
Capítulo 25.1
Loira llevaba un rato inmóvil en su dormitorio, sentada en su sofá azul. Ahí se había quedado, como petrificada, tras la partida Urai. No estaba segura de si debía alegrarse de haber desayunado antes de sus noticias o si debería haberlo retrasado. Por un lado, se alegraba puesto que se le había cerrado el estómago, así que no habría podido tomar nada y, por otro lado, se arrepentía porque ahora sentía náuseas y era consciente de que había contenido en su estómago dando vueltas.
Definitivamente, nunca había esperado este giro por parte de Urai. Siempre creyó que él se arrepentiría de la ruptura y que volvería a ella con el rabo entre las piernas. Era la mejor de toda la Noche y con diferencia; no solo por ser la reina, sino porque era esbelta y guapa. Siempre supuso que nunca la dejaría escapar y que llegaría el momento de tener que quitárselo de encima para centrarse en alguien mejor. Que incluso podría llegar a ser un problema para sus planes de unión si le tenía constantemente como un perrito tras ella. Sin embargo, se había ido y, en contra de todo pronóstico, no solo no había vuelto, sino que se iba a unir con su hermana. Debía reconocer que su ego estaba profundamente herido.
Cuando Urai le había dicho que su hermana se iba a unir con alguien, esperaba que él hubiese intercedido para convencerla de que cumpliese con su deber, ya fuese con Arno o con cualquier otro. Se había alegrado y agradeció su intromisión. Que hubiese dejado de lado sus recelos y la hubiese ayudado a manejar a Siena. Sin embargo, el mazazo de que se uniría con él fue grande. Sobre todo, porque no lo vio venir y porque nunca contempló esa posibilidad. Estaba tan segura de que él la quería a ella y que volvería, que nunca pensó que pudiese defender a su hermana hasta el punto de ofrecerle esa salida. Había estado muy errada con él y ella no solía confundirse interpretando las intenciones de la gente y menos cuando la conocía tanto como a él. Al menos sabía que no se había confundido al juzgarle antes. Urai no sabía mentir ni manipular a nadie. Se había dado cuenta de que estaba intentando hacerle sentir que esa unión era perfecta para ella. Todo el rato había estado diciendo que lo hacía por ella, para ayudarla a conseguir tiempo y también ayudar, de paso, a su hermana.
En cuanto dijo su propio nombre, se dio cuenta de que todo lo anterior lo había dicho para alegrarla y preparar el terreno para el golpe. Al igual que todo lo que dijo después iba encaminado a subirle el ego, agasajarla y ponérselo todo muy bonito para que no se enfadase. Incluso había dicho que la ruptura fue cosa de ella y él no la había corregido, había actuado como si hubiese sido así. Tales eran sus ganas de contentarla. Lo que más le había delatado, en caso de que hubiese tenido dudas a esas alturas de la conversación, fue su absurda afirmación de que se quedaba con el premio de consolación; que como no podía tenerla a ella se quedaba con su hermana por sus ansias de ser alguien importante. Cualquiera se habría reído ante esas afirmaciones porque era bien sabido que era un hombre sin pretensiones, que nunca había estado interesado en ser rey, ni miembro del Consejo, ni nada. Su mundo eran sus libros y la biblioteca.
El saber que le mentía de forma tan descarada la llenaba de ira. Siempre había sabido que sentía cierta debilidad por Siena, pero estaba con ella y veía qué sentía por ella cada vez que la miraba. Y no era lo mismo que cuando miraba a su hermana. A esa malcriada la miraba con aprecio, con condescendencia, con simple amistad. Siempre pensó que la apreciaba como si fuese una hermana pequeña. Que ahora fuese a unirse con Siena descolocaba su organizado mundo y su concepto de él. Entendía que era tal su amistad por Siena que estaba dispuesto a renunciar a todo por ella, por ayudarla. Que tampoco era una ayuda puesto que, de todos modos, debería unirse a alguien antes de tiempo.
