Capítulo 39.1
Siena se encontraba en el salón, observando lo que allí ocurría. La ceremonia había salido muy bien con una Loira imponentemente desnuda. Aún estaba sorprendida por su osadía, ella nunca habría sido capaz de hacer algo así. No por soportar el frío helador, que eso no sería problema para ella al igual que no lo fue para su hermana, sino por estar tan desnuda como la noche que llegó al mundo, delante de todos. La Reina era toda una caja de sorpresas, ahora bien, siempre con estilo y poderío.
Desde hacía un rato había estado absorta viendo como bailaba con Uriel. Conocía a su hermana como para entender sus gestos y reacciones, sin embargo, no lograba comprender lo que había ocurrido. La había visto temerosa, altiva, cercana, acalorada, enojada y dubitativa para terminar viéndola alejarse con ciertos recelos y miradas furtivas. Tenía que reconocerse a sí misma el mérito de haber captado tanto mientras conversaba con medio salón.
— Me gustaría hablar contigo —escuchó una voz tras ella arrastrando un poco las palabras, pero que reconoció sin dificultad.
— Arno, estás borracho —señaló molesta. No soportaba a los hombres ebrios, tendían a no ser conscientes de cuándo molestaban.
— ¿Por qué te vas a casar con ese tirillas de Urai? ¡No puede ser que le veas más atractivo que a mí! —preguntó moviendo las manos de forma tan exagerada que casi tira el líquido al suelo. Siena temía por la integridad de su vestido por lo que se alejó dando un paso para atrás.
— Creo que no entendiste la situación. No escojo a Uriel comparando ambos físicos. Hay cosas para mí más importantes que la superficialidad de la belleza —aclaró ella.
— O sea, que yo soy guapo, pero le prefieres a él porque es más listo —dijo tras beber otro sorbo de vino.
— En un mundo donde la belleza no da de comer, dónde no hay guerras en las que poner en práctica la destreza, donde lo que prima es el ingenio que nos permite subsistir, debo decir que prefiero a alguien que posea más cualidades de las que son útiles —esperaba que fuese lo suficientemente borracho como para no captar que le estaba dando la razón. Él era un cuerpo musculoso coronado con una cara perfecta, pero que contaba con escaso cerebro. Sin embargo, no sabía cómo contestarle sin resultar hiriente. A pesar de que había sido manipulado por su hermana, creía que Arno sí había llegado a sentir algo real por ella y estaba dolido tras su rechazo y posterior compromiso con Urai.
— Yo tengo ingenio, soy buen cazador. He estado cumpliendo tus funciones mientras has sido Regente, he creado las partidas de caza y he dirigido la ida y la vuelta rápida a la Zona Neutral para abastecer a la ciudad para tu ridícula unión. Soy listo, pero no lo quieres ver. O más bien, me ves muy inferior a ti. Lo que no tienes en cuenta es que yo he llegado dónde estoy por méritos propios y no por ser la hija o hermana de la Reina, como tú —increpó, convirtiendo de pronto su frustración en ira. Miró por el rabillo del ojo para ver si había gente cerca, sin embargo, la mayoría ya se había ido a dormir, quedaban pocos y no muy cerca como para escuchar la conversación y ver que tenía problemas.
— Yo también me lo he ganado, soy la mejor, Arno. Prácticamente siempre te he ganado en un cuerpo a cuerpo y eso es mucho decir pues soy una mujer, tengo menos fuerza física que tú. Y los planes de acción que has seguido estas noches los he desarrollado yo —se defendió. Tiró al viento su cordura y decidió que si ese idiota necesitaba una somanta de palos ella se la daría gustosa y, además, sería muy sencillo viendo el estado en el que se encontraba el pobre.
— Siena, me gustaría hablar contigo —interrumpió Gabriel con educación—. Hay algún tema que me gustaría tratar con la nueva diplomática.
— Espera, es verdad. Ahora eres la nueva diplomática —preguntó incrédulo Arno—. Y tendrás la cara de decirme que no tiene nada que ver con ser hermana de la Reina. ¡Claro que no!
— No creo que tenga nada que ver con la Reina su nombramiento como nueva diplomática. Lo solicitamos nosotros ya que queríamos alguien de confianza y a Siena la conocemos de toda la vida —contestó Gabriel serio, mirándole con el reto escrito en sus facciones. Sin embargo, Arno tampoco captó eso. Simplemente aceptó lo dicho y se marchó gruñendo. Parecía que por fin había entendido que sobraba.
— ¿Realmente le pedisteis a Loira que fuese yo la que ocupase ese cargo? —preguntó observando cómo se alejaba Arno dando algunos tumbos y buscando una jarra para llenarse el vaso ya vacío.
— No. Era una mentira para callarle la boca —contestó riendo por lo bajo.
