PARTE 4: "ENCUÉNTRAME"
Curra nunca sentía los días pasar mientras daba clases feliz. Se dio cuenta de forma muy rápida de que cuanto más feliz era, más raudas pasaban las hojas del calendario, así como las promociones y generaciones de niños. En su colegio todo estaba más o menos como cuando finalmente se sintió como en casa: sus compañeras y ya amigas profesoras seguían debatiendo con ella en su sala de profesoras, Rubén y María formaban una pareja increíble como Justicia Man y Maestrina Maravilla, muchos de los niños que pasaban a Primaria trataban de aprovechar a volver de nuevo para hacer visitas a sus profes favoritas, aquellos de Educación Primaria se llevaban mejor que nunca con sus compañeros de Infantil pasando más tiempo juntos... y aún con todo eso, parecía que había gente que aún no estaba del todo contenta con que Curra estuviese dando clase por el hecho de ser una perrita. Con el paso del tiempo, tanto los colegios como otras instituciones habían ido incluyendo a perros y gatos entre sus sitios para dar clases, ayudar a los niños, motivarles e iniciarles en la responsabilidad de cuidar y respetar a esos "nuevos compañeros" de clase que también ayudaban a las propias maestras. Pero a pesar de que los niños y el personal parecía estar encantado y la escuela no paraba de renovarse y de subir y subir en diversión como la espuma, había un grupo de gente en la radio, en la televisión, en las redes sociales del ordenador que seguían refiriéndose a la inclusión de Curra en la escuela como algo "cuestionable" y "dudoso".
Curra antes se ponía triste al escuchar y enterarse de todo eso, pero con el paso de los años se fue haciendo más fuerte y más decidida a seguir adelante haciendo lo que mejor hacía: enseñar y ser feliz haciéndolo. Siempre que a sus alumnos les inquietaba este tema, pues ellos estaban cada vez más conectados y expuestos a toda esa información pese a su corta edad, Curra no tenía reparos en hablar sobre ello en las asambleas:
- Si hay algo que no quiero que olvidéis ninguno es que uno de los mayores premios que una persona, animal o cosa jamás consiga es ser diferente por sí mismo. Ser como los demás es algo aburrido y os mueve a perseguir sueños de otros, no los vuestros propios. Tendréis vuestras oportunidades de adaptaros a los demás... Pero que los demás primero vean quiénes sois.
En sus clases con los peques, siempre era testigo de cómo algunos de los niños parecían tener vergüenza de estar con los demás y se mantenían separados. Ella procuraba siempre hablar con ellos y hacer que se juntaran con los demás. Curra se había acostumbrado a seguir la inspiración de varias de sus compañeras profesoras y concebir la clase como un equipo, así su forma de hacer las cosas y de enseñar a los nenes como un deporte: El equipo siempre es de lo primero, el estar compenetrados es una obligación y el hablar y tomar confianza es una necesidad.
Pero que fuese necesario no quería decir que fuese fácil. Muchas veces, hablándolo con otras compañeras reunidas en su sala de profesoras, la temática siempre saltaba a la palestra como una asignatura pendiente de los mayores que no paraba de azotarles la moral:
- Una cosa es que la primavera altere la sangre y otra que la haga hervir, reguaus – Curra acomodaba su espalda cansada a su silla a la hora del recreo, resoplando tras sólo la primera mitad de la mañana-. Las personas parece que cada vez tenemos menos empatía, cada vez pasamos más de ponernos en el lugar del otro...
- ¿Qué nos pasa hoy, Curri? – Sara la acarició la pata tratando de animarla.
Curra le besó la mano y la miró a los ojos pensativa:
- ¿Por qué es tan difícil caer bien a todo el mundo?
Media hornada de maestras se rió de forma unánime:
- Depende lo que consideres "todo el mundo" – contestó Laura divertida.
- Yo creo que más que hacerme querer con el mundo, primero tengo que quererme a mí misma – apuntó Estefanía-. La gracia de ser diferentes es que cada uno buscamos algo distinto de los demás. A unos les gusta el color rojo y a otros el verde. A unas les gusta la música en Inglés y otros no puedes hacerles ir más allá del español... Tienes que acostumbrarte a todas las opiniones, Curra. Lo importante es que eso no acabe contigo o que te haga alejarte de los demás, sino que te enriquezca.
- Si lo dices por las chorradas que dicen de ti esos de la tele, olvídalo – la tranquilizó Raquel-. Los niños te adoran, nosotras te adoramos, ahora venir al cole es sinónimo de aventura inesperada y los de fuera están precisamente fuera y no saben lo que pasa aquí dentro.
Lara la abrazó bien fuerte por detrás, haciéndola entrecerrar los ojos y sonreír:
- Nadie te va a echar. Sólo te retirarás tú cuando quieras.
- De momento no quiero irme – añadió Curra.
- Pues ya está, un dolor menos – zanjó Lara, cariñosamente.
Curra dio cinco lametazos al agua sobre la mesa y planteó la siguiente pregunta:
- ¿Cómo se hace que dos niños sean felices en un sitio donde les cuesta mucho serlo?
Si algo tenían las maestras es que no hablaban por hablar. Si eran maestras, eran maestras por algo. Se pensaban mucho las respuestas. Tras estar un rato en silencio, volvieron a abrir el grifo de respuestas:
- Para empezar, que vean la clase como algo maravilloso – Amanda resumió su respuesta en tres pasos, siendo ese el primero-. Para seguir, eso maravilloso es su entorno... O sea, el resto de niños. Y para acabar, y no menos importante, que esos otros niños se den cuenta de que están ahí y les hagan caso.
- Ya, muy bonito Mandis, pero eso no es nada fácil – Rocío era una profesora amiga de Amanda, ellas dos parecían inseparables, pero precisamente eran el dúo que mas debatía siempre.
- No dije que fuese fácil – corrigió Amanda-. Sólo dije que era necesario.
- Ya, pero comprende que es que nos movemos por intereses y que hasta los mayores nos movemos por intereses. Si algo no nos gusta, pasamos de ello y nos vamos a por lo que nos gusta.
- Rocío, los mayores tristemente no somos como los niños. En eso tienes razón, pero los niños merecen su oportunidad de ser infinitamente mejor diseñados y educados que nosotras. Puede que hacerse amigos de todos no esté entre sus intereses... Pero, ¿para qué está una maestra entonces si no es para dirigir y canalizar intereses?
Quedándose sin argumentos, Rocío calló cediendo el trono a la mejor respuesta:
- Eso no la vi venir, Mandis. Muy bien contestado.
- ¡Claro, chica! Siempre tengo que decirlo todo yo – en cuanto acabó la frase, las maestras rieron.
- Bueno, entonces parece que vamos por el buen camino: los niños han de hacerse caso y preocuparse por los demás – vislumbró María mientras acababa de ordenar el taco de fichas-. Así como cogen responsabilidades de cuidar a mascotas o tener todo limpio y ordenado, que tomen conciencia de los demás y se acostumbren a mirarse entre ellos y ver qué les puede pasar...
Ante la respuesta mastodóntica de María, otro tema relacionado entró en juego tan rápida como inesperadamente:
- Maestras, ¿no os parece que los niños parecen mirarse menos entre ellos? – preguntó Zara intrigada.
- Muchos de ellos sí – repuso Laura-. A veces parece que les falla la atención, el mantenerse dentro del juego...
- Es como si pensaran en otras cosas, como si estuvieran en otra parte... - Curra barajaba posibilidades-. Puede que sea por manejar demasiado el móvil.
Muchas maestras resoplaron como apisonadoras.
- Oh, por favor... Tener Internet en casa y todo eso está muy bien, pero extender las maquinitas y los móviles a todas las tareas del día a día creo que a veces nos atrasa – concluyó Paula.
- Me parece raro ver a niños jugando en el parque como de antaño – prosiguió Jessy-. Y no sólo niños... Mayores a tope también. Ya nadie mira al frente por la calle, muy pocos se miran a la cara y muy muchos miran al suelo o a ese aparatito que pretenden que valga para mil cosas y nos priva de hacer otras mil.
- Puede que estar con el móvil y otros aparatos les esté quemando mucho la concentración – Curra se rascó el pelaje cansada, la mediana edad parecía poder con ella-. Pero también está el aceptarse entre ellos... Yo por ejemplo tengo dos en clase que no son quienes a terminar de integrarse. Eso les repercute en la atención y en ser felices. Y yo quiero niños felices...
- Y lo peor es que una ficha no es suficiente para hacer a un niño feliz, ni tampoco usar el libro como un manual de instrucciones – añadió Raquel-. Vas a tener que encontrar una solución para eso. Puedes usar algo de lo que hablamos aquí para ello.
Curra descubrió una pista valiosa en las últimas palabras de Raquel.
- ¿Qué has dicho que voy a tener que hacer?
- En... - Raquel pareció confundida, pero Curra la motivó a seguir meneando la cola y alzando las orejas-... Encontrar, Curra.
Curra saltó a la mesa a besarla, así como al resto de sus compañeras de profesión:
- ¿Qué haría sin vosotras?
Sus energías renovadas la permitieron planificar dos juegos que se alejaban de sentarles a hacer fichas, haciendo fichas los niños no se integrarían. Estando unos con otros y jugando unos con otros, aún Curra teniendo que decirles lo que hacer, sí que se relacionarían. Así, Curra y las maestras inventaron dos juegos: "¿Dónde está mi peluche de la suerte?" y "Encuéntrame". Nada más llegar al aula, Curra lo anunció con energías renovadas:
- En mi primer de día de clase en solitario, me encargué de que mis niños apartaran las sillas y las mesas para inventar nuevas maneras de aprender. Y ahora vosotros, también mis niños, sería injusto que no lo hiciese con vosotros.
Para el del peluche, Curra puso a unos niños repartidos a lo largo del espacio y escogió a otro puñado de ellos, incluyendo a los niños vergonzosos y retraídos. Entonces puso música suave de fondo.
- En casa, para dormir, hay a quien le cantan aún canciones, ¿a que sí?
Los niños respondieron un sonoro "¡Síííí!".
- Bien, pues vosotros – señalando a los niños repartidos por la clase - sois los peluches preferidos para dormir de estos niños – entonces señaló a los escogidos-. Y en cuanto la música se vaya acabando y las luces poco a poco se apaguen vais a tener que moveros por el aula y encontrar a vuestros peluches. Si no, os dormiríais tristes. ¡Y nosotros queremos estar felices siempre!
Según la música suavemente llegó a su fin y la luz del aula se atenuó (por seguridad, Curra dejó las persianas un poco levantadas y además contaba con linternas) los niños empezaron a palpar y moverse con cuidado buscando a su "peluche de la suerte" para poder dormir feliz. Poco a poco y uno a uno, los niños fueron encontrando a sus "peluches". Pero entonces, uno de ellos planteó la gran pregunta:
- Profe, ¿qué hacemos cuando lo encontramos?
Curra abrió la boca sonriendo:
- ¿Qué hacéis con el muñeco para dormir bien?
- ¡Abrazarlo! – respondieron los niños a la vez, divertidos.
- ¡Pues a achuchar se ha dicho!
Curra pudo oír las risas de los niños y sólo le hizo falta encender las luces con normalidad para ver a todos los niños abrazados entre ellos y a esos dos pequeños que les faltaba confianza y unión con los demás también felices.
- ¡Esto funciona! – exclamó frotándose las almohadillas-. Me alegro, porque aún no hemos terminado.
Curra, entonces, puso en marcha la segunda gran actividad para reforzar la motivación, la diversión y la confianza: "Encuéntrame". Para esta actividad tuvo que ponerse de acuerdo con las otras maestras, pues necesitaba no sólo su propia clase, sino los pasillos y hasta el gimnasio del cole.
- Antes, los juegos y las aventuras eran o en clase, o en los pasillos, o en el gimnasio... Hoy... ¡Será en los tres sitios a la vez!
Los niños exclamaron extasiados. Curra lo estaba más aún viendo el éxito. Esta vez hizo quedarse deliberadamente al par de niños que antes tenían vergüenza (pues poco a poco la perdían, volviéndose más queridos por los demás) junto con otros dos compañeros más en el aula sin moverse, mientras ella daba tizas de colores e instrucciones a los demás para esconderse por distintas zonas en el gimnasio y dejar un rastro en el suelo. Curra los observaba por micro-cámaras en su brazalete, mientras daba al fin el pistoletazo de salida a los 4 investigadores. ¿Su misión?: Encontrar a una serie de compañeros perdidos a lo largo de un circuito que abarcaría toda el gimnasio y parte de pasillos de la instalación, rodeados de caminos de colores con nombres de distintas ciudades (lugares de nacimiento de los alumnos o sitios que signifiquen algo para ellos o por familiares). Una vez los fueron encontrando, hacían recuento de compañeros al tiempo que ellos compartirán entre ellos un recuerdo, una historia o una costumbre de lo más preciada de su procedencia. Con eso, los niños de Curra (y más aún los que estaban integrándose del todo dentro de clase) alimentaban su deseo de compartir y saber más y más sobre sus compañeros.
Tanto a los niños como a sus compañeras les encantaba el estilo de Curra. Nunca se olvidaba de cómo hacer aprender a sus niños de forma clásica y efectiva, pero lo hacía de forma cariñosa y siempre que podía tirar de juegos o (lo que más la divertía) inventarlos a su gusto lo llevaba al límite. ¿Por qué sentarles, tenerles sentados sin moverse, y hacerles hablar sin ganas de su pasado y su procedencia? ¿Por qué no hacer eso, pero jugando y haciéndoles ser partícipes de algo grande, como si jugaran a los detectives? Las familias se encantaban con ello y a pesar de que algunos de los directivos de Colegio puede que aún viesen el aprendizaje como sentarse en una silla y no moverse ni hablar con nadie (sin olvidar deberes y mááás deberes), les satisfacía que los alumnos aprendiesen y se lo pasaran tan bien como para tener ganas casi desesperadas de volver al cole. Sobre todos los directivos estaban al corriente de la polémica de Curra y las críticas a estar envuelta en la organización escolar siendo "sólo un animal". Pero si tenían razones para fijarse en las virtudes de la perrita maestra, la consideraban más maestra que perrita.
Los días seguían pasando y Curra volvía a sentirse más completa y a gusto consigo misma y, de nuevo, haciendo del estar en el cole como si estuviera en su casa. Volvió incluso a colaborar más activamente con los de Primaria y a organizar una convención científica para Infantil y Primaria cuyo broche de oro sería un volcán gigante de lava hecho con varios productos. Lo único, esos productos debían ser manejados por los profesores y con cuidado porque podían ser inflamables si se usaban sin cuidado. Curra había tomado gran parte de responsabilidad en ello, aunque las profesoras de Primaria le insistieran que no lo hiciera. No obstante, cuando Curra estaba motivada parecía olvidar hasta su propia edad y volvía a sentirse como una perrita jovencísima en sus primeros días en el paraíso... Pero había algo raro durante los recreos, cuando le tocaba hacer la ronda del patio. Había alguien al otro lado de la acera, más allá de los barrotes de seguridad del patio. Había un rostro embutido en una gabardina color marrón que la acechaba de forma nerviosa, casi culpable. Curra miraba extrañada ese rostro y se preguntaba quién sería. "Algo no marcha bien", pensó.
Al volver a clase, encontró a Cristina llamando la atención a uno de sus alumnos. Tras dejar a sus niños en su clase y ver que Cris mandaba a ese niño de nuevo a la clase de ella, Curra se le acercó:
- ¿Estás bien?
- Ay, Curra... Ese campeón va a acabar conmigo. Se escapa de clase infinidad de veces. Dice que en casa se lo enseñan, pero además lo más extraño es que luego su padre llama aquí como loco y pone el colegio patas arriba echándonos la culpa de lo que le pasa a su hijo... El otro día casi pega a una profesora de apoyo y delante de los niños.
Curra abrió la boca horrorizada.
- Alguien que arma tanto jaleo y no le conozco... ¿Por qué?
- Toda esta movida ha empezado hace poco, hará semana y media... Y claro, eso hace que esté más tensa con el crío.
- ¿Cómo se llama el padre? O si eso no puedes decírmelo, dime qué aspecto tiene al menos...
Cris se guardó el detalle del nombre por respeto, pero sí le dio su descripción:
- Suele estar alterado, despeinado y vestir una gabardina color marrón.
Curra abrió los ojos como platos ante ese último detalle.
- ¡Reguaus! Le vi antes en la acera de enfrente mirando a los niños fijamente.
- Pues mucho ojo que eso es que va a armar alguna...
En ese momento, el teléfono del pasillo disponible para las profesoras sonó y Cris lo cogió rápidamente. Conforme hablaba, se ponía más y más nerviosa. Curra aprovechó a acercarse a su clase y rogarles a los niños paciencia y tranquilidad hasta que volviera. Les pidió que se dividieran ellos por grupos y que representaran una obra de teatro en los rincones hasta que volviera. Rápidamente volvió con Cris.
- ¿Y ahora? – preguntó ansiosa.
- ¡¿Puedes creerlo, Curra?! Acaban de llamar de conserjería que el padre acaba de denunciar que su hijo se ha escapado de nuevo y que está preguntando por mi sin parar para echarme la culpa – la pobre Cris no entendía nada-. Pero si le acabo de hacer entrar en...
Según se dieron la vuelta las dos, encontraron la puerta del aula de Cris abierta de par en par y a algunos alumnos asomados.
- ¿Qué ha pasado, cielos? – les preguntó Curra.
- Alan ha vuelto a escaparse, profe. No paraba de decir que su padre le obligaba a hacerlo, que si no le castigaría.
Curra comenzó a correr por el pasillo.
- ¡Hay que encontrarla! Reúne a las demás y da el aviso por los brazaletes de que tenemos un niño perdido por el colegio, que hay que encontrarle antes que se escape.
Habiendo dado esas órdenes a Cris, Curra salió a toda velocidad al patio tratando de dilucidar por dónde se habría ido Alan. Lo que no comprendía era que según el niño, si no hacía estos líos le castigarían en casa... Pero escapándose el padre venía al colegio a echar la culpa a las profesoras...
"No entiendo nada", pensó la desorientada maestra. De pronto su brazalete comenzó a vibrar. Era una llamada de Primaria.
- Dime, Adrián.
- Curra, he encontrado la puerta del laboratorio donde guardamos el volcán abierta de par en par. ¿Sabes algo de esto?
- Creí que la habíamos dejado cerrada, ¿no? – preguntó Curra casi sin aliento asomándose al hall del centro sólo para encontrar al padre de Alan dando voces al secretario.
- Eso pensé yo también... ¿Habrá sido Laura?
- No lo sé, Adri... Lo siento pero he de preguntarte algo: ¿No habrás visto a un niño corretear por ahí?
- No, pero sí que estoy oyendo a un hombre desquiciado en el hall.
- Exacto, el padre de ese niño. Y le estamos buscando sin parar.
Curra había dado vueltas al patio y nada, había asegurado las salidas traseras y nada. Sólo quedaba la puerta de entrada, pero había que atravesar el hall del centro. Otro zumbido del brazalete.
- Decidme maestras.
- Curra, creo que lo tenemos, pero has de saltar a por él – Sara hablaba a toda prisa.
- ¿Dónde? – preguntó Curra intrigada.
- ¡En la calle! ¡Prácticamente cruzando en rojo! Ve a la entrada principal, ¡ahora!
Curra no podía atravesar el hall y tener que hablar con ese padre ni con nadie. Saltó la valla protectora con el corazón casi saliéndosele de la boca y corrió sin parar hasta llegar a la puerta principal. Miró la cámara de la puerta principal que enfocaba a la calle y al darse la vuelta encontró a Alan mirándole inexpresivamente.
- Que el padre y todas las personas vengan a la entrada principal, le tengo. Gracias Sara, en serio.
Curra tuvo que hacer verdaderos esfuerzos por no gritar de impotencia mientras dejaba de hablar por el chat comunicador del brazalete y se dirigía hacia el niño.
- Creo que me debes una explicación, ¿no te parece?
- Me obligaron en casa.
- Sí claro, ¿por qué?
- Mi padre... - Alan parecía estar asustado-. Ya no es el mismo de antes... Se pasa más tiempo fuera...
Curra trataba de poner en orden su cabeza de nuevo.
- Escucha, ¿por qué no nos vamos a la sala de profes y hablamos las cosas? Puedes confiar en todas nosotras. Estamos para cuidarte.
Antes de que Curra pudiese tocar si quiera al niño, las maestras y directores del colegio salieron por la puerta a toda prisa tratando de retener a un padre furioso.
- ¡Qué gran colegio! ¡No sois capaces de capaces de cuidar de mi hijo! ¡¿A qué clase de profesora se le puede escapar un niño delante de sus narices?! ¡¿Cómo va a cuidar entonces a más de 20?!
Mientras su padre protestaba sin razón aparente, Alan estaba triste y asustado. Y Curra se fijó en eso. No parecía un niño que sabía que había hecho algo que estaba mal y lo disfrutaba. Era alguien que había hecho algo que no quería hacer y lo estaba pasando mal.
- Creo que antes de hacer nada, será mejor llevarle adentro a que nos cuente qué ha pasado... - Curra comenzó a tratar de dialogar con él, poniéndose delante de Alan.
- ¡NO! ¡Terminantemente no!
- Oiga... - Curra intentó tranquilizar a ese padre.
¡BOOOOM!
Una explosión reventó las ventanas superiores del colegio y dejó los marcos ardiendo. Todos se echaron al suelo, salvo Curra que se tiró a abrazar a Alan y quedó paralizada viendo el piso perteneciente al laboratorio de Primaria arder. Cubrió la cabeza del pequeño para que no le cayera cristal o trozos ardiendo y lo único que pudo hacer fue abrir la boca y achicar los ojos en una mezcla de rabia, tristeza y miedo. Personal del interior del colegio en ese momento, así como profesores de Primaria rápidamente dieron la voz de alarma, se echaron a ese fuego y lo apagaron. Poco a poco todos recuperaron la compostura y en cuanto se dieron cuenta de lo que había pasado, no podían evitar sentir tristeza y un poco de inquietud. Rubén cogió a María y la abrazó mientras la llevaba adentro, las maestras se cogían de la mano y se tranquilizaban del susto mientras ensayaban caras amables y seguras para convencer a los niños de que lo que había pasado sólo era un susto en el laboratorio... Pero el director del centro quedó mirando a Curra sin piedad. En cuanto Curra recuperó la compostura y la movilidad y bajó la cabeza hacia la persona que no dejaba de mirarla, se dio cuenta de que esa explosión que nadie pudo prever la afectaría segurísimo.
En el despacho del director:
- El volcán ha estallado y es lo que ha provocado la explosión – afirmó el director cuando se conocieron las causas-. Por lo visto se echó lejía a la sustancia que conformaba la lava. Eso hizo un efecto gradual equivalente a meter un chicle en la coca cola, sólo que en vez de espuma y líquido echa fuego y humo.
Curra agachaba la cabeza entristecida, no tenía ni idea de cómo pudo pasar. El director prosiguió:
- Por lo visto, tú estabas al cargo de la convención de ciencias... Por lo tanto, la responsabilidad de ese volcán era tuya.
- Señor... - Curra intentó hablar.
- Por tu bien, quiero una explicación.
- Señor no puedo explicar lo que ha pasado ahí dentro... Estábamos buscando a un alumno que se había escapado de su clase y yo recuerdo haber dejado esa sala bien cerrada y los materiales bien cubiertos. Era lo que menos me preocupaba en esos momentos, mi mayor preocupación era ese niño.
- Pues ahora la mayor preocupación de este colegio es explicar a la gente esa explosión... Y la gente buscará una razón, un culpable.
Curra luchaba por reprimir las lágrimas ante lo que el director parecía iba a decirle.
- Y esa persona será Cristina.
En ese instante, Curra pasó de la llorera a la sorpresa casi sin explicación.
- ¿Por qué Cris? Ella no hizo nada...
- ¡¿Nada?! – exclamó el director-. ¿Perder a un niño es no hacer nada?
- El niño dijo que se escapó porque su padre le obligó a hacerlo en casa.
- Los niños cuentan muchas historias, Curra. Con tus años de profesión deberías saberlo – Curra no quería pelear, eso era lo que menos quería, pero tampoco que su amiga cargara con culpas que no eran de ella-. Además, como has dicho, tú estabas buscando a ese niño. Su niño. Te hizo abandonar tu puesto. El doble de irresponsabilidad. Voy a llamarla ahora mismo para que recoja sus cosas y no vuelva jamás.
Por un momento Curra no parecía tener la valentía de abrir la boca, pero cuando vio al director marcar el número en su teléfono lo comprendió todo. Cris no tenía la culpa de lo que en casa le hicieran a ese niño. Tampoco tenía la culpa de que el volcán estallara. Curra no podría volver al colegio cada día sabiendo que habían echado a alguien para siempre por cosas por las que no tenía culpa alguna. Curra sólo hizo lo que mejor sabía: educar, proteger y ayudar. Y ni con esas pudo impedir este revuelo. Pero Cristina no debía pagar por ello. Sabía lo que le esperaba si alzaba la pata, pero a Curra aún le quedaba suficiente amor propio y valentía. Puso su pata encima del teléfono e hizo que el director le mirara a los ojos para escuchar o que iba a decirle.
Cuando el director dio la noticia a las maestras, todas se llevaron las manos a la cabeza. Curra prefirió no despedirse de nadie. Tampoco le quedó valentía de hacerlo con los niños, les dijo adiós como si al día siguiente volvieran a verse. A sus ojos apenas les quedaba paciencia para retener las lágrimas, por lo que recogió rápido todos los premios de sus niños y se marchó de allí a paso moderado. Sabía que no era el final para siempre. Que de algún modo u otro volvería a ver a sus compañeras amigas, al resto de profesores y a sus niños. A todos ellos. Pero tenía que asegurarse de que lo que había pasado hoy no volviese a pasar jamás. Tenía que saber qué era todo aquello, de dónde provenía, quién lo hizo y por qué. Y tenía que evitar por encima de todo que una gran maestra cargara con la culpa de todo aquello. Eso al menos ya lo había conseguido. Aún dentro de su pena, Curra sonrió sabiendo que Cris y las demás seguirían allí para cuidar y enseñar a todos esos niños. Era una victoria con sabor a derrota, pero era una que creía se podría permitir. Aún estaba cruzando la valla, cuando...
- ¡Curra!
Al oír su nombre se dio la vuelta y encontró a todas las maestras de Infantil y Primaria en el patio viéndola marchar sacudidas por la tristeza y bañadas en un mar de sollozos. A Curra le dolía, le costaba, pero volvió a sonreír una última vez. Aunque esa sonrisa ya no pudo frenar las lágrimas en los ojos, sí que sirvió como despedida definitiva. Entonces siguió andando, pese a los gritos devuelta de todas sus compañeras y resto de profesores. Todo fue en vano. Pasó lo que tenía que pasar, aunque nadie lo quisiera. Unos segundos después, la entrada y la calle estaban vacías. Curra se había ido.
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