
Capítulo 51
Tía Viv ha reconocido a Steven y nos promete que se recuperará. No puede decir lo mismo de Parker. La herida en su ingle ha sido determinante y carece de material apropiado para su sutura. No podemos llevarle a NOVAVITA, no llegaría vivo de todos modos y sería precipitar su final. Ella es la que me ha transmitido sus últimas palabras, de nuevo eran de amor, con un perdón al final que me gustaría pensar que no solo era para mí, sino para Suburbe entera.
Y es que Parker se ha negado a que yo lo visitara. Me duele que muera solo, pero siendo sus últimas horas de vida, le concedo su deseo.
El CSS eliturbano, que está a este lado de la linea, ha acudido a la llamada de Roxy en las siguientes horas. No falta nadie. Me gusta la idea de ver la caída de la Divisoria, todos juntos. Han sido muchos años luchado y aportando conocimientos a la Unión de Urbes, y ahora tenemos que disfrutarlo en esta misma unidad.
Entro en el salón que se ha improvisado para los heridos y lloro de felicidad. Elisse está con nosotros, no sé desde qué momento, pero lo está. Tiene quemaduras en su cara y su cuerpo, que espero que pronto, en NOVAVITA, Gina y Viv puedan curar. Al parecer, Dona no se ha separado de su lado desde que todo ha terminado y me sonríe en un movimiento afirmativo de cabeza. Mi amiga, que está dormida, se pondrá bien. Sonrío también con Naoko, da sus primeros pasos con la ayuda de Travis, que bajo ese uniforme del CAE que aún viste, me confunde de primeras y creo seguir en una pesadilla.
Porque no solo están siendo atendidos los componentes del CSS en este salón. No. Cada miembro del Comité Armado que hemos visto con vida, está en igual de condiciones en esta nueva Urbe que comienza. Y por tanto son uno más de los heridos que hay que sanar, no importa de dónde provengan.
Me dirijo a Steven que parece más recuperado, ya está de pie. Habla con Rivera, pero es verme y abre sus brazos para mí.
Cuando llego, me encierro en ellos. ¡Se está tan bien rodeada por su cuerpo! Steven atrapa mi cintura y me besa la frente. Luego lo hace con mis labios.
Rivera nos ha dejado a solas en este último beso.
—¡Mmm! Un último día agotador ¿no crees? —me dice cuando me mira, con ese tono que me gusta tanto.
—O un primer día muy intenso, según se mire —contesto con una sonrisa.
—¿Es como soñaste?
—Mucho mejor, porque podremos disfrutarlo juntos —le digo buscando sus labios para un nuevo beso.
—¿Cuándo quieres hacerlo?
—Cuanto antes.
Unos gritos nos sorprende en la calma que se respira en la habitación medicalizada. Miro con los ojos muy abiertos a Steven. No sabe tampoco a qué se deben.
Salimos lo más rápido posible, teniendo en cuenta la convalecencia de él, y los vemos.
En el pasillo están Megam y Rivera discutiendo.
—¡Has sido una inconsciente al dudar de esa manera frente Parker —le dice él a Megam— podía haber acabado con Julia!
—No eres nadie para decirme nada cuando la misma Julia, siendo la Princesa, no me lo ha dicho.
—¡Porque eres su amiga, así seas una inepta!
—¡¿Y que te jode más?! ¡¿Que pudiera haber matado a Julia o que lo hiciera con Amy de nuevo?!
Rivera palidece en su belleza morena al escuchar otra vez el nombre de Amy, seguro que no pensaba oírlo jamás. Se endurece la expresión de su cara.
—No eres apta para nada de esto. ¡Eres una eliturbana caprichosa más, que se ha divertido jugando a los conflictos por unas horas!
—Esto, como tú lo llamas, ha terminado. Asúmelo de una vez. ¡¿Qué piensas hacer ahora con la vida tan patética que llevas?!
—No lo sé, pero si de algo estoy seguro, es que no voy a exponer mi cuerpo en público cuando la Divisoria se abra.
Megam le da una hostia a Rivera que hace que me cubra la boca para no gritar de la sorpresa. Steven ríe a mi lado. Me agarra de la cintura y me besa la sien derecha.
—¿Pero no has visto eso, Steven?
—Mientras no haya heridos que llevar a la sala, sobramos en esa discusión.
—Pero, Steven ¿de verdad no has visto…?
Era como si nos viese a Steven y a mí hace meses, hace solo unas semanas tras despertar, cuando ninguno iba a dejar que el otro quedase por encima.
—Jul, no nos importa… la Divisoria. ¿Recuerdas? Whesley acaba de regresar de Suburbe. Perdón –me dice arrastrando la palabra. Le miro con la ceja levantada—… de Queens.
Hace bien en rectificar, tenemos que ir pensando que somos una sola Urbe y cuanto antes lo hagamos, mejor. Nos costará, pero Nueva York, el mundo entero, volverá a ser lo que fue.
Próximo objetivo: llegar a Europa y Asia para que sus Eliturbes y Suburbes se levanten en libertad.
Nos alejamos de la disputa de Megam y Rivera, tomamos el ascensor y subimos al salón Presidencial.
Todo en él está en silencio, todo muy oscuro. Steven descubre las ventanas con una orden pública de “subir persianas” y la claridad de las dos de la tarde nos inunda.
El sol busca su altura máxima ya y tal vez nos hayamos precipitado en la hora de desconexión.
—¿Eliturbe está avisado de lo que puede ocurrir si se exponen al sol?
Steven me mira sin responder. ¿Por qué no habla? Debe de saberlo ya. Es sí o es no.
Las funciones fueron claras. Whesley iba a Suburbe a comunicar la hora en la que desconectábamos la Divisoria para que entrasen todos. Rivera organizaba los puntos de acceso, desde el sur por los puentes de Brooklyn y Queens y desde el norte por el del Bronx. Y Hotaru, como es natural, emitía el Informe de victoria, junto con el aviso de exposición solar a los eliturbanos. Él, como comisionado que es, desconecta la Divisoria junto conmigo. ¿Qué tiene que pensar todavía, que no me contesta?
Pero bueno ¿qué le ocurre?, sigue callado.
—Steven… ¿Están avisados en Eliturbe que no deben abandonar sus casas hasta el atardecer, para que no se quemen?
—Si te refieres a Manhattan, sí, están avisados. Y no solo eso, Hotaru ha sido capaz de pinchar cada cámara de la calle 34th para transmitirles en directo la entrada del resto de Nueva York a su nueva Urbe —me dice con esa sonrisa de suficiencia en su rostro. Me río también, ha captado la unión antes que yo.
Steven me besa antes de pulsar el botón.
Hemos estado a punto de hacer esto varias veces en el último año, pero la sensación de tranquilidad en esta ocasión es infinita. Nadie entrará por la puerta, no habrá que salir por las ventanas en una huida desesperada y ni mucho menos, tendremos que temer la amenaza de las catacumbas.
Miro a Steven que me agarra la mano izquierda. Mi mano. Se sitúa detrás de mí y con su mano derecha, él me sostiene el vientre. Sonrío.
—¿Preparada? —entrelaza sus dedos con los míos.
Steven me deja que el botón esté en contacto con mi piel, que sea yo después de todo, quién acabe con la onda, y sé que lo hace principalmente por mi madre y por su lucha incansable hasta su útimo día.
—Un segundo —le pido a Steven.
Se ríe y no me lo niega. Es el mismo que me concede en cada cruce que dimos siempre en la Divisoria.
Ya jamás lo haremos. No cruzaré envuelta en su cuerpo esa onda, y aunque suene ridículo solo el pensarlo, me entristece perder esa parte tan intima de nosotros, ese contacto de su piel que nos hizo pareja.
Pero no. Pienso en el atardecer que me espera a partir de ahora, el que da paso a la noche mágica de la antigua Suburbe —la que ya podremos ver sin miedo a que nos capturen—, y me olvido de penas de cruces o no.
Porque veré cada día del resto de mi vida a Steven a mi lado, despertar conmigo en un amanecer radiante de Eliturbe o dormir junto a mí en un anocher apasionado de Suburbe.
Steven espera a que me gire, que me posicione a su lado o incluso que le dé control absoluto con el botón mientras le beso como siempre. Pero lejos de la verdad, no hago nada de eso. Pongo mi mano derecha encima de la suya.
—Por Amy.
Cierro los ojos y entonces apretamos el botón que va a darnos la libertad.
Cinco segundos después y no sabemos qué ha sucedido.
Corremos a mirar por la ventana. Nada. No vemos absolutamente nada ahí fuera. ¡Mierda! ¿De qué están hechos estos cristales?
La protección llega a ser tanta en este edificio, que ya contaban con la desaparición de la Divisoria cuando los pusieron por primera vez. La radiación solar no entra por ellos, y Steven y yo no sabemos si de verdad ya no existe la onda electrofilomagnética la otro lado.
—¡El observatorio! —nos decimos al unísono.
Corremos. A Steven ya no le duele nada. Es él quien dirige la marcha para sacarme del salón Presidencial agarrando mi mano. Le sigo sobresalatada.
Mi gente, que ha estado pendiente desde las ventanas, sin ver nada tampoco, salen al pasillo con nosotros. Están en las mismas, nos preguntan qué ha pasado.
Intento calmarles y les pido a todos que nos sigan a la terraza de la planta ochenta y seis. Steven, de mientras, se comunica con Hotaru, al frente de los monitores de televisión, quien le informa que las cámaras de la calle no registran la radiación, la luz es exactamente la misma cuando se visualiza en hologramas de televisión.
Puede ser que sí, puede ser que no.
La Divisoria nos está dando problemas hasta el último momento.
Los ascensores están de nuevo activados, podemos usarlos, todos excepto el que explotó a última hora. Sí, el que Whesley dinamitó para que el CAE no subiese a las ciento dos con nosotros.
Dejando a un lado el ansia de saber, nos dividimos en orden y con calma, de tal manera, que cada ascensor lleve a las veinte personas que permite. No más. Todos quieren ser los primeros en llegar y los que no consiguen plaza en la primera subida, recurren a las rampas mecánicas de acceso. Son más largas en su recorrido, pero permiten la movilidad en ellas y disminuir el tiempo de llegada que las peatonales de emergencias.
Estoy nerviosa, ¡mira que si no ha servido de nada por todo lo que hemos pasado! ¡Todo lo que de manera individual llevo vivido estos dos años de mandato!
Steven me besa la mano. Sabe qué pienso y me gusta que me anime.
—Si no ha ocurrido nada ahí abajo, podemos vivir seis meses aquí y seis meses allí.
Le miro intentando no reír. Parece que le ha cogido gusto a su casa de Eliturbe. Bueno, después de anoche, saber que dormiré cada día bajo las estrellas de LED no está del todo mal.
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