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7

Situados los tres espalda con espalda, estudiábamos a los asaltantes para tratar de descubrir sus puntos débiles, mientras ellos nos miraban con sorna. Nuestra situación era delicada ya que por un lado mi herida me limitaba a la hora de batirme con ellos, por otro estaba Samuel, que tenía nulo dominio sobre la espada y Seryan, que aunque supiese un poco más, era bastante mediocre. Traté de invocar una cortina de humo entre los asaltantes y nosotros, para crear confusión e intentar una huída desesperada. La maniobra fue inútil ya que el viento arreció y acabó con ella.

Empezaron atacando de uno en uno, dándome la oportunidad de luchar en relativa igualdad de condiciones. Las espadas chocaban entre sí con un ruido ensordecedor, me enfrenté con un individuo que me doblaba la estatura mientras Seryan y Samuel se defendían de sus atacantes con dificultad. Pronto se unieron otros a la lucha, pero al estar tan juntos no les permitíamos un asalto en grupo y tuvimos una oportunidad de defendernos.

Mi brazo quemaba y dolía horrores mientras una y otra vez paraba el ataque directo. Con destreza evité un contragolpe y asesté una estocada profunda en su abdomen. Cayó hacia atrás y se retorció de dolor. En su lugar arremetió contra mí otro asaltante, al que conseguí desarmar y herir en cuestión de minutos.
Seryan luchaba con otro orangután. Así que , en una estudiada maniobra que aprendí con mi entrenador, rotemos los tres y me encaré a su atacante.

La lucha se alargaba y el agotamiento empezaba a hacer mella. Había vencido a cuatro cuando todo se complicó.
Habían herido a Seryan y estaba tirado en el suelo. Lo miré durante un segundo, observé los seis que todavía restaban por eliminar y tomé la única decisión posible...

Saqué el colgante que me había dado mi madre, Dorius. Presioné en su centro y pensé en ella.
El colgante se iluminó, yo continué luchando hasta que, minutos más tarde, apareció. Nos miramos a los ojos y sin decir nada se unió a la lucha. Desenvainó su espada y protegimos a mis amigos las dos juntas.
Con su ayuda pudimos vencerlos a todos, menos los que huyeron al reconocerla como reina oscura. Cuando el peligro pasó, mi preocupación por él se hizo patente. Me acerqué donde había caído, ante la atenta mirada de mi madre que hasta ese momento no había hablado. Me arrodillé a su lado e intenté escuchar su corazón. El mío latía desbocado, debido al cansancio y la preocupación. Una emoción, distinta a cuantas había sentido en mis dieciocho años de vida, se abrió paso en mi interior. Sentí miedo de perderlo, ¿Como amigo? Quizás...

—¡Mamá, por favor sálvalo! —grité desesperada al comprobar que su corazón latía débil y había perdido mucha sangre.

—Tranquila, cariño, déjame a mí.

Arrodillada a su lado la gran bruja blanca Anlín realizó un hechizo de protección y curación. Yo, como hija suya, algún día dominaría ese poder, pero por el momento no era capaz de realizar conjuros tan potentes.
Apareció más tarde, cuando ya mi madre estaba atendiendo a Seryan aún sin saber quién era. La bruja Arian, madre de Seryan llegó justo cuando su hijo recuperaba el conocimiento.

—¿Quién ha atacado a mi hijo? —exclamó enfadada al verlo tendido en el suelo.

Mi madre levantó la vista y, al reconocerse ambas, se incorporó para quedar a su altura y enfrentarse con la mirada.

—Bruja Arian, cuánto tiempo sin vernos...

—Demasiado poco, ¿Qué ha ocurrido aquí?, ¿Qué hace mi hijo herido en el suelo?

Me adelanté para hablar y evitar una tremenda discusión que se nos venía encima.

—Escúchenme las dos, Seryan y yo nos dirigíamos al castillo de Luna, para proponer en primer lugar a mi padre un tratado de paz para los dos reinos, más tarde teníamos pensado ir a ver al rey Helios, por la misma razón. Pero estos hombres y algunos más que escaparon nos han emboscado y ambos hemos resultado heridos.

—¿Estás herida, Ayla? —exclamó preocupada mi madre— ¡No me habías dicho nada!

—No es grave, me hirieron en el hombro...

En un momento, mis intentos por calmar los ánimos entre las dos, surtieron el efecto contrario. Ambas comenzaron a discutir sin prestar atención ni a Seryan ni a mi, mucho menos a Samuel que se había mantenido al margen hasta aquel momento.

—¿Podéis dejar de discutir por favor? —susurró Seryan desde el suelo.

De ese modo tan simple, consiguió que concentrasen la atención en él y así pudo dar su versión de los hechos:

—He caído herido por unos asaltantes que nos han emboscado, la princesa Ayla me ha protegido hasta la llegada de su madre, que ha evitado que muriera. Mamá, no tienes nada que reprocharles a ellas, ambas me han salvado. Por otro lado, La princesa Ayla ya estaba herida cuando la conocí, ha luchado feroz y demostrado una gran valentía. Quiero casarme con ella.

Mi corazón se detuvo en aquel preciso instante y tanto mi madre como la suya se petrificaron, pues tampoco se esperaban una confesión similar.

—Tenemos que hablar los cuatro. Pero antes debo curarme el hombro de nuevo —dije, desmayándome a continuación.

Cuando desperté estaba en una habitación desconocida, humilde pero limpia. A un lado de mi cama descansaba mi madre y al otro Seryan, recostado en un sillón desvencijado que amenazaba con caerse a pedazos.

—¿Qué ha pasado? —pregunté, incorporándome.

—Ya despertaste, bella durmiente —contestó mi madre—, todo está bien. Hemos hablado los tres y creo que estamos todos de acuerdo en que os caséis y así unir los dos reinos, de esta forma tu padre y el de Seryan no podrán negarse a neggociar un acuerdo. Es lo mejor.

—Yo nunca dije que iba a aceptar —Puntualicé.

—Lo he decidido yo, al ver tu reacción ante Seryan herido.
Tenías la misma expresión que tuve yo ante tu padre en circunstancias parecidas. Además escuché tu corazón y descubrí lo que oculta...

—¡Mamá! ¡Es mi decisión y debo tomarla yo cuando esté segura!

En ese momento Seryan se levantó de su asiento y se inclinó sobre mí. Mirándome a los ojos acercó sus labios a los míos y me dio un suave beso que me dejó temblando y acabó con toda mi resistencia.

—Hay que aceptar la realidad, Ayla, tú y yo estamos destinados a formar una unión entre enemigos. Esperaré tu decisión y se la comunicaremos a tu padre en cuanto sea posible...

—No creo que mi padre acepte algo así...—balbuceé todavía afectada por el beso.

—De eso me encargo yo, hija, no te preocupes. Ahora ya podrás levantarte, la herida ha sanado. Os espero fuera a los dos.

Cuando se cerró la puerta de la habitación con un quejido lastimero, miré de nuevo a Seryan y le confesé lo que ya sabía.

—Está bien, me casaré contigo. Espero que mi padre no nos mate al saberlo.

Volvimos a cabalgar juntos los tres, junto a mi madre.

Samuel no paraba de mirarnos con una estúpida sonrisa en sus labios. Parecía feliz al saber que nos casaríamos.

El retorno a casa fue tranquilo y no tuvimos ningún tropiezo. Durante el trayecto le iba enseñando a Seryan y Samuel todas las criaturas que nos encontrábamos, desde los Trasgos, con su aspecto feroz pero dulces como la miel, hasta los Díminut, pequeñitos y preciosos, con su graciosa forma de caminar dando saltitos, pero que si tenían ocasión te mordían.
Llegamos y, antes de que pudiera presentarle a mi futuro marido, mi madre se lo llevó a su habitación y allí habló con él. Fue ella la que lo convenció, estoy segura, después todo fue rodado...
Los encuentros entre los dos regentes, siempre vigilados por sus esposas, dieron unos resultados más que satisfactorios.

El príncipe Seryan y yo, poco a poco nos fuimos conociendo, se forjó una gran amistad entre nosotros y el amor siguió creciendo. Hasta que llegó el gran día...


El gran día llegó, los dos reinos se unirían por fin. Las vidas del príncipe Seryan y yo misma, cambiarían para siempre.

Los nervios estaban a flor de piel en todo el castillo de Luna. Trabajadores, sirvientes, mis padres... Todos corrían de un lado a otro para disponer los últimos detalles de la gran fiesta que se celebraría. Vendrían miles de personas y seres mágicos del reino de la luz y de las tinieblas.

Me engalané en mi habitación, un vestido blanco con detalles en negro, la corona de diamantes finos, mi pelo negro en un recogido alto y dejando caer tres mechones en la parte de atrás. Los nervios me hacían temblar, ¿estaba haciendo lo correcto?

Salí de mi alcoba y me dirigí hacia la sala donde se celebraría la unión. Allí me esperaban todos: mis padres, los padres de Seryan y él.

Mientras caminaba, observé a mi alrededor las cortinas de terciopelo amarillas, combinadas con otras grises. Las sillas de los invitados, decoradas con jazmines y rosas. Al frente, en una plataforma elevada seis asientos:
Cuatro ya estaban ocupados, y los dos centrales estaban vacíos.

Mientras me acercaba, por un pasillo paralelo caminaba Seryan. De blanco con su uniforme de príncipe. Su espada y su insignia eran bien visibles. La mía, grabada en el vestido era también un recordatorio de dónde procedía.

El suelo estaba cubierto de pétalos de flores. Mientras csminaba, recordaba cada paso dado en mi aventura. El valor y la destreza en las armas me había salvado. Había salido a encontrar el amor, mas por el camino encontré la amistad, el compromiso, un gran proyecto y cómo olvidarlo, un gran amor.

Subimos a la tarima cogidos de la mano ante el aplauso de los presentes.

La ceremonia de nuestra unión fue breve, protocolaria, aburrida. Pero el contacto visual con Seryan, sus manos acariciando las mías y los besos furtivos, hicieron el enlace soportable.
Una vez acabado. La fiesta se daba en el jardín. Pero nosotros escapamos de ella. Con Zénit y el semental negro, salimos a galope por nuestras tierras. Queríamos vivir aventuras, hasta tener que asumir nuestro cargo como regentes. Queríamos conocer a todos los habitantes de la luz y las tinieblas, comprenderles, escuchar sus quejas, para llegar a ser queridos y respetados.

Queríamos forjar un nuevo mañana.

FIN.

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