No sabía qué era, pero había algo que no le cuadraba en la historia de Urai. El problema era que no era capaz de distinguir la nota discordante entre tanta mentira. Su instinto le decía que algo de lo que consideraba mentira era verdad o que algo de lo que creía cierto era un engaño. También pensó que quizá podría haber omitido alguna información. Loira cayó en la cuenta de que tal vez, harto de mentir a su amiguita, hubiese decidido contarle la verdad y por eso ella había decidido aceptar la unión como única salida. No podía creer que no hubiesen encontrado otra salida pensando entre los dos. Tras un rato de darle vueltas ella misma, se dio cuenta de que tampoco veía ninguna otra salida sin que Siena perdiese todo en el proceso. Se asombró de sí misma. Había puesto a su hermanita en un callejón sin salida tan bien orquestado que le sorprendió a sí misma no encontrar salida alguna a su trampa. Eso le levantó ligeramente su estado de ánimo.
Pensó en sonsacar a su hermana, a ver si sabía algo sobre sus planes de obligarla a unirse a Arno, pero lo descartó al caer en la cuenta de que no podía hacerlo sin delatarse primero. Aunque estaría atenta a las reacciones de su hermana, no siempre sabía disimular lo que sentía. Y, por supuesto, el hecho de que no les hubiese negado su permiso, no implicaba que les fuese a perdonar la traición y las mentiras. Consentía la unión porque, efectivamente, le venía bien. Sin embargo, la traición la pagarían. Urai la había dejado tirada por su propia hermana y ella... lo cierto era que su hermana no había hecho nada ahí, más que aceptar la propuesta de un amigo que quería ayudarla dándole gusto a la Reina, pero también pagaría. Al final, Siena siempre quedaba moralmente por encima de ella. Debería tener cuidado. De momento, consentiría esa unión por interés propio y la nombraría diplomática también por interés propio. Antes, porque necesitaba una persona que desempeñase bien ese papel y, ahora, porque había que sumar el alejarla de la ciudad. La quería casada, pero sin descendencia aún. No hasta que ella misma se uniera a alguien y tuviese descendencia. No podía permitir que su hermana tuviese una hija sana antes que ella porque eso podría animar a sus detractores a quitarla a ella de en medio, en favor de su hermana. Ya era consciente de que muchos la preferían a ella. Sabía que, al poner las investigaciones en conocimiento de todos, se había ganado a mucha gente, sin embargo, con su hermana pariendo hijas sanas, podían olvidarse del agradecimiento.
Un golpe en la puerta la sacó de sus pensamientos. Agradeció la interrupción porque ya se estaba montando en la mente tal situación que estaba derivando en paranoia. No tenía por qué pasar nada de eso.
Entró Tiberio en la estancia con paso firme, militar. Debía reconocer que Davra había sabido escoger, pues era alto y fuerte. No le veía guapo, eso sí. Tenía una mandíbula cuadrada y un gesto tan serio que le restaba, en lugar de sumar. Además, el pelo cortado casi al cero aumentaba todas esas sensaciones de rudeza y fuerza. No podía negar que era miembro de la guardia. Sin embargo, no había nadie que entendiese y aceptase tanto su lugar, su posición en el mundo, como él. Eso le gustaba mucho de él a Loira. Respetaba a las mujeres, las defendía y daría su vida por cualquiera de ellas. Tiberio entendía muy bien que ellas eran las que realmente importaban y no le había importado ser del género inútil. De hecho, se había vuelto valioso e importante gracias a esa comprensión y su defensa del orden establecido.
— Mi Reina, necesito que hablemos en privado sobre un asunto de vital importancia —fue un saludo bastante inquietante para ella así que le pidió que se sentara sin dudarlo.
— Estamos solos y, viendo tu urgencia, puedo retrasar cualquier obligación. ¿Qué ocurre?
— Como recordará, hace unas noches, le quitó su puesto como diplomático a Tajto —claro que lo recordaba... de hecho, había tardado mucho en quitarle de ahí. Todos habían sido siempre conscientes de que no era apto para ese puesto. Asintió ante el comentario al ver que Tiberio estaba esperando alguna interacción—. Nunca me he fiado de ese hombre y, por ese motivo, viendo lo alterado que estaba, decidí ponerle en observación para asegurarme de que no daba problemas.
— Ya veo. Te agradezco tu interés, pero no veo a Tajto haciendo una escena o causando problemas —dijo ella riendo. Su antiguo diplomático era más de querer matarte con la mirada que de buscar enfrentamiento público o montar escenas desagradables.
— Eso pensamos todos, pero preferimos vigilarle para asegurarnos. Lo cierto era que, como decía usted, no creíamos mucho en que fuese a causar problemas hasta que ayer me llegaron noticias que me alarmaron —eso le erizó el bello de la nunca. Se inclinó hacia adelante acercándose más a Tiberio de forma inconsciente, buscando más información, prestándole ahora toda su atención—. Justo un poco antes de la cena me dijo un compañero que había visto entrar Tajto en el hospital. Como bien sabemos todos, a partir de las siete no queda nadie allí más que algún enfermo. Las puertas quedan abiertas de todos modos para que los médicos entren y salgan con rapidez de ser necesario y porque nadie entra nunca. De necesitar asistencia médica hay que ir a buscarlos a su casa. Por todo esto, resultó extraño verle entrar en un horario en el que no hay doctores y más estas últimas noches que no hay pacientes ingresados. Me acerqué y le encontré en la farmacia, buscando algo. Me dijo que eran analgésicos lo que buscaba, pero Maissy, a la que pedí ayuda, me dijo que lo único que faltaba era una jeringuilla.
— No sé para qué podría quererla, pero no lo veo tan alarmante. Ha robado una jeringuilla, sí. ¿Y qué? —preguntó ella extrañada— Que pida perdón por el robo y que la devuelva.
— Es extraño por sí solo, aunque no alarmante, eso es cierto. El quebradero de cabeza fue cuando, hablando con mi madre, me comentó de pasada que Tajto había estado en la cocina preguntando por las comidas que hace la Reina a solas, que son los desayunos, y a qué horas los realiza. Les resultó extraño que apareciese por allí y más aún que preguntase por tus hábitos y horarios. No me agrada saber que tengo a un hombre muy cabreado y vengativo, que ha robado una jeringuilla y que ha demostrado un novedoso interés por las comidas en solitario de la persona que le ha echado de su puesto —Loira entendía la preocupación del jefe de la guardia, veía por donde iban los tiros, lo que indicaban esos datos—. Creo que puede estar pensando en inyectarle algo que pueda llevarla a enfermar, pero no morir. No es tan idiota como para intentar matarla. El caso es que no me quiero arriesgar a equivocarme. Puede que esté entendiendo mal y no tenga estas intenciones. Por eso le informo, para que esté atenta y no se quede a solas y menos con él.
— Puede estar planeando matarme. Me odia, lo vi en su cara —dijo levantándose de la silla para dar más aplomo a sus palabras—. Ve a buscarle, traémelo. Todo esto tiene fácil solución. No me arriesgaré y golpearé primero. Le echaré al hielo.
— Mi Reina, solo tenemos indicios. Como le decía antes, puede preguntar por usted para hablar e intentar recuperar su puesto. Y puede que la jeringuilla sea para otra cosa y no para matarla. No podemos declararle culpable y condenarle al hielo por meras suposiciones e indicios poco claros. ¿Qué pensará la gente si condenamos a alguien sin pruebas sólidas? —la sosegó su primo. Tenía mucha razón, pero la ira le hacía pedir sangre. Los indicios que había indicaban que no tramaba nada bueno y que sería contra ella.
— ¿En serio pretendes que me siente a esperar a ver si me mata? No puedes estar pidiéndome esto —exclamó ella, acercándose a él hasta dejar la cara pegada a la suya. Sin embargo, no pareció amedrentarse ante ella — No me quedaré esperando. Atacaré primero.
— Mi Reina... prima... Loira... —dijo él levantándose y cogiendo la cara de Loira entre sus grandes manos para tranquilizarla, usando todos los nombres por los que él se refería a ella— Yo no permitiré que te ocurra nada. Te protegeré con mi vida, al igual que todos los miembros de la guardia. Vamos a seguir investigando para ver si Tajto realmente planea algo y le mantendremos vigilado a él y protegida a ti.
