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Capítulo 4.1

Loira miró a su hermana, tendida en la camilla. Le habían informado inmediatamente de lo ocurrido y había ido al hospital a verla. Estaba en la camilla medio tapada con una sábana y bastante tranquila. Podría decir que se había preocupado por ella cuando le hablaron del incidente y que estaba inconsciente, aunque realmente sería mentira. Su hermana normalmente era útil, pero un incordio. Nunca habían estado unidas ni tenía la pretensión de cambiar esa situación.

Estando ahí, de pie al lado de la camilla, con su hermana pequeña en ropa interior, no pudo dejar de observar el tatuaje que lucía en el brazo derecho. Tenía una llama azul en la parte interna del antebrazo que iba desde el azul más claro que partía algo más arriba de la muñeca hasta un color azul oscuro donde terminaba el pico de la llama, cerca del doblez de brazo. Era una especie de llama alargada y furiosa. Debía reconocer que era un dibujo bonito si no fuese porque a ella no le gustaban los tatuajes, le parecían chabacanos. Y sabía que no era el único que Siena tenía. La parte derecha de su espalda estaba recorrida desde la cadera hasta casi el hombro por una especie de enredadera azulada. Ahora mismo podía ver el final de algunas hojas asomar por su costado.

Siempre había sido una niña que había ido por la vida haciendo las cosas según se le antojaban, sin prestar atención a los estudios, sin tener en cuenta su posición, sus obligaciones ni lo que se esperaba de ella. Solo pendiente de su ejercicio, de las armas, de la caza, de sus peleas. Lo único que le agradecía a su padre era que la hubiese metido en ese mundo ya que, de lo contrario, con esa cabeza tan dispersa, no habrían logrado hacer nada de provecho con ella. El que se centrase en ello tan a fondo que olvidase todo lo demás, al final, solo era el mal menor. Con la formación que había recibido no solo estaba entretenida y dirigía sus esfuerzos hacia algo productivo, sino que además le resultaba útil a ella como reina. No le parecía correcto que saliese de caza y arriesgase su vida. No hasta que ella misma tuviese alguna heredera que la sucediese. Pero sabiendo que odiaba su papel en el Consejo y asistir a las reuniones, sabiendo lo malhablada que era en situaciones de presión y sabiendo que normalmente creaba problemas en las reuniones cada vez que abría la boca... nuevamente, el que fuese cazadora era un mal menor.

Lo que tenía claro era que debía encontrar la manera de controlarla. Apenas podía hablar por el moratón que tenía en la mandíbula y que empezaba a ponerse oscuro y extenderse hacia el ojo izquierdo. Se alegró del dolor que debía sentir y sonrió para sí, se lo merecía por imprudente. Si fuese la mujer de posición que debía ser, nunca se habría puesto a sí misma en la situación de recibir ese daño. Aunque también recordó que no era la primera vez que su hermana terminaba en la camilla del hospital. Ya había tenido moratones por medio cuerpo, un dedo roto, varios tajos de cuchillo en los dedos, brazos y piernas... y un largo etcétera. Su memoria no daba para recordar todas esas situaciones, pero su hermana lucía algunas cicatrices en el cuerpo que a ella no se le antojaban bonitas ni elegantes.

Se disponía a hacer los comentarios de rigor a su hermana para interesarse por su estado de salud y su grado de dolor cuando entró despacio un chico. Sabía quién era: Arno, el segundo de su hermana. El chico se asomó pidiendo disculpas por la interrupción y solicitando permiso para entrar. Ella se lo dio, le venía bien; así no tenía que entablar conversación con su hermana. Arno parecía compungido y arrepentido al verla ahí tendida y algo horrorizado cuando vio el estado de la mandíbula. El moretón resaltaba sobre la piel tan blanca y delicada de Siena.

Pensó que parecía arrepentido. Aunque la situación le hacía gracia. Le habían hablado de las dotes de ese chico, de su agilidad y la buena incorporación que era para el grupo de los cazadores; pero las pocas veces que se había cruzado con él y le había dirigido la palabra, se ponía nervioso, tartamudeaba y no era capaz de decir más de dos frases seguidas con coherencia. A su parecer, ese chico no tenía muchas luces, sin embargo, era servil y educado y, para ella, eso era lo importante. Alguien útil como su hermana, con la diferencia de que no le causaba problemas como Siena.

Loira se apartó ligeramente para darles sensación de intimidad, aunque sin alejarse lo suficiente para poder escuchar.

— Siena, ¿cómo te encuentras? —preguntó Arno acercándose a la cama y quedándose de pie junto a ella— ¿Te duele?

Loira rio por lo bajo. Parecía un niño pequeño hablando así, tan infantil. Ese chico era demasiado inocente y la miraba... Interesante. Le parecía que esa mirada no era solo de preocupación. ¿Podría ser que ese chico sintiese algo por Siena? Podría ser, sí... Se quedó con la duda un segundo hasta que el chico se acercó aún más a su hermana y le cogió la mano entre las suyas. Sí, sentía algo por ella. Si no estaba enamorado, poco le faltaba. Vaya sorpresa.

— Estoy bien, Arno. Tranquilo —contestó Siena mientras le ponía la otra mano sobre las de él— No duele tanto. Además, sabes que no es la primera vez que estoy aquí, al igual que tú, y que esto es también parte del adiestramiento. Hay que aprender a perder, soportar el dolor físico y sobreponerse a él.

Le había puesto la mano sobre las de él mientras le hablaba. Loira no pudo evitar levantar una ceja por la sorpresa. Parecía que el cariño que sentía el chico era correspondido. O eso pensó hasta que vio que su hermana le daba varios toquecitos con su mano en la de él al terminar de hablar y, no solo alejó esa mano de él, sino que, con un leve tirón, sacó la otra mano de entre las suyas para apoyarla sobre la camilla, dejándole algo descolocado al pobre chico. Cuando le puso la mano encima de las suyas pensó que era un gesto de cariño, pero solo le estaba tranquilizando para darle después esos toquecitos irónicos que presagiaban el final del apretón de manos. Y ya el que quitase la otra mano de entre las suyas de forma tan poco sutil... estaba bastante claro que, aunque él sentía por ella, ella no sentía nada por él. Lástima. Una relación de pareja quizá habría tranquilizado un poco a esa niña y le habría hecho madurar.

¿Por qué Siena nunca podía hacer las cosas de forma normal? No es que ese chico fuese gran cosa, pero el que sentase la cabeza sería bueno. Podrían unirse y tener alguna hija y así ella misma tendría menos presión con ese asunto porque el Consejo ya le estaba recordando su obligación de escoger algún hombre para tener descendencia. No estaba bien visto que se les exigiese a las demás mujeres tener varios hijos, cuantos más mejor, mientras que la que gobernaba no tenía ni hijos ni pareja que indicase que habría descendencia. Tenía sobre la mesa un par de candidatos, pero aún no se había decidido. Si Siena se uniese a ese chico, le daría a ella algo más de margen para escoger.

Era buena idea. En el momento en que esa pareja hiciese pública su relación se levantarían ciertas suspicacias de porqué su hermana pequeña sí y ella no. Pero si su hermana se prometía directamente, evitaría los chismorreos. Una cosa era tener una pareja para pasar el rato y otra era algo ya tan formal, como prometerse para unirse. Algún comentario habría, por supuesto, aunque sería menor porque ya tendrían a una de las hermanas que podía continuar con el linaje. Con eso, al menos, podía poner algo sobre la mesa para calmar al Consejo y que se relajasen. En cuanto su hermana se uniese con Arno se relajarían un poco más y, si se quedaba embarazada pronto, les tendría callados un tiempo. Eso era lo que necesitaba: tiempo. No tenía ninguna gana de unirse a ningún hombre ni de tener ningún hijo. No había muchos donde escoger en la ciudad y los que estaban sobre la mesa le podían convencer para un tiempo, pero no para mucho más. Aunque siempre podía separarse. Era bastante habitual ya que se unían jóvenes para comenzar a tener hijos durante los años más fértiles de las mujeres.

Nunca se había parado a pensar que su hermana podría ser la solución a su problema, pero se le acababa de abrir una puerta por la que escapar de sus obligaciones un tiempo más y pensaba atravesarla. Tenía que ver cómo movía sus cartas. Sabía que Arno estaría encantado, aunque su hermana... Tenía que ver cómo lo hacía. Tenía que pensar.

Arno no tardó en marcharse viendo que Siena no podía hablar bien y que intentarlo le producía dolor, por lo que salió en un par de minutos. Loira aprovechó la circunstancia para marcharse también.

— Bueno, Siena. Ya hablaremos más adelante pues veo que estás dolorida y te cuesta hablar. Ya he comprobado que estás bien, así que te dejo para que descanses —dijo sin esperar ninguna respuesta. Sabía que Siena tenía las mismas ganas de hablar con ella como ella misma de hablar con su hermana.

Siena se limitó a asentir sin decir ni una palabra. De hecho, no habían cruzado al final ni una palabra en todo el tiempo que había estado ahí.

***

Loira salió de la habitación del pequeño hospital situado en una de las alas del palacio. De momento, la mayoría de las instalaciones importantes estaban en algún punto de esa edificación. Según se iban habilitando zonas colindantes al palacio, se iban acomodando en ellas. Al principio la población era tan reducida y tenían tan pocos animales que vivían todos allí, ya que el único edificio que se había adecuado al frío era el palacio. Según fue aumentando la población, se fueron rehabilitando casas colindantes y las nuevas parejas se iban yendo a vivir a ellas, hasta que solo quedaron los miembros de la familia real, algunos consejeros, miembros de la guardia y los cazadores. También se construyó la granja y se llevaron allí a todos los animales. Todas esas marchas dejaron zonas vacías, pero acondicionadas para su uso, por lo que se les buscó otra finalidad. De ahí que aún estuviesen dentro de palacio el hospital, la biblioteca, el gimnasio o la zona de adiestramiento para guardias y cazadores que se habían situado en antiguos dormitorios y la parte que fue la granja del palacio.

Poco a poco, la pequeña ciudad se iba acondicionando y llenando de vida. Esperaba que, con la construcción de la cúpula, la rehabilitación del resto de los edificios fuese más rápida al no verse limitada por la exposición de los obreros al intenso frío. Ese sería su gran legado como reina. Sería aquella que había erigido la gran cúpula y cambiado el rumbo del Reino de la Noche. Sabía de sobra que el resto de las reinas que la precedieron hicieron lo que pudieron con lo poco que tenían. Con una población pequeña los avances eran lentos y se hacían eternos, pero ella tenía suficiente población para ir más deprisa y buenos técnicos que podían llevar a cabo grandes cosas en su nombre. Porque al final, cuando ya no estás sobre la tierra, sino bajo ella, lo que queda es tu nombre y lo que hiciste mientras estuviste viva. Y nadie recordaría a los técnicos, eran datos menores. Lo que las generaciones futuras recordarían sería su nombre ligado a esa cúpula y el resurgir de su civilización. Todo gracias a ella.

Fue de un ala a otra del palacio en busca de Arno. No debía estar muy lejos. Tenía que hablar con él. Estaba casi segura de que el chico quería a su hermana o, por lo menos, que la atracción que ella había intuido en su mirada era cierta. Esperaba no haberse confundido porque ese chico tenía que echarle arrestos a la vida y conquistar a Siena.

Loira pensó que quizá el chico estaba algo descompuesto por lo sucedido y se había refugiado en su cuarto. Si bien era cierto que lo ocurrido había sido un accidente fruto del entrenamiento, no había que olvidar que en su reino las mujeres eran sagradas, no se les podía hacer ningún daño, sino que había que protegerlas. Los hombres realmente no le parecían a Loira muy importantes: mano de obra, protección y procreación. De vez en cuando aparecía algún hombre con algo de inteligencia, pero no solía darse el caso, desde su punto de vista. Debía soportarlos en el Consejo y en su día a día y eso ya era demasiado como para pensar seriamente en unirse a uno para tener descendencia. De momento, esperaba que Arno no estuviese demasiado asustado como para hablar con ella. La pena por hacer daño a una mujer era la muerte y, en este caso, se sumaba el hecho de que la mujer agredida era la hermana de la Reina y, hasta la fecha, la heredera en caso de que ella muriese sin hijas.

Loira se paró en seco. Si tenía en cuenta todo eso, el chico no estaría en su dormitorio, estaría en la cantina bebiendo hasta perder el sentido para olvidar lo ocurrido y no pensar en las posibles consecuencias. Era obvio que no las habría ya que ella, como Reina, era quien impartía justicia y no iba a castigar un entrenamiento. Pero claro, ni su hermana ni el chico sabían eso. O, al menos, no lo tendrían muy claro.

Se dio la vuelta y se dirigió hacia su dormitorio contenta. Ya tenía cómo manejar el asunto y sabía a ciencia cierta que su hermana estaría unida a un varón en pocas semanas. De momento, se limitó a parar a un niño que se cruzó y que tuvo agallas para mirarla a los ojos cuando ella le dirigió la palabra. Le pidió que buscase a Arno y le dijese que la Reina reclamaba su presencia la noche siguiente a las diez, después del desayuno. La euforia había hecho que fuese ella misma quien comenzase a recorrer el palacio buscando a un subalterno cuando era la Reina y podía hacerlo llamar.

Loira rio para sí misma mientras era consciente de que tenía el control, sin embargo, debía refrenar su ímpetu. No era necesario mostrar su entusiasmo comportándose como uno más del reino, debía mostrar la templanza que su posición demandaba. El niño encontraría a Arno, le daría el mensaje y el pobre chico se pasaría el tiempo hasta la vista con ella pensando en los posibles motivos de ese encuentro, mientras que ella solo tenía que ocuparse de contener la emoción hasta la noche siguiente.

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