Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Un suceso inesperado y el nacimiento de una esperanza

La ciudad comenzó a temblar violentamente. Todos batallaban por mantenerse de pie. Un fuerte terremoto sacudió la zona justo en el momento que ocurría la fase máxima del eclipse.

Los edificios se movían tan fuerte que parecía que caerían en cualquier momento, las ventanas se rompían por lo mismo. Algunos árboles no resistieron y cayeron violentamente. Muchas personas corrían asustadas en busca de ayuda, pero la oscuridad les impedía ver con claridad, incluso algunos coches se impactaban por la fuerza de aquél sismo.

—¡¿Qué sucede?! —Aris gritaba mientras se sostenía del rizado.

En la vieja mansión, las cosas eran igual de caóticas. Los chicos gritaban y luchaban por mantenerse de pie al igual que los adultos. Lucas trató de avanzar hacia los chicos, pero una roca, proveniente de una parte de la casa cayó enfrente de él, casi golpeándolo, Aimeé lo jaló a tiempo para evitar que el hombre tuviera un accidente.

De repente, algo más sucedió: a kilómetros de distancia, en el volcán Popocatépetl, se alzó una gigantesca columna de luz roja proveniente del cráter, que parecía alcanzar el cielo, seguida de un fuerte y estruendoso sonido, parecido a una clase de rugido.

Todos miraban la apocalíptica escena mientras evitaban caer.

El cielo comenzó a iluminarse, evidenciando el fin de la totalidad del eclipse, y justo en ese momento el suelo dejó de moverse, al igual que la columna de luz y el fuerte sonido, desaparecían.

Todos se reincorporaron lentamente, aún no asimilaban que había pasado, a excepción de Aimeé y el comandante. Las evidentes señales dejaron en claro que en ese momento el peor temor de Aimeé, Lucas, Margarita y Gerardo se volvió realidad: la profecía se cumplió.

Un grito proveniente de adentro de la mansión despertó a todos de sus pensamientos. Al parecer la catástrofe continuaba.

—¡Necesito ayuda, por favor!

Todos afuera corrieron a socorrer a la persona que imploraba ayuda. Al entrar, varios empleados se encontraban alrededor del pie de escaleras, entre ellos estaba Gerardo.

Lucas y Alex corrieron a ver qué sucedía, pero al llegar, el impacto de ver a Margarita que yacía en el suelo, con un charco de sangre en la cabeza, hizo que el chico se desplomara y comenzara a llorar y gritar.

—¡Abuela! ¡No! —era lo único que repetía. El chico estaba destrozado por completo.

—¡Llamen a una ambulancia! —gritaba Gerardo a sus empleados, pero no hacían caso alguno hasta que Lucas tomó su teléfono y se alejó para llamar.

Los amigos de Alex trataron de separarle de su abuela, pero éste resistía, no quería apartarse de ahí, quería estar con ella, la única conexión con su madre.

Por su parte, Cristina y su marido miraban desde la entrada, ella sintió un nudo en el estómago y sus ojos se humedecieron un poco, pero optó por mantenerse alejada.

Ella conocía a Margarita desde que era una niña, creciendo a su lado como una sobrina para la gran bruja, puesto que Angelines, su madre y la bruja eran amigas desde jóvenes y que, de no ser por su "tía", Luzmaría no se hubiese salvado al nacer.

—¡Vámonos! Ya no hay nada que hacer aquí —le ordenó el irritable hombre que tenía como esposo.

La mujer secó las lágrimas que estaban a punto de caer y sólo dio la vuelta, siguiendo a su esposo hacia el auto para salir de la casa.

La ambulancia no tardó en llegar, los paramédicos bajaron una camilla y sujetaron a Margarita, acto seguido la subieron a la ambulancia. Alex quiso ir, pero un paramédico se lo impidió.

—Lo siento, sólo puede ir un adulto.

—Yo iré, soy su yerno. —Lucas habló con Alex antes de marcharse—. Estará bien, te lo prometo, te llamaré avisando que tal van las cosas, ¿sí?

El chico no dijo nada y abrazó a su padre. Estaba vuelto un manojo de nervios y ansiedad, y sólo quería que su abuela se salvara.

Sin más, Lucas subió y la ambulancia arrancó sonando la infernal sirena. Aimeé corrió a abrazar al pequeño que lloraba con mucho dolor.

—Ya, mi niño, todo estará bien —trató de calmarlo sin éxito.

—¡No quiero que muera!

—¡No le pasará nada! Te lo prometo.

El pequeño se acurrucó en el pecho de Aimeé, igual que un niño pequeño.

Luzmaría y Ricardo, que también habían presenciado todo sin ayudar, se dirigieron a un cuarto alejado del sitio. A pesar de todo, ver a una persona en esas condiciones no era de agrado para nadie.

Ricardo atendió una llamada de su madre quien le marcó preocupada mientras Luzmaría discutía con alguien por teléfono. Al terminar, guardaron unos instantes de silencio para luego comenzar a hablar.

—No quisiera estar en el lugar de Alex —expresó Ricardo con un tono de lástima.

—Se le pasará, igual la vieja se va a salvar, bien dicen que hierba mala nunca muere —la frialdad de la morena no tenía límites.

—¡Luzmaría, no seas cínica! Ese fue un accidente fatal y con la edad puede que ya no salga...

—¿Y a nosotros qué? No es mi familia, es una vieja metiche que no tiene nada mejor que hacer que vivírsela en esta casa, y si no es suficiente con eso, su yerno y el pendejo de su nieto me viven cagando la existencia —le respondió la morena con su célebre mirada asesina.

Ricardo no dijo nada más negó con la cabeza. Aún siendo su novio, la morena ejercía miedo hacia el pobre ojiverde.

—Bien, ¿no te parezco lo suficientemente empática? Entonces ven y aprende —escupió la chica y salió disparada hacia la sala de estar. El moreno la siguió detrás, temía que hiciera algo que podría lamentarse.

Al llegar a la sala, Luzmaría se dirigió hacia Alex, que le miró con ojos de furia. Si había persona en el mundo que el chico no soportaba era la morena.

—Lamento lo ocurrido, sé que con palabras no se resuelve nada, pero quisiera decirte que cuentas con mi apoyo para lo que se te ofrezca.

La actuación de Luzmaría era casi creíble. Ricardo no se tragó el cuento, pero los demás parecían que sí. La morena quiso abrazar al pequeño, pero se apartó, y sólo le extendió la mano. Estrecharon sus manos sin decirse palabra.

Ricardo intentó acercarse a Alex, pero éste lo rechazó al instante. El moreno sintió un pequeño dolor en el corazón. No entendía por qué le trataba así si nunca le había hecho algo malo, cuando él siempre quiso acercarse para ser su amigo, pero tanto Luzmaría como los amigos de ambos chicos se lo impidieron.

—Espero que tu abuela se mejore —le dijo en un tono triste sin recibir respuesta de parte de Alex.

La morena se dirigió a Aris, debía aprovechar toda esa situación si quería ganar puntos frente a todos.

—Ha sido un mal momento para reencontrarnos pero bueno, así es el destino. Bienvenida a casa, prima.

Extendió su mano para saludar a la castaña, pero al juntar sus manos, una pequeña descarga hizo que las dos se separaran en un salto. Eso había sido lo más extraño que les sucedió a las dos en ese día. Y vaya que ocurrieron muchas cosas.

Luzmaría miró a los demás, con una tenue sonrisa hipócrita en su rostro.

—Me despido, tenemos un compromiso en un rato. Buenas tardes chicos, tía Aimeé... y espero que todo se mejore.

Y sin más, los morenos salieron de la casa. Andrea y Michael se miraron el uno al otro. Estaba de más que ellos tampoco se tragaron su actuación.

El celular de Andrea sonó, se apartó para atender a quien le llamaba. Era Zoe quien se alarmó y quería saber cómo estaban y qué había sucedido. La pelirroja le explicó y todo y luego colgó el teléfono. Se acercó a los chicos para avisarles que la rubia había llamado.

—Viene para acá, le dije lo que pasó y me dijo que necesitaba estar junto a ti —le dijo al rizado mientras agarraba su hombro.

Los empleados de limpieza de la mansión escombraron todos los destrozos que el terremoto había causado. De igual manera se cercioraron de que la casa no tuviera daños en su estructura, aunque eso era imposible por cierta protección que la misma había adquirido con el tiempo.

En las noticias no mencionaban otra cosa: el sismo con magnitud de seis grados Richter había causado destrozos en la ciudad. Pocas personas salieron heridas sin gravedad alguna y no se reportaba ningún fallecido, pero los daños materiales y estructurales de los edificios sí eran algo importantes e incluso repararlos tomaría algo de tiempo y dinero.

Pero eso no era todo, también hablaban de la dichosa erupción del volcán y no daban razón a lo que había ocurrido en ese instante. Algunos afirmaron que esa fue la causa del temblor, pero no dieron un argumento verdadero a lo que era esa enorme torre de luz.

A la media hora de llamar, Zoe llegó a la mansión. Aimeé fue a recogerla en la entrada y al pasar, corrió a abrazar a su mejor amigo. La chica le tenía un gran respeto y cariño a Margarita, ya que la conocía desde que llegó a México con su familia cuando tenía siete años.

No se dijeron nada, pero un abrazo fue más que suficiente para expresarlo todo.

—¿Dónde andabas? —preguntó la pelirroja.

—Fui con un amigo, le dije que lo vería hoy por lo del eclipse.

—¿Quién?

—Ah, no lo conocen, no está en el instituto.

La rubia se puso nerviosa al instante, y no sabía qué más decir. Aris se percató que aún tenía la camisa manchada. Se acercó amablemente a Zoe para volver a saludarla.

—Hola de nuevo, veo que no has podido cambiarte. Si quieres, puedo prestarte algo de ropa, yo...

—No gracias, así estoy bien —la mirada de la rubia expresaba desagrado, pero trató de disimularlo lo más que pudo.

Aris se sintió un poco intimidada ante la molestia de Zoe.

—¿Vas a empezar? Neta, me tienes cansada con tus cambios de humor.

—En serio Andrea, no quiero pelear, no es el momento.

—¡Basta las dos! ¿Pueden dejar de hacer sus dramas por un instante? —Mickey las calló para que no alteraran al pobre Alex.

Mientras los chicos hablaban, Aimeé se dirigió al estudio de su padre, en donde supuso que éste se había escondido, como siempre lo hacía. Tocó la puerta y no recibió respuesta alguna, así que decidió abrir la puerta. Al asomarse dentro, vio a Gerardo en su silla retrancado de la mesa con sus manos en la cabeza.

—¿Estás bien?

El hombre no respondió. Aimeé entró y le abrazó por encima. Aunque su padre intentara a hacerse el fuerte, terminaría desahogándose en cualquier momento.

—No saldrá viva —respondió el mayor con la voz cortada.

—¿A qué te refieres?

—Es su destino, y Margarita estaba interfiriendo.

***Momentos antes***

—Señor, su hija ha llegado —avisó uno de los guardías.

—Que pasen a mi estudio.

Gerardo se comunicó con su hija mayor antes de llegar a México, por lo cual iría a verlo.

Pasaron unos dos minutos y la puerta del despacho sonó. Cristina entró mientras Gerardo los recibía con entusiasmo. Al ver que no iba sola su felicidad se apagó un poco.

Abrazó a Cristina mientras le decía que la extrañaba. La mujer se limitó a sonreír y decirle que también lo quería mientras que Jorge, su marido, los veía con seriedad.

—Jorge, debo suponer.

—Supone bien, "suegrito" —dijo el amargado hombre al padre de su mujer.

Gerardo lo asesinó con la mirada y ni siquiera le estiró la mano para saludarle. Acto seguido, su nieta y un chico que no conocía entraron sin aviso. El abuelo no pudo contener las lágrimas al ver a su nieta mayor, que ya era toda una bella joven.

—Mi princesa, mi niña. ¡Mira qué grande estás! ¡Eres toda una bellísima chica! ¡Cuánto te extrañé! —dijo Gerardo al borde de las lágrimas.

—Hola —respondió Luzmaría sin expresar sentimiento alguno, incluso cuando su abuelo le abrazó con mucho cariño y amor.

Cuando se dio cuenta de la presencia de chico, se separó de ella y fue hacia el joven ojiverde. Por una extraña razón no desconfió de él y le tendió la mano mientras le sonreía.

—Soy Ricardo, señor, soy el novio de Luzmaría...

Gerardo cambió su expresión a una seria. Era un hombre muy celoso de sus hijas y ahora también, de sus nietas. Sólo asintió y se limitó a seguir estrechando la mano del joven. Después de aquella incómoda bienvenida y una charla sobre lo que había pasado todo esté tiempo, los invitó a salir para que observaran el famoso eclipse, el cual ya había iniciado.

Ordenó a unos guardías que sacaran sillas para que estuvieran cómodos y unas gafas especiales que había comprado. Los demás salieron y lo dejaron solo.

Gerardo terminó de firmar unos documentos y arreglar unos papeles, a punto de salir para bajar y reunirse con su familia, una mano lo detuvo y lo arrastró de nuevo a la oficina.

—Tengo que evitarlo, se acabó mi tiempo —Margarita se mostraba tensa, se frotaba el brazo izquierdo y su respiración era muy agitada—. Son ellos, Gerardo, son ellos.

—Por favor, no puedes hacerme esto, no ahora que te necesito más que nunca —Gerardo sostuvo a Margarita justo cuando ella tuvo un leve mareo—. No puedo hacer esto solo.

—Aún tienes a Julia. Si fallo, estarán los dos juntos para hacer lo que esté en sus manos.

Nadie sabe quiénes son...

—Yo sí, siempre lo supe y estuvieron mucho más cerca de lo que creíamos.

—Por favor, no. Ellas no. No ahora.

—¡Cálmate! Aún tienen bloqueados sus poderes. Cuando di con los demás, también bloqueé los suyos. Al parecer desconocen el hecho de quiénes son.

—¿Y qué harás? ¡Dime! Si se cumple, todos tus hechizos se vendrán abajo y obtendrán su magia.

Margarita sacó un libro pequeño y una botella pequeña con un líquido azul de su bolsillo.

—Hice un hechizo y una poción lo suficientemente fuerte, me costó mucho poder hacerla. Sólo espero que funcione. Si mínimo uno de ellos pierde sus poderes para siempre antes de que se rompa su bloqueo, entonces los poderes de los demás desaparecerán.

—¡Entonces no hay que perder más tiempo!

Justo en ese momento, todo comenzó a temblar, los dos trataron de mantenerse en pie. Margarita dejó caer accidentalmente la botella, rompiéndose y derramando su contenido. Como pudo, alcanzó la puerta, y abriéndola se dirigió a las escaleras, pero algo la detuvo: un ataque al corazón hizo que soltara un quejido y no diera un paso más. Al borde de las escaleras, se dejó caer casi sin vida.

—¡¡¡No!!! —Gerardo le vio caer y corrió a socorrerla demasiado tarde. Mientras rodaba por los escalones, su cabeza se golpeó fuertemente con un barrote de los barandales, haciéndole sangrar por una herida profunda y grande. Al momento en que ella tocó el suelo de la planta baja, el sismo se detuvo. El hombre bajó las escaleras rápidamente y pidió ayuda a gritos.

******

—¿No hay nada que podamos hacer? —soltó Aimeé con notoria preocupación.

—Lo siento.

—¿Quiénes son los otros?

—No lo sé, lo único que me dijo es que los había encontrado y que estaban muy cerca de nosotros.

—Tenemos que hablar con ella, entre más pronto mejor.

—Esperemos que resista —dijo Gerardo para finalizar, con una chispa de esperanza en su voz.

******

—Llegaremos mañana en la noche. Ya revisaron la casa y no hay nada que pueda poner en peligro tu vida. Por favor, no hagas nada de lo que te puedas arrepentir.

—No confías en mí, es más que obvio. Tranquila, no haré una fiesta salvaje en tu ausencia.

—Hablo en serio —escupió Cristina a su hija. No se llevaban bien entre ellas, y al llegar Jorge a sus vidas las peleas aumentaron.

Bye, bye, mamá, no te extrañaré —dijo la morena mientras su madre subía al auto. Después vio cómo el auto se alejaba en el final de la calle. Ricardo estaba tras de ella.

—Deberías ser actriz, la escenita en la casa de tu abuelo me conmovió —la morena se dio la vuelta y arqueó una ceja.

—Gracias, todo te lo debo a ti.

—Vaya, ¿desde cuándo eres una novia tan complaciente? —dijo el moreno con sarcasmo.

—Desde que no haces más que comportarte como un mocoso berrinchudo.

—Ah mira, ¿no te sangra la pedrada? Digo.

—¿Sabes algo? Mejor deja de andar diciendo pendejadas y ve por lo que te pedí —la morena empezaba a desesperarse.

—Creí oírte decirle a tu mamá que no harías una fiesta salvaje en su ausencia.

—Sí, una fiesta salvaje está prohibida. Pero no dijo nada de una fiesta para fin de semestre.

El celular de Luzmaría sonó. Eran sus dos amigas que no paraban de mandar mensajes para saber cómo estaban. La morena simplemente les ignoró y guardó su celular.

—¿Te han dicho que eres la mejor amiga que puedan tener? —el moreno no paraba con su sarcasmo.

—Me molestan esas dos, parecen...

—¿Tus esclavas? Porque eso son. Las usas a tu favor y ni las gracias les das.

—A ti te importa un carajo eso y en vez de joderme, dile a tu amiguito el don pendejo que no tarde en llegar, necesito ayuda para conectar las bocinas y espero haya conseguido quién me surta la mesa de esta noche.

Luzmaría planeó ese día con semanas de anticipación y ningún estúpido sismo se lo iba a impedir, tenían todo calculado y sabía que lo único que los chicos de su escuela no resistían era una fiesta sin restricciones.

—¿De verdad crees que alguien vaya a venir? Digo, con el terremoto dudo que alguien se arriesgue a salir sólo por una fiesta.

—Parece que no los conoces bien. Ten paciencia, que lo que más les importa es pasársela bien. Y no creo que pierdan la chance de algo como lo que tengo planeado —dijo la chica con una sonrisa de triunfo en su rostro.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro