Capítulo 10
Siena tenía que reconocer que había sido un gran día de caza. Ya estaban de vuelta cargando uno de los camiones; repartirían la caza en uno y la fruta, verduras y legumbres en otro. Habían conseguido un par de especímenes macho de ciervo bastante grandes y habían pasado la tarde preparándolos para congelarlos en el camión. Estaba exhausta, pero a la vez llena de energía por la adrenalina.
Aún les quedaban un rato para partir hacia la siguiente granja donde cenarían y dormirían. Después de cuatro horas en las que, tanto cazadores como labriegos, habían estado bregando con los ciervos, todos se sentaron junto a una hoguera donde bebieron el exquisito vino de la zona. Debía reconocer que, aunque estaba más acostumbrada a la cerveza, le estaba cogiendo el gusto al vino.
Pensando en la mañana de caza, le volvían las intensas sensaciones. Rememoró el picor de ojos hasta que se acostumbró a la luz del sol lo suficiente para que no le llorasen, así como el calor que hacía que llevase ropa corta y fresca y todo ese verdor que la había rodeado. Era una zona salvaje donde no eran los únicos depredadores. No solo debían llevar los ojos abiertos para conseguir a su presa, sino para evitar ser cazados mientras tanto. En un punto del camino se habían separado, adentrándose en la espesura, quedándose cada uno solo, pero cerca del resto, cercando a las presas. Tras conseguir su grupo la ansiada pieza, les había dejado solos para que la llevasen de vuelta. No estaban lejos de la Tundra. Quería quedarse sola, como hacía siempre, para acercarse a un estanque cercano de aguas cristalinas. Era muy peligroso ir sola, pero necesitaba esos momentos a solas. Había dejado el rifle sobre una roca, se había quitado la ropa y, cuchillo en mano, se había metido en el agua para nadar. Nunca había necesitado el cuchillo, pero lo llevaba consigo por si al salir del agua no se encontraba sola. Los lobos abundaban en la zona, así como los perros salvajes. Ambas especies en constante lucha por el territorio.
Debía agradecer a su padre que la hubiese llevado a ese sitio y que la enseñase a nadar. Casi nadie sabía nadar puesto que no era necesario cuando vives en tierra y no tienes ni un charco cerca. Solo nadaba en las pequeñas charcas que su padre le había indicado como seguras y nunca, bajo ningún concepto, en el mar. Los tiburones habían conseguido llegar a un número preocupante y se les había visto cazar demasiado cerca de la costa.
La charca a la que había ido era amplia y tenía una cascada de agua fresca. Había buceado admirando el fondo y los pequeños peces y culebras que había. Había salido, unos minutos después, con un sentimiento de libertad y la sensación de no tener ninguna carga y se había vestido sin esperar a secarse. Había sido consciente de que la fina camiseta se había pegado en exceso a su piel y no dejaba nada a la imaginación cuando, al regresar a la casa, todos habían apartado la mirada y casi le dieron la espalda. Todos salvo Arno. Le vio que abría la boca al mirarla, aunque después había dirigido la mirada a los demás viendo sus reacciones. Había fruncido el ceño y agarrado su camisa, tirada sobre una silla, y se había acercado a ella cambiando su gesto por una sonrisa.
— Siena, querida —le había dicho mientras le colocaba la camisa sobre los hombros—. Creo que se te ha olvidado que por esta zona refresca, aunque no sea el frío de casa. No deberías ir mojada o enfermarás.
Le había pasado un brazo sobre los hombros y se había alejado con ella hasta estar dentro de la casa, donde habían dejado sus maletas, mientras ella agarraba la camisa con fuerza y se tapaba con ella. Se había sentido un tanto avergonzada y reconocía que no era por el hecho de que la camiseta mojada fuese transparente, si no por el hecho de que sabía que no había mucho que mirar. No había desarrollado un cuerpo con curvas femeninas y eso siempre le había acomplejado. Veía como el resto de las mujeres iban teniendo pechos y caderas mientras ella parecía tener el cuerpo de una infante.
— Lo siento, normalmente me tomo tiempo para secarme al sol, pero iba tarde y no pensé con claridad —le había dicho Siena sentándose y tapándose la cara con las manos—. Gracias por tu ayuda.
— No te preocupes. No tienes por qué disculparte —había contestado, sentándose en una silla frente a ella y quitándole las manos de la cara—. Eres una bonita visión con la que más de uno soñará esta noche.
— No te rías de mí —le había regañado ella, mirándole ahora sin ningún agradecimiento—. No hay nada que mirar.
— Espera, querida, quiero saber si he entendido bien tu comentario —había respondido Arno sonriente— ¿Estás preocupada porque no hayan tenido nada que ver que sea de interés?
Siena se había limitado a mirarle con cara de odio ante su actitud. Y Arno, al ver su enfado, había pasado de sonreír a reírse abiertamente. En ese momento le habría dado tal paliza que le habría dejado sin dientes para que no volviese a reírse de ella. Pensándolo ahora, con retrospectiva, había demostrado mucha contención en aquel momento, teniendo en cuenta su usual carácter volátil y explosivo.
Pero Arno, al ver que ella se había levantado de la silla, furiosa, se levantó también, le agarró del brazo para frenarla y darle la vuelta y dejarla frente a él para, a continuación, cogerle la cara con sus manos. Había dejado su cara muy cerca de la suya para mirarla directamente a los ojos y asegurarse que ella también le mirase. Tan cerca que había podido fijarse en que tenía dos pequeñas petequias en el iris derecho.
— Te aseguro que eres una mujer preciosa. La mayoría de los hombres que están en edad de unirse a una mujer te miran con deseo —le había dicho con una intensidad que no había esperado y que la había dejado tan asombrada como sus palabras—. Y yo me encuentro entre ellos.
No le había dicho más. Se había quedado mirándola a los ojos como esperando una reacción por su parte, pero ella había quedado en shock. Había estado asimilando tanto sus palabras como el completo significado de esa escena. Le había dicho que se sentía atraído por ella. En ese momento fue consciente de que Arno le había cedido su camisa por lo que tenía el torso desnudo y estaba muy cerca de ella. Había notado que respiraba rápido y fuerte. No supo si por la intensidad de sus palabras o porque estaba nervioso, esperando una reacción que no llegaba. Pero al no recibir respuesta, había apretado la mandíbula, bajado la mirada y se había marchado.
— Te dejo sola para que puedas cambiarte de ropa —había susurrado al salir por la puerta, cerrando tras de sí.
Ahora, observándole al otro lado de la hoguera, notaba que su actitud había cambiado de nuevo. Después de lo ocurrido, estaba esquivo con ella y ni le hablaba ni la miraba. Le veía reír y bromear con los demás, pero, de pronto, ella parecía no existir para él. Eso le molestaba. Podía entender perfectamente sus motivos y su actitud. Le había herido. Le había dejado claro que se sentía atraído por ella dejando de lado el típico orgullo masculino, así como las dificultades que mostraban para hablar sobre cualquier sentimiento. Y ella se había quedado callada por lo que él, lógicamente, había entendido que ella no había tenido nada agradable que decirle y había optado por callar.
Siena volvió a llenarse el vaso de vino de forma inconsciente. Después de toda la tarde que habían pasado trabajando por separado, evitándose mutuamente, creía que debía hablar con él. No se sentía bien estando así.
Lo cierto era que aún no se había acercado a él porque no sabía qué decirle. Ni antes lo supo ni ahora lo sabía. Posiblemente él esperaba que ella le dijera que le correspondía, sin embargo, no era así. O quizá sí, pensó para sí mirándole de reojo. Habían pasado tiempo juntos esos días y la nueva cara que le mostraba le gustaba y sentía que quería conocerle mejor, pero.... Eso no implicaba sentimientos más profundos. Al menos de momento.
Era un chico guapísimo, de facciones severas a la par que dulces cuando sonreía. Ahora descubría que, además, era tierno, detallista, inteligente y se preocupaba por ella. Estaba convencida de que cualquier chica de la ciudad habría dado lo que fuera porque él hubiese sentido algo por ella, por una oportunidad con él. Menos ella, que nunca le había prestado atención. Hablaría con él. No le iba a decir que sentía lo mismo, aunque tampoco se iba a cerrar a la posibilidad de que esa amistad fuese a más. No se podían forzar los sentimientos, pero en este mundo era difícil enamorarse. Lo mejor era encontrar alguien afín a uno mismo con quién unirse y Arno era un gran partido. Difícilmente encontraría ninguno mejor. Por ese motivo debía ver si surgía algo con él. Debía unirse a alguien, quizá Arno estaba demostrando ser el idóneo para ella.
Dejaría la conversación para otro día, de esta forma, los sentimientos ahora a flor de piel disminuirían y sería más sencillo para ambos. Además, ella aún tenía mucho que pensar antes de tener claro qué iba a decirle. Por el momento, sabiendo que se hacía tarde, se bebió el vino de un trago y empezó a dar órdenes para que los demás recogiesen y así partir hacia el siguiente destino.
***
Loira estaba enfadada consigo misma. Llevaba desde su ruptura con Urai sin entrar en la biblioteca por no cruzarse con él. No tenía nada de lo que avergonzarse, pero así lo parecía. Desde niña, la biblioteca había sido su lugar de estudio y, con el paso de los años, su lugar de trabajo y su sitio predilecto. Aún debía seguir estudiando y ampliando conocimientos. No había motivo para no regresar a sus quehaceres diarios, estuviese o no Urai en la misma sala.
Se dirigió con paso decidido y entró en la biblioteca con la misma firmeza con que lo hacía siempre. Prácticamente nadie sabía de su relación con Urai y menos aún sobre su ruptura por lo que lo mejor era comportarse con naturalidad. Atravesó varias estanterías hasta llegar a la zona de lectura donde había varios sillones y mesas en las que quien quisiera podía sentarse a leer. Allí encontró a Vestul con Tajto, sentados tranquilamente en sendos sillones orejeros con un libro en las manos cada uno. Apenas reconocieron su presencia con un breve vistazo y una inclinación de cabeza y siguieron leyendo apaciblemente. Prefirió no quedarse con ellos y se dirigió al fondo de la biblioteca, se acercó al último estante y pasó los dedos por los libros viejos, amarillentos y llenos de polvo y telarañas. Era una zona donde nadie se acercaba, ya nadie miraba los libros tan antiguos. Además, su estado descuidado no era una casualidad. Evitaba que los lectores manosearan y dieran con el libro llave. Sonrió mientras movía ligeramente un hermoso y sucio libro verde de letras tan desgastadas que no se distinguía el título. Al tirar de él, sonó un leve clic en la estantería de al lado que se abrió lentamente. La puerta estaba abierta.
Se adentró en una sala aún más grande que la biblioteca. Ahí se encontraba todo el material clasificado. Todo aquel documento o archivo que no debía llegar a conocimiento público. Al contrario que la biblioteca pública, que tenía simples estanterías, esta sala estaba repleta de vitrinas donde se guardaba con sumo cuidado cada volumen. Aquí se encontraban todos los que ellos consideraban incunables. Libros y documentos con más de mil años de antigüedad, de los cuales, solo poseían una copia impresa.
Nadie se preguntaba nunca de donde procedía su tecnología. Si necesitaban construir algo nuevo, si necesitaban investigar algo, si necesitaban un avance tecnológico, todo salía de ahí y ellos solo debían ver la forma de aplicarlo en su mundo. La población solo quería la solución y no se molestaban en preguntar su procedencia. Pero ella sí lo sabía, al igual que parte de su Consejo y ciertas personas concretas como Urai. Era obligación del bibliotecario tener conocimientos sobre lo que contenía cada archivo. No necesariamente saber aplicarlo, pero sí saber dónde buscar información para que otro pudiese desarrollarla. Toda la base sobre energía eólica había salido de aquí. Todo el conocimiento sobre los cristales calefactables. Al igual que datos sobre animales, especies, crianza y reproducción. Incluso la reproducción in vitro. Todo. A lo largo de los últimos mil años, todos sus avances habían sido un regalo de lo que contenía esa sala. Y ella era la que decidía qué se usaba y qué no.
Se dirigió al fondo, donde se encontraba Urai, sentado frente a un ordenador y rodeado por los servidores. Esas grandes pilas guardaban la información pre aniquilación. Otra cosa en la que nadie pensaba: ¿por qué, siendo tan pocos, estaban tan evolucionados? Esa falta de curiosidad, de autoconocimiento, de interés, le hacía tener cada noche más claro que no necesitaban los porqués.
Se sentó sobre la mesa, junto al ordenador donde estaba trabajando Urai y se cruzó de piernas. Después de ese año juntos, con él no guardaba las buenas formas que exhibía ante los demás. Urai la miró de reojo, esperando a que ella le dijese qué hacía allí.
— Urai, cielo, hace un mes que no reviso los informes sobre los almacenes subterráneos. ¿Me informas tú o me das los informes? —preguntó despreocupada.
— ¿Cuáles almacenes? ¿Los del palacio o los exteriores? —contestó él sonriéndole dulcemente.
— Los exteriores. Los de aquí ya sé que están quedándose vacíos y necesitamos que vuelva mi hermana con los camiones para reponerlos —dijo ella devolviéndole la sonrisa. Parecía que Urai estaba de buen talante esa noche. Puede que, incluso, se le hubiese pasado el enfado por lo de Siena y quisiera retomar su aventura con ella. Sería interesante ver la cara que ponía cuando ella le rechazase.
— Los de fuera no han variado casi nada desde la última vez que viste los informes. Ten en cuenta que son piezas u objetos a los que damos un uso muy específico y realmente escaso. Merma muy lentamente —contestó Urai echándose hacia atrás sobre el respaldo de la silla para mirarla directamente a la cara—. Además, nadie sabe de su existencia, salvo muy contadas personas. Así que llevar el recuento de lo que sale de esos almacenes es muy sencillo ya que siempre estoy presente. Pero todo esto ya lo sabes. ¿Qué es lo que realmente quieres? ¿O solo has venido con una mala excusa para verme?
— No deberías burlarte de la Reina, Urai —contestó ella molesta, aunque sonriendo para que no lo notase. Ella queriendo darle en las narices si venía a buscarla y resulta que le había dado la vuelta a la situación para dejarle claro que había sido ella quien buscaba acercamiento. Solo le había dado la oportunidad de que se disculpara y obtenía esto...— Estoy aquí intentando limar asperezas después de tu salida de tono de la otra noche. Sigo esperando tu disculpa y por ahí no vas por buen camino, amigo mío.
— Perdone, mi Reina, pero aquí su leal sirviente no siente que deba pedir disculpas por nada —respondió él más serio, dejando las bromas de lado—. He hablado con Siena sobre Arno. Tranquila, no dije nada sobre tus intenciones —terminó él, alzando las manos cuando ella mostró, sin pretenderlo, que esa afirmación la había alterado.
— Sé que dije que la obligaría a unirse a Arno, pero lo cierto es que te hice caso, en parte. Busqué una vía más diplomática y animé al chico para que se acercase a ella —Loira se encogió de hombros al responderle.
— Sin duda es mejor opción, sin embargo, no creo que surta el efecto que esperas. Siena es joven. Aunque empezase una relación con Arno, podría esperar a unirse a él un par de años —Loira no entendía ese comentario. Si él pretendía ayudar a Siena, esas afirmaciones harían que ella la obligase a una unión, en lugar de darle margen a enterarse por sí misma de que ese noviazgo duraba más de lo que le interesaba.
— ¿Qué me propones que haga entonces? ¿Obligarla? —preguntó ella alzando una ceja sin comprender.
— No. Ya te dije que no deberías mezclar tus obligaciones con las de ella. De funcionar lo que pretendes, Siena querrá y necesitará un tiempo largo para convencerse de que debe unirse a Arno. Debes encontrar a alguien con quién cumplir tu función. Alguien que no sea yo —su risa en esa última frase la cabreó. Intentó controlar su ataque de ira, pero no se veía capaz.
Loira se levantó de un salto de la mesa quedando de pie en el suelo. Miró a Urai desde la altura que le confería su envergadura frente a su oponente sentado. Se esforzó por poner una sonrisa de total superioridad para demostrar que no le afectaban sus palabras.
— Siena se unirá a Arno o a quien sea porque así lo ordenaré, si no lo hace ella por sí misma. Ya estoy buscando a alguien que sea adecuado para mí y para la posición que tendrá que ocupar a mi lado. Relájate, Urai, tú ya tienes bastante con este puesto.
Vio con satisfacción como Urai se ponía serio de nuevo ante sus palabras. Le había vuelto a dejar claro que él no estaba a la altura para ser su marido. Satisfecha con esa reacción, salió por la puerta sin mirar atrás y sin darse cuenta de que dos pares de ojos la observaron salir con el ceño fruncido y paso rápido.
***
Vestul se volvió hacia Tajto al ver salir a Loira, claramente enfada.
— Parece que es cierto el rumor de que esa pareja ha terminado y yo diría que no ha sido en buenos términos —comentó Vestul con una leve sonrisa torcida.
— Es una lástima. Esperaba, igual que tú supongo, que esos dos se unieran a no mucho tardar —contestó Tajto alzando las cejas al ver la reacción del otro hombre.
— Sí, yo también esperaba ese enlace, pero llegó a mis oídos que habían terminado.
— Y ¿por qué motivo estás sonriendo, pues? —preguntó extrañado su interlocutor.
— Porque creo que es el momento de poner sobre la mesa la idea de la Reina Adda —contestó Vestul serio mientras miraba a Tajto fijamente a los ojos.
Ambos sabían de los planes originales de la anterior reina ya que ellos se habían estado encargando del tema por ella. Cuando murió antes de poder concretar nada, lo sintieron como un gran fracaso personal. Vestul vio la comprensión dibujarse en el rostro de su viejo amigo de forma inmediata.
— Entiendo —asintió pensativo.
— Taj, es el momento de intentarlo de nuevo —dijo volviendo a sonreír.
— No había vuelto a pensar en ello desde que Adda falleció. Aunque Loira no era consciente de esos planes y dudo que esté de acuerdo —comentó Tajto pensativo.
— Yo tampoco creo que se preste a ello fácilmente, pero encontraremos la manera —respondió Vestul con voz pausada.
— Debemos intentar presentárselo como una buena opción. Algo deseable para ella. Si su madre lo vio bien, seguro que ella lo entiende cuando se lo expliquemos y verá que es lo mejor para todos —Tajto lo dijo mirándole con tantas dudas como tenía él mismo.
— Si no, encontraremos otra forma de que lo haga —sentenció Vestul empezando a barajar ciertas ideas nuevas que le venían a la mente.
— Todavía puede ser que Siena se una antes y nos dé margen de maniobra —contestó Tajto encogiéndose de hombros e intentando apaciguar el espíritu de su amigo.
— Eso no solucionará el problema ni dará los resultados que necesitamos. Pero sí, nos daría algo de margen. Propongo que vayamos pensando varias opciones viables mientras vemos qué ocurre entre Siena y Arno —Vestul vio como Taj asentía de nuevo.
— Te aseguro que si no fuese tan necesario me negaría a todo esto. No hay nada que odie más que tener que ir al Reino del Sol. Odio ese calor y la puñetera luz —ambos rieron ante esa afirmación de Tajto dicha como un gruñido desesperado y resignado.
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