La revelación
—Ay, ya quita esa cara que más me pones de malas, cabrón.
Luzmaría se encontraba en una de las mesas de la cafetería, y a su lado estaba Ricardo. Sólo ellos dos, ya que Jazmín y Michelle estaban en el aula de cómputo haciendo un examen y Lalo en los laboratorios recuperando prácticas. La tensión era inminente, ninguno de los dos se había dirigido la palabra desde el día anterior.
—Me cuesta procesarlo, digo, ¿Tú crees que..? —por fin habló el moreno.
—¿Qué es una estupidez en toda la extensión de la palabra? Si, lo creo.
Ricardo no quería contradecirla, pero podía tener razón.
—¿Y cómo explicas lo que vimos allí? ¿Los collares? ¿Las luces?
—Proyecciones, trucos baratos de internet, yo qué sé. Además, lo que dicen no tiene sentido por favor, ¿quién creería semejante pendejada de "brujos antiguos"? Ni que estuviéramos en la edad media para tragarnos ese cuento —habló la morena sin preocupación—. El viejo sólo quiere hacerse el interesante, como regresó, ahora quiere llamar la atención. Lo que me encabrona es que mi tía y el pendejo ese de Lucas le sigan la corriente.
—Bien, entonces explícame lo que sucedió en tu casa, o lo que a mí me pasó en mi cocina. No sé, es mucha casualidad.
La chica suspiró.
—Mira, ya estamos bastante grandecitos como para creernos esas mamadas —escupió Luzma ya con los ánimos caldeados—. Me sorprendes en serio, que eres el racional y el lógico. ¿No te das cuenta que todo esto es sólo un teatrito de mi abuelo? Aunque en realidad le doy el mérito, por inventarse una historia bien fumada.
Ricardo se quedó callado. Aunque no quisiera, debía admitir que Luzmaría tenía razón.
—Okey, es verdad, es ilógico todo esto —dijo Ricardo al momento que tomaba un sorbo a su refresco—. Bien, ¿qué hacemos?
—Nada, olvidarnos de eso y seguir con nuestras vidas, no hay otra opción —respondió Luzmaría y se levantó de su asiento—. Y también, nada de mencionarle esto al señor testosterona o a las otras dos. Suficiente tenemos con nuestros problemas como para soportarlos a ellos también. Me voy al salón.
Y se marchó, dejando solo a su novio, quien aún meditaba lo ocurrido. ¿Será real todo eso?
******
—No creo que tengas éxito buscando ahí.
Hacía ya un par de horas que habían salido de clases y como lo acordaron, se reunirían en la casa de Alex para buscar información acerca de lo que habían escuchado. El chico revisaba muy a fondo el pequeño libro de su abuela mientras Zoe buscaba en su laptop algo que pudiera ser relevante.
—Pues aquí hay algo.
—A ver —el rizado se colocó a su lado y miró la pantalla de la computadora.
La información que la rubia encontró fue lo más básico: la religión Wicca. En ella hablaba de las fases de la luna, los días especiales o Sabbats y varios rituales. El rizado suspiró y se apartó en dirección a uno de los sillones.
—No creo que sea esto. Lo que mencionan es muy simple, como algo casual.
—Bueno, esto habla de brujos, creí que nosotros lo éramos ¿o no?
—Pues se supone que nosotros somos algo así como "brujos con súper poderes" —dijo el rizado alzando el libro negro.
La puerta sonó. Alex, quien estaba más cerca de ella se levantó y abrió, dejando pasar a su amiga la castaña quién cargaba una mochila muy pesada. Ambos la saludaron de un simple "hola".
Arisbeth correspondió el saludo y de inmediato sacó el libro que traía. Lo hojeó y llegó a una página específica que parecía tener información acerca de lo que escucharon la vez pasada en su casa.
Leyeron acerca de poderes de hechicería y pociones. Magia con hechizos y cánticos especiales para lograr ciertos propósitos. Después de leer unos minutos los chicos se pusieron de pie.
—Bien, entonces tenemos poderes mágicos, podemos hacer hechizos y esas cosas. Pues probémoslo —dijo un extasiado Alex.
—Aquí dice que debemos tener cuidado con eso, no sabemos qué puede pasar realmente —le advirtió Arisbeth.
—Sí, sí, como sea —respondió Alex que hojeaba el libro de su abuela, hasta detenerse en una página—. ¿Qué tal éste? Hechizo para congelar a una persona.
Zoe alzó una ceja y soltó un bufido. Le costaba creer que todo fuera cierto, ya que siempre pensó en eso como una charlatanería, trucos y maneras de engañar a la gente.
—Bueno, allá va —exclamó Alex en dirección a la castaña.
—¡Ni se te ocurra! ¡No seré tu rata de laboratorio! —gritó Aris muy furiosa a su amigo.
—Ni siquiera sabemos si funciona, tal vez estemos perdiendo el tiempo en realidad. Ya, cállate y déjame hacerlo —gritó el chico.
—¡Esto es real! —la chica no terminó de hablar cuando su amigo recitó el encantamiento.
—Toma su furia, llévala a otro lugar, y a esta chica impaciente te pido congelar.
En un instante, Arisbeth se quedó completamente inmóvil. Zoe ahogó un grito y soltó una risa nerviosa. Alex se quedó sin habla y miró a su amiga totalmente paralizada. Agitaron las manos enfrente de sus ojos, le chasquearon los dedos y trataron de hacerla moverse, sin éxito alguno.
No había dudas, era real.
—¡Okey, esto en serio da miedo! —soltó Alex junto a una risilla nerviosa.
—¿Y ahora? ¿Cómo la regresamos a la normalidad? —preguntó Zoe.
—Espera, deja veo esto —dijo el chico mientras hojeaba de nuevo el pequeño libro—. No hay nada —dijo a la vez que giraba su brazo en dirección a la chica, y en ese momento, Aris volvió a moverse y continuando con sus gritos. Los chicos quedaron impactados y la chica los miró de mala gana.
—¿Qué?
—Funcionó —dijo Alex con tono nervioso.
—¿Ven? Les dije que esto es real. Me pasó en la escuela y casi me descubren.
—¿Alguien te vio? —preguntó Zoe cruzando los brazos.
—Un chico, se acercó a la fuente y casi me descubre las dos veces que estuve ahí —contó Aris mientras venía a su mente la imagen de Dante.
—¿Pero no vio nada? —cuestionó Alex.
—Espero que no —Arisbeth deseaba que Dante no hubiese visto nada, pero a juzgar por la actitud del chico lo más probable es que ni siquiera se diera cuenta.
El resto de la tarde fue más aburrida, leyeron la información del libro y la juntaron con la del diario de Margarita. Decidieron no probar más hechizos hasta que estuvieran seguros de lo que hacían, pues aún tenían que aprender a dominar esos "fantásticos" poderes.
*******
Para ser los últimos días del semestre, Dante tenía que estudiar mucho más que de costumbre para su global de historia, ya que era la materia que más se le dificultaba.
Repasó sus apuntes de primer y segundo parcial, e incluso lo que venía en su libro de texto, pero había algo que no dejaba que se concentrara, un pensamiento ruidoso que sonaba violento en su mente desde el día anterior en que la vio por primera vez.
—Arisbeth —se dijo para sí mismo.
Su segundo encuentro fue mejor que el anterior, y dio las gracias por ya saber su nombre y quién era. Dante no era tonto, sabía que algo pasaba en él, pero no quería reconocerlo.
—¿De veras me gustó la hija de la profa? —repitió para sí mismo—. ¿Qué tan pendejo debo de estar para que me sienta así?
Había algo más que Dante no pasaba por alto: el hambre. Siendo casi las nueve de la noche, no había probado bocado alguno. Fue hacia la cocina y sacó varios ingredientes para prepararse un sándwich.
Cuando tomó el pan, miró a un costado de la alacena y notó que su madre había comprado una planta pequeña que colocó junto a la ventana.
Al instante, Dante recordó lo sucedido el día anterior. Temeroso por que se repitiese, se alejó de la planta y se limitó a preparar su comida. Cuando hubo terminado, dejó el pan en el mismo lugar donde lo tomó y sin querer vio de nuevo la plantita. El chico se armó de valor y se acercó poco a poco.
Decidió probar si lo que había pasado en la escuela se volvía a repetir. Con cuidado, acercó su mano hacia la pequeña maceta sólo por encima. Cuando estaba a punto de tocarla, la planta comenzó a moverse lentamente. Dante alejó la mano, asustado y retrocedió mientras veía que la planta crecía y crecía, rompiendo la maceta y arrastrándose hacia él.
—¡Basta! —gritó con todas sus fuerzas, presa del pánico.
Para su sorpresa, ésta se detuvo y empezó a encogerse hasta recuperar su tamaño habitual. El chico estaba realmente confundido y asustado. ¿Por qué le pasaban esas cosas a él? Un ruido lo hizo saltar de repente. Su celular sonaba a todo volumen.
Dante lo tomó y vio en la pantalla que el número que llamaba era privado. El chico no quiso contestar, pero llegó a pensar que se trataba de alguna llamada de su madre en el hospital. Accionó el botón y escuchó.
—Ten cuidado con ellos, te engañarán y te llevarán a donde el Santuario de los Solares, te obligarán a que seas como ellos, no lo permitas, tú eres libre de ser y de usar tus poderes a tu antojo Dante —dijo una voz distorsionada y cortó.
—¿Hola? ¿Quién habla? —dijo inútilmente el chico mientras miraba su teléfono tratando de razonar ese mensaje.
Otra vez el teléfono sonó, pero esta vez era un mensaje de texto. Dante lo abrió:
"Holi, nos vemos mañana en la cafe, para platicar un rato va? Te quiero xoxo :*"
Al ver quién mandaba el mensaje, no dudo en responder.
"Claro, te la debo. Estoy libre a las 11, puedes? Tengo que contarte algo que me acaba de pasar, tambien te quiero Zoe"
Dante volvió a pensar en la llamada extraña que recibió, y en lo que acababa de pasar con esa planta ¿Qué demonios estaba sucediendo? Y lo más importante: ¿por qué a él?
Sin que lo notase, desde afuera de su casa, una extraña figura vestida totalmente de negro, con gafas oscuras y una gabardina larga, lo miraba desde el otro extremo de la calle. Después de unos segundos, y justo cuando un rayo iluminaba el cielo y la lluvia comenzaba a caer, la figura se giró y se alejó del lugar caminando, como si hubiese logrado su cometido.
******
Tal y como lo dijo, a las once de la mañana, Dante esperaba a su amiga en la cafetería.
Estaba nervioso por el examen de historia que acababa de realizar, y teniendo en cuenta lo ocurrido no lograba tranquilizarse con nada. Jugando con unos hilos sueltos de su suéter negro, vio a una figura femenina yendo hacia él. Cuando la enfocó, le sonrió y se levantó para saludarla.
—Hola —le dijo él a la rubia que sonreía de oreja a oreja muy contenta.
—Ciao Dante —respondió Zoe, ambos se abrazaron fuerte.
—Adoro tu acento en italiano, es muy chido —exclamó el castaño al tiempo que se separaba de ella y jalaba la silla para que la chica se sentara.
—Bueno, puede que te enseñe un poco el italiano y así te puedo hablar más tiempo con el acento —dijo Zoe cuando se sentaba y él arrimaba su silla para acomodarla, gesto que a ella la enloqueció por dentro—. ¿Y qué tenías que contarme? ¿Qué te sucedió?
El chico cambió su semblante de alegre a un poco serio. Zoe lo notó y creyó haber metido la pata.
—¿Algo grave?
—No, o al menos eso creo. Es complicado —respondió Dante al tiempo que se sentaba.
—¿Al menos eso crees? —preguntó la chica un tanto confundida.
—Pues... No sé, todo ha estado raro desde hace un tiempo, me han pasado cosas bien raras, pero raras con ganas. Ayer recibí una llamada extraña y además me ocurrió la misma cosa dos veces, antier igual. Es muy cagado, y la verdad creo que ya me estoy volviendo loco. O pendejo, a estas alturas ya ni sé.
—No eres el único, de verdad créeme. Pero dime, ¿qué te dijeron en esa llamada ¿O qué fue lo que te pasó? —cuestionó otra vez Zoe.
—Pues verás... —y así comenzó Dante relatándole a su bella amiga lo ocurrido en el laboratorio y en su casa. Detalló con exactitud lo que le había sucedido y cómo inexplicablemente las plantas se movían apenas las tocaba.
Zoe, por lo tanto, ponía atención a lo que éste decía, o al menos eso fingía, ya que al escuchar a Dante hablando de mover las plantas hizo recordarle "ese" asunto, pero no estaba muy segura de si eran extrañas coincidencias solamente o si en serio eso significaba algo más.
—Vaya, es... Ni siquiera tengo palabras para describirlo. —Zoe trató de no sonar tonta.
—Que estoy loco, ¿verdad? Y eso que ni siquiera te he dicho lo de la llamada —le respondió el castaño soltando una pequeña risa nerviosa.
—No, no. No es eso. No me creerías si te digo que igual me han pasado cosas muy extrañas y bien cagadas también —Zoe suspiró—, pero bueno, ¿qué te dijeron?
—La verdad no tengo ni la más mínima pinche idea de lo que me quisieron decir, pero sí sé que era para mí porque dijeron mi nombre. Era algo bien enredado, que tuviera cuidado con ellos, que me iban a engañar, y también que me iban a llevar a un santuario de... Agh, no recuerdo. Era... ¡Ah, Solares!, al santuario de los Solares...
La rubia quedó petrificada. Todo tuvo sentido de un momento para otro: la llamada, la historia de Dante y que también empezó a experimentar cosas extrañas apenas hace unos días. No tenía ninguna duda, Dante era el sexto guardián.
—¿Zoe? ¿Qué te pasa? ¿Estás bien? —el castaño se alarmó ante la reacción de su amiga, quién se puso pálida.
—Yo... Si... Estoy bien... —dijo despertando de ese pequeño trance—. Dante, dime algo... ¿desde cuándo te están pasando estas cosas?
—Desde el sábado, me desmayé y... —el chico no siguió al ver que la chica cerró los ojos y suspiró—. Oye, ¿qué pasa? ¿Qué dije o qué?
Zoe por su parte lo confirmó, el chico era el Guardián de la Tierra. Sin más, se levantó de su silla muy nerviosa y tomó su mochila.
—Em... Ya me toca clase, lo siento Dante, nos vemos después, ¿vale? —se despidió la rubia y se dirigió a la entrada sin siquiera verle—. Cuídate, ciao.
—¿Qué? ¡Espera, Zoe! —trató de frenarla el chico corriendo tras ella, pero la rubia corrió rápido hasta perderse en los pasillos—. Zoe, no debí contarte nada. ¡Espera!
Dante se detuvo frustrado. Ahora su amiga pensaba que estaba realmente loco. Claro, ¿cómo pensó que alguien le creería semejantes pendejadas? Ahora sólo le importaba si ella le volviese a hablar o como todos en ese instituto, pasarían de largo con él por ser un don nadie.
Al girarse ya resignado, chocó con una figura femenina que pasaba en ese momento.
—¡Auch, fíjate! —la chica era muy hermosa, de piel morena y ojos grises, con cabello negro y largo que le sonrió de lado justo cuando sus miradas se cruzaron.
—Perdón, perdón, no te ví, lo siento mucho, yo... —dijo él con una voz temblorosa.
—Descuida, no pasa nada —Luzma le dedicó otra sonrisa seductora—. Hasta luego.
Y se alejó. Luzmaría quedó fascinada ante la belleza de ese chico. No era a lo que estaba acostumbrada, pero había algo en él que le atrajo de inmediato. Su físico, su actitud inocente o su sumisión. No sabía, pero el joven había movido algo en ella.
Sin embargo, a Dante le causó un escalofrío inmenso, la chica era bella, pero esos ojos grises tan penetrantes y pesados fueron para él un símbolo de mal augurio, como si el verlos fuera una señal de que algo malo sucedería. Sin más, se marchó de nuevo a la cafetería ya que había dejado sus cosas, yendo solo y desilusionado.
—Soy yo. Demasiado tarde. Ya sabe que es el sexto señalado y no dudará en decírselo a los otros... Debemos actuar antes que ellos lo hagan, no hay otra opción —hablaba por teléfono una figura masculina que miraba al chico mientras se alejaba—. Sin la protección de la vieja bruja son totalmente vulnerables, no vivirán por mucho, de eso nos encargaremos nosotros —y colgó.
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