Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

PARTE 8: "OJOS DE HIELO (FINAL I/II)"

- ¿Cuán lejos podremos llegar?

Esa es la pregunta que Curra les solía hacer a sus niños al inicio de cada clase, al empezar las asambleas, al mirar sus caras llenas de destellos fugaces de destino. Cada uno de ellos daba distintas respuestas abiertas a la imaginación, al deseo, sin tener en cuenta nada que pudiera detenerles. Curra misma era la prueba viva de lo lejos que se podía llegar. Desde que empezase como maestra hasta que finalmente se asentó con los años tuvo hasta tiempo para formarse como monitora de ocio y tiempo libre y hacerse una scout cuando no estaba trabajando en su colegio. Cuando estaba en el cole no la llevaba puesta muchas veces, pero su pañoleta siempre la esperaba fielmente encima de la mesa. Si se lo hubiesen preguntado años atrás, no se lo hubiera creído ni ella. Pero ahora que había ido tan lejos, sabiendo más y conociendo a muchas más personas y animales de los que hubiera imaginado, se sentía también pesada, cansada y vieja. También iba aprendiendo sin parar cosas nuevas del mundo. Ahora todos estaban pegados a la tecnología, a los móviles, ordenadores. Ya no levantaban la mirada al frente como antes, ya no pensaban en cosas que pudieran oler o tocar y que estuvieran a su alcance. Y eso llamaba su atención hasta el punto de debatirlo un día en la asamblea:

- Vivimos en un mundo lleno de agobio. Es todo un no parar, un no sentirse bien si no se está a la última tendencia o si no se sabe la última actualización. No podemos dormir, vivir tranquilos o descansar por estar pendientes de las redes sociales. Las fotos que se hacen ya no son para la familia sino colgarlas en las redes y hacerlas públicas, queriendo gustar a gente a la que no gustamos o ni siquiera interesamos. En ocasiones, no tenemos ni idea de que quién puede ser quién pueda ver nuestras cosas. Tenemos que avanzar, sí, pero también tenemos controlar nuestro avance.

Las respuestas de los niños eran variadas, aunque se sentían irremediablemente atraídos por las nuevas tecnologías. Así como los colegios ahora también las tenían en sus aulas. Curra debía enseñarles entonces a saber usar esas tecnologías con seriedad y suavidad, sin depender de ellas como una droga, sin hacer que se separen de los demás hasta quedarse solos y sin colgar ahí toda la vida privada para que la gente inadecuada pueda verlo. Aunque en varias ocasiones eran los propios niños los que se le adelantaban en las clases. En concreto dos de ellos, Enzo y Eric eran los más avanzados en ese tema y cada poco enseñaban a Curra qué botón tocar o hacia dónde mover el ratón del ordenador.

- No importa lo pequeños que seamos, aún así siempre te enseñamos – exclamó Eric.

- Mientras me cubráis el lomo delante de los otros compis y no me delatéis por no saber mucho, os seguiré mimando – dijo Curra en voz baja y dándoles lametazos.

- Seguro que cuando seamos mayores, te ayudaremos más de lo que crees – respondió Enzo, risueño-. Seremos como tus profes, al igual que tú lo eres ahora con nosotros.

Curra rió ante esa respuesta:

- Anda que no quedará tiempo para que eso pase, nenes. - ¿Y cómo haremos para no olvidarlo con el paso del tiempo? – preguntaron ellos.

 - Tan sencillo, como difícil: nunca dejar de regar el árbol de la voluntad. Día a día. A pesar de las ramas muertas y las épocas de sequía. Día a día.

Al final de esa misma clase, Curra volvió con sus niños de 4 años al aula a tiempo justo de los rincones. Recogiendo las cosas y velando por sus niños, pudo fijarse como Enzo y Eric hacían un dibujo muy similar entre los dos. Curra se acercó, no pudiendo frenar su interés.

- ¿Qué es?

- Es nuestro sueño, Curra – respondió Eric.

- O al menos uno de ellos – rió Enzo-, hay tanto que nos gustaría ser o hacer.

El dibujo era el de un cohete ascendente con un gran número de detalles para la edad que tenían. Curra les besó y alabó el dibujo, que realmente la encantaba. Al comprobar cómo realmente se habían ganado su gusto, los hermanos mellizos quisieron regalárselo. Pero a Curra siempre le importaba un detalle esencial en todo dibujo o creación propia.

- Ah, ah... Las obras maestras siempre van firmadas.

Cuando los mellizos quisieron firmar el dibujo, llegó la hora de ir a casa. Curra entonó el "a recoger, a ordenar" y Enzo y Eric tuvieron que hacerlo con tantas prisas que se quedaron el dibujo para volver a intentar dárselo a su maestra. Curra ya estaba tan concentrada en abrigar a sus niños y que quedara todo recogido que hasta se le pasó lo del dibujo.

Ya al final de cada clase, de cada jornada, Curra tenía que sentarse más y más tiempo para descansar, en relación con su ya avanzada edad. Sus reuniones en la sala de profesoras tomaban más tiempo cada vez y las conversaciones con sus compañeras maestras se hacían más y más largas sólo por no poder, o a veces no querer levantarse de la silla. Hubo sólo una vez una riña que tuvo con su compañera Cris. Una de estas riñas sin sentido, proveniente del malentendido de dos personas que luchan por tener la razón, que tristemente quedó sin arreglar. La consecuencia de esto es que Cris y Curra se fueran alejando poco a poco, más por el genio de Cris que por el aparente arrepentimiento de Curra, hasta llegar a un punto de no estar las dos juntas en la misma habitación. Menos hablar entre ellos. Tristemente hacía casi años que ya no hablaban. Las compañeras quisieron meterse, pero Curra no quiso comprometerlas, sabiendo que el problema era solo suyo y de ella y que, tal vez, un día con suerte se arreglaría.

Por otra parte, todos los días se antojaban de rutinarios en el buen sentido de la palabra, viendo como sus compañeras y amigas crecían y cambiaban. Una de ellas, Aída, estaba esperando a su bebé, una preciosa niña que se llamaría Noa en cuanto naciese. Curra y el resto de compañeras siempre traían comida y regalos para la niña y para su madre mientras ella aún seguía impartiendo clase mientras pudiese. Por otro lado, las clásicas aún estaban allí: Lara, Raquel, Tamara, Sara, Rebeca, Marta, Rocío... Hasta llegar a Laura. Curra siempre se había preocupado de tener amistad con todas las maestras. Pero Laura y ella siempre se mostraron especialmente unidas. Tanto se conocían que a veces se comunicaban sin hablar, tan solo la mirada sabían lo que querían decirse la una a la otra. Y había algo que estaba cambiando en ella. Algo malo. Las otras maestras no se lo habían notado, aunque sí que cuando la pedían ayuda para ciertas cosas eran testigos de su rechazo. Curra había estado sentada paciente delante de ella, mirándola todos los días a ver si la decía algo. Ante su silencio y el paso del tiempo decidió ser ella quien empezara:

- ¿Vas a decirme qué te preocupa?

Curra conocía a Laura por una peculiaridad únicamente suya: siempre la había visto feliz. Siempre. No hubo un solo día, ni el peor de todos, que Laura no estuviese preocupada o seria más que "sólo un rato". Su felicidad llenaba de vida el ambiente. Y ahora, para extrañeza de Curra, vida era precisamente lo que le faltaba. Levantó la cabeza hasta encontrar sus ojos con los de la perrita maestra.

- Mi novio ya no es mi novio.

Atenta a su voz quebrada, Curra escuchó a Laura todo el tiempo. Escuchó el triste relato de una maestra que no se sentía querida desde hacía tiempo. Su novio, Adrián, que estaba a sólo unos metros de distancia en el bloque de Primaria, hacía tiempo que no la miraba como antes. De la noche a la mañana ya no la abrazaba como antes. Ya no hablaban como antes. Y llevaba así desde hacía varias semanas ya. Lo que más chocaba a Curra era que desde siempre Adri sólo había tenido ojos para Laura. Desde su juventud, una vez se conocieron en el instituto jamás se perdieron de vista. Necesitaban estar juntos y cuando lo estaban, nada más existía para ellos. En una sala llena de gente, no importaba cuánta gente hubiera que Laura se pasaba minutos buscando con la mirada hasta que una sonrisa delataba que había encontrado a Adri. Si esto no pasaba, Adri siempre la encontraba a ella en cualquier otra parte y se pasaba por su lado, tocándola el hombro y después abrazándola. Si uno de los dos faltaba, ya no era lo mismo. Se necesitaban el uno al otro. Laura transformó a Adri, pero Adri es el responsable de lo que es Laura. Casi todas sus vivencias quedaba retratadas en infinidad de fotografías que sólo probaban que viéndolas accedías a un único 15% de su felicidad. Por lo que a Curra este cambio le pareció profundamente extraño.

- Probablemente sería buena idea investigar por qué. Por qué ya no es como antes. Qué le hizo cambiar. Estoy segura, conociéndoos a los dos que algo le hizo cambiar seguro.

- No quiero hacerme más daño, Curra – Laura estaba cansada, sus ojeras la delataban.

- Pero, ¿qué hay del interés por saber? – Curra trataba de animarla, pellizcando suavemente sus pezuñas contra los dedos de ella-. ¿No quieres averiguar qué ha provocado esto?

La falta de ilusión que tenía era palpable. Estaba tan desanimada que no tenía intención de cambiar nada. Pero Curra no podía dejarla así. Su amiga de verdad no iba a dejarla así. Sabía lo importante que era sentirse querida. No sentirse, ni estar sola. Y desde luego no iba a dejar a Laura triste y sola. De modo que se puso manos a la obra.

Por lo que descubrió preguntando a Laura y al resto de compañeras, hacía tiempo que Laura no pasaba por casa a cuidar a Pancho, su perro. Obviamente cuando Curra llegó a la casa de ella, pudo ver cómo estaba desordenada y sin limpiar por la falta de días sin haber nadie allí para mantener el orden y la limpieza. Ella estaba tan triste y Adri tan separado de ella, que ni siquiera habían vuelto a casa juntos en un tiempo. Sin poder encontrar a Pancho, Curra preguntó por él por todas partes hasta conseguir dar con él en una casa de juegos particular de una manada de gatos. Nada más entrar en la sala de la casa destinada al juego, una nube de humo la invadió de forma inesperada y molesta. Comenzó a toser sin parar y tuvo que ponerse la pañoleta scout en la boca para cubrirse.

- ¿Pancho? – lo llamó como pudo mientras pasaba la sala a ciegas y tosiendo.

- Aquí – una voz pesada y varonil la indicó con desdén desde la neblina.

Curra sabía que lo había oído cerca, pero aún poniéndose a dos patas y palpando y alzando una de las patas superiores (la otra sostenía la pañoleta contra la boca) para tocar cualquier cosa no tenía suerte localizando al perro de Laura. Curra escuchaba movimiento de fichas y pezuñas ansiosas contra una mesa pero no veía nada.

- ¿Pancho? – volvió a llamarle.

La voz de Pancho estaba quedándose sin paciencia ante el segundo llamado de Curra:

- Aaaaquíííí.

Pero aún así, Curra insistiría hasta encontrarle al fin hocico a hocico. La gota que colmó el vaso fue tropezar contra una silla que había allí. Curra entonces se hartó e insistió con decisión:

- ¡Pancho! ¡¿Dónde estás?!

Una silla se movió, unos pasos anduvieron hacia una ventana de la sala y quien fuese abrió esa ventana, dejando circular el aire y permitiendo evacuar toda la neblina. Esa neblina era en verdad humo de cigarro y en cuanto se disipó, Curra al fin encontró a Pancho ante ella. Estaba sentado en una silla, ante unas fichas y cartas de bacarrá, junto a un vaso de licor y sosteniendo un montecristo a medio consumir entre las pezuñas.

- ¡Aquí, reguaus! – arrugó su expresión y sacó sus dientes en señal de enfado por haberle interrumpido la partida.

Curra se sorprendió de lo cerca que lo había tenido y lo ciega que había estado. Entonces su sorpresa sólo aumentó al descubrir a tres gatos más jugando con Pancho y al croupier a un lado repartiendo las cartas.

- ¿Pero cómo es posible que viváis con todo este humo? – volvió a toser mientras formulaba la pregunta-. Te tenía delante y ni siquiera lo sabía, como para haber chocado.

- Pues ahora sólo está fumando él – intervino el croupier, secándose el sudor-. Cuando fuman todos a la vez, no se ven ni aun estando sentados uno al lado del otro. A veces se asustan entre ellos cuando se levantan para irse tras la partida.

Acabó la partida con Pancho volviendo a salir victorioso una noche más. La mayoría de gatos del salón de juegos ya le odiaba por saquear toda la comida que se apostaban en ellas. Pero eso no curaba el mal humor constante de Pancho. Parecía estar empeñado en doblegar a los demás. Todavía a Curra le costó sentarle a una mesa a hablar los dos. Pancho y Curra se conocían de hacía poco, pero habían congeniado muy bien pese al genio de éste. Sabiendo lo que le había pasado con Cris, Pancho la preguntó si había hablado con ella, a lo que Curra cambió radicalmente de tema. Pancho la advirtió que eso no iba a poder seguir así eternamente, que sólo conseguiría que se hicieran daño las dos. Pero Curra fue lo suficientemente habilidosa como para reorientar la conversación hacia lo que le pasaba a la dueña, madre y amiga del apuesto perro.

- Lo único que sé, Curra, es que un día a Adri le llamaron para marcharse a un sitio a ver a alguien. Cuando regresó ni siquiera hablaba a Laura. Ya no era su universitario favorito.

- ¿Su qué? – preguntó Curra confundida.

- Laura lo llamaba así en sus tiempos de instituto cuando estaba colada por él: su universitario favorito – aclaró Pancho con desdén-. Aunque las pintas que tenía de aquella dijeran lo contrario.

- Poca gente se queda a gusto con sus pintas juveniles – defendió la perrita maestra.

- En fin – prosiguió Pancho-, Laura empezó a mosquearse y ya los últimos días ni siquiera pasaron por casa. Entonces tuve que buscarme yo la vida- Pancho dio una larga calada al puro tras finalizar toda la historia, así como la conversación.

- Lo conveniente sería saber quién le hizo ir a ese lugar y para qué. El problema es que eso ya ha pasado y no podemos cambiarlo, ni volver atrás.

- ¿Cómo que no? – Pancho miró a Curra con cara retadora, a lo que Curra quedó ligeramente sorprendida-. Mira que nos conocemos desde hace bastante, pero aún sigo sorprendiéndote.

Pancho conocía a su croupier como si fuese un amigo suyo y sabía que en los ratos libres apartado del juego y el vicio le apasionaba inventar. De más joven trató de estudiar ingeniería y otras especialidades para ser un científico eminente, su sueño de la infancia. El problema era que no era muy bueno con los libros de matemáticas y su familia se empeñó más en ponerle profesores de matemáticas más que de ingeniería y física cuántica. Craso error para él, pues aprobó todo lo de matemáticas pero quedó condenado a vagar sin haber cumplido su sueño. Todo lo que hacía era clandestino, o sea a escondidas y sin dar explicaciones a nadie. A nadie salvo a los amigos. Pancho le contó el problema de forma resumida, pues tampoco iba a contar toda la vida de Laura a los demás. El croupier en seguida les llevó a su almacén casero y en cuanto encendió la luz, Pancho y Curra no daban crédito a lo que veían.

- Es cierto que la capa de polvo que tiene por encima puede asustar un poco, pero este encanto está preparada para volar de ida y vuelta lo que queráis y más.

Ese "encanto" cubierto de polvo era una nave espacial plateada y puntiaguda para dos personas.

- ¿La plaza de parking va incluida? – preguntó Pancho, burlón, mientras encendía otro de sus puros y manteniendo a Curra en suspense... preguntándose cómo era posible que fumara tanto.

- Ya pensé en eso: fuselaje invisible. Basta con apretar un botón antes de bajarse de la nave y nadie la verá – el croupier les enseñó el botón e hizo una prueba delante de ellos-. De todos modos cuando salgáis emitid una señal de socorro y cuando lleguéis a la dimensión que deseáis tendréis a un tío mío a vuestro servicio para que cuide de vosotros y os ayude. Gracias a mi tío, mi amor por estos trastos nunca murió.

 Una presentación tan llamativa era realmente ilusionante, pero de escuchar lo que la nave podía hacer a hacerlo en verdad conllevaba una seria advertencia:

- Tened en cuenta una cosa muy seria: todo lo que hagáis en cuanto viajéis en el tiempo tendrá consecuencias. Vosotros ahora emprendéis un viaje. Un viaje que no os cambiará en apariencia como estáis ahora, pero sí que cambiará vuestro futuro. Vuestro yo viejo padecerá cualquier cambio que hagáis u otros hagan en el pasado.

- Y si pasara algo de viejos, ¿eso nos afectaría a nosotros de jóvenes? – preguntó Pancho intrigado, para luego echar una mirada a Curra riéndose-. Bueno, yo soy joven... Tú no como te sentirás.

- Tú tampoco eres un jovencito, tienes 6 años.

- Soy un joven madurito. Estoy en la flor de la vida – contraatacó el perro entre dientes.

Mientras Curra resoplaba, el croupier contestaba la pregunta que Pancho había formulado hacía segundos:

- Si por ejemplo murieras en el viaje al pasado, tranquilo porque tu yo viejo desaparecería del mapa por completo. Pero si tu yo viejo muere, tú no has llegado a viejo aún por lo que seguirías vivo. Peeeeroooo... Tu cuerpo sufriría deterioros: heridas, cojeras, impedimentos para andar, mutismo o invalidez. Así mismo, si hubiese un evento que afecte a tus emociones o recuerdos de forma muy fuerte de viejo, poco a poco lo sacarías a aflorar en tu yo actual sin saber muy bien por qué.

Pancho entrecerró los ojos mascarando su preocupación interna con su labia externa. Curra tragó saliva pero se concentró rápidamente en hacer feliz a Laura, evitando pensar en lo vieja que ya estaba y en cómo cualquier traspiés del viaje la afectaría. El croupier les volvió a mirar atentamente:

- Escuchad, si hacéis esto bien entre esta noche y mañana estaréis de vuelta y habréis salvado la relación de vuestra compañera. El tiempo no pasa igual cuando viajáis por el que cuando lo vivís en una dimensión. Pero sólo podéis ser vosotros dos y nadie más. Y tendréis que iros ahora o nunca.

Curra y Pancho se miraron de reojo y enseguida supieron lo que tenían que hacer. Preparándose bien de provisiones para el trayecto y colocándose bien en sus asientos, recordaron dar la señal de socorro para que el tío del croupier les asistiera en su destino y el croupier les aseguró que se quedaría en el almacén lo que quedaba de la tarde y la noche esperando a su llegada. Pancho encendió los motores de la nave y Curra dejó la señal en automático. El croupier pulsó un botón morado bajo la mesa de trabajo que abría el techo del almacén en dos mitades para que la nave ascendiera al cielo. Finalmente, tras un gran escape de humo proveniente de los motores, la nave arrancó y salió volando del almacén a grandiosa velocidad orientada al pasado. Curra ajustó el temporizador a un mes antes. Al principio, el viaje estaba acompasado por baches rodeados de luz clara y rosada que era lo único que podía verse a través de los ventanales de la cabina. A Curra incuso le llamó la atención lo inquieto e incómodo que estaba Pancho durante el viaje, estaba hasta sudando. Pero al final, volvieron a ver tejados de edificios, casas y carreteras. El GPS de la nave interceptó una ruta impuesta y la nave aterrizó en su destino en piloto automático.

 Para cuando la nave volvió a abrirse, Curra y Pancho estaban en otro almacén industrial. El tío del croupier les recibió atentamente, pues había sido informado de todo durante el viaje espacial de ellos. Una vez se presentó a ellos, les relevó rápidamente a dónde tenían que ir por una pista que había encontrado navegando por la red: El Auditorio-Palacio de Congresos Príncipe Felipe. El tío había encontrado una señal muy débil de red, una señal que no debería estar allí en esos momentos. Urgidos por el tiempo, el tío les entregó unos auriculares con radio para estar por contacto y les hizo partir a toda prisa para allá. Curra y Pancho se sorprendieron de encontrar la ciudad de Oviedo ya anochecida, alumbrada por las farolas y unas pocas ventanas con luces encendidas. Cuando por fin llegaron al Auditorio, rápidamente se tumbaron en el suelo aprovechando las sombras cuando vieron a Adri andar a toda prisa con cara muy seria.

- No me digas que después de todo hemos llegado tarde – se preguntó Pancho.

- Ni tú ni Laura sabéis cuándo Adri empezó a comportarse raro – aclaró Curra con resignación-, pudo haber sido hacía días o ya meses... ¿Quién sabe?

Volvieron a incorporarse cuando todo estuvo despejado y llegaron hasta la entrada del Auditorio. Iban a abrir la puerta para entrar sigilosamente cuando...

- Curra... ¡Pancho! ¿Qué hacéis aquí?

Nada más darse la vuelta sobresaltados, quedaron sin habla al ver a Laura allí, de pie, observándoles. Curra no podía creerlo, jamás se lo hubiese esperado.

- Ahí tienes el primer cambio que hemos provocado – Pancho se irritó en voz baja-. Ella no debería habernos visto...

- No, ¿qué haces tú aquí? No me habías contado nada de que habías estado aquí.

- ¿Contártelo? ¿Cuándo hemos hablado tú y yo sobre nada de esto? – preguntó Laura confundida.

Curra entonces entendió que la Laura que tenía delante era la Laura del pasado y la Laura que aún no había tenido ninguna confesión con Curra, por lo que no podía recordarlo por nada. Ni Curra, ni Pancho tenían mucho tiempo de explicaciones y además temían confundir a Laura de tal manera que pudiese tener un disgusto terrible, por lo que la pidieron confianza en ellos y que se marchase de allí. Laura no iba a dejarlos solos, por lo que les dejó continuar sólo si la dejaban ir con ellos. Sin tiempo que perder, aceptaron a regañadientes. El Auditorio estaba oscurísimo y silente. Pero una vez anduvieron a través del corredor del hall su tranquilidad se perturbó por unos sonidos de teclas que provenían del salón de actos.

- Curra, el salón de actos tiene muchas entradas. Propongo separarnos: yo por los palcos de arriba y Laura y tú por las puertas inferiores.

Mientras que Pancho tenía razón en lo de las entradas, Laura y Curra estaban en desacuerdo con la idea de separarse.

- ¿Y si te pasa algo? – preguntó Laura, acariciándole la oreja con suavidad.

Pancho pareció manifestar mimos con las caricias, pero enseguida volvió a su pose de duro.

- Sea lo que sea, lo que esté ahí dentro me temerá a mí.

Las maestras no quedaron muy convencidas por esa afirmación, pero le dejaron ir. Laura y Curra, por tanto, fueron las primeras en entrar al salón de actos pues Pancho aún tenía que subir escaleras. Al entrar, se encontraron que sólo el escenario estaba encendido por focos en el techo y que la pared central estaba dominada por una larga pantalla blanca. Esa pantalla blanca proyectaba fotos de lugares preciosos: vistas de ciudades amaneciendo y anocheciendo, piscinas, playas de día y de noche. A Laura esas fotos la sonaban extrañamente familiares. Hasta que súbitamente vio una foto suya con sus amigas tumbadas tomando el sol.

- Pero, ¿qué narices?

Curra también se puso alerta ante esa revelación y comenzó a explorar el salón. No parecía haber nadie en el escenario, aunque sí que había una mesa entre bambalinas con un ordenador encendido y un proyector. Curra se estiró con cuidado, escondiéndose tras unos asientos, pero aún así no era quien a ver si había alguien sentado a la mesa del ordenador o no. Tampoco ella o Laura querían ir andando por el salón como si nada por si alguien estuviese esperándolas y quisiera hacerlas algo. Preferían estar agazapadas aún. Tras no poder descubrir el misterio de la mesa, Curra se fijó en los asientos del salón. Todos estaban llenos de maniquíes. Esos maniquíes estaban ataviados con una gran capucha morada, todos por igual.

- ¿Qué clase de persona se molesta por dejar un ordenador proyectando fotos y cubrir un salón de actos de maniquíes? – se preguntó.

- Creo que el truco es confundirnos – respondió Laura acercando su mano a uno de los maniquíes.

- ¡NO LO TOQUES!

Una voz tenebrosa rompió el silencio haciendo chillar a Laura y asustando a Curra, provocándola el gruñido. Oyendo esto desde afuera, Pancho entró raudo por la puerta del palco superior, sólo para casi caerse tras chocar contra de los maniquíes. Pasaron segundos hasta que esa voz extraña, gutural, deformada volvió a hablar:

- Yo no os recomendaría tocar a mis amigas. Puede que éstas se enfaden si lo hacéis sin su permiso.

Laura y Curra se miraron entre ellas señalándose la cabeza con el dedo. O esa persona que les hablaba era la más loca, o había algo que escondía. Pancho también comprobó que todo el palco estaba lleno de maniquíes sentados en los asientos. Se asomó con cuidado para ver la parte de abajo y confirmó su sospecha de que el salón estaba completamente lleno. Pero él estaba seguro que la voz que les hablaba de forma deformada no era de uno de los maniquíes, sino de alguien que estaba en el salón con ellos y asegurándose de la proyección de esas fotos. Se giró hacia un lado y vislumbró una pequeña cabina de control. Sonrió sabiendo adónde ir a la perfección. Mientras, abajo, Laura y Curra sabiendo que habían sido localizados se pusieron de pie y se pasearon por unas filas sin saber qué hacer, teniendo las puertas de salida cerca y esperando que esa voz no hubiese previsto que Pancho estaba con ellos.

- ¿Quién eres? – preguntó Curra en voz alta.

 - Graciosa pregunta – la voz distorsionada se permitió el lujo de reírse mientras respondía-, sobre todo viniendo de ti. - ¿De mí? – Curra parecía confundida.

Hubo un silencio. Pancho ya se había metido en la cabina de control y se estaba familiarizando con los paneles. Advirtió un fuerte olor en la cabina. Como a perfume.

- Sí, Curra – respondió la voz-. Esto es precisamente lo que me hierve la sangre. Tantas veces que he llamado vuestra atención, la tuya y la de mi querida Laura, y vuestros ojos no me ven. Si es por vosotras, soy como uno de esos maniquíes que tenéis delante.

Curra miró inquieta a Laura mientras ésta quedó pensativa, sin saber qué decir. Pancho, por su parte, hizo el día al descubrir un panel de pequeñas descargas eléctricas en los asientos. Sabía que lo habían implantado hacía tiempo pues los discursos en el Auditorio se alargaban tanto que la gente quedaba dormida. Entonces, quien estuviese en los mandos y descubriese a los dormidos, los despertaría apretando el botón correspondiente a su asiento, que le daría una descarga en el trasero lo justa como para sobresaltarle y despertarle. Ahora Pancho lo único que tenía que hacer era vigilar y a la mínima sospecha de movimiento en cualquier asiento, apretar el botón que corresponda. "Seguro que hay una butaca en la que quien está sentada es una persona encubierta y no un maniquí", pensó pasando la lengua por los dientes y frotándose las patas.

Curra y Laura pasaban por el pasillo central, mirando los maniquíes de reojo buscando algo que les delatara, mientras seguían hablando y escuchando a esa voz.

- Sinceramente, yo no hubiera vaciado los escaparates de medio Oviedo para esta función – Laura mostró su enfado por la situación.

- Al igual que yo tampoco hubiese despreciado a quien intenta ser mi amiga – la voz se iba tornando más agresiva.

- ¿Mi amiga? – Laura cada vez se estaba creyendo menos de la conversación. De hecho se fijaba más en las cabezas de los maniquíes tratando de descubrir a la persona que estuviese hablando.

Pancho probó a apretar el primer botón al azar para soltar una descarga a uno de los asientos... Para ser justo el asiento en el que Curra estaba palpando el maniquí.

ZZZZZZZZNNNNNNNNGGGGG

El maniquí saltó por los aires y Curra soltó una maldición al tiempo que se chupaba la almohadilla por el calambre. Pancho, dándose cuenta del error, trató de agacharse pero Curra justo lo cazó desde abajo y le lanzó una mirada divertidamente seria:

- Tío, cuidado – dijo entre dientes.

Pancho, en respuesta, subió las patas en señal de rendición, prometiendo en silencio estar atento al asiento sobre el que apretaba el botón. Buscó más botones hacia el lado izquierdo del Auditorio y comenzó a pulsar botones, haciendo saltar algunos maniquíes sin encontrar al verdadero cuerpo humano vivo que les estaba hablando. Desde abajo, Curra y Laura seguían buscando y ambos le hacían gestos a Pancho de urgir la búsqueda electrizante. Pancho se encogió de brazos y, resoplando, al final vociferó un "Cuidado" en voz alta para que Laura y Curra se apartaran de las filas y se dejó caer sobre los mandos con todo su cuerpo, apretando los botones con sus patas y panza deslizándose hacia abajo. El resultado fue ver una ola oscura de maniquíes volando por el aire hasta caer estrepitosamente por todo el suelo, reventados en pedazos por chocar unos contra otros y por el impacto contra el suelo. Curra y Laura miraban desde el escenario hacia el suelo, contemplando los maniquíes destrozados y vieron sus caras pintadas y maquilladas como si quien lo hubiera hecho los hubiera tratado como reales. Pero la pintura en su cara era profesional. No era arbitraria. Era como si fuese una pintacaras profesional. Tras ver que todo lo que había sentado en los asientos eran en verdad maniquíes, Pancho desde la cabina en el palco superior se estaba empezando a preguntar si realmente la persona que estaba detrás de esto había salido del Auditorio.

- ¡Qué divertido! No soy la única persona que le gusta estar arriba de todo.

Pancho quedó paralizado. No se esperaba la voz deformada, opaca detrás de suyo, en la mismísima cabina, escondida junto a él silente todo el tiempo acompañando a ese extraño olor. Curra y Laura terminaron de revisar los maniquíes y alzaron la mirada hacia Pancho a quien vieron quieto y en silencio. A Laura le pareció raro que Pancho no hiciese ningún comentario bromista y a Curra le extrañó que ya no estuviese abajo con ellos, preparado para irse.

- Toda esta emoción contenida me recuerda a una historia. Una historia que sé que fue real.

Pancho no se atrevía a mover un músculo. Estaba realmente sobresaltado, inmóvil, asustado. Estaba pensando cuánto tiempo había estado esa figura mirándolo desde las sombras, pudiendo haber acabado con él cuando hubiese querido. Ahora oía pasos tenebrosos y esa voz que se acercaba tomándose su tiempo.

- Recuerdo a un perrito dormido encima de una cama, en una noche como otra cualquiera. Hasta que de pronto, oyó un fuerte ruido y unos quejidos desgarradores de sus padres. El perro se asustó tanto que quedó quieto, temblando en la cama, sin poder hacer nada.

Pancho sólo movía los ojos, mirando fijamente el cristal de la cabina para tratar de vislumbrar la figura que había tras él. Las patas le temblaban. Desde abajo, Curra y Laura estaban justo debajo de él mirándolo en silencio, al sospechar acertadamente que si no decía nada era porque estaba en peligro. Pero ellos tampoco podían ver nada.

- De pronto, sintió cómo se giraba el pomo de la puerta de su habitación. Y ese perrito se lamentó porque se había olvidado de poner el pestillo y ya era demasiado tarde. Los pasos que oía eran humanos. Corrió a cubrirse bajo las mantas de la cama y dejó sólo el hocico a media vista para ver con los ojos entrecerrados lo que ocurriese – la historia que contaba esa persona le estaba trayendo recuerdos angustiosos a Pancho, pues en su interior sabía que lo que proyectaba su cerebro y lo que esa persona  contaba era la misma escena que se repetía en su cabeza cada noche, una escena de su triste pasado. Esa voz seguía acercándose y seguía hablando sin piedad -. Cuando vio al hombre entrar por la puerta, tuvo que aguantarse la orina. Pero cuando vio cómo ese hombre arrastraba los cuerpos de sus padres, luchó porque sus lloros no se oyeran para que ese cazador también acabase con él. Daba realmente las gracias a sus padres porque esa noche le tapasen con una manta realmente gorda para que sus temblores no se notaran. Tenía al hombre justo delante, podía olerle. Podía oler la pólvora de su escopeta. Podía oler la sangre de sus padres.

La voz pisó un trozo de cristal en el suelo tan fuerte que hizo que Pancho no pudiese retener ya los temblores y comenzara a oscilar todo su cuerpo como una bolsa al viento. Laura y Curra supieron en ese momento que fuera quien fuera estaba detrás de él porque Pancho no se atrevía a moverse y el sonido roto provenía de detrás de él. Querían hacer algo para ayudarle, aún estando dos plantas por debajo de él. Curra trató de hacer fuerza con su maduro cuerpo y comenzó a escalar por la pared.

- ¿Qué podía hacer ese hombre entonces? ¿Matar al pobre cachorrillo que sabía que estaba bajo esa manta tapadito? ¿Dejarlo vivir sin más? Ya no podía dar marcha atrás en el tiempo para devolver la vida a sus padres. Así que, ya que había llegado hasta ese punto, se le ocurrió una idea. Tocando con los dedos la sangre de los padres, comenzó a garabatear algo en la pared, encima del cabezal de la cama del perrito. El perrito chocaba los dientes al sentir los pequeños golpes que los dedos de ese hombre hacían contra la pared. Lo peor es que cuando hubo terminado, el hombre no se marchó. Se agachó y se escondió debajo de la cama del pequeño cachorro. El cachorro no pudo aguantar la orina, sintiendo cómo el hombre cargaba su arma bajo el colchón. Pero consiguió no hacer nada de ruido.

Quien estaba orinándose en ese instante era Pancho ahí mismo, delante del cristal, ahora viendo la silueta de un cuerpo humano hasta los hombros. Aún no vislumbraba el cuello. Estaba tan absorto mirando el reflejo y pensando cómo escapar de allí que no se fijó en la pobre Curra que estaba justo al lado de la mampara de la cabina, habiendo conseguido llegar.

- El cachorro esperó a que amaneciese. Y cuando los rayos de sol inundaron la ventana, se incorporó suavemente sobre la cama. Había tomado la decisión. Iba a escapar cualquiera fuera su suerte. Había pensado en arrojarse por la ventana para así evitar salir al pasillo y caer en la trampa de que el cazador hubiese cerrado las puertas o le disparara primero. Evitó mirar a sus padres muertos, porque sabía que entonces gritaría. Pero hubo algo que no pudo evitar mirar... y de lo que se arrepentiría el resto de su vida.

Curra intentó llamar a Pancho en voz baja, pero este no le contestaba. Ni siquiera le miraba. Pancho por su parte por fin veía el cuello por el reflejo del cristal de esa pavorosa voz. Su olor característico se hacía asfixiante.

- En cuanto ese perrito se giró hacia la pared, encima de su cama, recordó que el cazador había dado golpecitos en ella... Y esos golpecitos eran un mensaje. Un mensaje para él.

 Curra, al colgarse literalmente de la mampara de la cabina, enfrente de Pancho, quedó boquiabierta y asustada al ver el aspecto de la persona que había detrás de Pancho. Pancho, recordando ese mensaje escrito en la pared de su dormitorio antes de que la persona lo dijera en voz alta, miró la cara de terror de Curra a través del cristal a tiempo de ver cómo el reflejo se acercaba a él cada vez más rápido.

- Y el mensaje decía... - justo en ese instante, la voz apareció físicamente reflejada en el cristal y Pancho vio una persona con una cabeza de perro, la cabeza de su padre, disecada como máscara que echaba a correr a por él.

Pancho gritó reaccionando por fin y se lanzó por la mampara, rompiéndola en mil pedazos y arrastrando a Curra en la caída al piso de abajo.

- ¡Sé que estás mirando! – exclamó la persona misteriosa y terrorífica mientras los veía caer abrazados los dos en brazos de Laura.

Esa voz ya no era deformada, sino que parecía de mujer. Laura y los perros, habiendo sobrevivido a la caída, miraron hacia arriba conscientes del peligro del que habían escapado y comprobaron cómo esa personificación de tenebrosa máscara los seguía apretando las manos llena de rabia. Consolando a un Pancho con ansiedad en sus brazos, Laura echó a correr acompañada de Curra fuera del Auditorio, a tiempo de que Curra recibiese una llamada del tío del croupier desde su almacén:

- Tenéis que viajar en el tiempo una vez más, no estáis seguros donde estáis. Estéis detrás de quién estéis, está cerrando muchas vías temporales para atraparos. Os haré destinar a un lugar donde haya gente que considere de confianza. ¡Tenéis que iros ya!

Les indicó dónde coger un tren espacial que les permitiría viajar años más adelante y a un destino apartado para que no les encontrará hasta que pudiera arreglarles el regreso a la dimensión del presente. Una vez dieron con la estación, sin parar de correr se identificaron como amigos del tío del croupier y les dejaron pasar a un pequeño tren de largo recorrido a través del espacio a ellos solos, junto con personal de comida y bebida. Hasta que el tren no se propulsó a toda velocidad y se puso a orbitar alrededor de la Vía Láctea no se sintieron tranquilos.

Pancho se había tranquilizado en los brazos de Laura cuando ya hubo pasado el peligro, aunque aun así se negaba a afrontar que había sido atemorizado como no lo habían hecho sentir desde la infancia. A Laura eso le dolía porque sabía que Pancho lo pasaba peor encerrándose en sí mismo, en vez de hablar y sacar afuera lo que sentía. Curra encargó un servicio de cena en el tren para aderezar el viaje al futuro y quiso que Pancho asistiera, pero él prefirió quedarse en su compartimento fumando y bebiendo a la ventana. Quien sí asistió fue Laura. Curra llevaba una americana blanca de cena con una gran pajarita roja oscura, mientras que Laura había optado por una camisa blanca y un chaleco oscuro. Curra sonrió en cuanto la vio, era algo que Laura conseguía siempre en ella cuando se dejaba ver. Pronto comenzaron a hablar en cuanto pudieron echar mano de la bebida y la comida.

- ¿Sientes algo? Este tren viaja al futuro, lo que hace que pase el tiempo. ¿Te notas más vieja? – preguntó Curra.

 - De momento me siento igual – respondió Laura divertida-. Aunque por lo que pregunté antes todo depende de pasar bajo un túnel poco antes de llegar a nuestro destino. ¿A cuántos años viajamos?

- 30 años – contestó la perrita maestra de forma pesada.

Laura rió dándose cuenta de lo pesado de su respuesta.

- No te gusta hacerte mayor.

- No, no me gusta hacerme vieja – aclaró ella, sacando la lengua graciosamente.

- Pues te sienta muy bien – la animó Laura, acariciándola la boca-. La barba te hace distinguida.

- Y a ti el bigote te da mucha personalidad.

- ¡Oye! – Laura abrió la boca sorprendida y la lanzó una servilleta riéndose, a lo que Curra la correspondió abriendo una pajita nueva, soplando por la abertura abierta y propulsando el plástico hacia su compañera y amiga.

Lo bueno de reír de verdad y hacer bromas cariñosas en confianza es sentir cómo el resto del mundo se evapora para bien. Llevándose consigo todos los problemas, las preocupaciones... Es en esos momentos en los cuales no hay enemigos contra los que luchar o sitios a los que viajar a la fuerza. En esos instantes son dos seres pasionales sentados en una mesa mirándose la una a la otra y sonriendo sin parar. En esos momentos eran Curra y ella. Y por un momento fugaz, Curra volvió a ver a Laura tan feliz como ella realmente era. Tan feliz como cuando la conocía, hacía tanto tiempo.

- Lo único que me falta en este instante es que él esté aquí.

Pero Laura no podía olvidar a Adri. Ni aunque quisiera. Curra en seguida la captó.

- Seguro que arreglaremos todo esto y sabremos qué ha pasado – Laura asintió después de que Curra dijese eso.

- ¿Cómo crees que terminará esto? – le preguntó.

- Desde hace algún tiempo ya no pienso en el final del camino, sino en el viaje – respondió Curra-. Las cosas más interesantes ocurren durante el trayecto. Cuando llegas al final sólo quieres descansar. Así que no sé cómo acabará, la verdad... lo que sí sé es que no nos aburriremos. - ¿Por qué quieres hacerme sonreír con cada cosa que dices? - ¿Por qué buscas problemas en vez de soluciones, Laura? Hablas de él como si le hubieras perdido cuando todavía no es así.

Curra puso su pata sobre la mano de Laura:

- Cuando me peleé con Cris, cometí el error de no hablar las cosas. De cogerla y decir yo pensaba esto y tú esto: arreglémoslo. Y no lo hice. Perdimos el contacto y es algo que me perseguirá porque sé que el origen estuvo entre nosotras. Yo fui parte de ello. Pero tú no sabes por qué ha pasado esto. Y es lo que debemos saber primero. No puedes culparte de algo que no sabes, nena.

- Pero si llamaras un día a Cris o si la dijeras de hablar a solas tal vez ganarías bastante.

 Curra ladeó la cabeza hacia un lado:

- Veo más fácil esta misión que lo que acabas de decir.

- Anda, boba...

- Veo más fácil volver a juntaros a Adri y a ti para que os caséis y viváis juntos felices toda la vida – tarareó Curra como si de una canción se tratase.

- No hace falta casarse para ser feliz con alguien. Porque quiera a Adri no me obliga a casarme con él. Le quiero como persona y eso es más que tenerlo de pareja o ponerme un anillo en el dedo para demostrarlo.

Curra sonrió sin dejar de mirarla a sus hipnóticos ojos.

- Lo que dices es interesante. - Es mucho más que interesante, es verdad.

En ese instante, uno de los revisores se acercó a ellos avisándoles de que pasarían por el puente temporal en segundos. Al haberlas visto hablando entre ellas, las avisó de que aguantaran lo que durase el pasar por el puente pues si se quedaban dormidas pasándolo y experimentando los cambios, les costaría recordar lo que estaban diciéndose o pensando hasta mucho tiempo después. Tenían que mantenerse despiertas. Justo cuando vieron el puente por el cristal, acordaron no dejar de mirarse a los ojos fijamente cual guerra de miradas hasta que lo pasaran. Eso las mantendría despiertas. Cuando lo estaban pasando, el vagón quedaba sin luz por momentos. A cada salto de luz, a Curra le crecía más pelo y más barba. A Laura, por su parte, le comenzaban a salir arrugas de expresión más marcadas y un pelo un poco más claro. Era la viva imagen de su madre en ese aspecto del futuro. Cuando terminaron de pasar el puente, la luz volvió a su flujo normal y cuando ambas se miraron de nuevo en la claridad no pudieron contener el asombro y la risa. Laura tuvo que palparse la cara y el cuerpo para darse cuenta de que eso era real. Curra, ya cuando sintió que no podía apenas mover las patas inferiores, prefirió no tocarse ni pensar en nada.

- Madre, Curra... Apenas se te ven los ojos – Laura no podía frenar su ataque de risa.

- Ríete, ríete. Como tú mejoras con los años, total, qué más te da. ¿No?

- Anda cosi, no te enfades. Recuerda que esto es sólo mientras estemos aquí. Cuando volvamos volveremos a nuestro estado normal.

Al no poder moverse y costarle respirar con la edad avanzadísima que tenía para cualquier perro, Curra necesitó a Laura para colocarse sobre una silla de ruedas con una bombona de oxígeno incorporada. Mientras se acostumbraba a las novedades, Pancho fue al encuentro de ambas maestras. Durante esos minutos se habían incluso olvidado de que estaba en su compartimento. Pero resulta que Pancho apenas había cambiado con los años. Quitando unas canas más acentuadas en su barba, estaba igual de atlético, igual de apuesto... e igual de fumador.

- Vaya, vaya Curra. Ya veo que todo te va "sobre ruedas".

- Qué tacto tienes con las cosas, Panchín. ¿De verdad soy a la que peor le sientan los años? – se preguntó la perrita maestra con fastidio.

- Mira el lado positivo, antes eras una mascota. Ahora eres un peluche.

 Al fin, el tren había llegado a su destino. Los tres protagonistas se sorprendieron y quedaron literalmente helados cuando comprobaron que habían acabado en los Alpes suizos. Mientras se iban preparando para marchar y cuidándose de que Pancho no estuviese cerca para evitar herir sus sentimientos, Curra preguntó a Laura por lo que había pasado en el Auditorio y lo mucho que le había afectado a Pancho. Laura entonces se lo contó:

- Pancho perdió a sus padres en su criadero a manos de gente que maltrataban a los animales y, por tanto, le pegaban a él. No tenia referencia familiar y cuando llegó a mis brazos el pobre no se fiaba de nadie. Tuvo una infancia durísima y se nota en su personalidad. Incluso haciéndose el fuerte y demostrándolo haciendo esas tonterías como fumar o darse al juego. Siempre he intentado llenarle ese hueco vacío y darle mucho amor, pero temo que él no sea capaz de verlo o no quiera.

- Seguro que sí lo ve, Lau – contestó Curra-. Con el debido respeto, ¿quiénes saben la historia de Pancho?

- Unas pocas compañeras y tú, hasta ahora mismo.

Los revisores, ahora todos con bastón, les ayudaban a recoger sus pertenencias y a ir bajando del tren a la estación cuando a Curra se le pasó una idea por la cabeza.

- Laura, entonces la mujer del Auditorio... ¿Cómo sabía la historia personal de Pancho? – en cuanto se lo preguntó, Laura quedó inquieta y pensativa en esos momentos. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro