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Capítulo 48.2

— Parece que al final no tendremos un último momento a solas ―susurró Alyssa apenada cuando Uriel estuvo a cierta distancia ya de ellas.

— Al final no ―confirmó ella tan apenada como incómoda. Ahora no sabía cómo comportarse con su amiga tras lo sucedido. Solo sabía que quería pasar más tiempo con ella, aunque fuese en presencia de más gente. No estaba lista para la despedida― ¿Vendrás con nosotros hasta la frontera?

— No, Siena. Creo que lo mejor es que nosotras nos despidamos aquí. Para mí ese camino sería una agonía ―respondió tras un momento de silencio mientras ambas iban secándose y vistiéndose.

— Me gustaría que me acompañaras. Aún no quiero despedirme de ti.

— Pues no te vayas. Quédate conmigo. Quédate con nosotros, aquí en el Sol. Te gusta este sitio, tú misma me lo has dicho en varias ocasiones. Después de lo que acaba de pasar entre nosotras no creo que estés enamorada de tu marido, sientes algo por mí. Déjale y quédate aquí conmigo ―suplicó Alyssa tirando la toalla al suelo con rabia y desesperación.

— No puedo dejar tirada a mi gente. Al igual que tú, yo tengo obligaciones en mi tierra. Puede que no esté enamorada de mi marido, pero debo cumplir con mi obligación y tener hijos con él. Mi gente necesita niños. Me han criado y educado para ser consecuente con mi sociedad, con mi Reino; para cumplir con mis obligaciones como cazadora, como mujer y, ahora también, como diplomática ―le dijo con suavidad, aunque le destrozó por dentro escuchar el sollozo que se le escapó a su amiga ante sus palabras―. Pero te prometo que volveré lo antes posible y que, en cuanto cumpla con mis obligaciones, lo dejaré todo y vendré contigo.

— ¿Dejarás tu Reino, a tu marido y a tus hijos, por mí? ―preguntó sorprendida.

— En mi civilización debemos unirnos con un hombre y tener hijos. Esa es nuestra obligación. Sin embargo, una vez cumplida esta parte, podemos dejar a nuestros maridos y compartir nuestra vida con quien deseemos. Al igual que también pueden hacerlo ellos. Sí es cierto que, hasta ahora, nadie ha dejado la Noche y a su familia para irse al Sol. Siempre será una traición para ellos, sin embargo, sé que estarán bien allí donde les dejo. De esta forma podré venir sabiendo que he cumplido con mi deber antes de cumplir con mis deseos ―le explicó acariciándole la mejilla con una ternura de la que nunca se creyó capaz.

— Estamos hablando de años ―dijo Alyssa―. Yo también tendré que cumplir con los míos, pero yo lo haré sola. Te esperaré el tiempo que haga falta. Solo espero que tu próxima visita sea pronto y no tenga que esperar años para verte de nuevo.

— Te prometo que haré todo lo que sea posible para estar de vuelta pronto ―contestó sonriendo―. Tengo muchos temas que tratar con mi hermana de parte de tu familia. Si todo sale bien, como diplomática, tendré que intervenir y eso implica tener que venir. Te juro por la Madre que volveré.

— Y yo te juro por Dios que esperaré tu regreso ―prometió en un susurro cargado de sentimiento―. Ten buen viaje, blanquita.

— Seguro que así será, morenita ―contestó ella sonriendo ante los motes cariñosos que se habían puesto la una a la otra. Sin duda echaría todo aquello de menos.

Le acarició por última vez la mejilla y le dio un beso como despedida. No dijo nada más. Se limitó a darse la vuelta y marcharse corriendo, rumbo al garaje. Le daba miedo mirar hacia atrás por si se arrepentía de su decisión, sin embargo, no pudo evitarlo cuando llegó a las escaleras. Agarrada a la barandilla se dio la vuelta para echar un último vistazo a la cueva, a ella, sentada a la orilla del lago, dónde la había dejado. Alzó la mano en un gesto de despedida que Alyssa devolvió. Sonriéndole una última vez se giró de nuevo y se dirigió al ascensor.

***

Trevor se encontraba en el primer nivel, observando la escena desde la barandilla junto a Gabriel. Sin duda, nunca había valorado la posibilidad de que su hija, Alyssa, se enamorarse de Siena. Ni mucho menos había contemplado el que Siena pudiese corresponderle. No había necesitado escuchar las palabras que se habían dirigido para saber que había sido una dura despedida. Había barajado diversas líneas de actuación, pero jamás pensó en esa en concreto. Vio cómo su hija se quedaba sentada, ahí sola, triste, y le dolió en el alma verla así. Más allá de todo su plan, su máximo fin siempre había sido conseguir lo mejor para sus hijos y las futuras generaciones. Sin embargo, no quería que eso dañase a su querida hija, a su pequeña niña.

— Nunca pensé que me equivocaba al enviarte a ti, en lugar de mandar a Alyssa ―dijo Trevor a Gabriel.

— No valoramos la posibilidad de que se sintiese atraída por las mujeres. Dimos por hecho demasiadas cosas con ella ―contestó su hijo pensativo― ¿Qué hacemos ahora con Alyssa?

— Nada, supongo. No podemos entrometernos, es un tema que les pertenece a ellas.

— De todas formas, es algo que nos viene bien. La afinidad que siente por mi hermana la hará venir más a menudo y se esforzará más por hacer su parte, así podrá acercarse más a ella ―agregó Gabriel.

— Supongo que sí ―contestó pensativo.

Subió al garaje para recibir a Siena. Se encontró con ella cuando salió del ascensor donde la esperaba. Necesitaba hablar con ella urgentemente y, a ser posible, a solas. No le había gustado la escena que había visto. Debía poner cada cosa en su sitio. No tenía mucho tiempo con ella y debía aprovecharlo, así que fue derecho al grano en cuanto se cerraron las puertas del ascensor tras ella.

— Siena, he visto lo que ha ocurrido en el lago con mi hija ―comenzó, olvidando la prudencia.

— Yo... ―vio como tartamudeaba y se ponía roja.

— Sé que es algo privado entre vosotras, pero no pudimos evitar presenciarlo ―dijo sujetándole del brazo para evitar que siguiese su camino hacia el todoterreno―. No esperaba que estuvieseis intimando hasta ese punto, que sintieseis algo así.

— No entiendo a dónde quieres llegar, Trevor. Presenciaste algo que era un asunto privado entre nosotras, pero eso no cambia nada. Solo hace que me avergüence por sentirme observada en un momento íntimo ―contestó Siena seria, sin dirigirle la mirada.

— ¿Por qué no te quedas aquí con ella? O ¿no te lo ha pedido?

— Me lo ha dicho y, como le he dicho a ella, no puedo. Tengo obligaciones ―respondió bruscamente.

— Las obligaciones no son lo más importante. Si la quieres, quédate con ella. No sufráis estando separadas por no tener valor para estar juntas.

— No tengo claro lo que siento por Alyssa, por lo que no dejaré mi vida por un sentimiento recién descubierto. Ya tendremos más ocasiones de estar juntas, de conocernos y de analizar lo que está surgiendo. Hasta ese momento, mis prioridades siguen siendo las mismas que cuando llegué aquí. De todas formas, me sorprende esa petición viniendo de ti ―contestó mirándole a la cara, mostrando su enfado.

— ¿A qué te refieres con eso? ―preguntó sin entender por qué le contestaba de aquella forma tan brusca. Por qué se ponía a la defensiva.

— Si yo me quedo aquí perderás la ocasión de lograr lo que quieres. Tendrás que decir adiós a la posibilidad de lograr el submarino, o los planos, así como la posible relación de Uriel con Loira. Me prohibirán entrar de nuevo en la Noche y a vosotros por propiciar mi traición ―le recordó.

— Puede que esto te sorprenda, pero prefiero perder todo eso si a cambio veo feliz a mi hija. Si le evito el sufrimiento de un corazón roto, de una eterna espera ―dijo con voz triste.

— ¿Eso lo dices por Alyssa o por ti? ―preguntó Siena, aunque Trevor no entendió a qué se refería. Por suerte no tuvo que esperar demasiado para que le diese más información―. Pudiste pensar eso cuando dejaste a Elster y no te la llevaste contigo. ¿Qué pasó? ¿Como no era la heredera no te servía para tus planes y tu estúpida profecía?

— ¿Cómo? ―se quedó en shock. Creía que nadie sabía de su relación con Elster y ahí estaba esa niña echándole en cara que conocía su relación y que no se la llevase consigo― ¿Quién más lo sabe?

— Nadie ―contestó cuando la agarró con fuerza, amenazándola―. Me enteré por casualidad cuando te vi salir de su cuarto una noche. Y me sorprendió que no tuvieras en cuenta el riesgo al que la exponías. Si os hubiesen descubierto la habrían echado de la ciudad y a vosotros os habrían prohibido volver por varias generaciones. O eres un inconsciente o te da igual lo que pueda sucederle a mi tía.

— No tienes ni idea ―dijo apenado, soltándole el brazo. No iba a retenerla ya. Estaba enfadada porque debía volver a casa cuando no quería, pero no lo estaba con él. Sentía que debía protegerse de ellos―. Gracias por no contarle a nadie mi relación con Elster. Siento haberme metido en tu vida, no quería que cometieras ciertos errores que cometí yo en mi juventud.

— Yo... ―la había dejado descolocada su respuesta, podía verlo claramente― ¿Qué errores?

— Yo, al igual que Alyssa contigo, quería que Elster lo dejase todo por mí, que se viniese al Sol conmigo. Ni se lo planteó, puso por delante a su hermana y a su gente. Desde entonces nos hemos visto a escondidas, a veces cada tres o cuatro años ―explicó suspirando―. Años que se me hacen eternos. Siempre he estado enamorado de ella, cada vez que la veo olvido que el resto del mundo existe y mandaría todos mis planes al infierno con tal de tener una vida con ella. Renunciaría a todo por tenerla conmigo. Por eso, al ver vuestra situación, me he sentido identificado con vosotras. No quiero ver a mi hija llevando una vida que no desea, lejos de la persona amada y sin saber si algún día podréis estar juntas. Sé lo que se sufre con esa situación. Viviendo de recuerdos y momentos robados. No se lo deseo a ella, ni a ti. Por eso te he abordado. Elster no quiso venir conmigo, no me dio opciones. Ahora sigue siendo incapaz de dejar a sus hijos y venir conmigo.

— ¿Sabe lo que sientes por ella? ―preguntó Siena triste.

— Sí, lo sabe desde el principio. Me he pasado la vida muriendo por verla y sufriendo las despedidas de los pocos momentos que he podido compartir junto a ella. Piensa bien lo que sientes por Urai y por tu gente. Y piensa después en lo que sientes por Alyssa. Volverás aquí, aprovecha esos viajes para entender tus sentimientos y decidir tu futuro. Pero no tardes porque, cuanto más tardes, más sufrirá mi hija con tu indecisión ―pidió suavemente y esperó hasta ver cómo ella asentía―. No le digas a Elster que sabes lo nuestro. No quiero que se altere o sienta temor de ser descubierta.

— No le diré nada, tranquilo.

— Y, si me haces el favor, tengo cierta reputación de hombre duro, evita comentar esta conversación con nadie del Sol. No quiero que piensen que soy un viejo ñoño ―pidió riendo. Nadie sabía de su relación con Elster y prefería que no supiesen nada. Solo sus hijos tenían constancia de ella y no sabían cuan profundos eran los sentimientos que tenía por ella. El amor hacía débiles a los hombres, pero solo cuando no era correspondido, cuando ese amor te convertía en un ser inmerso en el dolor de la constante pérdida.

— Nadie pensaría nunca que eres un ser débil por querer a alguien. De igual modo, esta conversación no ha existido, estate tranquilo ―contestó sonriendo. Agradecido, la guio al coche. No podía hacer más. Esperaba que, en próximas visitas, Siena definiese lo que sentía y que no cometiesen los mismos errores que Elster y él. 

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