Capítulo 17.1
Siena estaba agazapada tras una colina de hielo y nieve junto a Arno y una pequeña parte de su equipo de caza. Quería ir deprisa en esta ocasión para tener tiempo de ir de nuevo a la Zona Neutral antes de que hubiese una nueva tormenta y, por ese motivo, había dividido el equipo de otra manera. Como cazador, Arno no tenía precio, y ella prefería estar cerca de palacio para regresar lo antes posible. Por ese motivo, había mandado un segundo grupo al ballenero. Necesitaban un aporte contundente a las reservas de comida y lo mejor era salir a cazar ballenas o tiburones. El mar era una zona poco explotada que tenía mucho alimento, así que con el ballenero podrían traer una cantidad de comida suficiente como para que no tuviesen que preocuparse por ello en una larga temporada.
Normalmente, habría ido ella la primera, pero en esta ocasión solo les había dado las directrices. Según los expertos, aún disponían de una semana más antes de la próxima ventisca y el barco estaría en el mar casi esa semana entera. Ella debía ocuparse de cazar un grupo de focas para asegurar algo de comida por si el ballenero no volvía a tiempo y, después, debía ir a por frutas y verduras a la Zona Neutral. Por no olvidar de que quería volver a ver a su abuela y saber cómo podían hacer para que no resultase extraño que ella fuese al Sol.
Se había pasado gran parte de la última noche dejando todo listo. Un buen grupo de sus cazadores se iría con algunos técnicos de Davra hasta el ballenero. Los técnicos irían poniendo los explosivos mientras sus cazadores ponían el barco en marcha. Una vez estuviese todo preparado, irían haciendo detonar los explosivos para abrir un gran canal que diera impulso al barco. Desde ahí irían hacia aguas de la Zona Neutral donde no habría hielo y podrían cazar más fácilmente. Para llegar, el barco iría rompiendo capa tras capa de hielo hasta alcanzar mar abierto. Necesitarían un par de noches para llegar y otros tantos para volver, sin embargo, siempre se les daba bien y volvían con varias presas grandes. Confiaba en el equipo que mandaba sin ella, eran pescadores expertos. Sabía que no necesitaban que estuviese ella allí, ni tampoco necesitaban a Arno.
Solo eran cuatro los que se encontraban agazapados en la nieve mientras uno se había quedado en el coche. Llevaban media hora acercándose al grupo de focas junto a la costa helada. Realmente, no estaban muy seguros de dónde terminaba la tierra y empezaba el mar, solo eran capaces de distinguirlo cuando alguna foca se metía por un agujero para bucear bajo el hielo. Apenas se habían alejado unos kilómetros de la ciudad buscándolas y no habían tardado mucho en encontrarlas a lo lejos. Se habían bajado del todoterreno a cierta distancia para acercarse a pie y que no los oyeran para que no se metiesen por los agujeros al mar o en escondites. No podían estar mucho tiempo expuestos al aire frío antes de empezar a tener síntomas de hipotermia. Lo mejor era no estar a la intemperie más de dos horas, a partir de ahí comenzarían a sentir frío intenso, aunque podían aguantar más tiempo si lo necesitaban.
Estaban tumbados tras la loma, observando el grupo de focas en silencio. Se volvió hacia Arno. Apenas había un poco de luz de luna, pero era más que suficiente para ver cómo le devolvían la mirada unos ojos de un azul tan intenso que brillaban en la oscuridad. Esa era una de sus características, cuanta menos luz había más brillaban sus ojos para poder captar el menor rastro de luz que les permitiese ver. Por ese motivo veían tan bien en la oscuridad, incluso en noches en las que no había luna.
Hizo un gesto a Arno para que se dirigiese hacia la derecha junto con su compañero mientras ella se iba hacia la izquierda con el suyo, quedando en dos grupos. De esta manera podrían apuntar desde dos ángulos distintos. Ya habían trazado el plan de actuación antes de bajar del todoterreno por lo que no era necesario hablar. Eso sin mencionar que todos llevaban años trabajando juntos por lo que se compenetraban perfectamente y apenas necesitaban algún gesto puntual o dato.
Sin ventisca no necesitaban llevar excesiva ropa o protección en la cabeza por lo que podían verse bien la cara al llevarla descubierta. Tras su leve gesto con la cabeza, Arno asintió y se marchó hacia la derecha para bordear la duna de nieve y disparar desde ese flanco mientras ella se fue con su compañero hacia la izquierda. Cuando estuvo en el punto perfecto, donde tenía buena visibilidad observó a lo lejos dos pares de ojos azules también situados, esperando que ella abriese fuego primero. Colocó el rifle sobre el suelo y se situó correctamente al igual que su compañero.
La primera pieza que cayó fue suya tras un disparo certero que hizo desplomarse a la foca a plomo sobre la nieve. Su compañero se agenció la segunda. Con el ruido de los disparos, el resto de las focas comenzaron a moverse y a buscar refugio, pero, aun así, vio caer otras dos por parte del grupo de Arno. Recargaron rápidamente queriendo cobrarse alguna otra presa, contenta porque esperaba que se les diera muy bien esa cacería. Desde luego empezaban muy bien. Para cuando no quedaban focas a la vista habían conseguido derribar a seis, según pudo contar ella. Se acercaron corriendo para ver si había que rematar algún ejemplar. No veían necesario que los animales estuviesen sufriendo innecesariamente si ellos podían impedirlo. Llegaron con la respiración acelerada y desprendiendo un vaho tan espeso que casi les impedía ver. Ese era el problema de correr en el exterior: generaban más calor corporal y el aliento cálido creaba una nube frente a sus ojos.
Hizo un gesto a Arno de nuevo, en este caso indicándole que fuese de vuelta a lo alto de la loma para hacer una señal a la conductora del todoterreno para que fuese a buscarlos mientras ellos remataban las presas vivas y procedían a juntarlas para cargarlas más fácilmente. Por lo que pudo ver Siena, solo quedaba una foca agonizante. La remató lo más rápidamente posible para que dejase de sufrir y las dejaron todas juntas. Vio como Arno ya estaba de vuelta y supuso que el coche no tardaría en llegar para cargar.
Un copo de nieve vino arrastrado por una leve brisa. Alzó la cabeza mirando en derredor. No podía ser, era imposible. Sin embargo, el viento aumentó de velocidad en cuestión de segundos, trayendo más copos de nieve.
— ¡Arno! —gritó Siena. Vio como este se erguía, mirándola extrañado durante un segundo hasta que rápidamente miró al cielo. Los demás también la miraron serios y con una ligera mirada de angustia— No puede ser... Teníamos casi una semana... —susurró para sí misma. Miró de nuevo en dirección a la loma y observó que aparecía el todoterreno a toda velocidad— Atad las piezas unas a otras lo más rápidamente posible e intentad no perder de vista el coche mientras lo hacéis, pero primero ya sabéis lo que debéis hacer. Vamos a atarnos entre nosotros.
Hicieron todo lo más rápidamente posible mientras la velocidad con que caían los copos hacía que el coche desapareciera, a pesar de que ya estaba a unos quince metros de ellos. Según el protocolo establecido, el conductor debía pararse para evitar atropellarlos en cuanto perdiese la visión y dejarles un margen para que ellos llegaran hasta el coche. Se agruparon y comenzaron a tirar de las presas. Entre los cuatro se hacía pesado y apenas avanzaban, así que decidió cortar una cuerda y dejar atrás a dos de las focas. Empezaron a avanzar algo más rápido. Ninguno veía nada y la falta de gafas hacía que la nieve se metiese en los ojos. Debían dar gracias a su gran formación que les había enseñado a guiarse sin necesidad de ver. Orientarse era muy difícil, pero tras unos minutos angustiosos Arno golpeó el capó del coche. Fueron hacia la parte trasera y abrieron para cargar lo más rápidamente posible. Tenían que irse antes de que la nieve que caía les dejase atrapados. Cualquiera habría pensado que lo más sensato habría sido dejar las presas atrás y correr hasta el coche, sin embargo, para ellos esa no era una opción. La nueva ventisca se había adelantado mucho más de lo previsto y esas piezas podrían suponer la supervivencia. De ellos dependía que sus familias, su gente, comiese. Sabía que ninguno de los cuatro se había planteado en ningún momento dejar las piezas. Llevaban cuatro de las seis focas. Era poco, sobre todo teniendo en cuenta que el ballenero ya no volvería antes de la nevada. Sin embargo, la decisión de dejar esas dos focas por el camino había sido la correcta. Pesaban demasiado y se habrían agotado. Casi no avanzaban. Llevar cuatro focas y a sus cazadores con vida era más importante que esas dos focas. Por no hablar que esos minutos de demora habrían supuesto que el coche quedase casi enterrado bajo la nieve y ellos atrapados.
