El despertar
—Mira. Es de chocolate, sé que quieres —Zoe, con el helado en mano, incitó a Alex quién abrazaba a Andy. Eran las cinco de la tarde y su padre no había llamado para dar informes de su abuela.
El chico tenía mucha hambre, sentía su boca más que seca y la oferta que su amiga le hacía era imposible de rechazar. Sin más, miró a la rubia y le quitó la cuchara.
Zoe lo miró arqueando una ceja, pero no dijo nada, y sonrió cuando el chico empezó a comer casi un cuarto del bote de helado de una sola pasada.
—¡Mío! —le reclamó Alex a la pelirroja cuando quiso tomar un poco. Andrea volteó los ojos en blanco y se alejó.
Michael por lo mientras conversaba con alguien por teléfono. Por las expresiones de su rostro, parecía que no tenía buenas noticias. Arisbeth bajó las escaleras con unas películas en sus manos. Se acercó a los chicos y llamó a Mickey, quién en ese momento cortaba la llamada.
—Mi mamá tiene estas películas, podemos elegir cuál ver y así pasar la noche.
—Lo siento, no podré quedarme. Mi mamá me llamó toda histérica reclamándome que no le avisé ni nada y dijo que llegara antes de que anochezca. Lo siento —la pelirroja puso cara de tristeza cuando dijo eso a sus amigos.
—Igual yo. Mi papá quiere que estemos todos en la noche para cenar. Es su manera de calmarnos cuando ocurren situaciones desagradables —Michael también rechazó la oferta de la velada.
Aris no tuvo más remedio que acompañar a los chicos a la entrada, después de despedirse de Alex y la rubia.
—¿No te irás tú? —preguntó el rizado.
—Hablé con mi papá, le expliqué lo sucedido y me dejó estar aquí el tiempo necesario. Si le hubiese marcado a mi mamá tal vez sería otra historia... —los dos amigos se abrazaron.
Cuando los chicos estaban a punto de salir, Aimeé los detuvo y se despidió de ellos.
—Hasta pronto pequeños, ya saben que esta es su casa para todo lo que se les ofrezca. Vayan con cuidado y que Dios los bendiga —abrazó a los dos chicos con una enorme sonrisa en su boca.
—Ay... Gracias miss Aimeé. ¡Usted siempre es tan linda! —respondió Andrea muy conmovida. Mickey se limitó a devolverle la sonrisa y después se marcharon.
Arisbeth se giró para ver a su mamá.
—¿Eres su profesora, cierto? —Aris soltó un pequeño bufido.
—Lo fui cuando iniciaron el semestre. Su profesor original en una asignatura tuvo problemas de salud y yo lo cubrí hasta mediados del ciclo, cuando se recuperó y volvió a trabajar —la castaña arqueó las cejas.
—Supongo que te veré en la escuela más seguido.
—Sí, pero no imparto en los primeros semestres. Generalmente soy de tercer semestre en adelante —explicó la joven maestra.
Las dos caminaron al interior de la sala, abrazadas tiernamente.
******
—Ve esto, nena. Pura calidad. —Lalo llevaba unas botellas de alcohol y las mostraba con orgullo.
—¡Baja eso y cállate, grandísimo pendejo!
El interior de la casa de Luzmaría se encontraba totalmente lleno de globos neón, las mesas tenían pizzas y refrescos de todos los sabores. La piscina que se encontraba en la parte trasera estaba lista para una noche en la que nadie que estuviera a un kilómetro de radio pudiera dormir.
Unas bocinas gigantes se encontraban cerca de la chimenea, Ricardo las conectaba a un sintetizador y este a su vez, se conectaba a su laptop.
Jazmín y Michelle se encargaron desde unos días atrás, de divulgar por todos los medios sobre la fiesta en la casa de Luzmaría, para celebrar el fin del semestre.
Todos los alumnos del instituto estaban más que invitados y no sólo se limitaba a ellos; cualquiera que contribuyera generosamente con una donación de botellas de alcohol sería bien recibido.
