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Capítulo 35.1

Tras sus reuniones con Davra, Maissy y Siena, Loira salió a hablar con la partida de caza para que esperasen y no se marchasen todavía. Tenía pensado dar un discurso de agradecimiento a todos por la preocupación que habían sentido por su salud y para hacerles saber que ya estaba bien y de vuelta al trabajo. Además, quería que presenciara el juicio a Tajto la mayor cantidad de gente posible. Quería que viesen cómo se impartía justicia en la Noche. No solía ser habitual que la gente delinquiera y menos aún que intentasen matar a nadie. Ya ni hablar de intentar matar a la propia Reina. Por ese motivo la pena capital no solía ser una condena que se pusiera en práctica, pero ella lo haría. No solo porque se lo merecía, sino porque así daba ejemplo de las consecuencias de sublevarse contra la autoridad y atentar contra la vida de la Reina.

Como corría prisa todo, no podía entretener a la gente mucho tiempo. Los cazadores debían partir cuanto antes y el resto debían comenzar a trabajar para tener todo preparado para cuando volviese el ballenero, momento en el que todos ayudarían en la descarga de alimento. Por ese motivo, estableció el discurso y el juicio para después de la comida. De esta forma, contaban con la primera mitad de la noche para organizar todo y después de la sentencia podrían partir hacia la Tundra los cazadores y a sus quehaceres los demás. No estaba segura porque no lo había preguntado, pero creía que los técnicos de Davra ya habían terminado las reparaciones de los molinos de viento y se quedarían en la ciudad para continuar trabajando en la cúpula. Era una lástima que no estuviese terminada para la ocasión, sin embargo, los del Sol podrían ver su inventiva y su avanzada tecnología en lo ya construido.

No quiso bajar al agujero a ver cómo se encontraba el preso, esperaría a verle directamente en la Sala de la Reina para ser juzgado. No era por miedo a que la pudiera convencer de revocarle la pena, sino porque tenía miedo de no poder contenerse en privado y matarle allí mismo, ella misma con sus propias manos. Y eso sería un error porque quería que fuese público, que fuese el ejemplo para todos de que ella saldría ilesa y no habría piedad en el castigo.

La Sala del Trono se llenó de gente rápidamente, casi no cabía un alma, y eso que era la sala más grande de todo el palacio. Ya iban siendo muchos y eso no dejaba de ser motivo de regocijo. No dio un discurso largo ni sentido, se limitó a informar de que las pruebas habían arrojado unos resultados muy positivos indicando una clara mejoría y que ya podía volver al trabajo por lo que relevaba a Siena de su puesto como Regente, dándole las gracias a su queridísima hermana por su incuestionable ayuda. Todo fue muy bonito y rápido, lo que todos querían la primera noche en la que podían salir de casa sin congelarse casi al instante. Y también sabía que todos estaban esperando con expectación el juicio y la consabida condena que le aguardaba, con una curiosidad posiblemente malsana, pero comprensible.

Hizo pasar a Tajto a la sala con las manos atadas a la espalda, guiado por uno de los guardias, hasta dejarlo frente a Loira. Por el camino tuvo que escuchar los abucheos e insultos de los allí reunidos y recibir el golpe de un huevo que fue a estrellarse y romperse contra su espalda. En ese punto, ella sintió que debía intervenir.

— Escuchadme, por favor —dijo alzando la voz mientras se ponía en pie para llamar la atención de su público y alzando las manos para pedir silencio—. Yo mejor que nadie entiendo vuestro fervor y odio hacia este hombre, pero os suplico que no le arrojéis comida. Es un bien escaso y vale más que el propio reo. No la desperdiciéis tirándosela.

