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Érase una vez...

En un reino antiguo, tan antiguo que nadie recuerda esta historia, en una plaza se encontraba un joven juglar.

— ¡Vengan! ¡Acérquense a escuchar esta triste historia de amor! —esas palabras salían de su boca la cual formaba una sonrisa tonta.

El juglar al ver que había logrado llamar la atención de unas cuantas personas aumentó su sonrisa, viendo que en su mayoría eran niños y a lo lejos algunos vendedores lo escuchaban.

El juglar se sentó al lado de la estatua, acomodándose para empezar su narración.

— Erase una vez, un bufón que vivía para un viejo país. Aquel bufón se enamoró de la princesa del reino...

Los vendedores escuchaban la historia, aprovechando que a estas horas no había muchas ventas. Ellos conocían su fama de cuentacuentos de primera mano y todos allí esperaban una típica historia de amor donde el amor siempre triunfa...

—... Pero su deseo nunca se hizo realidad.

Ignorando la ligera sorpresa de sus oyentes, el juglar tomó sus marionetas: una linda muñeca de cabello rubio finamente trenzado con un hermoso vestido violeta con ojos de botones azules y un muñeco de cabello negro, vestido de la misma manera que el juglar con ojos verdes, empezando con esto su narración.

"Este reino era un pequeño país que siempre estaba en guerra debido a la constante amenaza de los países vecinos debido a su pequeño tamaño en comparación a estos y a su falta de magos. Siempre estaba amenazado.

El rey era un hombre ya anciano quien tenía varios hijos. Estos hijos continuamente luchaban entre sí por el poder viendo pronto el final de su padre; el rey sabía de esto, lo cual sólo lo hacía querer más a su hija, Philippa, su única hija mujer.

La princesa Philippa era conocida por su belleza inalcanzable en todo el país, incluso más allá de sus fronteras. De largo y sedoso cabellos rubios, piel delicada y blanca que sólo remarcaba sus hermosos ojos azules, muchos gobernantes añoraban tenerla como esposa, consorte o incluso como amante, empeorando la situación ya difícil del país ya que aquel viejo rey hacia oídos sordos a las propuestas de matrimonio a Philippa, negándose a entregarla aunque esto significara su final y el de su gente.

En aquel mismo castillo había un joven bufón de corte, Leandro, un joven habilidoso, inteligente y ágil que se rumoreaba que era un hijo de un conde, quien renegaba por completo de la paternidad de aquel bufón. Leandro desde temprana edad había contemplado a la princesa por los jardines reales a escondidas, lo cual influyó en su habilidad como bufón. Él estaba profundamente enamorado de la joven princesa.

Cuando el mundo vio como la salud del rey vacilaba, el bufón de dicho rey, con la ambición digna de un noble, se propuso a sí mismo tener a la princesa. Así que un día en el momento en que la noche caía, él trepó a su balcón a hurtadillas de los guardias reales.

La princesa Philippa miraba con aburrimiento el cielo estrellado mientras divagaba en sus pensamientos apoyándose en aquel balcón, o eso era lo que hacía hasta que de la nada el bufón de la corte de su padre apareció de la nada frente a ella.

Lejos de sentir miedo, Philippa se quedó mirando al bufón sabiendo que ante cualquier eventualidad un simple grito de su parte haría que el joven terminara muerto de manera brutal. Se sentía confiada por así decirlo.

Leandro, siguiendo el típico protocolo, se arrodilló e hizo una reverencia.

— Gusto en conocerla, princesa. Sé que lo que diré puede ser muy súbito, pero no se sorprenda: Quiero que sea mi princesa, por favor.

Philippa, en lugar de mandarlo a freír monos o a dar una vuelta al calabozo, lo siguió observando unos momentos antes de dar su respuesta.

— No.

El bufón hizo una mueca de dolor ante esta fría y cortante respuesta de la princesa, pero se negó por completo a rendirse.

— Princesa, la he amado durante años. No descansaré en paz hasta que usted me muestre una sonrisa en su rostro.

Ignorando su sentido común, la princesa dijo algo que marcaría un antes y un después en su vida...

— Te deseo suerte —dijo para luego darse la vuelta y entrar a sus aposentos.

Ante esta respuesta, Leandro sonrió y levantó la mirada con una ancha sonrisa, viendo su silueta alejarse.

— Volveré mañana.

Cada vez que la noche caía el bufón se colaba en su balcón y le hablaba desde ahí a la princesa quien se encontraba dentro de sus aposentos, pero la princesa ignoraba su llamado y sus palabras. La frialdad de la respuesta de la princesa no afectó ni un poco el ánimo del joven pues aún no era atrapado por los guardias reales ni acusado de traición.

La princesa no le entendía ¿Por qué el bufón de la corte de su padre insistía tanto en cortejarla? Ambos sabían que eso era imposible en su posición, pero el bufón no entendía razones. Y ahí seguía ella, sin llamar a los guardias, escuchando las charlas unilaterales del hombre en su balcón.

Un día, su padre finalmente falleció y su hermano mayor subió al trono, esto significaba que dentro de poco ella sería entregada en matrimonio con algún rey o príncipe vecino.

Ese día, como cualquier otro, el bufón trepó al balcón de la princesa, pero esta vez fue diferente. La princesa Philippa estaba llorando de manera desconsolada en un costado del mismo.

— Dígame, señorita ¿Por qué usted sufriendo parece estar? Un rostro tan triste y preocupado no es para usted —recitó con su normal tono melódico y risueño, acercándose a la princesa mientras seguía de una manera "flexible" el protocolo real.

La princesa estaba tan desconsolada que ignoró esa falta de respeto y, sin saber qué hacer, en medio de su desesperación se aferró a lo único que había allí: Leandro, y aferrada a su pecho sólo lloró y lloró, aferrándose a él.

— Princesa, si me permite preguntar ¿Le gustaría abandonar todo y huir lejos de este país? —le propuso.

La princesa se secó las lágrimas, intentando mantener la compostura— No puedo, estoy feliz si como princesa de este país evitó que entremos en una nueva guerra...

— Si es así, princesa, ¿Por qué está llorando con tanta tristeza mientras dice esas palabras...?

Y así era, la princesa lloraba mientras recitaba esas palabras. Sin embargo, aun así la princesa se negó a huir.

— Esta decisión vaya que es interesante. Creo que ha conseguido encantarme aún más —habló con una sonrisa un tanto distinta que ocultaba algo que ella no podía entender.

Sin previo aviso, el bufón extendió su mano a la princesa, quien sólo pudo ver este gesto sin entender.

— Princesa, ¿Qué le parece si antes de sacrificarse por todos nosotros, antes de que eso ocurra, me permite hacerla feliz?

Esa propuesta la desconcertó, pero Leandro pudo notar que había curiosidad reflejada en sus ojos. Sólo necesitaba un ligero empujón.

— Confié en mí, princesa.

Y esas palabras fueron ese ligero empujón. Su padre había confiado en él como bufón de la corte, así que podía confiar en el buen juicio de su padre ¿No?

A pesar de sus dudas, ella aceptó la mano que le ofreció el bufón.

Desde ese momento y por varios días, aquel bufón cada noche sin falta iba con la princesa. Él se encargó de cambiar la tristeza de la princesa por felicidad. Él se encargó de recordarle aquella felicidad tan trivial, él estaba ahí para salvarla, para extender su mano y mostrarle lo hermoso que es ser imperfecto y efímero. Antes de darse cuenta, la princesa comenzó a esperarlo cada noche.

Philippa pensaba al despertar en la posible nueva aventura que tendría esa noche con Leandro, y, sin notarlo, al pensar en ello un cálido sentimiento comenzó a embargarla.

Un día fue el cotidiano jardín real que de pronto parecía un lugar mágico y brillante, otro día fue una escapada nocturna a la playa, su primera vez viendo la playa y sintiendo la arena entre sus dedos, y otra ocasión fue una corta excursión por el bosque. Sin notarlo, se había vuelto parte de su rutina esperarlo.

Pero finalmente el día llegó. Su hermano, el rey, la entregó al príncipe heredero de un gran país vecino.

Ese día, el bufón trepó al balcón como de costumbre, pero la princesa se veía distinta.

Philippa estaba de espaldas a él, mirando a sus aposentos, dejando ver que su cabello rubio suelto tenía un brillo especial bajo la luz de la luna.

— Hoy tuve un sueño...—le comenzó a hablar, sin mirarlo. Ella sabía que él estaba ahí, incluso sin verlo— Un sueño donde todas las personas vivían felices en este débil país que vive sometido a los demás países. Esto puede ser sólo un sueño, pero quiero creer en ello, así que estoy feliz si a cambio de mi vida logro salvar al país...

El bufón parecía sorprendido, pero algo resignado. Ambos sabían que este día llegaría y que este era el adiós...

— Leandro, por favor, quiero que te olvides de mí. Es lo que más deseo con todo mi corazón...—pronunció con el mismo tono que antes, pero él sabía que ella estaba sufriendo.

— Eso es imposible, Princesa Philippa. Ni en esta vida ni en la otra podría olvidarla —sentenció con su usual sonrisa.

— Ja, tenía que intentarlo —rió sin ganas.

En ese momento, la princesa volteó a verlo directamente a los ojos.

— Hey, esta es mi última orden como princesa... ¿Podrías verme... con una sonrisa mañana?

El bufón se arrodilló y bajó la cabeza, siguiendo correctamente el protocolo por segunda vez desde que comenzaron a hablar— Como usted lo ordené, su majestad.

Lo que ninguno quería mostrar es que cuando el bufón se arrodilló amargas lágrimas surcaban sus mejillas. En un estado similar estaba la princesa, quien de inmediato se volteó para no mostrarlo.

Esto era el adiós, pero ninguno quería aceptarlo.

La princesa comenzó a caminar hacia su habitación, saliendo del balcón, pero la voz temblorosa del bufón la detuvo.

— Princesa, esperaré a que venga otra vez, ¿Está bien? —en ese momento, su voz se quebró— Incluso aunque pasen los años, décadas, siglos, yo la esperaré. Sin importar cuanto pasé, yo la esperaré con mi amor intacto. Lo juro, su majestad.

Con esas últimas palabras como despedida, Leandro se levantó y se dio la media vuelta, alejándose con cada paso que daba más y más de Philippa.

Ninguno de los dos se volteó, sin desear tener el rostro lloroso del otro como último recuerdo. Sabían que si volteaban, no podrían soportarlo y se lanzarían a brazos del otro. Ella sabía que él no podría hacerle más daño del que su adiós estaba causándole ahora mismo...

— Esperaré ansiosa ese día —murmuró con la voz temblorosa, aún sabiendo que Leandro ya no se encontraba ahí.

Al día siguiente, el prometido de la princesa llegó por ella.

Todo el pueblo celebró el compromiso, todos estaban felices, todos menos dos personas...

— Sabías que esto pasaría algún día y aun así lo hiciste —le dijo su hermano Alonso, el ahora rey del país, mientras miraba como su hermana menor tenía sus últimos arreglos antes de partir con rumbo a Zahir.

Esas palabras, dichas por su hermano cuando pasó por su cuarto mientras era preparada la descolocaron por completo, ¿Acaso él...?

— Lo sé todo, Philippa, no finjas no saber de lo que hablo —habló con voz fuerte el rey— Sus visitas, sus paseos, todo.

Sus fieles sirvientas quienes seguían con su trabajo de vestirla no pronunciaron sonido alguno, al igual que su ama.

— Si te diera la oportunidad de cambiarlo, ¿Lo volverías hacer? —inquirió, harto ya del silencio que reinó en la habitación.

Y entonces ella decidió hablar.

— Incluso la tristeza y el dolor opacan la felicidad que tuve en aquellos días, amé cada parte de lo que experimenté porque él estaba a mi lado. Todo eso me hubiera perdido para siempre si no lo hubiera aceptado...—la joven princesa volteó a ver a su hermano mayor, con sus ojos azules húmedos por el llanto que amenazaba por salir de ellos— Prefiero haber tocado un mechón de su cabello, un roce de su mano, ver su sonrisa... que una eternidad sin ello, sin importar qué, Alonso...

Para Philippa no había manera posible de que algo pudiera herirla más que eso...

Resignado al escuchar esa respuesta, el Rey Alonso se levantó de la fina silla donde se había sentado y se dio la media vuelta, con unas peculiares palabras como despedida.

— Me aseguraré de mantener a ese bufón.

La princesa se asustó ante la idea de que su hermano dijera algo que pudiera romper el compromiso, pero el rey no volvió a decir nada relacionado al tema, él sólo les felicitó por su matrimonio.

Ese día cuando su carroza se alejaba de su hogar, al voltear a ver a la multitud la princesa lo vio, vio a su amado bufón, aquel bufón de la corte real que entre lágrimas le estaba ofreciendo una sonrisa.

La princesa sólo pudo pensar que fue el rostro más bello que había visto en él.

— Fui muy feliz, tuve suerte —se dijo a sí misma, cerrando los ojos con la esperanza de caer en brazos de Morfeo, imaginando lo que pudo ser y no pudo ser."

En ese momento en el que el juglar dio por terminado el relato, un silencio se formó en la plaza del pueblo.

Los niños, ya conociendo al juglar, de inmediato comenzaron a hacerle preguntas sobre la historia.

— ¿Por qué no huyeron? —preguntó primero un niño.

— Porque si la princesa huía, la ira de los demás países llevarían a la ruina al país que ella tanto amaba...

— ¿Qué pasó con la princesa? —preguntó el siguiente elevando la mano.

El juglar sonrió— Se casó con el príncipe heredero quien subió al trono al poco tiempo, tuvo varios hijos con él. Cuando su esposo murió su hijo mayor heredó el trono y gobernó dignamente con ayuda de su madre.

Esta respuesta los decepcionó puesto que no eran la respuesta que esperaban. En ese momento, uno de los niños hizo la pregunta clave que llamó la atención de todos los oyentes pues esta era la pregunta de la que ellos deseaban saber la respuesta pero ninguno se atrevía a pronunciar.

— ¿La princesa volvió a ver al bufón? —preguntó firme un menor, negándose a irse a casa sin esa respuesta.

El juglar, sin borrar su sonrisa de su rostro, respondió con una voz tranquila.

— No lo sé.

Esa respuesta causó malestar general entre los oyentes, quienes se sintieron profundamente decepcionados al escuchar esto.

— Pero...—volvió a hablar, llamando nuevamente la atención de los oyentes— Quizás sí lograron reencontrarse y ser felices...

Sin que nadie lo notara el juglar estaba viendo de reojo a una pareja anciana a lo lejos. Ambos tenían el cabello cano y el rostro lleno de arrugas que demostraban su avanzada edad, ella tenía unos vivos ojos azules y él tenía unos alegres ojos verdes, ojos que brillaban al contemplarse mutuamente mientras caminaban tomados del brazo.

— Si... Muy felices.

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