—¡Listo! Todo mundo sabe de lo de esta noche —la teñida se acercó a Lalo que, por estar presumiendo sus botellas, sin querer la empujó, y cuando estuvo a punto de golpearlo con un palo que tenía cerca, la morena les gritó que se pusieran a trabajar. De mala manera, continuaron arreglando todo para esa noche.
—Ya está todo conectado, sólo falta que me den la música y listo —la morena veía a su novio mientras le explicaba todo. Se acercó y quiso tocar su mano y una gran descarga recorrió a los dos, se separaron confundidos y exaltados.
—¿Otra vez? —Luzmaría dijo para sí misma. Había sucedido exactamente lo mismo que cuando se acercó a su prima. No sabía qué estaba pasando en ese momento.
—A vosotros os estaba buscando. Más vale que esto se ponga de puta madre porque sino de en valde la cantidad de gente que invité —les dijo Michelle en medio del salón principal.
—No te preocupes, si les pusiste que todo se permitía entonces van a venir sí o sí —los ojos plata de Luzmaría se iluminaron al imaginarse como una de las mayores influyentes del lugar.
Al cabo de unas horas, muchos autos se estacionaron a las afueras de la casa, y de ellos salían muchos chicos, y uno que otro que ya pasaba de los veinte.
Entraron a la casa, que no era para nada pequeña, abarcaba un poco más de media cuadra. La música empezó a sonar muy alto que algunos vecinos se molestaron demasiado. Muchos de los invitados iban en traje de baño para ir directo a la piscina: el principal centro de atención.
Ricardo y Eduardo en traje de baño atraían las miradas de las chicas y uno que otro chico. Los dos jugaban fútbol y el entrenamiento físico los bendijo con cuerpos torneados.
Todos se quedaron muy sorprendidos al mirar a tres chicas bajar de las escaleras, lideradas por la morena. Jazmín llevaba un traje de baño rojo que hacía juego con su cabello y hacía ver lo delgada que era. Michelle llevaba uno de color verde que bastaba para que muchos chicos la voltearan a ver.
La sorpresa mayor fue cuando vieron a la morena. Un bikini rosa muy diminuto con lentejuelas era lo único que la cubría. Su figura era de resaltarse y con sólo esas dos prendas no dejaban mucho a la imaginación. Las tres chicas caminaron al micrófono y Luzmaría lo tomó.
—¡Que empiece esta fiesta!
Los demás gritaron de la emoción y comenzaron a bailar en éxtasis al ritmo de la música. Se acercaban a las mesas para comer o agarrar botellas y beber.
Al paso de una hora, todos estaban en un estado de éxtasis. Algunos seguían bailando, otros en la piscina jugando y bebiendo como locos, otros incluso andaban en los rincones besándose e incluso yendo más allá... Era la fiesta salvaje de fin de semestre perfecta.
Lalo, quien ya se encontraba en un estado no muy atento, se movía por todos lados presumiendo y pavoneando como si de un león se tratara. Buscaba una presa, es decir, una chica. Pero su comportamiento más que atraerlas, sólo las alejaba y le causaba burlas.
Michelle y Jazmín permanecían juntas y muchos chicos se les acercaron, para charlar o invitarles algo de tomar. A pesar de eso, ellas no aceptaban ninguna bebida de ellos. Luzmaría las amenazó con estar completamente sobrias para cuidar y evitar cualquier desperfecto si llegara a pasar.
Sin embargo, Ricardo y Luzmaría se encontraban en la cocina bebiendo tranquilamente sin ruidos. La cocina era el único lugar libre de la planta baja, aunque el moreno sintió que necesitaban aún más privacidad.
—Vamos arriba —dijo mientras hacía señas para salir de ahí.
Luzmaría lo miró y ensanchó una sonrisa encantadora. Se acercaron a la puerta y le abrieron, dispuestos a tener un momento más íntimo.
El reloj que colgaba de la pared marcaba las 11:10.
Agarrados de la mano, se dispusieron a pasar de entre la gente, cuando Ricardo y Luzmaría se detuvieron.
En ese momento, la vista se nubló para ambos. Sintieron que todo les daba de vueltas y sus cuerpos empezaron a sentirse pesados. La música ensordecedora se apagaba poco a poco para ellos dos y no parecían tener control sobre sí mismos.
