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Capítulo 46.1

Siena estaba expectante viendo a todos ir cogiendo sus cosas y marchando hacia el tren. El ambiente era festivo y los niños corrían contentos de un lado para otro, al igual que sus padres, recogiendo las cosas para el viaje y arreglándose con sus mejores ropas. Ella esperaba en su nivel, mirando por la barandilla que daba al exterior, hacia la cueva. Desde ahí veía y escuchaba el revuelo y la algarabía de miles de personas que se iban marchando hacia el tren. Había llegado el día de ir hasta El Santuario para sus festividades religiosas. No sabía aún de qué iba todo aquello, aunque estaba segura de que, en cuanto llegasen, se lo explicarían todo.

Se había puesto un vestido que le había llevado Alyssa esa misma mañana, después del desayuno. El brazo aún le dolía, pero se había encargado ella misma de lavarse y vestirse. No iba a ser una carga que entorpeciese ese día a ninguno de sus anfitriones o a ningún miembro del Sol. Le habían inyectado antes de acostarse un analgésico muy potente que hacía que apenas sintiese dolor, aunque, como le había dicho el médico, eso no implicaba que estuviese curada por lo que debía tener mucho cuidado con los movimientos que hacía y mantener el brazo lo más fijo posible.

Se había mirado al espejo sorprendida con su reflejo. Le habían dado un vestido largo hasta los pies de un precioso tono amarillo que parecía relucir por sí mismo y con unas mangas largas en un material que no reconocía, pero que eran de un amarillo traslúcido que dejaba ver sus brazos perfectamente. Recordó el vestido que había llevado la noche de su unión con Urai y, aunque aquella prenda le pareció preciosa, esta era más fina y delicada, con un tacto increíblemente suave, casi etéreo.

—Siena, vámonos. Ya casi todos están en el tren, faltamos nosotros — le dijo Gabriel a su espalda, apremiante. Ella se limitó a asentir y a seguirle por el pasillo, ligeramente nerviosa. No tenía claro lo que era un tren, no había montado nunca en ninguno, obviamente.

Bajaron hasta el décimo nivel y fueron hasta un lateral de la cueva donde, al final de ese pasillo, se encontraban dos puertas dobles enormes por donde estaba entrando aún gente. Gabriel le explicó que allí se encontraba la estación del tren con sus dos andenes: uno que iba y venía de Europa y otro que hacía lo propio con El Santuario. Cuando pasaron las amplias puertas se encontró con un túnel en un blanco pulcrísimo, desde el suelo hasta el techo, pasando por el propio tren, que relucía. Había un camino central de adoquines, quedando a cada lado una vía donde se encontraban ambos trenes. Se subieron en el primer vagón que había mientras el resto de la gente seguía hacía delante, subiendo en vagones que había más lejos.

— Ayer salieron varios trenes llenos hacia allá y esta mañana, desde bien temprano, ambos trenes han circulado hacia el mismo destino para llevar a todos los ciudadanos hasta allí. Hoy nadie quería ir a Europa, ni quería venir a Atlántida. Hoy todos se pelean por llegar hasta El Santuario —explicó Gabriel mientras subían a su vagón. Dentro ya se encontraba el resto de la familia real para hacer juntos el trayecto.

— Vente conmigo, siéntate aquí —dijo Alyssa ofreciendo el asiento contiguo al suyo, que estaba vacío. Estaba muy guapa con un vestido similar al suyo, pero en rosa. Parecía que ese color de verdad le gustaba y no solo para el pelo. Aunque debía reconocer que hacía un contraste bestial con el color original de su pelo, sus ojos y el tono de piel tostado.

— ¿Cómo te encuentras del hombro? ¿Mejor? —preguntó serio el Rey desde su asiento, imponente con unos pantalones en caqui y un chaleco del mismo color, con adornos y ribetes bordados en hilo de oro.

— Sí, gracias. Ayer el médico me pinchó un analgésico y he dormido muy bien, sin dolor, así que hoy me siento mucho mejor. No lo suficiente como para pedirle a Uriel que me enseñe yudo, pero mejor —contestó a Trevor, aunque sonriendo en dirección a Uriel. Sin embargo, el aludido se limitó a sonreír sin decir nada.

— Bien, descansemos un poco ahora, nos espera un largo día. Aprovechemos esta hora de viaje para relajarnos que ya sabéis que allí buscamos la paz de Dios, aunque no nos dejarán hallar paz humana —dijo el Rey recostándose en el asiento y dejando a Siena extrañada con el comentario.

— Se refiere a que, aunque vamos a rezar a Dios, habrá tanta gente que no nos dejarán ni concentrarnos en nuestros propios pensamientos. Por eso dice que no hallaremos paz humana —susurró Alyssa riendo por lo bajo—. Tranquila, es un exagerado. Nos lo pasaremos genial y más tú, que nunca has visto tanta gente junta.

Siena se quedó pensativa gran parte del viaje mientras los demás dormitaban a su lado, repartidos por el vagón. No vio muchos lujos, la verdad, podría haber pasado por un vagón normal. Aunque tampoco había visto los demás por lo que no tenía con qué comparar. Al ser el camino bajo tierra no había mucho que mirar por la ventana, solo la pared de un túnel estrecho, totalmente negro y con luces cada ciertos metros. El blanco de la estación no se había mantenido en el interior del túnel. Gabriel había comentado que el tren apenas hacía ruido sobre los raíles y no gastaba casi energía en cada trayecto debido a la eficiencia de la maquinaria y lo liviano de los materiales que reducían el peso. Entendía que se quedasen dormidos todos en poco tiempo, el vaivén sin sonido alguno y las luces bajas daban sensación soporífera.

Sin embargo, el trayecto se le hizo bastante corto. Cuando quiso darse cuenta, el tren dio un pitido, anunciando que llegaban a destino y todos comenzaron a desperezarse y levantarse de los asientos. Vio como Gabriel se ponía en pie, se colocaba una túnica sin mangas sobre sus pantalones marrones y su camisa blanca, y se la abrochaba por delante desde el cuello hasta los tobillos. Era una túnica muy bonita en marrón claro y con los bordes bordados en verde. No estaba acostumbrada a verle con ese tipo de indumentaria, aunque le quedaba muy bien.

Bajaron del tren en otra estación, esta pintada entera en verde en lugar de en blanco. Fueron descendiendo todos y subieron hasta la superficie en ascensores tan grandes que se parecían al montacargas de la cueva de Atlántida. Se le olvidó ponerse las gafas de sol cuando salieron al exterior y la luz le hizo daño, haciéndola gruñir hasta que encontró las gafas que llevaba colocadas en la cabeza y se las pudo poner. En ese momento fue cuando se dio cuenta de que era el centro de atención de todo aquél con el que se cruzaba. Cientos de personas mirándola fijamente y haciéndola sentir como la extranjera que era. Debían estar preguntándose qué hacía ella allí.

— No paran de mirarme —susurró al oído de Trevor que se agachó para poder escucharla.

— Debes tener en cuenta dónde estás, Siena. Aquí se reúnen gentes de las tres poblaciones que tenemos en el Sol. Los de la Noche solo han ido a Atlántida, pero nunca han venido aquí ni a Europa. De hecho, como bien sabes, no teníais constancia ni de su existencia. Esto también se traduce en que ellos nunca han visto a nadie como tú —contestó señalando, haciendo un amplio arco con el brazo, a todos los allí reunidos—. Eres la primera persona de la Noche que ven y les llama la atención todo de ti: tu pelo rubio platino, tus ojos azul intenso, tu piel tan pálida que es casi traslúcida. Es normal que les llames la atención. Les estás dando la visión de aquello de lo que han oído hablar, pero que nunca han visto por sí mismos, con sus propios ojos.

— Me siento observada y analizada como si fuese un animal exótico.

— Tranquilízate, no te harán ni dirán nada. Solo sienten curiosidad por ti. Espero que nos ayudes a terminar con esta situación, que consigamos una alianza entre civilizaciones y encontremos la manera de vivir juntos. Así mi gente no os mirará como animales mitológicos, sino como uno más de nosotros. Haremos que el que estéis por aquí sea tan normal que ni se fijen en vosotros. Si así lo queréis, claro. No pretendo obligar a nadie —contestó Trevor sonriendo. Sería estupendo caminar por ahí y ver "blanquitos" y "morenitos" por todas partes sin darte cuenta de que estaban mezclados. Que ya no se sorprendiesen de verlos.

— ¡Por la Madre! Eso sería estupendo —respondió sonriéndole. Quizá sí se podría lograr. Loira no estaba cerrada a ellos, si no, no los habría invitado a su celebración de agradecimiento ni a la unión de su hermana. Esperaba que, a su vuelta, pudiese informarle de todo y que viese todo aquello con los ojos con que lo estaba viendo ella misma ahora—. Puedo contarle todo esto a Loira, seguro que le fascinará saber sobre vuestras ciudades y tecnología. Es posible que no le importe, de esta manera, probar con un acercamiento.

— No, querida —le dijo el Rey—. No debes contarle lo que has visto. Tendrás que mantener la antigua historia sobre nosotros. Para tu hermana seguiremos siendo una tribu de bárbaros, como hemos sido durante los últimos mil años para vosotros.

— Pero ¿por qué? —preguntó extrañada.

— Es muy sencillo. Ahora mismo somos superiores a vosotros y no queremos que vengáis aquí con el pretexto de una unión sincera entre nosotros para que, al final, solo queráis robarnos nuestros avances y después os marchéis. O, peor aún, que nos estudiéis buscando nuestros puntos débiles para luego destruirnos desde dentro —explicó con calma mientras iban andando por una calle repleta de gente y bajo unas gruesas telas colgadas a cierta altura que paraban el sol y daban una sombra que agradecía.

— ¡No buscamos tal cosa! —exclamó horrorizada.

— Tú no, pero no sabemos nada de tu hermana, ni del resto de la Noche. Queremos un acercamiento, ir ayudándoos a que mejoréis y quizá, una boda que sirva de ancla para todo lo que queremos. Un matrimonio que nos una con algo más que la palabra de dos personas. Con un heredero común que gobierne en ambos reinos, buscando lo mejor para todos.

— ¿Por eso se acercaba tanto Uriel a Loira en palacio? —preguntó ligeramente enfadada por las implicaciones de todo aquello.

— Sí y no. La idea de una posible unión de civilizaciones siempre ha estado ahí durante generaciones, pero nunca ha sido posible. Sin embargo, mi hijo siente algo por tu hermana y eso hace que me plantee que, quizá en esta ocasión, sí pueda ser factible —aclaró sonriendo—. Nosotros no os necesitamos, como puedes ver nos va muy bien, por lo que si buscamos esta alianza no es por un interés egoísta, sino por ser mejores juntos. No obtendremos más placer que el ayudaros y obtener mayor diversidad genética y cultural, más manos para trabajar y más mentes que piensen. Tenemos grandes proyectos en los que podéis tomar parte; descubrir el mundo con nosotros; caminos, reales y simbólicos, que aún están por recorrer; cambiar nuestra vida y nuestro futuro. Podemos hacerlo todo juntos si así lo queréis. No os vamos a obligar, pero tampoco vamos a regalaros el esfuerzo de muchas generaciones nuestras por las buenas. Tenéis que ver que esto os conviene sin que medie el interés, si no, sería como comprar vuestra decisión.

— Ya entiendo. Queréis que nos unamos con vosotros por el ideal de querer ser mejores juntos, de ser una sola civilización, y no buscando sacar partido para nosotros mismos, dejándoos de lado una vez tengamos lo que queremos —sintetizó ella lo que había entendido.

— Eso es. Queremos cierta seguridad en ese aspecto. Por eso es complicado. Primero quered la unión y después tendréis la tecnología.

— Veo complicado lograr lo que buscas. Despertar su interés en una unión con gente que, para ellos, no aporta nada, va a ser muy difícil —dijo ella pensando en alto.

— Nosotros sacamos poco o nada de esta alianza y aun así te la propongo. Nosotros sí estamos dispuestos a ello ¿por qué vosotros no? —preguntó Trevor mirándola curioso.

— Te voy a ser sincera. Mi ciudad no está aún en el mismo punto que vosotros. No niego que, si Loira quisiera, habría alguna posibilidad, pero es muy complicado convencerla. Igual de complicado que tu hijo logre que ella sienta algo por él. Loira solo lo tendría en cuenta si saca beneficio y, sin contarle todo esto, no verá ninguno. No hará que nos mezclemos con vosotros, perdiendo nuestra resistencia al frío y nuestra visión nocturna, solo por tener hijos sanos. No, al menos, mientras tenga esperanzas de lograrlo con ciencia —contestó ligeramente desesperada. Veía que les vendría muy bien unirse con el Sol, sin embargo, sentía una gran impotencia al ser consciente de que nunca haría cambiar de opinión a su hermana contándole la misma mentira de siempre. Tenía dudas de lograrlo incluso con la verdad.

— Vamos a hacer una cosa, Siena. Hoy disfruta del día aquí y en la cena lo hablamos con calma. Ve con Alyssa a disfrutar del sitio y de la gente, que para eso hemos venido —dijo sonriendo de pronto. La llevó hasta dónde estaba su hija hablando con unas mujeres y la dejó allí para seguir camino con Gabriel y Uriel.

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