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Capítulo 12

Siena se quedó mirando a su abuela, sorprendida porque supiese quién era ella. No se habían visto nunca por lo que era complicado que ella supiese cómo era. Sin embargo, la había llamado por su nombre. Sabía quién era porque en varias ocasiones había oído hablar de ella y dónde se encontraba, aunque nunca había conseguido saber por qué no vivía en palacio.

Su abuela hizo un gesto invitándola a sentarse en una de las sillas de la mesa mientras cogía una cafetera y dos vasos para sentarse en frente y servir café para ambas. Sonrió mirándola; Siena supuso que era consciente de su desconcierto.

— Mi niña, quita esa cara de sorpresa. Aunque no vivo en palacio sé de sobra lo que pasa allí y he oído hablar de ti y de tus progresos y, en ocasiones, te he visto observar la casa desde la colina —contestó su abuela a su pregunta no formulada.

— ¿Por qué vives aquí y no en palacio? —se atrevió a preguntar Siena. Vio como desviaba la mirada y fue consciente de que recibiría una evasiva como respuesta.

— Es complicado de explicar. Baste decir que propuse ciertos cambios que iban en contra de las normas ancestrales establecidas, pensando que era lo mejor para todos. Sin embargo, no estuvieron de acuerdo y me quitaron de mi cargo, poniendo a Adda en mi lugar —dijo sonriendo de forma afable. Parecía que la importaba poco haber dejado de ser la reina y ceder el puesto a su hija.

— ¿Tan grave fue como para que tengamos prohibido visitarte? —seguía sin comprender.

— No es grave, pero no es cuestión de lo que hice, sino de las implicaciones que conllevaba. Algún día te contaré todo, pero, a día de hoy, quizá no tenga ya razón de ser —vio cómo se encogía de hombros zanjado el tema—. Me alegra que hayas bajado esa colina, por fin. Me mantengo ocupada, pero la familia siempre se echa de menos y mi mayor pesar siempre ha sido no tener ocasión de conoceros a ti y a Loira. Al igual que no haber podido estar al lado de Adda cuando murió.

Siena observó la pena en su mirada. Nunca había estado cerca de su madre y aun así sintió el dolor de la perdida. No se paró a pensar que había una persona que no había podido estar allí, junto a su hija. Siempre supuso que su abuela estaría dolida porque su hija le hubiese arrebatado el trono, sin embargo, nada más lejos de la realidad.

En ese momento, la puerta se abrió de nuevo para dar paso a un hombre alto, moreno y claramente sorprendido al verla y que se paró en seco, levantando una oscura ceja.

— No sabía que estarías acompañada, Azumara —dijo aquel joven dirigiéndose a su abuela por su nombre. Estaba claro que se conocían.

— Gabriel. Me alegra que hayas venido, así puedo presentarte a mi nieta, Siena —contestó su abuela señalándola—. Querida, deja que te presente a Gabriel. Es el hijo pequeño del actual dirigente del Reino del Sol.

— Encantada de conocerte —respondió ella levantándose de la silla para dar la mano al joven. Se quedó pensando en que le había conocido en el pasado, aunque no se acordaba de su cara. Si no se le hubiese presentado su abuela, no le habría reconocido.

— Igualmente, Siena. Me sorprende verte por aquí teniendo en cuenta que nadie de la Noche puede venir a ver a Azumara —dijo Gabriel mirándola a los ojos, examinándola como ella hacía con él.

— Así es. No pueden. Pero Siena cumple las normas que considera justas, cosa que agradezco ahora que la tengo aquí —rio su abuela—. Siéntate con nosotras. Te serviré una taza de café.

— No es necesario. No soy amante del café, pero te lo agradezco —contestó sentándose al lado de su abuela en la mesa.

— Parece que le causas curiosidad a mi nieta. No para de mirarte —comentó entre risas—. Creo que no ha tenido muchas oportunidades de ver alguien de tu zona.

— Los he visto algunas veces —Siena se dio bofetones mentales porque había sonado como una niña pequeña—. Hace unos años, en una partida de caza pasé a su zona sin darme cuenta y vi a dos. Fueron amables, teniendo en cuenta que había incumplido el tratado. Y, en la ciudad también los he visto, aunque poco.

— Supongo que se dieron cuenta de que no pretendías incumplir el tratado cuando cruzaste la frontera —dijo riendo Gabriel—. De cualquier forma, puedes venir cuando quieras y te enseño nuestro mundo.

— ¿Lo harías? —otra vez se regañó a sí misma. No era conveniente mostrar un entusiasmo tan infantil— Me encantaría conocer vuestro mundo, aunque no sé si sería capaz de soportar el sol y el calor.

— Por eso no te preocupes. Si quieres venir te recogemos con un vehículo especial con cristales tintados que protegerá tus ojos del sol y te mantendrá en una temperatura agradable —volvió a reír mientras contestaba viendo que ella se mostraba entusiasta.

— A Siena le gusta conocer el mundo y la aventura. Fue una de las razones por las que se hizo cazadora —le informó su abuela mostrando el amplio conocimiento que tenía sobre su nieta —. Podemos arreglarlo para que pueda hacer una visita didáctica al Sol.

— En el momento que puedas, házmelo saber mandándome una nota o a través de Azumara y serás bienvenida en nuestras tierras —contestó afable el joven.

— Muchísimas gracias. Tengo la sensación, por lo poco que te he oído decir, de que gran parte de la información que me han dado sobre vosotros no se ajusta a la realidad —comentó pensativa.

— Es muy posible. A pesar de que tenemos el acuerdo de paz, no dejamos de estar separados por unas tierras que todos queremos para nuestra propia civilización. Nunca se puede estar seguro de que un pacto es irrompible, por lo que es mejor que tu posible enemigo no sepa mucho de ti. El desconocimiento crea el factor sorpresa —explicó el joven—. Sin embargo, creo que contigo podremos hacer una excepción si después mantienes ante los demás las ideas preconcebidas que tienen, solo tú podrás conocer a verdad.

— Confieso que eso que me pides será duro de cumplir, pero acepto los términos —contestó resignada. Tendría que guardarse para sí todo lo que aprendiese sobre ellos. Era cierto que creía que había mucho más. Los cristales tintados y la temperatura acondicionada a su naturaleza indicaban un nivel de tecnología superior al que había descrito Tajto en alguna ocasión. No tenía la sensación de que estuviesen por detrás de ellos. Posiblemente, Tajto había sido víctima del engaño por el que escondían su realidad a ojos externos. Y los demás habían caído con él en el engaño.

— Perfecto, pues —sentenció su abuela dando una palmada—. Por cierto, hacía un mes que no aparecías por el claro. ¿Qué te trae por aquí, Gabriel?

— Me envía mi padre. Quiere reunirse contigo en relación a unas noticias que le han llegado hace un par de días.

— Siempre es un placer recibir a tu apuesto padre —contestó su abuela con una risita pícara.

— ¡Abuela! —regañó riendo Siena.

— Tengo edad para ser su madre, pero siempre es un regalo para estos ojos cansados ver a ese hombre —aclaró Azumara también riendo.

— Creo que es el momento de marcharme —dijo Siena levantándose de la mesa sin poder evitar sonreír—. Se me está haciendo tarde, aún tengo cosas por hacer y aquí la conversación está degenerando.

— Espero que vuelvas a visitarme pronto y no dejes pasar la invitación de Gabriel. Te gustará su ciudad —se despidió su abuela dándole un breve beso en la mejilla—. Me ha alegrado que hayas venido.

— Y a mí venir —respondió Siena sinceramente al ver de nuevo el cariño reflejado en la expresión de la mujer—. Volveré en cuanto pueda.

Tras intercambiar despedidas y recordatorios sobre su próxima visita, tanto a su abuela cómo al Sol, se marchó colina arriba en busca de Arno. Iba con paso ligero, alimentado por sus ajetreados pensamientos. Estaba contenta con su decisión de haber roto de nuevo la reglas y visitar a su abuela. No se parecía en nada a su madre. La interrupción de Gabriel había supuesto el fin de una conversación privada con ella, pero le había abierto una puerta hasta entonces cerrada: conocer las tierras del Reino del Sol. Le hacía tanta ilusión conocer ese mundo que decidió no plantearse por qué iban a mostrarle lo que habían ocultado a su civilización durante siglos. Seguramente le había caído en gracia al chico o, quizá, era porque se llevaba bien con su abuela y lo hacía como un favor personal hacia ella. Le daba igual. Iría. Lo tenía claro.

Remontó la colina rápidamente y se dirigió hacia la piedra donde Arno dormitaba. Según la vio acercarse se levantó, expectante. Al verla sonreír le devolvió la sonrisa.

— ¿Fue todo bien? —preguntó Arno cuando ella le dio alcance.

— Mejor de lo esperado, la verdad —respondió ella—. Es una mujer que parece mucho más joven y muy amable y cariñosa.

— ¿Te contó porque está aquí? —se le veía la curiosidad sin disimulo.

— No. Se lo pregunté, pero me dijo que ya me lo contaría en otro momento —dijo Siena encogiéndose de hombros.

— Vaya. Tenía curiosidad por saberlo. Me lo llevo preguntando desde que supe que existía y que vivía aquí.

— Si, yo también. Pero tendremos que esperar a otra ocasión —río ella—. Digamos que esto ha sido una primera toma de contacto. Lo que sí tengo claro es que alguien de palacio le informa sobre lo que allí ocurre porque sabía desde el principio quien era yo y tenía mucha información sobre mí.

— ¿Quién crees que será quien la informe? —preguntó pensativo— ¿Elster? ¿Loira? ¿O, quizá, algún miembro del Consejo?

— No lo sé. No me lo dijo y tampoco se lo pregunté. Lo dejo pendiente para la próxima visita —contestó ella riendo de nuevo.

Comenzaron el regreso a la granja con paso tranquilo, hablando y debatiendo sobre las incógnitas que aún tenían sobre Azumara. Su abuela había resultado ser toda una caja de sorpresas. Decidió no contarle a Arno nada sobre Gabriel, aprovechado que parecía no haberle visto entrar en la casita. Había prometido no decir nada sobre lo que allí viese e informarle de que iría levantaría suspicacias y quizá se pusiese en modo protector. También implicaría que, a la vuelta del viaje, él esperaría que le contase todo lo que había visto. Encontrar la manera de ir sin levantar sospechas sería complicado. Quizá lo mejor sería decir una media verdad, pero ya lo iría viendo sobre la marcha. También esperaba que su abuela le echase una mano para organizarlo todo.

Estaba eufórica y no podía contar el porqué. Esa sería su pequeña aventura antes de que sus responsabilidades la atasen por muchos años a palacio.

Habría sido una buena oportunidad para hablar con Arno sobre lo ocurrido días a atrás, pero no quiso romper el clima de risas creado por su visita. De momento, había servido para que volviesen a hablarse y relajar el ambiente. Parecía que volvían a ser amigos. Debía mantener esa conversación, sobre todo porque había decidido darle una oportunidad. Tras mucho pensarlo y observarle durante esa semana, había valorado todas sus opciones. No había muchos chicos disponibles, pocos con los que no tuviese consanguinidad y aún menos que fuesen tan guapos como él. Había que recordar que era también un cazador. Tener intereses en común refuerza la amistad y, como todo el mundo sabía, la amistad era la mejor base para una unión fructífera y duradera.

Con él podría tener un futuro estable y lleno de momentos que podrían compartir. El problema era que él sentía más por ella. Quizá con el tiempo ella llegase a desarrollar sentimientos más profundos. No lo sabía. Pero no sabía cómo decirle que le daba una oportunidad, aunque no sintiese lo mismo que él. Podía tomárselo mal. O no. Era muy difícil enamorarse, por lo que encontrar a alguien con quien tuvieses una buena base para una relación, era la opción más generalizada.

Tenía ganas de consultarlo con alguien. No era un paso que se debiese tomar a la ligera. Al día siguiente partirían de vuelta a la ciudad y se lo expondría a Urai, su mejor amigo. No tenía mucha confianza con ninguna de las jóvenes o mujeres, sin embargo, con Urai siempre había podido hablar. Él la escucharía y le daría un buen consejo o una guía acertada.

Decidió que hablaría con Arno después de consultar con Urai. Contenta con su decisión, se divirtió con su acompañante bromeando durante el camino de vuelta. Habían pasado la jornada preparando el cargamento de frutas y verduras que recogerían al día siguiente, justo antes de partir. Y ahora, tras los últimos acontecimientos, se sentía tan agitada como cansada. Igualmente, al llegar, cenaron y bebieron todos juntos. Arno volvió a bromear con ella y a sentarse más cerca. Todo volvía a estar en su sitio.

***

Azumara se quedó en la puerta hasta que vio como Siena se reunía con su compañero. La había visto en varias ocasiones en lo alto de la colina, observando la casa o a ella. Le alegraba que se hubiese acercado para poder conocerla. Su vida allí era muy apacible, excesivamente tranquila. Agradecía cada noticia que llegaba de palacio; no solo porque la entretenía, sino por saber de sus seres queridos. Se había imaginado a Siena cientos de veces, había leído una y otra vez las cartas donde la describían. Era prácticamente como se la había imaginado.

Entró de nuevo en la casa, cerrando la puerta tras de sí para continuar la conversación con Gabriel. La esperaba sentado aún a la mesa. Había cogido la taza de Siena y se estaba bebiendo el café que su nieta no había llegado a tocar.

— Creía que no te gustaba el café —le reprendió burlona señalando la taza.

— ¿A quién no le gusta el café? —contestó riendo— Me alegro de que haya venido tu nieta. Por lo menos puedo tomar café en lugar de té. Eso sí que no le gusta a nadie.

— No paras de quejarte. Da igual lo que te ofrezca, siempre te quejas —volvió a regañarle mientras le daba un golpe en los pies para que los bajase de la mesa—. El que se haya ido mi nieta no implica que olvides tus modales, niño.

— Lo siento. Tienes razón. Me tomo muchas confianzas contigo, pero mi padre me hace venir tanto últimamente que ya siento que estoy en mi casa aquí —quiso sonar a disculpa, pero se quedó en una mala excusa.

— Bien, ya que se ha marchado Siena, dime a qué has venido —preguntó sentándose en una silla frente a él.

— Ya te lo dije antes. Mi padre quiere hablar contigo. Al parecer, ha recibido información interesante de tu tierra.

— Trevor tiene más belleza que inteligencia. Tiende a considerar interesantes cosas que para los demás no tienen importancia. ¿Sabes qué información tiene? —comentó resignada.

— No me lo ha querido decir. Le gusta ponerse interesante para motivarte y que le dejes pasar del umbral de tu puerta —contestó riendo Gabriel.

— ¡No seas infantil! Sabes que siempre le dejo pasar, aunque solo sea por verle —siguió la broma—. Es una pena que sea tan joven para mí —continuó chasqueando la lengua.

— Habría sido interesante, sí —dijo él para después ponerse serio—. Entonces, ¿le digo a mi padre que puede venir a verte?

— Si. Dile que venga cuando quiera —contestó suspirando, exagerando una resignación que no sentía—. Por cierto, el ofrecimiento que le has hecho a Siena, te lo agradezco. Le hace ilusión.

— Sabes que no es un ofrecimiento desinteresado, Azumara —dijo mirándole directamente a los ojos—. Queremos que se cumpla la profecía y llevamos intentándolo muchas generaciones. Tu nieta es aventurera, le gustará nuestro mundo y tiene el carácter para aceptar la sugerencia.

— Siena aún es muy joven. Además, lo lógico es que fuese Loira —asintió ella entendiendo su lógica, pero exponiendo el principal punto.

— Lo sé. La profecía indica que será una Reina y Siena no lo es. Pero creo que podría ser un punto de partida para que se dé en el futuro.

— Sabes que yo no creo en vuestro Dios ni comparto vuestras creencias. Y en cierta forma, es muy posible que aquello que quieres para Siena, la lleve a un final como el mío. Si vamos a hacer esto no la pondré en riesgo por creencias religiosas tuyas, ni lo haremos a lo loco —le advirtió a Gabriel.

— Lo plantearemos todo con calma. De momento, ya que tienes la reunión con mi padre, aprovecharemos la ocasión para hablarlo. Lo organizaré para dentro de un par de días.

Perfecto, en dos días leespero por aquí. Le invitaré a café y a ti a té —contestó riendo de nuevo alver como hacía una nueva mueca de disgusto. 

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