Cuando estuvieron todos montados en el coche Surai, la conductora, puso la calefacción a tope y encendió las luces de calor. El haz de luz no llegaba muy lejos con la nevada que estaba cayendo, pero servía para derretir la nieve lo justo para poder avanzar ahora que no había mucha nieve ni había cuajado. Daba gracias de que Surai se conocía muy bien el terreno y que sabía conducir con la simple guía de la brújula y su intuición. Vislumbraron la muralla tras media hora agónica entre los copos de nieve, sintiendo como el viento zarandeaba el pesado coche. Fueron bordeando la muralla hasta llegar a las puertas principales que esperaban que aún estuviesen abiertas ya que durante las ventiscas se cerraban para protegerles y aislarles lo máximo posible de los envites de los temporales. Las dos grandes hojas aún estaban abiertas como una señal de esperanza de que ellos regresarían a salvo. Aún les estaban esperando.
Según traspasaron la puerta las dos enormes hojas se cerraron tras ellos. Se dirigieron lentamente entre las calles hasta la plaza principal, justo al lado del palacio, donde se encontraba la nave en la que guardaban los coches. Dentro les esperaban algunos aldeanos que cerraron la puerta según entraron. Eso supuso que parase el viento de golpe.
Miró a sus compañeros viendo el alivio en sus caras. Todos felicitaron y agradecieron a Surai que los llevase sanos y salvos a casa. Empezaron a reírse tras el infinito y tenso silencio que había reinado durante el trayecto de vuelta. Nadie había querido molestar o distraer lo más mínimo a la conductora, dejando que se concentrase al máximo y confiando ciegamente en ella. Ahora ya podían hacer bromas, relajarse y soltar la tensión acumulada.
Fue llegando más gente para ver que estaban bien y ayudar a descargar la caza, así como aparecieron familiares de sus compañeros para asegurarse de que habían vuelto todos y sin daños. De todas las veces que se había marchado sola de caza desde que murió su padre e incluso desde antes, cuando este aún estaba con vida, su hermana nunca había ido a recibirla ni a comprobar si había vuelto sana y salva. Y esta ocasión tampoco era diferente. Vio cómo sus compañeros tranquilizaban a sus asustados familiares mientras ella se dedicaba a descargar sin mirar hacia la puerta en ningún caso, sabiendo de antemano que Loira nunca entraría, salvo que lo indicase el protocolo. La única que apareció fue Elster que, preocupada, había empezado a organizar el grupo de rescate. Por suerte no les había hecho falta ni a ellos ni al grupo de técnicos de Davra que habían vuelto tras hacer explosionar las cargas y ver partir al ballenero.
Entre todos no tardaron mucho en tener la caza lista y guardada en el almacén. No habían repuesto mucha comida. Contaba con poder cazar más piezas y que el barco hubiese vuelto con caza más contundente, pero... Siena se encogió de hombros mentalmente. Habían traído mucho cereal, hortalizas y los ciervos que habían cazado de la Zona Neutral. Esperaba que la tormenta no se alargase en exceso. Podrían aguantar un par de semanas hasta que escampara y entonces volvería el ballenero que repondría de golpe todo el almacén para un mes mínimo. Todo iría bien mientras no se alargase en exceso la tormenta.
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