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En el castillo de Luna, se preparó un baile organizado en mi honor. El salón donde se celebraba la fiesta había sido decorado con millones de estrellas que mi madre, la bruja blanca Anlín, invocó para la ocasión. Cumplía dieciocho años y me sentía feliz de poder celebrarlos. Acudirían casi doscientas personas al castillo, se esperaba que fuese impresionante, pero yo sólo pensaba en divertirme con mis amigos.
Las mesas estaban situadas a un lado, dejando espacio para que se pudiera bailar en el otro extremo. Toda la sala estaba decorada con esmero: los manteles azul profundo, bordados con diminutas estrellas que brillaban atrapadas por un hechizo; una lámpara con forma de luna menguante adornaba cada centro de mesa. Las flores de jazmín, entrelazadas por hilos de seda, colgaban de las ventanas como cortinas, filtrando la luz de la luna que entraba a raudales y perfumando la estancia con su fragancia. Las velas de cera de abeja, aromatizadas con esencia de romero, esperaban en las lámparas que la luna se escondiera para ser encendidas. El suelo semejaba el fondo del mar, de forma que cuando bailáramos, tendríamos la impresión de flotar en el océano.
—¡Mamá, ha quedado precioso! —exclamé emocionada.
—No todos los días se cumplen los dieciocho, ¡vamos ve a cambiarte de ropa! —apremió— Los invitados no tardarán en llegar.
Me apresuré a ir a mi habitación, donde ya tenía preparado mi vestido. Lo había diseñado para que reflejara la esencia de mis orígenes. De color negro brillante, tenía una rosa blanca en el corpiño y en la parte baja de la falda lucía pequeñas estrellas blancas. Con la espalda descubierta y un escote redondo, sus mangas eran de seda negra transparente con los puños en blanco también. Me ayudaron a ponerme el vestido y al mirarme en el espejo quedé satisfecha, reflejaba lo que representaba en aquel reino. Yo era Ayla, la princesa oscura del reino de las tinieblas.
—Estás preciosa, princesa —escuché a mis espaldas—, has escogido el vestido perfecto, cariño.
—Gracias, papá. ¿Crees que se sorprenderán al verme?
—Estoy seguro de que todos los asistentes quedarán hechizados. Hoy vas a romper unos cuantos corazones —suspiró—. Has crecido y no me había dado cuenta. Eres toda una mujer.
El gran Jójuan rey de las tinieblas, mi padre, era muy cariñoso. Su fama de despiadado era una pantalla que había creado para hacerse respetar, lo conocía lo suficiente para saber que nunca había sido injusto con nadie.
Mi madre, en cambio, parecía dulce con sus cabellos dorados, su rostro tostado por el sol reflejaba una calma que, en ocasiones, escondía un tremendo huracán. Era mucho más temida que el gran rey, su ira sólo podía ser aplacada por un beso de su princesa.
—Ayla, cariño, baja enseguida que estés lista, tu padre y yo tenemos que hablar contigo antes de que empiecen a llegar los invitados.
—¡Un momento! estoy acabando de peinarme.
Me acabé de colocar la corona fina de diamantes blancos, regalo de mi madre, que completaba mi atuendo. Mi pelo suelto, negro como el de mi padre y con los rizos salvajes de mi madre, contrastaba con mis ojos azules como el mar. La imagen que ofrecía en el espejo me gustó: salvaje y bella. Apenas me maquillé, ya que mi rostro tenía el rubor perfecto. Bajé por fin para escuchar a mis padres, sin la menor idea de lo que se proponían decirme.
—Cariño, estás preciosa —comentó mi madre al verme.
—¿Ya es la hora, mamá?
Mis padres, con gesto serio, negaron y me indicaron que me sentara. Tanto protocolo me dio miedo, no podía imaginar lo que podría haber ocurrido para tanta solemnidad.
—Hija, tu madre y yo nos preocupamos por tu futuro. El reino de las tinieblas pasará a ser tuyo cuando faltemos y hemos pensado que, quizás ahora que cumples dieciocho años, sea hora de comprometerte con tu futuro marido.
Los miré sorprendida, de las cosas que me hubiese imaginado esta era la única que nunca se me hubiese ocurrido.
—¿Lo decís en serio? —interrogué, deseando que fuese una broma.
—Sí, para ello hemos convocado a todos los posibles candidatos, para que escojas esta noche entre ellos al que será tu esposo —comentó mi madre dejándome de nuevo sin palabras.
—¿Qué ocurrirá si no me gusta ninguno?
—Tu madre se ha asegurado de que todos sean apuestos, Ayla, no temas.
—¡Pero yo quiero enamorarme de mi futuro marido! Si eso no ocurre en la fiesta, no podré decidirme por ninguno.
—Si no te decantas por ninguno, será Lobo, el príncipe del bosque quién tendrá ese honor.
—¿Hablas en serio, papá? —dije empezando a enfadarme.
Estaban consiguiendo, en solo tres minutos, fastidiarme toda la fiesta. ¡Y aún no había comenzado! No estaba lista para pensar en casarme, mucho menos para escoger a alguien. Lobo era mi mejor amigo y casi un hermano para mí, ¡no podía verlo como nada más! Les miré a los dos con gesto enfadado y me disponía a empezar una discusión cuando los invitados empezaron a llegar, impidiendo que les hiciera ver cómo me habían defraudado. Quería a mis padres con locura, pero ese día y esa decisión me habían decepcionado.
Poco a poco los invitados fueron entrando al salón, en la puerta, era la encargada de recibirlos y darles la bienvenida. Me fijé en cada uno de ellos, intentando sentir algo diferente por alguno, pero no ocurrió y me estaba empezando a desesperar. Pensé: «Espera a bailar con los que más te atraigan, quizás surja la chispa». No sabía realmente qué significaba el término pero esperaba reconocerlo.
La cena se desarrolló en un ambiente agradable. Músicos venidos desde los confines tocaban melodías para acompañar deliciosos platos de todo tipo. Cuando la luz menguó hasta el punto adecuado, mamá conjuró a las luciérnagas. Éstas vinieron desde el bosque y se posaron en los jazmines, creando un juego de luces parpadeantes en cada ventana y llenando la estancia de alegría. Los sirvientes del castillo encendieron las velas y una ligera brisa impregnó el salón del dulce aroma del jazmín mezclado con la fresca fragancia del romero. Los invitados empezaron a levantarse de sus mesas para bailar pues los músicos cambiaron los ritmos suaves de la cena por canciones rítmicas para la fiesta. Se retiraron los platos y las mesas quedaron libres para las bebidas y los delicados postres que se servían en pequeñas conchas de mar.
Los presentes estaban impresionados por el despliegue de detalles en la fiesta, todo se había cuidado al detalle. Cuando sonó el primer vals mi padre se aproximó a la mesa, donde conversaba con mis amigos, para iniciar el baile. Aunque todavía estaba enfadada, acepté su invitación. Me encantaba bailar con él como cuando era pequeña, me tomó una mano y la otra la enlazó en mi cintura, yo pasé la mía por su nuca. Su mayor estatura, me hacía estirar el cuello para mirarlo a los ojos. Aproveché que no se podía escapar mientras durara el Vals para hablar del matrimonio.
—Papá, no quiero casarme tan pronto —comenté nada más empezar a movernos por la pista.
—Pero si sólo se trata de acordar el matrimonio, podrás esperar el tiempo necesario para tu boda. De ese modo mantendremos la estabilidad. Sabes que el reino de la Luz siempre está acechando.
—¿Podemos hablar de ello más adelante por favor? Creo que el mundo no se va a hundir si no me comprometo hoy. ¡solo cumplo dieciocho años! No es como si tuviera treinta.
—Cariño, no lo comprendes porque todavía eres muy joven.
Siempre lo arreglaban todo igual, cuando se quedaban sin argumentos, decían que era demasiado joven, pero para lo que les convenía ya era mayor. Mi enfado iba en aumento y había heredado el temperamento de mi madre...
—¡Soy demasiado joven o no! —dije alzando la voz.
Los invitados que se encontraban más cerca nos miraban sorprendidos.
—Pero son cosas distintas, tienes que entenderlo...
—¡Yo no entiendo nada! De repente es urgente que tenga un prometido... Pero hoy en la fiesta no me gusta nadie como para casarme, papá. ¿Por qué tiene que ser justo en mi cumpleaños?
El enfado se iba transformando en frustración dentro de mí. Quería hacerle entender que esa no era la manera de encontrar un marido. Tenía que ser yo, con mis propios métodos la que buscase pareja. Un día me enamoraría de alguien y entonces no me importaría comprometerme. Pero aún no había llegado el momento.
—Hemos querido aprovechar esta fecha tan importante, aquí se reúnen hoy muchos candidatos, dales una oportunidad y escoge, princesa -Insistía de nuevo.
—Mientras entraban me he fijado en todos, papá, pero ninguno ha conseguido conquistar mi corazón...
—Espera a terminar la fiesta y luego decides.
El vals terminó y acto seguido me encontré bailando con un chico de ojos verdes, pelo rojo y aspecto de ardilla. «Descartado» me dije, y así fui de brazos en brazos en una noche agotadora que no me llevó a ninguna parte...
La fiesta duró hasta el amanecer, cuando el sol empezó a despuntar en el horizonte los invitados se fueron uno a uno. Eran las siete de la mañana cuando por fin pude retirarme. Agotada, me desnudé en mi habitación y me estiré en mi cama, lo había pasado bien, pero también estaba estresada por no poder decirles a mis padres lo que hubiesen deseado escuchar. No había podido escoger prometido entre los invitados.
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