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PARTE 5: "PALACIO DE CONSUELO"

- ¡Socorro!

Un husky siberiano atravesaba a nado el temporal más enrabietado del Cabo Peñas. Todo lo que quería era reencontrarse con su familia escondida en las rocas, esperando por él para ascender a tierra firme. Y lo estaba pasando realmente mal. Las furiosas olas lo desviaban caprichosamente de su rumbo haciéndole perder el equilibrio y el norte. Había dado todo de sí durante muchas horas, pero ahora estaba comenzando a rendirse. Sabía que nadie iría en su ayuda, pero el pedir ayuda era lo único que tenía fuerza a hacer. Su mujer e hijos estaban demasiado lejos para él, si se lanzaban al agua perecerían. El husky finalmente dejó de patalear y cuando se rendía dejándose hundir en las aguas pudo observar que arriba del todo, en el pico del cabo, había una perrita observando rígidamente. El husky cerró los ojos esperando desvanecerse en paz... Hasta que un fuerte estruendo en el agua le hizo abrir los ojos. Curra lo agarró como pudo (usando su boca, sin hacer daño con sus dientes, y su propia panza hacia arriba haciendo las veces de flotador) y con la fuerza de sus chapoteos consiguió llevar al husky a la orilla y, con aplomo, encaramarse en las rocas donde su familia le sostuvo a besos y abrazos desaforados. Una vez recuperó el aliento, se giró hacia Curra quien permanecía silenciosa observando la escena.

- Con razón decían que este Cabo era el faro guía de los marinos... Gracias por todo, amiga.

Pero a pesar de su gesto amable y agradecido, el husky pudo observar tristeza en los ojos de Curra. Además que ella no articulaba palabra.

- Veo mucha tristeza en tus ojos... Veo depresión.

Justo cuando el husky decía esas palabras, Curra bajó la mirada hacia sus pequeños hijos. Era incapaz de sonreír, pero un brillo de alegría cruzó fugazmente su retina para volver a desvanecerse una vez miró al cielo para recuperarse. Notó como el husky le ponía una pata sobre el hombre en señal de comprensión.

- Sea lo que sea por lo que estés pasando, vayas a donde vayas, te deseo la mejor suerte del mundo... Y que nunca te des por vencida, ni cambies por desgracias de fuera.

Curra asintió en señal de agradecimiento, pero sin ganas de abrir la boca para pronunciar las gracias. Llevaba semanas sin hablar, desde que se fue de su colegio. No tenía la fuerza, ni la voluntad de hacerlo. La tristeza le pesaba más. Habiendo dejado a la familia de huskies resguardados en el interior del Faro con provisiones, Curra cogió sus cosas (las fotos y regalos de sus compañeras y alumnos) y siguió su camino incierto. No podía dormir, no le apetecía comer, no quería hablar y no podía parar. En su camino había salvado a animales y a personas por igual incontables veces de peligros como los del husky. En su interior le sorprendía cómo mucha gente lo pasaba tan mal en sus desafíos que en ocasiones preferían rendirse antes que seguir luchando. Pero tampoco Curra no tenía claro si quería rendirse aún o no, lo que sí tenía claro era que salvándolos no tenía el confort ni la felicidad que sus niños le proporcionaban. El ir por ahí haciendo actos heroicos era de una bondad sin límite. Pero no la hacía feliz. Al contrario, parecía estar cada vez más desencantada. De día y de noche, con sol y nubes, lluvias y granizos, recorría kilómetros y kilómetros como cuando era bebé y su familia la encontró de improviso. Ahora nadie se molestaba en recogerla, tampoco buscaba ser recogida. No hacía más que pensar y recordar sus clases, sus horas con las maestras, las confidencias y debates, las asambleas con los niños y sus lugares preferidos o de ensueño. De pronto, parecía recordar uno... Uno que una de las maestras, Sara, le mencionó una vez:

- Si alguna vez tienes la oportunidad y quieres pasar una aventura de ensueño, ve a Sintra. Es una villa portuguesa cercana a Lisboa. Ve para allá y no harás otra cosa de acordarte de mí para agradecérmelo.

Ya desde que entró en las calles empinadas de la villa, aún haciendo bastante más esfuerzo del debido, y penetró en ese entorno deudoramente natural que hundía sus raíces en la práctica de la caza Curra quedó enamorada de los bellos palacios, castillos y bosques que allí se exponían para todos los ojos: los expertos y veteranos, así como los nuevos y curiosos. Ya en las afueras su atención y su imaginación fueron robadas por el Palacio de Monserrate y su jardín botánico repleto de flores de todo el mundo. Evocó una pregunta que alguien le había hecho en su clase sobre dónde podría haber un lugar que reuniese todas las flores que podía haber alrededor del mundo. Los exteriores de ese palacio eran la respuesta perfecta. Curra deseó sonreír, pero se tuvo que conformar con una sonrisa mental. Sus labios aún no se lo permitían.

Acostumbrada a hacer ejercicio y andar rápido, aún si quisiera darse prisa pronto se dio cuenta de que casi todo en esa villa estaba cerca un sitio del otro. Desde el Palacio de Seteais ya podía ver el famoso Palacio da Pena. No quería pararse aún por las zonas comunes de la cuidad y se desplazó hasta las ruinas erguidas sobre un macizo rocoso del Castelo dos Mouros. Era, tal vez, el lugar con más historia de la Villa pues albergaba su pasado. Además, era visualmente estimulante pues daba una panorámica perfecta y elevada de los alrededores. Se sentía como volando, viendo las afueras de la villa y el horizonte en la distancia. Entre la brisa silenciosa y la vista maravillosa, Curra parecía haber hallado su próximo stop al fin. Tanto fue así que no le importaba que el sol comenzara a anunciar su cansancio y dejara paso a las nubes crepusculares anunciando la venida del relevo: las estrellas.

- Tiene gracia que huyas de tu pasado, acabando en el sitio con más pasado de la villa.

Una voz insidiosa interrumpió su momentáneo descanso. Dando vueltas alrededor de Curra, una gata entornaba sus ojos como puñales desafiantes hacia ella y hacia su bolsa de premios y regalos.

- Si te hubieras quedado en el colegio, o si hubieras entrado en el laboratorio cuando debías, habríamos acabado contigo más fácilmente.

Dándose cuenta de que tenía delante de ella a alguien que sabía que había pasado, Curra olvidó el paisaje para prestarla toda la atención posible. Era una siamesa, que se movía muy dócilmente (quizá demasiado) y con una pulsera dorada con un papel blanco enrollado en su interior. Ella, por su parte, miró las patas desnudas de Curra.

- Te han hecho quitar el brazalete, ¿a que sí?

Pero Curra seguía sin querer hablar. La gata se mostró salvajemente divertida.

- ¿Qué te pasa, Curra? ¿Ni una mueca? ¿Ni una broma? ¿Ni un "quién eres" o un "por qué"? ¿De verdad no tienes nada que decir?

Curra sabía perfectamente que esa gata no la iba a llevar a su casa a darla leche con galletas. Por lo que estaba diciéndole, esa gata quería más despeñarla por el muro del castillo. De una forma u otra, Curra no quería que la tocaran... Y menos esa gata: La posible responsable de todo lo que le había pasado. También sabía que era mala y que no la iba a decir nada así como así. Más bien la engañaría. Por lo que ese papel que escondía en la pulsera de su pata se había convertido en algo muy preciado de obtener. Pero, ¿cómo podría hacer para tenerlo en su poder y despistarla?

- Bueno... - murmuró la gata, lamiéndose las uñas afiladas dispuestas a clavarlas en la perrita maestra-, pues supongo que es la despedida.

Antes de que pudiera meterle un arañazo mortal, Curra se adelantó rauda agarrando con la boca las patas de la gata, empujándola con las patas superiores y echando a correr a toda prisa murallas abajo. Empleó toda su rabia para imprimir mayor velocidad. La gata, al límite de caerse, pudo agarrarse a unas piedras y furiosa se lanzó a por Curra. Habiendo recorrido todo el paseo de la muralla como una bala, Curra descendió la Rampa da Pena abandonando el castillo y volviendo a adentrarse en la ciudad. La noche la ayudaba a confundirse entre la gente y demás animales yendo por allí. La gata siamesa una vez llegó a la plaza central se dio cuenta de que Curra la había confundido. Pero también sabía que Curra no saldría de Sintra así como así. En alguna parte debía estar.

- Si Mahoma no va a la montaña... - antes de acabar el refrán ella misma, echó a correr hacia los principales monumentos que estarían ocupados a esas horas.

Ella no podría entrar a cualquier sitio, sólo a aquellos en los que el resto de la gente pudiese entrar también. La luz del Sol ya no estaba, sólo quedaban las nubes rojizas y las luces de los palacios y castillos comenzaron a encenderse. Estando justo delante de la fachada del Palacio da Vila (o el Palacio Nacional de Sintra), la gata observó cómo sus luces se encendían y justo encontró a Curra entrando ahí dentro. Abriendo la boca, con hambre de carne perruna fresca, se lanzó a por ella. Tan rápida como entró, dio con sus huesos traseros en los elegantes azulejos del patio central, haciéndose un daño terrible. Mientras se aquejaba, comprobó como Curra desafiaba la velocidad permitida por un corredor hacia el exterior. La gata hizo de tripas corazón y trató de no pensar en su coxis dolorida al volver a echar a correr tras ella. Esta vez dio con Curra cuando ésta escalaba como podía la fachada del Palacio da Regaleira.

- Oh, no... Que no se meta ahí... ¿Para qué me habrán enviado a mí a hacer esto?

Ese Palacio tenía más propiedades en su interior: jardines, lagos, grutas y edificios con símbolos históricos de diversos tipos. Además de modular la Quinta da Regaleira, comenzando en una entrada escondida entre los árboles. Antes de que pudiera parar de pensarlo, al entrar en sus fastuosos jardines, no tardó en ver a Curra cruzar ese puente, fiel a su estilo parkour, para adentrarse en la Quinta. La gata saltó bárbaramente hacia ese puente, sólo para llevarse un golpe sorpresa con una rama que Curra había movido como trampa. La siamesa cayó al jardín y permitió a Curra ganar tiempo para volver a saltar fuera.

- ¡Ya me estoy cansando!

Y no era sólo una expresión. La gata estaba magullada, con la lengua fuera y ya sin uñas. Se enrabietó por no conseguir coger a Curra y volvió a salir del palacio, pero por la puerta de entrada. Ya no quería saltar más. Tenía que dar con Curra y cazarla, pero era incapaz. Si hubiese mirado a su derecha, detrás de una joven pareja, Curra estaba viéndola desde la distancia. No sonreía, pero estaba satisfecha. La maestra luchando también está enseñando. Al ver que se acercaba a un charco a beber un poco de agua, Curra no quiso dejarla descansar y pegó un fuerte aullido. La gata la vio, reconociendo el tono perruno, y viendo como Curra volvía a correr hacia la zona del Castelo dos Mouros otra vez, apretó los dientes y maulló como una loca mientras volvía a seguirla la pista. De los maullidos que pegaba la gente pensaba que estaba loca o enferma. Cualquier cosa menos tocarla.

Aunque volvió a perderla de vista por culpa de su gran velocidad, la gata siguió subiendo todo el camino de las murallas hasta vislumbrar el imponente y precioso Palacio da Pena, quizás el sitio más famoso o visitado de la villa por haber sido la residencia de la familia real portuguesa allá por el siglo XIX. Mientras tragaba saliva y admiraba brevemente sus elegantes torres unidas a las murallas y su fachada de ensueño observó un punto blanco aupado en la ventana de la figura de Tritón. Era blanco con unas partes negras. Y parecía tener pelo.

- Será posible... - gruñó la siamesa con el aliento y la voz que le quedaban.

Curra estaba allí, esperándola retadora. La gata no se caracterizaba por pensar las cosas y volvió a galopar como un caballo penetrando en el faustuoso patio del palacio y adentrándose en sus galerías llenas de historia, ascendiendo las plantas en sus sombríos corredores y escaleras hasta llegar al piso más alto donde creyó que Curra estaría. Pero llegó al último piso, el cual daba acceso a la terraza superior, rectangular y superior, en el techo del palacio en lo alto del cerro y no había nadie allí. Oyendo voces y viendo luces interiores que se apagaban, la gata se asomó a ver qué pasaba y se percató de que el horario de visitas se había terminado y ya habían cerrado la propiedad. Pasara lo que pasara, estaba en apariencia sola allí. Estaba sola, cansada, magullada y sin energías. Y todo por las vueltas que Curra le había hecho dar... "Un momento", pensó rápido. "Me ha hecho dar estas vueltas... Me ha hecho cansar". La gata comenzó a hacer algo que debió hacer desde el principio: pensar. Pensó con calma y se dio cuenta que Curra había hecho todo esto por una razón: cansarla. Curra había dado toda esa carrera y la había despistado todas esas veces sólo para hacerla perder la paciencia y seguirla adonde ella fuera. La había engañado como ella había engañado a la perrita maestra con la explosión en el laboratorio del colegio. Agachó la cabeza con vergüenza, sólo para volver a levantarla y ver a Curra parada en la terraza de enfrente a la suya, mirándola fijamente.

- Me ha cazado – musitó la gata.

Curra en ese momento soltó su bolsa de regalos y fue ella quien apretó los dientes en rabia y corrió a por la gata. La gata súbitamente se asustó y lo que pudo reaccionar a hacer fue a dar vueltas inútilmente a la terraza cuadrada antes de saltar a una de las torres cercanas, tratando de no caerse arañando la superficie y haciendo marcas para agarrarse. Curra se lanzó sin miedo tras ella y se agarró violentamente a su lomo, haciéndola caer consigo y aterrizando en otra torre más pequeña ahí abajo, Amparadas en la superficie de la torre y teniendo las murallas cerca, Curra y la gata comenzaron a forcejear violentamente. La gata quería sacarla los ojos, pero estaba agotada. Curra quería esa pulsera dorada con ese papel dentro, y estaba a punto de sacárselo. La gata intentó pegarla un mordisco en el cuello, pero Curra lo esquivó y cuando tuvo la cabeza de la gata a punto le asestó un cabezazo que la desorientó. Aprovechando esto, al fin pudo quitarle la pulsera a la gata y volver a subir al tejado superior a por sus cosas.

- ¡¿Crees que puedes dejarme así?!

Curra desearía no haber vuelto a escuchar su voz, pero la gata además de no pensar, no sabía cuando parar. Había sido avergonzada, cazada y ganada por Curra. Y Curra no la había castigado más y la había dejado ahí sola para que saliera cuando quisiera. Pero no, tenía que ir a por Curra sí o sí. Se dio la vuelta ladeando la cabeza. La gata casi no se podía mantener en pie, pero quería lanzarse desde la torre en la que estaba hasta la de Curra.

- Voy a ir a por ti... Me dijeron que no te hiciera nada, pero yo sí que quiero hacerte mucho daño.

Curra ladeaba la cabeza en señal de negación. Pero la gata lo ignoraba.

- ¡Ahora verás!

Por más que Curra le advirtió con la cabeza de que no saltase, la gata lo hizo. Y al hacerlo cansada, sin ánimo, sin controlar el salto y sin fuerzas muy pronto vio como no sólo no alcanzaba a Curra sino cómo caía estrepitosamente contra el patio de entrada del palacio. Al estrellarse contra el suelo, la gata gimió de dolor.

- ¡Mi pata! Creo que me la he roto...

Pero a esas horas ya no había nadie para ayudarla. Si hubiese hecho caso a Curra no la hubiese pasado eso. La maestra, por su parte, tras comprobar que la gata seguía con vida al menos, siguió ascendiendo hasta llegar hasta arriba del todo, recogió sus cosas y salió del palacio saltando la muralla.

Una vez terminó de caer la noche y se refugió en un soportal a salvo, sacó ese papel de la pulsera. Iba a tirar la pulsera a la papelera cuando encontró una dirección grabada en ella: Brujas, Bélgica. No sabía lo que significaba, si debería ir allí buscando respuestas o no. Por ello, acabó guardándola. Volvió entonces a coger ese papel escondido. Lo desenrolló y supo que era como una carta de órdenes dirigida a ella:

"Estimada Emma: Tras haber conseguido que echaran a Curra del colegio y este cayera en vergüenza después de lo que planeamos hacer te ordenamos que sigas a la perra para que vigiles a donde va o si trata de volver. No la hagas daño, pues no queremos que la pase nada. Todo lo contrario: queremos que vea cómo desestabilizamos a las escuelas. Una por una. Sabemos que no sueles pensarte mucho las cosas, pero esta organización confiamos en ti por esta vez. No nos defraudes".

Si bien a Curra le había llamado poderosamente la atención esa carta, revelándola que esa gata llamada Emma no era la causante de sus males sino que era una mandada que trabajaba para un grupo, no estaba preparada para la firma de esa carta. No podía creerse para nada quién o quiénes eran los que estaban detrás de todo este problema. Por primera vez en tiempo recuperó fuerza en su boca para abrirla tenuemente, así como sus antes incrédulos ojos:

"Atentamente, el clan de los 30".

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