La turba pareció comprenderlo bien y se calmó, dejando de tirar alimentos y de insultar al preso. Cuando vio que todo había vuelto a su cauce Loira volvió a sentarse en el trono y ordenó al guardia que le quitase las cuerdas a Tajto. Se sentía segura con Tiberio a su lado y media docena de guardias haciendo de separación con los asistentes. Por no hablar de que tendría que correr mucho para alcanzar los escalones, subirlos y atacarla sin que antes le hubiese detenido alguien. Vio como el reo se frotaba las muñecas laceradas por la soga que debía haberle estado dañando su delicada piel durante la última semana. El ver las marcas rojas y algunas heridas en sus muñecas no la hizo compadecerse de él, sino regocijarse. Incluso se le escapó una leve sonrisa cuando vio su nariz hinchada con restos de sangre seca y uno de los ojos aún morado y escasamente abierto. Se giró hacia su hacia su hermana que se encontraba junto a ella.

— Excelente trabajo, Siena —agradeció Loira con una leve sonrisa de complicidad con su hermana.

— Podría haberlo hecho aún mejor si no me hubiesen interrumpido, pero así está bien de momento. Creo que estornudar con la nariz rota no es nada agradable —bromeó soltando una risita por lo bajo que solo escucharon ambas.

— Bien, Tajto —comenzó cuando dejaron de reírse unos segundos más tarde, poniéndose tan seria como requería la ocasión—. Se te acusa de haber intentado matar a la Reina, es decir, a mí. ¿Cómo te declaras?

— Soy inocente, mi señora. Fui engañado y manipulado para hacerlo —contestó a toda prisa y claramente nervioso.

— Ahora entraremos en la parte de que fuiste engañado, pero primero quiero que me dejes algo claro por si mi memoria me falla y los testigos mintiesen... —no podía evitar regocijarse con esa farsa de interrogatorio y mala defensa del preso. Sabía de antemano lo que había contado, las pruebas que tenían y que no tenía defensa alguna. Ese juicio no era más que una representación para el pueblo, para que viesen que se hacía justicia conforme a la ley y que ese imbécil se merecía el castigo que le iba a imponer— ¿no fuiste tú el que me clavó una jeringuilla en el cuello después de forcejear conmigo y me inyectó aire en el torrente sanguíneo?

— Sí, fui yo, pero... —intentó excusarse, pero no le dejó continuar.

— ¿Eras consciente de que esa cantidad de aire inyectado me podía provocar un ataque cardiaco, una embolia o un ictus? —siguió ella sin dejarle respirar.

— Yo no...

— Claro que lo sabías —contestó ella misma para no dejarle opción a réplica hasta verle más exaltado— ¿Eres consciente de que tenemos tu cuaderno donde explicas todo tu plan?

— Sí, yo...

— Por supuesto que lo sabes —se volvió a contestar a sí misma, sujetando en su mano el cuaderno para que todos lo vieran—. Aquí reflejas con detalle cómo ibas a acercarte a mí, cuándo ibas a hacerlo para encontrarme a solas y cuanta cantidad de aire debía contener la jeringuilla para ser letal. Así como específicas que, para asegurarte de que funcionaba y moría con seguridad, pretendías inyectar esa cantidad dos veces. Tuve realmente suerte de que me ayudase la guardia y te detuvieran, así como la rápida actuación de nuestros médicos. Ellos me salvaron la vida porque ya estaba en parada cardiaca. ¡Ya estaba muerta!

En ese momento se escuchó un murmullo en la sala, todos comentaban lo obvio que era si lo había descrito en su cuaderno y se llevaban las manos a la cabeza al imaginarse la situación que describió ella sin titubeos. Y, por supuesto, sin mostrar ni una pizca del miedo que sintió en aquel momento y que aún la hacía temblar al recordarlo. Pero refrenó su reacción al recuerdo, mostrando solo la dureza de la reina que era. Se mantuvo unos segundos en silencio para darle mayor intensidad al momento antes de proseguir y que todos fuesen conscientes del alcance de sus palabras, de los hechos descritos. Todo mientras el reo se movía nervioso y se giraba para mirar con temor la reacción de los oyentes. Estaba claro que no se salvaría por clamor popular por cómo iban las cosas

— Después de dejar esto claro, quiero una respuesta sincera de sí o no, a mi pregunta: ¿intentaste matarme? —lo planteó muy sencillo. Tenía que decir que sí porque ya había dejado claro ella que, si decía no, estaría mintiendo.

— Sí, pero...

— He dicho que respondas con sí o no. Por qué lo hiciste no viene realmente al caso. Intentaste matarme, casi lo logras, y aquí estamos para juzgar ese hecho —concluyó la Reina sin miramientos.

— ¡Me obligaron! ¡Me engañaron! —gritó mostrando finalmente la desesperación que intentaba ocultar con torpeza. Esa fue la señal que esperaba Loira para dejarle hablar. No había nada mejor para el pueblo que escuchar los desvaríos de un loco en pleno apogeo de locura.

— Muy bien, ¿y quién se supone que te obligó? —preguntó mostrando tanta desgana como incredulidad en su tono.

— Los dirigentes del Reino del Sol me han estado escribiendo, pidiéndome que la mate. Exigiéndomelo más bien. Tenía las cartas en mi escritorio que lo probaban —gritó de nuevo.

— Tiberio, ¿tenemos esas cartas que dice? —preguntó a su primo que dio un paso al frente para contestar.

— Mientras pensó que había conseguido su objetivo Tajto se negó a decir ni una palabra y fue cuando le dijimos que usted seguía con vida que comenzó a buscar lo que creímos eran excusas. De igual modo, comprobamos su escritorio y no encontramos ninguna de esas cartas, se preguntó a los mensajeros y ninguno había llevado misivas al Reino del Sol en los últimos dos meses de parte de Tajto ni habían traído ninguna a su nombre. En su cuaderno tampoco hemos encontrado ninguna referencia escrita al respecto —expuso el jefe de la guardia con total calma y hablando de forma clara para que todos lo escuchasen.

— Eso no puede ser, mi Reina—contestó desconcertado— Alguna tiene que haber. ¡Habéis destruido todas las pruebas! ¡Ellos os han informado de todo y habéis hecho desaparecer mis cartas!

— ¿Eres consciente de que estas acusando a Tiberio y a la guardia de destruir pruebas? ¿Acaso no recuerdas que él es el jefe de la guardia, es mi primo y es quien me salvó la vida? —le espetó levantando la voz y poniéndose de pie para mostrar mejor su enfado— Además, ¿por qué crees que él protegería a los del Sol?

— Por pura conveniencia política porque él lo sabía. Me lo dijo. Ellos le avisaron de mis planes, por eso digo que me traicionaron —parecía una desesperación tan realista que casi le hacía cuestionarse la historia. Pero solo casi. Confiaba demasiado en Tiberio como para dudar de él.

— Es decir, a ver si lo he entendido bien. Primero me dices que los del Sol te exigen matarme, el por qué aceptas aún no está claro; después ellos informan a mi guardia para impedírtelo y además se deshacen de las pruebas para que yo no sepa que te han enviado ellos, ni me informan de que el enemigo es realmente la otra civilización. No tiene lógica, Tajto. ¿Para qué iban a hacer ellos todo ese jaleo? ¿Y porque motivo tú decidiste hacerlo? ¿Te extorsionaban, te amenazaron?

— No, o sea, yo quería cambiar las cosas aquí. Estaba cansado de que el hombre no valiese nada en esta ciudad mientras para ellos son iguales o incluso superiores. Aquí no valemos nada y me cansé de esa situación y de sentirme ninguneado. Quise cambiar las cosas y hablé con ellos para buscar una solución diplomática. Pero me dijeron que lo mejor era matar a la Reina para que fuese Siena la nueva reina. Ella es más manejable y podríamos hacer una unión de ambos reinos bajo su mando. Me lo plantearon muy bonito —intentó explicar el preso con una mezcla de arrepentimiento, desesperación y odio. Sobre todo, odio.

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