Capítulo 33.2
— ¿Había algún refugio seguro?
— No, realmente no. En las zonas del sur del globo comenzó a escasear el oxígeno, entre todos los demás desastres, y la población empezó a moverse hacia el norte, sorteando las fallas que aparecían por doquier o los volcanes repentinos donde no había historial volcánico. En el éxodo murieron muchos y los que se quedaron también perecieron. Ahora toda la zona sur del globo es lo que conocemos como la Zona No Habitable y ya sabes por qué se llama así.
— Sí, recuerdo muy bien lo que me ocurrió cuando tuve la brillante idea de adentrarme en esa zona, cómo cada vez se me hacía más difícil respirar.
— La rotación de la Tierra movía el aire y el oxígeno por todo el globo, ahora queda concentrado solo en una pequeña franja que no llega a cubrir el norte. No podemos alejarnos en exceso pues también se acaba el oxígeno. Es lo que llamamos la Zona de Exclusión. Hacia allá solo tenemos más hielo, en principio —comentó encogiéndose de hombros. Era cierto que no se habían molestado nunca en ir muy al norte, sobre el espeso hielo. Lo que necesitaban estaba al oeste, en la Tundra y el Trópico—. De todas formas, tampoco les sirvió de nada ir hacia el norte puesto que el movimiento de placas tectónicas hundió esa zona bajo el mar. No sabían dónde ir y, al final, los que sobrevivieron, tras dar muchas vueltas, fueron afortunados. Gente con suerte que estuvo en el sitio correcto, en el momento justo.
— Salvo los del Sol —susurró ella pensativa—. Ellos sí lo sabían.
— No podemos afirmar eso con seguridad. Sabemos que fueron grupos de científicos los que fueron, pero no sus motivos. Es decir, puede que fueran solo para investigar la nueva tierra, surgida donde antes habían tenido solo un océano. Eso no quiere decir que supieran que ahí estarían a salvo. Gran parte de esas tierras surgidas sabemos que volvieron a hundirse después, aunque no sabemos en qué momento llegaron ellos. Si antes o después de que se hundiera. Pudieron llegar y desplazarse posteriormente hacia el interior, huyendo de seísmos y hundimientos, o puede que llegasen después, a la nueva costa y se afincasen allí al no tener hogar al que regresar. Pero sí sabemos, tras conversaciones con ellos, que eran del norte de Europa y América del Norte y que al comienzo eran varios grupos que terminaron uniéndose en uno solo. Como nosotros, que fuimos buscando supervivientes y uniéndonos en una sola población —continuó con su explicación. Quizá, cuando fuese al Sol como diplomática, podría indagar para dar respuesta a todas esas preguntas. Estaba claro que había cosas que les habían contado y cosas que no. Su mayor curiosidad provenía del hecho de no entender por qué habían negado tanta información al resto de la humanidad que había sobrevivido.
— ¿Por qué nunca se ha buscado una unión entre civilizaciones? ¿Por qué está prohibida, de hecho? —preguntó cayendo en ese importante detalle. Hasta ahora había acatado esa ley sin buscar una justificación, pero ahora le parecía una buena solución a los problemas que debieron tener en el pasado o que tenían ahora.
— En varias ocasiones se planteó una unión. Al principio, ambas civilizaciones desconocían la existencia de la otra y, cuando fueron conscientes de los otros, se lo plantearon. Sin embargo, el dónde podían hacerlo posible fue el punto de controversia. Cada civilización se había adecuado a su zona, nosotros al frío y ellos al calor, no contemplaban irse de su zona a la otra para mezclarse, yendo a un clima totalmente opuesto al suyo. Y el sitio en que podían hacerlo era la Zona Neutral, que ya sabes por qué es neutral. Vivir ahí lo destrozaría todo y las zonas colindantes son para cultivo y solo vive el personal justo para mantenerlo y hacerlo productivo —contestó Urai con calma—. Sabes que, incluso en varias ocasiones, hemos tenido enfrentamiento cuando unos u otros han querido hacer un uso indebido del Trópico. Hemos evolucionado de forma tan distinta que unirnos se hace imposible y es motivo de conflicto cada vez que se ha propuesto a lo largo de nuestra historia.
— Es una lástima. Si, como pensamos, nos omiten su evolución y tecnología, es una situación lamentable. Nos vendría muy bien cualquier ayuda, la verdad. Al igual que con los problemas reproductivos. Mezclarnos con ellos eliminaría de raíz los problemas de consanguinidad, tendríamos hijos sanos. Y a eso le incluiría el que seríamos más con la unión. Desarrollar cualquier cosa sería más sencillo si en vez de ser cinco mil fuésemos diez mil o quince mil incluso —razonó ella.
— No te quito la razón, yo pienso igual. Sin embargo, cuando se ha buscado ese fin en el pasado solo se ha obtenido conflicto. De ahí la prohibición de unirnos con ellos. Supongo que ya sabes lo de tu abuela...
