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Me incorporé y tomé una decisión, iría personalmente a hablar con el príncipe del reino de la Luz. Intentaría llegar a un acuerdo con él y juntos convenceríamos a mis padres de que la solución a la guerra, que ya duraba siglos, pasaba por un acuerdo bilateral.
—¡Vamos chico!, ¿cómo te llamas? —pregunté, para poder dirigirme a él por su nombre.
—Me llamo Samuel, soy el mensajero del príncipe.
—Eso ya lo sé, bien, Samuel, ahora vamos a ir al castillo del reino de la luz y tú serás mi guía, me llevarás ante el príncipe Seryan para poder entrevistarme con él.
Samuel se quedó sorprendido pero no hizo preguntas, con las riendas de Zénit caminó entre aquellos árboles gigantes. Parecía que sabía hacia dónde iba, pero seguía desconfiando de él, ya que no olvidaba su ataque junto a aquellos ladrones que habían huido como cobardes. Le dejé los pies libres para caminar pero até sus manos a las riendas de mi caballo. No protestó, poco a poco los magníficos árboles dejaron paso a otros más pequeños que permitían pasar la luz a través de sus hojas. Crecían más plantas en el suelo y se hacía difícil caminar. Ya podían oírse los sonidos típicos del bosque, los pajarillos y algunas ardillas aparecían donde menos lo esperabas. Estaba de buen humor y decidí convocar a las mariposas para que nos mostrasen su colorido espectacular.
Llegamos a la zona del pantano, donde dejé subir a Samuel en Zénit para que cabalgara tras de mí y acelerar el paso. Allí el peligro que existía, lo conocía muy bien, eran las pequeñas sílfides que revoloteaban y podían picarte e inyectarte un sutil veneno que te hacía reír hasta volverte loca. El pantano encantado era el lugar más inhóspito del territorio sombrío. Debía tener cuidado también con las brujas, que se disfrazaban de encantadoras libélulas y si te distraías podían conseguir que olvidaras tus propósitos y te quedaras atrapada en el pantano para siempre. Recordé los hechizos que me había enseñado mi madre y conjuré una protección para los dos. Gracias a ello pudimos atravesar aquella zona sin problemas, o casi...
Nos lo encontramos tirado en el suelo, era un pequeño gatito que parecía abandonado y hambriento. Maullaba de modo lastimero, sonaba como un bebé llorando y por ese motivo había parado. Desde mi silla de montar observé mi entorno. No podía confiarme porque podía tratarse de una trampa. El pantano encantado estaba lleno de seres mágicos. Había estudiado los que se conocían hasta la fecha... mas se sabía que aún existían muchos por descubrir.
De pronto lo vi. Agazapado detrás de unos matojos, muy cerca del gatito. Era diminuto, no llegaba a ser ni siquiera del tamaño del gato. Sus orejas puntiagudas sobresalían por entre las hojas y pude distinguir su sonrisa traviesa y sus ojos vivaces, grandes y de color morado. Era precioso... pero muy peligroso. Utilizaban trampas para cazar personas, las apresaban y se alimentaban de sus recuerdos. Absorbían toda la memoria de sus prisioneros y luego los dejaban marchar. Por eso su cabeza era desproporcionada respecto al diminuto cuerpo. Se decía que poseían tal cantidad de información que, podían escribir la historia de los confines.
—No bajaremos, Samuel, es una trampa.
Cuando la criatura oyó mis palabras emitió un sonido agudo muy potente, que casi consigue que Zénit se descontrole y nos lance al suelo... Por suerte mi entrenamiento había sido excelente y pude controlar al caballo y, a pesar de que se encabritó, logré que Samuel no se cayera.
Huimos al galope de la zona para evitar encontrarnos con mas trévols.
No nos detuvimos hasta alejarnos del pantano lo suficiente para dejar el peligro atrás. Después bajamos ambos del caballo para darle descanso. Caminamos uno al lado del otro, sin darme cuenta de que Samuel ya no iba atado. Así comencé a confiar en él y nos empezamos a hacer amigos.
Revisé los mapas y descubrí que ya estábamos muy cerca del camino que nos llevaría al reino de la Luz. Pasado el peligro volví a sentirme emocionada con mi aventura. Encontramos el camino y seguimos a pie un largo sendero que se perdía en el horizonte. Los árboles en el borde del camino extendían sus ramas para unirse y formar un entramado de hojas que daba sombra al caminante, se oían los típicos sonidos del bosque, pajarillos, alguna rana, el sonido de las hojas al moverse con el viento y sobre todo los olores, eran intensos aromas de flores, madera húmeda y plantas silvestres. Una mezcla de sensaciones que hizo que me relajara demasiado y no me percatara de que teníamos compañía. Fue Samuel quién me avisó.
—Mi señora, escuche...
—Deja de llamarme «mi señora» mejor dime Ayla, o si es demasiado para ti, llámame princesa.
—Princesa, nos vienen siguiendo dos jinetes, parecen hombres de armas, quizás sean cazarrecompensas o algo peor...
Me giré de inmediato y los vi. No, no eran hombres de armas, eran algo mucho peor, eran los herederos de una especie en extinción de hombres lobo. Se les reconocía por el tatuaje en la cara, una imagen que causaba terror en todas las personas. Y es que ellos dominaban el arte de matar, pero no habían heredado el honor y la honestidad de los hombres lobos auténticos.
Nuestros perseguidores no se detendrían a preguntar quiénes éramos, sino que nos atacarían de pronto, cuando el terreno les fuera favorable. Debía idear un plan para escapar sin tener que enfrentarme a ellos mas parecía que no tenía otra alternativa que luchar en una primera instancia y huir cuando la situación lo permitiese.
Por instinto acaricié la empuñadura de mi espada y me preparé para la lucha que se desencadenaría.
—Samuel, esta gente es muy peligrosa, no quiero que te metas en la lucha, en cuanto ataquen quiero que te escondas y no salgas pase lo que pase. No estás preparado para enfrentarte a ellos.
—No puedo dejarla sola princesa Ayla, debo protegerla en la medida que pueda.
—No me contradigas, sabes que tu dominio de la espada es igual al mío con la armónica...
Le lancé una mirada de aviso para que no cometiera ninguna tontería. Decidí que la mejor defensa era un ataque sorpresa, mis adversarios no esperarían algo así de una mujer joven y un chico, podría cogerlos desprevenidos y eso sería una pequeña ventaja para mí.
Me mantuve alerta pero sin dar muestras de nerviosismo, cosa que mi padre me había enseñado muy bien. De pronto me giré, empujé a Samuel fuera del camino y monté de un salto sobre Zénit. Me lancé a galope en su dirección con mi espada preparada, en un minuto llegué hasta dónde ellos estaban y lancé un ataque contra el primero. Era muy fuerte y mi brazo apenas pudo mover el suyo. No podía competir en fuerza pero sí en habilidad. Esquivé un ataque bien dirigido que pretendía alcanzarme en el pecho, dirigí a Zénit hacia un lateral y cuando fue a atacarme de nuevo me agaché acertándole con mi espada en la pierna, justo para realizar un corte que le provocaría una hemorragia importante. Me encaré a los dos jinetes que me atacaban al mismo tiempo con una mano sujetando la espada y la otra desenvainé la daga y la lancé sin apenas darle tiempo a verla a uno de ellos. Le alcanzó en medio del pecho cayendo del caballo. El último atacante estaba furioso, se abalanzó contra mí sin piedad, con rabia golpeaba mi espada una y otra vez con un ruido infernal. Intenté aguantar el ritmo mas él tenía un físico bestial, su condición de hombre lobo le daba una fuerza superior a la de cualquier hombre. En un descuido me golpeó con un mazo y caí de Zénit. Sólo llegué a ver cuando él bajó de su caballo y apuntó a mi corazón con su espada.
Ya esperaba la muerte, sin embargo aquella bestia se paralizó un instante con la espada en alto y se derrumbó sobre mí. Por suerte la espada no llegó a herirme sino que se desprendió de sus manos y quedó en el suelo a mi lado. Con fuerza me deshice del cuerpo que me aplastaba y me di cuenta de lo que había ocurrido...
—Samuel, te dije que no hicieras nada, pero he de darte las gracias por salvarme la vida.
—Princesa, no podía quedarme de brazos cruzados, aproveché el momento oportuno y le lancé el cuchillo...
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