar toda la puerta, solo lo justo para que entrase una persona.
Vio como le hacía un gesto para que guardase silencio y salieron por el pasillo que había abierto la chica entre la pila de madera. No se veía a nadie, ni una luz más allá de la de la luna. Fueron moviéndose deprisa primero entre las ruinas y, posteriormente, entre las viviendas y edificios hasta llegar a la puerta de palacio. Estaba claro que todo el mundo dormía allí, no se oía nada. Entraron haciendo el menor ruido posible y caminaron deprisa hasta unas grandes puertas. Siena era la que se encargaba de abrir y cerrar las puertas de la forma más silenciosa. Abrió la puerta cerrada con llave y le hizo pasar, cerrando de nuevo tras ellos.
Le cogió de la mano para guiarle y así evitar encender ninguna luz, aprovechando que ella, no solo se sabía el camino, sino que veía mucho mejor que él en la oscuridad. Le llevó hasta el fondo de la estancia y le sorprendió ver cómo abría una puerta oculta entre estanterías. Sin duda, protegían sus objetos y secretos muy bien y no de los extranjeros como él, sino de su propia gente. Nunca lo entendería, aunque en esos momentos no quiso preguntar ni hacer comentarios al respecto.
En la siguiente sala, Siena sí encendió la luz e iluminó toda la estancia. Al principio Uriel se sorprendió hasta que se fijó en que no había ninguna ventana. Nadie los vería ahí dentro con o sin luz.
— Le pregunté a Urai dónde estaba exactamente ―dijo guiándole entre las estanterías rápidamente, sin dejar que se parase para observar nada―. No hay tiempo de enseñarte todo esto. El manual y los planos son grandes y necesitarás cierto tiempo para fotografiarlos. Tienes media hora para hacer todo lo que puedas, después tendremos que regresar. Yo te aviso.
Se habían entretenido mucho en el trayecto, yendo con sigilo y lentos, y ahora no disponía de tanto tiempo como habían pensado. Sobre todo, porque debían contar con el regreso. Vio como Siena se detenía frente a una vitrina iluminada, como las demás, con luz interior tenue. La abrió y sacó varios tomos del interior. Se marchó deprisa hacia el otro lado de la sala con él caminando obedientemente detrás. Dejó los libros sobre una mesa de trabajo y encendió un flexo para iluminarlos.
— Aquí los tienes. Date prisa y fotografía lo que te dé tiempo, que espero que sea todo ―dijo ella echándose a un lado y permitiéndole acceso a los libros. Evitó regodearse perdiendo el tiempo tocando la tapa en la que venía el modelo del submarino y los escritores encargados del manual.
La siguiente media hora se pasó volando. No paró de pasar páginas lo más rápidamente posible, aunque con el máximo cuidado para no dañarlas. Le habría gustado poder leerlo tranquilamente, revisarlo para dirimir lo importante de la paja, pero evitó perder tiempo en eso cuando tenía que correr. Se llevaría foto de todo y ya en casa lo revisarían.
Parecía que habían pasado solo cinco minutos cuando Siena se acercó para pedirle que terminara, para llevarse los libros. Había ido haciendo fotos a dos libros a la vez y esperaba que después, en un ordenador, pudiesen ampliarlo y verlos mejor y por separado. Habían quedado las últimas páginas, pero al menos ya tendrían para empezar.
Salieron de la estancia y caminó detrás de ella, de nuevo dejándose guiar en la oscuridad hasta la salida. Abrieron la puerta con sumo sigilo para no hacer ruido y no alertar a nadie. Salió primero Siena y detrás fue él.
— Muchas gracias, Siena. Sin ti no habríamos podido detener los intereses del Sol ―dijo una gélida voz a su espalda que reconoció al instante: Loira. Se giró deprisa para ver cómo se llevaban a Siena entre dos hombres. No le dio tiempo ni a verle la cara. Al parecer ya había cumplido su misión y se la llevaban. Creyó que no tenía nada que ver hasta que se dio cuenta de la cantidad de guardias que había rodeándole. Y el hecho de que también estuviese la mismísima Reina junto a Tiberio le indicaba que era muy probable que la nueva diplomática le hubiese tendido esa trampa―. Tenemos mucho que hablar, Uriel. No pensé que te vería tan pronto por aquí, la verdad.
— Me gusta sorprender ―contestó con una sonrisa altiva mientras se aseguraba de que la cámara estuviese a buen recaudo y no se apreciase a simple vista entre sus ropas.
— ¡Cómo no! ―respondió ella girándose hacia los guardias para dirigirse a ellos―Llevadle a una habitación en el tercer piso. Uriel será nuestro invitado.
— Mi padre sabrá que me tienes retenido. Un coche me espera; si no regreso en una hora se marchará sin mí y avisará de que algo malo me ha ocurrido ―avisó con calma, mirándole directamente a los ojos para que entendiese que no era un farol.
— No es algo que me preocupe mucho, la verdad. De todas formas, espero que tu amigo se marche pronto porque no queda mucho para la próxima nevada y, si le pilla a la intemperie, morirá de frío ―advirtió ella―. Dime dónde está, mandaré a alguien para informarle de que eres nuestro huésped por unas noches. Así nos aseguraremos de que no muera ahí fuera y de que tu padre no se preocupe por ti.
No tenía más opciones. Estaba claro que él se quedaría, así que les dio la posición del coche para que le avisasen y no pereciese esperando. Por lo menos eso haría que Trevor supiese lo ocurrido.
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