— Eso creía ya que no nos conocemos desde hace tanto. Por cierto, lamento no haberte reconocido en casa de mi abuela. La verdad es que, cuando realmente nos conocimos, en el entierro de mi padre, yo estaba demasiado agitada y ocupada con los preparativos como para quedarme con las caras y los nombres —intentó excusarse. Lo cierto era que le parecían todos iguales y no sabía cómo explicarlo sin que sonase mal.
— No te disculpes. Yo tampoco te reconocí hasta que Azumara te presentó. Debo decir en mi defensa que todos los de la Noche os parecéis mucho con vuestros ojos azul intenso, el pelo tan sumamente claro que parece blanco y vuestras complexiones casi idénticas. De hecho, durante el funeral de tu padre confundimos a una chica de la ciudad con tu hermana, pero por favor, no se lo digas que no queremos que se ofenda —se disculpó con tal cara de pesar que no pudo evitar reírse—. No te rías de mí, te aseguro que aún me cuesta distinguiros, pero me estoy esforzando.
— Bueno, me alegra mucho eso. A mí también me pasa con vosotros. Doy gracias a que solo estéis aquí tres y que tu hermano lleva barba y tú no. Así es más fácil diferenciaros —agradeció que ellos tuviesen el mismo problema. Aunque debía reconocer que quizá todo radicaba en que no se conocían tanto. Si se viesen más a menudo podrían diferenciarse perfectamente. Aunque, si una se fijaba bien, ambos hermanos eran muy diferentes, el problema era que no sabía si sería capaz de distinguirle todavía si le veía entre más de los suyos. No, si no abría la boca y reconocía su voz. Sin embargo, ahora le sería más fácil debido al tiempo que estaba pasando con él—. De todas formas, gracias por haber intervenido. Estaba poniéndose algo pesado y la situación se tornaba incómoda.
— Bueno, sí es cierto que quería hablar contigo, aunque no me esperaba encontrarte tan apurada. Pero me alegro de haber aparecido —dijo risueño.
— Pues te lo agradezco igualmente. Ahora dime, ¿de qué querías hablarme? —preguntó sonriendo.
— Cuando nos vimos te ofrecí venir al Sol a conocer nuestra ciudad y a nosotros. Es toda una suerte que nos hayamos encontrado con el regalo de que ahora seas la nueva diplomática porque eso te da todas las facilidades para venirte con nosotros sin tener que idear nada —expuso sonriendo.
— Sin duda sigo queriendo ir —respondió sonriente hasta que recordó que la noche siguiente sería su unión con Urai—, pero tendrá que esperar. Mañana me uno al que será mi marido por lo que debo retrasarlo un tiempo prudencial. No estaría bien visto abandonarle la noche siguiente para irme a la otra punta del mundo.
— Entiendo —dijo pensativo—. En este punto solo me gustaría saber por qué te veo triste cada vez que hablas de tu boda. Una novia debería estar radiante y expectante y no parecer apagada o desganada ante uno de los eventos más importante de su vida.
— No es que no me haga ilusión —contestó dubitativa. No sabía cómo explicarle la situación sin comprometer a su hermana y sin que la mirasen con lástima—. Es que... No sé cómo explicártelo.
— Esperaba que estuvieses muy enamorada ya que nadie se casa en tan poco tiempo si no es así. Aún eres muy joven y, si no estás loca de amor, ¿por qué tanta premura en casarte? —insistió Gabriel sin ser consciente de que estaba tocando un punto muy sensible para Siena— Retrasa la boda para más adelante, vente con nosotros unos días, vive, ve mundo y después haz lo que debas. Y sí, digo haz lo que debas porque está claro para mí que no es lo que realmente quieres.
— No es que no quiera a Urai, es un buen hombre y será un gran marido y padre, pero... —decidió callarse en ese punto o terminaría diciendo algo que no debía.
— Pero no le amas. Es distinto querer que amar —dijo comprensivo—. Tú piénsatelo. Nos gustaría que te volvieras con nosotros al Sol y mostrarte todo. Estoy seguro de que para ti será una gran aventura, que aprenderás mucho y que te encantará.
— No creo que pueda. Intuyo que a Loira no le parecerá bien —intentó ella buscando una vía de escape. Seguramente Loira no estaría de acuerdo en que dejase tan pronto a su marido después de lo que le había costado unirla a él.
— Se lo preguntaremos mañana. De momento me gustaría que pensaras en ti misma. Dedica esta noche a reflexionar —le pidió cogiéndole de las manos y mirándole a los ojos—. Nosotros podemos esperar, al igual que todos los temas diplomáticos, pero creo que para ti lo más importante es pensar sobre mañana. Decide si es realmente lo que quieres.
Dicho esto, se alejó sin decir más. Ya con eso había revolucionado todos sus pensamientos. Querían que se fuese con ellos cuando regresaran a su casa y eso era justo lo que llevaba esperando media vida. Una oportunidad como esa era su sueño. Sin embargo, debería esperar un tiempo. Ella tenía previsto que su cargo incluía tener que ir al Sol, pero le iba a costar retrasarlo cuando ahora estaba al alcance de la mano. Le encantaría poder cancelar la unión o, al menos, posponerla, aunque todavía tenía muy reciente en la mente sus verdaderos motivos y seguía sin encontrarles solución.
Vio a su hermana riendo en un grupo cercano de comensales y valoró hablar con ella o dejarlo correr. Quizá atendiera a razones y le permitiese retrasar la unión un mes. Se acercó a Loira lentamente para apartarla de la conversación y llevarla a un aparte. Probaría suerte, pudiera ser que resultase.
— Loira, me gustaría comentarte algo. Ha estado hablando conmigo Gabriel, el invitado del Sol, sobre irme con ellos en lo que sería mi primer viaje en mi nuevo cargo. El problema que veo es que, con la unión tan reciente, sería mal visto que abandonase a mi marido para irme con ellos en su vuelta a casa —explicó Siena con calma y toda la mano izquierda que pudo. De momento su hermana se limitaba a escucharla sin mostrar reacción alguna, ni positiva ni negativa—. Me gustaría mucho irme con ellos, eso sobra decirlo, pero no quiero hacerle el feo a Urai. ¿Crees que sería posible retrasar el enlace hasta mi regreso?
— Lo veo complicado, Siena —contestó con tranquilidad, sin mostrar enfado—. Los preparativos para mañana están ya listos, retrasar tu unión implicaría rehacerlo todo de nuevo en una semana y eso si nos respetan las tormentas. De no ser así habría que retrasarlo aproximadamente un mes.
— Ya veo —dijo bajando la mirada al suelo. Tenía razón. Intentó disimular su tristeza, aunque no fue capaz. Cada uno de sus poros gritaba sus ansias de viajar y su descontento con la unión. Le hubiera gustado que Loira se apiadara de ella y eso era esperar un imposible. Su hermana tenía demasiadas ganas de verla unida a alguien como para dejar escapar su objetivo tan fácilmente. Y el problema era que no podía decir que no quería esa unión ya que se suponía que estaba de acuerdo y contenta con ella. No podía admitir que conocía sus intenciones. Debería haberse preparado esa conversación con algo de margen para no caer y tener que ceder ante la primera excusa que su hermana le había dado.
— Mira, no quiero verte triste ni hoy ni mañana, así que te voy a ayudar —esa respuesta tan inesperada la tomó por sorpresa y le hizo alzar la vista esperanzada. Quizá Loira, al final, le aflojara un poco la cuerda con que la estaba ahogando—. No puedo hacer nada en cuanto a tu enlace puesto que ya está todo listo, pero, si realmente quieres irte al Sol con ellos cuando regresen, puedo hacerlo oficial. De esta forma nadie verá con malos ojos que dejes aquí a Urai justo después de la noche de bodas. Si es un mandato de tu Reina nadie podrá cuestionarlo. De esta forma puedes tener ambas cosas: unirte con tu querido Urai e irte con los extranjeros y comenzar tu nueva ocupación con buen pie. Nada mejor que ir invitada por ellos la primera vez, sin duda.
— Yo... No sé qué decir —estaba sorprendida viendo sonreír a su hermana sinceramente, intentando ayudarla. Si bien no era la ayuda que ella realmente necesitaba y quería. No le había quitado el enlace de su horizonte, ni siquiera lo había retrasado. Pero se la veía contenta al concederle al menos uno de sus deseos. Ahora solo tenía que decidir si era suficiente para ella, si se conformaría con tener una de las dos opciones, la que tendría de todas formas. Aunque... ¿a quién intentaba engañar? En su horizonte siempre estarían las dos. Tarde o temprano tendría que ir al Sol, igual que tendría que unirse a Urai. Lo mejor sería aprovechar lo que le ofrecía Loira: unirse y marcharse a cumplir su sueño sin más demoras—. Gracias, hermana.
— Si puedo ayudarte haré todo lo que pueda. Te escogí a ti para el puesto de diplomática por lo aventurera que eres, así que entiendo que no puedas resistirte a la idea de irte con ellos. Vete pues y disfruta. Aunque ninguno de tus predecesores lo hizo, al parecer —bromeó la Reina contenta.
— Sí, ya he oído lo que han contado sobre cómo viven y cómo es todo aquello. Lo soportaré, al menos esta primera vez. Si no, siempre puedo hacer como hacía Tajto: ir solo cuando no quede más remedio y ya me obliguen las circunstancias —bromeó ella también intentando mostrarse agradecida y alegre por la concesión que le había hecho. Aunque por dentro seguía sintiéndose muerta en vida. Había vislumbrado una pequeña luz que no había tardado en apagarse.
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