— Sé que está desterrada de la ciudad, de la civilización, pero no sé el motivo. ¿Fue por esto? —preguntó sorprendida.
— Sí. Viendo los problemas propios y de las demás mujeres, buscó una unión con el Sol. Quiso unir a tu madre con Trevor, el actual rey del Sol que, en aquel momento, acababa de obtener ese título. Cuando lo expuso con las negociaciones un tanto avanzadas, casi todo el Consejo se negó. De hecho, fue tu propia madre la que lideró la oposición y la expulsó de la ciudad como castigo.
— No sabía los motivos por los que fue expulsada. Esperaba que hubiese sido algo muy grave, no esto, la verdad — dijo apenada. Lo sentía por su abuela, alejada de los suyos por intentar solucionar de una forma muy lógica, en su opinión, los problemas que tenían.
— No te preocupes por ella, vive bien donde está y tu tía Elster se mantiene en contacto con ella y manda a alguien de la Tundra a llevarla provisiones de vez en cuando y ver si está bien —no sabía que su tía se ocupaba de Azumara tras el destierro cuando lo tenía prohibido, en principio. Aunque supuso que si estaba en conocimiento de algunos y no se lo prohibían, debía ser porque no lo veían mal. No dejaba de ser la antigua reina y una mujer a la que, según sus leyes, se debía proteger y cuidar.
— Bueno, nos hemos desviado del tema de nuevo —dijo Urai riendo para evadirla de sus pensamientos y su cara de preocupación—. Ya hemos visto qué son los documentales y que los hay de distintos tipos, no solo de animales. Los podemos encontrar muy educativos sobre cómo producían ciertos utensilios industriales, por ejemplo, y un largo etcétera. Lo bueno es que hay muchos documentales que son mejores que los libros o que se complementan muy bien con éstos a la hora de emprender nuevos cambios, tecnología o incluso cultivos. Es alucinante, la verdad. Y ahora, voy a mostrarte los tutoriales. Son como los documentales, pero hechos por la población normal en sus casas. Son videos grabados por ellos mismos en los que te explican cómo hacer cosas en las que ellos son expertos.
Pasaron la siguiente hora viendo tutoriales sobre todo tipo de actividades y, por lo que observaba, había un amplísimo archivo solo de esto. Los Antiguos eran muy inteligentes, valoraban la información y la ponían a disposición de los demás para que pudiesen aprender. Y eran muy imaginativos a la hora de inventar cosas y de explicarlas. Estaba muy sorprendida. Era cierto que al comienzo los vio como seres egoístas y vagos, cuya dejadez casi había barrido la vida en la Tierra, sin embargo, ahora les iba entendiendo mejor.
Llevaban toda la noche dedicados a ver un vídeo tras otro. Estaba cansada y le picaban los ojos, pero no podía parar. Su curiosidad, quizá obsesión ya, la impelía a seguir. Hasta que Urai cambió de nuevo la temática y dejó de lado los instructivos y prácticos tutoriales, algunos de los cuales quería probar, aunque no sabía cuándo, y pasó a abrir una carpeta llamada "aniquilación". Resultó que eran vídeos grabados durante el cataclismo desde móviles. Esos fueron muy chocantes y le hicieron estremecerse.
Vio una chica grabándose en un vídeo de despedida para su familia al verse cercana a la muerte. Se la veía rodeada de lava, sudando, sobre un edificio que comenzaba a moverse peligrosamente, cercano al colapso. Se vio reflejada en esa joven pelirroja, posiblemente de una edad similar a la suya, y que hablaba con tal miedo que las lágrimas rodaban por sus mejillas y las palabras se le trababan en los labios temblorosos. Siena se sorprendió al notar una lágrima propia caer. Ese vídeo le estaba afectando. Soltó un sollozo cuando la oyó gritar y la grabación se cortó abruptamente al desplomarse el edificio. Esa chica murió en ese momento.
Empezó a ver otro donde un hombre adulto describía lo que sucedía en su ciudad. Se le notaba jadeante, falto de oxígeno. Una ciudad donde se observaban cadáveres tirados por las calles y donde él explicaba que se les habían acabado las bombonas de oxígeno y que no parecía que fuesen a cambiar las cosas. Ese hombre era consciente de que no sobreviviría, solo narraba su fin. Cerró el vídeo sin querer ver el final. Eso estaba siendo demasiado para ella. Había sido suficiente por esa noche. Vería más, era necesario para comprender lo que había ocurrido y creía que esa gente se merecía que alguien viese esos vídeos. Los habían grabado para una familia a la que seguramente no habrían llegado, pero ella sintió cierta necesidad de verlos para compensarlos. Sentía que los acompañaba, dándoles apoyo en sus últimos momentos, en sus problemas, en la incertidumbre; dándoles ese consuelo que seguramente necesitaron y no tuvieron.
— Dejémoslo por hoy —dijo Urai al ver que ella cerraba el vídeo y se quedaba pensativa y triste—. Quizá habría sido mejor comenzar con los noticiarios mundiales. Al comienzo, cuando eran sucesos que apenas comenzaban, los informativos de cada país emitían datos en las noticias para que todos estuviesen informados. Y no solo de lo que ocurría, sino también de lo que decían los científicos, de los estudios que estaban realizando y de las recomendaciones que estos hacían para facilitarles la supervivencia. En las zonas del sur se les recomendó ir hacia el norte cuando vieron que dejaba de haber viento, que el aire se volvía denso y de mala calidad. Ahí cada uno decidió si se marchaba o se quedaba en su casa, en su ciudad, en su país. Incluso los informativos narraban las aglomeraciones de gente que huía de un sitio a otro sin saber a dónde dirigirse en muchos casos. Fueron informando hasta que los daños cortaron la señal, hasta que muchos de los reporteros murieron, hasta que ya entraron todos en pánico y se quedaron con sus familias.
— ¿Y cuándo se cortó la emisión como sabía la gente lo que debía hacer? ¿Cómo estaban al tanto de los avances científicos? —preguntó curiosa y afligida, conociendo la respuesta de antemano. Sabiendo que quedaron solos y a ciegas sin saber qué hacer o dónde ir.
— No tenían forma de saber nada —confirmó Urai—. Les guio el instinto de supervivencia, su propia inteligencia y conocimientos y, más que otra cosa, la pura suerte. Como te dije antes, al final, fue estar en el sitio correcto, en el momento indicado. Una vez que la Tierra paró, una vez que ya todo empezó a estabilizarse, fue cuando comenzaron a reunirse en grupos donde, entre todos, con los conocimientos de que disponían, fueron buscando al resto, reconstruyendo edificios, adecuándolos al nuevo clima y recopilando todo objeto que encontraron. La Tierra tardó unos diez años en pararse del todo. Si bien es cierto que, al comienzo empezaron los sucesos de forma global, pero con calma, después se aceleró todo, catástrofe tras catástrofe y algunas que se solapaban. Terremotos con tsunamis y volcanes, fallas que aparecían de la nada y se tragaban ciudades enteras en cuestión de segundos. Todo ello bastante bien documentado por noticieros y vídeos caseros. Posteriormente, cuando las estaciones se alargaron casi años, los sucesos se fueron espaciando y comenzaron a asentarse en lo que aún quedaba en pie. Este palacio fue restaurado entre doscientas personas en un otoño que duró más de un año y, viendo venir un largo y helador invierno, lo acondicionaron para el frío extremo. Y eso les salvó la vida porque ese invierno llegó para no irse nunca. Nos quedamos al borde del eterno otoño... —dijo suspirando. Siena recordó las cuatro estaciones de las que le había hablado anteriormente Urai: primavera, verano, otoño e invierno. Era obvio entender que se acercaba un largo invierno tras un largo otoño, por lógica. Y esperar que algún día llegase una primavera, también muy larga o quizá eterna. Si la Tierra hubiese parado del todo un poco antes su ciudad habría estado en plena Tundra o incluso en el Trópico. Era una lástima. Pero paró justo al poco de entrar en la noche.
— Es el castigo definitivo de la Madre. Al final, ni los del Sol ni nosotros tuvimos la suerte de que la parada total nos tocase en el mejor sitio —razonó ella. La Madre los había llevado a la extinción y después no les había dado facilidades para sobrevivir, dejándoles en la zona "amable" del globo, sino en las zonas más duras. También debía agradecer que no les hubiese tocado donde aquella población que murieron congelados, esperando que sus antepasados volvieran a buscarlos. Porque recordaba que el cuento explicaba que iban a arreglar algunos vehículos más grandes para volver por ellos y que, al llegar dos años después, habían muerto todos. Fue pura mala suerte que, después de aguantar tantos años allí, fuesen a morir justo cuando llegaba el rescate. Urai había contado varias veces esa historia y, según iban creciendo, iba añadiendo más datos, haciéndolo más real. Ahora entendía que iba contando un hecho verídico solo que lo adecuaba a la edad del oyente. Ellos tuvieron mala suerte al quedar tan alejados de la Tundra y empeoró al no sobrevivir un par de años más hasta que hubiese podido realizarse el traslado.
— Ese es otro tema del que te hablaré otra noche: las sustanciales diferencias religiosas entre nosotros y el Sol.
— Ellos tienen a Dios y nosotros somos ateos —sintetizó ella con la lógica de una frase bien aprendida desde la niñez—. No creemos en ninguna deidad.
— Eso es lo que tú te crees —dijo él riendo—. Ya te lo explicaré.
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