— No necesito pruebas, soy la Reina y puedo hacer lo que me plazca. No le debo explicaciones a nadie —insistió ella con algo menos de fuerza ya.
— Puedes hacer lo que quieras sin darle explicaciones a nadie, eso es cierto, pero piensa si te conviene que piensen en ti como en una reina cruel que mata a los habitantes sin motivo aparente. Sin pruebas, cometerías un asesinato a sangre fría. No sería impartir justicia —cómo odiaba cuando tenían razón. Podía hacer lo que quisiera, pero no podía hacer que no la vieran como una persona mala y temperamental que podía matarlos si le llevaban la contraria. Tiberio tenía razón, necesitaba tener pruebas para no ponerse a todos en contra. La guardia era muy buena, aunque tendrían muchos problemas para lidiar con una turba de vecinos y familiares. Nadie le aseguraba que no se pusieran de su lado si no podían convencerlos de detenerse en su empeño de quitarla del trono. Mejor evitar darles motivos y menos ahora que su hermana, más popular que ella, y Urai, querido por todos, tenían pensado unirse. No podía arriesgarse ahora a perder el favor popular—. Dame un margen, conseguiré las pruebas que necesitas. Solo quiero informarte de por qué siempre habrá un guardia contigo, escondido para que Tajto no le vea, y pedirte que estés pendiente para evitar quedarte a solas con él. Yo me ocuparé de todo, te lo juro por la Madre.
— De acuerdo, tú ganas —dijo reticente, pero sin admitir en voz alta que tenía razón y que se había dejado llevar por un arranque de ira asesina irracional. Menos mal que intentaba rodearse de los mejores, incluso para calmarla—. Ponme los guardias que veas necesarios, pero escondidos. Ya que me vas a proteger, déjale que se acerque a mí, que intente lo que tenga en mente. No voy a pasarme meses, vigilada y sin descansar, hasta saber qué es lo que pretende. Esto tiene que acabarse rápido. Así que seré el cebo.
— Perfecto —estuvo de acuerdo su guardia—. Voy a apostar fuera un guardia mientras duermes y, en cuanto te levantes, estará contigo dentro. Si te mueves él mantendrá su puesto porque cada habitación de palacio tendrá un miembro de la guardia que te hará de escolta.
— ¿No será muy obvio si pones a alguien en mi puerta?
— No, si nota la presencia de alguien se hará el borracho y, de ser Tajto quien se acerque, hará con que se queda dormido en tu puerta. Sin embargo, dudo que lo intente mientras duermes. Si ha preguntado por tus desayunos es porque sabe que estarás desprotegida ahí y no será sospechoso que ronde por palacio a esas horas, mientras que sí sería extraño que pululase a horas intempestivas cuando todos duermen.
— Veo que ya lo tienes todo pensado —comentó pensativa.
— Llevamos un par de noches vigilándole y esta mañana, tras los nuevos datos, los guardias hemos tenido una reunión. Hemos pensado en la mejor línea de actuación y todos hemos estado de acuerdo en esto. Mantenerte vigilada, pero sin que sea evidente, dándole cierto margen para que se acerque, si planea hacerlo. Por supuesto, en caso de que el guardia vea peligro, lo impedirá, le detendremos y podrás juzgarle. Si en tiempo prudencial, dándole facilidades, no se acerca, entenderemos que nos confundimos y que no tiene malas intenciones en lo que a ti se refiere.
— De acuerdo, viendo que ya lo tienes todo bien atado, te dejo que sigas. Cuentas con mi aprobación —dijo haciendo un gesto para que se marchase antes de arrepentirse, cambiar de opinión y matar directamente a Tajto.
Menuda nochecita llevaba y solo hacía un rato que se había levantado de la cama. Primero Urai con sus cuestionables buenas noticias, el shock posterior y ahora Tiberio le dice que quieren matarla. Quizá solo hacerle daño en lugar de matarla, pero no le hacía gracia igualmente. Este reino y sus gentes se le estaban yendo de las manos y su reinado apenas estaba comenzando. Tenía que volver a tomar el control cuanto antes. Si Tajto intentaba algo, lo que fuera, daría un castigo ejemplar que los amedrentase a todos y le devolviera el control perdido.
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