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Capítulo 52


El final ha llegado, y mi historia con él 🖤.
     A partir de ahora solo tendré que dedicarme a vivir e intentar disfrutar de mi elección de vida, Steven y Liberty🖤, el temor a morir ya queda lejos, y mientras mi cuerpo aguante, aquí estaré.
     Tras esta experiencia he recuperado la esperanza en el ser humano, en ti, en todos ellos, pero no sé hasta cuándo me durará puesto que estamos condenados a repetir la historia, y el concepto de bien no existiría sin el mal.
     Mientras eso ocurre, y el hombre se corrompe de nuevo, seré Julia y lucharé únicamente por ser feliz🖤.
 
    

Las puertas de nuestro ascensor empiezan a deslizarse. Llegamos a donde descubriremos la verdad.

     La gente sale en tromba de los elevadores y alucino aún más al verlos aparecer por  las rampas. Diviso a Viv entre ellos, a su edad, y corre una de las primeras. A Whesley le está costando incluso seguirla, supongo que mover su enorme cuerpo entre gente descontrolada tiene que ser agotador. Megam se lo toma con algo más de calma que estos dos, aunque no lo suficiente como para caminar despacio, es empujada por el resto en velocidad. Hasta Roxy y su compañero de la Élite corren, puedo ya verles llorar. 

     Todos están como locos, cualquiera diría que se trata de eliturbanos a punto de de ser invadidos. Van a perder mucho en cuanto se unifiquen riquezas, pero ahí están, haciéndome sentir orgullosa de la raza humana mientras ello desean que la onda haya desaparecido, para así recibir al resto de humanos del otro lado.

     Los vidrios de las puertas de la terraza están abiertos y es cuando me doy cuenta. Tengo calor.

     Los primeros en alcanzarlas frenan de inmediato y abren los brazos para evitar que los demás se acerquen. Forman una barrera humana. El sol que entra por las puertas, empieza a hacer de las suyas. La aglomeración se concentra en la línea que divide las sombras. 

     Los más atrevidos, en primera línea, sacan el brazo a la luz del sol, al calor. Mueven la mano de manera que parecen querer atrapar cada sensación que sienten, como si fuese distinto a lo que ya han visto en Suburbe. 

     Steven ha visto lo mismo que yo, ya sabe que ha funcionado. 

     Respiramos. Me lleva con tranquilidad hasta ellos, se nota que ambos hemos experimentado esto antes, y no tenemos prisa. Todos se apartan en cuanto nos ven. 

     Atravieso el pasillo que han formado al alrededor de mí y me sitúo con ellos en el mismo límite de luces y sombras. Steven me suelta la mano, él sí lo atraviesa y pasa a la terraza. Se gira a mirarnos y se abre también de brazos, intentando abarcar la nada.

     —Esto es vuestro. ¡¡Lo habéis conseguido!!

     Los abrazos y gritos de alegría comienzan a estallar a mi lado y detrás de mí. 

     Miro a Steven y le sonrío. Voy a hacerlo, tengo que hacerlo. 

     Paso a la terraza y la sensación de calor es extrema. Oigo cómo los gritos cesan poco a poco, expectantes a lo que me suceda. Steven me espera para besarme, lo sé. Se quita su chaqueta del uniforme y me la echa por la cabeza. Escondo mis manos sobre el pecho y me dejo besar bajo el sol de Manhattan. ¡Que bien suena eso! Esta es mi nueva y placentera sensación, un abrazo con Steven bajo este sol. 

     De nuevo los gritos de alegría hacen que dejemos de besarnos y nos volvamos a disfrutar de las caras de todos ellos.

     —¡¡Steven, Julia!!

     Un grito se eleva por encima del resto. La gente se aparta y dejan pasar a Rivera, que sin ningún problema pisa la terraza con nosotros. 

     —Tenéis que ver algo en la calle —nos dice cuando vamos hacia la barandilla—. Pero no aquí, por el holograma de televisión. Aún no han llegado. Entran por Park Avenue y Broadway. 

     El resto de la gente ha estado pendiente de lo que ha dicho Rivera, se apartan de nuevo para que pasemos los tres al interior del edificio y busquemos una pantalla en la que conectar el holo. 

     En menos de dos minutos, las casi doscientas personas que somos estamos en una de las salas de la cena de la antigua presidencia. Todos reunidos, de manera que podamos ver el holograma que ha conectado Whesley. 

     El comunicador de Steven suena. Es Hotaru. Le da instrucciones que él sigue sin rechistar, su comisionado ha pasado a la historia y es un ciudadano más, obedeciendo a un amigo.

     Tía Viv se sitúa a mi lado, me agarra la mano como haría mi madre.

     —Ha estado bien, ¿verdad? —le pregunto por lo bajo. 

     —Y sin guerra que lamentar —me contesta, orgullosa de mí. 

     —Mis padres no lo hubieran aprobado. 

     —Tus padres hicieron un buen trabajo contigo, se llama amor —me dice al tiempo que me guiña el ojo que ya le empieza a lagrimear. 

    Está nerviosa e intento tranquilizarla con muchos besos en sus mejillas. 

     El holograma parpadea hasta que fija la imagen al fin.

     Steven corre a situarse a mi otro lado. Y es entonces cuando me quedo de piedra al igual que él. Al igual que todos.

     Una marea humana entra en Manhattan. Avanza por el este de la 34th. 

     Hotaru pincha los rostros de los antiguos suburbanos y nos muestra sus reacciones, sus sensasiones. 

     La gente mira hacia arriba sin poder creer la magnitud de los edificios que se levantan frente a ellos. Parecen atemorizados, pero continúan decididos a llegar hasta nosotros. Cargan a los niños en brazos y ayudan a caminar a los ancianos, los pocos que han sobrevivido en infrahumanas condiciones. 

     Avanzan despacio, pero sin parar. 

     La marea en breve llegará a nosotros.

     De repente Hotaru nos muestra un plano de uno de los edificios que parece abrir su puerta principal. De ella salen una docena de personas, todas ellas cubiertas con mantas por la cabeza. Y todas con algo en las manos. 

     Miro a Steven por si puede decirme qué es lo que es, yo no lo distigo.

     —¿Alimento? ¡Es alimento! —grita alguien del fondo.

     Steven se acerca al holograma y abre las manos. La imagen se triplica y nos muestra como los antiguos eliturbanos ofrecen pan y fruta a los antiguos suburbanos. 

     Es impresionante el recibimiento que estamos viendo. 

     Pero si ya creíamos que lo habíamos visto todo, nos equivocamos. La persona que recibe el pan, en su agradecimiento personal, ofrece un bote a la otra persona.

     Viviam pega un grito.

     —La crema solar, está dándole la crema solar que hicimos. Y mira, a ese otro le da las gafas de sol.

     La gente que está en la sala empieza a celebrar de nuevo frente a las muestras de ofrenda que vemos en el holograma. 

     Esta vez no lo puedo impedir. Todos salen corriendo, seguro que para bajar a la calle. 

     Steven y yo, estamos a punto de quedarnos a solas.

     —¿Qué se siente al conseguirlo? —me pregunta sonriendo. Está igual de feliz que yo.

     —No lo sé aún. Tenemos toda la vida por delante para averiguarlo y no voy a perder un segundo en disfrutarlo —le digo a Steven que me besa, oooootra vez.

     —¿Bajamos con ellos? 

     Asiento con una sonrisa y agarro su cintura para caminar junto a él. 

     Cuando ya estamos en el pasillo, no somos los únicos que quedamos en la planta. Rivera detiene a Megam justo antes de que entre a uno de los ascensores, que ya baja cargado.

     Megam puede emplear su fuerza de nuevo y deshacerse de él con un golpe en la cara, pero parece que quiere escucharle.

     Steven me mira, sé que quiere que les lea los labios y le cuente luego. Golpeo con cariño sus costillas por pedirme que me entrometa en algo tan privado. Pero no me resisto a su suplica silenciosa cuando me pone morritos.

     —Vas a necesitar esto ahí abajo. Tienes que ponértela cada dos horas en la cara Y en las manos.

     —¿Y si salgo desnuda, también en los pechos? —le contesta ella desafiándolo a que le conteste una grosería. 

     Rivera calla, aprieta la mandíbula con ganas de contestarle en serio, pero se contiene. Coge la mano de Megan y deposita en ella un bote de las mismas características que hemos visto en el holograma de la calle 34th. Al menos ella no se lo arroja a la cara, yo sí lo hubiera hecho de ser a mí a la que acusan de exponer mi cuerpo, como él hizo antes.

     —¿Por qué a mí? Hay decenas de eliturbanos de los que están bajando que son más aptos para luchar junto a ti a plena luz del sol.

     —Ninguno es tan bello como tú, ninguno es un ángel. 

     —Y supongo que ninguno puede darte sexo a cambio para pagarte el favor, ¿no es así?

     Ribera se ruboriza esta vez. Megam no espera a que le de una respueta y coge el último ascensor que ha llegado para bajar con todos los antiguos eliturbanos, eso sí, antes le ha devuelto el tarro de mala gana. 

     Obligo a Steven a que siga caminando. Me pide que le diga algo de lo que he visto de ellos, pero no voy a dejar a Rivera en ridículo. Él sigue mirando alucinado el elevador que se ha llevado a Megam con el bote en la mano y no siente nuestra presencia a su espalda.

     —Gael.

     Rivera se tensa al oír ese nombre, aunque sea el suyo propio. Hace dos años que nadie le llama así. Se gira lentamente. Confío en que lo siga teniendo claro respecto a mí y a Amy.

     —Steven, Julia. Estaba a punto de bajar a la calle. 

     —Íbamos a bajar también —le dice Steven como excusa tonta por estar oyendo su conversación. 

     Me separo de Steven, que no me deja ni un segundo a solas desde que todo ha terminado, y aparto a Rivera de él para poder hablar en privado. Mi amor no se enterará de nada porque no sabes leer los labios.

     —Amy nunca supo nada de lo que sentías por ella, no cometas el mismo error dos veces. 

     Rivera niega con la cabeza, con eso se intenta proteger de la verdad que le estoy diciendo.

     —No es tan fácil, Julia. Ella es una…, pertenecía a… yo no soy más que… 

     —No, Rivera. No hay diferencias entre vosotros. Tú eres solo un hombre y Megam una mujer. Una como cualquier otra. Bueno, como cualquiera no, es la mujer que te gusta ahora, si no me equivoco —el agacha la cabeza—. Mira a Steven —le pido para que nunca jamás lo haga, no tiene que esconder lo que siente, ya no. 

     Ambos lo hacemos, miramos a mi pareja. Steven sabe que hablamos de él. Se cruza de brazos en esa actitud prepotente, pero no se atreve a decirnos nada. ¡Es un amor de hombre que me tiene loca! 

     Sonrío mientras me dirijo de nuevo a Rivera, que espera expectante a saber en qué acaba toda esta charla que le estoy dando.

    —Si él se enfrentó a todos esos prejuicios por la hija del Doctor Klarence en un mundo dividido, no debe de ser tan difícil para ti. Tú eres todo un superviviente, ¿vas a acobardarte ahora con una mujer, por muy de Eliturbe que fuese? 

     Rivera parece dudar. Creo que lo he conseguido, lo veo en sus ojos, aquellos que miraban a Amy. Y si mi instinto no me falla, sé que coge el siguiente ascensor en cuanto llegue, para ir detrás de Megam. 

     Pero me equivoco. 

     Rivera corre hacia las escaleras sin esperar ¿pretende bajar ochenta y seis plantas? 

     Eso es decisión por ella.

     —¿Qué le has dicho para que corra de esa manera? —me pregunta Steven, y yo le miro sin dejar de alucinar con Rivera. Le echo las manos por el cuello para besarle y decirle la verdad.

     —Que tuviste más huevos que él para conquistar a una eliturbana.

     —Bueno, eso no es del todo cierto —lo miro, sorprendida—. La caprichosa fuiste tú. 

     Y su beso me dice que sí, que fui yo quien lo conquistó. 

                                                          

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