Él miró a su novia que se tambaleaba de un lado a otro. En sus mentes, como una película, se mostraron una serie de símbolos que ninguno de ellos había visto alguna vez, y algunos flashes de una luz cegadora quemaban sus débiles pensamientos.
—¿¡Qué..!? —fue lo único que pronunció Ricardo antes de caer inconsciente a lado de su novia. Al principio nadie se percató, hasta que una chica los encontró tirados y que no se movían, y corrió a llamar a las otras dos anfitrionas que cuidaban aquella fiesta.
******
La televisión de la sala proyectaba "La sirenita", había montones de comida en la mesita de centro y los tres adolescentes cantaban al ritmo de "Bajo el Mar". Se habían olvidado de todo lo ocurrido en la mañana de ese día y ahora disfrutaban el tiempo juntos.
—Bajo el mar, bajo el mar. Vives contenta siendo sirena, eres feliz... —los chicos desentonaban y sus voces se oían en toda la casa.
Pasó el tiempo y la película terminó. Alex no recibió ninguna llamada en todo el día, y empezaba a preocuparse. Marcó varias veces el número de su padre sin respuesta alguna.
—Ya estoy entrando en crisis —dijo más que molesto.
—Tranquilo, a lo mejor se le terminó la pila —Zoe trató de apaciguarlo sin éxito.
Recogieron todo el desorden de la sala y pasaron a la cocina. Alex quien no aguantaba más se dispuso a ir al baño, dejando a las dos chicas a solas, haciendo el momento más incómodo de toda la noche.
—Lo siento, no debí hablarte así, es sólo que ya tenía planes y yo... —Zoe rompió el silencio, sorprendiendo a la castaña por la manera en que lo hizo.
—No te preocupes, entiendo. Además, necesitamos estar bien por él. Me ha gustado que se haya olvidado de la situación y nos hayamos dado un tiempo para conocernos un poco.
Zoe sonrió, la castaña le extendió la mano con la misma sonrisa de oreja a oreja imposible de disimular.
—Entonces, ¿amigas?
—Es un poco fuerte esa palabra, aunque podemos empezar a llevarnos bien —respondió la rubia con sarcasmo divertido—. Por cierto, feliz cumpleaños.
Zoe la abrazó y Aris le correspondió. No eran amigas, pero un comienzo era un comienzo.
Alex salió del baño, bajó las escaleras y se dirigió a la cocina.
Vio como sus dos amigas actuaban de manera amistosa, ya no se trataban con indiferencia y se llevó una gran sorpresa al ver que ambas se abrazaron. Sin percatarse, Aimeé se colocó a su lado mientras veía la escena.
—Veo que se llevan bien —habló en voz baja hacia Alex.
—Y pensar que hace un rato ni se miraban.
—¿Has hablado con tu papá? —la mujer cambió drásticamente el tema.
—No me responde las llamadas, no sé qué está pasando, y tengo miedo.
Aimeé lo abrazó por el costado y ella recostó su cabeza en sus hombros, por la diferencia de estatura entre ambos. Las dos chicas que por fin se dieron cuenta de lo ocurrido, guardaron silencio algo apenadas. Cuando estaban a punto de acercarse, se detuvieron bruscamente, sintiendo una gran pesadez en sus cuerpos.
La mujer las miró confusa y unos instantes después, las manos de Alex la jalaban fuertemente. Los tres chicos tenían la mirada perdida y un segundo después, se encontraban en el piso, totalmente inconscientes.
Aimeé pidió ayuda y algunos guardias que se encontraban en otro salón corrieron a socorrerla. Cargaron a los chicos y los recostaron en los sillones de la sala. La mujer tomó su teléfono y marcó a un número de emergencia, tras contestar le explicó a la operadora lo que sucedía, y al escuchar que iba ayuda en camino, colgó la llamada.
Hora de llamada: 11:12, vio en la pantalla de su celular.
Mientras esperaba con los tres chicos inconscientes, su padre bajaba las escaleras con un semblante bastante negativo. Se percató de eso y vio cómo el viejo hombre se acercaba lentamente hacia ellos.
—¿Qué pasó? —preguntó la hija al ver el fatídico estado de su padre.
—No puedo... —el hombre luchaba por no llorar, aunque por dentro se encontraba totalmente destrozado.
—Papá, ¿qué sucede? ¡Habla! —Aimeé sentía un nudo en la garganta, porque muy en el fondo ya sabía el significado de esas palabras tan amargas que su padre titubeó.
******
Se escuchaba el ruido de aquél refrigerador tan viejo como esa casa. El café frío que bebía por los nervios no lograban calmarla y de vez en cuando se ponía de pie y revisaba la ventana, sin rastros de esa persona tan especial para ella.
Se dirigió a la alacena para buscar un sobre de té de manzanilla. Ya no sabía qué hacer para eliminar esa ansiedad tan exasperante.
El sonido de las llaves en la cerradura de la puerta principal hizo que diera un pequeño brinco mientras su corazón latía al mil por hora. Sintió que volaba mientras se dirigía a recibirlo, aliviada y enojada al mismo tiempo.
Cuando llegó al pasillo principal, sus ojos se humedecieron un poco y soltó un suspiro con el cual sus temores salieron disparados.
—¿Por qué a esta hora? ¡Me estaba muriendo de los nervios! ¡Temí lo peor! —su sentido maternal relució y en vez de abrazarlo, se dispuso a regañarlo.
—Lo siento mamá, nos quedamos a limpiar algunos escombros, y después unos amigos me invitaron a comer, pa'l susto —el joven que se encontraba frente a ella se acercó a darle un beso en la mejilla, mismo que ella correspondió.
—Ni una llamada, por favor. Y ese mensaje me dejó intranquila toda la tarde ¿Te acordaste de que tenías una madre, Dante? —sin más abrazó a su hijo y sintió que volvía completamente a la vida.
—Perdóname, no volverá a pasar. pero dime, ¿se rompió alguna cosa?
—Algunos platos y vasos, nada más —la mujer le dedicó una sonrisa a Dante.
—Compraré algunos en cuanto me paguen, te lo prometo —el chico le devolvió la sonrisa a su progenitora.
—Bueno, ve y báñate, después si quieres cenar está la comida en la estufa, hay café y pan si quieres, mi niño —vio cómo su ya no tan pequeño hijo subía las escaleras. Se dirigió a la cocina para apagar todas las luces cuando escuchó el sonido de algo pesado que cayó en el segundo piso. Subió para ver la causa de ese sonido, llamando a su hijo sin respuesta alguna.
Al llegar al baño, de dónde provino ese ruido, se llevó una desagradable sorpresa al ver a su niño inconsciente en el piso. Trató de despertarlo sin éxito, ya que el chico parecía haber caído en un coma temporal.
******
Las sillas del hospital no eran nada cómodas, pero el cansancio hizo que Lucas durmiera allí por lo estresante y agotador que resultó ese día.
Una estampida de enfermeras y doctores lo hizo despertar de golpe, mientras veía a los uniformes blancos moverse rápidamente.
—¡Habitación 111! Al parecer fue un paro cardíaco —dijo una de las enfermeras a otra que corrían a la velocidad de la luz.
Lucas se estremeció al escuchar eso, ya que esa era la habitación de su suegra. Se levantó desesperadamente y trató de ir hacia ese lugar, pero un enfermero de guardia lo detuvo firme.
—Lo sentimos, no puede pasar.
—¿Qué pasó? ¡Es la habitación de mi suegra! ¿Está bien?
—No podemos confirmar nada, por favor cálmese —Lucas forcejeó con algunos enfermeros, pero no pudo con ellos. Uno de los doctores salió de la habitación mientras llevaba una carpeta en la mano.
—¿Familiar de Margarita Solares?
—Soy yo, por favor doctor, dígame ¡¿qué pasa?! —los nervios y alteración del hombre palpitaban violentamente en su corazón.
—Señor, lamento informarle que —el médico se detuvo un momento—, que la señora Margarita acaba de fallecer.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro